Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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CAPÍTULO XI
CONSTRUCCIÓN DE IGLESIAS

La iglesia es la casa donde habita Jesús Eucaristía, la casa de la oración. Y en esa casa se forman los cristianos por medio de los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, la Penitencia y la Eucaristía, así como por la instrucción que se da con el catecismo, el evangelio y la predicación. Por consiguiente, ¿qué puede haber más importante que construir iglesias y conservarlas con decoro? Limitándonos aquí a su construcción, nos referimos a algunas cosas prácticas:
1º. Sean por su número y amplitud suficientes para contener a la población cómodamente. ¿Cómo se podría insistir con nuestros avisos y nuestra predicación para que la gente participe en las funciones si la iglesia no es capaz de albergar a todos los que desean hacerlo o tiene que estar tan apretada que a duras penas pueda soportarse, especialmente en verano?
En muchos pueblos las iglesias están hechas de tal modo que apenas pueden acoger a las mujeres, dejando a hombres y muchachos sólo los rincones, la sacristía y el coro, donde tan incómodos están que, en lugar de rezar, hablan, y en lugar de escuchar la palabra de Dios, molestan.
Frecuentemente sucede que en pocos años un barrio de ciudad se desarrolla considerablemente, e incluso extraordinariamente, y no existe ninguna
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iglesia o la que hay es muy pequeña. A veces, por diversas razones, las de los pueblos se quedan vacías porque la gente ha emigrado a la ciudad, donde se amontona y no dispone de ninguna. Es necesario que un pastor de almas y todo eclesiástico sepan solucionar estas carencias y se construyan a tiempo iglesias suficientes. No debemos permitir que en un nuevo barrio las nuevas construcciones invadan el mejor terreno y se deje para la casa de Dios el último espacio sobrante, el menos apto para el fin deseado, alejado del centro y de difícil acceso. Es bastante fácil prever aproximadamente qué cambios se producirán en la construcción de edificios y qué novedades habrá debido a las nuevas exigencias de la vida social, del comercio, de la industria y de la higiene; basta tener ojos para ver y cabeza para pensar. Y cuando se barrunta que quizá pasados veinte o treinta años una iglesia puede ser útil en un lugar determinado, se debe pensar inmediatamente en adquirir el mejor sitio y en su dimensión. Hechas las previsiones y vistas las necesidades, primero se edificará una capilla provisional y más tarde una iglesia, que puede incluso ser grandiosa.
Y en esto cada uno puede comprender que el lugar no solamente debe ser suficiente para construir la iglesia, sino también la rectoría, y en la actualidad incluso un oratorio, una escuela parroquial y casa para la acción católica. Son cosas que se necesitarán más adelante, quizá a lo largo de un siglo. En muchas ciudades de Alemania se construyen enseguida estos locales, se alquilan y en los grandes centros se obtienen cantidades capaces de saldar las deudas contraídas en la adquisición. No en todas partes es esto posible, pero algo parecido ha sucedido también en nuestras ciudades.
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2º. Se dice: En las grandes obras lo que más falta es el dinero. Como regla, esto es falso; lo que por el contrario falta son hombres que sepan idear grandes cosas, que tengan la osadía de comenzarlas, que estén provistos de sentido práctico, que trabajen con perseverancia y gran espíritu de sacrificio. Lo mismo debe decirse de la construcción de las iglesias: el dinero llega cuando se sabe hacer que llegue; se encuentra en los pueblos donde la religión languidece y se encuentra mucho más donde tiene raíces profundas en el corazón del pueblo. Dios no deja de bendecir esta obra cuando es necesaria, cuando de veras se hace con espíritu recto, cuando somos constantes en superar las primeras dificultades, que son la prueba con la que Dios hace sabio a quien emprende tales obras. Existen muchas habilidades para ese fin y, admitiendo que casi para cada iglesia pueden ser especiales, aquí aludimos a algunas.
a) Adquirida a tiempo un área adecuada, se puede comenzar construyendo una capilla que tenga un carácter de provisionalidad. En Alemana y en algunos lugares de Inglaterra las construyen de madera o de planchas metálicas. En cambio, en diversos lugares de Italia se hace así: se confía a un ingeniero el trabajo de preparar el plano de la iglesia que se espera construir más tarde, a continuación se construye una parte, pero de tal modo que incluya el coro, el presbiterio y quizá toda o parte de la nave central de la futura iglesia; conforme crece la población, el pueblo sentirá la necesidad de terminar poco a poco la construcción; colaborará espontáneamente con sus donativos, especialmente cuando el sacerdote mantiene viva la primera idea y habla de ello en circunstancias convenientes, en público y en privado.
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Este método es acertado por muchas razones.
En primer lugar, en vano se insistiría en pedir dinero para construir una iglesia grandiosa si la población, aunque creciente, es pequeña todavía. Es necesario que la población tenga desde el principio comodidad para cumplir sus deberes religiosos, porque de lo contrario caerá en el vicio y crecerá ignorante en religión. ¿Cómo va a sentir después la necesidad de una iglesia y de ayudar? Aparte de que las obras que nacen y crecen con un método positivo, tienen más estabilidad y despiertan más confianza en el pueblo.
Un sacerdote que había elegido este método contaba que sólo había tenido que pedir donativos para las primeras diez mil liras gastadas en la construcción de la primera capilla (sólo el coro y el presbiterio, con un altar provisional adosado a la pared); el pueblo había aportado espontáneamente el resto, ¡y eso que los gastos totales alcanzaron la cifra de doscientas mil liras y la construcción duró veinticinco años!
b) Otro método: donde se prevea que una ciudad crecerá mucho por una parte, o que en una zona surgirá pronto un barrio importante, se puede adquirir a tiempo un terreno amplio que con el tiempo se pueda vender a precio más alto... Se puede conseguir una ganancia casi suficiente para la futura iglesia. No siempre convendrá que el sacerdote haga esto directamente; a veces conviene aprovechar la habilidad de un laico de nuestra confianza. En una de nuestras ciudades se hizo lo siguiente: un terreno que había sido adquirido a quince liras el metro cuadrado se vendió a sesenta, ochenta e incluso cien liras, y con esta diferencia
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se pudo construir sobradamente la iglesia y la rectoría.
c) En algunos sitios se procedió así: se erigió en el lugar donde se deseaba construir una iglesia un pilar dedicado a la Virgen María, al santo o al misterio del Señor con que se designaría la propia iglesia. Más acertado estuvo quien construyó primeramente una pequeña capilla, luego fomentó entre la gente su veneración y devoción con novenas, triduos, predicación, misas, oraciones y ornamentos. Promovida la devoción y lanzada la idea de una iglesia más grande, fue muy fácil conseguir lo que se deseaba. En algunos sitios algún sacerdote tuvo la idea de publicar un boletín o un folleto mensual o bimestral para informar sobre las gracias obtenidas y explicar los medios prácticos de devoción; en otros se aprovecharon las peregrinaciones o las promesas que se hacen en tiempos de sequía o de calamidades públicas.
Esta habilidad exige bastante tiempo, pero su efecto es seguro; exigiría menos si la capilla o el pilar estuvieran ya hechos y la devoción bastante propagada. Bastaría que se dejara crecer la semilla sembrada y se la hiciera fructificar.
d) Entre nosotros es más frecuente la apertura de suscripciones por cuotas mensuales a lo largo de algunos años; también podemos dirigirnos a alguna persona piadosa y pudiente, con pocas cargas familiares, para pedirle que destine a ese fin, a lo largo de su vida o después de su muerte, en todo o en parte, sus bienes; o instituir un comité (de personas honradas, mujeres u hombres) que se encargue de organizar las colectas o suscripciones necesarias. En unión con este comité, las diversas
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compañías (Hijas de María,1 Luises,2 Disciplinados,3 etc.) podrían encargarse de los gastos de la construcción de las capillas que deseen tener en la futura iglesia. Hay quien ha aprovechado los bancos de beneficencia y las representaciones teatrales y cinematográficas.
e) Como norma general, si no está bien confiar, en expresión corriente, habitual y totalmente en la Providencia hasta el punto de comenzar una gran obra sin disponer in re o in spe (bien fundada) de una buena parte del dinero necesario, tampoco es una buena regla pretender disponer ya de todo el dinero. El pueblo quiere ver algo concreto para secundarnos y desconfía generalmente de las promesas.
3º. Refiriéndonos al modo práctico que debemos adoptar en las construcciones de nuevas iglesias, es conveniente tener en cuenta algunas normas generales y otras especiales.

Normas generales. La iglesia está destinada al culto de Dios y al bien de las almas; no es pues solamente una exhibición de riquezas, una casa de lujo o una construcción artística. Debe ser capaz de servir al bien del pueblo. De estos principios se sigue que la iglesia debe superar en belleza a los edificios que la rodean, pues mientras ella es la domus Dei los demás edificios son las casas de los hombres.
Debe ser artística, pero no debe sacrificarse al arte, como a un ídolo, lo útil, la devoción y la comodidad de los fieles. Debe ser artística, pero no con un arte superficial y vacío, sino verdaderamente sagrado, cual conviene al templo. Debe ser artística, pero no debe tener las mismas exigencias en un pueblo del campo que en la ciudad. En el primero la gente se siente impresionada y respetuosa
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cuando entra en una iglesia limpia, sencilla, devota y decorosa, mientras que en la ciudad es necesario que la iglesia, con la majestad del edificio, con la precisión de las líneas arquitectónicas y los adornos y pinturas bien hechos, se imponga también a la mente de los artistas y de las personas cultas y ricas.
Transcribo aquí estas palabras de un párroco: Cuando se trata de edificar una iglesia y especialmente una iglesia parroquial, no es prudente confiar el trabajo sólo a un simple contratista ni tampoco a cualquier arquitecto. Muchas veces el ahorro que se pretende puede salirnos caro. Es mucho mejor recurrir a un arquitecto prestigioso por trabajos bien logrados. Un buen consejo en la elección es la visita y el examen detallado de esos trabajos. Así se puede ver lo que se desea y lo que no, y cuando nos presente los planos podremos hacer las observaciones que consideremos útiles. Porque debemos tener bien claro que nunca conviene confiar a ojos cerrados en un arquitecto, ya que a veces el edificio podría resultar o excesivamente grandioso o muy costoso y no práctico.
Con tal fin, el sacerdote debe previamente tener en su mente bien definidas y claras las cualidades y las cosas que quiere ver realizadas en la nueva iglesia: la amplitud, el número y la dimensión de las naves, el número y la dimensión de las capillas, la posición del púlpito y de los confesionarios, dónde debe quedar el baptisterio, la zona reservada a los hombres y los niños, cosas todas sobre las que debemos informar al arquitecto. Así evitará tener una iglesia donde el púlpito se encuentre en lugar desacertado, donde los confesionarios estén muy escondidos e impidan el necesario movimiento de la gente cuando se confiesa. En la disposición de estas cosas cuenta más el parecer del sacerdote que el del arquitecto.
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Normas especiales. Nos referimos aquí a las cualidades que debe tener una iglesia. Antes dijimos que una iglesia posiblemente debe ser artística; ahora añadimos otras cualidades que pueden resumirse en una palabra: la iglesia debe ser práctica. Ya dijimos que no es un edificio para admirar sino un lugar donde servir al pueblo. Expliquemos más claramente esto. La iglesia debe ser:
a) Amplia, es decir, capaz de albergar cómodamente a toda la población que suele ir a ella en las circunstancias ordinarias y solemnes. No solamente ha de contener a las mujeres, como ya dijimos, sino que en ella deben estar cómodos y en sitios diferentes los niños, las niñas y los hombres. Con esto no queremos decir que todas las parroquias tengan que ser tan amplias como una catedral, pues la falta de espacio con frecuencia se debe a no haber previsto a tiempo y con criterio una razonable colocación de todo y la construcción de las diversas partes (capillas laterales, coro, presbiterio, púlpito).
b) Higiénica, es decir, situada en un lugar sano, provista de ventanas grandes y numerosas, con tejado sólido y bien construido, con una bóveda cubierta con un estrato de cemento o alquitrán que evite que se estropeen las pinturas si se rompiera el techo; que sea fácil de mantener limpia en todas sus partes, especialmente el suelo, y que éste se pueda fregar.
c) Que sirva adecuadamente para su finalidad, es decir, que tenga el púlpito colocado de tal forma que el predicador domine con la mirada a todo el auditorio y que éste pueda oír bien su voz. Que los confesionarios no estén escondidos a los ojos de la gente, que haya un número suficiente para hombres y mujeres, que ocupen un espacio muy amplio, que sean cómodos para el confesor y los
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penitentes. El mismo espacio de una iglesia, que con bancos gruesos y viejos apenas podía albergar a cuatrocientas personas, con bancos adecuados ahora puede contener ochocientas. Algunos sugieren que se haga un coro muy pequeño. Hay iglesias no italianas que no tienen coro y los cantores deben colocarse en el presbiterio o en alguna capilla lateral, lo que crea algunas complicaciones al sacerdote. Todos sabemos que es muy importante que en la iglesia no haya muchos rincones, escondrijos o cuchitriles, porque causan problemas.
d) Tiene también mucha importancia que las iglesias estén siempre bien iluminadas, incluso en las horas matutinas o vespertinas. Es asimismo conveniente mantenerlas frescas en verano y calientes en invierno. Los inventos modernos facilitan estas comodidades con gastos relativamente pequeños.
e) Es un pésimo abuso adquirir cada poco tiempo tapices, adornos, cuadros, estatuas, ornamentos sin arte y sin valor. Son cosas que generalmente, más que adornar, tapan las líneas arquitectónicas más hermosas de la iglesia y alguna vez las pinturas artísticas y algunos ricos objetos. Aquí viene bien la regla poco pero bueno; si no se dispone de las sumas necesarias, esperemos; conocido es también el proverbio que dice que lo barato es caro.

LIMPIEZA EN LAS IGLESIAS

Por su rostro se conocen los pensamientos y sentimientos de un hombre y por el aspecto de la iglesia se conoce a su párroco o a su rector y el espíritu y celo que los anima.
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Una iglesia, por modesta que sea, pero limpia y ordenada, invita a orar y estimula el interés del pueblo por ella, mientras que otra que esté desordenada y desatendida, por más grandiosa que sea, disgusta al visitante. ¡Qué importante es, aunque sólo sea pastoralmente, que la iglesia esté bien ordenada!
En esto conviene recordar lo que se dijo anteriormente sobre el sacristán. No todos son aptos para esta labor, para cuya elección se requiere prudencia, y más aún paciencia para adiestrarle en su quehacer y vigilarle para que se mantenga fiel.
En general no es suficiente con esto, porque el sacerdote debe seguir pacientemente ciertos trabajos más delicados sin sentirse humillado por eso, ya que se trata de servir al Rey más grande.
En primer lugar estará atento al exterior de la iglesia, a los alrededores y a los muros exteriores, para que no se acumulen basuras; también al tejado y las paredes para reparar posibles brechas, así como a las ventanas, para que los cristales y las cortinas se mantengan en buen estado.
En segundo lugar, el interior de la iglesia: que se barra el suele a menudo y se friegue de vez en cuando; que los bancos estén limpios y bien alineados; que las paredes, las columnas, las cornisas, las cúpulas, los altares, los cuadros y las estatuas se desempolven lo necesario para estar siempre limpios; los manteles, los corporales y las albas deben cambiarse a menudo; los ornamentos, los misales y demás libros de altar deben repararse apenas lo exijan; nunca será excesivo el cuidado que el sacerdote prodigue a los cálices y a otros vasos sagrados.
Se tenga presente que para conservar por largo tiempo y en buen estado los ornamentos, la lencería, los libros y los vasos sagrados,
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conviene contar con armarios grandes puestos en ambiente sano: luego cada objeto ocupará su sitio, colocándolo siempre en orden.
Las cosas más cuidadas, no obstante, se deterioran con el tiempo y habrá que pensar en sustituirlas. En esto debe evitarse todo espíritu de avaricia o de tacañería. No seamos avaros con Dios para que él no lo sea con nosotros. Hagamos lo que debemos por nuestra parte, digamos al pueblo lo que se necesita y no dejará de haber buenas personas que nos den una mano. En todo esto pueden ayudarnos además las loterías, los bancos de beneficencia, las colectas y las proyecciones cinematográficas.

SOCIEDAD DE LOS AMIGOS DEL ARTE CRISTIANO4

Como apéndice a lo dicho hasta aquí sobre la construcción y la limpieza de las iglesias, añadimos unas palabras del programa de esta sociedad:
Esta sociedad quiere llevar al campo del arte el mismo espíritu que ha introducido en las formas litúrgicas la música sagrada. Tiene la finalidad de formar un centro para todos los artistas y amigos del arte. Por consiguiente, pretende: a) difundir la cultura, el amor y el progreso del arte cristiano; b) conservar y tutelar el patrimonio del arte sagrado antiguo; c) intensificar el movimiento de reacción contra el industrialismo vulgar que ha invadido las iglesias (estatuas de escayola, flores de papel, oleografías, tejidos poco decorosos); d) promover un afectuoso e iluminado mecenazgo dirigiendo los donativos de los fieles hacia unas formas de arte que respondan a la
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nobleza y santidad del culto; e) fundar una revista mensual ilustrada titulada Arte cristiano e instituir una Casa del Arte Cristiano, así como promover conferencias, congresos, excursiones, exposiciones temporales y permanentes, concursos, etc.
Esta reciente sociedad ha contado con el aplauso y el apoyo de muchísimos cardenales, obispos, artistas muy prestigiosos y publicistas, por lo que merece ser apoyada por todo el clero.


LAUS DEO

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1 Cf. ATP, n. 94, nota 2.

2 Cf. ATP, n. 94, nota 3.

3 El gran movimiento de los Flagelantes o Disciplinados, que surgió en Perugia en 1260 y se propagó por toda Italia, dio origen a numerosas cofradías que a la práctica de la flagelación unían la de la beneficencia. Cf. P. PASCHINI, Confraternita, EC, IV, 1950, pp. 257-260.

4 La Società Amici dell'Arte Cristiana fue fundada en Milán por F. Crispolti con el fin de «recuperar la antigua comunión entre clero y artistas y promover las formas de arte correspondientes a la nobleza y la santidad de las leyes litúrgicas». El órgano divulgativo de esta sociedad era la revista mensual Arte Cristiana, fundada en Milán en 1913 por monseñor C. Costantini. Cf. Liturgia, E.Ec., V, 1953, p. 830.