INSTRUCCIÓN V
LA VISITA EUCARÍSTICA
Nota sobre el maestro educador
El maestro de cada sección (o de grupo) está entre sus discípulos como Jesús Maestro: alimenta su inteligencia con la palabra, vive y siente a todos y a cada uno en cada caso, ora con ellos, por ellos celebra la misa, les da la comunión; guía y corrige; si puede, dirige los recreos y juegos; está atento a todos, especialmente en los tiempos más difíciles: después de cenar, a la hora de levantarse, en los baños, en vacaciones, al acostarse; es su primer asistente, un amigo, un padre, una madre.
El maestro representa el ojo de Dios como se describe en el salmo 139[138],1-12:
«Señor, tú me has examinado y me conoces;
sabes cuándo me acuesto y cuándo me levanto,
desde lejos te das cuenta de mis pensamientos;
tú ves mi caminar y mi descanso,
te son familiares todos mis caminos;
no está todavía la palabra en mi lengua
y ya, Señor, tú la conoces por entero.
Tú me envuelves por detrás y por delante,
y tienes puesta tu mano sobre mí.
Tu sabiduría es un misterio para mí,
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es tan sublime que no puedo comprenderla.
¿A dónde podría ir lejos de tu espíritu,
a dónde podría huir lejos de tu presencia?
Si subo hasta los cielos, allí te encuentras tú;
si bajo a los abismos, allí estás presente;
si vuelo hasta el origen de la aurora,
si me voy a lo último del mar,
también allí tu mano me retiene
y tu diestra me agarra.
Si digo: Las tinieblas me envuelven
y la luz se ha hecho noche en torno a mí,
tampoco las tinieblas son tinieblas para ti,
ante ti la noche brilla como el día».
Art. 116. Deben evitarse absolutamente las relaciones o conversaciones con personas de otro sexo, sean quienes sean, si no son necesarias y aprobadas por los Superiores, y adóptense siempre las precauciones recomendadas por los santos para evitar todo peligro de mala sospecha.
Art. 117. Todos los hermanos deben esforzarse por imitar esta virtud angélica con el corazón, la mente y el cuerpo para agradar a Cristo divino Maestro; y para conseguir más eficazmente esto, dedíquense continuamente a la oración y mortificación, fomenten una devoción especial hacia la inmaculada Virgen María, y acérquense a los sacramentos con humilde y ardiente corazón.
Todo del sagrario
La santísima Eucaristía es el primer sacramento. No sólo simboliza y produce la gracia, por ejemplo el agua en el bautismo, sino que contiene al autor de la gracia, Jesucristo, en cuerpo, sangre, alma y divinidad.
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Él renueva en la misa el sacrificio de la cruz, de la que, como de su fuente, procede la gracia.
Él se convierte en pan, alimento verdadero del alma, con sus frutos: gracia, gozo, vigor, transformación de nuestra vida en la vida de Cristo: «vivit in me Christus».1
Además, no es sacramento de un momento, como la absolución, sino que permanece en el santo tabernáculo: «vobiscum sum»;2 habita como primer ciudadano en las aldeas y en las ciudades.
A tanto amor de Jesús habrá que corresponder con la asistencia a misa, con la comunión y con la visita a Jesús-Hostia en nuestras iglesias.
La vida paulina nació del sagrario; así deberá vivirse; así terminarse con el santo viático.
Todo del sagrario, nada sin el sagrario.
Qué es la visita
En el Evangelio de san Juan (1,35) se lee: «Juan (el Bautista) estaba todavía allí con sus discípulos; vio a Jesús, que pasaba, y dijo: Éste es el cordero de Dios. Los discípulos lo oyeron y se fueron con Jesús. Jesús se volvió y, al verlos, les dijo: ¿Qué buscáis?. Ellos le dijeron: Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives?. Él les dijo: Venid y veréis. Fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día». Los dos se hicieron discípulos y apóstoles de Jesús. Uno de ellos era Juan evangelista, y el otro (Andrés) lo primero que hizo fue acercar a su hermano Pedro a Jesús.
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Tenemos aquí la primera visita a Jesús, que comenzaba su vida pública, visita de un día. Y los transformó. Fue el primer modelo de visita. Vemos los preciosos frutos que la visita a Jesús produce en un alma.
De igual manera el aspirante, el paulino, el apóstol, el discípulo y el sacerdote encontrarán en buenas visitas luz, consuelo, gracia, gozo, perseverancia y santidad.
Qué es la visita. Es un encuentro del alma y de todo nuestro ser con Jesús.
Es la criatura que se encuentra con el Creador.
Es el discípulo junto al Maestro divino.
Es el enfermo con el Médico de las almas.
Es el pobre que recurre al Rico.
Es el sediento que bebe en la Fuente.
Es el débil que se presenta al Omnipotente.
Es el tentado que busca Refugio seguro.
Es el ciego que busca la Luz.
Es el amigo que se dirige al Amigo verdadero.
Es la oveja descarriada buscada por el Pastor divino.
Es el corazón desorientado que encuentra el Camino.
Es el ignorante que encuentra la Sabiduría.
Es la esposa que encuentra al Esposo de su alma.
Es la nada que encuentra el Todo.
Es el afligido que encuentra al Consolador.
Es el joven que encuentra orientación para su vida.
Los pastores en el pesebre, la Magdalena en el convite de Simón y Nicodemo presentándose de noche.
Las santas conversaciones de la samaritana, de Zaqueo, de Felipe y de todos los apóstoles con Jesús, especialmente la última semana de su vida terrena y después de la resurrección.
Se va a Jesús como mediador entre Dios y el hombre;
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como sacerdote del Padre; como víctima de expiación; como el mesías venido; como verbo de Dios; como buen pastor; como camino, verdad y vida; como sacerdote del mundo.
En el pequeño sagrario está el modelo de toda perfección; en la pequeña hostia, el que todo lo hizo y el que lo es todo: el gozo de los bienaventurados en el cielo, el religioso del Padre, el viático de la vida, el amigo, el bien sumo y la felicidad eterna.
Importancia
Está ordenada por las Constituciones y el Derecho canónico.
Contiene tres prácticas obligatorias: lectura espiritual, examen de conciencia y santo rosario.
Es la correspondencia debida a quien es nuestro huésped, familiar, hermano y salvación.
Es el Maestro de fe, moral y oración: deber de ir a su escuela.
La visita es la práctica que más orienta e influye en toda la vida y en todo el apostolado.
Acumula en sí los frutos de las demás prácticas y los hace madurar.
Es el gran medio para vivir enteramente de Jesucristo.
Es el gran medio para superar la pubertad y formar la personalidad en Cristo.
Es el secreto para nuestra transformación en Cristo: «vivit vero in me Christus».3
Es sentir las relaciones de Jesús con el Padre y con la humanidad.
Es garantía de perseverancia.
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Garantiza la serenidad ante la muerte: «Fui a visitar a Jesús todos los días, y ahora que voy hacia Él estoy seguro de que me recibirá; se manifestará, se revelará, le veré cara a cara; busqué siempre su rostro, su espíritu, su amor; no me rechazará».
Método
Los métodos para hacer la visita son muchos, desde las simples oraciones vocales a la oración de simplicidad, hasta llegar a la unión transformadora.
Pero, para tener cierto orden, conviene seguir cuatro momentos: adoración, acción de gracias, reparación y súplica.
Deben considerarse y pedirse las tres virtudes teologales o las cuatro virtudes cardinales.
Hay que recogerse y establecer un diálogo familiar con Jesús. Tenemos la visita del penitente, la del alma contemplativa, la del maestro, la del sacerdote, la del escritor, la del confesor, etc.
En la Familia Paulina la visita se hace generalmente según la devoción a Jesús Maestro, camino, verdad y vida. El tiempo se divide en tres partes; los dos primeros actos pueden invertirse.
Ejemplo:
a) Asistimos a la escuela de Jesús Verdad: «Ego sum Veritas». Se hace la lectura espiritual, que también prescriben las Constituciones de acuerdo con el Derecho canónico. O bien se considera una verdad de orden sobrenatural
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o natural, tomadas tal vez de la teología; o se lee un trozo del Evangelio, de las cartas paulinas, de un libro de ascética y mística, etc. A continuación se reflexiona, se pide aumento de fe y de luz y se entra en dulce coloquio con Jesús. Acto de fe, el credo...
b) Se hace el examen de conciencia. Contemplemos al modelo divino: «Ego sum Via» o detengámonos en una virtud, en un principio moral, etc.
Se mira a Jesús en algún momento de su vida: pesebre, Nazaret, desierto, vida pública, dolorosa, gloriosa, eucarística; se escuchan sus discursos sobre la perfección, las bienaventuranzas, la caridad, la mortificación, la vocación, los consejos evangélicos; se contempla a Jesús, manso, humilde, trabajador, obediente, paciente, etc. Nos miramos en su espejo, nos comparamos con él, especialmente en cuanto a la virtud que se desea y los propósitos que se han hecho; se desciende a detalles del día.
Siguen la acción de gracias y el dolor, se recita el acto de contrición; se expresa lo que puede brotar de la reflexión y se concluye con el más vivo deseo de perfección y propósito práctico.
c) Se ora: «Ego sum Vita», por la gracia habitual y por las gracias actuales. Se recita el rosario, se hace la comunión espiritual y se renuevan los votos bautismales o religiosos. Se ora con Jesús, María y san Pablo.
Se introducen las mejores oraciones por nosotros y por el mundo. Frecuentemente nos servimos de la liturgia.
Otras veces pueden ser oraciones personales. Muchas súplicas se refieren a nuestras necesidades particulares y a las de los demás.
Queriendo distinguir los tres tiempos de la visita, especialmente cuando se hace en común, ayuda como conclusión
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del primer punto la recitación o canto del comienzo del Evangelio de san Juan: «In principio erat Verbum...»;4 como conclusión del segundo punto, las bienaventuranzas: «Beati pauperes...»,5 y como conclusión del tercero, la oración sacerdotal de Jesús: «Pater, venit hora, clarifica...».6
Pueden ser otras oraciones o cantos preferidos, teniendo en cuenta que, cuando se hace en común, hemos de elegir oraciones o cantos con los que todos puedan participar.
Práctica
Hacer la visita, predicarla y orientar a ella.
a) La fidelidad a la visita tiene enormes ventajas individuales y sociales.
Elíjase la hora más tranquila.
Si hay aburrimiento, alarguémosla cinco minutos.
La vida paulina, más expuesta a los peligros, no se mantendría sin ella. Si no la hubieran introducido, las Constituciones no habrían provisto suficientemente a la perfección y al apostolado.
Es en Cristo donde se establece la unión de espíritu, de fe, de caridad, de pensamiento, de actividad.
b) Ayudan las jaculatorias como guía de las comunidades al hacer la visita. En general, haya tres puntos y un único objeto. Por ejemplo, la fe: comprenderla, vivirla, pedírsela al Señor.
Predíquese frecuentemente sobre la visita, dado que surgen tantas dificultades y falsas razones para eximirse de ella.
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c) Se introducirá en ella con oraciones vocales y luego se pasará a las mentales.
Invítese a ella con hechos, por ejemplo la multiplicación de los panes o la última cena; se explican oraciones que luego se recitan. Debe usarse siempre el mismo método, pero variando la aplicación. Y no cansar nunca.
Para introducir en la visita y llegar a un alto grado de oración, procédase según las disposiciones y los dones de Dios:
1. oración vocal,
2. oración mental,
3. oración afectiva,
4. oración de sencillez,
5. recogimiento infuso,
6. oración de quietud,
7. unión simple,
8. unión estática (abandono),
9. unión transformadora (matrimonio espiritual).
También para este último grado tiene el alma consagrada vocación y gracia, pues es la realización del «vivo ego, iam non ego; vivit vero in me Christus» [Gál 2,20].
En estos grados, y aún más altos, aunque superan la vía ascética y pertenecen a la mística, no se trata de hechos extraordinarios, como visiones, apariciones, elevaciones o revelaciones, sino de oración ordinaria.
Para una mayor instrucción, consultar algún buen tratado de teología ascética y mística.
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Advertencia: evitar el formalismo
Vale para todas las prácticas de piedad, pero especialmente para la visita eucarística, evitar el formalismo. Cerrar la visita en sí misma, como mero cumplimiento de una práctica,7 para observar una regla, es una perversión materialista del horario, un reglamento mecánico con fin en sí mismo y convierte la vida en un mueble de compartimientos incomunicados.
La visita verdadera es alma que impregna todas las horas, las ocupaciones, los pensamientos, las relaciones, etc. Es la linfa o corriente vital que influye en todo, que comunica el espíritu incluso en las cosas más comunes. Forma una espiritualidad que se vive y comunica. Forma el espíritu de oración que, si se le cultiva, transforma todos los trabajos en oración.
Se necesita la unidad y el movimiento de la vida. Los padres benedictinos viven de la liturgia bien meditada, sentida y practicada, constituye su vida espiritual, activa y ministerial.
Eso mismo es la visita eucarística para el paulino.
- Si la hora de visita hecha por quien quiere avanzar se limitara menos a un concepto formalista;
- si en lugar de ser una simple puerta como las demás tratara de convertirse en el corazón del día;
- si fuera como la sangre que vivifica los demás actos de piedad;
- si se la hiciera brotar de las profundidades del alma y de la vida ordinaria y menos de métodos convencionales, de libros o fórmulas de oraciones superficiales;
- si con ella se adquiriera una base sobrenatural que lo ilumina todo, una generosidad espiritual de entrega
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y acción, un sentimiento profundo de que Dios está en nosotros;
- si, tras haber estado con Jesucristo, lo sintiéramos vivo y actuando en nuestro ser y naciera la necesidad de sumergirnos, paso a paso, en lo sobrenatural para restaurarnos...
llegaríamos pronto al noveno grado de oración, es decir, a la «transformación en Cristo»: «vivit vero in me Christus» [Gál 2,20].
La vida se convierte en oración y la oración da la vida.
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1 «Es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).
2 «Yo estoy con vosotros».
3 «Cristo vive en mí» (Gál 2,20).
4 «En el principio existía la Palabra» (Jn 1,1).
5 «Felices los pobres...» (Mt 5,3).
6 «Padre, ha llegado la hora; glorifica...» (Jn 17,1).
7 En el texto impreso se lee “tanto para cambiar una práctica”, pero probablemente sea un error de transcripción.