CAPÍTULO IV
LA ACCIÓN PASTORAL DE ALGUNOS SACERDOTES
§ 1. - LA ACCIÓN PASTORAL DEL PÁRROCO
I. ¿Qué finalidad debe proponerse el sacerdote para asumir convenientemente la misión de párroco?
1º. En primer lugar debe excluir los puntos de vista simplemente humanos, como serían aspirar a esta misión del mismo modo que los seglares a un empleo, sin considerar el bien que puede hacer sino sólo su utilidad personal, considerar una parroquia principalmente teniendo en cuenta las entradas; tener en cuenta solamente el honor que se adquiere ante la gente y entre el clero; libertad para atender a lo que más le gusta en la vida ordinaria; descanso tras el esfuerzo de los estudios y de los primeros años de ministerio.
2º. El fin principal que hay que tener en cuenta se puede expresar con estas palabras que leemos en Cartas de un cura de aldea:1 «Al aceptar una parroquia para dirigirla no hay que tener el pensamiento puesto en la promoción, sino en la mayor cruz que se añade al ministerio sacerdotal. Como sacerdotes, todos están obligados a trabajar por la salvación de las almas, pero el párroco tiene un deber más estricto, más concreto, más riguroso. El sacerdocio no impone solamente un cierto número de obligaciones exteriores, sino que
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absorbe enteramente a su persona. Los demás deben realizar alguna tarea determinada, pero el sacerdote debe poner a disposición de su misión toda su mente, su corazón, sus fuerzas y su tiempo. El párroco, a su vez, no sólo tiene este deber en general, sino que no puede reservarse nada para sí mismo, porque si lo hiciera sería en menoscabo de las almas; él es verdadero siervo de los siervos y no tendrá nunca descanso en la tierra. Está en lucha contra los vicios de su rebaño, contra los errores que circulan; debe sembrar las verdades religiosas, las virtudes y la piedad; su ambición es salvar a las almas; sus pensamientos, las almas; sus intereses, los de las almas. Es el hombre de los demás y está obligado a serlo no sólo de forma general por la sagrada ordenación, sino por justicia en cuanto párroco». Entre los diversos deberes sacerdotales que existen, el párroco es quien mejor debe imitar el ministerio de Jesucristo, porque es el más verdadero y eficaz director de almas. No es pues un sacerdote más, un coadjutor por ejemplo, ya que para dirigir almas no es suficiente el simple ministerio del confesor; se requiere un conjunto de elementos y condiciones de los que sólo el párroco está adornado. Cuando uno siente dentro de sí este profundo deseo de dirigir a las almas, puede aspirar a esa misión, pero debe hacerlo con los medios necesarios, adornándose de la ciencia, la virtud, el celo y la habilidad que se necesitan.
II. Programa de trabajo. Un programa bien definido y preciso no es posible ni conveniente hacerlo antes de encontrarse en la parroquia o apenas entrado en ella; pero un programa general es posible y conveniente. Porque el primero causaría en las obras un apriorismo dañino, mientras que el segundo se impone por la misión misma que tiene el sacerdote y de manera especial el párroco. Quien quiera hacerse cargo de una parroquia con una lista de las obras que desea realizar y enseguida llevarlas a cabo,
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es un iluso. Porque no todo lo que es bueno en sí mismo es bueno siempre en la práctica; no todo lo que ha conocido como cosa óptima en otra parroquia o ciudad lo es también en este lugar o en aquel otro. Es necesario estar allí, contactar con la gente, visitar a las familias, hablar mucho con las personas piadosas influyentes, darse cuenta de las necesidades, ver las miserias espirituales y materiales, el lado débil, etc. Ni siquiera cuando se haya decidido la institución de una obra hay que comenzar de inmediato con aires de novedad y grandiosidad... Los principios de las grandes instituciones son siempre humildes. Si hoy se hace lo que es necesario por las necesidades particulares y lo que es posible en las actuales circunstancias, cuando mañana crezcan las necesidades y aumenten las ayudas se hará más. Y, por el contrario, si la necesidad desaparece y las ayudas faltan, se podrá abandonar todo sin comentarios ni daño. Pero sí se requiere cierto programa general, que consiste en una voluntad firme de hacer todo el bien que se considere posible para los cuerpos y las almas. E incluso se podrá descender a algo más determinado; por ejemplo, se puede y debe siempre tratar de promover con el mayor esfuerzo y atención la frecuencia de los santos sacramentos, pero el modo y la medida de conseguir esto no es cosa que haya que establecer a priori; se verá a la larga en el lugar, se escrutará, se estudiará, se pedirá consejo a los compañeros de ministerio... Y será entonces cuando se ponga manos a la obra con esperanza de éxito.
III. Primeras obras. En una ocasión en que san Francisco de Sales envió a uno de sus sacerdotes a dirigir una parroquia espiritualmente hundida, le dio este consejo: Dedica veinte años a hacerte querer; cuando te quieran, harás más bien en un año de trabajo que en muchos
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que no te quieran. ¿Y cuál es el secreto para hacerse querer? Al principio, alabar todo lo que merece ser alabado, especialmente en el primer discurso: al párroco anterior, a los cooperadores, al pueblo, a las autoridades, a los maestros, etc. Esperar el tiempo oportuno para reprender los defectos que se ven y reformar las obras que no gustan, porque quien enseguida critica, destruye o cambia todo, quien quiere edificar inmediatamente sobre bases inexistentes, corre el peligro de atraerse la reprobación de los malos, la desconfianza de los buenos y no lograr nada. Seguidamente tratará de atender a los niños y a los enfermos con el mayor celo. Estos gestos no inspiran desconfianza ni sospechas, sino que de hecho despiertan entre la gente un afecto hacia el sacerdote que difícilmente se debilitará. Conviene que organice cuanto antes el catecismo y que visite a todos los enfermos las veces que pueda, siendo amable, prudente y breve al hacerlo para que todos le estimen y quieran. En cuanto a otras obras, en primer lugar se contentará con las que son gratas a todos; en la predicación preferirá temas que no toquen directamente los vicios más comunes, sino que los corregirá eficazmente por vía indirecta; por ejemplo, en las funciones solemnes y predicación frecuente sobre las almas del purgatorio, al hablar a menudo de la muerte y de las demás verdades eternas, al cuidar el canto sagrado, etc.
Ser útil. Al niño le atrae la golosina y a todos el bien. Cuando un sacerdote trata no sólo de hablar bien, no sólo de demostrar su ciencia, ni de ostentar lujo, ni de imponer las propias ideas o puntos de vista, ni de dar órdenes por todas partes, sino de hacer verdadero bien, siempre se le querrá. Hacer el bien a los cuerpos con la caridad, con los buenos consejos, consolando en las calamidades y consiguiendo que el pueblo no necesite
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tantas veces caridad. Hacer el bien a las familias consolándolas, animándolas, ayudándolas, ofreciéndose complacidamente y también con sacrificio a confesar, etc. Sería inútil perderse en querellas como que el pueblo ha dejado de querer al cura, que no tiene confianza en él, que no desea contar con su ministerio. Conviene más bien examinarse buscando el motivo del bien que le hacemos o no le hacemos y del modo como estamos dispuestos a ayudarle. Sería inútil repetir que la sociedad quiere alejar de sí al sacerdote; debemos examinarnos sobre si hacemos ver con los hechos que le somos útiles. Sería inútil lamentarse del poco auditorio en la predicación, del exiguo número de penitentes, etc. Es conveniente examinarse sobre si se acude al confesionario, si se preparan bien los sermones, si se usan las habilidades del celo para atraer a la gente. Hay que actuar y no pretender mandar; hay que exhibir ante el pueblo el argumento inequívoco de las obras.
IV. Cómo trabajar. Damos tres reglas: el párroco debe ser el alma de todo el trabajo parroquial directa o indirectamente relacionado con la cura de almas, pero debe hacer una distribución adecuada del trabajo y aprovechar hábilmente a todos los que pueden ayudarle.
Debe ser el alma de todo, porque por el hecho de ser párroco, y según las leyes canónicas, tiene la responsabilidad en general de todas las almas que Dios le ha confiado. No debe descuidar nada: ni las tareas del coadjutor, dejándole abandonado a sí mismo y no siguiendo lo que hace; ni
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a los demás sacerdotes, vivan o no en la rectoría; ni a maestros, beneficiados, capellanes, etc., porque el párroco ostenta su alta dirección; ni el Círculo, las elecciones, la prensa, los abusos que aparecen en el pueblo; ni las sociedades constituidas de los maestros, de las autoridades locales, de los estudiantes, de la clase de religión, etc. Actualmente suele reprobarse el sistema de encomendar totalmente una obra a un determinado coadjutor en exclusiva, por ejemplo la pastoral de los enfermos a uno solo; la administración de los sacramentos a otro; la clase de religión, el Círculo, la compañía o una sociedad católica a un tercero... Este método con los sacerdotes jóvenes tiene dos inconvenientes: el de no adiestrarles a la verdadera pastoral y el de ponerles fácilmente en peligro de dañar a la gente. Y cuando los sacerdotes son ancianos, sigue siendo causa de diversos males, de los que es responsable el párroco. Debe saber todo lo que se hace, cómo se hace y orientar la actividad de cada uno al bien pastoral de todos según el programa y la dirección especial que intenta dar. Sólo así se consigue lo que decíamos anteriormente: una acción concordante entre todos los colaboradores.
Tampoco queremos decir con esto que el párroco tenga que hacerlo todo, ya que cuenta con colaboradores entre los que debe distribuir el trabajo. Más bien hay que decir que la caridad de dar trabajo y las posibilidades de hacer el bien dadas a los laicos y especialmente a los sacerdotes es mejor que la caridad que se hace cuando se da pan. El párroco asignará con prudencia ocupaciones adecuadas a los laicos y a los sacerdotes ayudantes suyos, pero después de haber estudiado atentamente sus inclinaciones y aptitudes, pues si debe evitar el exceso
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de una actividad tiránica a sus coadjutores y cooperadores, también debe vigilar para que todo sacerdote y toda fuerza se aproveche Si creyera que solamente él es capaz de hacer algo sería un soberbio, y no orientar a los jóvenes sacerdotes al servicio pastoral es una gravísima responsabilidad delante de Dios. Ciertamente, puede y debe reservarse la parte más delicada del ministerio: el catecismo, los enfermos, etc.; ciertamente, debe vigilar siempre y comprobar los frutos y el resultado de los demás; ciertamente debe intervenir en los casos más difíciles, pero además de todo eso debe saber conceder la necesaria libertad y responsabilidad. Si uno de sus cooperadores no se siente debidamente libre en la clase de catecismo, porque se le persigue y espía constantemente; si no está persuadido de que el alma de un enfermo ha sido dejada en sus manos por el párroco; si no sabe que él mismo debe hacer bien su predicación, la clase de la tarde, la clase de canto; si a cada paso debe pedir el beneplácito del párroco, temer sus precisiones, etc., el cooperador no sentirá que tiene una responsabilidad delante de Dios; si no se entrega con todas sus fuerzas al trabajo, el fruto será escaso y sus habilidades y fuerzas se frustrarán y no fructificarán. El párroco, para hacer que sienta esta responsabilidad, le asignará un trabajo en términos claros, le recordará que debe dedicarle sus energías y que de ello deberá dar cuentas al Señor. Por otra parte, le expondrá claramente su deseo de conocer después el resultado, así como la dirección general que quiere dar al trabajo, ayudarle en todas las dificultades y apoyarle moralmente en todo. De este modo se conseguirá la paz y el bien de las almas y de los propios sacerdotes.
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En tercer lugar, el párroco se servirá de todos los que pueden ayudarle en su obra. Hay muchas personas que podrían echar una mano al párroco si éste supiera acercarse a ellas y valerse de ellas. Casi en todas las parroquias hay buenas mujeres, ancianas y solteras, y el párroco puede, por ejemplo, servirse de ellas para que se le informe cuanto antes de que alguien está enfermo, pudiendo así acercarse a los indiferentes o malos; puede también servirse de ellas para enseñar el catecismo, para la limpieza de la iglesia, etc. Con el mismo fin puede aprovechar la Sociedad de San Vicente de Paúl,2 donde exista. En Viena hay una sociedad de laicos que se dedican a acercar a los obreros más renuentes a la influencia del sacerdote, con el fin de hacerles algún bien con los periódicos, unirles en sociedades buenas e invitarles a oír la predicación. Un párroco de ciudad supo contar con la esposa del director de una fábrica para hacer el bien a los obreros y las obreras. Otros, sirviéndose de la Tercera Orden de San Francisco de Asís,3 pudieron, con dirección oportuna, crear una biblioteca.
A un sacerdote hábil y prudente no le resultará muy difícil conseguir que asociaciones y personas influyentes promuevan algunas obras un tanto odiosas para él; por ejemplo, ciertas conferencias, una orientación en cuestiones espinosas, entretenimientos, teatros, bancos de beneficencia, etc. ¿Y quién no ve que un párroco puede valerse útilmente del médico, del farmacéutico, de los maestros, del alcalde, etc.? Alguna vez pueden ser indiferentes e incluso malos, pero si se estudia su lado bueno, quizá se pueda llegar a donde no se pensaba. Un párroco decía que tenía en su pueblo un anticlerical especializado en agricultura y tuvo la humildad de dirigirse a él para pedirle consejo y pronunciar
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una conferencia sobre su tema preferido ante el consejo parroquial. De este modo se hicieron amigos y, pasados algunos años, se convirtió en un discreto cristiano. Otro tenía un maestro ateo, pero aficionado a la música y a la gimnasia, y se lo ganó introduciéndole en el Círculo de los jóvenes. También puede valerse, por ejemplo, del dueño de una fábrica, de una hilandería, de un taller, así como de sus empleados, para impedir ciertos choques graves y ciertos abusos serios. Con tal fin es necesario no limitarse a una vida totalmente recluida en la rectoría; es necesario conocer al pueblo y dedicar el tiempo necesario para acercarse a todos.
Queda claro, sin embargo, que entre las diversas personas hay algunas que tienen más influencia que otras, y el párroco ha de fijar más su actividad en las primeras que en las segundas, como veremos en otro lugar.
V. Favorecer los discursos de cosas pastorales. La conversación buena, especialmente la que estudia nuestra perfección y la de los demás, es una fuente de grandes bienes. No cansa y conforta; no divide, sino que une; no impide la actividad de cada uno, sino que despierta la de todos; no confunde las ideas, sino que las aclara. ¿Y cómo no va a ser posible hablar de la propia alma y de la de los demás si deben ser las que ocupan la vida de un pastor? Hay una congregación religiosa en la que todos los días, en el comedor, sus miembros proponen por turno la solución de un caso de moral o pastoral. Hay párrocos que saben introducir en la mesa, entre los sacerdotes, temas que tienen que ver con las obras realizadas, con los resultados y lo que conviene hacer, etc. Otros, cuando van a verse con sus colegas, no se entretienen en largas charlas inútiles, sino que preguntan, proponen o piden consejo en relación con temas sobre el ministerio.
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Un párroco muy celoso dos veces al año se hacía acompañar de un coadjutor para ir a visitar las parroquias más florecientes y estudiar qué nuevos medios o modos aplicaban en ellas para salvar a las almas. Pues ¿por qué los discursos de un sacerdote deberán ser las críticas, los viajes, las gracias insulsas, los intereses materiales, las honrillas, etc.? ¿Es que no hay cosas más importantes? ¿No debe vivir para salvarse a sí mismo y a los demás? Esperamos que, con la ayuda de Dios, sean pocos los que así se comportan.
Por último, parece que deba aconsejarse en todas partes lo que se practica en Essen: el clero se recoge semanalmente en casa del párroco para discutir temas pastorales y fomentar la amistad mutua. Algo parecido suele hacerse en Hamburgo. En muchos lugares se da una conferencia pastoral el día del retiro en casa del párroco. Frassinetti escribe: «Vista la necesidad extraordinaria de sacerdotes santos y celosos, hacemos a todos los eclesiásticos una propuesta, que es muy sencilla, pero que resulta muy eficaz si se la acoge. Consiste en que los eclesiásticos se reúnan con la doble finalidad de cultivar su propio espíritu y de enfervorizar su celo en bien del pueblo cristiano. Esta reunión, para que resulte más sencilla y adecuada en todas partes, debe ser una reunión de simple amistad, por medio de la cual, una o más veces a la semana, los buenos eclesiásticos se reúnan en casa del párroco, o de alguno de ellos, y que allí, en forma de conversación, departan juntos sobre las cosas del espíritu, arbitrando los medios oportunos con los que mejor podrían ayudar al bien de las almas. A semejanza de las conversaciones comunes, en las que
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se leen las noticias políticas, artísticas, literarias, etc., cada uno hace sus observaciones sobre lo que se ha leído y luego se habla de cosas variadas sobre el ayuntamiento, la familia, los amigos, las modas, etc.; a semejanza de estas conversaciones, los buenos eclesiásticos podrían leer algún libro espiritual, sobre cuya lectura podrían hacer las oportunas reflexiones y a continuación debatir sobre los medios para enfervorizarse en el celo por la salvación de las almas, sobre el bien que se podría promover y cultivar en la parroquia, sobre el mal que se podría evitar...».4 El autor enumera a continuación los puntos que deben interesar a los eclesiásticos: prácticas de piedad, virtudes, medios para el bien pastoral, etc.
Todos los eclesiásticos deben estar interesados en promover esta santa práctica, pero más los párrocos, que de este modo tendrían un medio muy eficaz para mantener una acción acorde en la cura de almas, algo que por otra parte, ningún sacerdote puede conseguir fácilmente.
§ 2. - ALGUNAS HABILIDADES PARA LA ACCIÓN PASTORAL
DE LOS VICARIOS FORÁNEOS
I. Conferencias pastorales. En otro lugar exponemos lo que pueden hacer los párrocos y los sacerdotes en general para favorecer dichas conferencias. Aquí decimos algunas cosas que se refieren de manera especial a los vicarios foráneos.
Todos sabemos en qué consisten las conferencias pastorales: reuniones de sacerdotes, especialmente párrocos, para estudiar juntos los puntos más difíciles y urgentes que se refieren a la cura de almas.
En Viena hay muchas y de diverso tipo entre los decanos de los sacerdotes, entre los maestros de escuela y entre
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el clero presidido por el vicario foráneo.5 Quien establece los temas pastorales es el obispo.
En Milán se celebra una todos los meses para todo el clero, presidida por el arzobispo.6 En Essen también, presidida por un decano o un vicario,7 y lo mismo en otros muchos lugares de Francia e Italia.
Al vicario foráneo le resulta fácil promover estas conferencias. En el Piamonte también comenzaron a celebrarse y se han visto los frutos. El vicario foráneo puede reunir en su casa a los sacerdotes, puede asignar a alguien previamente los temas que se tratarán y puede él mismo prepararse. Sin duda es necesario proscribir todo tipo de academia; hay que ir a lo práctico, evitar los chismorreos y tratar de llegar a algún acuerdo sobre los puntos esenciales, dejando que cada cual considere lo que le parezca mejor sobre las cosas accidentales. Por eso se requiere en todos los que se reúnen una gran humildad, tanto porque es necesario estar dispuestos a reconocer nuestra debilidad y aceptar los puntos de vista de los otros, cuanto porque es necesario escuchar a todos y permitirles hablar, incluso animando a los más tímidos, a los más humildes y a los más jóvenes.
Alguno dirá: ya tenemos las conferencias morales... Pero resulta que oímos con frecuencia que muchos no van porque en ellas se hace pura teoría; se discute, por ejemplo, sobre las cosas necesarias que deben saberse con necesidad de medio, se pierde el tiempo en mil consideraciones abstrusas y mientras tanto en la parroquia no se tiene ni se encuentra modo de tener jóvenes en el catecismo y hasta el propio catecismo desaparece de las escuelas... Si se supiera ir a lo práctico de mejor manera en esas conferencias, algo más
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se conseguiría... Es mucho mejor pues que haya adecuadas conferencias pastorales.
II. Retiro mensual. A las conferencias pastorales podría unirse el retiro mensual. Es la práctica mantenida por el celoso clero de Bélgica y se está introduciendo también en Francia. Los sacerdotes se reúnen con su vicario y uno de ellos pronuncia una plática o hace una lectura que sirva de meditación. A continuación reflexionan durante media hora y por lo general todos se confiesan, especialmente cuando está presente entre ellos el confesor habitual. Por último, se pasa a tratar algún punto de pastoral.
¡Cuánto bien! Es uno de los días más fructíferos para los sacerdotes mismos y para la gente en general. Ayuda mucho esta santa emulación, conforta una buena palabra de un hermano, ilumina un consejo de alguien más experto. En algunos sitios, en cambio, hay una especie de respeto humano entre el clero: nadie se atreve a introducir en las visitas mutuas o en las reuniones ya programadas un discurso de cosas espirituales o que se refiera a la cura de almas. Quien se atreva a hacerlo verá dibujarse en el rostro de algunos de los hermanos una leve sonrisa de compasión.
Sin embargo, la única gloria, el único pensamiento, la única aspiración de un cristiano debe consistir en salvarse, del mismo modo que la razón de existir y de vivir del sacerdocio, como tal, es salvar a los demás y dedicarles el propio tiempo, las fuerzas y la vida.
III. Círculos de cultura espiritual, intelectual y pastoral entre el clero. En Mónaco existe una asociación del clero que tiene tres fines: la santificación del sacerdote, su cultura científica y el estudio de las necesidades especiales de la cura de almas en los grandes centros
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modernos y de los medios para su consecución.8 Para ello cuenta con escritos que se insertan en publicaciones periódicas para el clero, conferencias interparroquiales que tienen lugar generalmente en casa del vicario y retiro mensual que debe hacerse todos juntos alguna vez.
Asimismo, el clero se reúne todas las tardes en casa del párroco para tratar los temas más difíciles, científicos y pastorales, preparando de este modo la materia que debe exponerse y desarrollarse mejor en las reuniones con el vicario.
En otros sitios el clero, unido por medio de un reglamento, se vale de la biblioteca común, de revistas y libros que se adquieren distribuyendo su coste.
También hay lugares donde el vicario foráneo asigna a sus diversos sacerdotes los temas que deberán desarrollar delante del pueblo; por ejemplo, el alcoholismo, los Círculos juveniles, etc. Cada sacerdote, digamos, se convierte en especialista de una materia determinada. Al ofrecer cada uno su trabajo a toda la vicaría gratuitamente, cuando se le pide, se produce una nueva ventaja: no gastar nada y tener sobre los puntos más importantes, intelectuales y prácticos, una palabra más segura.
§ 3. - NORMAS PARA LOS CAPELLANES
Ha parecido útil multiplicar las capillas rurales con el fin casi único de facilitar a la gente del campo la misa festiva. Pero todos conocen ya las graves incomodidades que supone esta práctica, tanto para el sacerdote como para la gente. Incomodidades para el sacerdote porque con frecuencia considera que se envilece su dignidad, viéndose casi a merced de pocos campesinos que quieren mandar en todo y tratándole casi como si fuera un criado,
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además de verse reducido a una vida pobrísima, solitaria, triste y llena de peligros. Incomodidades para la gente, que termina por considerar que ya cumple con una misa oída de cualquier manera el domingo, pues se trata de gente que, por su ignorancia en religión, abandona los sacramentos, no se deja guiar por el párroco y pasa los días de fiesta en el vicio o las diversiones peligrosas.
Para obviar a estos inconvenientes, se ha hecho en algunas diócesis una encuesta y se han propuesto diversos medios:9
1º. Que los aldeanos no traten directamente con su futuro capellán sobre las condiciones y el estipendio, sino que se dirijan a la curia episcopal, la cual exigirá unos honorarios suficientes y anticipados, destinará al sacerdote que considere oportuno e impondrá las condiciones de modo que no se encuentre, como hoy, a merced de los caprichos de los aldeanos para cambiar de capellán, el horario de las funciones, etc.
2º. Que los capellanes habiten con el párroco siempre que sea posible y conveniente, tanto teniendo en cuenta las distancias como el número de aldeanos. En muchos sitios bastará con que vayan los días festivos a la capilla.
3º. Que haya una especie de concurso para las mejores capillas, especialmente cuando el clero es numeroso.
4º. Que para los capellanes de las aldeas más numerosas y más lejanas del centro haya una residencia, así como el derecho y el deber de realizar los domingos las funciones parroquiales.
5º. Que el número de tales capillas se limite al máximo posible, que los capellanes traten de convertirlas en parroquias filiales y los párrocos no les obstaculicen en esto.
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Es el bien de las almas el que debe regular la conducta del sacerdote en estas cosas, y no el bien propio, el honor, el interés, etc.
Pero dado que adoptar estos medios en gran parte no está en manos de los capellanes mismos, se les sugieren algunas cosas fáciles.
Que no reduzcan su vida y su ministerio a una misa festiva, sino que traten al máximo posible de:
a) Conservar el Smo. Sacramento en la capilla, teniendo la puerta abierta a lo largo del día si la prudencia lo permite. ¡Qué pobre la vida de un sacerdote cuando no cuenta con la compañía de Jesús!
b) Promover la frecuencia de los santos sacramentos en los días no festivos.
c) Celebrar en los días festivos las funciones vespertinas, especialmente la enseñanza del catecismo a los niños y el catecismo razonado a los adultos.
d) Adiestrarse en la predicación para poder así ser invitados a otros lugares y ejercitar ese ministerio.
e) Continuar instruyéndose con el estudio, mantenerse en buena relación con los sacerdotes cercanos, ocupar siempre el tiempo en cosas directa o indirectamente útiles.
§ 4. - NORMAS PARA LOS SACERDOTES MAESTROS
El principio que debe ordenar su vida sacerdotal es éste: son sobre todo sacerdotes, es decir, están destinados a trabajar por la salvación de las almas, y dar clases es solamente un medio para eso. Efectivamente, no sería correcto posponer la nobleza
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más alta y la misión más sublime a otra inferior. Pues eso es lo que haría quien considerara más la función de maestro que la de sacerdote. Por otra parte, todos saben la eficaz influencia que puede tener un maestro sacerdote en los escolares para formarles en los sentimientos religiosos, qué ascendiente puede adquirir ante sus padres, qué buenos principios puede sembrar en medio de sus colegas. Sin embargo, muchos párrocos observan que no sucede así siempre, que hay maestros-curas que a veces están por debajo de su misión. ¿Por qué? En primer lugar porque la escuela es un trabajo no pequeño, y quien le dedica seis horas al día deja luego fácilmente la lectura espiritual, la visita al Santísimo, la meditación, el rosario, el confesionario, las visitas a los enfermos, la predicación, etc., es decir, las horas que sirven para su santificación y la de los demás. En segundo lugar porque los maestros fácilmente mantienen ese nombramiento de por vida. De este modo, seguros de su posición, apoyados por el ayuntamiento y los ciudadanos, terminan por hacer la contra al párroco. En tercer lugar, porque la escuela, que en sí misma es una cosa óptima, comporta por las circunstancias de la vida, por la amplitud de las relaciones y por la independencia de una vigilancia indirecta graves peligros que nadie deja de ver. De ahí esta expresión de un obispo: Tengo tantas espinas cuantos son los maestros-curas en la diócesis.
Sugerimos, pues, algunas reglas:
1ª. El maestro-sacerdote trabajará intensamente en su santificación con las meditaciones, las lecturas espirituales, etc., y evitando los peligros, especialmente la familiaridad con las maestras.
2ª. Debe trabajar en la santificación de los demás, considerando la escuela como el campo de su ministerio, como un campo delicado donde con las semillas del saber debe por su profesión
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depositar las semillas de la virtud y de la fe, y dedicarse de todos los modos posibles a su ministerio externo, especialmente el confesionario y la predicación.
3ª. Debe hacer cualquier sacrificio con el fin de conservar no solamente la buena armonía con su párroco, aunque sea joven, sino también su sumisión. ¡Qué remordimientos tendría que soportar el día de su muerte si tuviera que decir: he enseñado a leer y escribir pero fui causa de la ruina espiritual por terquedad e insubordinación! Traicioné mi misión principal, la de salvar a las almas, para reducirme a desempeñar un oficio.
Habría todavía muchas cosas que decir sobre la acción del párroco, del vicario foráneo y de los demás sacerdotes. En parte las veremos en el capítulo siguiente, donde se habla de las relaciones de los sacerdotes, y en parte se dejan para no faltar a la ley de la brevedad que nos hemos impuesto.
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1 Cf. Y. LE QUERDEC, Lettere di un parroco di campagna, Ufficio Rassegna Nazionale, Florencia 1895, pp. 1-7. En la exposición el texto se presenta de forma impersonal.
2 Cf. ATP, n. 119, nota 12.
3 Cf. ATP, n. 94, nota 4.
4 Cf. G. FRASSINETTI, Manuale pratico del parroco novello, Tip. della gioventù, Génova 1871, pp. 531-533.
5 Cf. H. SWÓBODA, La cura d'anime..., o.c., p. 113.
6 Cf. Idem, pp. 130-131.
7 Cf. Idem, p. 161.
8 Cf. Idem, p. 142.
9 En la edición dactilografiada el autor hace referencia explícita a una encuesta promovida por monseñor Swóboda. El tema y las sugerencias pastorales expuestas aquí están tratadas de forma muy genérica en el texto de H. SWÓBODA, La cura d'anime..., o.c., pp. 239-242, 254.