INSTRUCCIÓN XV
LA CASTIDAD CONSAGRADA
Cuando Dios encuentra un alma humilde y dócil a su voluntad, como la Virgen María, la elige para realizar sus designios de amor y sabiduría. ¡Debe ser dócil como el pincel en manos del pintor y humilde como el paño en manos del ama de casa! Así encontró a María y José, a los apóstoles y a muchos santos religiosos.
Encuentros con los padres
Son muy positivos los encuentros con los padres de nuestros aspirantes y religiosos, especialmente con las madres, durante un día de fiesta y acción de gracias, al que pueden unirse los bienhechores y los párrocos. Es una ocasión para recordar a los padres su gran honor por tener un hijo religioso o una hija consagrada al Esposo divino. San Ambrosio escribía: «Vosotros, padres, habéis comprendido que una virgen es un don de Dios, una oblación del padre, una hostia de la madre». Previamente había reprendido a las madres que las obstaculizaban con estas palabras: «Quien tiene
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Art. 94. Aunque al Superior que despide y a su Consejo les deban resultar bien claras las causas de la dimisión, no es necesario que se prueben en un juicio formal; mas al religioso que es despedido siempre se le deben manifestar, dándole plena libertad para responder, y sus réplicas deben someterse lealmente al juicio del Superior que despide. Contra el decreto de dimisión le es lícito al religioso recurrir a la Sede apostólica; y mientras esté pendiente el recurso, con tal que sea interpuesto dentro de los diez primeros días de la intimación de la despedida, se suspende el efecto jurídico de la dimisión.
Art. 95. El individuo legítimamente despedido conforme a la norma de los artículos precedentes, ipso facto queda libre de todos los votos religiosos y obligaciones de su profesión, salvas las cargas anejas a una orden mayor, si está ordenado in sacris, y firme lo prescrito por el canon 641 § 1 y 642. Mas el clérigo que sólo hubiese recibido órdenes menores, por el hecho mismo queda reducido al estado laical.
Jesucristo, maestro de castidad
Un día los discípulos se quedaron asombrados cuando el Salvador les expuso los deberes y las cargas del matrimonio. Le dijeron: «Si tal es la condición del hombre respecto de su mujer, no conviene casarse. Pero él les dijo: No todos entienden esta doctrina, sino aquellos a quienes les es concedido. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, los hay que fueron hechos eunucos por
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los hombres y los hay que a sí mismos se hicieron tales por el reino de Dios. ¡El que sea capaz de hacer esto que lo haga!» (Mt 19,10-12). La virginidad es una gran virtud que se elige con vistas al reino de los cielos y para dedicarse más libremente a las cosas del cielo.
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8). «Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer con mal deseo, ya ha cometido con ella adulterio en su corazón» (Mt 5,28).
Cuando el Hijo de Dios decidió encarnarse, eligió como madre a una virgen y realizó un prodigio único: unió la virginidad más sublime con la maternidad divina. Su padre adoptivo, san José, era también virgen y protector de la Virgen María.
De este modo colaboraron en la redención tres personas purísimas, tres lirios purísimos y perfumados: Jesús, María y José, cada uno según su condición.
Esa misma virtud será vivida por almas puras, consagradas a Dios: «Apostoli vel virgines, vel, post nuptias, continentes».1
María es la «Virgo virginum»
La Iglesia ha declarado dogma la virginidad de María. Dice el Evangelio: «Missus est angelus Gabriel a Deo... ad virginem... et nomen virginis Maria».2 Cuando el ángel le propone la maternidad divina, María responde: «Quomodo fiet istud quoniam virum non cognosco? Et respondens Angelus dixit ei: Spiritus Sanctus descendet in te, et virtus Altissimi obumbrabit tibi».3
El ángel tranquilizó a san José en sus perplejidades: «Noli timere accipere Mariam coniugem
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tuam, quod enim in ea natum est de Spiritu Sancto est».4
San Pablo escribe: «El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarle». Y también: «Os quiero libres de preocupaciones. El casado se preocupa de las cosas del mundo» [1Cor 7,32-33]. «Yo quisiera que todos los hombres fuesen como yo, pero cada uno tiene de Dios su propio don» [1Cor 7,7]. Por eso a san Pablo rodea y sigue una multitud de santos: san Lucas, san Timoteo, san Tito, santa Tecla, etc.
Magisterio pontificio sobre la castidad
Quiero hacer hincapié en los siguientes puntos de la enseñanza de los Pontífices, especialmente de Pío XII:
1. Es un error pensar que la castidad perfecta sea nociva para el cuerpo y que resulte imposible. Es posible, y la historia lo demuestra. Con la voluntad y la gracia del Señor se puede dominar el instinto sexual y la concupiscencia. Añade el Papa: «Para un dominio perfecto no es suficiente abstenerse sólo de los actos directamente contrarios a la castidad, sino que es absolutamente necesario renunciar de buena gana y con generosidad incluso a lo que puede ofender mínimamente a esta virtud».
2. Condenamos la opinión de los que dicen que el matrimonio es el único estado que garantiza a la persona humana su desarrollo y perfeccionamiento. El matrimonio es un sacramento y la profesión religiosa no. Aunque la gracia del sacramento ayuda a los esposos a cumplir sus nuevos deberes, el matrimonio no ha sido instituido como medio de perfección, mientras que la castidad perfecta es un compromiso religioso. Debemos recordar, no obstante, que
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el religioso está muy lejos de perder su paternidad por la ley del celibato, sobre todo si es sacerdote, pues más bien la perfecciona y la alarga hacia innumerables hijos espirituales: «Per evangelium ego vos genui».5
3. No vive en la soledad el corazón de quien se consagra a Dios; vive más bien un amor inmensamente superior y siente el consuelo de una mayor comunicación con Dios, la seguridad de un gozo que san Juan describe cuando habla de los hombres que no tocaron mujer: «Son vírgenes y siguen al Cordero adondequiera que va» [Ap 14,4].
4. Es una opinión falsa y perniciosa pensar que la Iglesia tiene más necesidad actualmente de buenos padres y madres que vivan ejemplarmente en el mundo, que de personas consagradas a Dios. Por consiguiente, debemos condenar a quienes, guiados por este error, disuaden a los jóvenes de la vida religiosa y sacerdotal.
5. Es falso afirmar que las personas consagradas a Dios se desinteresan de la sociedad, cuando son justamente ellas las que con la oración, el sacrificio y un apostolado múltiple y generoso contribuyen a su bien.
6. Para abrazar la vida de perfección es preciso hacer una elección libre, tener vocación divina y garantía moral de que, con la ayuda de algunos medios («vigilate et orate»6), se perseverará. Es, pues, correcta esta frase de san Pablo: «Si no pueden guardar continencia, que se casen. Es mejor casarse que consumirse de pasión» [1Cor 7,9]. Los confesores, los directores espirituales y los Superiores tienen deberes muy graves cuando aconsejan, como son el de exhortar a seguir por ese camino y el de invitar o imponer que lo abandonen.
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Alguien pregunta: En relación con la garantía moral de que el aspirante será perseverante, ¿cuánto tiempo sin caídas se requiere antes de decidirse? Los autores no coinciden y oscilan entre tres y un año, y aún menos. Además, hay mucha diversidad entre unas personas y otras. No es lo mismo el caso de un aspirante que, en razón también de su exuberancia física, se siente muy tentado, pero lucha, reza, vigila, se entrega con energía a sus deberes... que el de otro aspirante débil, bastante descuidado en todo y flemático. ¿Qué será de este último cuando tenga 25-35-40 años y se encuentre en circunstancias delicadas, deje la oración, no luche, no despliegue sus fuerzas en el amor de Dios, en el apostolado? Depende, además, de la vida que haga en el futuro: ¿Estará con niños? ¿Pasará muchas horas sobre la mesa de trabajo? ¿En el confesonario? ¿En ambientes peligrosos? Habrá, pues, que pensarlo, pedir consejo, hacer incluso penitencia en el momento de decidir. En algunos casos puede ser necesario el consejo de un médico muy responsable.
7. Pío XII se expresa así: «Si alguien sintiera que no ha recibido el don de la castidad (incluso después de haber pronunciado el voto), no trate de explicar su incapacidad para cumplir con el compromiso asumido. Dios no condena a lo imposible; cuando nos pide algo, quiere que hagamos lo que podemos y pidamos lo que no podemos y nos ayuda para que podamos. Esto va contra los médicos, católicos incluso, que aconsejan a las personas débiles y nerviosas el matrimonio en favor de un mejor equilibrio psíquico: Dios es fiel y no permitirá que seáis sometidos a pruebas superiores a vuestras fuerzas; ante la prueba os dará fuerza para superarla [1Cor 10,13], dice san Pablo».
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Medios para observar la castidad: Vigilancia y oración, según la palabra del divino Maestro: «Vigilate et orate».
Debemos vigilar sobre nosotros mismos y sobre las ocasiones. La vigilancia es necesaria absolutamente a lo largo de la vida. Que somos siempre de carne, es una verdad de experiencia cotidiana que nos recuerda san Pablo: «La carne lucha contra el espíritu, y el espíritu contra la carne» [Gál 5,17]. Sin embargo, carne y espíritu deben hacer juntos el camino de la vida.
Debemos también crucificar nuestra carne: «Los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y concupiscencias» [Gál 5,24], dice san Pablo.
No basta con ser religiosos o sacerdotes, maestros o discípulos, viejos o jóvenes. San Pablo dice de sí mismo, ya entrado en años: «Me impongo una disciplina y domino mi cuerpo, no sea que después de predicar a los demás, yo quede descalificado» [1Cor 9,27]. Y el Maestro divino recuerda: «Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer con mal deseo ya ha cometido con ella adulterio en su corazón. Por tanto, si tu ojo derecho te pone en peligro de pecar, arráncatelo y tíralo, porque te conviene perder uno de tus miembros antes que todo tu cuerpo sea arrojado al fuego» [Mt 5,28-29]. ¡Ay si cedemos un poco!
Todos los santos y doctores hablan de la importancia que tiene evitar las ocasiones. San Jerónimo dice: «¡Huyo para no ser vencido!».
Sabemos que los peligros están en todas partes, incluso en los conventos, pero en el mundo son más numerosos y menos los medios.
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Se observan tendencias erróneas, como la de quienes dicen que hoy ningún cristiano, y sobre todo ningún sacerdote, debe ser apartado del mundo, como se hacía antiguamente, que deben exponerse al riesgo e incluso poner en peligro su castidad para comprobar si tienen fuerzas y salen airosos de esas situaciones. Los jóvenes clérigos y los propios aspirantes deben, según esas tendencias, incluso en contra de las leyes eclesiásticas y naturales, leer, ver y sentir todo para conseguir ser insensibles. Dicen que el mundo de hoy es así y que quien quiera ayudar al mundo debe estar en él. Error mayúsculo: «Quien ama el peligro perecerá en él» [Sir 3,25], dice el Espíritu Santo, y san Agustín escribe: «No digáis que hay almas puras cuando los ojos no son limpios». Jesús se dirige así al Padre: «También los envío yo al mundo» (a sus apóstoles); pero antes había dicho: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo». Luego añade: «No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal» [Jn 17,14-18].
La Iglesia ha establecido normas sensatas, fruto de experiencias seculares: 1) que no se destruyan las vocaciones cuando todavía son plantitas tiernas; 2) que cada uno salve su alma; 3) que al mismo tiempo salve a las almas obligadas a vivir en el mundo.
Los aspirantes a la vida religiosa o sacerdotal deben ser separados del tumulto mundano antes de lanzarse a la lucha.
Hágalo paulatinamente así quien debe hacerlo y del modo como debe
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hacerlo, conforme sea necesario, para que el aspirante se fortalezca.
Incúlquese el pudor cristiano.
Hágase brillar en el alma los santos ideales de la pureza.
Úsense todos los medios preventivos, especialmente un ambiente fervoroso, predicación abundante y frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía.
Que haya un director espiritual sabio y santo.
Que se infunda una devoción tierna y filial a María.
La caridad es guarda de la virginidad, pero la guarda de la caridad es la humildad.
Las vacaciones, ¿«vendimia del diablo»?
Según san Juan Bosco, las vacaciones son la vendimia del diablo.
Deben seguirse al pie de la letra las normas dadas en el San Paolo, que aplican a nuestro caso las disposiciones e insistencias de la santa Sede.
a) Las visitas a las familias están limitadas para todos, aspirantes y profesos, al período veraniego, que varía entre naciones. Nunca durante las fiestas religiosas (Navidad, Pascua, etc.), civiles o familiares (como con ocasión de matrimonio, bodas de plata, etc.).
b) Las vacaciones no deben superar tres semanas, parte de las cuales pueden hacerse con la familia y parte en casas del Instituto. Cuando los aspirantes y los profesos jóvenes las pasan con su familia, úsense los medios tradicionales de los Institutos religiosos y seminarios.
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c) Conforme vaya siendo posible, disponga el Instituto de casa adecuada para vacaciones.
d) Donde haya periódicos que no pueden dejar de publicarse en vacaciones, los Superiores deben proveer según las circunstancias.
e) Los Superiores deben poner en guardia antes de las vacaciones sobre los peligros y señalar los medios necesarios a tal fin; que no corran peligro, sino que cuenten con ayuda física y espiritual, por ejemplo buscando vocaciones.
Se recuerda a los Superiores de las casas lo que dispone sobre las vacaciones de los religiosos la constitución apostólica Sedes Sapientiae:
§ 6. - 1. Las vacaciones se establecen durante un período conveniente según las regiones y en los lugares más adecuados. Durante ese período, suspendiendo convenientemente los estudios, se recuperan convenientemente las fuerzas de la mente y del cuerpo, pero evitando todo lo que debilite el ardor de la perfección espiritual.
2. El tiempo que sobra tras el debido descanso, ocúpenlo los alumnos en el estudio privado de ciencias o letras, bien en clases menos exigentes, bien para estudiar alguna materia secundaria, para aprender otras lenguas, ejercitar algún arte, hacer alguna experiencia de apostolado.
3. Se desaprueba el envío de los alumnos profesos fuera de la cada religiosa de vida común. En el caso de que se considerara oportuno hacer concesiones para alguna excursión o por otro motivo razonable, los Superiores deben proveer siempre con diligencia a la disciplina
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religiosa de los alumnos, con grave responsabilidad de su conciencia.
Cautelas y educación a la castidad
Siempre y en toda clase de pecados vale este principio: conceder todo lo que es lícito conduce seguramente a lo ilícito. Robar un alfiler es el comienzo de una vida de injusticias y robos. Judas comenzó su tremendo desastre adueñándose de alguna limosna ofrecida a Jesús y los apóstoles. Quien se acostumbra al pecado venial termina en el pecado mortal.
Téngase presente que:
1. Las dos concupiscencias, avidez y sed de placer, van siempre unidas, como nos dice la experiencia y la sagrada Escritura, y raramente falta un tercer hermano, el ocio.
2. Al orgullo suele seguirle siempre la sensualidad, pues Dios deja deslizarse en el barro a quien se ensoberbece en el espíritu: quien se encumbra será humillado.
3. Entre los veinticinco y los cuarenta años, las acometidas del enemigo suelen ser más violentas, por lo que es necesario más oración y constante vigilancia.
Tengamos presente un arte fácil de practicar para educar a la pureza religiosa. Cuando comienzan los estímulos
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del sentido, sugiérase a los jóvenes un voto temporal de castidad, de ocho a noventa días, según el estado del joven; también la consagración frecuente a María y la lectura de biografías de jóvenes santos.
Tengamos muy ocupados a los jóvenes, que la piedad sea variada y abundante, que el estudio esté bien controlado, que el apostolado sea intenso y los recreos estén ocupados por los juegos.
Tratemos de despertar con mucha destreza la vida del espíritu, los deseos nobles, los grandes ideales de perfección, el amor a las almas, las santas iniciativas, el deseo del cielo, etc.
Los premios de la virginidad: vida más gozosa y elevada moralmente; más eficacia sobre las almas en el apostolado; serenidad ante la muerte y el juicio de Dios; corona especial de gloria en el cielo y un cuerpo más resplandeciente en la resurrección final.
Debemos, no obstante, meditar la parábola de las diez vírgenes, cinco de ellas sensatas y cinco necias.
La virginidad debe estar rodeada de un cortejo de virtudes: teologales, cardinales y morales. Una virginidad orgullosa no tiene sentido.
Leamos la parábola:
«Entonces el reino de Dios será semejante a diez muchachas, que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas. Las necias llevaron sus lámparas, pero no se proveyeron de aceite, mientras que las sensatas llevaron las lámparas y aceiteras con aceite. Como tardara el esposo, les entró sueño a todos y
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se durmieron. A media noche se oyó un grito: Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro. Entonces se despertaron todas las muchachas y se pusieron a aderezar sus lámparas. Las necias dijeron a las sensatas: Dadnos de vuestro aceite, pues nuestras lámparas se apagan. Las sensatas respondieron: No sea que no baste para nosotras y vosotras, mejor es que vayáis a los vendedores y lo compréis. Mientras fueron a comprarlo vino es esposo, y las que estaban dispuestas entraron con él a las bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras muchachas diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos! Y él respondió: Os aseguro que no os conozco. Por tanto, estad en guardia, porque no sabéis el día ni la hora» (Mt 25,1-13).
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1 «Apóstoles, o vírgenes, o capaces de continencia después de casarse».
2 «Envió Dios al ángel Gabriel... a una joven virgen... la virgen se llamaba María» (Lc 1,26ss).
3 «“¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”» (Lc 1,34ss).
4 «No tengas ningún reparo en recibir en tu casa a María, tu mujer, pues el hijo que ha concebido viene del Espíritu Santo» (Mt 1,20).
5 «Por medio del Evangelio yo os he engendrado» (1Cor 4,15).
6 «Vigilad y orad» (Mt 26,41).