INSTRUCCIÓN IV
LAS VISITAS A LAS COMUNIDADES
«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de viento impetuoso, llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos se quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les movía a expresarse» (He 2,1-4).
La aprobación del Instituto
En 1927 me encontraba en Roma para tramitar la aprobación. La Congregación de los Religiosos me remitió a un célebre jesuita, profesor de Derecho canónico, anteriormente consultor maduro y experimentado de la misma Congregación y director de almas.1 Leyó atentamente nuestras Constituciones y me llamó: «Muy
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bien, me dijo; suponen un progreso sobre los Institutos ordinarios; el espíritu es bueno; en el apostolado lo habéis previsto todo y a todo habéis provisto. No todos estarán de acuerdo en aprobar un Instituto que quiere dedicarse a este apostolado, pero mi parecer es favorable, muy favorable». Y las aprobaciones fueron llegando regularmente, como todos saben.
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Art. 167. En todas las casas guárdese escrupulosamente la clausura; dentro de los muros de las mismas y en los locales de las clases y del apostolado propios de los religiosos, no se admitan mujeres, por ningún pretexto, a no ser que se trate de las exceptuadas por el canon 598 del Código de derecho canónico, o de otras que por causas justas y razonables juzgaren los Superiores pueden admitirse.
Art. 168. Si la casa tiene anejo un pabellón para los aspirantes, o habitaciones o locales destinados especialmente para las obras de apostolado, resérvese, en cuanto sea posible, una parte de esos locales para los religiosos, en la cual no entren los externos sino siguiendo la norma del artículo precedente. Y las mujeres no sean admitidas en estos lugares externos, sino por causa justa y con permiso de los Superiores.
Art. 169. Los Superiores y todos a quienes corresponde, velen cuidadosamente para que las puertas de casa se cierren y abran cuando convenga y a tiempo; vigilen también por que no se perturbe la disciplina religiosa con
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conversaciones inútiles, vanas y extrañas y sufra de este modo el espíritu religioso.
Art. 170. Nadie salga de casa sin el permiso del Superior, a quien se ha de exponer la causa e indicar el lugar a donde se va; a la vuelta adviértase de nuevo al Superior.
Art. 171. No les es lícito a los Superiores permitir que los religiosos permanezcan fuera de casa sino por causa justa y grave, y el tiempo más breve posible. Para una ausencia de más de seis meses, se requiere siempre el permiso de la Sede apostólica, a no ser por causa de estudios; en cuyo caso se ha de procurar que el alumno viva en alguna casa eclesiástica o religiosa, aprobada por la competente autoridad eclesiástica.
Art. 172. Las cartas de los profesos o novicios, tanto las que se reciben como las que se envían, están sujetas a la inspección de los Superiores, excepto las dirigidas a la santa Sede, a su Legado en la nación, al Superior general, a los Consejeros generales, u a otro Superior mayor, al Superior de la casa ausente casualmente o las recibidas de ellos. Acuérdense los Superiores que están obligados al secreto acerca de cuanto leyeren en las cartas de sus súbditos; y usen del derecho de regular la correspondencia epistolar de sus súbditos con la moderación que exige la prudencia y la caridad.
Art. 173. Los religiosos ajústense de tal modo a la observancia religiosa que sirvan de ejemplo a los demás y puedan aprovechar eficazmente; examínense con rigor sobre sus obligaciones, reprendiéndose severamente ante Dios.
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Las visitas de Dios y de María
La Iglesia, refiriéndose a las apariciones de María Inmaculada en Lourdes a santa Bernardita Soubirous, usa estas palabras: «Visitasti terram, inebriasti eam; multiplicasti locupletare eam» [Sal 65,10]: tú, María, has visitado la tierra, la has alegrado inmensamente y la has enriquecido con muchos dones.
El Hijo de Dios se encarnó y vino mucho antes a visitar a la humanidad para iluminarla, consolarla, enriquecerla con sus dones celestiales y cargar con nuestros pecados para satisfacer por ellos y volver a abrir el cielo.
Aquí tenemos el modelo de las visitas que deben hacerse a los hermanos religiosos y a toda comunidad, familia o amigos: «Unos días después María se dirigió presuroso a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno y quedó llena del Espíritu Santo. Y dijo alzando la voz: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí? Tan pronto como tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de alegría en mi seno. ¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor!. María dijo: Mi alma glorifica al Señor y me espíritu se regocija en Dios, mi salvador» [Lc 1,39-47].
María permaneció en aquella casa santificándola con sus virtudes y su oración y llevándole los dones del cielo: Isabel se sintió llena del Espíritu Santo, su niño (el Bautista) fue santificado en el seno de su madre y
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Zacarías recuperó la palabra que había perdido por sus dudas ante el anuncio del ángel. Estuvo al servicio de Isabel durante tres meses.
Hay visitas paternas. Son un encuentro gozoso entre el padre y los hijos. Así deben ser las visitas del Superior general, del provincial, del obispo o de otras autoridades.
Las visitas tienen el cometido de establecer relaciones más íntimas, intercambiar saludos y noticias, alegrar y alegrarse. Asimismo orar, exhortar y consolar.
Son visitas esperadas, encuentros deseados, un rayo de sol que llega para iluminar. Cuanto más frecuentemente puedan hacerse, mayores frutos habrá.
Que los hijos inviten deseosos a su padre y que el padre acepte deseoso la invitación.
Recuérdese la visita de los pastores de Belén al establo donde nació Jesús; recuérdese la intervención de Jesús en las bodas de Caná junto a María; recuérdese la visita de Jesús a la casa de Pedro en Cafarnaum; recuérdese la visita de Jesús a Betania, donde le acogían con fe y amor María, Marta y Lázaro. ¡Cuánta luz, consuelo y bendiciones en aquellas visitas!
Es necesario, sin embargo, que tengan el tono de la intimidad entre padre e hijos.
Visitas fraternas
Son las visitas entre religiosos hermanos. Pueden tener distintas finalidades: ser encuentros espirituales
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para la edificación; encuentros instructivos destinados a dar o conseguir conocimientos y consejos útiles; visitas de amistad religiosa y limpia, de confidencias, consuelos y edificación. Visitas así pueden tener también una finalidad consoladora; ahora bien, ha de tratarse de un consuelo sano y que se resuelva en serenidad moral y espiritual. La Escritura advierte: «Hospitales invicem sine murmuratione».2
Reuniones, visitas o fiestas que no se vean turbadas por maledicencias, especialmente sobre los ausentes; jamás sembrar o aceptar el mal, tanto de quien hospeda como de quien se hospeda. ¡Emulación en el bien! Todo ello de acuerdo con estas palabras de san Pablo: «Æmulor vos Dei aemulatione».3 Recordad las palabras de Santiago (3,17-18): «La sabiduría de arriba es ante todo pura, pacífica, condescendiente, consoladora, llena de misericordia y de buenos frutos», sin pretensiones de superioridad, sino con un celo modesto. Que convenza, no impuesta sino mansamente persuasiva, inclinada a todo lo que es bueno. Los frutos de la santidad se siembran con la paz. Después del buen ejemplo, despedirse con alegría.
Visitas canónicas
Deben hacerse cada tres años a cada una de las casas. En casos especiales, con mayor frecuencia. Si no puede hacerlas el Superior general, delegará en alguna persona de confianza. Estas visitas pueden tener como punto de mira sólo un tema particular o un objeto determinado.
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Las visitas que se hacen cada tres años tienen el cometido de conocer la provincia o la casa particular sobre estos cuatro puntos: espíritu, estudio, apostolado y pobreza.
El visitador debe proceder con mucha caridad. En primer lugar, reunida la comunidad, se canta el Veni Creator y seguidamente el visitador dirige palabras de edificación a los religiosos e invita a todos a expresar lo que consideren que es bueno para confirmarlo o lo malo para eliminarlo.
El visitador oirá a cada uno de los profesos. Todos deben ser escuchados. Si se considera oportuno, recogerá noticias de otras personas con la mayor prudencia. El visitador pedirá que le entreguen una relación completa de todo el funcionamiento de la comunidad o provincia en las distintas obras, en las administraciones, en la forma de proceder las personas, los estudios y toda la disciplina religiosa.
Anunciada la visita, el Superior que sin consentimiento del visitador traslade súbditos a otra casa, y todos los Superiores y súbditos que directa o indirectamente, o por medio de otros, hayan inducido a los religiosos a callar o disimular de alguna manera la verdad cuando el visitador pregunta, o a no exponerla sinceramente, así como la persona que, con el pretexto que fuere, hayan molestado a los mismos por las respuestas dadas al visitador, sean declarados por el visitador inhábiles para desempeñar cargos que comportan el gobierno de los demás, y los Superiores sean privados del cargo que tienen.
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Dos cosas deben hacerse tras el anuncio de la visita: 1) prepararse con la oración, por ejemplo con una novena al Espíritu Santo para el mejor fruto de la visita; 2) disponerse todos con ánimo dócil a recibir al que viene en nombre del Señor, para acogerle como si se tratara de nuestro padre san Pablo.
Recuérdese: 1) entregar la lista de los alumnos, de los libros de texto y de las calificaciones; 2) preparar la lista de todo lo que se ha hecho en el apostolado en los últimos tres años o desde la última visita. En cuanto a la contabilidad, se ofrecerá un balance que refleje el resultado de cada año y se expondrán las dificultades, los proyectos y los deseos para el progreso de la casa o de la provincia.
Después de la visita es necesario que el visitador dé los avisos oportunos, que dirija sus exhortaciones y que promulgue las cosas que considere deben establecerse por el bien de la comunidad; cosas que, descritas fielmente en el registro de las visitas a las casas y firmadas por el visitador, deben ser observadas por aquellos a los que se refieren. Se puede recurrir al Superior general sobre los decretos del visitador, pero sólo como efecto devolutivo. Naturalmente, todo esto cuando sea otro sacerdote el visitador delegado.
A su vez, el visitador delegado presentará una relación completa y detallada al Superior general de lo que ha conocido, de lo que se ha hecho durante la visita y de las observaciones y avisos dados, con el fin de proveer de manera oportuna a las necesidades. El Superior general referirá esas mismas cosas al Consejo general.
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Una visita de Jesús
«Entró en Jericó y andaba por la ciudad. Había allí un hombre, llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico. Intentaba ver a Jesús, pero no podía por la gente, porque era bajo de estatura. Se adelantó y se subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí. Cuando Jesús llegó al lugar, levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa. Bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían: Se ha hospedado en casa de un pecador. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres; y si he estafado a alguien, le devolveré cuatro veces más. Jesús le dijo: Hoy ha entrado la salvación en esta casa, porque también éste es hijo de Abrahán. El hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc19,1-10).
«Omnia in caritate fiant».4 «In caritate radicati et fundati, solliciti servare unitatem spiritus in vinculo pacis».5
Esta será la oración final: «Visita, quaesumus, Domine, habitationem istam; et omnes insidias inimici ab ea longe repelle: angeli tui sancti habitent in ea, qui nos in pace custodiant; et benedictio tua sit super nos semper. Per Dominum nostrum...».6
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1 El 8 de marzo de 1927 el P. Alberione había escrito al P. Timoteo Giaccardo a Roma: “Conviene intervención de persona importante” para la aprobación. Es posible que se trate del P. Generoso Graziosi (1856-1934), profesor de Teología moral, Derecho canónico e Historia de la Iglesia, y desde 1922 a 1934, consultor de la sagrada Congregación de los Religiosos. También otro jesuita, el P. Enrique Rosa (1878-1938), director de Civiltà Cattolica, tuvo un papel importante en las vicisitudes de los trámites ante la santa Sede, el Vicariato de Roma y el papa Pío XI.
2 «Practicad la hospitalidad unos con otros sin murmurar» (1Pe 4,9).
3 «Tengo celos divinos de vosotros» (2Cor 11,2).
4 «Haced todo con amor» (1Cor 16,14).
5 «Arraigados y fundamentados en el amor, esforzaos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 3,17; 4,3).
6 «Visita, Señor, esta habitación: aleja de ella las insidias del enemigo; que tus santos ángeles habiten en ella y nos guarden en la paz y que tu bendición permanezca siempre con nosotros. Por Jesucristo nuestro Señor» (Liturgia de las Horas, Completas).