Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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XV
PRIMER FIN DEL APOSTOLADO:
LA GLORIA DE DIOS


«Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
proclamando todas tus maravillas; me alegro y
exulto contigo y toco en honor de tu nombre, oh
Altísimo» (Sal 9,2-3).


GLORIA A DIOS

El apóstol tiene dos objetivos: la gloria de Dios y la paz de los hombres.
Este es el programa del Hijo de Dios encarnado. Lo hizo cantar a los ángeles, quienes lo entendían bien: «Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor».1 Y la Iglesia lo ha introducido en la sagrada Liturgia, seguido por una especie de comentario para entenderlo mejor: «Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderosos. Señor, Hijo único, Jesucristo. Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú eres Santo, tú sólo Señor, tú sólo Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre».
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Estas dos aspiraciones [gloria a Dios - paz a los hombres], nunca fueron más vivas, en ningún ángel o santo, como en María santísima, después de Jesucristo. Jesucristo es el Apóstol; María la apóstol y co-apóstol. Cada uno en su sitio, pero unidos en los mismos objetivos.
El celo es el perfume del amor. El alma apostólica ama a Dios sobre todas las cosas: y por tanto quiere, busca y procura su gloria.
Y se ama a sí misma, en primer lugar; por tanto tiene voluntad decidida de salvarse y santificarse.
Y amará al prójimo como a sí misma; por tanto quiere, busca y procura su paz. Paz que es amistad con Dios, caridad con el prójimo, buena conciencia en nosotros mismos.
Dice santo Tomás: «El celo procede de la intensidad del amor» (I, 2. q. 28; a. 4). Por ahí van muchos dichos populares: «El imposible mayor lo vence el amor»; o bien: «Quien bien ama bien aguarda».

DOS FRUTOS

En el celo se dan dos diversos sentimientos: resistencia y acción.
Se resiste al mal; se actúa para conseguir el bien.
Cuando algún mal nos amenaza o cuando alguien se opone a nuestros deseos, entonces se combate. Cuando una persona quiere quitarnos un puesto o un primado, se excita el celo de envidia o celotipia; 2 en este sentido Dios se declara celoso (cf Éx 20,5), pues no quiere ni puede renunciar a su gloria:
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«No cedo mi gloria a nadie» (Is 42,8). Y si alguien se la disputa, él resiste: «Dios se enfrenta con los arrogantes» (Sant 4,6).
Se explica así el celo por el amigo. Le defendemos contra los males, como nos defenderíamos nosotros. Se comprende así el celo de Jesús cuando vio profanado el templo de Dios, su Padre; echó de la casa del Señor a aquellos indignos. El salmista lo había predicho: «Me devora el celo de tu templo».3
Además, la acción por el bien del amado. Filósofos y teólogos convienen en decir que el verdadero amor está en «querer el bien». Hay un amor egoísta del que habla san Agustín, cuando sarcásticamente escribe: «No hemos de amar a los hombres como oímos decir a los glotones: amo a los tordos». Porque los aman, los matan y se los comen. En cambio, el verdadero amor se da, procura el bien, en algunos casos sacrifica incluso la vida. Un hijo afectuoso quiere para su madre el bien y cuanto a ella le agrada.
Pero no puede consistir todo en una esterilidad de sentimientos y deseos; el celo ha de ser operativo, actuante, dadivoso. ¿Qué valdría decir: te quiero, si luego no se hace nada? San Juan amonesta: «No amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad».4
¿Podemos desear algún bien a Dios, siendo él infinito?... Podemos desearle la gloria extrínseca, y desearla cada vez mayor. Vivir «para una mayor gloria de Dios».5 He ahí la primera llama de nuestro amor, que sube hacia Dios
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y genera el primer celo: el amor de Dios. Nos une y hace nuestros los deseos de Dios, el cual «todo lo ha hecho para su fin»,6 incluso el hombre: «a quien creé para mi gloria».7 Así es como la benevolencia se vuelve beneficencia: «La beneficencia es la actuación de la benevolencia» (santo Tomás). Así pues, «Gloria en lo más alto del cielo».

EL MAGNÍFICAT

El Magníficat hace eco, explica y comenta el canto de los ángeles.
La santísima Virgen había ido a visitar a santa Isabel. «Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. Y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!.
Entonces dijo María: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
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de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos les colma de bienes y a los ricos les despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como lo había prometido a nuestros padres– en favor de Abrahán y su descendencia por siempre» (Lc 1,39-55).
«La Iglesia de Jesucristo es como una radio que transmite de siglo en siglo, de tierra en tierra, el canto de la Virgen. Así como se dijo de los Apóstoles: A toda la tierra alcanza su pregón, así puede decirse de María: en todo tiempo y lugar resuena su melodioso canto. Más aún, resuena por toda la eternidad en el paraíso» (Dr. Erasmo P. S. M.).
Dice Bossuet que las notas de este canto son, en primer lugar, arrebatos de un alma ardiente, luego el dulce difundirse de la paz y del gozo.
Cornelio A Lápide dice que este cántico es el más espléndido de todos los de la sagrada Escritura.
El melifluo 8 san Bernardo exclama: «El Magníficat es el éxtasis de la humildad de María». Es incienso que arde y sube desde el corazón ardiente de María.
La Iglesia lo ha incorporado en todas las vísperas del año; y toma versículos para otros usos litúrgicos.
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ENSEÑANZA

Libros enteros se han escrito como comentario [del Magníficat ].
«El mismo constituye en la Iglesia un apostolado mariano gozoso, universal de alabanza, adoración y agradecimiento de la criatura a su Dios, principio de todo bien, único objeto de amor, suspiro y esperanza de los humildes y de los débiles».
A María se la alaba, pero ella dirige todo honor sólo a Dios.
María exulta en su espíritu por el Salvador que lleva consigo, como en un copón, al cual atribuye todo don porque «ha mirado la poquedad de su sierva». Reconoce que las generaciones futuras, maravilladas de tanta riqueza de dones, la llamarán dichosa y glorificarán el santo nombre de Dios.
María entrevé cuanto realizará el bendito fruto de su seno, Jesús: su misericordia continuará por los siglos para cuantos temen el pecado. Este Jesús para todos será luz, paz, reconciliación. Pero los hombres han de hacerse capaces de recibir los bienes que trae del cielo. En el tiempo nuevo, como ya sucedió en el antiguo, los humildes recibirán y serán saciados; los soberbios quedarán con las manos vacías.
Dios ha mantenido las promesas hechas a Abrahán y a los patriarcas de mandar al Bendito para bendecir a todas las gentes, habiendo tenido piedad de su pueblo.
La Iglesia añade la conclusión, que viene espontánea: Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.
Un alma tiene tanto celo verdadero cuanto es su compromiso en salvarse y santificarse;
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y su celo será constante tanto cuanto ama a Dios; y el fruto será tan sabroso y abundante cuanto más mire a la gloria de Dios; y las obras de celo tendrán tanta vitalidad y estabilidad cuanta sea la gracia en ellas.
Jesús ora y dice: «Padre, yo he manifestado tu gloria en la tierra».9 El verdadero celo trata de glorificar a Dios, como hizo Jesucristo.
Jesucristo es la Verdad, no sólo, sino el Camino y la Vida del apóstol.
Llevad las almas al camino de Dios: «Conocer, servir, amar a Dios» es glorificarle.

ALABAD AL SEÑOR

Quien siente 10 el padrenuestro , mira a la gloria de Dios. El padrenuestro es la oración-comentario del «Gloria a Dios en lo más alto de los cielos», en las tres primeras peticiones; y del «Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad» en las cuatro siguientes. Es la oración más semejante al Magníficat .
Es la oración más conveniente al alma apostólica.
Es la oración más misionera.
María magnifica, es decir engrandece a Dios, no en sí, sino en su manifestación, en su gloria extrínseca.
María engrandece a Dios y lo proclama. En efecto hizo visible la divinidad invisible; dio al Hijo de Dios un cuerpo que antes no tenía; le ha hecho Salvador para la humanidad; le ha hecho Apóstol del Padre, el Sacerdote y la Hostia, el Maestro legitimado por el Padre. Por María se da a Dios perpetuamente un digno sacrificio de alabanza y de amor. Nunca fue Dios tan conocido,
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amado, adorado, como después de Jesucristo: «He manifestado tu persona a los hombres».11 Reveló sus grandezas, sus bellezas, su bondad, sus promesas, su providencia, el premio.
Preguntémonos: nuestro corazón ¿está hecho según el corazón de María? ¿Está hecho según el corazón de Jesús? ¿Tiene esas intenciones, miras y aspiraciones? ¿Es todo, sólo y siempre a mayor gloria de Dios?
El cántico de María es también un cántico de gozo: no un gozo mundano sino gozo purísimo, porque Dios es glorificado; porque el Hijo de Dios se ha encarnado.
« Gaudete!. .. Estad siempre alegres... os lo repito, estad alegres».12 «Cantad a Dios de corazón salmos, himnos y cánticos inspirados... dando gracias a Dios Padre».13
Glorificar a Dios, asistir a las funciones, a misa, vísperas, procesiones, etc., constituye un Te Deum variado. En el breviario tenemos las laudes .
La oración se divide, por lo general, en cuatro especies; dos son adoración y agradecimiento. Las otras dos son satisfacción por haber hurtado gloria a Dios por el pecado; y súplica, para poder servir y amar a Dios. Quien aprende a orar en María , rezará con santa alegría: ella es causa de nuestra alegría.14 San Bernardo dice: «Todas las veces que pienso en María, siento en mi corazón un gozo que excede a cualquier otro, una suavidad que cubre cualquier dolor».
Alabanza, adoración, agradecimiento, reparación, ofrecimiento del corazón, actos de caridad, etc., son otras tantas manifestaciones del celo de Dios.15
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1 «Gloria in excelsis Deo et in terra pax homínibus bonæ voluntatis» (Lc 2,14).

2 «Zelus invidiæ».

3 Sal 69/68,10.

4 1Jn 3,18.

5 «Ad maiorem Dei gloriam» .

6 Prov 16,4.

7 Is 43,7.

8 De espíritu dulce y suave.

9 Jn 17,4.

10 En sentido afectivo: comprende y ama .

11 Jn 17,6.

12 Flp 4,4.

13 Cf Col 3,16-17.

14 Letanías lauretanas.

15 Cf 1Mac 2,54.