INSTRUCCIÓN VII
ASPIRANTES A LA VIDA PAULINA
Las vocaciones según el Maestro divino
Aprendamos algunas enseñanzas del Maestro divino sobre las vocaciones.
Jesús dice a los apóstoles: «No me elegisteis vosotros a mí, sino yo a vosotros; y os designé para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca, a fin de que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda» (Jn 15,16).
«Mientras iban de camino, uno le dijo: Te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las raposas tienen madriguera y las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lc 9,57).
«Dijo a otro: Sígueme. Y él respondió: Señor, déjame antes ir a enterrar a mi padre. Y le contestó: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ven a anunciar el reino de Dios» (Lc 9,59).
«Un tercero dijo a Jesús: Yo te seguiré, Señor, pero permíteme que me despida antes de mi familia Y Jesús le dijo: El que pone la mano en el arado
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y mira atrás no es apto para el reino de Dios» (Lc 9,61).
El joven de Gerasa que había sido liberado por Jesús de un demonio, le pidió quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a tu casa con los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, compadecido de ti, ha hecho contigo. Él se fue y comenzó a publicar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él» (Mc 5,19-20).
De todo esto podemos sacar las siguientes conclusiones:
1. Jesús no acepta a cualquier persona que le quiera seguir.
2. La vocación es cosa gratuita; quien la tiene cuenta con la gracia para corresponder a ella.
3. El Señor quiere almas generosas, dispuestas a todo sacrificio.
4. A veces puede ser fácil llenar la casa, pero es necesario en primer lugar tener en cuenta la calidad, no la cantidad. Puede suceder que un joven, e incluso un profeso temporal, no dé los resultados esperados. En ese caso, no se retarde el despido, pues baja el nivel moral, lo cual afecta negativamente a otros o a toda la comunidad.
(Constituciones, arts. 23-29: ver arriba I, 82-84).
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Para conocer la vocación
Hay tres medios para conocer la vocación del aspirante:
a) La oración pidiendo a Dios que su luz penetre en el alma. Cuando el Señor nos crea, asigna a cada uno un lugar de santificación en la tierra en relación con la mansión que tendrá en el cielo, del mismo modo que asignó a cada estrella un lugar de acuerdo con su función en el firmamento. Oración al Espíritu Santo, con la intercesión de María, Reina de los Apóstoles y Madre del buen consejo. Debemos consultar frecuentemente a san Pablo, nuestro padre, con la oración para saber si a uno le quiere entre sus hijos y si ha de ser como sacerdote o como discípulo.
b) ¡Pensemos en ello! La elección de estado y la consiguiente correspondencia es el gran problema de la vida. De su solución depende la serenidad en la tierra y ordinariamente la felicidad eterna. Un hueso dislocado causa siempre dolor. Las gracias de Dios sobreabundan en el camino indicado a cada uno.
c) Aconsejémonos con una persona que sabe, que ama, que busca el bien verdadero. Exclúyanse las personas ignorantes sobre el estado religioso y sobre las cualidades del aspirante. Al clero diocesano se le habla generalmente de la vocación a ese estado; al clero religioso, de la vocación al suyo.
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Sean personas que aman de manera sobrenatural. No son aptos para ello los padres, las personas interesadas o las de escasa fe y virtud.
Sean personas que buscan en primer lugar el bien eterno y estimen en su valor la vida presente.
El mejor consejero es el maestro de espíritu o el director espiritual.
Los Superiores no tienen otro deber más importante y grave que la búsqueda y la formación de los aspirantes, orientándolos a la vida sacerdotal o a la vida de discípulos.
La primera parte de la formación es el período de prueba.
Generalmente es más largo para los aspirantes al sacerdocio y comprende los años de los primeros estudios. Tienen una triple vocación.
Para los aspirantes a la vida de discípulos suele ser más breve, ya que su vocación es sólo doble.
En la Pía Sociedad de San Pablo está establecido que el noviciado comience después de cumplidos los dieciséis años en el caso de los clérigos y los diecisiete para los discípulos.
Art. 31. Todos los aspirantes, deben ser sometidos, antes de la admisión al noviciado, a una prueba de aptitud, según las normas emanadas de la santa Sede y las recibidas del Superior general con su Consejo.
Art. 32. Los aspirantes discípulos deben hacer un curso particular de aprendizaje según el uso establecido en la Sociedad;
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y no sean admitidos al noviciado antes de que conste suficientemente su preparación moral e intelectual, y su excelente índole e idoneidad para la vida religiosa y las obras de apostolado.
Art. 33. La aprobación de los aspirantes y su formación debe hacerse en una casa apta, en que se guarde la disciplina estrictamente según las Constituciones, bajo el cuidado especial de un maestro probado.
Art. 34. Durante todo el tiempo de la prueba, y especialmente durante el año que precede al noviciado, los Superiores y maestros exploren y prueben con todo cuidado a los aspirantes, a fin de que pueden cerciorarse claramente de sus disposiciones, dotes e intenciones, y deben enseñarles con solicitud las principales obligaciones de la vida religiosa y los preceptos de las Constituciones, de modo que entren en la Sociedad con deliberación bien madurada y firme propósito de su voluntad.
Art. 35. Hágase saber a tiempo a los aspirantes y a sus padres o tutores lo que deben pagar durante el tiempo de la prueba y del noviciado por el vestido, alimentación y hábito religioso. No obstante, le será lícito al Superior mayor admitir a los aspirantes, sin que tengan que pagar nada.
Art. 36. Adviértase a los aspirantes que no pueden exigir nada como precio de su trabajo realizado en la Sociedad, si tuvieran que salir por cualquier motivo o circunstancia; cuiden los Superiores
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con toda solicitud de que los salidos de la Sociedad no puedan presentar o proseguir ningún recurso en el foro civil contra la misma Sociedad; para lograr esto, exíjase a todos los que entran en la Sociedad, clérigos o laicos, un documento escrito, firmado por ellos, el cual debe conservarse cuidadosamente en el archivo.
Art. 37. Todos los aspirantes, antes de empezar el noviciado, dediquen ocho días íntegros a hacer Ejercicios espirituales; y según el prudente juicio del confesor, preceda al noviciado una confesión general de la vida pasada.
Art. 214. Procuren particularmente los Superiores reunir en un solo lugar a los jóvenes candidatos discípulos en casas de formación señaladas para ellos bajo el cuidado de un maestro probado, con el fin de instruirlos y prepararlos para el noviciado; no toleren que vivan disgregados en diversas casas.
De esto se concluye:
1. El período de prueba es obligatorio para todos.
2. Su finalidad consiste en una evaluación: para el aspirante, conocer, mejor que cuando entró, el Instituto y calibrar cuáles son sus fuerzas; para los Superiores, conocer mejor al aspirante estudiándolo y probando si tiene capacidad y amor para la vida paulina.
3. Es un período de preparación al noviciado y tiene en cuenta el espíritu, el estudio, el apostolado y la formación humano-cristiana, además de despertar el entusiasmo por el Instituto.
Los signos generales de vocación para dar un juicio son éstos: cualidades morales con las que el aspirante persigue realmente la salvación y la santificación de su alma; cualidades
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intelectuales para los cometidos y las obras de la Congregación y en su condición; cualidades físicas y psicológicas, según los trabajos que tendrá que hacer, con equilibrio psicológico para una buena convivencia en la comunidad. No bastan las afirmaciones del aspirante; se necesita una larga prueba.
Signos de vocación
Hay signos peculiares para los paulinos. En primer lugar, una gran delicadeza de conciencia en cuanto al uso y abuso de lecturas, cine, radio, televisión y demás técnicas de transmisión del pensamiento cristiano, noticias, acontecimientos, etc. El abuso en la lectura de revistas, periódicos e imágenes, una asistencia exagerada a proyecciones de películas, a la televisión y a la radio son signos negativos. En cambio, son signos positivos las buenas lecturas y las transmisiones y proyecciones útiles, especialmente cuando se nota un vivo interés en la redacción, la técnica y la propaganda de lo que sirve a la verdad, a la vida cristiana, a las buenas costumbres y a la liturgia. Y sería extraordinario cuando se consiguiera formar una conciencia recta mediante un piadoso e inteligente abstine et sustine.1 Si siente alegría por nuestro éxito y por el de los demás. Si siente pena cuando se ven cátedras erigidas para el error, contra la cátedra de Jesús Maestro y de la Iglesia Maestra.
Hay signos que deben tener todos los paulinos, y de manera especial los discípulos. Sensibilidad por las penas que Jesús sufrió y que la Iglesia sufre ante el avance del error y la inmoralidad, así como al constatar que los nuevos medios que consigue el progreso humano
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se usan en detrimento del bien y de las almas, especialmente de la juventud.
Los pecados que se cometen por el abuso de estos medios son numerosos, graves y destructores. Numerosos porque cada día aparecen millones de ejemplares de periódicos, revistas y libros, porque son muchos millones los espectadores en los cines y en la televisión o los que escuchan la radio. Contribuyen a ello capitales y organizaciones imponentes, así como incontables escritores, técnicos y propagandistas.
Son los más graves porque se contraponen a la redención y siembran el error, el vicio y todos los desórdenes.
Las consecuencias son nefastas para toda clase de personas en todos los continentes, especialmente para la juventud.
Los discípulos reparan con la oración y con el apostolado, contraponiendo libro a libro y película a película, con una vida virtuosa y consagrada al Señor.
Triple sí para decidir
Para la decisión definitiva se necesitan tres síes: del confesor, del Superior y del aspirante. El confesor o maestro de espíritu, que ha seguido al aspirante durante mucho tiempo en su trabajo interior de enmienda y construcción del paulino; el Superior, que ha seguido directamente o por medio de buenos encargados al aspirante en sus estudios, en el apostolado y la disciplina religiosa, y el propio aspirante, que se encuentra bien, que ama al Instituto, sus obras, Constituciones y personas.
Los tres síes fundidos en uno pronunciado por el candidato: «me entrego, ofrezco y consagro todo entero emitiendo los tres votos y conformando mi vida a las Constituciones». Y ya tenemos al religioso. La Iglesia lo acoge por medio del Instituto.
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El juicio de los Superiores y del propio aspirante va madurando, según las Constituciones, durante el período de prueba y del noviciado, y excepcionalmente durante el tiempo de los votos temporales.
Es un deber comprobar si se tiene o no vocación. Sería un error mantener durante mucho tiempo este interrogante. Emitida la profesión, la voluntad debe tender hacia una correspondencia total orando, vigilando, viviendo y realizando la vocación. Y esto durante toda la vida. Siempre habrá tentaciones y peligros, siempre habrá dificultades e incomprensiones, porque la vida es lucha.
En todos los estados hay pruebas peculiares, y los religiosos tienen frecuentemente las suyas; pero admitir una sola duda después de la profesión perpetua es ya un grave riesgo, peor que cualquier pensamiento malo, pues afecta a la vida. Se considera el tiempo posterior a la profesión perpetua como el noviciado de la eternidad, a la que el buen religioso se prepara teniendo en cuenta su tarea fundamental: la «santificación y la perfección». El gozo de la vida religiosa consiste en responder valientemente todos los días a la gracia inmensa de la vocación.
Eso hicieron los santos.
No progresar es retroceder.
Jesús advirtió frecuentemente a los apóstoles sobre los peligros y las tentaciones. Él mismo quiso ser tentado después de ayunar en el desierto. La primera tentación indicaba la tentación de la carne, la segunda la del orgullo y la tercera la del dinero. El religioso suele encontrarse con esas mismas tentaciones.
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Pero el Señor no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas. Jesús, además, defiende de manera especial a las almas consagradas a Él como a la pupila de sus ojos.
Siempre debemos tener presente que un fin exige unos medios.
Por eso el tiempo de prueba facilita, tanto al discípulo como al aspirante al sacerdocio, los mismos medios para la vida religiosa y la vida apostólica a las que ambos se orientan.
En cambio, en lo relativo al estudio, el discípulo atenderá especialmente a lo que debe saber sobre el apostolado de la técnica y la divulgación, mientras que el aspirante al sacerdocio se preparará con los estudios necesarios para la redacción y el ministerio.
Cuándo hablar de vocación
Una pregunta que suele hacerse: ¿Cuándo se puede hablar a un joven de vocación?
Nunca es demasiado pronto, porque tiene vocación desde la creación y las gracias del bautismo. El niño recibe en el bautismo las gracias para vivir la vida cristiana, lo cual exige que, llegado al uso de razón, se le debe instruir, encaminar, preparar a recibir la comunión, así como a obedecer y querer a todos. De manera parecida, diría que igual, debe hacerse con la vocación: si le hablamos de ella, en términos adecuados a su edad y cuando es inocente, entenderá que se debe amar mucho a Jesús. Si se le invita a amarle más que nadie y a decir un avemaría por quien no le ama y corre peligro de condenarse, algo entenderá. Será un atisbo, un germen.
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Enseñémosle a rezar por los niños que no han sido bautizados, llevémosle junto al altar para que vea bien al sacerdote celebrante... Si sabemos hablarle de los deseos del Señor, de la santísima Virgen, de su Hijo crucificado por los pecadores... habremos abierto un camino. No hay que forzarle; recemos, tengámosle en ambientes sanos, que vea buenos ejemplos.
No todos corresponderán bien, pues la mayor parte no tiene vocación. Por otra parte, la vocación es amor vivo a Dios y a las almas, se diría que de alta tensión. Encenderlo es preparar el terreno. El Señor hará que brote la semilla, si tal es su voluntad. Si no es así, por lo menos tendremos un buen cristiano, un cristiano practicante.
Aún más: cuando los vocacionistas (es lo que hacen casi todos los Institutos religiosos y los seminarios) van en busca de muchachos, tienen que hablarles siempre de vocación y de su Instituto, manifestarles su vida y forma de apostolado. Hablarán de ello también a los padres, a los párrocos y a otros responsables. Cuanto más claramente se hable y se describa la vida que tendrán que vivir, mejor. Que no haya engaño o subterfugio. Al hablar de la Pía Sociedad de San Pablo, se aclarará bien la condición de sacerdote y la del discípulo, pues la elección debe hacerse al principio, porque eso tiene grandes ventajas.
Hay que explicar que no se trata de un colegio, de un asilo, de una escuela tipográfica o cosas parecidas, sino de un Instituto religioso, en el que entra quien desea hacerse religioso en la vida paulina, donde hay dos formas, la de sacerdote y la de discípulo, según la vocación y las aptitudes. Es oportuno añadir que quien no tiene éxito en los estudios, está claro que no es culpable de nada, pero no tiene vocación sacerdotal.
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Debemos considerar aspirantes a todos los que comienzan el período de prueba.
Todo se hace de forma conveniente y con fe, encaminándoles a la vida paulina.
La piedad, el estudio, el apostolado, el horario y la educación humano-religiosa deben estar de acuerdo con las costumbres tradicionales del Instituto.
Yendo más al fondo, acostúmbreseles al desapego delicadamente, sensim sine sensu, con cartas, visitas y vacaciones moderadas; habituémosles a una vida disciplinada y a una convivencia informada por la caridad; al amor al Instituto y a su apostolado; a la delicadeza de conciencia, a la obediencia y a la pobreza; a la discreción, a pequeñas mortificaciones, al uso santo de los medios técnicos; a comprender cómo está ordenada la formación año tras año.
Debemos exigir un trabajo espiritual ordenado, insistir en una airosa apertura con el maestro de espíritu, infundir un amor tierno a la Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles y a san Pablo, formar el sentido de la vocación y una personalidad vigorosa.
Pretender que quieran más al maestro de grupo que al Señor, dar satisfacciones menos cristianas, obrar por consideraciones humanas, etc., serán la causa de un escaso porcentaje de éxitos.
Pidamos para la formación de los aspirantes maestros que se parezcan al divino Maestro.
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