INSTRUCCIÓN V
EL DISCERNIMIENTO: SACERDOTES Y DISCÍPULOS
Maestros de disciplina y de espíritu
Me han preguntado algunas veces qué distinciones, poderes y límites hay entre el prefecto de disciplina y el maestro de espíritu de los aspirantes en las casas paulinas.
La respuesta es que no hay distinción, que hay una única persona que atiende a ambas cosas, al espíritu y a la disciplina. Así que son dos cargos en uno. Lo mismo sucede en los demás Institutos religiosos.
En los seminarios sí hay dos cometidos diferentes y una persona al frente de cada uno.
El problema fue muy debatido por personas experimentadas y cultas. Lo resolvió la constitución apostólica Sedes Sapientiae, en la que se lee: «En las residencias de los estudios clericales, el cargo de prefecto o maestro de espíritu nunca puede faltar... Es cometido del prefecto o maestro de espíritu formar el alma de los alumnos a la vida religiosa... y atender directamente, según las propias Constituciones o Estatutos, al quehacer de la formación moral, religiosa, clerical y apostólica bajo la dependencia de sus Superiores». Del mismo modo se expresan los largos párrafos del artículo 28, donde se sigue hablando de «prefecto o maestro de espíritu» o simplemente «prefecto de espíritu». Se confían más o menos
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los mismos cometidos y deberes al maestro de los novicios que al maestro de los aspirantes, cuya disciplina debe guiar y a quienes debe formar espiritualmente.
¿Por qué esta diferencia entre seminarios e Institutos religiosos? Porque el aspirante al sacerdocio diocesano entra en el seminario para formarse y salir de él, mientras que el aspirante de un Instituto religioso entra para formarse y permanecer en él toda la vida.
Los sacerdotes diocesanos no pronuncian los votos, viven separada y libremente y su dependencia del Ordinario es relativa. El religioso tiene compromisos más estrechos: vida común, votos, convivencia y colaboración continua y una unión tan íntima que se prolonga después de la muerte.
La profesión religiosa se parece a un contrato, un contrato sui generis, entre el Instituto y el candidato. Es necesario que mutua y profundamente se conozcan y se amen, que se garantice una convivencia piadosa y feliz. De ahí que el primer acto del aspirante consista en entregarse totalmente al Instituto. Quien se comporte de otra manera (dirigirse de forma autónoma o con personas de fuera, aunque buenas) no está hecho para la vida común.
En los Institutos religiosos hay maestros y padres para promover una formación integral mediante una disciplina paternal. El aspirante quiere consagrarse a Dios en el Instituto, no tiene más programa que la perfección mediante la observancia religiosa.
Por consiguiente, dejando de lado la variedad de opiniones, el maestro o prefecto sentirá la gravedad de su misión ante Dios, ante la Congregación y ante los aspirantes. Atiende simultáneamente a la formación espiritual, intelectual, apostólica,
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humana y religiosa. Se considera como Jesús entre los apóstoles, candidatos a la vida religiosa y apostólica a la vez.
A la luz del Evangelio
Tema de esta instrucción: sacerdotes y discípulos.
Podemos considerar su vida, formación y apostolado. Ahora nos centramos especialmente en la vida.
(Constituciones, arts. 6-12: ver arriba I, 114-115).
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En el capítulo 6 de san Lucas se lee: «Por aquellos días fue Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando llegó el día, llamó a sus discípulos y eligió doce entre ellos, a los que llamó también apóstoles: Simón, a quien llamó Pedro; su hermano Andrés, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el hijo de Alfeo, Simón el llamado cananeo, Judas hijo de Santiago y Judas Iscariote, el que le traicionó» [Lc 6,12-16]. Y les concedió un triple poder: predicar, dirigir y santificar, diciéndoles:
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«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,18-20). Aquí tenemos al sacerdote.
En cambio, en el capítulo 10 de san Lucas se lee: «Después de esto, el Señor designó otros setenta y dos, y los envió delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde él pensaba ir. Y les dijo: La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Andad!; mirad que yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; no saludéis a nadie por el camino...» [Lc 10,1-4]. Y más adelante: «Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre... Y Jesús les dijo: No os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo» [cf. 10,17-20].
Así se designa a los discípulos, justo porque la mies es mucha.
¿Por qué esta distinción? Lo dicen claramente el Evangelio y las Constituciones: «por disposición divina», no por una razón o un capricho humanos. Es lo que estableció Jesucristo, y nadie, ni siquiera la Iglesia, puede cambiar esa distinción.
La elección
¿Puede un joven elegir uno u otro camino sin más, porque así lo quieren sus padres, por ambición o comodidad? No; se necesita vocación. Según la Sedes Sapientiae, hay tres vocaciones: la vocación simplemente religiosa (vida contemplativa), la vocación apostólica (vida activa)
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y la vocación sacerdotal. El discípulo tiene las dos primeras, la vocación a la santidad y al apostolado, y el sacerdote religioso otra más, la sacerdotal.
¿En qué concuerdan? Los dos deben tener salud física, piedad, inteligencia, voluntad comprobada para atender a la perfección y deseo sincero de realizar un apostolado para la salvación de las almas.
¿En qué se diferencian? En las inclinaciones que proceden de la naturaleza y de la gracia y en la elección de medios. Un joven piensa en celebrar la misa, en bautizar, confesar, predicar, asistir a los enfermos, en la redacción, en enseñar el catecismo, en dirigir las almas, etc.; otro se entusiasma con una máquina, con la encuadernación, la composición, la propaganda con diversos medios. Y estas inclinaciones se realizan prompte, faciliter, delectabiliter,1 con espíritu sobrenatural, superando las inevitables dificultades. El primero tiene una tercera vocación; el segundo, las dos primeras.
Los padres, los tutores y los seglares en general son consejeros incapaces o incluso pésimos sobre la vocación. Saben muchas cosas de la vida conyugal, pero no de la vida religiosa, apostólica y sacerdotal. Hacerse santo no depende de hacer una cosa u otra, sino de cumplir bien la voluntad de Dios sobre cada uno de nosotros. El llamado a la vida de discípulo sería un sacerdote descontento y no contentaría a los demás, por mucho que se esforzara. Lo mismo cabe decir del discípulo llamado al sacerdocio.
La elección debe hacerse antes de la profesión. No se debe admitir que un discípulo pase al estado clerical. Sí, en cambio, que algún clérigo, aunque sea profeso
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perpetuo, pase a ser discípulo por un motivo serio, pero con la prudencia requerida por el art. 89.
Todos deben sentirse felices de su vocación y dar gracias al Señor por ella. ¿Podía envidiar san José el privilegio de María, que era la madre natural de Jesús, mientras él era sólo padre adoptivo? No, la admiraba. ¿Acaso María estimaba menos a san José por ello? No, se sometía a él. Cuando encontraron a Jesús en el templo, María dijo a Jesús: «Tu padre y yo estábamos buscándote»; no dijo: «Yo y tu padre».
¿Qué mérito tiene el sacerdote si es Dios quien le ha elegido a ese estado y le ha dado una triple vocación? ¿Y qué demérito tiene el discípulo si sólo ha tenido dos? ¿Tendrían que gloriarse el sacerdote y el discípulo por tener sus respectivas vocaciones, a diferencia de la gran masa de los simples cristianos? Todo es misericordia de Dios; aunque hayamos nacido de padres cristianos, mientras que dos mil millones han nacido de padres no cristianos, «quid habes quod non accepisti?»2 Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no fuera todo un don? Así se expresaba san Pablo. Piénsese más bien en el deber del agradecimiento humilde y en una correspondencia generosa a los talentos recibidos.
San Pablo, en la carta a los Romanos, tras describir la condición del pueblo elegido en relación con el pueblo pagano y las gracias correspondientes, concluye: «¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! Porque ¿quién conoció el pensamiento del Señor?, ¿quién fue su
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consejero? O ¿quién le ha dado algo a él para pedirle que se lo devuelva? Quoniam ex ipso, et per ipsum, et in ipso sunt omnia: ipsi gloria in saecula. Amen. Porque de él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Rom 11,33-36).
Objetivo de todos: la santidad
Bajo algunos aspectos, al discípulo le resulta más fácil hacerse santo, dado que la condición que favorece el fundamento de toda santidad es la humildad. Le basta, pues, con corresponder a sus dos vocaciones. El sacerdote tiene abierta la vía a una gran santidad dependiendo de sus dones y de la triple vocación, si corresponde a ella. Dios no premia los dones que concede, sino los méritos de quien trabaja con los talentos recibidos.
Cada uno puede decirse: si quiero, seré santo, prontamente y gran santo. Evítense pensamientos, discursos, aspiraciones y confrontaciones que sólo sirven para suscitar envidias, malevolencias, descontentos y pérdidas de gracia y de tiempo.
¿Cuál es la condición real del sacerdote y del discípulo en la Pía Sociedad de San Pablo? La describe el segundo artículo de las Constituciones: el fin especial es la predicación de la palabra de Dios con los medios técnicos, con las técnicas audiovisuales, el docete,3 repitiendo las enseñanzas de Jesucristo y de la Iglesia, para que lleguen lo antes posible y ampliamente. Este apostolado se compone de tres partes: redacción, técnica y difusión. Estos tres elementos, unidos, constituyen nuestro apostolado y hacen al apóstol redactor, técnico y propagandista. El escritor
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y redactor aislado no realiza el apostolado de las ediciones; el técnico aislado se convierte en simple obrero; el propagandista, en un comerciante.
Por eso dicen las Constituciones: «unidos en un único apostolado». Por consiguiente, el ojo no dice al corazón que está ciego y no vale para nada, ni el pulmón puede decir a la cabeza que no hace nada. Somos un cuerpo orgánico, no un mecanismo, y hasta en una máquina cada parte desempeña una función, tanto la rueda como el carburador. La propia Congregación es un cuerpo social, parte del Cuerpo místico. Los miembros menos visibles, como el humilde, el piadoso, la víctima, desempeñan frecuentemente las tareas más necesarias, mientras que podría suceder lo contrario en el caso de quien figura.
El ruido hace poco bien y el bien poco ruido. ¿Quién será más santo? Quien más ama su vocación y corresponde a ella más generosamente. El camino que supera a los demás caminos es el de la mayor caridad hacia Dios y hacia los hombres.
Reciprocidad: como en la Familia de Nazaret
¿Qué deberes tienen los sacerdotes hacia los discípulos? Los de la bondad, intuición, dirección espiritual, santificación con los sacramentos y buen ejemplo.
¿Qué deberes tienen los discípulos con los sacerdotes? Los de la veneración, cooperación constante, ayuda dócil.
En la vida cotidiana debe fomentarse la convivencia religiosa, la comprensión y el servicio mutuo entre el discípulo y el sacerdote, cada cual según su condición, talentos y cometidos.
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La Familia de Nazaret es el modelo de toda familia religiosa en la castidad, la pobreza, la obediencia y la vida común. Cada una de las tres personas cumplía los deberes de su condición, las tres cooperaban y preparaban la redención del mundo según los designios del Padre celestial. Así ocurre con los paulinos cuando llevamos a la humanidad la luz, la paz y la gracia por medio de nuestros apostolados.
Estamos en la Casa del Divino Maestro, en la iglesia dedicada a Jesús Maestro. Estáis presentes y juntos sacerdotes y discípulos de Jesús Maestro, que quiso sacerdotes y discípulos, aunando en el mismo premio a unos y otros.
En estas pocas palabras hay principios para una vida íntima e inspirada en la caridad cuyo código estableció san Pablo: colaboración iluminada, respetuosa, constante y gozosa, con un programa para cada uno, el de «dar y aceptar y el de aceptar y dar» según la propia condición.
Estimar los propios dones
Es un grave error atormentarse envidiando la condición de los demás, y es en cambio un medio de méritos y paz el amor al propio estado cumpliendo gozosamente los propios deberes.
Si el sacerdote gozara de mayor libertad de iniciativa, sería únicamente en orden a realizar un bien mayor.
La rendición de cuentas en el juicio de Dios del discípulo se concentra en la vida religiosa y apostólica, mientras que la del sacerdote abarca también el ministerio sacerdotal, con las responsabilidades correspondientes.
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La vida de estudio y de redacción, consideradas humanamente, exigen mayor sacrificio.
Un buen discípulo, siempre atento a la santidad y al apostolado, puede ser elegido en la Congregación para cargos de gran responsabilidad.
El apostolado de las ediciones depende decisivamente en su desarrollo y eficacia, además que de la redacción, de la propaganda, pues es ésta la que culmina el trabajo de la redacción y de la técnica.
El discípulo podrá siempre alabar al Señor por haberle elevado al grado de apóstol al haberle unido al sacerdote. San José no fue doctor ni pontífice, pero es el primer santo y goza de la mayor gloria y del mayor poder en el paraíso después de la Virgen María.
Amarse, colaborar y respetarse mutuamente como dos partes complementarias, como dos seres que forman el nuevo ser en la Iglesia: el apóstol de las ediciones. El alma debe amar al cuerpo del que se sirve para merecer y el cuerpo debe amar al alma que le guía por los caminos de la santidad. Después de la resurrección estarán unidos en una felicidad única y total.
Tengo que decir algunas palabras a los sacerdotes y discípulos reunidos:
a) Es necesario vivir de fe, considerando siempre las cosas según Dios, y vivir con fervor. De este modo, unos y otros saborearéis los numerosos y preciosos frutos de la vida religiosa; si no es así, os encontraréis con la desazón y reproche de mutuos disgustos.
b) Según las disposiciones divinas, el gobierno de un Instituto clerical como el nuestro pertenece al sacerdote,
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quien por su ministerio tiene el regimen animarum.4 No somos un Instituto sólo de laicos. A la objeción de que hay Institutos en los que se asocian sacerdotes y laicos... no respondo; las cosas que habría que decir aquí no puedo exponerlas. En nuestro Instituto los discípulos participan ya en el gobierno en la medida que es posible y deseable por parte de la Congregación. Así se desprende de los artículos añadidos a las Constituciones después de la concesión hecha por la santa Sede ad experimentum durante doce años. Preguntada la santa Sede en abril de 1960, respondió que «si la experiencia da buenos resultados, esos artículos podrán figurar definitivamente en las Constituciones».
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1 «Con prontitud, con facilidad y con satisfacción».
2 «¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7).
3 «Enseñad».
4 «La dirección de las almas».