CAPÍTULO I
CONFESIÓN
§ 1. - IMPORTANCIA Y PRINCIPIOS GENERALES
Importancia. El fin de la religión consiste en llevar las almas a Dios y unirlas a Él como los sarmientos a la vid. Dogmas, preceptos, consejos, predicación, acción católica..., no tienen otra finalidad. Y esta unión se realiza especialmente por medio de los sacramentos, principalmente con la confesión y la comunión. Por consiguiente, será éste el objeto de las mayores y más atentas ocupaciones de un sacerdote. ¿Qué valen tantas obras externas, la propia predicación, incluso la misa que oyen algunas personas, si no se consigue la unión de las almas con Dios, si no se confiesan? ¡Cuánto se equivocan en esto algunos sacerdotes, que hacen mucho ruido con cosas externas, con conferencias o discursos, etc., pero sin conseguir, y alguna vez sin ni siquiera pensar en la finalidad de todo, que es la unión del alma con Dios por medio de los sacramentos!
Mientras que las demás cosas son muy importantes como medios, ésta lo importa todo como fin.
La unión será sólida y duradera en la medida en que se la ponga de relieve, es decir, en la medida en que se frecuente la confesión y la comunión.
Por eso decía san Francisco de Sales: «Si tuviera mil cruces episcopales y mil pastorales, las dejaría al instante antes que dejar de cuidar a los pecadores». «Da mihi animas, caetera tolle».1
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Principios generales. El confesor es:
Padre, que quiere decir tener con los penitentes un corazón lleno de amor y dulzura, provisto especialmente de una gran paciencia.
Médico, que quiere decir dar a los penitentes los remedios más útiles después de haber estudiado bien la enfermedad y al enfermo.
Maestro, que quiere decir que debe instruir a los penitentes, teniendo siempre muy en cuenta lo que decía un confesor docto, piadoso y experimentado: «Sed en primer lugar lo que queréis que los otros sean por medio de vosotros. Si Jesús vive en vosotros, haréis que viva en los demás».
Juez, que quiere decir absolver o no según las circunstancias. Pero entiéndanse bien las palabras de uno de los confesores más experimentados hasta ahora conocidos por mí: «Para ser buenos confesores, se necesita un sesenta por ciento de paciencia, un diez por ciento de ciencia, un diez por ciento de prudencia y un veinte por ciento de ascética».
Son muchos los sacerdotes que cuidan el confesionario menos de lo que deberían, mientras que otros consiguen frutos escasos porque carecen de paciencia.
§ 2. - AVISOS SOBRE LA CONFESIÓN EN GENERAL
A) Tanto los sacerdotes como el pueblo nos sentimos inclinados a considerar este sacramento en sentido material, como si fuera una ceremonia sólo externa, o como si borrar el pecado fuera algo parecido a cortarse el pelo; es decir, como si la confesión fuera una simple absolución de los pecados y nada más. Y eso no es exacto.
Hay herejes que han desbarrado en un sentido totalmente contrario y no han dado ninguna importancia a la absolución, como si la confesión fuera sólo una renovación
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del espíritu, considerando que cuando el sacerdote absuelve no hace más que asegurar externamente las disposiciones del penitente y que Dios ha concedido el perdón.
Por tanto, según algunos la absolución lo es todo y nada importan los actos del penitente; según otros, la absolución es una pura ceremonia y todo el valor de la confesión está en el dolor.
El sacramento de la confesión es ambas cosas a la vez: renovación de espíritu y absolución. Renovación de espíritu por la que el pecador dice: es necesario servir a Dios porque es el Señor, porque es el Redentor, porque es el Remunerador; yo no lo he hecho así en muchos casos (examen); mi vida es reprobable, y por eso la detesto, la odio (dolor); quiero cambiarla, cambiarla a toda costa, cambiar ahora mismo (propósito); iré a confesarme porque Dios me ha dado este medio de perdón, porque el sacerdote, en nombre de Dios, me dirá lo que debo hacer o no hacer. Si faltan estas disposiciones profundamente sentidas en el corazón, de nada vale la absolución. Quizá calme los remordimientos, pero no destruye el pecado ni comporta renovación de espíritu.
Por consiguiente, dos avisos:
1º. No es correcta la norma de los que dicen: Yo nunca negaré la absolución. Porque en primer lugar no es verdad que todos los que se presentan sin las disposiciones debidas no volverán si no se les absuelve; en segundo lugar, el sacerdote no puede absolver a los que no están preparados; en tercer lugar, aprenderán a estimar la confesión por lo que verdaderamente es y no como una ceremonia o una formalidad... Se darán cuenta claramente de que no se encuentran en regla con Dios... y pensarán en ello.
2º. No se busque especialmente la integridad en la acusación sino
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el dolor del penitente. Mientras el pecador no diga: Mi vida no es buena, quiero cambiarla, no hay absolución que valga. Téngase bien en cuenta que no se puede conseguir todo en un día, pero el convencimiento de que se deben cambiar los pensamientos, los afectos, los deseos y la firme voluntad de cambiarlos de veras es absolutamente necesaria.
Quede claro que el confesor debe ser padre y amigo y recordar que él tiene asimismo necesidad de misericordia, de mucha misericordia, valiendo también para él esta misma ley: No se alargue tanto la manga que llegue a romperse...
B) La confesión es dura, penosa, encierra cierto carácter misterioso. Por otra parte, es medicinal, correctiva, e incluso uno de los medios más poderosos para encaminar a las almas por el buen camino, porque hace que nos conozcamos a nosotros mismos, porque el confesor es un hombre que en nombre de Dios mismo nos dice las cosas necesarias al alma, los deberes que debemos cumplir. Es pues una acción de confianza y corrección, por lo que exige que el sacerdote inspire confianza y sepa corregir.
Para inspirar confianza es necesario que el sacerdote no sea áspero ni rudo, pero tampoco excesivamente familiar con aquellos a los que debe luego confesar. Cuando un sacerdote tiene muchas intrigas en la parroquia, aunque sea por necesidad, aunque sea para defender intereses del beneficio parroquial o de los pobres, es mejor que, en la medida de lo posible, invite a otros sacerdotes a que le ayuden. Y es especialmente en este caso cuando resulta útil la costumbre de algunos sacerdotes de que en días determinados, por ejemplo los lunes, se intercambien para confesar uno en la parroquia del otro, como también la costumbre de anunciar confesiones generales en las que los sacerdotes se ayudan unos a otros y en las que el sacerdote del lugar no entra en el confesionario, si le resulta posible.
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Para saber corregir, el sacerdote debe conocer a su gente, y no solamente los defectos generales sino, de alguna manera, los de las personas individualmente. El sacerdote que conoce a su gente solamente en el confesionario se equivoca muchas veces en sus juicios y por tanto en los avisos que da. Sucede esto por diversas razones. La primera, porque no todo penitente tiene la sincera voluntad de manifestar cándidamente su conciencia; la segunda, porque incluso quien tenga esa voluntad no dice nada más que lo que conoce. ¿Y quién se conoce bien? Se equivoca muchísimo también el sacerdote cuando se juzga a sí mismo, ¡y cuánto más quien ve las cosas del espíritu de manera poco fina! ¡Cuántos consejos fuera de lugar, cuántos juicios equivocados, cuántos derechos admitidos, cuántos avisos descuidados por no conocer suficientemente bien a los penitentes y por no conocerlos un poco en lo exterior!
Mucha intimidad disminuiría la confianza, evidentemente, pero un distanciamiento excesivo impediría un conocimiento necesario.
Es conveniente buscar el término medio y recordar lo que dijimos anteriormente sobre la necesidad de estudiar a la gente.
§ 3. - CÓMO COMPORTARSE EN EL CONFESIONARIO
CON LAS DIVERSAS CLASES DE PENITENTES
A) Con los jóvenes
Lo mejor, en general, es proceder en todo, incluso al dar avisos, por medio de preguntas y respuestas, para no divagar.
Acusación. Después de preguntar sobre el tiempo transcurrido desde la última confesión, si se cumplió la penitencia y se comulgó, lo mejor es
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dejar que ellos mismo hagan la acusación y se les ayude con preguntas oportunas. Las preguntas generalmente se harán así:
1º. Impersonalmente, por ejemplo: ¿Algo que decir sobre las oraciones?
2º. De tal modo que no lleve a sospechar mucho que el confesor juzga muy malo al penitente; es decir, procederá de lo menos a lo más grave y con preguntas que no avergüencen mucho al penitente. Así, si un joven se acusa de haber estado hablando con una muchacha2 a solas, se puede preguntar: ¿Ha habido entre vosotros alguna broma que no está bien?, y no: ¿Habéis hecho cosas feas?
3º. No pretender llegar a la especie mínima cuando se ve por el conjunto que el joven no sería sincero y cometería sacrilegio, y cuando todo queda claro con una fórmula genérica. Porque si por una parte es más grave el precepto de evitar al máximo posible cualquier escándalo que tutelar la verdad, por otra los penitentes no perciben muchas veces la malicia de la distinta especie de ciertos pecados.
El confesor proveería probablemente en muchos casos a la tranquilidad de los penitentes si después de la acusación dijera algo parecido a esto: Procura pedir perdón también en este momento de los pecados de la vida pasada, de los olvidados, de los no conocidos, de los no bien confesados, de los que no hayas conseguido explicar bien, que yo te doy la absolución de todo tal como estás delante de Dios... ¿No es mejor que la absolución se refiera sólo indirectamente a ciertos pecados que exponer a un penitente al gravísimo peligro de sacrilegio? Pienso que Jesús preferiría esta forma de proceder.
Posibles fórmulas de preguntas que pueden hacerse a los jóvenes
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siguiendo el orden de los mandamientos pueden ser: ¿Tienes algo que decir sobre las oraciones de la mañana y de la noche? ¿Se te ha escapado alguna vez el nombre de Dios, de Jesucristo, etc.? Si es así, ¿muchas veces? ¿Has escuchado con devoción la misa? ¿Y el catecismo? ¿Hay algo con tus padres que te haga sufrir? ¿Ha habido alguna palabra con los compañeros? ¿Has tenido malos pensamientos? ¿Te has encontrado con amigos que pensaran mal? Si es así, ¿haces con ellos cosas que no están bien? Si es así, ¿también con las chicas? ¿Cuántas veces?
En este punto, cuando se les considera capaces de cometer algunos pecados graves, aunque lo nieguen, se podría preguntar: Los habrás hecho pocas veces, por ejemplo, sólo diez o quince veces... (san Alfonso).3 ¿Has quitado algo a los compañeros? ¿Has mentido alguna vez? ¿Has comido carne el viernes? ¿Alguna cosa más? Al final, si son muchachos muy tímidos, se puede preguntar todavía: ¿Has estado tranquilo y contento desde la última confesión?... Y si hay alguna pequeña sospecha de que pueden haber cometido sacrilegios, se puede preguntar enseguida: ¿Hace ya mucho tiempo que no estás tranquilo? ¿Desde qué edad? ¿Cuántos años tenías cuando hiciste una buena confesión?... Y se les ayuda a hacer amablemente una buena confesión general.
Cómo provocar su dolor. Con proposiciones fáciles y vivas, por medio de preguntas y respuestas, por ejemplo: ¿Sabes que cuando uno peca se cierra con una mano el cielo... y que con la otra se abre el infierno? Si un muchacho en pecado mortal fuera encontrado por la mañana frío cadáver en la cama por su madre, ¿adónde habría ido a parar su alma? ¿Te gustaría ir a quemarte en el purgatorio? Pues debes evitar también los pecados más pequeños... Jesucristo sangraba en la cruz por todas partes. ¿Sabes por qué? Por nuestros pecados. ¿Nos atreveríamos
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a clavar una espina en la Hostia santa? Pues eso hace el pecado venial.
Avisos. Se dará solamente uno, dos al máximo, difícilmente tres, pues no los recordarían. Espérese a darlos después de terminada la acusación, eligiendo lo más importante, tratando de cortar las raíces de todos o casi todos los pecados del penitente. La fórmula será breve, viva, por preguntas y respuestas; lo que se dice deberá poder hacerse, según la edad y condición de vida. Por ejemplo: ¿Sabes que Jesús escuchaba siempre a la Virgen María y a san José? Si Jesús viniera a decirte que hicieras esto o aquello, ¿obedecerías? Pues bien, tu papá y tu mamá representan a Jesús. ¿Te gustaría ir al cielo? Pues mira, si quieres que te enseñe un camino breve y fácil, reza todas las noches tres avemarías al terminar tus oraciones. ¿Lo harás? ¿Cuándo comenzarás? ¿Sabes que a tu derecha hay un ángel que escribe todos tus pensamientos, palabras y acciones? Un día tendrás que presentarlos en el juicio de Dios... Ten pues mucho cuidado. ¿Nunca has oído decir que un compañero malo es como una manzana podrida? Si la introduces en la cesta de las buenas, ¿qué sucede?... Ojo con los compañeros... Si no puedes evitarles, trata al menos de cambiar de tema. Por ejemplo, si estás cuidando el ganado, pregunta a tu compañero a qué hora os iréis a casa... Si estás en la escuela, en qué página está la lección...
Penitencia. Será breve, posiblemente que pueda hacerse enseguida, medicinal, y con un fin especial; por ejemplo, decir tres padrenuestros, no volver a ir con malos compañeros, obedecer, estudiar el acto de contrición, venir una vez al catecismo, etc.
Conclusión. Siendo el muchacho capaz de pocas cosas, trataremos de ser breves.
Con frecuencia los chicos del campo aprenden cosas malas antes que los de la ciudad y se avergüenzan más
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al confesarlas; de ahí que también para ellos se necesitan confesores de fuera, y es conveniente evitar el abuso de enviarles en grupos a este o a aquel confesor determinado. Debe dárseles plena libertad de elección. Conviene que el sacerdote sea familiar con ellos, pero no debe tocarles fácilmente; debe sugerirles cuando les prepara que el pecado que no se atreven a confesar es el primero de que se acusen, o al menos que digan: Tengo algo que no me atrevo a decir... Pregúnteme... Tengo también un pecado de pensamientos, de palabras, etc., y que respondan luego con sinceridad a las preguntas del sacerdote.
B) Con los escrupulosos
Los escrúpulos se centran generalmente en tres temas: integridad de la confesión, distinción entre pecado venial y mortal y cuándo existe o no verdadero pecado. Creen que no han dicho todo al confesarse, ven pecados mortales donde apenas es venial o consideran pecado la simple duda de fe, un mal pensamiento, la sensación del mal...
El confesor debe en primer lugar saber que quien es escrupuloso por una parte, es generalmente laxo por otra. Por consiguiente, trate con mucho cuidado de hacer que se examine y trabaje sobre aquello que provoca verdaderas caídas. Por otra parte, evite toda indecisión, como haber entendido mal, y no se ande por las ramas, sino sepa sentenciar, mandar, dar consejos breves, rotundos, seguros, siempre iguales, dichos casi de forma terminante, sin excesivos razonamientos ni explicaciones. Por ejemplo: Dices que tienes dudas de fe, pero eso no es nada, yo creo por ti... Eso no es pecado, puedes comulgar... Yo cargo con la responsabilidad... Como penitencia, haz la comunión quince días seguidos sin confesarte... Te ordeno que no cambies de confesor...
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Sobre el modo de curarles:
1º. Especialmente, por encima de todo y en todo, lo que vale es la obediencia a la palabra del confesor, incluso cuando el penitente estuviera persuadido de que peca mortalmente; pues está claro que su conciencia es falsa.
2º. Buscar las causas, que con frecuencia son: examinarse en exceso, la soledad, la debilidad de constitución, la enfermedad y la lectura de libros rigoristas.
El confesor aplicará el remedio al mal exigiendo que no se examine tanto y solamente sobre el punto donde hay laxismo; que evite la soledad o las fantasías, ocupándose quizá de quehaceres ajenos; que lea vidas de santos normales o libros espirituales según el espíritu de san Francisco de Sales y san Alfonso; que no cambie de confesor; que no le deje repetir las confesiones; tampoco perderá el tiempo tratando de persuadirle de que es escrupuloso, pues sería un remedio peor que la enfermedad.
Alguna vez podría también decirle: Hay un caso en que el confesor puede declarar que el penitente no está obligado a decir nada por muchos pecados que recuerde, y eso es lo que quiero hacer contigo hoy. Así pues, aunque estés seguro de tener pecados nunca confesados y ciertamente cometidos, no me vuelvas a hablar de ellos.
C) Con las personas piadosas
Con éstas hay que evitar varios peligros, es decir:
1º. No dedicarles mucho tiempo, ni creer que se ha hecho todo después de estar dos o tres horas confesándolas. El sacerdote debe tener en cuenta la gran masa de la gente. Sabrá pues ser breve con ellas; si lo considera útil, puede escucharlas sólo cada quince días; no busque pretextos para tener el día entero ocupado en sus
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bagatelas. Ya lo dijimos: uno de los más graves defectos que se advierten en muchas ciudades, y especialmente en las de Francia, es que el párroco dedica la mayor parte de su tiempo a una centésima parte de la población, es decir, a los devotos.
2º. Por otra parte, está muy mal despreciar al sexo devoto y especialmente a las personas que se entregan de manera especial a una vida de piedad. Está mal ridiculizarlas aunque sólo sea con otros sacerdotes, como también está mal predicar con sarcasmo o con mucha frecuencia sobre los defectos de estas personas, porque de este modo se las envilece, se desacredita la piedad delante de los otros y no se convierte a nadie. Es mejor insistir en que las prácticas de piedad deben hacerse de tal modo que ayuden a lograr las verdaderas virtudes.
3º. Procure el confesor orientar atentamente a tales personas hacia esas virtudes. Por consiguiente, no promueva una piedad de mucho sentimiento, como alguna vez se predica hoy, ni una piedad meramente exterior, como con frecuencia nos sentimos inclinados a seguir, sino una piedad que lleve a corregir primero la pasión dominante y a continuación, paulatinamente, todas las demás. Es decir, una piedad que lleve a la verdadera humildad, a la caridad, al espíritu de mortificación, a fomentar el pensamiento de la presencia de Dios.
4º. Sobre otras cosas, se tendrá en cuenta: a) que se acusen también, por lo menos en general, de los pecados de la vida pasada cuando se acusan de pecados leves e involuntarios; b) se les exhortará a cambiar alguna vez de confesor e incluso se les exigirá aunque digan y protesten que tienen confianza con el habitual (se exceptúa a los escrupulosos); c) se les inculcarán devociones propias de su estado, la elección e imitación de un santo, el amor a la Virgen María, a las obras de celo, a la meditación, a la frecuencia de los santos sacramentos, especialmente de la comunión.
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5º. El buen confesor puede encontrar en estas personas ayuda para hacer el bien a quienes él no puede llegar. Con las jóvenes puede conseguir que sean mejores sus hermanos, con la esposa su marido, con la madre toda la familia. El sacerdote puede realizar por medio de la mujer muchas obras buenas, porque ella ofrece a menudo su colaboración moral, física y pecuniaria. San Jerónimo es un buen ejemplo, pero debemos evitar la murmuración y no usar indebidamente el confesionario.
6º. Es muy importante saber que el sacerdote encuentra en estas personas uno de los peligros más temibles. Recordemos: cum mulieribus sermo brevis et durus.
D) Con los tímidos
El confesor hace bien cuando desde el púlpito trata de quitar el miedo y la timidez, predicando con frecuencia sobre la sinceridad y enseñando el modo de confesar lo que da vergüenza. Puede sugerir que se acuse primeramente el pecado que más cuesta confesar, o al menos que se comience con estas palabras: Tengo un pecado que no me atrevo a confesar, pregúnteme usted, tengo también un pecado de pensamiento, palabra, obra, etc., y que se responda tranquilamente a las preguntas del confesor. La predicación sobre la sinceridad da siempre un fruto que madura pronto, especialmente si después de la misma se va al confesionario.
Es muy conveniente animar a los penitentes en el confesionario y ayudarles con preguntas graduales a minori ad majus: pensamientos, conversaciones, deseos, obras, solos o con otros. Estas preguntas deben presentar siempre el pecado bajo el aspecto que menos avergüenza. El confesor manifestará su satisfacción y alguna vez alabará al penitente por su sinceridad.
Se les animará de diversas maneras, diciéndoles que se confiesan con un hombre como ellos, garantizándoles el
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sigilo, haciéndoles ver el gran mérito que es vencerse, que la sinceridad es una prueba de buena voluntad, recordando que la paz llenará sus corazones, que si llegara la muerte improvisa..., que los pecados escondidos serán publicados en el juicio...
No deje escapar signos de sorpresa ni se mueva al oír pecados graves; nunca reprenderá con aspereza. y en general no corregirá hasta que termine la acusación. Recuérdese siempre que hay que matar el pecado pero salvar al pecador, y que el sacerdote, como Jesucristo, debe reprender siempre al pecado y amar mucho al pecador.
E) Con los desconfiados
El confesor recordará que la confesión es grata a Dios, que hace que haya fiesta en el cielo, que Jesucristo murió y oró por los que le crucificaban; que es una ofensa a Dios desconfiar de su bondad; que los propios condenados serían perdonados si se confesaran; que san Pedro, la Magdalena y san Agustín fueron antes grandes pecadores y después grandes santos.
F) Con quienes no se acusan bien
Es algo que puede suceder de diversos modos:
1º. Porque el penitente dice cosas inútiles, en cuyo caso se le escucha con paciencia y al final se le explica amablemente el modo de decir lo que debe y de callar lo que no debe confesar.
2º. Porque usa expresiones groseras y oscuras, en cuyo caso se le escuchará con paciencia cuando no se ofende el decoro del sacramento, y al final se le enseñará a usar expresiones convenientes y claras. Si un penitente es prolijo con pecados feos, se puede cortar su acusación, corregirle y exigir que no se salga de las reglas establecidas.
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3º. Porque se trata de un descarado, en cuyo caso se le inducirá a reflexionar con pensamientos dulces, sencillos y fuertes, por ejemplo: Estamos aquí para aclarar nuestras cuentas con Dios; se trata de una gracia, pues los que mueren en pecado se encuentran en condiciones tristes ante el tribunal de Dios; la muerte llega cuando menos se espera; si estuviéramos en la agonía, ¿cómo querríamos encontrarnos en conciencia?; con la absolución se nos aplican los méritos de Jesucristo...; los santos, que entendían bien estas cosas, temblaban al acercarse a los santos sacramentos.
G) Con quien se encuentra pasando de la inocencia a la virtud o a la culpa.
Es un período entre los nueve y los diecinueve años, según la inteligencia del individuo, la educación, el ambiente, etc.
Es el período más delicado de la vida porque es el de la formación. Uno será como se haya formado, del mismo modo que la planta conserva siempre la forma adquirida al crecer. Un alma salvada del mal a esa edad será siempre buena, y una que adquiere una mala inclinación estará enferma durante muchos años y tal vez toda la vida.
Este período de la vida dura en muchos de uno a dos años o poco más; en otros es más breve y en algunos más largo. Algunos autores lo llaman crisis.
Frecuentemente se manifiesta al exterior con melancolías, tristezas e incluso con mala salud. El confesor la conoce especialmente por las dudas de fe, los pensamientos malos, ciertos deseos, ciertas imaginaciones, ciertas excitaciones al mal, ciertos sueños, ciertas acusaciones del penitente. Puede percibirlo por los deseos que manifiesta de conocer el mal, o por las tendencias, o porque practica ya lo que es pecado,
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sin conocerlo o teniendo apenas una especie de presentimiento de que no es una acción buena, como también por la tendencia al otro sexo, que es natural pero que es necesario dominar.
El confesor debe hablar al penitente más claramente en este período y como padre experimentado, debe considerarle como un hijo y decirle que se encuentra en el período más difícil de su vida; que en esto hay que vencer o morir; que es un período con serias consecuencias para la vida presente y para la eternidad; que en este caso es inútil guiarse como a cada cual le parece, que es necesario aprovechar los medios necesarios, que son:
Huida de los peligros: malas compañías, personas del otro sexo, pensamientos e imaginaciones malas, lectura de periódicos o libros malos, ocio, etc.
Oración y especialmente frecuencia de los santos sacramentos, devoción a la Virgen María diciendo al menos todos los días tres avemarías y encomendándose a ella en todas las tentaciones.
Un buen librito popular es el de GUGGINO, La impureza y los medios de vencerla, L. 1 (Cav. Pietro Marietti, Turín).4
Y aquí se nos plantea una cuestión muy importante y debatida en nuestros días: 1º, si es conveniente; 2º, si se debe; 3º, por quién; 4º, cómo explicar a los jóvenes los llamados misterios de la vida.
No se puede responder a todos, pero generalmente parece que muchos autores reconocidos están de acuerdo en los puntos siguientes:
1º. Es conveniente hacerlo cuando el joven podría sufrir las consecuencias de ignorar los misterios de la vida, bien porque podría llegar a conocerlos pecando, bien porque conociendo sólo lo que hay en ellos de peligroso y feo, y no lo hermoso
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y útil, quizá cometería mayor número de pecados. Mientras se pueda dejar de hacerlo, mejor que lo ignore todo, que menos tentaciones tendrá. ¡Feliz e inocente ignorancia!
En relación con este tema conviene añadir que será más necesario hacer esta revelación en las ciudades que en los ambientes rurales.
2º. Por otra parte, esta revelación debe hacerse del mismo modo que se adopta cualquier medio de prevención, preservación, coerción, etc., en favor de una mejor educación.
3º. Deben hacerla los padres en principio, porque ellos, por muchas razones, conocen mejor a sus hijos y porque son sus educadores naturales. Pero como son muchos los que no saben hacerlo o no se preocupan de ello, habrá que concluir que en general deberán hacerlo otros. Y el más apto es el confesor, porque a él hace el penitente sus confidencias más íntimas y delicadas, porque es el más instruido sobre la educación de los jóvenes, porque el confesionario está rodeado de una aureola espiritual que hace que se consideren sobrenaturalmente incluso las cosas más escabrosas y porque allí está la gracia divina.
4º. Modo. Cuando el sacerdote predica a todos, explique los medios generales para mantenerse castos, aunque prevea que muchos no entenderán. De este modo los jóvenes, cuando la pasión se despierte, contarán con las armas que más necesitan: la huida y la oración. Luego dirá a cada uno en privado lo que considere más oportuno.
En primer lugar, pueden hacerse al joven preguntas para ver qué conocimientos tiene de la materia. Si el joven conoce todo lo malo y no lo bueno, habrá que conseguir que rece y, si se puede hacer cómodamente, se hablará con él fuera del confesionario. El sacerdote tratará
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de que sus palabras tengan la mayor gravedad, seriedad y solemnidad, diciéndole que no quiere tratarle ya como niño, sino como hombre maduro por primera vez; que no le habla de la forma de dirigir una familia o una empresa, sino a sí mismo; que tiene plena confianza en su seriedad y en su buen sentido. Tratará pues de elevar cuanto pueda su pensamiento y su corazón; le trazará el plan de Dios sobre el mundo, el plan de Dios creador, tan bien descrito en el Génesis, sobre el origen del hombre y de la mujer, y le repetirá las palabras mismas de Dios: Creced y multiplicaos; le hará ver los derechos soberanos de Dios sobre el cuerpo humano, la gran ley del sacrificio que preside todo el orden cristiano, y a continuación, de forma breve, le hará algunas consideraciones religiosas, morales, físicas y sociales sobre la castidad (De Gibergues).5
Puede suceder que el penitente ignore totalmente o casi totalmente los misterios de la vida. En este caso, el confesor, tras decirle que hablar por necesidad de estas cosas no es pecado, puede explicárselas usando el ejemplo del polen que de una flor macho termina cayendo en una flor hembra y la fecunda, que el fruto se desarrolla en el ovario hasta que éste se rompe y produce el fruto debido. Pero debe procurar inmediatamente elevar su pensamiento diciéndole por qué Dios dio a la humanidad esa tendencia mutua entre los sexos, que según sus designios se trata de algo sagrado... En lo demás procederá como con los instruidos en la materia.
Podría decir: Del mismo modo que el sacramento del orden permite tener hijos espirituales y celebrar la santa misa, mientras que si ésta se celebra antes de ser sacerdotes se comete sacrilegio, así el
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sacramento del matrimonio permite tener hijos carnales, mientras que, antes de recibirlo, lo que se haga en relación con él es una especie de sacrilegio.
El confesor tratará especialmente de hacer ver con claridad la suma fragilidad, los gravísimos peligros que se corren con el pensamiento, la mirada, la lectura de cosas malas, los compañeros, la familiaridad con personas del otro sexo. Además, tratará de inculcar cuanto pueda la obligación de usar medios como la huida y la oración.
Alguno podría preguntar si esta instrucción debe impartirse a las muchachas. Por mi parte, sólo puedo responder así:
1º. Antes de hacerlo, el sacerdote hablará de ello con su propio confesor, quien verá cómo se encuentra él mismo sobre el tema,6 la fama que tiene...
2º. En general, parece conveniente hacerlo más tarde que con el joven.
3º. Intentar que sean las madres quienes lo hagan, aunque en esto se necesita mucha prudencia.
Un libro excelente que aconsejo a los padres y las madres suficientemente preparados es el de P. Ruiz: Educación a la castidad,7 L. 2 (Cav. P. Marietti, Turín), libro que también pueden leer con provecho los sacerdotes.
NB. Podría suceder que una joven preguntara qué le será lícito en el matrimonio. El confesor, tras exponer con la debida atención y con suma prudencia el fin del matrimonio, aconseje a la penitente que obedezca en todo a su marido, sin ningún temor; si luego surge alguna duda, que la consulte en la confesión. Y entonces el confesor, con palabras breves y claras, juzgará según las reglas dadas por los teólogos.
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H) Con quien ha hecho confesiones sacrílegas o nulas.
Para facilitar una confesión general se podrá proceder así: dejar que el penitente haga la acusación de la última confesión (material o sacrílega); luego se le pregunta cuándo hizo la última confesión buena; si más o menos se ha regulado siempre como desde la última material o sacrílega; cuál fue el pecado callado o el defecto cometido en la confesión; con qué frecuencia se ha acercado a los sacramentos. Esto es suficiente. Recordemos que el sacerdote debe ser padre misericordioso, sobre todo en estos casos. Lo que importa conocer es el estado del penitente, más que el número y la especie de los pecados.
I) Con los no dispuestos
Pueden estar así por varias razones:
1) Por ignorancia de las cosas que deben saberse, y entonces, si es posible, conviene instruirles en las cosas necesarias por razón de medio o de precepto; si no, se les da algún medio con el que puedan instruirse de otra forma.
2) Porque no quieren cumplir alguna obligación, como restituir, evitar una ocasión no necesaria, etc.; agotadas todas las exhortaciones, se negará la absolución hasta que cumplan con su deber.
3) Porque no están arrepentidos, en cuyo caso el confesor, más que en la acusación, se fijará en el dolor, que es la parte más esencial de la confesión. Por eso tratará de excitarle a ese dolor, y en el caso de que sea muy probable que no lo tenga, no le absolverá.
4) Porque faltó el examen de conciencia, y entonces el confesor ayudará al penitente con preguntas, siguiendo el orden de los mandamientos y haciendo sobre cada uno de ellos las preguntas que crea convenientes, teniendo en cuenta
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la condición del penitente. En estas preguntas deben seguirse las reglas que dimos al hablar de los jóvenes. Aquí debemos decir que generalmente los hombres son más sinceros, que en el séptimo mandamiento basta con una pregunta muy general, por ejemplo: ¿Te traen de cabeza las cosas de los demás?
§ 4. - LA PENITENCIA
Reglas:
1ª. Que sólo sea de una clase: por ejemplo, todos padrenuestros.
2ª. Que incluya un aviso: por ejemplo, decir cinco padrenuestros para corregir la cólera.
3ª. Que sea medicinal: por ejemplo, limosna a un avaro; un sermón a quien oye pocos; una visita al Santísimo a las personas piadosas; lectura del capítulo de un libro que hable del defecto principal; durante tres días, hacer a una hora determinada el examen de conciencia; quien no reza, que diga tres días las oraciones de la mañana...
§ 5. - APERCIBIMIENTOS
Serán:
1º. Después que el penitente haya terminado la acusación, generalmente.
2º. Pocos, uno, dos, raramente tres.
3º. Breves, pero jugosos. Por ejemplo: El Señor pedirá cuentas en el juicio a los padres y madres del alma de sus hijos; por tanto, buen ejemplo; se debe recurrir rápidamente a la Virgen María en las tentaciones. En lugar de largas conversaciones, se pueden aconsejar libros a las personas piadosas.
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4º. Preparados previamente y que incluyan un modo de enmendarse. Por ejemplo: Un mal compañero es como una manzana podrida entre las buenas, así que huyamos de ellos.
5º. Capaces de hacer conocer y temer el pecado, pero nunca temer la confesión o al confesor. Terminar siempre dando ánimos y confianza.
§ 6. - LA ABSOLUCIÓN
Sabemos qué reglas recomiendan los teólogos. Aquí sólo quiero recordar lo que he visto que es más útil y preferible en la práctica de la confesión.
Cuando se duda de las disposiciones, se dará a quien se confiesa pocas veces. Pero debemos recordar la regla establecida anteriormente: no debe darse al azar y siempre, es absolutamente necesario el arrepentimiento para que produzca sus frutos.
En la duda, cuando son personas devotas las que se confiesan frecuentemente y siempre, pertinazmente, con los mismos defectos, será mejor retardarla de vez en cuando para que el aviso sea más fuerte.
§ 7. - AVISOS GENERALES MÁS HABITUALES
1º. Huida de los peligros: compañías, ocio, periódicos malos, diversiones peligrosas.
2º. Oración, es decir, frecuentar los santos sacramentos, oraciones de la mañana y de la noche, lecturas buenas de libros y periódicos, oír todos los domingos la palabra de Dios, pensar a menudo en los novísimos, incluso cuando se está trabajando.
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§ 8. - AVISOS PARTICULARES MÁS HABITUALES
A los jóvenes (ver arriba).8
A los padres: instrucción, educación, corrección, buen ejemplo a los hijos.
A las mujeres: recordar que pueden salvar al marido, a los hijos y a los hermanos si tienen verdadero espíritu de sacrificio, sincero afecto, amor a la virtud, especialmente a la obediencia.
A los hombres: evitar el juego, las discusiones y las tabernas.
§ 9. - CONDUCTA DEL CONFESOR
1º. Antes de entrar en el confesionario es necesario orar, porque lo que se realiza en ese ministerio es lo más grande que se puede hacer en la tierra; porque ese recogimiento causa una impresión excelente en el pueblo; porque los penitentes se acercarán ininterrumpidamente y el confesor, al no estar preparado para todas las necesidades, para tantos casos, para tantos caracteres, tiene mucha necesidad de la gracia y la luz de Dios; porque el confesionario podría ser un peligro para el sacerdote. La oración puede ser un avemaría, un ángel de Dios, un Ven, Espíritu Santo, un padrenuestro... También Adiuva me, Domine Deus, ut alios salvem, me ipsum non perdam;9 también puede decir las oraciones del libro de la Sabiduría: Da, Domine, sedium tuarum assistricem sapientiam.10 Puede también añadir: Domine, esto in corde meo et in labiis meis, ut digne ac competenter hoc sanctum ministerium exercere valeam.11 Y puede terminar diciendo Actiones nostras, etc.,12 y un avemaría.
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Puede también llevar consigo un crucifijo y cuando confiesa dirigirle de vez en cuando una mirada amorosa y besarle.
Además de la oración, ayuda la preparación de algunos avisos generales, especialmente cuando se conocen en general las necesidades de los penitentes que van a confesarse, porque así serán breves, vivos y prácticos.
2º. En el confesionario, el sacerdote debería observar muchas reglas sobre el modo de hablar y sobre las cosas que tiene que decir; no mirará fijamente a quien se confiesa o espera, especialmente si se trata de mujeres, pero un exceso de reglas hacen que se salte la regla. Es suficiente una: que recuerde, lo que realmente es así por los poderes de su ministerio, que es Jesucristo; que acoja con la misma modestia, trate con la misma caridad que Jesucristo y compadezca y sea fuerte como él lo fue. ¿Cómo haría Jesús en mi caso? Con esto será suficiente.
3º. Después de la confesión, evítese volver sobre ella con el pensamiento (excepto en caso de verdadera necesidad o conveniencia) o con la palabra. Puede hacer mucho mal discurrir sobre la confesión, especialmente sobre lo relacionado con el sexto mandamiento, aunque se dé por supuesto, como efectivamente sucede, que quede suficientemente garantizado el sigilo sacramental. Lo contrario sería malo para el sacerdote y malísimo para el penitente. Sin embargo, cabe preguntarse si en algunas rectorías, durante las misiones, los ejercicios espirituales, etc., se evita esto siempre. Nunca se debería aludir a la confesión si no es por verdadera necesidad. Los sacerdotes más ancianos, y quizá alguna vez los no tan ancianos, harían bien en avisar a quien se sienta inclinado a faltar a esto. Se trata de un defecto fácil entre los jóvenes. Dios no quiera que sea síntoma de relajamiento sobre el sexto mandamiento en quien se comporta de ese modo.
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Puede haber casos difíciles, y será el momento de consultar libros sobre el tema, además de haber sacerdotes serios con quienes se puede tratar de ello. Hay un tiempo oportuno de hacerlo que no es la comida, especialmente si son varios los comensales. Antes que hacer sospechar sobre el penitente, antes que desacreditar la confesión, es mucho mejor exponerse al peligro de resolver mal algún caso, contentándose con estudiar y orar.
§ 10. - DOS CUESTIONES PRÁCTICAS
1º. En la práctica, vemos que es muy importante no permitir nunca que el penitente sospeche que recordamos o sabemos algo de lo dicho por él. Del mismo modo, y más aún, después de confesar no se debe nunca dar ocasión a que se sospeche que recordamos la confesión. La confesión es una cosa totalmente separada de la vida ordinaria: se la escucha cuando el penitente se acusa, pero fuera del confesionario todo ha terminado, como si no hubiéramos entrado en él. Con esto no quiero combatir lo que al respecto dicen los teólogos, sólo quiero exponer la actitud más conveniente adoptada por los confesores más experimentados.
2º. Hay confesores que nunca aconsejarían a una muchacha que se hiciera religiosa o a un muchacho que fuera sacerdote. Dicen: En el mundo hay una gran necesidad de buenos padres y madres de familia. Es verdad, pero la conclusión es demasiado amplia.
Otros dan su consentimiento con mucha facilidad al deseo de hacerse religiosos o de entrar en el seminario. Dicen: Las religiosas hacen un bien inmenso, las vocaciones son
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pocas, se necesitan muchos sacerdotes. Hay en esto cierta exageración. Al respecto, me parece muy acertado lo que concluía el artículo de un buen autor: No conviene dilucidar si es mejor poco o mucho clero; lo que hay que hacer es examinar bien si se trata de verdadera vocación o no. Exclúyase a quienes la han perdido o no la tienen. El Señor, dueño verdadero de la viña, no da la vocación ni a muchos ni a demasiado pocos, la da en la medida de lo necesario. A nosotros nos corresponde vigilar para que no entren los indignos ni se queden fuera los llamados.
Lo mismo se puede decir de las vocaciones a la vida religiosa. Estúdiese atentamente si se trata de verdadera vocación. Si el resultado es afirmativo, se la favorecerá y apoyará, y si es negativo, el sacerdote disuadirá de ello con todos los medios posibles.
§ 11. - EL CONFESOR Y EL CELIBATO
Aquí sólo queremos hablar de las personas que viven en este estado, que no se mezclan con el mundo.
Un autor, Frassinetti,13 observa que por experiencia se dio cuenta de la conveniencia y utilidad de hablar a menudo del celibato al pueblo. Es verdad que tal sermón, por lo menos indirectamente, es muy benéfico, porque eleva al sacerdocio en la estima popular y toca una virtud que es muy difícil en el mundo, y tan necesaria como la castidad. Debe hablarse de este tema por lo menos alguna vez, pues también es muy importante que en la mente del pueblo se tenga una idea de la noble misión del sacerdote, siendo tan fácil juzgar al sacerdote como un empleado cualquiera.
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El celibato solamente se puede aconsejar a las personas que quieren observarlo viviendo en el siglo con estas condiciones:
1º. Que ellas mismas elijan esta forma de vida.
2º. Que se prevea que vivirán castamente. Téngase en cuenta que alguna vez estos célibes se convierten en uno de los fastidios más graves de los confesores, bien porque se encuentran con ocasiones necesarias de caídas frecuentes, con cuñados o cuñadas, bien porque, acostumbrándose a caídas solitarias, será difícil que consigan corregirse.
3º. Que en general, especialmente tratándose de mujeres, tengan de qué vivir y puedan fácilmente ganárselo con el trabajo. ¡Cuántas veces, los tíos o tías en casa, llegados a la vejez, son el hazmerreír de todos, de los nietos, de los hermanos y las hermanas! Si al menos son dueños de algo, la esperanza de heredar les haría más amables y se les respetaría más.
Por otra parte, en muchas ocasiones, si viven solos y caen enfermos, se encuentran en la miseria y terminan en el asilo.
En suma, que el celibato es un estado muy bueno pero tiene sus peligros, por lo que habrá que exigir prudencia en su elección.
Es indudable que muchas veces estos célibes ayudan mucho al párroco. Suelen ser los sacristanes y los que cantan en el coro cuando se trata de hombres, y si se trata de mujeres, son ellas las que dirigen las organizaciones de las jóvenes y las que, si son modistas, conducen a la piedad a las que aprenden a coser con ellas, etc. En algunos casos, cuando tienen verdadero espíritu, realizan un bien inmenso.
Los medios para mantenerse en la virtud son los que se sugieren habitualmente para la pureza: huida de los peligros y oración.
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§ 12. - EL CONFESOR Y EL ESTADO MATRIMONIAL
Aquí queremos dar solamente algunos avisos especiales sobre este estado.
1º. Recuérdese siempre este aviso del Apóstol: Melius est nubere quam uri.14 Cuando hay jóvenes que por circunstancias externas podrían casarse y, por estar solos, pecan..., es una obra de caridad aconsejarles con prudencia a dar este paso.
2º. Con los que se presentan y dicen que están a la espera del matrimonio y mientras tanto se pierden en sus amoríos, hay que ser muy prudentes. Por una parte no se les puede prohibir amarse, pues tienen que casarse; por otra, muchas veces los chicos, y especialmente las chicas, se hacen ilusiones con estas esperanzas; en tercer lugar, en estos casos hay siempre peligro de pecar. Algunas reglas que pueden ayudar algo: por lo general, no contraer matrimonio sin el permiso de los padres: si no hay esperanza o voluntad de matrimonio, esos enamoramientos son siempre dañinos...; si están decididos a casarse y las circunstancias externas lo permiten, que se decidan cuanto antes, pero mientras están a la espera de contraer matrimonio es necesario que los novios no estén solos.
3º. El sacerdote debe inculcar a los padres y a las madres que no quiten ojo a los hijos en ese tiempo con la excusa de que ya están casados. Tampoco pueden permitir que se expongan a cualquier peligro con el pretexto de que tienen que buscar al que debe casarles. Este prejuicio reina en muchos sitios, especialmente cuando se trata de las chicas.
4º. El sacerdote se metería generalmente en
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líos graves si asumiera la función de unir a ésta y aquél en matrimonio, aunque fueran familiares suyos. Estas cosas terminan siempre, o casi siempre, dejando una impresión nefasta en el pueblo.
5º. El sacerdote, y más aún el párroco, debe ser muy cauto antes de dar malas informaciones con motivo del matrimonio, y lo mejor es no hacerlo nunca. Es mucho mejor remitirles a otros. Si se pueden dar buenos informes, dicen algunos, que se den; pero en este caso, cuando no los dé, ¿no hará sospechar que se trata de personas con mala fama?
6º. El sacerdote, a quien le diga que quiere casarse, puede recordarle la santidad de este sacramento, la necesidad de rezar y reflexionar bien para hacer una buena elección, el deber de prepararse convenientemente por tratarse de una decisión que tiene serias consecuencias por los deberes que se asumen en general ante el compañero y los hijos que lleguen.
7º. Si los esposos no tuvieran instrucción religiosa suficiente, el sacerdote, no pudiendo dársela en el confesionario, lo hará de otro modo y los examinará. Es mejor examinar al esposo por separado y a la esposa delante de su madre.
8º. Si una joven pregunta sobre lo que le es lícito en el matrimonio, se la puede, y quizá sea lo más prudente, enviar a su madre o a alguna mujer seria de su familia (ver arriba [n. 181]).
9º. Cuando algunas mujeres se quejan de indiferencia o desconfianza de sus maridos, convendrá exhortarlas a tratarles lo más afectuosamente posible, tanto para alejar toda sospecha como para ganarse enteramente su corazón.
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10º. Cuando encuentran graves dificultades para realizar bien los deberes conyugales del matrimonio, por miedo a que lleguen más hijos, tras haber agotado las exhortaciones habituales, se les puede enseñar que en algunos tiempos, según médicos de prestigio, la concepción es muy difícil y que, haciendo un sacrificio, dejen las cosas para esos tiempos. Entre las exhortaciones que deben hacerse, muchos dicen que es eficaz para las personas serias la siguiente: Cuando se defrauda así al Señor, impidiendo nuevas almas para el cielo, os merecéis los castigos de Dios, quien podría incluso quitaros los pocos hijos que ya os ha dado y en los que habéis puesto todas vuestras esperanzas. Por lo demás, todos saben que es éste uno de los puntos más difíciles para el confesor. En la práctica, se diga lo que se diga en teoría, muchos consideran que es muy difícil que se presente el caso de estar obligados a declarar que el onanismo es pecado grave, incluso cuando preguntan. Casi nunca hay esperanza de fruto.
§ 13. - CÓMO PROCURAR LA FRECUENCIA DE LA CONFESIÓN
Principios. Recordemos siempre lo establecido anteriormente: fin de la religión y del sacerdote es unir las almas a Dios. Y las almas se unen a Dios justamente con los santos sacramentos. Todo lo que hace el sacerdote en su vida individual, eclesiástica y pastoral debe tener esto en cuenta. El sacerdote no es un político, un músico, un literato, un administrador, un banquero y menos aún un saltimbanqui..., aunque pudiera en determinadas circunstancias desempeñar estas tareas, cuando con ellas llevara las almas a Dios. En todo lo que hace, el
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sacerdote debe tener presente el fin que debe conseguir: unir las almas a Dios por medio de los sacramentos. Por consiguiente, su primer afán será generalmente éste: lograr que se frecuenten los santos sacramentos.
Medios.1º. Desde el púlpito. Predicar frecuentemente (partiendo del evangelio, de la instrucción, de las fiestas especiales de la Virgen María, de Navidad, de Pascua, etc.) sobre la necesidad de la confesión, sobre sus ventajas, sobre el modo de hacerla. Téngase también en cuenta que a menudo ayuda más una simple invitación a acercarse a la confesión en meses especiales (mayo, junio, octubre, noviembre), en las fiestas de la Virgen María, etc., que un gran sermón en otro tiempo.
Enseñando el catecismo, se puede conseguir mucho de los chicos si se les invita con frecuencia a confesarse, todos juntos o individualmente; si se les explica bien el modo de hacer rápidamente y con satisfacción la confesión. Estaría muy bien que cada dos meses se les ofreciera a todos la posibilidad de confesarse y se les invitara con calor a hacerlo.
2º. Desde el confesionario. Excitarles, enseñando a los penitentes, especialmente a los hombres, cómo encontrar tiempo para ello; haciéndoles ver que la confesión frecuente se puede hacer mejor y rápidamente; dándoles a ellos la preferencia por estar más ocupados y porque tienen menos paciencia; no exigiendo la perfección, sino sintiéndose satisfechos con las cosas esenciales cuando no es posible conseguir más; acogiendo siempre a todos de manera amable, para que se sientan más animados; insistiendo sobre las mujeres para que animen a sus hijos y maridos a confesarse; e insistiendo también sobre quienes tienen personas bajo su dependencia para que les concedan el tiempo necesario; indicando que la confesión es un
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medio de corregirse y una seguridad contra el peligro de una mala muerte.
3º. Facilitar la comodidad de confesarse. Es el mejor medio. a) Estar presentes muy de mañana en la iglesia. Dice Frassinetti: Hay iglesias en las que los confesores son abundantes, pero sea porque quieren orar antes (éstos son los menos), sea porque quieren decir antes la santa misa, o porque se levantan tarde, pocos o ninguno se encuentran en el confesionario a primera hora.15 Es necesario estar muy de mañana en la iglesia, tanto en el campo como en la ciudad: en la ciudad se pueden presentar pronto las sirvientas, algunas obreras, las madres que no pueden esperar; en el campo, o se confiesan pronto o la mayoría no lo hace. En una parroquia de tres mil almas, durante el período en que fue coadjutor un sacerdote celoso y muy madrugador, comulgaban dos mil personas; se cambió de coadjutor y las comuniones se redujeron a ochenta semanalmente porque el confesionario estaba siempre vacío a primera hora.
Muchos dicen que conviene hacer la meditación apenas levantados, pero si hay penitentes que esperan, es mejor atenderles antes a ellos. Nosotros somos servidores de las almas, por lo que estará muy bien que, apenas entremos en la iglesia, vayamos a arrodillarnos junto al confesionario, donde podemos comenzar la meditación mientras esperamos que alguien se acerque.
b) Ser asiduos. Como las primeras veces la gente no está enterada, quizá no haya penitentes, pero probablemente, transcurridos algunos días o meses se vayan presentando algunos, hasta ir añadiéndose muchos otros y constituir un grupo numeroso. Se correrá pronto la voz, la gente se enterará y acudirá, y entonces se podrá avisar
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públicamente a todos, de manera especial a los chicos del catecismo. En una parroquia donde éstos saben que el miércoles y el sábado por la tarde, después de la escuela, hay confesores en la iglesia, por la mañana del jueves siguiente hay treinta comuniones y en la del domingo cincuenta, sesenta o incluso más. ¡Y eso que es una parroquia pequeña!
c) Horario fijo. Cualquier profesión de este mundo tiene un horario, por lo que me parece que es correcta la opinión de esos sacerdotes prácticos que, sin sujetarse ciegamente a un orden, saben mantenerlo firmemente. Poco a poco la gente se acostumbra a ese orden. Los confesores podrían organizarse16 entre ellos cuando son muchos, con la guía del párroco, para que siempre hubiera alguien a disposición de los penitentes (naturalmente, siempre que sea probable que éstos se presenten). Donde sólo haya uno o dos sacerdotes, pueden tratar de estar cerca del confesionario durante las horas más habitualmente cómodas para la gente. Por ejemplo, pueden estar cerca del confesionario cuando recitan el breviario, cuando hacen la meditación, la lectura espiritual, la visita al Santísimo o rezan el rosario. También pueden hacer algunas de estas cosas por la tarde. Cada día un poco, en el breve período de un año se conseguirá hacer cosas que se creían imposibles. Hay muchas parroquias que pueden demostrar esto.
Naturalmente, a determinadas horas, y aún más para ser fieles a ellas, se necesita espíritu de sacrificio, amor y celo por las almas, pero debemos buscar, más que nuestra comodidad, el beneficio de los demás. Y conviene tener presente que hay mucha diferencia entre ir al confesionario sólo cuando se nos llama y esperar allí a los hijos pródigos.
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Muchos no se atreven a llamar al sacerdote, otros no se preocupan de ello. En algún sitio ponen junto al confesionario un timbre para comodidad de los fieles, que ayuda especialmente cuando el sacerdote debe ausentarse. Sin embargo, siempre que pueda estar presente, como decíamos antes, conviene que lo haga.
d) Facilitar confesores de fuera. Recordamos lo que ya dijimos anteriormente, que los sacerdotes cercanos entre parroquias pueden intercambiarse servicios, bien reuniéndose en una parroquia cuando se dan ocasiones especiales de confesiones, bien yendo uno a la parroquia del otro un día a la semana o cada quince días (naturalmente, esto cabe hacerlo en los pueblos donde haya sólo uno o dos sacerdotes).
e) Promover ocasiones de confesiones generales. La ocasión hace al ladrón, y alguna vez le hace también santo. Pueden ser una buena ocasión los ejercicios espirituales, las cuarenta horas, los triduos eucarísticos, las novenas, la fiestas del Señor (Navidad, Pentecostés, Corpus Christi), la cuaresma, los meses de mayo, junio y octubre, la hora de adoración mensual, el primer viernes de mes. Entre las formas usadas últimamente, han sido reconocidas como muy eficaces la de la Asociación del Smo. Sacramento,17 en la que se hace una hora de adoración pública y solemne, que tiene indulgencia plenaria para quienes se confiesen y comulguen; la de distribuir a lo largo del mes un domingo para cada grupo de hombres, mujeres, chicos y chicas; la de instituir compañías religiosas cuyos miembros tienen como regla acercarse en determinadas circunstancias a los santos sacramentos, como los Terciarios de San Francisco.18
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Un sacerdote veía con mucho dolor en su parroquia que todos los años se acercaban a cumplir con Pascua unos seiscientos hombres poco o nada preparados durante los últimos domingos del tiempo programado. Estableció un plan cuaresmal y determinó que los sermones se distribuyeran cada domingo de cuaresma y que en la semana anterior al Domingo de Ramos hubiera dos cada día: una meditación por la mañana y una instrucción por la tarde. Los hombres que no hubieran ido durante la cuaresma entera, asistían a los sermones de una sola semana. En los últimos tres días se invitaba a confesores de fuera y los hombres, mejor preparados, cumplían con Pascua de manera satisfactoria.
Sé que en otros sitios las instrucciones semanales se distribuyeron del siguiente modo: un triduo de preparación a Pascua para los chicos del catecismo; otro para las chicas; el tercero para los jóvenes que ya no asistían al catecismo; el cuarto para las mujeres y el quinto para los hombres. Estaban distribuidos de tal modo que cada semana de cuaresma debía haber uno y al final se hacía una comunión general muy devota. Cada grupo de personas recibía los avisos y las reflexiones adecuadas. En otros sitios se distingue todavía entre estudiantes y trabajadores. Pero lo cierto es que estas clases de personas divididas así se sienten más animadas a cumplir con su deber y evitan las aglomeraciones, lo que cansaría mucho y se conseguiría menos fruto.
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1 Un cristiano animado de celo apostólico mirará a la conquista de las almas, es una frase que se ha hecho tradicional. El verdadero celo no busca los bienes temporales, ni los triunfos humanos aunque sean merecidos; busca sólo el bien de las almas conquistándolas para Cristo... A esta disposición de ánimo se adaptan de maravilla las conocidas palabras: «Da mihi animas, caetera tolle tibi - Dame la gente, quédate con las posesiones» (Gén 14,21).
2 En el original se usa un término típico del Piamonte (“hija”). - No hace falta repetir que el Autor, aquí y en otros pasos, sintoniza con la sensibilidad pastoral de comienzos del siglo XX.
3 Cf. ALFONSO M. DE LIGORIO (san), Istruzione pratica pei confessori, Obras ascéticas, dogmáticas y morales, vol. IX, Marietti, Turín 1887, p. 630. Las frases en cursiva del capítulo sobre el modo de “comportarse en el confesionario con las diversas clases de penitentes” parecen tomadas de ese texto (pp. 609-635) y reformuladas. El método es parecido.
4 G. GUGGINO, Dell'impurità e dei mezzi per vincerla, Marietti, Turín 1907.
5 Cf. M. DE GIBERGUES, La castità. Conferencias, trad. de E. Valenti, Artigianelli, Monza 1913, p. 53.
6 En el lenguaje de la teología moral: “sobre el sexto mandamiento”.
7 A. RUIZ, L'educazione alla castità, Marietti, Turín 1909.
8 Cf. ATP, nn. 177-181.
9 «Ayúdame, Señor, a salvar a los demás, y a no perderme a mí mismo».
10 Cf. Sab 9,4: «Dame la sabiduría, que se asienta junto a tu trono».
11 «Señor, estate en mi corazón y en mis labios, para que yo pueda ejercer este santo ministerio dignamente y con competencia».
12 «Tu gracia, Señor, inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin» (Oración colecta, jueves de Ceniza).
13 Cf. G. FRASSINETTI, “Il paradiso in terra nel celibato cristiano”, en Letture cattoliche, año IX, fasc. IX, Paravia, Turín 1861, pp. 77-81.
14 1Cor 7,9: «Es mejor casarse que consumirse de pasión».
15 Cf. G. FRASSINETTI, Manuale pratico..., o.c., pp. 356-359.
16 El original dice “acomodarse” por “llegar a un acuerdo”.
17 Cf. ATP, n. 34, nota 30.
18 Cf. ATP, n. 94, nota 4.