Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

Haga una búsqueda

BÚSQUEDA AVANZADA

XXI
APOSTOLADO CELESTE:
REFUGIO DE LOS PECADORES


«El Señor te engrandezca siempre y te dé
prosperidad, porque no dudaste en exponer tu
vida ante la humillación de nuestra raza, sino
que vengaste nuestra ruina procediendo con
rectitud en presencia de nuestro Dios»
(Jdt 13,20)


REFUGIO DE LOS PECADORES

El fin de la encarnación es reconciliar al hombre con Dios. A esta obra Dios asoció a María.
Dice el santo rey David que Dios no ha querido manifestar ningún otro atributo como la misericordia: «El Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas».1 Y es asimismo el atributo más consolador para los hombres que gimen y lloran en este valle de lágrimas. Es también la cualidad, la obra, el oficio principal de María. Las otras virtudes y dones nos llevan a la admiración; ésta a la confianza. Dice san Bernardo: «Alabamos la virginidad, anunciamos la humildad; pero la misericordia les es más querida a los infelices, y más afectuosamente la abrazamos, más a menudo la recordamos, con mayor frecuencia acudimos a ella».
A María se la llama «Refugio de los pecadores» . ¡Gran apostolado! «Mucha verdad es este dicho...: que Jesucristo vino al mundo para salvar pecadores».2
En el evangelio de san Lucas leemos que los fariseos y los doctores de la Ley murmuraban contra
168
Jesús diciendo: «Éste acoge a los descreídos y come con ellos». Jesús por respuesta, narra la siguiente parábola: «Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la descarriada hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, se la carga a hombros, muy contento; al llegar a casa, reúne a los amigo y a los vecinos para decirles: ¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido. Os digo que lo mismo dará más alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no sienten necesidad de enmendarse.
Y si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles: ¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido. Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo pecador que se enmienda».3
Aquí tenemos cómo nos ama Jesús. Lo declaró con estas palabras: «Yo soy el modelo de pastor. El pastor modelo se entrega él mismo por las ovejas».4 Y de hecho murió por nosotros en la cruz.
El amor de María se modelaba sobre el amor de Jesús. Por eso María en el Calvario unió sus sufrimientos a los de Jesús para la salvación de los pecadores. Si Jesús es el buen Pastor, María es la Madre del buen Pastor. Ella tiene los mismos cuidados: buscar a la oveja descarriada, la moneda perdida; hacer una gran fiesta por un pecador que vuelve a los brazos de Dios. Ella mueve todo el cielo para encontrar un alma, mucho más preciosa que una moneda perdida.
169
EL CORAZÓN DE MARÍA

«¿Quién puede medir la largura, la anchura, la altura y la profundidad de la misericordia de María?», pregunta san Bernardino de Siena. María es también madre nuestra; vale por tanto la palabra de Isaías (49,15): «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré», dice el Señor. Esto es verdad también de María, la más perfecta y buena de las madres. Más aún, es la Madre de la misericordia, y se vuelve tanto más cuidadosa cuanto más miserable es el estado de un pecador; y cuanto más se acerca al tribunal de Dios.
Resulta tierno y gracioso el razonamiento de san Francisco de Sales: «Si el divino Hijo de María hubiera nacido, vivido y muerto sólo por los justos, entonces sí, reconociéndome tan indigno, no osaría y, si osara, ella podría responderme: Desgraciado, me causas compasión, pero nada puedo hacerte. En cambio, no: ella sabe que su Hijo más que por los justos, ha venido a llamar a los pecadores (cf Mt 9,15)».
La salvación de los pecadores es el motivo y el fin de la encarnación (cf 1Tim 1,15). Dice la Iglesia: « Por nuestra salvación bajó del cielo».5 Sabe que Jesús, al morir, la constituyó madre de todos. Sabe que las madres aman con una especie de predilección a los hijos más débiles, más enfermos, más necesitados de cuidados. Sabe que justo para éstos tuvo el poder que la santísima Trinidad le ha dado.
María conoce a cuáles y cuántas enfermedades está sujeto nuestro pobre corazón. Escribe san Ambrosio:
170
«Nuestra fiebre es la avaricia, nuestra fiebre es la concupiscencia, nuestra fiebre es la lujuria, nuestra fiebre es la soberbia, nuestra fiebre es la ambición, la ira». Pero aunque estemos febricitantes e incluso muertos, no debemos perdernos de ánimo. Encontramos la salud y la resurrección en la misericordia de María.
Ella no cesa de sernos Madre, aunque seamos pecadores. Digámosle con la Iglesia: «Ruega por nosotros pecadores». Ella tiene pensamientos y actitudes de paz, no de venganza: llamémosla, que nos escuchará. Jesús en la cruz oró por los pecadores, en vez de pedir castigos, y María siempre hace así en el paraíso: «Perdónales, que no saben lo que están haciendo».6 La Iglesia pone en labios de María estas palabras: «Quien me alcanza, alcanza vida y goza del favor del Señor» (Prov 8,35).

LA OBRA DE MARÍA

En primer lugar
: llama a los errantes. Las mejores conversiones no son las que suceden en el lecho de muerte, sino las que hacen seguir una vida verdaderamente cristiana, reparadora; o, mejor aún, una vida de apostolado, como las de Mateo, Pedro, Pablo, Agustín, Margarita de Cortona. Muchas veces en la vida he visto jóvenes perdidas cambiar de conducta y hacerse buenas madres; hombres viciosos convertirse en padres ejemplares; jovencitos caídos en el pecado hacerse sacerdotes y religiosos fervientes; almas muy extraviadas, incluso después de consagrarse a Dios, cambiar conducta y hacerse diligentes; he visto también a perseguidores, como Pablo, pasar a ser
171
apóstoles; escritores, pintores, artistas impíos, hacerse voz de Dios y de la Iglesia; personas que malgastaban la vida en ligerezas y desórdenes, como san Francisco de Asís, reparar con una vida edificante. Hombres deshonestos hacerse ejemplares; hombres avaros llegar a ser bienhechores; hombres ambiciosos cambiados en humildes secuaces de la cruz. En todos estos casos he constatado la mano de María, casi como cuando vemos a un niño sabemos que está en el mundo porque hubo una mujer que fue su madre.
María Egipcíaca dejó, por intercesión de la santísima Virgen, una vida de desórdenes para alcanzar las más altas cimas de la santidad. Un día, viendo a muchas personas ir a la fiesta de la santa Cruz a Jerusalén, se unió a la piadosa peregrinación; su corazón no era recto. Llegada a la puerta del templo, en el momento de entrar, se sintió rechazada por una fuerza invisible; volvió a intentarlo varias veces, pero inútilmente. Iluminada entonces interiormente por la luz celeste, entró en sí misma, se sintió humillada. Levantando los ojos al cielo para pedir piedad, su mirada se encontró con una hermosa imagen de María, que parecía escrutarla e invitarla bondadosamente. Oró a la Virgen, pidiéndole entrar en el templo para confesarse; luego se retiró a la soledad y se preparó para el cielo con diecisiete años de penitencia y piadosas elevaciones.
San Ignacio de Loyola, convertido, fue el fundador de la admirable Compañía de Jesús, que hace un bien inmenso en el mundo. Igualmente san Camilo de Lellis. Aprovechará mucho leer los libros recientes sobre María y los grandes convertidos.
María además reconcilia con su Hijo a los pecadores moribundos. En el Calvario dos malhechores estaban crucificados
172
a los lados del divino Salvador. Allí Jesús y María hicieron la primera conquista arrancando un alma al demonio en el último momento: uno de los dos ladrones se arrepintió, oró a Jesús y éste le aseguró el inmediato paraíso. María rezaba y ofrecía sus penas y las del Hijo; Jesús acogía y perdonaba al moribundo. Era el principio de lo que cada día se repite tantas veces. A la hora de la muerte, María es más premurosa con los hijos que corren el grave peligro de caer para siempre en manos del demonio.
Entre las causas externas de la conversión del buen ladrón, hay dos consideradas píamente por algunos autores:
1) la sombra de Jesús se proyecta sobre el buen ladrón;
2) la presencia de María entre la cruz del Hijo y la del ladrón que se convirtió.
Las recuerda A. Salmerón,7 y las adopta A. Spinello, quien dice: «En la propia sombra de Cristo proyectada hacia la derecha podemos devotamente contemplar que logró tan insigne y rápida la conversión del ladrón crucificado a su derecha. En efecto, si la sombra de san Pedro, príncipe de los apóstoles, devolvía a los enfermos la precedente salud del cuerpo, ¡cuánto consideraremos más eficaz la sombra de Cristo Señor en librar de la enfermedad del alma y de las manchas de pecados al ladrón unido en el mismo suplicio, a quien le estaba cercana la Madre santísima, puesta entre el Hijo y el ladrón! No nos debe extrañar que éste se haya arrepentido y se haya dirigido abiertamente a Cristo con la ayuda de las oraciones de tan gran mediadora».8
173
AMIGOS DE LOS PECADORES

Un rosario, una medalla de la Virgen, piadosas novenas, penitencias para la salvación de enfermos obstinados..., ¡cuántas veces han obtenido de esta Madre auténticos prodigios! «Ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte».
Dice san Bernardo: «Tenemos en el cielo una reina que es a la vez madre; una abogada a la que el Redentor nada puede negar: es el refugio de los pecadores; inspira la más grande confianza; constituye todo el fundamento de mi esperanza».
Además, la Virgen bendita ejerce el apostolado en el purgatorio. Es la más potente mediadora de aquellas almas.
San Juan Vianney, el cura de Ars, era un gran amigo de los pecadores y de las ánimas. Muchos pecadores obstinados y desesperados, por medio suyo se reconciliaban con Dios. Tuvo también del Señor dones extraordinarios: veía lo oculto.
Una piadosa señora fue donde él contando que su marido había muerto por un ataque de corazón, sin confesarse. En su vida nunca había practicado la religión. La mujer lloraba, considerándole perdido. Pero el santo, recogiéndose un momento, le respondió: «Haz sufragios por el alma de tu marido que aguarda en el purgatorio. Tú no me habías dicho que tu marido te ayudaba a recoger flores y hacer ramos para llevárselos a la Virgen. María, por tan sencillo obsequio, le alcanzó al morir el arrepentimiento y la salvación. Ayuda a su alma con sufragios».
La Virgen, apareciéndose a los tres pastorcitos en
174
Fátima, siempre pedía oración y penitencia por los pecadores.
El beato Pallotti, apóstol de Roma, cuando iba donde algún moribundo, lo hacía rezando el rosario. San Clemente Hofbauer, apóstol de Viena, atribuía a María las grandes conversiones obradas entre los pecadores y moribundos. Antes de tratar con ellos, rezaba y hacía rezar la tercera parte del rosario.
San Alfonso de Ligorio decía que de todos los sermones de los padres Redentoristas, el más fructuoso era el de la misericordia de María.
Un santo obispo elogiaba frecuentemente a los religiosos del beato Pallotti por las muchas conversiones obradas en los cursos de ejercicios espirituales; y añadía sonriendo: ¡Es que tienen a su disposición y a sus órdenes a la Virgen! Ella hace lo que ellos piden (Levezou de Vesins).
En 1836 la santísima Virgen hizo una conversión tan importante que dio ocasión para que naciera la Cofradía del sagrado Corazón de María para la conversión de los pecadores.
La parroquia de Nuestra Señora de las Victorias, a pesar de todas las fatigas del fervoroso párroco, daba frutos muy escasos: sólo unas pocas mujeres frecuentaban los sacramentos, mientras el resto de la población, ocupada exclusivamente en cosas materiales y dañinas, caminaba a grandes pasos por la senda de la perdición. Pero la Madre divina velaba y, llegado el tiempo propicio, quiso dar prueba de su misericordia y ternura materna. La mañana del 3 de diciembre de 1836, el párroco, al empezar el santo sacrificio de la misa, se sintió oprimido por un fuerte desánimo: le parecieron inútiles todas las fatigas y creyó oportuno
175
abandonarlo todo. Pero, llegado al canon, tras haber invocado la ayuda del Señor y de la Virgen santísima sintió resonar en el alma estas palabras: «Consagra tu parroquia al santísimo inmaculado Corazón de María». En aquel instante recobró como por encanto la serenidad y la paz. Terminada la misa, redactó un estatuto, lo sometió a la aprobación del arzobispo, e inauguró la Cofradía del sagrado Corazón de María para la conversión de los pecadores. Para la inauguración, el párroco esperaba unas cincuenta personas y se encontró con quinientas. Hubo muchas conversiones y en breve tiempo aquella población se hizo fervorosísima.
La Compañía del sagrado Corazón de María para la conversión de los pecadores se extendió a otras iglesias, y hoy está presente y esparcida en casi todo el mundo.
De este modo, la bienaventurada Virgen, llevando cada día corazones arrepentidos a su divino Hijo y obteniendo a todos gracias y perdón, desempeña la noble misión de refugio de los pecadores.
Los íntimos de María ¡qué suaves y encendidas palabras saben decir sobre su misericordia, para impedir que la desesperación se apodere de corazones que han abusado demasiado de la divina misericordia, con negra ingratitud hacia Dios, con obstinación, cubriéndose de fango!
En muchos casos nos parece ver en Dios sólo la justicia: no nos queda sino María.
La seguridad con que el hombre de acción habla de la Madre celeste, refugio de pecadores, abre el ánimo a la esperanza.
176
CORAZONES DELICADOS

El cura de Ars encontró a veces pecadores cegados por una desastrosa ilusión: hacerse fuertes con alguna práctica exterior a la santísima Virgen, para tranquilizarse y seguir en el pecado, sin temer las llamas del infierno. La palabra del santo se inflamaba, irresistible, para demostrar al desgraciado la monstruosidad de aquella presunción injuriosa con María y para excitar al infeliz a resurgir, continuar sus devociones a María, pero con el fin de vencer el pecado, de enmendarse y llevar una vida que agradara a la santísima Virgen.
En casos semejantes, el apóstol poco devoto de María no hallará sino palabras duras, frías ¡y el pobre náufrago abandonará incluso la última tabla de su naufragio! María en cambio, para el apóstol devoto suyo, se vuelve la verdadera y materna elocuencia que cura, elimina, resana, salva y santifica.
La más hermosa gloria de María es esta: cambiar los grandes pecadores en santos y apóstoles.
Santa Teresita, estando todavía en la casa paterna a la edad de catorce años, ya sentía una ardiente sed de almas. Un día leyó en el diario que un cierto Pranzini había sido condenado a muerte por los numerosos y horribles homicidios cometidos.
Se temía que muriera sin arrepentirse. Teresita, llevada de un gran deseo de salvarle de la eterna perdición, empezó a rezar fervorosamente. Por encima de todo ofrecía a Dios el tesoro de los méritos de Jesucristo y las oraciones de la Iglesia por Pranzini, a quien denominó «su primer pecador». En su sencillez pedía no sólo la conversión, sino también un signo externo y claro de arrepentimiento. Su oración fue
177
escuchada. Pranzini había rehusado confesarse y ya estaba en el patíbulo, cuando al último momento, tuvo una reacción inesperada: se dirigió al sacerdote que le acompañaba, tomó de sus manos el Crucifijo y besó tres veces las santas llagas, mientras el sacerdote pronunciaba las palabras de la absolución. Desde entonces santa Teresita repetía como el Señor a la samaritana: «Dame de beber».9 Probaba una gran sed de almas. Y con mortificaciones y oraciones trataba de consolar a Jesús de la sed experimentada por él en la cruz.
Los tiempos actuales preparan un solemne reconocimiento de la mediación universal de María, de su oficio de distribuidora de las gracias, de su apostolado universal.
Jesucristo dispone los siglos y guía la historia para dirigir y hacer converger la humanidad hacia su Padre. Parece que quiera reservar a la Virgen las mayores conquistas del apostolado, otorgándoselas a quienes viven íntimamente unidos a ella: «Has aniquilado a los enemigos de nuestro pueblo».10
El verdadero hijo de María hallará siempre nuevos recursos en todas las más difíciles situaciones, obras e iniciativas según las necesidades; las palabras para consolar a los inconsolables, los caminos de la salud y de la vida.
178

1 Sal 145/144,9.

2 1Tim 1,15.

3 Lc 15,4ss.

4 Jn 10,11.

5 «Propter nostram salutem descéndit de cœlis» (Credo).

6 Lc 23,34.

7 Comm. in Evang. historiam, t. IX, tract. 40.

8 De Vírginis beatíssimæ Deíparæ láudibus præclaríssimis (Alabanzas excelsas de la santísima Virgen Madre de Dios) .

9 Jn 4,7.

10 Jdt 13,18.