Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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XXVII
REINA DE LOS SACERDOTES


«Jesús, viendo a la madre y, al lado de ella, a
su discípulo predilecto, dijo a la madre:
Mujer, mira a tu hijo. Luego dijo
al discípulo: Mira a tu madre.
Y desde aquella hora la acogió el discípulo
en su casa» (Jn 19,26-27).


MARÍA Y EL SACERDOTE

María desempeña, con la Iglesia, el amor, el cuidado, los menesteres que tuvo con Jesús. La Iglesia es hija de María, como es hijo de María Jesucristo. Terminado en el Calvario el oficio que tuvo con Jesús, le fue confiado, por el propio Jesucristo moribundo, un oficio igual con su Cuerpo místico, la Iglesia: «Mira a tu hijo». Oficio de engendrarla, criarla, defenderla, iluminarla, santificarla. Uno es Cristo, física o místicamente considerado; una es la Madre, la corredentora, la mediadora: María.
Primera condición para ser hijos de Dios: acoger, o sea creer a Jesucristo, «para que todo el que le presta su adhesión tenga vida definitiva y ninguno perezca »: 1 la fe.
Segundo : el estado de gracia, que es la vida.
Tercero : caminar siguiendo a Jesucristo, según sus mandamientos y ejemplos. María es Madre y Reina de los fieles, como Madre de la gracia y de los redimidos; y es también Madre
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y Reina de todos los santos, «Regina sanctorum omnium» . Ella invita, sostiene, defiende, conforta en el camino de la santificación a todos los apóstoles, los mártires, los confesores, los vírgenes.
Pero el primer y principal oficio de María atañe siempre a las vocaciones eclesiásticas; como primero y principal oficio de María en su vida terrena era preparar el Maestro, el pastor, el sacerdote, la víctima: Jesucristo.
El pueblo cristiano es una grey: el sacerdote es pastor. El hombre es pecador: el sacerdote es mediador. La religión debe contar con el sacrificio: el sacerdote lo ofrece. La vida eterna se da en los sacramentos: el sacerdote es el ministro. La raíz y fundamento de la salvación es la fe: el sacerdote es el maestro. El hombre debe caminar en la justicia hacia el cielo: el sacerdote es guía.
Gran dignidad es el sacerdocio, gran poder, gran responsabilidad. He ahí por qué está María encabezando esta obra, según el plan redentivo de Dios. No puede haber religión sin sacerdocio. Cuando hay muchos santos sacerdotes, se expande todo género de bien: la verdad, la virtud, la gracia, la paz, la justicia, la ciencia, la civilización cristiana. «El sacerdote continúa y perpetúa para los hombres a Cristo; todo el ministerio del Maestro divino: Camino, Verdad y Vida. Sus tesoros son el Evangelio, la Eucaristía, la Iglesia».
María tuvo la plenitud de gracia por ser Madre del gran sacerdote. Posee de consecuencia las gracias para todo sacerdote.
Ella ruega al Dueño de la mies; su súplica es la expresión de una voluntad .
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María llama y forma a los sacerdotes.
San Andrés Corsini fue llamado a la vida carmelitana por María, para ser sacerdote y obispo de gran perfección.
San Juan Bosco, jovencito aún, tuvo sus sueños reveladores: un gran escuadrón de muchachos que el trata de hacer buenos; y lo logra cuando le llega la ayuda de una Señora amabilísima, que le muestra el camino y le conforta con su gracia. La Auxiliadora fue la estrella del apóstol de la juventud.
San José Benito Cottolengo se conservó inocente; recibió aumento de inteligencia; fue llevado al altar y guiado en sus obras admirables por María.
San Alberto Magno sólo por María perseveró en la senda del sacerdocio, llegando a gran obispo, doctor universal, maestro de santo Tomás de Aquino.
Santo Tomás se conservó virgen; perseveró en la vocación con heroica firmeza; penetró la doctrina de la Iglesia; llegó a ser una luminaria. El secreto es la tiernísima devoción a María.
San Francisco de Sales fue sacerdote mansísimo y fortísimo; obispo de celo inagotable, escritor y doctor de la verdadera devoción; un prodigio para sus fieles.2 ¿Por qué? Venció las más duras pruebas con el voto del rosario entero diario, al que fue fidelísimo.
San Alfonso de Ligorio fue el doctor de la ciencia moral, el fundador de los redentoristas, el misionero popular incansable, el obispo insigne y humildísimo. La explicación cada cual puede encontrarla en el libro escrito por él: Las glorias
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de María, donde inyectó y reveló su piedad mariana.
María asiste, ilumina, conforta a los sacerdotes. Hace fecundo el apostolado. Nadie tiene más necesidad de ella que los sacerdotes, y es María quien les da el mayor socorro y la mayor consolación.

EL SACERDOTE Y MARÍA

Jesús prometió a los apóstoles el Consolador invisible, que fue el Espíritu Santo.
Jesús deja a los apóstoles la consoladora visible, y es María.
En el sacerdote no están disecados los afectos; ni el corazón está apagado: ¡ame a María, y encontrará exuberancia de gozo, consolación purísima y fecundísima, que le recompensará abundantemente de cuanto ha dejado en la familia!
La mujer es ministra de la vida natural; en efecto, Eva es la «madre de los vivientes». Dios, en el paraíso terrestre, tras el pecado, le anunció que los hijos habrían nacido en el dolor. Pero también anunció que una Mujer habría sido la ministra de la vida sobrenatural. Lo anunció con tales palabras, que parecería como si Ella fuera la principal obradora: «Ella te aplastará la cabeza», dijo a la serpiente.3
Fuente de la gracia y de la vida es siempre y sólo Dios; María, la ministra. Y así nos da a Jesús, siendo ella la dulce corredentora; y desde el cielo es dispensadora de la gracia, que es la vida.
Pueden aclararse las palabras
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para nuestra pobre inteligencia: «Ella, a través de Él, te aplastará la cabeza».4 En el Calvario, por medio del Hijo, aplasta la cabeza a la serpiente.
Los santos Padres comparan la unión entre el Verbo divino y la santísima Virgen a la unión del marido con la mujer, llaman a veces a María « Sponsa Verbi, la Esposa del Verbo»; o bien: «Esposa del Verbo encarnado». San Ireneo y san Justino basan sus expresiones en las relaciones entre Adán y Cristo, Eva y María.
El dr. Scheeben lo explica diciendo que María por una parte, como Madre, dio el cuerpo y la sangre a Jesucristo, pero luego se unió y cooperó con Jesucristo, para adquirir, con el sufrimiento, la vida de la gracia a las almas; y para compartir aspiraciones, intereses, vida y misión con su Jesús. De modo que Jesús y María realizaron, aun con un diverso oficio, una idéntica misión. Jesús y María amaron siempre con particular afecto a los sacerdotes y a las almas apostólicas, que comparten su misma misión salvadora.
Se entienden mejor las relaciones entre María y Jesucristo sumo Sacerdote y el sacerdote en esta oración a María de monseñor Morganti, arzobispo de Ravena:
«Oh María, Madre de misericordia, madre e hija de quien es Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, dispensadora de los tesoros de tu Hijo, ministra de Dios, Madre del sumo sacerdote Cristo, y tú misma sacerdote y a la vez altar, templo inmaculado del Verbo de Dios, maestra de los apóstoles y de los discípulos de Cristo, protege al Papa, intercede por nosotros y por nuestros sacerdotes,
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para que el sumo sacerdote Cristo Jesús purifique nuestros corazones, y podamos así acercarnos digna y píamente a su sagrada Mesa.
Oh Virgen inmaculada, que no sólo nos has dado el Pan del cielo, Cristo, para remisión del pecado, sino que tú misma eres víctima gratísima inmolada a Dios y gloria del sacerdocio, y que según testimonio de tu bienaventurado siervo san Antonino, aun no estando revestida del sacramento del orden, fuiste sin embargo repleta de toda la dignidad y gracia que tal sacramento confiere, por lo que con razón se te da el título de Virgen y sacerdote. ¡Ea, míranos piadosa a nosotros, sacerdotes de tu Hijo; sálvanos, purifícanos y santifícanos para que podamos santamente participar de los tesoros inefables de los sacramentos y merecer alcanzar la salvación eterna de nuestras almas! Así sea.
Madre de misericordia, ruega por nosotros.
Madre del eterno Sacerdote, ruega por nosotros».

OBREROS PARA LA MIES

Toda la cristiandad [esté] aliada para formar a los sacerdotes; todos los sacerdotes para toda la humanidad. Cada familia cristiana suspire por un sacerdote de la propia sangre, o al menos adoptado. Cada cristiano contribuya al sacerdocio con la acción, la oración, las ofertas, tanto o mucho más de cuanto contribuimos para los empleados públicos. Como trabajan todas las abejas en una colmena para formarse una reina.
A tal fin se proyectó una Unión «Regina
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Apostolorum» por las vocaciones,5 para llamar a todos a cooperar en esta fundamental necesidad para las almas, para la Iglesia, para la humanidad.
[He aquí a grandes líneas el Estatuto. – La pía Unión:]
1) Tiene un doble fin: vida de unión con María; – procurar en cada parroquia muchas y santas vocaciones, para todos los ministerios y apostolados.
Ideal: cada parroquia dé al menos un religioso, un sacerdote, un misionero, una religiosa.
2) Medios: rezar a la Reina de los Apóstoles; buscar las vocaciones; suscitarlas, orientarlas con la instrucción, la educación y recogida de ayudas; asistirlas incluso cuando ya hayan entrado en el campo del apostolado, sufragar a los difuntos sacerdotes y religiosas.
3) Miembros: todos pueden serlo: el sacerdote, la religiosa, los jóvenes, los adultos.
4) Celadores: en la parroquia y en los Institutos hay un celador o una celadora que se encarga de las inscripciones para la liga, recoge suscripciones al boletín «Regina Apostolorum», anima a los inscritos, guía la actividad.
5) Deberes: la oración cotidiana por las vocaciones; confesión y comunión mensual; cooperación en las vocaciones según el propio estado. El boletín oficial, Regina Apostolorum ,6 sirve para aclarar y guiar toda la actividad de la liga.
Organización: un director general pro témpore ,7 y uno para cada nación.
Obras aconsejadas: visita a familias buenas de la parroquia; entrar en relación con jóvenes buenos; difundir hojitas sobre las vocaciones.
El centro está en Roma, donde se tiene la adoración
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continua por los fines de la liga.8
El primer sábado de mes está dedicado a la oración por los sacerdotes. Los inscritos de cada parroquia forman un grupo y eligen un celador o celadora, que referirán al centro nacional y éste a Roma.
Pueden hacerse inscritos en cada parroquia, Instituto o clase social. No se buscan las masas sino más bien grupos selectos de personas fervientes y de corazón apostólico.
En las reuniones, la primera parte se dedica al espíritu; la segunda al apostolado. Cada grupo participa en el bien de todos, pero goza de autonomía. Las reuniones son mensuales y se celebran en la parroquia o en otro local conveniente.
El P. Roschini, en la Vida de María, nota que durante la predicación «Jesús obraba en público; y ella, como corazón de la Iglesia , escondida y activa obraba en secreto».
¡Levantaos, hombres dormidos! El enemigo aprovecha las tinieblas para sembrar la cizaña.
¡Levantaos, cristianos sin corazón! ¡Ved cuántas almas caminan por el camino del infierno!
La voz del Papa resuena, pero somos sordos. A Jesucristo se le expulsa y se le blasfema; hay sacerdotes asesinados, obispos encarcelados, errores e impiedades a mares.
¡Levantaos del sueño de muerte! Tened piedad de los niños amenazados, de la juventud asesinada, de la mujer que se precipita en el abismo. Dad a la Iglesia, a la sociedad, a las almas, sacerdotes de fuego, salvadores. «En el leño de la cruz y en la vara de la Virgen [engendremos] hijos». «Da hijos a tu Madre, diversamente moriré».9 Es la súplica que os dirige la Iglesia.
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Se necesitan un millón seiscientos mil sacerdotes.
El beato Vicente Pallotti rezaba así:
«Oh Reina de los Apóstoles, ángeles y santos todos, rogad el Dueño de la mies que mande obreros a su mies; y que tenga piedad de su pueblo, para que todos puedan gozar por los siglos de los siglos con él, con el Padre y con el Espíritu Santo. Así sea.
Oh María inmaculada, Reina de las misiones, avala con tu potente voz nuestras pobres súplicas, para que el Señor se digne llamar a la unidad de la Iglesia a los hijos errantes y conduzca a la luz del Evangelio a tantos infieles que pueblan aún el mundo. Sostén, oh María, con toda tu materna ayuda, y haz fecundas las fatigas apostólicas de nuestros misioneros, esparcidos por todos los puntos del globo, para indicar a los hombres la senda segura que lleva a la vida eterna. Así sea.
Oh santísima Virgen inmaculada, Reina de los Apóstoles, Reina de todos los santos, acoge bajo tu amorosa protección a los anunciadores del Evangelio, a sus fieles, su cristiandad y, para mayor gloria tuya y de tu divino Hijo Jesús, haz que resplandezcan de santidad ejemplar en las nacientes Iglesias, y que los neófitos conserven inmaculada, con fe pura y fervor creciente hasta la muerte, la estola bautismal. Haz que la fe se difunda ampliamente allí, también como premio de sus sacrificios y sufrimientos, y que aquí, en las tierras que ellos han dejado, se reavive y se reafirme, contra todos los esfuerzos de la impiedad y del error.
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Querida Madre María, concebida sin pecado, escúchanos y obtennos muchos y santos apóstoles, acción fuerte y fructuosa entre los gentiles; a nosotros aumento de fe cada vez más viva y activa, y la gracia suprema de la conversión de cuantos se han extraviado. Así sea».
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1 Jn 3,16.

2 En el original se lee “prodigios”: probable lapsus.

3 «Ipsa cónteret caput tuum» (Gén 3,15).

4 «Ipsa, per Ipsum, cónteret caput tuum» .

5 Quince años más tarde, el P. Alberione concretó este proyecto con el comienzo de la Pía Unión “Oración, sufrimiento y caridad por todas las vocaciones”, aprobada por la Santa Sede el 19 de febrero de 1963. Pero mientras ya había dado vida a la congregación de las Hermanas de María Regina Apostolorum (Apostolinas) para todas las vocaciones, fundada en Castelgandolfo el 8 de septiembre de 1959.

6 De hecho, el boletín Regina Apostolorum –título coincidente con la cabecera de la circular interna de las Hijas de San Pablo– no vio nunca la luz. Las Apostolinas comenzaron en cambio la publicación “Se vuoi... [essere perfetto]” (Si quieres... ser perfecto), vivaz revista en formato de bolsillo.

7 Por un cierto tiempo.

8 Cuando escribía el Autor (1948), estaban en auge los trabajos para erigir el santuario Regina Apostolorum, que fue inaugurado en diciembre de 1954. Entre las finalidades del mismo estaba la «oración por todas las vocaciones».

9 Cf Gn 30,1: «Da mihi líberos, alíoquin móriar», petición de Raquel a su marido Jacob.