INSTRUCCIÓN XIV
VIRTUD Y VOTO DE POBREZA
San Francisco de Asís desposó a Madonna Pobreza. Dante describió este matrimonio místico en el «Paraíso» y Giotto lo pintó en la basílica de Asís. Un día el Santo se encontró por el camino de Umbría con Madonna Pobreza que volvía al cielo porque nadie en la tierra la había acogido. Estaba cubierta de andrajos, pero a san Francisco le pareció tan hermosa que ganó su corazón y se desposó con ella.
Las cinco funciones de la pobreza
La pobreza es la máxima riqueza. La renuncia más pequeña en el gusto, el vestido o la habitación es una gran conquista para el cielo.
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La pobreza paulina tiene cinco funciones: renuncia, produce, conserva, provee, edifica.
Renuncia a la administración, al uso independiente, a lo que es comodidad, gusto, preferencias; todo lo tiene en simple uso.
Produce con un trabajo asiduo; produce en abundancia para dar a las obras y a las personas.
Conserva las cosas que usa.
Provee las necesidades que hay en el Instituto.
Edifica, frenando la avidez de bienes.
Fe evangélica en la Providencia
«Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y amará al otro, o bien despreciará a uno y se apegará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero. Porque eso os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo, qué vais a vestir. Porque la vida es más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido. Mirad las aves del cielo; no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros, por mucho que cavile, puede añadir una sola hora al tiempo de su vida? Y del vestido, ¿por qué os preocupáis? Mirad cómo crecen los lirios del campo, no se fatigan ni hilan; pero yo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba del campo, que hoy es y mañana se la echa al fuego, ¿no hará más por vosotros, hombres de poca fe? No os inquietéis,
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diciendo: ¿Qué comeremos? o ¿qué beberemos? o ¿cómo vestiremos?. Por todas esas cosas se afanan los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura» (Mt 6,24-33).
* * *
Art. 86. Dispensar de los votos religiosos, ya temporales, ya perpetuos legítimamente emitidos en la Sociedad, compete sólo a la Sede apostólica; los Superiores no tienen ningún poder para disolverlos, salvo el caso de despedida legítima de un profeso de votos temporales, según la norma del artículo 95.
Art. 87. En virtud de la profesión religiosa, el individuo queda sujeto a las obligaciones de su estado y goza de sus derechos, según las normas de las presentes Constituciones, bajo la autoridad de los Superiores, según su condición y grado. Los profesos de votos temporales gozan de los mismos privilegios, indulgencias y gracias espirituales de que gozan los profesos perpetuos; si llegan a morir, tienen también derecho a los mismos sufragios.
Art. 88. El tiempo para disfrutar de voz activa y pasiva, se computa desde la primera profesión emitida en la Sociedad. No obstante:
a) Todos los profesos de votos temporales, lo mismo que los alumnos clérigos aún no elevados al sacerdocio, aunque profesos perpetuos, carecen de voz activa y pasiva.
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b) Los profesos discípulos de votos perpetuos gozan de voz activa y pasiva tanto en las elecciones de delegados para el Capítulo provincial como de delegados para el Capítulo general: mas en las elecciones que se hacen en el Capítulo general gozan sólo de voz activa.
c) Los sacerdotes profesos de votos perpetuos gozan de voz activa y pasiva en todas las elecciones, conforme a la norma de las Constituciones.
Art. 89. Después de emitida la profesión no se concede a los discípulos el paso al estado clerical. A los alumnos clérigos, incluso profesos de votos perpetuos, por grave motivo puede concedérseles el paso a la condición de discípulos; y en este caso no se les obliga a hacer un nuevo noviciado; sin embargo, siempre se les podrá imponer una prueba conveniente.
Art. 90. Los que salen de la Sociedad por cualquiera causa o razón, sepan que no pueden exigir nada de ella por los trabajos realizados, o por otro motivo, firme lo prescrito en el artículo 36.
Art. 91. El profeso de votos temporales puede dejar libremente la Sociedad, una vez cumplido el tiempo de sus votos. Del mismo modo el Superior general, previo el voto del respectivo Superior mayor con su Consejo, y después de haber oído el Consejo general, puede, por causas justas y razonables, excluirle de renovar los votos temporales o de emitir la profesión perpetua, mas no por razón
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de enfermedad, a no ser que se pruebe que la enfermedad fue callada o disimulada fraudulentamente antes de la profesión.
Pobreza efectiva y afectiva, virtud y voto
Hay una pobreza efectiva, acompañada por una riqueza afectiva. Es la de quienes viven en la miseria pero tienen deseos desmesurados, hasta llegar a robar, a engañar, a trabajar en algo prohibido.
Hay una pobreza afectiva, acompañada por una riqueza efectiva, hasta llegar a pedir limosna para dar a Dios y al prójimo.
«Dichoso el rico que es hallado irreprensible y no corre tras el oro» (Sir 31,8).
La pobreza como virtud busca y anhela continuamente los bienes espirituales y eternos, el sumo bien, Dios, aparta su corazón de las cosas de la tierra y usa todo como medio para conseguirlo. Incluso considera el alimento y el descanso como medio para «mantenerse en el servicio de Dios y en el apostolado».
El voto es un medio, un compromiso mayor para practicar la virtud.
El espíritu de pobreza (la primera bienaventuranza) es la virtud en alto grado, y se da cuando se tienen convicciones profundas, amor a las privaciones y los sacrificios, gusto en ellos, hasta realizarlos prompte, faciliter, delectabiliter.1 Así fue en el caso de los santos canonizados y de muchos más no canonizados.
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Jesús, Maestro de pobreza
Con el ejemplo. Dice san Bernardo: «Pauper in nativitate, pauperior in vita, pauperrimus in cruce».2
Y san Pablo escribió a los Corintios: «Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» [2Cor 8,9].
Nació en un establo para los animales, tuvo un pesebre como primera cuna, vivió el destierro en Egipto, habitó la casita de Nazaret, tuvo el oficio de carpintero, su vida pública se sostenía con limosnas; fue despojado de sus vestidos, le dieron a beber hiel, mirra y vinagre, tuvo la cruz como lecho y un sepulcro prestado por caridad. La forma o especie eucarística es un poquito de pan, alimento común. Prefería a los pobres: «pauperes evangelizantur».3
Con la enseñanza. La primera bienaventuranza que enseñó fue la de la pobreza: «Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios» [Mt 5,3]. Si es el primer peldaño de la santidad, quien no lo sube, o lo baja, renuncia de hecho a la perfección.
Decían de él: «Nonne hic est fabri filius? Nonne hic est faber?».4
«Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza» [Lc 9,58].
«Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; después ven y sígueme» [Mt 19,21].
«Vosotros que lo habéis dejado todo y me habéis seguido, recibiréis el céntuplo y poseeréis la vida eterna» [cf. Mt 19,28-29).
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«Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura» [Mt 6,33].
«No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas» [Mt 10,9].
«El que de vosotros no renuncia a todos sus bienes, no puede ser mi discípulo» [Lc 14,33].
Quien se desprende de todo se hace rico de gracia, de méritos, de paz, de gloria. Con la pobreza es más fácil la santidad.
La pobreza es fuente de purificación, de fervor y de caridad.
«La pobreza destruye la lujuria y el orgullo y prepara una atmósfera de espiritualidad» (san Ignacio).
La pobreza es guardia de muchas virtudes.
Es un hecho que hoy los Institutos religiosos, en general, piden limosnas de acuerdo con el ambiente donde viven. Sin embargo, los capuchinos, que van de puerta en puerta y tienen vestido, habitación y mesa más pobre, preparan más santos a la Iglesia... Y entre ellos hay más santos canonizados que fueron sacristanes, porteros o limosneros.
La santidad auténtica es sólo y siempre la del Evangelio.
Quien tiene verdadero espíritu de pobreza tiene mucho más fácilmente espíritu de oración y deseos del cielo. Allí está su tesoro: «Ubi thesaurus vester est, ibi et cor vestrum erit».5
La pobreza en un Instituto es garantía de buen espíritu y de buen desarrollo, especialmente de buenas y numerosas vocaciones.
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Dios no envía gente allí donde no se trabaja o donde se desperdicia, aunque sea en pequeñas cosas, como fumar.
Quien está apegado, aunque sólo sea a un hilo, es como un pájaro atado: no puede lanzarse a volar hacia las alturas de la santidad.
María, mujer pobre
María. Pensamos en ella como nos parece que era: una mujer del pueblo, esposa de un carpintero. Como en Belén no tenían para pagar, no hubo sitio para ellos en la posada.
Era una mujer de su casa, sensata y laboriosa, que atendía a la cocina, a la limpieza, a la colada, etc., atenta a Jesús durante su infancia, su adolescencia y su edad adulta; atenta a José mientras lo tuvo a su lado; atenta al apóstol Juan y los demás apóstoles tras la muerte de Jesús y hasta el momento de ser subida en cuerpo y alma al cielo. Vivió el ideal de la mujer fuerte como se describe en Proverbios (31,10-31).
Pocas palabras recuerda el Evangelio sobre María, pero llenas de sabiduría escriturística. Sobre la pobreza, las siguientes: «[Dios] ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha encumbrado a los humildes; ha colmado de bienes a los hambrientos y despedido a los ricos con las manos vacías» (Lc 1,52-54).
María socorre a los pobres por medio de su omnipotencia suplicante por ellos. En las bodas de Caná, a las que estaban invitados María, Jesús y algunos pescadores, los primeros discípulos de Jesús, a un cierto punto falta el vino en el convite, lo que indica que la familia era pobre. María lo sabe, habla de ello a Jesús y consigue que cambie el agua en vino, evitando así el sonrojo de los esposos.
María consigue a quien desea la virtud de la pobreza
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las gracias de amar el trabajo, soportar serenamente las privaciones y sacrificios, saber esperar y recibir los dones espirituales.
Los religiosos disfrutan muchas veces de un tenor de vida más cómodo que el que tenían en su familia.
Recordemos que lo necesario para la vida cotidiana se obtiene del trabajo, mientras que para obras extraordinarias (una iglesia, una casa, una máquina, etc.) se busca con la beneficencia, por lo menos en parte.
Oí el juicio siguiente, de parte de quien podía hacerlo, acerca de un religioso que se había presentado atildado, amanerado, regalado en la mesa, en el trato y en sus exigencias: «En la medida que cuida su exterior, está vacío en su interior, es decir, en ciencia, piedad y celo».
San Pablo, maestro y testigo
San Pablo. Escribe a san Timoteo: «A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean orgullosos y que no pongan sus esperanzas en las riquezas caducas, sino en Dios» (1Tim 6,17).
Elogia a Filemón por su caridad con los cristianos de Colosas: «Tu amor me ha colmado de alegría y de consuelo, porque gracias a ti, hermano, el corazón de los creyentes se ha tranquilizado» (Flm 7).
En otra ocasión escribe a san Timoteo: «La religión es un negocio, pero para el que se contenta con lo necesario. Debemos contentarnos con tener lo suficiente para comer y vestir. Pues los que quieren enriquecerse caen en la tentación y en la trampa de deseos insensatos y funestos que hunden a los hombres en la ruina y la perdición. Porque el amor al dinero
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es la raíz de todos los males. Algunos, arrastrados por ese amor al dinero, se han apartado de la fe y están atormentados por muchos remordimientos» (1Tim 6,6-10).
A los Hebreos les dice: «Habéis aceptado con alegría el que os quitaran vuestros bienes, siendo conscientes de que estáis en posesión de una riqueza mejor y permanente» (Heb 10,34).
A los Filipenses les agradece las limosnas enviadas y les dice: «Sé carecer de lo necesario y vivir en la abundancia; estoy enseñado a todas y cada una de estas cosas, a sentirme harto y a tener hambre, a nadar en la abundancia y a experimentar estrecheces» (Flp 4,11-12).
«Paupertas est veluti muras religionis diligenda»6 (san Ignacio).
El «¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestra consolación!» [Lc 6,24], ese ¡ay!... ¿No veis cuántas abadías, conventos e Institutos a punto de desaparecer o desaparecidos? Es una advertencia también para nosotros.
No son sólo ricos los que tienen mucho y están apegados a su riqueza, sino también quien tiene poco, si su corazón ambiciona y acumula cuanto puede del modo que sea. Esto es riqueza afectiva con pobreza efectiva.
Diversas formas de pobreza. El trabajo
Todos los Institutos están obligados a la pobreza, pero no del mismo modo: bien diversa es la pobreza de un cisterciense de la de un jesuita. Santo Tomás establece esta norma: «La pobreza religiosa tiene un valor instrumental, es decir, en orden a los dos fines a los que está ordenada: la santificación y el apostolado».
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La pobreza se observa con mayor dificultad cuando son varias las personas que participan en la administración. Depende también de la naturaleza del Instituto; siempre hay que vigilar.
La virtud de la pobreza es más para los individuos que para el Instituto. Éste debe asegurar el desarrollo de las obras y su existencia y progreso. Sin embargo, también aquí hay límites: la confianza en Dios, el espíritu de pobreza, el cuidado incluso de las migajas de tiempo y de pan, una atención conveniente a los necesitados, etc. Todo eso debe siempre tenerse en cuenta.
Todos los Institutos están obligados al trabajo, pues es una ley natural y penitencia por el pecado. La profesión no quita leyes, sino que las añade.
Todos los Institutos tienen esa obligación, los ricos y los pobres, pues es un deber trabajar antes de recurrir a la beneficencia. El poder trabajar es ya providencia de Dios. Pío XII lo repite con palabras muy claras en la constitución Sponsa Christi.
Educar al trabajo significa elevar a un joven y hacerle el regalo, la caridad y el bien para la vida y para la eternidad.
Cuando un hombre vive disciplinado, domina los sentidos y las contingencias, en la intimidad de la familia y en la sociedad, es respetado y admirado; se siente útil para sí y para los demás y contribuye eficazmente al bien de la humanidad y de la Iglesia. ¡Sé un hombre! Vir, vis, fuerza.
Todos los santos han sido trabajadores. En proporción de los años vividos, ¡cuánto trabajaron y con qué variedad! Santo Tomás de Aquino, san Francisco de Asís, san Bernardo, san Francisco de Sales, san José Cottolengo, san Juan Bosco, san Alfonso Rodríguez, san Juan
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Bautista de La Salle, san Juan de la Cruz, san Alberto Magno, san Camilo de Lelis, san Juan M. Vianney, santo Domingo, san Alfonso de Ligorio... en fin, todos. Dieron la primacía al trabajo interior, que luego fructificó en laboriosidad externa maravillosa, productiva, humanitaria, suscitadora de grande admiración en todos.
San Pablo escribe a los Tesalonicenses: «Cuando todavía estábamos entre vosotros, os dimos esta norma: el que no trabaje, que no coma. No obstante, nos hemos enterado de que algunos de vosotros viven sin trabajar, sin otra ocupación que curiosear. Pues bien, a estos tales exhortamos y amonestamos en nombre de Jesucristo, el Señor, a trabajar en paz y a ganarse el pan que comen» (2Tes 3,10-12). «Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos» (1Cor 4,12). San Pablo fue un gran trabajador. Dice varias veces que lo que necesitaba él y sus compañeros de predicación «ministraverunt me manus istae»,7 hasta trabajar de noche en un oficio aprendido en su juventud. Dice de sí mismo: «In plagis... in laboribus, in vigiliis...»8 (2Cor 6,5). Es el más feliz intérprete e imitador de Jesucristo. También aquí su vida está en Cristo: «Mihi vivere Christus est».9
El trabajo del paulino
El trabajo del paulino (sacerdote o discípulo) tiene una peculiaridad. Jesús obrero producía con su trabajo cosas pobres; san Pablo hacía esteras militares llamadas cilicios; en cambio, el paulino ejercita un apostolado directo y con el trabajo da la verdad, realizando una labor de predicación, convertida en misión y que la Iglesia aprueba.
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El propio san Pablo alaba «maxime qui laborat in verbo et doctrina».10
Es magnífico adoptar la regla de acostarse pronto por la noche para madrugar al día siguiente.
Cuando se ha trabajado y, sin embargo, la utilidad todavía no alcanza, se invoca a la divina Providencia, se pide decorosamente beneficencia, se goza imitando la pobreza de Jesús, María, san Pablo y viviendo en estrechez.
Los confesores, los predicadores, los maestros, etc., se cuentan entre los mejores trabajadores.
Hay quienes pretenden el lujo del voto, pero sin el ejercicio de la pobreza. Se lo conceden todo y son exigentes. Los religiosos menos trabajadores suelen ser los más exigentes.
Hay quien usa el automóvil como si fuera suyo, dispone de él en exclusiva y va y viene libre e independientemente, que es lo que prohíbe el voto.
¿Que hay necesidades? Nosotros editemos y difundamos con inteligencia y prudencia.
Con el trabajo de nuestro apostolado aumentan las vocaciones, pagamos las máquinas y las casas, cumplimos nuestra misión, nos aprueban Dios y los hombres y conseguimos el cielo.
Enemigos de la pobreza
Son los siguientes:
a) La concupiscentia oculorum.11 Alguien ha escrito: «Todo hombre, por la avidez de riqueza, es en el fondo, aunque sea en proporción limitada, un propietario, un capitalista, un avaro que dormita, pero
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suele despertarse cuando madura». Puede ser que alguien haga trabajos para terceros y se guarde la ganancia.
b) La concupiscentia carnis.12 Sucede así cuando domina la pereza y se desea el dinero para satisfacer las pasiones, la gula, la curiosidad, la independencia, la diversión y la comodidad. A las necesidades debe proveer el Instituto.
c) La superbia vitae,13 que es como la ambición. El decoro es necesario; la vanidad, una pasión. Cuando se juzga superficialmente se da la preferencia al rico, incluso en la iglesia.
d) El espíritu mundano, el ejemplo de los hermanos, el descuido de los Superiores y la prosperidad material de un Instituto. Se llega incluso a quedarse con el estipendio de las misas.
El voto en una Congregación religiosa prohíbe:
a) Apropiarse de algo del Instituto para uso personal; por eso las Constituciones excluyen el llamado peculio.
b) Dar, regalar, vender, cambiar, disponer de cosas, gastar de manera independiente, prestar, estropear por falta de atención.
c) Aceptar cosas para uso personal y sin permiso y pretender atenciones no justificadas en el cuidado de la salud.
d) Rechazar cargos y tareas.
Cualidades de la pobreza:
Amarla, elegirla y preferirla más que la riqueza y la comodidad por amor a Jesucristo.
Practicarla en el comer y vestir, en la habitación y los muebles, anteponiendo la vida común.
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Entenderla según el Evangelio, in spiritu: amar a los pobres, evitar el trato frecuente con los ricos, predicar el desprendimiento de las cosas de la tierra según el Evangelio.
Observaciones
a) El religioso de votos perpetuos, mientras esté en la plenitud de sus fuerzas, debe proveer por lo menos a tres o cuatro personas, teniendo en cuenta los gastos que se hicieron en su formación, en la de otros aspirantes y en previsión de su ancianidad. ¿No es un deber que tienen los padres de familia?
b) Acostumbrar a los aspirantes a practicar la pobreza: que contribuyan al Instituto con lo establecido, que se acostumbren al alimento común y al trabajo, que mantengan la limpieza y el orden, que cuiden las cosas, los muebles y la ropa; que sepan vencerse mediante la mortificación.
c) Educar sin el «abneget semetipsum»14 no formará buenos cristianos, y menos aún religiosos. En cambio, si se acostumbra al aspirante a las pequeñas renuncias, se le preparará a la renuncia general para profesar y vivir según el Evangelio y los ejemplos de Jesucristo.
d) Recordemos la «locura de la cruz» y el modo de vivir de san Pablo, el Cura de Ars, san Alfonso de Ligorio, san Francisco de Asís, san José Benito Cottolengo, santa Teresa.
e) Sólo quien en la Iglesia de Dios amó y practicó la pobreza realizó obras duraderas, dejó ejemplos
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edificantes, se entregó al trabajo apostólico y alcanzó la santidad.
f) El P. Chevrier trazó un programa concreto y completo de la vida santa del verdadero «pobre de Jesucristo»:
«Se contenta con poco...;
No descuida nada;
todo lo acepta agradecido;
considera siempre que tiene más de lo que necesita;
está contento de los servicios que le hacen;
no se queja de nada y busca la pobreza de Cristo;
trabaja para ganarse el pan de cada día;
prefiere las cosas más pesadas y humildes;
se horroriza del lujo, la vanidad y la comodidad;
procura ayudar a todos;
cuida lo que tiene;
no estropea nada y evita la prodigalidad;
no malgasta en ropa, alojamiento, alimento o adornos;
economiza sin avaricia».
g) Hay una clara distinción entre las faltas contra la pobreza y las faltas contra la justicia. Los maestros de los novicios y los Superiores de las casas deben explicarla y recordar el deber de la restitución a quien robe, dañe culpablemente o dé a otros sin permiso cosas del Instituto, etc.
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Qué supone el espíritu de pobreza:
- la práctica de la justicia, incluso en las cosas pequeñas;
- la convicción de que los bienes de la tierra son para la vida natural y eterna del hombre;
- la buena salud;
- la limpieza y el buen uso del tiempo;
- una justa economía.
La razón nos recuerda la necesidad del orden en casa, del cuidado de la ropa, los muebles, los instrumentos de trabajo, etc. Se impone en la familia la necesidad de una administración inteligente, proveedora y previsora, el rechazo de la ambición, de las satisfacciones inútiles, de lo superfluo, de los adornos vacuos reflejan muchas otras cosas.
Por lo general, es mucho más fácil construir iglesias y casas que santificarlas luego, llenándolas de méritos, de vocaciones, apostolado, vida religiosa y gozosa, de oración, hasta convertirlas en antesalas y lugar de preparación para la casa celestial. «Tuis fidelibus, Domine, vita mutatur, non tollitur, et dissoluta terrestris huius incolatus domo, aeterna in cœlis habitatio comparatur».15
Deben cuidarse atentamente las casas para que se conserven bien. Es evidente que las paredes, las puertas, las ventanas, los muebles, etc., deben ser consistentes, como exige una comunidad con jóvenes, pero también debemos usarlo todo con cuidado y respeto como propiedad de la Iglesia (a través del Instituto). La pobreza exige cuidados y atenciones en todas partes.
La limpieza, el orden, la ventilación, las reparaciones frecuentes
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desde los tejados a los suelos, la pintura de las paredes, etc., deben demostrar que nos respetamos a nosotros mismos y al apostolado, recordando al salmista cuando dice «Domine, dilexi decorem domus tuae».16 Cuando se acerque nuestra muerte y veamos la habitación y los locales, los libros, la ropa, los muebles, etc. (incluso el reclinatorio), podamos recordar el santo uso que de ellos hicimos. Porque todo lo tenemos en uso, como instrumento para conseguir una corona eterna y prepararnos una hermosa casa en el cielo: «Dispone domui tuae, quia morieris tu, et non vives».17
Nuestros restos mortales saldrán por la puerta para siempre. ¡Preparemos, pues, tumbas convenientes para los religiosos! Y que el alma pueda entrar definitivamente en el cielo: «Veni... coronaberis»18 después de haber santificado nuestra casa en la tierra.
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1 «Con prontitud, con facilidad, con agrado».
2 «Pobre en el nacimiento, más pobre en la vida, sumamente pobre en la cruz».
3 «Y los pobres son evangelizados» (Mt 11,5).
4 «¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No es éste el carpintero?» (Mt 13,55; Mc 6,3).
5 «Donde está vuestra riqueza, allí estará vuestro corazón» (Lc 12,34).
6 «Hay que amar la pobreza como muralla firme de la vida religiosa» (cf. san Ignacio, Const., p. VI, cap. 2).
7 «Han provisto estas manos» (He 20,34).
8 «En latigazos..., en fatigas, en noches».
9 «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21).
10 «Especialmente los que se ocupan de la predicación y enseñanza» (1Tim 5,17).
11 «El ansia de cosas» (1Jn 2,16).
12 «Las pasiones carnales» (1Jn 2,16).
13 «La arrogancia» (1Jn 2,16).
14 «Niéguese a sí mismo» (Mt 16,24).
15 «Porque la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo» (Missale Romanum, Ordo Missae, prefacio de difuntos).
16 «Señor, amo la belleza de tu casa» (Sal 26[25],8).
17 «Pon en orden las cosas de tu casa, porque vas a morir y no sanarás» (Is 38,1).
18 «Ven, serás coronada» (Cant 4,8).