INSTRUCCIÓN VIII
EL NOVICIADO, TIEMPO DE FORMACIÓN RELIGIOSA
Seguir las normas
Según la instrucción de la S. Congregación de Ritos, es cosa muy laudable servirse del misalito para seguir la santa misa y, para una participación más íntima en el santo sacrificio, responder al sacerdote y recitar con él las partes permitidas al pueblo. Es cosa muy provechosa para nuestros aspirantes.
El noviciado es el período más importante de la formación del religioso. Se entiende, pues, que sea tan minuciosa la legislación del Derecho canónico y de las Constituciones.
No se entra en él para conocer la vocación, sino para seguirla amoldándose a las reglas del Instituto.
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Art. 38. No puede erigirse ninguna casa de noviciado, ni puede trasladarse de una casa a otra el noviciado sin indulto de la Sede apostólica.
Art. 39. El noviciado, en cuanto sea posible, esté separado de aquella parte de la casa en que viven los profesos, de modo que, sin motivo especial y sin permiso del Superior y maestro de novicios, los novicios no tengan comunicación alguna con los profesos, ni éstos con los novicios. Para los novicios discípulos señálese un lugar separado. Más aún, donde pueda hacerse, haya casa separada para los novicios clérigos y para los discípulos.
Art. 40. Los Superiores no coloquen en las casas de noviciado sino a religiosos que sean ejemplo de observancia religiosa, excluidos con todo cuidado los profesos que necesiten corregirse en sus costumbres o deban expiar el castigo de sus culpas.
Art. 41. Firme todo lo prescrito acerca de los diversos impedimentos referidos en los artículos 18-22, el derecho de admitir al noviciado pertenece al Superior mayor.
Art. 42. Para la formación de los novicios se ha de señalar un maestro, a quien solamente compete el derecho y obligación de procurar su instrucción, y a él sólo le incumbe el deber de gobernar el noviciado, de modo que a nadie le sea lícito mezclarse en estas cosas bajo cualquier pretexto, excepto el Superior mayor o su delegado o el visitador. Sin embargo, en cuanto se refiere a la disciplina general de la casa, el maestro, lo mismo que los novicios, están sujetos al Superior.
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Art. 43. El maestro de novicios debe ser un sacerdote que tenga al menos treinta y cinco años de edad y sea profeso en la Sociedad al menos desde diez años a partir de la primera profesión. Además, conviene que brille por su prudencia, caridad, piedad y observancia religiosa, para que pueda formar a sus súbditos dignamente y discernir con claridad su espíritu, y probarlos eficazmente y confirmarles en su propósito.
Art. 44. El maestro de novicios es nombrado para su cargo o revocado por el Superior general, con el consentimiento de su Consejo.
Art. 45. Si por el número de novicios o por otro motivo pareciere conveniente, el Superior general con el consentimiento de su Consejo, puede dar un ayudante al maestro de novicios, inmediatamente sujeto a él en lo que respecta al régimen del noviciado, que sea sacerdote, al menos de treinta años de edad, profeso en la Sociedad al menos desde cinco años a partir de su primera profesión, y dotado de las demás cualidades necesarias.
Art. 46. Tanto el maestro de novicios como su ayudante deben estar libres de todas las demás cargas y oficios que podrían impedir el régimen del noviciado o el cuidado de los novicios.
Art. 47. En toda casa de noviciado desígnense confesores ordinarios, que vivan en la misma casa. Además de los confesores ordinarios, señálense otros confesores en número suficiente, a quienes los novicios puedan fácilmente acudir en casos particulares; y el maestro no demuestre desagrado por ello. Además, cuatro veces
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al año, al menos, dése a los novicios un confesor extraordinario, a quien todos deben acercarse, aunque no sea más que para recibir la bendición.
Art. 48. Ni el maestro de novicios ni su ayudante deben escuchar las confesiones de sus novicios, a no ser que ellos mismos lo pidan espontáneamente y por causa grave y urgente.
El objetivo: religiosos óptimos
Principio: Preparemos a la Congregación, para su futuro, óptimos religiosos bajo todos los aspectos.
La educación del novicio es preparación a la vida religiosa.
Tratar de vivirla, como se hace en el noviciado, es la mejor garantía de vivirla con alegría después de la profesión.
El religioso descontento sólo tendrá que decir: Si no correspondo, se debe únicamente a mí; no uso los medios que proponen las Constituciones.
Educar significa e-ducere; de un bloque sin forma se saca una hermosa imagen de Jesús.
El maestro de novicios actúa cuando vive con ellos. Jesús eligió a los doce «ut essent cum illo»,1 y al vivir entre ellos representa a Jesús mismo con su pobreza, obediencia, castidad, vida común y apostolado.
Su palabra se dirige al oído, sus razones llegan a la mente, su piedad comunica piedad, su vida comunica vida.
Se entra en el noviciado como buenos cristianos y se sale de él como religiosos, lo que supone una verdadera transformación de la mente, del corazón,
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de las costumbres, de las tendencias. Se cambia de estado, pues los estados son tres: el cristiano, el religioso y el sacerdotal.
Es el año más importante de la vida.
El maestro, formador de conciencias
La elección del maestro de novicios es una de las responsabilidades más importantes de los Superiores mayores.
Su vida debe reflejar una sólida virtud. Debe vivir de fe, esperanza, caridad y amor al Instituto y al apostolado.
Y es que su misión consiste en formar una personalidad consciente, paulina.
Formar la conciencia es la tarea más importante del educador, dijo Pío XII.
Conciencia significa conocimiento de los propios actos y de la propia vida, ante Dios y frente a la eternidad. Queremos decir una conciencia iluminada por principios rectos, por el amor a la verdad, por la sensación de que la mano de Dios está sobre nosotros siempre; que somos nosotros los que construimos con nuestras manos la felicidad o la desdicha eterna; que sabemos gobernarnos a nosotros mismos; que sentimos la responsabilidad de nuestros actos.
El educador debe resultar inútil paulatinamente, ya que el religioso tiene a su conciencia como guía personal. Mientras necesite de la pauta del Superior para conducirse bien, su formación no será completa. Es preciso que la conciencia le haga ver el ojo siempre vigilante de Dios.
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Cuando el religioso es enviado a otra casa o va de vacaciones, si su conciencia es buena sigue viviendo igual que cuando estaba en la comunidad. Si no es así, a 50 kilómetros de allí se olvida de la piedad, de la pobreza, de la obediencia, de la delicadeza y de los compromisos.
Para formar la conciencia se requieren tres cosas:
1. Estudio. Son materias necesarias: el estado religioso, las Constituciones, la religión y la liturgia, el canto sagrado y las ceremonias, así como nociones sobre Jesús Maestro, el Evangelio, María Reina y san Pablo (una carta).
2. Prueba de que se ama realmente a Dios con toda la mente, con todo el corazón y con todas las fuerzas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. Por consiguiente, total distanciamiento del mundo, de las cosas, de la propia voluntad, de nosotros mismos y de la familia, de tal manera que podamos entregarnos plenamente a Dios a través de la Congregación y del apostolado.
3. Aprendizaje. Vivir ya virtuosamente la vida y la observancia que tendrán que vivir después de la profesión. De este modo conocerán sus fuerzas y se tendrá seguridad sobre quién puede o no puede llevar gozosamente su carga.
Debe hacerse la prueba de un progreso serio para estar seguros de que seguirá el progreso conforme a un mayor empeño del religioso.
Formación integral
La formación religiosa debe ser integral. Esto quiere decir:
1. Purificar la fe sobre los principios escriturísticos y teológicos
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del estado religioso. ¡Ninguna vaguedad o quimera! - a) «Si quieres ser perfecto» [Mc 10,21]. Jesús no dijo: «Si quieres ser bueno», y de ahí la evidente diferencia entre vida cristiana y vida religiosa. La vida plenamente [vivida] en Cristo, rica de espiritualidad, preludio del cielo y fruto exquisito de la redención, es una manifestación maravillosa de la santísima Trinidad. El primer Fundador es Dios. - b) «Hay algunos que a sí mismos se hicieron eunucos por el reino de Dios. ¡El que se capaz de hacer esto, que lo haga!» [cf. Mt 19,12]; ni avidez ni ociosidad. «En cuanto a los solteros, no tengo ningún precepto del Señor; pero doy mi opinión particular como quien es digno de crédito por la misericordia de Dios» [1Cor 7,25], dice san Pablo. Es de fe que la virginidad es mejor que el matrimonio. Lo dice también san Pablo. Conviene sobremanera leer la encíclica Sacra Virginitas de Pío XII. - c) «Ven y sígueme», dijo Jesús, que no sólo significa dejar la familia, sino obedecer también al Padre, imitando a Jesús, de quien san Pablo dijo: «Factus obœdiens usque ad mortem, mortem autem crucis; propter quod et Deus exaltavit illum».2 Y Jesús dijo de sí mismo: «Quae placita sunt ei facio semper».3 Es vida de inmolación total, de consagración plena, en la que la preocupación fundamental consiste en realizar las palabras de Jesús «sed perfectos como es perfecto mi Padre que está en el cielo» [Mt 5,48].
2. Gustar la paradoja: la pobreza es la mayor riqueza; la castidad, el amor más grande; la obediencia, la máxima libertad. «Son religiosos los que se consagran totalmente a Dios», dice santo Tomás de Aquino.
3. Vida de oración, como asiento definitivo de la unión total con Dios.
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Después de la misa y el martirio, el sacrificio del religioso es lo más agradable a Dios. Se encuentran en él los elementos del sacrificio: oblación, consagración, inmolación y consumación de la víctima.
El cristiano entrega al Señor los frutos, pero se queda con el árbol; el religioso da el árbol y los frutos. Y es un árbol plantado junto a la corriente del agua que corre hasta la vida eterna.
La profesión es el don de todo el ser a Dios a través de la Congregación, por lo que éste será nuestro pensamiento: «No tengo nada, sólo méritos; pertenezco a la Congregación, que puede disponer de mí como quiera. Pero adquiero derechos inalienables, como son el derecho al céntuplo en la tierra y el paraíso en la otra vida. Soy, pues, un candidato a la santidad».
Nuestra garantía
El Instituto ha sido aprobado por la Iglesia, su máximo Superior es el Papa y no puede haber mayor garantía que ésta, es decir, que el camino es santo, que conviene a estos tiempos, que disponemos de todos los medios de santificación.
Cuanto más morimos a nosotros mismos, más vive Jesús en nosotros. De este sepulcro de nuestro yo resucita un hombre nuevo.
La vida religiosa consiste en el dominio y la elevación sobrenatural de las tres concupiscencias, puestas al servicio de Dios, de la santidad y del apostolado.
Para poder vestir el hábito religioso, para el noviciado, las profesiones y las ordenaciones, los sumos pontífices san Pío X y Pío XI declararon repetidamente que no basta con signos negativos,
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es decir, que no sean malos; se necesitan signos positivos, es decir, conocimientos, virtud probada, amor a Dios y a las almas, al apostolado y al ministerio.
Rigor en la admisión
Exclúyase a los caracteres cerrados y parasitarios, a quienes, en lugar de tirar del carro, se quedan mirando cómo tiran otros de él; a los apáticos, a los tibios.
Se cuenta que mientras san Francisco de Asís asistía al Capítulo llamado de las Esteras, vio otro Capítulo, el de los diablos, que trataban de hacer entrar en la Orden a hombres nobles y delicados, a gente cómoda, etc.
Dice una exhortación de Pío XI a los Superiores: «Sed rigurosos. Decid palabras duras, pero llenas de amor, pues sólo con el rigor se puede dar satisfacción al amor verdadero y digno de los amigos de nuestro Señor. Y especialmente un rigor adecuado cuando se trata de la disciplina que mantiene viva la vida, que puede subsistir sin esa disciplina, pero a duras penas, débil y apagada...». Y el Papa quería referirse no sólo al rigor de la disciplina en general, sino muy especialmente al rigor en la aceptación de los postulantes. Si alguien objetara que se es muy rigurosos, el Papa autoriza a que se responda que es él quien así lo desea, porque desde su puesto y con sus responsabilidades puede ver las necesidades, tanto más que Dios le ha concedido un pontificado largo en el que ha podido adquirir una gran experiencia en este asunto.
«En efecto, si queremos conservar el esplendor de la vida religiosa, debemos ser rigurosos, especialmente en relación con las vocaciones,
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pues la gracia de Dios ayuda, pero no destruye la naturaleza, y esto exige luchar, algo que en la vida religiosa se requiere aún más. Por consiguiente, es necesario alejar el peligro de que elementos no aptos se infiltren en una familia religiosa, porque no sólo no la ayudarán mínimamente, sino que serán un obstáculo y un tropiezo y se convertirán en una tara para ella. Es la experiencia y no la exageración la que nos dice que en la masa, aunque sea pequeña, hay inevitablemente deficiencias. Por tanto, no es que una familia religiosa tenga que disminuir su número, pues habría más bien que multiplicarlo, pero debe conseguir que todos sus componentes sean selectos. Es una cosa difícil, pero necesaria. Y es que cuando muchos hombres se unen, las buenas cualidades, especialmente las selectas, no se suman, cada cual conserva las suyas, mientras que sí se suman y se fusionan las deficiencias, las malas cualidades».
Condiciones para el éxito del noviciado
Para que un noviciado funcione bien y para conseguir que sus frutos sean estables, se necesitan tres cosas:
1. Una buena preparación durante el período de prueba. El aspirante debe estar decidido a seguir, debe conservar su inocencia, o al menos recuperarla con la penitencia, la reparación y una enmienda estable; debe amar la oración, mostrar docilidad a dejarse formar; debe entrar totalmente, eliminando todo obstáculo a la gracia.
2. El novicio debe mantenerse durante el año de noviciado en una soledad externa e interna. Todo pensamiento, toda lectura, las preocupaciones, las visitas y la correspondencia excesiva deben eliminarse.
Que guste la piedad y sienta a Dios, que aprenda a hablar con
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Él, que haga el sitio necesario al Espíritu Santo y a todas sus potencias, que lleve una vida de gozo con los ángeles de la guarda.
Que consiga todos los días buenas victorias.
3. Después del noviciado no debe volverse bruscamente a la vida precedente. Los Superiores deben considerar al nuevo profeso bajo un aspecto nuevo, como alma consagrada a Dios, a la que hay que ayudar a poner en práctica sus santos propósitos. Que haya un ambiente favorable, que se le cuide atentamente, que se encuentre en un ambiente que sea una continuación del noviciado.
El nuevo religioso, por su parte, debe elegir a su confesor, abrirse al maestro de espíritu, conservar el recogimiento, considerarse como el hombre nuevo que debe crecer hasta la plenitud de Cristo.
4. Es también necesaria una preparación especial para la profesión perpetua. Consiste en la observancia religiosa y en una decisión más iluminada y consistente.
Para los discípulos hay un adecuado bienio de preparación. Para los clérigos, el año de práctica y el primer año del curso teológico.
Noviciado para el paraíso
Después de la profesión perpetua viene el noviciado para la profesión eterna a las puertas del cielo.
Así, de la vida naturalmente buena se ha pasado a la vida cristiana, de ésta a la vida religiosa y seguidamente a la celestial. Es un buen camino, una maravillosa meta: la felicidad sin fin.
San Bernardo escribe: «El religioso conduce una vida
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más pura, las caídas son más raras, la vuelta a Dios más rápida, el camino más seguro, más frecuente la efusión de gracias, más profunda la paz, la muerte más serena, más breve el purgatorio y más alto el lugar en el paraíso».
Louis Veuillot escribía a su hija religiosa: «Te aseguro que el pensamiento de tener una hija religiosa me consuela muchísimo, me humilla y me exalta al mismo tiempo. ¡Qué gran señora ha llegado a ser la tunantilla Lulú! ¡Qué majestuosa y bella es! Un día se encontrará en el coro de los privilegiados que siguen al Cordero... Pero no por eso deja de ser mi hija. Yo adorné su hábito con alguno de esos maravillosos bordados que durarán eternamente».
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1 «Para que estuvieran con él» (Mc 3,14).
2 «Haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por ello Dios le exaltó sobremanera» (Flp 2,8s).
3 «Hago siempre lo que le agrada» (Jn 8,29).