Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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INSTRUCCIÓN VIII
EL ESTUDIO

Nota sobre los vocacionarios

Según las normas de la santa Sede, en los vocacionarios sólo se aceptan y se tienen aspirantes a la vida religiosa como hermanos laicos o como sacerdotes. Así se les explica al aceptarlos, y si su intención declarada es diversa, se les remite a sus familias apenas se conoce con seguridad. Y esto, incluso a lo largo del curso; el Instituto no es por eso injusto con ellos, sino que se defiende a sí mismo y a los aspirantes de sufrir un daño ocasionado por su presencia continuada.
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Cuando se construyen casas nuevas, distribúyase el edificio de tal modo que haya una separación conveniente para los novicios en el caso de que la construcción deba servir también para noviciado.
Es importante que el noviciado de los discípulos y el de los clérigos se haga en casas diferentes, aunque tengan capilla, refectorio y parte de las meditaciones juntos. Las cosas particulares se harán separadamente. Si el número es elevado, habrá dos maestros.

* * *

Art. 128. Por la virtud de pobreza, a cuya perfección se ordena el voto como medio, el religioso se despoja de todo afecto desordenado a las cosas terrenas, y soporta con ánimo alegre su privación por amor de Jesucristo.
Art. 129. Los miembros de la Pía Sociedad de San Pablo Apóstol tengan en gran estima la pobreza religiosa voluntaria, que todos los santos juzgaron como fortaleza y fundamento de toda la perfección cristiana, por lo cual no sólo deben observar el voto de pobreza con fidelidad, sino que también han de esforzarse por adquirir la misma virtud e incrementarla más y más en sí mismos sin cesar.
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Art. 130. Por lo cual, en obsequio de la pobreza, todos los miembros de cualquier condición que sean y ocupen el cargo que ocupen, absténganse de las cosas superfluas y lleven con agrado todas las cargas de la vida común. Mas si alguno necesita alguna cosa especial, pídala a su propio Superior humildemente y con confianza.
Art. 131. Estén todos contentos con una mesa frugal, habida cuenta por parte de los Superiores, ya de los trabajos, ya de las fuerzas de cada uno, para que ninguno sufra incautamente detrimento en su salud.
Art. 132. Mas para que en los miembros se haga familiar la virtud de la pobreza y la cultiven con más gusto interior, esfuércense por extirpar de su ánimo todo afecto a las cosas temporales. Por lo cual, estén conformes con lo necesario; más aún, inclínense con ánimo pronto e interior afecto a las cosas más viles y que reflejan más pobreza y humildad; y si acaso ocurriese que deban trabajar para conseguir el sustento necesario, entonces se alegrarán de la ocasión que se les da de imitar más perfectamente la pobreza de Cristo, y de conseguir más abundantemente los premios prometidos por Dios a esta virtud tan excelsa.

Empeño a lo largo de la vida

Estudio es una palabra que generalmente significa empeño, por ej., studium perfectionis, que es el empeño de todos los religiosos; studium addiscendi, que es el empeño de aprender.
En este sentido, hablamos de un doble estudio: docendi y discendi.1
Tal estudio empeña a lo largo de la vida, aunque no siempre del mismo modo. Cada cual debe empeñarse en la instrucción religiosa para conocer mejor a Dios y
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mejorar el servicio a Él. Cada cual debe ir mejorando siempre, instruyéndose en su misión, en las relaciones sociales, ministerio y apostolado.
Para mejorar las actividades y mejorar la vida hay que empezar por conocer, luego amar y en tercer lugar obrar. «Nihil volitum quin praecognitum».2
Todo esto está incluido en el deber fundamental de todo religioso: «procurar la perfección».

Doble objetivo

No obstante, la palabra estudio en el lenguaje ordinario se usa para significar el curriculum studiorum: desde la guardería a las licenciaturas, incluyendo el año de pastoral y las especializaciones.
Fin: los estudios tienen su propio fin, o mejor, un doble fin: perfeccionar el don de la naturaleza, la inteligencia, y prepararse para realizar la misión que Dios nos ha confiado. Habrá que enseñar con la lengua, el papel, la película, la pantalla, la imagen, etc.
Es necesario saber lo que se ha de comunicar, conocer el modo y los medios de darlo: lengua, técnica, etc.
«Non scholae sed vitae discimus».3
Acumular al máximo de lo que sirve para la vida; lo que no sirve para la vida es un bagaje inútil y con frecuencia estorba y daña.
Por consiguiente, el estudio tiene dos aspectos: la parte intelectual y la parte técnica.
La técnica es para los paulinos lo que la lengua para el orador y el maestro.
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El fin vale para determinar los medios, es decir, la elección de la materia y la medida del estudio, así como de los medios técnicos.
1. Estudios literarios y clásicos: tienen un doble fin, el de poder entender a quien enseña y el de enseñar cuando llegue la hora.
La santificación de la lengua: para hablar a Dios en la oración y para hablar con los hombres en calidad de maestros.
Cada nación tiene su lengua, que es el resultado hoy de una evolución y de los siglos.
2. Estudios científicos: la ciencia es hija de Dios; cada capítulo de las ciencias revela algo de lo que Dios ha puesto en la creación y que los hombres ilustres han leído y captado.
Quien tiene fe sabrá elevar mejor su mente hacia el Autor de todo, para admirarle y darle gracias por haber preparado riquezas inestimables al hombre: «Domine, Dominus noster, quam admirabile est nomen tuum in universa terra!».4 «Cœli enarrant gloriam Dei».5
3. Estudios filosóficos: se trata del arte de enseñar a razonar y de adiestrar en el razonamiento. Dios creó al hombre con capacidad para razonar, pero la filosofía determina y establece reglas para el uso de la razón, para poder alcanzar la verdad libre de errores. Dios, «Lux vera quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum».6
4. Estudios teológicos: se entienden aquí las verdades reveladas por Dios: la dogmática, la moral y la liturgia en la parte sobrenatural. Desde el catecismo hasta los estudios especializados.
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La Revelación y la Tradición son las dos fuentes de la enseñanza de la Iglesia.

Fines del estudio

a) Santificar la mente: el estudio de las ciencias lleva a conocer las obras de Dios. Ese estudio, ofrecido al Señor, le resulta muy agradable y es meritorio ante Él. El servicio de Dios hecho con el uso de nuestra principal facultad, que procede de Él, nos recuerda esta frase de Jesús, el divino Maestro: «Amarás al Señor con toda tu mente» [Lc 10,27]. Hay pensamientos buenos y pensamientos malos; hay pensamientos buenos que son conformes con todas las virtudes y pensamientos contrarios a todas las virtudes: prudencia, justicia, fortaleza, templanza, obediencia, humildad,7 etc.
Todo bien y todo mal tienen su raíz y primera expresión en la mente.
¡Cuánto despilfarro de la inteligencia y cuánto aprovechamiento! Estudios, lecturas buenas, reflexión y educación de la mente siempre orientada a cosas buenas, etc.
b) Y si pasamos luego de la ciencia a las verdades de fe para conocerlas y seguirlas, es evidente que llegamos a lo sobrenatural, que está relacionado directamente con la visión beatífica en el Paraíso: «Quien cree se salvará» [Mt 16,16]. Y en la parte opuesta: «Quien no cree ya está condenado» [Jn 3,18).
c) El estudio tiene como fin inmediato para el paulino
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el apostolado, que es ya un «regale sacerdotium»,8 y el apostolado con el ministerio para quien mira al sacerdocio.

Nuestro Instituto es docente

Nuestro Instituto es docente. Hace suyas las enseñanzas de la Iglesia para presentarlas a las almas, el sacerdote con la palabra y los medios técnicos; el sacerdote y el discípulo unido a él con sólo los medios técnicos, mirando a las almas «veritatem facientes in caritate».9
El Instituto enseña todo, en primer lugar lo que sirve directamente para el cielo, es decir, la fe, la moral y el culto, y luego «quidquid bonum, quidquid verum, etc.».10
Fin recto. Hay quien estudia para saber, satisfacción humanamente buena, no sobrenaturalmente; hay quien estudia para que le admiren, y esto hay que atribuirlo a una estima que sólo Dios merece; hay quien estudia para enseñar a otros, y esto tiene mucho mérito, especialmente si va unido a la educación.
El paulino, multiplicando con la técnica el manuscrito, realiza una obra de caridad tanto más amplia cuantas son las almas a las que ofrece el agua que salta hasta la vida eterna.

Disciplina de la inteligencia

Significa usarla para la verdad, para la virtud y para la santificación.
Significa moderar y mortificar las propias tendencias defectuosas, que principalmente son la ignorancia y la curiosidad, la precipitación y la obstinación, el orgullo y la pereza.
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Dios es el sol verdadero de la mente en la tierra y en el cielo, aunque de modo diferente: con la razón y con la fe. Quien rechaza uno u otro voluntariamente, se queda ciego. La visión de Dios en el cielo es para quien tuvo fe.
Y educar la inteligencia es importante porque la luz pasa de la mente a la voluntad para el bien. De una inteligencia clara procede una conciencia segura, que a su vez regula la vida moral y sobrenatural y pone orden en el corazón.
La ignorancia se vence con el estudio de la religión y de las materias escolares, siguiendo con empeño los planes que vigen en la Congregación. Tales programas son conformes con las directrices de la santa Sede y están ordenados a la formación del paulino.
Aunque el hombre sea uno, tiene tres facultades: mente, voluntad y sentimiento, y por eso dice el célebre Bossuet que el hombre se parece a una trinidad encarnada, que es imagen de la Trinidad creadora. Dios es poder, sabiduría y amor infinito, tiene naturaleza divina en las tres Personas infinitas, distintas y necesarias: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La curiosidad estimula a lecturas, espectáculos y transmisiones de radio y televisión; a escuchar discursos y noticias inútiles o incluso perniciosas; a dedicarse a estudios preferidos y tal vez inadecuados para un aspirante paulino; a ver figuras y hacer viajes que hacen perder un tiempo precioso.
Estudiar lo que se debe: «id prius quod est magis necessarium»,11 dice san Bernardo, y dedicarse a otra cosa sólo como pasatiempo. Leer parcamente, y en la medida que sean útiles, cosas que alimentan más la fantasía que el intelecto, como es el caso de muchísimas novelas.
Estudiar lo que se debe con fin sobrenatural y
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para realizar la propia misión: «ut aedificet, et caritas est... ut aedificentur, et prudentia est».12
San Agustín da una norma definitiva para el estudio, la de que la ciencia debe ponerse al servicio de la caridad: «Sic adhibeatur scientia tamquam machina quaedam per quam structura caritatis assurgat».13 Esto vale también en las cuestiones de espiritualidad, en las que tal vez nos mueve más la curiosidad que la santificación.
La precipitación y la obstinación impiden la profundización y la serenidad necesarias en quien quiere realmente encontrar la verdad y convencerse de ella para la vida. «Deteneos a considerar, sopesar y gustar las verdades que más interesan; poco a poco formarán el fondo de los pensamientos y los sentimientos que dirigen la vida».

El orgullo de la mente y su curación

Hay que evitar el orgullo, el orgullo de la mente, que es más peligroso y difícil de curar que el orgullo de la voluntad, como dice Scùpoli.14
Se trata del orgullo que hace difícil la fe y la obediencia a los Superiores, que pretende ser autosuficiente por la confianza que genera en la propia razón, que lleva a posponer las enseñanzas de la fe o por lo menos a someterlas a la crítica y la interpretación de la razón. Lo mismo sucede cuando hay excesiva confianza en el propio juicio, que hace que sintamos disgusto en consultar a los demás y especialmente a los propios Superiores. Por eso las imprudencias peligrosas, la obstinación en las propias ideas hasta el punto de condenar rotundamente las opiniones que no son acordes con las nuestras. En esto radica una de las causas más frecuentes de las discordias que surgen entre cristianos y a veces entre autores católicos. Ya san Agustín en sus tiempos llamaba la atención sobre estas divisiones que destruyen la paz, la concordia y la caridad: «sunt unitatis divisores,
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inimici pacis, caritatis expertes, vanitate tumentes, placentes sibi et magni in oculis suis».15
Para curar este orgullo de la mente:
1. En primer lugar, someterse con la docilidad de un niño a las enseñanzas de la fe. Es lícito, naturalmente, tratar de entender los dogmas, lo que se consigue con una investigación laboriosa y paciente, con la ayuda de los Padres y Doctores, principalmente de san Agustín y santo Tomás; pero es preciso, como dice el Concilio Vaticano [I], hacerlo con piedad y sobriedad, inspirándose en esta máxima de san Anselmo: «fides quaerens intellectum».16 Se evita entonces ese espíritu de hipercrítica que, con el pretexto de explicarlos, atenúa y reduce al máximo los dogmas. Sométase el juicio no sólo a las verdades de fe, sino también a las orientaciones pontificias. En las cuestiones libremente discutidas, se deja a los demás la libertad que se desea para uno mismo y no se tratan con desprecio o desdén las opiniones de otros. Y así la paz entra en los ánimos.
2. No buscar en las discusiones la satisfacción del orgullo y el triunfo de las propias ideas, sino la verdad. Es raro que en las opiniones de los adversarios no haya una parte de verdad que hasta entonces se nos había escapado. Escuchar con atención e imparcialidad las razones de los adversarios y conceder lo que de justo hay en sus observaciones, es siempre el medio mejor para acercarse a la verdad y observar las leyes de la humildad y de la caridad.
La pereza: son muchos a los que les gusta saber, pero no estudiar. El esfuerzo mental es más duro que el físico, incluso para la salud. Por tanto, la constancia en el estudio y un método bien seguido requieren fortaleza y carácter: la oración es el alivio más grande.

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En sintonía con la Iglesia

Quien se adhiere con fe profunda a la Iglesia católica es siempre más sabio que quien va a la deriva en busca de una construcción personal y arbitraria, viviendo de ilusiones y edificando sobre arena.
En la parte opuesta, incluso el menor de nuestros aspirantes que compone en la caja el catecismo, o la monja que lleva el Evangelio, se convierten en maestros: «¡Qué bellos los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la dicha, que anuncia la salvación!» [cf. Is 52,7). Salvación auténtica y eterna.
Especialmente los maestros deben recordar los números 5 y 6 de la Ratio studiorum,17 pp. 13-14:18
«Quaelibet educatio in Societate sanae personalitati incrementum affert sicut et personalitates fini societatis nocivas et inutiles eliminat. Oportet ut quisque propositum paulinum assequatur: Vivit vero in me Christus, ita ut religiosus sacerdos et apostolus paulinus Jesum Christum, Viam, Veritatem, Vitam radiet».
«Deus seipsum profert in operibus ad extra: creatione, libro scientiae naturalis: historia quae saecula vertit et convergit ad Christum: illuminando omnem hominem qui nascitur; revelatione Veteris et Novi Testamenti; actione Spiritus Sancti in Ecclesia. Homo est semper discipulus Dei.
Valde utilis esset unificatio scientiarum naturalium et supernaturalium in unum corpus quod Jesum Christum caput habeat, cui rationabile obsequium est tribuendum et hominibus caritatem, secundum illud Veritatem facientes in caritate semper in mente habentes verba S. Pauli: Nam arma militiae nostrae non carnalia sunt,
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munitionum, consilia destruentes et omnem altitudinem extollentem se adversus scientiam Dei et in captivitatem redigentes omnem intellectum in obsequium Christi (2Cor 10,4-5).
Haec est summa vitae valde necessaria, quaeque tripliciter dividitur: Veritas, Via, Vita, ut vixit et docuit Jesus Christus sicut et Ecclesia eius corpus mysticum. Educatio nostrae Matris Ecclesiae est Christocentrica».
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1 «(Empeño) de enseñar y aprender».

2 «Nada se quiere si antes no es conocido».

3 «No aprendemos para la escuela, sino para la vida».

4 «Señor Dios nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!» (Sal 8,2).

5 «Los cielos proclaman la gloria de Dios» (Sal 19[18],2).

6 «La luz verdadera que llegando al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9).

7 San Pablo enumera en su carta a los Romanos, del versículo 21 al 27 del primer capítulo, los pecados de la mente y los errores de los paganos, pecados de la mente y errores que llevaron a la depravación más baja de las costumbres. (Nota del Autor en el texto impreso).

8 «Sacerdocio real» (1Pe 2,9).

9 «Practicando la verdad en el amor» (Ef 4,15).

10 «Todo lo que es bueno, todo lo que es verdadero...» (cf. Flp 4,8).

11 «Primeramente, lo más necesario».

12 «Para edificar, y es caridad...; para ser edificados, y es prudencia».

13 «La ciencia ha de usarse como un medio por el que crezca el edificio de la caridad».

14 LORENZO SCÙPOLI (1530-1610), sacerdote teatino, autor del tratado Combattimento spirituale [«Combate espiritual»] (Venecia 1589), uno de los clásicos textos de ascética familiares al P. Alberione.

15 «Son hombres que crean divisiones en la unidad, enemigos de la paz, carentes de caridad, hinchados de orgullo, satisfechos de sí mismos y grandes a sus propios ojos».

16 «Fe en busca de inteligencia», es decir, fe que trata de entender.

17 Ratio studiorum Piae Societatis a Sancto Paulo, Editiones Paulinæ [Roma 1959]; 159 [3] p., 14 cm. Preparada en homenaje a la Constitución apostólica Sedes Sapientiae, fue presentada a la S. Congregación de los Religiosos y aprobada el 3 de marzo de 1959. Compilada por los padres Tomás Dragone y Algo Poggi ssp con directrices del Fundador, la Ratio es un elemento que completa las Constituciones de la Sociedad de San Pablo. El P. Alberione revisó el texto, anotó correcciones y redactó una larga introducción (pp. 7-22) en la que desarrolla su concepción de Jesús Maestro, centro de todas las ciencias. El librito se presenta ampliamente en UPS II, en las instrucciones 8-11 de la segunda semana (cf. II, 190; 195; 204; 210; 212; 214; 236-237, donde se la cita explícitamente). El P. Alberione propone la Ratio como regla obligatoria que hay que seguir en la formación intelectual de los paulinos. - Cf. Ratio formationis de la Sociedad de San Pablo. Ad experimentum, Casa General SSP, Roma 1990. Esta reciente edición de la Ratio incluye como anejo el documento Directrices sobre la formación en los Institutos religiosos, de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (del 2 de febrero de 1990, aunque hecho público el 13 de marzo de 1990). En la presentación, el P. Renato Perino escribe: «Se nos forma y se nos consagra “en Cristo, por Cristo y con Cristo” para ser enviados a la misión de llevar su Evangelio a los hombres de hoy y con los medios de hoy» (p. 5).

18 El Autor presenta una versión en italiano de estos artículos en páginas posteriores (cf. II, 194s):
«Toda la educación que se da en el Instituto está dirigida a la formación de la personalidad paulina, del mismo modo que se elimina todo elemento nocivo o inútil de cualquier otra personalidad. Es grave responsabilidad del paulino, por consiguiente, tender al “vivit vero in me Christus”, de modo que el religioso sacerdote o discípulo irradien a Jesucristo camino, verdad y vida.
El hombre es siempre un discípulo de Dios y Dios es el gran Maestro del hombre por medio de sus obras ad extra: la creación, libro de la ciencia natural. La historia humana, orientada a preparar la venida de Cristo; el don de la razón para todo hombre que nace; la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento; la constante acción del Espíritu Santo en la Iglesia.
Es sumamente útil la unificación de las ciencias naturales y sobrenaturales en un cuerpo completo que tiene a Jesucristo como cabeza a la que todo hombre debe rendir homenaje, del mismo modo que debe amar a sus semejantes, conforme a la expresión “veritatem facientes in caritate”, teniendo presentes estas palabras de san Pablo: “las armas con que lucho no son humanas, sino divinas; capaces de destruir fortalezas, de deshacer las acusaciones y toda altanería que se levante contra el conocimiento de Dios, de someter todo entendimiento a la voluntad de Cristo” (2Cor 10,4-5).
Es ésta la “summa vitæ” absolutamente necesaria, expresada con las palabras camino, verdad y vida, tal como vivió y enseñó Jesucristo y como vive y obra la Iglesia, su Cuerpo místico.
La educación de nuestra madre Iglesia se llama y es cristocéntrica».