Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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XXV
MARÍA MODELO
DEL APOSTOLADO FEMENINO


«Porque ha mirado la humillación de su esclava,
desde ahora me felicitarán todas las
generaciones» (Lc 1,48).


ELEVAR A LA MUJER

María establece su morada por doquier: en un corazón, en una familia, en una parroquia, región, nación... Produce tres frutos: ilumina con su luz, que descubre a las personas los dogmas principales: la caída del hombre, la encarnación, la enseñanza, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, la santísima Trinidad, la vida eterna; fortifica y eleva los corazones a los grandes ideales de la virtud, de la pureza, del apostolado cristiano; derrama sus gracias, consuela a las almas, vuelve los afectos hacia Jesucristo, la Iglesia, el cielo.
El culto a María ha contribuido decididamente a elevar a la mujer. De Maistre ha escrito: «Todas las antiguas legislaciones desprecian a la mujer, la degradan, la molestan, la maltratan más o menos».
Los latinos, aun estando entre los más adelantados, el sexo llamado ahora de la gracia, la belleza y la devoción, lo definían «débil, impreparado para las fatigas, ligero, ambicioso»,1 en oposición al
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sexo del ingenio, de la fuerza, de la majestad masculina.2 Era el eco de la condena de Dios [a Eva]: «Por haber hecho esto..., tendrás ansia de tu marido y él te dominará».3 El Eclesiástico tiene estas palabras: «Por una mujer comenzó la culpa, y por ella morimos todos» (Si 25,24). Del pecado viene todo mal, y Eva lo introdujo en el mundo.
Y como contraposición, aquella que no tuvo ni la culpa original viene todo bien. La mujer fue rehabilitada: la humanidad sabe lo que debe a la mujer. Basta mirar a María: ella es, en la historia de la humanidad, como una aparición que a todos cautiva y eleva. Una imagen de cuanto sucede en el cielo: María extasía a los bienaventurados: «Apareció en el cielo una magnífica señal: una mujer envuelta en el sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas».4
¡Qué benéfica impresión pensar que la mujer es [del mismo] sexo al que pertenece María, de quien vino Jesucristo! ¿Quién despreciaría a la mujer, desde el momento que invoca a María como liberadora, consoladora, auxiliadora, o piensa en ella como terror de los demonios, reina de los ángeles, fuerte más que los ejércitos? Por eso los pueblos perdonaron a la mujer el antiguo error por amor a quien, por naturaleza, gracia y gloria, es «alta más que toda criatura».5 La caballería, que tanto honor daba a la dama, es fruto del espíritu cristiano.
Del beato Enrique Suso se narra lo siguiente: «Recorriendo un estrecho sendero campestre, encontró a una pobre mujer; para dejar libre el paso, se apartó metiéndose en el barro. La mujer se volvió y le dijo: Señor mío, ¿por qué tú, sacerdote, cedes
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el camino a una pobrecilla como yo? Debería ser al revés. Respondió el beato Suso: Tengo la costumbre de honrar a todas las mujeres porque me recuerdan a la santa Madre de Dios que está en los cielos. Y la mujer, levantando los ojos al cielo, exclamó: Y yo ruego a la Soberana del paraíso que antes de la muerte te conceda todo género de gracias, pues la honras tanto en una mujer. Respondió el buen sacerdote: Ayúdeme así la purísima Virgen María desde el cielo» (Joergensen).
La mujer, iluminada por la luz y la virtud de María, aprendió a elevarse en su vida y misión. Tácitamente María desde sus imágenes repite a las mujeres la amonestación de san Agustín y de san Jerónimo: «Mujer, no debes ignorar tu dignidad, pues el Hijo de Dios nació de una mujer. Aprende un santo orgullo».6
La mujer nueva, formada en la escuela de María, supo ser superior a Eva, se mantuvo digna de su misión. Recordemos lo que fueron santa Mónica para san Agustín; santa Escolástica para san Benito; santa Clara para san Francisco de Asís; santa Juana Francisca de Chantal para san Francisco de Sales; santa Luisa de Marillac para san Vicente de Paúl, etc. La mujer cristiana ejerció sobre el hombre una fascinación celestial.
Pero más admirable aún es la elevación de la mujer a mártir, virgen, apóstol, heroína de caridad.

HEROÍSMOS DE LA MUJER

La mujer mártir
. – María es la Reina de los mártires. Por eso el sexo débil, atraído por
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su ejemplo y sostenido por su gracia, pasó a ser sexo fuerte frente a los tiranos y los perseguidores: santa Lucía, santa Ágata, santa Inés, santa Tecla y tantas otras más. La Iglesia [en la liturgia] invita a admirarlas como prodigios de fortaleza: «Oh Dios, que entre otros milagros tuyos, también al sexo débil le has otorgado la victoria del martirio...».7 ¡Qué ánimo ha despertado en aquellas almas la contemplación de la Madre dolorosa, firme a los pies de la cruz, traspasada en lo más hondo del alma por una espada agudísima!
La mujer virgen . – La mujer pagana presentaba casi siempre un espectáculo nauseante de frivolidad y corrupción. En cambio María, con su inmaculada pureza, ejerció en todo tiempo una poderosa fascinación para las almas sencillas y puras. En el cementerio de Priscila, en una pintura (que parece remontarse al siglo II) «se ve, a la izquierda, a un obispo que asistido por el diácono da el velo a una virgen consagrada, indicándole como modelo a la santísima Virgen, representada con el niño Jesús en el regazo» (Marucchi).
En las obras de san Ambrosio, María está indicada como fúlgido ideal de la virgen cristiana (De virgínibus) . En el Sacramentario gregoriano las vírgenes, apenas tomado el velo, son confiadas a la Madre de Dios: «Para que puedan permanecer siempre inmaculadas bajo el manto de la santísima Virgen María» (Muratori).
A las vírgenes ofrece María el fruto de su santidad: el trigo, el pan que hace germinar vírgenes.
La mujer apóstol . – María «difundió en el mundo la luz eterna, Cristo Jesús». «El divino
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Maestro, subiendo al Padre, dejó su escuela y su cátedra a María, no para que gobernara la Iglesia –oficio reservado a la jerarquía–, sino para que enseñara a los discípulos la celeste sabiduría aprendida desde el principio» (santo Tomás de Villanueva). Ella, a lo largo de los siglos, propagó siempre la llama del apostolado y multiplicó los apóstoles. Las catequistas, las religiosas en las escuelas y en las misiones, muchas jóvenes y mujeres de la Acción Católica, ejercieron en el mundo entero un admirable apostolado. Santa Tecla, muchas mujeres de los tiempos apostólicos, santa Nona, santa Mónica, santa Marcelina, santa Pulqueria, santa Elena, santa Eudoxia, santa Placidia, santa Paula, santa Marcela, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Jesús y santa Teresa del Niño Jesús, son nombres que revelan corazones modelados en el corazón apostólico de María.
La mujer caritativa . – El primer corazón de mujer que palpitó de amor y comunicó la divina llama al sexo femenino, fue el de María. Y de ella lo tomaron las religiosas, frecuentemente llamadas por los orientales marías. La incomparable caridad de María suscitó imitadoras en todos los siglos: mujeres que dan la vida en los hospitales y asilos; que dan de comer y vestir a innumerables pobres; que contribuyen a las vocaciones y al culto con sus haberes y santas iniciativas. Las Tabita, Domitila, Paula, Isabel y (sin exageración) millones de mujeres, jovencitas, religiosas, son gloria de la Iglesia, la apología viva del cristianismo, las verdaderas hijas de María.
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A LAS MUJERES

Pío XII, el 21-1-1947, decía a las mujeres y a las jóvenes católicas:
«La firmeza de la fe y la intrepidez de la acción no bastan aún a vuestras ansias; estas deben encender en vuestros corazones la llama luminosa y ardiente del celo. Resueltas como estáis a practicar plenamente en vuestra vida de muchachas, de esposas, de madres, la ley santa de Dios, queréis colaborar en el campo donde las circunstancias, preparadas por la Providencia, os han situado a cada una, para reconducir las almas al único Señor y Maestro, para procurarles, en la sumisión a la voluntad divina, en la docilidad a la doctrina infalible, en la santificación mediante la gracia, la única auténtica libertad que las desembarace de la humillante servidumbre del error y del mal. Tal es el sentido de toda la obra de la redención, y todo apostolado, sea cual fuere su forma, no es sino una participación en esa obra redentora de Cristo.
Querer trazar una neta línea de separación entre religión y vida, entre sobrenatural y natural, entre Iglesia y mundo, como si no tuvieran nada que hacer entre ellos, como si los derechos de Dios no valieran para toda la multiforme realidad de la vida cotidiana, humana y social, es algo completamente ajeno al pensamiento católico, es abiertamente anticristiano. Así que cuanto más oscuras potencias ejercen su presión, cuanto más se esfuerzan por excluir del mundo y de la vida a la Iglesia y la religión, tanto más necesaria es por parte de la propia Iglesia una acción tenaz y perseverante para reconquistar y
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someter todos los campos del vivir humano al suavísimo imperio de Cristo, a fin de que su Espíritu os aliente más abundantemente, más soberanamente os guíe su ley, más victoriosamente triunfe su amor. Esto es lo que ha de entenderse por reino de Cristo.
Este menester de la Iglesia resulta bien arduo; pero no son más que desertores inconscientes o ilusos quienes, en aras de un malentendido sobrenaturalismo, quisieran reducir la Iglesia al campo puramente religioso, como dicen, mientras con ello no hacen sino favorecer el juego de sus adversarios.
Contra tales corrientes vosotras reaccionáis valientemente, como conviene a nuestros tiempos. Por eso Nos con satisfacción nos hemos concienciado de vuestra formación, de vuestras experiencias, de vuestros éxitos. Elogiamos vuestra disponibilidad e invocamos sobre vosotras la plenitud de la fuerza y de la gracia de Cristo».
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1 «Imbecillis, ímpar labóribus, levis, ambitiosus» .

2 «Maiestas virorum» .

3 Gén 3,16.

4 Ap 12,1.

5 Dante Alighieri, Paraíso , XXXIII, 2.

6 San Agustín, De Agone; san Jerónimo, A la virgen Eustoquio .

7 Antigua oración colecta de la misa de una virgen mártir.