CAPÍTULO VII
ACCIÓN CATÓLICA
Naturaleza e importancia. Alguien puede pensar enseguida que bajo este título sólo se deba hablar de cajas rurales, de centros sociales, de bancos. Y no es así, porque aunque estas cosas puedan incluirse y el clero deba participar en ellas de forma moderada, según veremos, hay un número extraordinario de otras que forman parte de la acción católica. Y si León XIII insistió mucho en las primeras, es evidente que lo hizo teniendo en cuenta las condiciones de aquel tiempo, hoy bastante diferentes. Entonces era tema candente la cuestión obrera, que el socialismo quería aprovechar en exclusiva con el fin sectario de alejar a los trabajadores del sacerdote, de la Iglesia y de la religión, por lo que la obra de León XIII fue providencial y libró a nuestra población del socialismo.1 Hoy, cuando el peligro por este motivo no ha cesado, aunque sí disminuido; cuando la lucha contra la religión se extiende merced a la coalición de esas fuerzas al campo moral y electoral, a la escuela, al periodismo, etc.; cuando estas mismas fuerzas trabajan descaradamente para restaurar en el mundo el paganismo más despreciable, Pío X, comprendiendo bien las necesidades actuales, ha llamado a la acción católica del campo fundamentalmente económico a
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una acción inmensamente más amplia: defender y promover en la sociedad la civilización cristiana. Pío X no destruye, sino que guía y extiende la acción católica y llama al sacerdote a trabajar en ella de forma más acorde con su ministerio y los tiempos.2
¿Qué es la acción católica? Dice Pío X:
Se designa habitualmente con este nombre de acción católica a las numerosas obras de celo en bien de la Iglesia, de la sociedad y de los individuos particulares que florecen, por gracia de Dios, en todos los lugares y abundan en nuestra Italia. Y desarrollando este concepto, añade: Veis bien, venerables hermanos, lo mucho que ayuda a la Iglesia esa multitud elegida de católicos que se propone reunir todas las fuerzas vivas con el fin de combatir con todos los medios justos y legales la civilización anticristiana; reparar los gravísimos desórdenes que de ella se derivan; llevar nuevamente a Jesucristo a la familia, a la escuela y a la sociedad; recuperar el principio de la autoridad humana como representante de la de Dios; tomar partido decididamente por los intereses del pueblo y especialmente por los de la clase obrera y campesina, no sólo inculcando en el corazón de todos el principio religioso, única y verdadera fuente de consuelo en las angustias de la vida, sino tratando de enjugar sus lágrimas, dulcificar sus penas, mejorar su situación económica con medidas preventivas adecuadas; emplearse a fondo para que las leyes públicas conformen la justicia y se corrijan o se supriman las que se oponen a ella; defender, en fin, y apoyar con ánimo decididamente católico los derechos de Dios en todo caso y los no menos sagrados de la Iglesia.
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El conjunto de estas obras, apoyadas y promovidas en gran parte por el laicado católico y diversamente pensadas según las necesidades propias de cada nación y de las circunstancias particulares por las que atraviesa cada país, es lo que justamente, con un término peculiar, y sin duda muy noble, suele llamarse acción católica, o acción de los católicos. En todos los tiempos acudió ella en ayuda de la Iglesia y la Iglesia acogió y bendijo esa ayuda siempre favorablemente, si bien, según los tiempos, se haya aplicado diversamente (Enc. El firme propósito).3
Explicada la acción católica en su sentido auténtico, todos ven su importancia e incluso su necesidad, pues comprende más o menos directamente todo lo que contribuye a la vida cristiana.
Y hablando de manera especial de los sacerdotes, en modo alguno podemos excluirla por principio de nuestra acción pastoral. Según los tiempos, las necesidades, los pueblos y nuestras propias actitudes e inclinaciones, podemos distinguir y elegir entre una obra y otra, pero nunca descartarla totalmente, porque sería como renegar de nuestro sacerdocio y nuestra misión de salvar las almas. Por eso insiste el Papa: El verdadero apóstol debe ser todo para todos para salvar a todos; como el divino Salvador, debe compadecerse entrañablemente cuando ve vejadas las masas y que se encuentran como ovejas sin pastor. Con la propagación eficaz de las publicaciones, con la exhortación viva de la palabra, con la colaboración directa (en los casos citados), debe pues tratar de mejorar, dentro de los límites de la justicia y de la caridad, la situación económica del pueblo...4
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PRINCIPIOS GENERALES
Al tratar de hablar aquí de manera práctica de la acción en el momento presente, debemos establecer algunos principios de orden general:
1º. Fin de la acción católica. Dios envía al sacerdote a los hombres con el fin principal de guiarles al cielo. Todo lo que le ayuda a este fin debe servirle y todo lo que le aleja o simplemente le resulta inútil debe rechazarlo. Criterio y fin de todos los medios es salvar las almas. Se necesita, pues, que oriente siempre su acción hacia esto y que lo tenga en cuenta, porque si no es así podría ser negociante, banquero, político, intrigante, simple maestro de ciencias naturales. Y nada de esto es el sacerdote. Por eso insiste el Papa: El sacerdote, elevado sobre todos los hombres para realizar una misión recibida de Dios, debe estar por encima de todos los intereses humanos, de todos los conflictos, de todas las clases de la sociedad. Su campo propio es la Iglesia, donde como embajador de Dios predica la verdad e inculca con el respeto de los derechos de Dios el respeto de los derechos de todas las criaturas. Al obrar de este modo no se somete a ningún grupo de oposición ni se presenta como hombre partidista...5 El sacerdote, al aplicar este principio, si crea Círculos será para salvar a la juventud de la corrupción y para orientarla hacia la vida cristiana; si crea cajas rurales, será para mantener a los hombres unidos al sacerdote y por medio de los cuerpos llegar a las almas; si tiene que interesarse de elecciones, será para que las legislaciones estén inspiradas en el cristianismo. Y en
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todos los miembros tratará de hacer vivir a Jesús con la palabra de Dios y con la frecuencia de los santos sacramentos.
2º. Son múltiples las acciones que se ofrecen al celo sacerdotal, pero cuando trabaje con ellas no debe proceder con un método apriorístico, es decir, no puede entrar en un pueblo con un programa bien definido en cada una de sus partes; su programa consiste en hacer el bien, por lo que debe elegir las obras y el modo en ese lugar después de conocer a la gente que se le encomienda, sus condiciones religiosas, morales y económicas, las mayores necesidades y las que resultan más fáciles de satisfacer, el modo de evitar el fracaso en las primeras obras, las personas que especialmente deben servirle como fundamento en lo que quiere edificar. Una obra puede ser buena en sí misma y no serlo en todas partes, puede haber tenido éxito en un sitio y no ser apropiada en los demás, y aunque lo fuera en todos, exige en pueblos diferentes modos propios. De ahí que muchos digan: Un sacerdote que entra en una parroquia, por lo menos durante un año debe observar para conocer bien su ambiente. Trabajando surgen siempre, incluso tras madura reflexión, cosas imprevistas, ¡cuánto más si no hubo reflexión! En este sentido sería muy conveniente leer El diario de un párroco rural.6 Cuando este párroco se puso al frente de su parroquia de 600 almas, enseguida se dio cuenta de su indiferencia religiosa y pensó que podría despertar su fe interesándose debidamente por sus intereses materiales. Con visitas, conversaciones y preguntas elaboró una diligente encuesta sobre sus necesidades individuales y colectivas. Y descubrió cuatro carencias: falta de dinero, mortandad del ganado, falta de médico, dificultad para vender y
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comprar. Para hacer este estudio necesitó un trabajo largo e ingrato, pero el resultado fue excelente, pues pudo remediar todas estas carencias con una caja rural, una sociedad de seguros contra la mortandad del ganado, una cooperativa y una escuela nocturna. Algunos años después casi todos los hombres cumplían con Pascua y el pueblo había mejorado moralmente y religiosamente.
No deben darse los primeros pasos si no se tiene seguridad.
3º. El Papa quiere que nuestras obras sean abiertamente católicas.7 Va contra su voluntad esconder nuestra fe como si fuera algo de lo que sentirse avergonzados, como si fuera una mercancía en mal estado o de contrabando. Ni siquiera en las asociaciones meramente económicas podemos permanecer en un terreno neutro en tema religioso, pues las obras no pueden ser aconfesionales con el pretexto de contar con más clientela. Por consiguiente, el estatuto debe estar conformado por principios católicos y los miembros deben ser personas de fe práctica. Es algo que ayuda también al fin pretendido: debemos dar a nuestras asociaciones una finalidad religiosa.
4º. Al realizar las obras debemos aprovechar posiblemente lo que ya existe, porque exigirán menos fatiga, causarán menos contradicciones y no se gastará inútilmente el tiempo. Por ejemplo, si se dispone de un oratorio o de un Círculo y se considera útil en la parroquia una biblioteca circulante,8 se podría comenzar prestando pocos libros pero bien elegidos a los jóvenes, para ir distribuyéndolos poco a poco entre algunos adultos, viendo si ello ayuda o no... En caso afirmativo, se prosigue; en caso negativo, se deja poco a poco desaparecer. Si existe una compañía de Luises,9 se puede formar con ella un Círculo juvenil y dar conferencias especiales. Si se cuenta con la Tercera Orden Franciscana,10 se puede
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orientar a sus miembros más aptos a la fundación de una caja rural.11
5º. Dar precedencia a las obras que son gratas a todos y preferiblemente religiosas, por ejemplo un oratorio, una escuela de música sacra, una escuela nocturna. Esta regla sirve cuando hay igualdad, o casi igualdad, en las necesidades, pues si fuera más urgente una obra material, sería ésta la que tuviera precedencia. Con todo, dado que los tiempos actuales no reclaman ya tanto las iniciativas económicas, y dado que, según las últimas disposiciones pontificias, el clero debe favorecerlas, pero eximiendo las propias responsabilidades ante las leyes o que le pueden distraer excesivamente de su sagrado ministerio, el sacerdote será cauto cuando trate de instituirlas, y solamente lo hará tras reconocer con claridad su utilidad.
6º. Así, una vez comenzado su trabajo, el sacerdote verá que una cosa lleva a la otra, y las necesidades, las circunstancias, los ejemplos de las parroquias cercanas, las propias peticiones de la gente, los consejos y las orientaciones de la autoridad eclesiástica sugerirán otras cosas útiles y necesarias. Es totalmente reprobable el método de entrar en una parroquia y, sin ningún análisis, condenarlo todo, lo que se ha hecho y el modo como se ha hecho, para crear ex novo cosas que quizá no aguanten, y abandonarlas luego y probar con otras. ¡Cuántas veces se ha derribado todo y no se ha construido nada! ¡Cuántas veces se ha malogrado desde el primer momento un campo que para dar frutos abundantes esperaba una mano paciente y constante! Más que los simples fieles, los sacerdotes, y especialmente los jóvenes, deben evitar este espíritu de novedad. Recordad, en primer lugar, que para que el celo dé buenos frutos y sea digno de encomio debe ir acompañado de discreción, rectitud y pureza, como dice
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el grave y provisto de buen sentido Tomás de Kempis... (León XIII, 1899).12
7º. Dado que la acción católica tiene como fin la defensa y la difusión de la fe cristiana, su moderador debe ser el Papa. El Papa es nuestro jefe, nuestro guía y nuestro maestro aun en las cosas que no son directamente religiosas pero tienen que ver indirectamente con la religión. No importa que una obra sea económica o electoral: cuando, mientras y en la medida que algo tenga que ver con la religión, el Papa tiene el derecho y el deber de guiarla. Y en ese campo están la acción económica y la acción electoral, por lo que con ánimo reverente debemos aceptar las orientaciones y los consejos del Papa sobre ellas. Un ejército sin disciplina pierde la batalla aunque cuente con los soldados más valientes y adiestrados. Es un deber obedecer incluso cuando nos parece a nosotros justamente lo contrario, cuando debemos corregir nuestro punto de vista, cuando debemos retirar lo que hemos dicho. Es un deber de todos los fieles, y más aún de los sacerdotes.
Se trata de algo que hoy especialmente debemos practicar en los temas siguientes: la confesionalidad de todas las organizaciones, la cuestión romana, que debe seguir viva; la orientación del periodismo, el non éxpedit que debemos practicar según lo establecido por la encíclica El firme propósito.13
Obediencia también al obispo, a quien el Espíritu Santo ha establecido para que gobierne en todo lo que se refiere a la religión en su diócesis. No se trata sólo de una mera obediencia a las órdenes, sino de una devota aceptación incluso de sus deseos, aceptación que nos lleve a pedir y cumplir humildemente sus consejos.
8º. Comenzar siempre con pocas personas, pero de sentimientos posiblemente cristianos, o al menos buenos.
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Debemos conseguir que tengan una convicción profunda no con largos razonamientos, sino conversando, haciendo que lean lo hecho en otros sitios, confirmándolo con algún hecho. Cuando estén de nuestra parte y se les convenza, serán apóstoles para nosotros entre sus compañeros, y ellos mismos sabrán sugerir cosas prácticas en las que un sacerdote, con toda su ciencia, a veces no es capaz de pensar, ya que ellos sienten más que nosotros sus necesidades.
Se irá despacio cuando se desee incorporar nuevos cooperadores, porque si entran poco a poco pueden unirse a los primeros adoptando su mismo espíritu, mientras que en masa podrían aplanarlos, lo que pondría toda la obra en peligro.
No siempre, sin embargo, debe exigirse una vida prácticamente cristiana en todo, especialmente en los centros, en ciudades donde la religión ha decaído ya tanto que no se cumple con Pascua. En ese caso habrá que ser menos exigentes, pero poco a poco se les irá formando. Digo menos exigentes, ya que si en algunas parroquias para ser reconocidos entre los mejores cristianos hay que frecuentar los sacramentos, en otras serán ya ejemplares si cumplen el precepto pascual o simplemente no dan grave escándalo.
Expuestas cosas tan generales como éstas, pasemos a las particulares, a las que sólo podremos aludir brevemente y sobre las que daremos algunos avisos particulares para el clero, citando libros en los que quien lo desee puede encontrarlas ampliamente tratadas.
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1 Cf. LEÓN XIII, Rerum novarum, Litterae Encyclicae, AAS, XXIII (1891), pp. 641-670.
2 Cf. PÍO X, El firme propósito, Carta Encíclica, CC, 1905, IV, pp. 1-9.
3 Cf. PÍO X, El firme propósito, o.c., pp. 4-8.
4 Cf. PÍO X, El firme propósito, o.c., pp. 17-18.
5 Cf. PÍO X, El firme propósito, o.c., p. 17.
6 Il diario di un parroco di campagna se identifica con la obra de J. BLANC, Appunti di un parroco..., o.c.
7 Cf. PÍO X, El firme propósito, o.c., pp. 15-16.
8 Cf. ATP, n. 278, nota 62.
9 Cf. ATP, n. 94, nota 3.
10 Cf. ATP, n. 94, nota 4.
11 Las Cajas rurales son institutos de crédito con caracteres típicos tanto por los fines que se proponen y por los medios de que se sirven como por la especial forma jurídica que asumen. La primera caja rural en Italia se constituyó en 1884 en Loreggia (Padua) por iniciativa de Leone Wollemborg. Era de carácter laico y tuvo poco éxito. Se multiplicaron rápidamente a partir de 1893, cuando el clero comenzó a interesarse de la constitución de estas sociedades con la intención de contribuir a la elevación económica y moral del grupo artesanal y agrario. Un pionero de esta forma de acción social fue monseñor L. Cerruti, de Venecia. En 1894 las Cajas Rurales Católicas eran 69 y 779 en 1897. Entre 1900 y 1914 alcanzaron la cifra de 2000. Cf. G. TOMAGNINI, Casse Rurali, EC, III, 1949, pp. 996-998.
12 LEÓN XIII, Depuis le jour, Epistola Encyclica ad Archiepiscopos, Episcopos et Clerum Galliae, ASS, XXXII (1899-1900), p. 204.
13 PÍO X, El firme propósito, o.c., pp. 3-19.