Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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PARTE PRIMERA
LOS FUNDAMENTOS DEL CELO

INTRODUCCIÓN

La Iglesia, con el fin de realizar la misión divina de guiar a las almas al cielo, estableció a lo largo de los siglos reglas y normas determinadas, a veces con amenaza de penas, para los sacerdotes. Pero por poca práctica que se tenga de la vida, se admitirá que, desde evitar las penas canónicas a ser sacerdotes santos y buenos pastores de almas, hay un gran trecho. Podría fácilmente suceder que un párroco estuviera en regla ante sus superiores eclesiásticos y ante el derecho canónico y ver que en pocos años se vacía su iglesia, que cesa la frecuencia de los santos sacramentos, que aumenta la ignorancia de la juventud en religión, que se extiende la inmoralidad, que deja de ser cristiana la vida de la gente. Cuando a la técnica de la liturgia, de lo canónico, de la predicación, etc., le falta alma, es decir, espíritu ferviente en el sacerdote, el resultado será muy escaso..., algo parecido a un cadáver... También los libros que tratan de las cualidades y de los deberes de los eclesiásticos insisten mucho y con frecuencia en el estudio y la piedad, pero muy poco
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en el celo. Sin embargo, el celo es un aspecto esencial del sacerdote; es el fin al que deben tender la ciencia y la piedad; es como el distintivo del apóstol.
Es necesario formar al celo. El celo brota de un gran espíritu de piedad que hace desear con intensidad el honor de Dios y la salvación de las almas. Se sirve como de medio indispensable de la ciencia sacerdotal, y en su ejercicio supone que el sacerdote tiene los medios materiales necesarios para su existencia, para dedicar todo o casi todo su tiempo a las almas.
Hablaré pues de la piedad y del estudio del sacerdote, a los que añadiré, como apéndice, algunas advertencias sobre la administración de los bienes temporales.
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