Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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XIV
EL CORAZÓN DE MARÍA


«Cristo murió por nosotros cuando éramos aún
pecadores: así demuestra Dios el amor que nos
tiene. Pues ahora que Dios nos ha rehabilitado,
por la sangre de Cristo, con mayor razón nos
salvará por él del castigo» (Rom 5,8-9).


AMOR A LAS ALMAS

La fe que precede a la caridad y la caridad que sigue a la fe hacen el apóstol.
¿Por qué María santísima es la apóstol?
Porque tiene un corazón hecho a imagen y semejanza del corazón del Padre.
Porqué su corazón es el corazón de Jesús.
Porque el Espíritu Santo le ha infundido la verdadera piedad, bondad, caridad. El apostolado nace del corazón.
Y ahí tenemos al corazón de María que tanto ha amado a Dios y a los hombres.
a) El verdadero amor de Dios nunca puede separarse del verdadero amor del prójimo: son un único fuego con dos llamas. O bien son una única llama que, en cuanto se eleva hacia el cielo, se llama amor a Dios, en cuanto difunde su calor alrededor, se llama amor del prójimo. Id, encended, calentad el ambiente, el colegio, la familia, la sociedad, todo. Quien ama, da cuanto puede, incluso lo que más quiere, hasta a sí mismo.
Dios es caridad; imitarle
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es la verdadera religión. El cristianismo es esencialmente apostólico, expansivo, vital, generador, porque es la vida de Dios en nosotros. Aprendamos de Dios. Este Padre celeste, ¿cómo amó? Amó al Hijo, perfecta imagen suya..., pero amó también al hombre; ¡y hasta qué punto! «Dios demostró su amor al mundo, llegando a dar a su Hijo único».1 Y el Hijo amó al hombre hasta morir por él y darle su sabiduría, su santidad, la Iglesia, los sacramentos, la Eucaristía, su Madre santísima.
b) Imitar a Dios.
«Religión pura y sin tacha a los ojos de Dios Padre, es ésta: mirar por los huérfanos y las viudas en sus apuros y no dejarse contaminar por el mundo» (Sant 1,27).
Hay que dar en primer lugar los bienes espirituales, como hizo el Padre, como hizo el Hijo; luego, los bienes naturales.
Pero, si no se ama, ¿cómo se puede ser hijos de Dios?
Y, si se observaran todos los preceptos, pero se ofendiera la caridad, ¿cómo iba a ser agradable tu don a Dios? «Ve primero a reconciliarte con tu hermano y presenta luego tu ofrenda».2 Quien no tiene la caridad y no usa misericordia, espérese un juicio severo. La fe no basta: sin las obras está muerta.
«Supongamos que un hermano o una hermana no tienen qué ponerse y andan faltos del alimento diario, y que uno de vosotros le dice: Andad con Dios, calentaos y buen provecho, pero sin darle lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve eso?» (Sant 2,14ss).
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Como el cuerpo sin el alma está muerto, así está muerta la fe sin las obras.
Hay que amar, pues, y no de palabra sino con obras y en verdad.
Llorar el mal de modo estéril, sin obrar con ardor y celo, significa acrecentar los males.
¡Amor operante!
Hay que amar «con obras y de verdad».3 Por los frutos se conoce la planta. Por las obras de celo se comprende en qué grado el amor de Dios está enraizado en un alma. El amor del prójimo hecho de obras es la piedra de toque y el metro del amor de Dios.
Jesús mismo se encargó de darnos explicaciones, cuando cierto doctor de la Ley le preguntó: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva?» Jesús le remitió a los dos preceptos de la Ley: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Y al insistir aquél: «¿Y quién es mi prójimo?», Jesús respondió narrando la parábola del buen samaritano (Lc 10,25-37).4
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En esta parábola está reflejada la misión de amor del Hijo de Dios hecho hombre: amor hecho de obras e inmolación.
El hombre caído en las manos de los ladrones es la humanidad, víctima del demonio; despojada de sus bienes sobrenaturales, deteriorada en los bienes naturales. La Ley y el sacrificio antiguo no pudieron restaurar la humanidad. Pero el Hijo de Dios, figurado en el samaritano, encarnándose bajó hasta el hombre herido y expoliado, lo curó con su gracia, luego lo entregó a la Iglesia para que lo cuidara y lo llevara a completa salud.
Apostolado semejante es el del sacerdote y del verdadero cristiano.
c) Por otra parte no podría ser diversamente: la bondad tiende a difundirse. Es propio de la naturaleza divina ser liberal. Dios es infinita bondad, por eso tiende siempre más a comunicarse.
La vida terrena del Hijo de Dios encarnado
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lo demuestra. Jesús pasó sembrando toda clase de bienes y sanando muchas enfermedades. Es el buen Pastor que busca la oveja descarriada; es el Salvador figurado en la mujer que hace de todo por encontrar la dracma perdida; es el Padre que aguarda y acoge al hijo pródigo; es el Redentor que da la vida.
Esta llama apostólica Jesucristo la ha comunicado a la Iglesia, don de su amor, difusión de su vida, manifestación de su verdad, esplendor de su santidad. La mística esposa de Cristo está animada por el mismo fuego; continúa en el curso de los siglos la obra de apostolado de su divino Fundador. Los apóstoles fueron por todas partes, predicaban y el Señor ratificaba su obra (Mc 16,20).

TODO PARA TODOS

Se hicieron todo a todos, para salvar a todos (cf 1Cor 9,22).
¡Admirable comercio,5 que es divino del todo! Dice León XIII: el hombre, por medio del hombre, aprenderá el camino de la salvación. Jesucristo quiso asociarse cooperadores, dispensadores de sus tesoros. Son los sacerdotes. Ellos están en primera fila. Son sacerdotes y obispos, un escuadrón maravilloso en el que sobresalen santos pontífices, misioneros, santos sacerdotes.
Pero, además de ellos, todos los cristianos tienen una colaboración en el apostolado. Junto al clero oficial, desde los orígenes de la Iglesia, se formaron compañías de voluntarios, verdaderos cuerpos escogidos. De ellos hemos tenido una floresta perenne
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y lozana; prueba de la vitalidad siempre joven de la Iglesia.
En todos los siglos ha habido hombres de acción, fervientes católicos, de corazón ardiente; formaron bloque contra las fuerzas del mal, o realizaron un trabajo de penetración en las masas. Fueron levadura en la masa, fueron sal preservadora. Aun no siendo ordenados, ni parte de la jerarquía, dieron un espectáculo maravilloso y confortador. Fue una floración de obras, nacidas en el momento oportuno, siempre adecuadas a la necesidad.
San Pedro exhorta a los cristianos para que «despojados de toda maldad, de toda doblez, fingimiento, envidia y de toda maledicencia» se comporten como «linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios, para publicar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su maravillosa luz» (1Pt 2,1.9).
A propósito del apostolado de los laicos, san Pablo escribe: «Recomiendo a Evodia y lo mismo a Síntique que anden de acuerdo como cristianas que son; por supuesto, a ti en particular, leal compañero, te pido que las ayudes, pues ellas lucharon a mi lado por el Evangelio, con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están escritos en el registro de los vivos» (Flp 4,2).
A los Romanos escribe: «Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la Iglesia de Cencreas... pues se ha hecho abogada de muchos, empezando por mí» (Rom 16,1). Oficio de la diaconisa era instruir y ayudar a los pobres, los enfermos, los catecúmenos de su sexo: custodiar los lugares sagrados, asistir a las mujeres, intervenir en su bautismo y otros servicios parecidos.
En otros pasos san Pablo recuerda a Prisca y Áquila
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como a sus cooperadores en Cristo Jesús. Trabajaban activamente y habían soportado frecuentes persecuciones, exponiendo incluso sus vidas por san Pablo. No sólo merecieron el reconocimiento del Apóstol, sino el de todas las Iglesias de los gentiles.

APOSTOLADO LAICO 6

El apostolado de los laicos se presenta hoy más útil y necesario, según las palabras de Pío XI y de Pío XII. El mismo, cuando está organizado, toma el nombre de Acción Católica. Pío XI dijo: «Esta no es una novedad de hoy: los Apóstoles, para realizar su obra durante los viajes, en el trabajo de las primeras Iglesias, siempre tuvieron la ayuda de los laicos: hombres y mujeres, soldados y comerciantes, magistrados y muchachitos».
Hoy está el apostolado de la vida interior, del buen ejemplo, de la oración, del sufrimiento, de la palabra, de las obras...
En la Iglesia, en las misiones, en las barracas, en las cárceles, en los talleres. Ediciones, cine, radio; muchachos, jóvenes, hombres, mujeres; pecadores, religiosas, colegiales; las siete obras de misericordia corporales y las siete de misericordia espirituales. Catecismos, conferencias, exhortaciones. ¡Qué magníficos campos dorados para la siega! Id a la mies; pedid al Señor que mande buenos obreros.
«Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes...» [1Cor 13,1].
¿Pero cómo se revela este amor de Dios? Por la bondad con el prójimo: «El amor es paciente,
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es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal... Disculpa siempre, se fía siempre, siempre espera, aguanta siempre».7
«No se me venga a decir que ésas son almas piadosas... Que tienen un corazón hecho según Dios... Dios es amador de las almas... Dios da. Dios ha entregado a su Hijo; y el Hijo se ha dado a sí mismo. Y si la piedad de ciertas almas no lleva a la imitación de Dios, ¿cómo llamarlas piadosas?». Así se expresa Bossuet.
El corazón amante siente la divina sed de almas del Crucificado. La piedad hacia Dios va siempre unida a la piedad con el prójimo.
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1 Jn 3,16.

2 Mt 5,24.

3 1Jn 3,18.

4 En el original, esta parábola se narra entera.

5 Latinismo: Admirable intercambio .

6 Mejor: Apostolado laical.

7 1Cor 13,1ss.