Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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XXVI
APOSTOLADO DE LAS VOCACIONES


«Sus hijos se levantan para felicitarla, su marido
proclama su alabanza» (Prov 31,28).


MÁXIMO MÉRITO

Mujeres cristianas
. – Vuestro sumo honor y vuestro máximo mérito sea el dar un hijo religioso o sacerdote al Señor; mejor si es un religioso sacerdote. O bien dar una hija al Señor, como religiosa. Mejor aún, un misionero o una misionera. Sea esta vuestra continua aspiración y oración.
Ofrecer un hijo al Señor, como María ofreció el fruto de su vientre, es un gran mérito. Es darle no flores, velas, dinero, sino vuestro tesoro. Cada una de las madres, mostrando a sus hijos, puede decir con materna y legítima satisfacción: «Estas son mi joyas, mis gozos, mis perlas».
¡Infeliz mil veces la casa que, por culpa de los padres, no se ve alegrada por un nido alborozado de niños! En ella hay tristeza, egoísmo, quizás hedonismo, falta de fin 1 de la vida y del trabajo, vejez solitaria y desoladora, muerte en el abandono, olvido, tumba sin lágrimas y sin sufragios.
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Si los padres, del jardín de lirios y rosas de sus hijos, dejan que Jesús se escoja la flor más agradable... ¡es que un poco de su sangre le ha gustado y ha sido digna de Dios!
Honor sumo . – Significa generalmente que en esa familia hay fe, moralidad, amor al trabajo, orden. El hijo bueno es honor de los padres y prueba su virtud.
Fuente de gracias . – ¡Bendiciones a la casa que ha dado un hijo o una hija al Señor, gozo y prenda de muchos favores celestes! Si el sacrificio ha costado mucho, pero se ha hecho con fe y amor, es también una señal de salvación.
Consuelo en la hora de la muerte . – Seguridad de tener quien sin duda enviará sufragios por el alma y honrará con sepultura decorosa los restos de los padres difuntos.
Particular premio en el paraíso , porque Dios es casi deudor a esa madre; como Jesucristo es deudor a María, que le ha dotado de humana carne.
Las vocaciones para los hijos se merecen con el cuidado amoroso en el período de su formación.
Como demuestra la ciencia, el niño toma de la madre mucho de sus sentimientos, inclinaciones y carácter. Y si esta madre aspira, Dios mediante, a formar un sacerdote, ¿no comunicará e imprimirá esta tendencia en su criatura? Y otro tanto se diga de sus oraciones, ¡cuánto influyen en el corazón de Dios! Naturaleza y gracia cooperarán al mismo fin.
Nace el niño; ya se le ha puesto bajo el manto
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de la Virgen, Madre del gran sacerdote. Palabras, ejemplos, objetivos, oraciones, toda la educación de esa madre forman un ambiente favorable para que una vocación pueda nacer, desarrollarse, manifestarse.
Todos los cuidados son para defender del pecado al hijito e infundirle piedad y virtud.
Por eso le instruye, le sigue, le corrige, le aleja de malas compañías, de cines, teatros, diversiones, de escuelas no buenas; en fin, de los peligros. Le encamina a la iglesia, al catecismo, a buenas escuelas. Con él reza: le escucha, escruta sus sentimientos, le fortifica en la virtud de modo delicado pero cada vez más decisivo. Aguarda en silencio; escudriña las tendencias para ver si un día despunta algún indicio de vocación. Es prudente, no usa importunas insistencias; pero deja comprender que, si un día el hijo pidiera tomar la senda del santuario, su madre consentiría gozosa.

MADRES SANTAS

Un día la madre de san Atanasio, con mucho fervor, decía: «Con la ayuda de Dios, intento hacer de mi único hijo, un hombre de la Iglesia». Y a sus oraciones y consejos se debe que aquel hijo llegara a ser una columna de la Iglesia y un fuerte defensor de la divinidad de Jesucristo.
Otra madre, que veneramos en los altares, es santa Nona. Apenas nacido su niño, lo consagró al Señor y puso en sus manos un ejemplar de la Sagrada Escritura. El niño fue
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un gran intérprete y expositor de la Biblia y un insigne doctor de la Iglesia.2
Un joven, antes muy bueno, se había totalmente pervertido por las malas compañías, y había parado en la cárcel. Las amonestaciones y las oraciones de su buena madre no habían logrado hacerle volver en sí. La pobre mujer había sufrido tanto que acabó enfermando, llegando al fin de su vida. Entonces suplicó al juez que le concediera ver al menos por un momento al hijo. Se lo llevaron acompañado por dos guardias. La madre no le dijo ni una palabra, sólo le miró con ojos severos y suplicantes. Vuelto a la cárcel, pronto le dijeron que su madre había muerto; pero aquella mirada de reproche y de invitación surtió su efecto. Entró en sí mismo, se arrepintió y se confesó. Una vez cumplida la pena, cambió vida; se hizo jesuita y llegó a ser un gran predicador, consiguiendo conversiones insignes. Es el P. Stasslacher, que a menudo cuenta este ejemplo.
Margarita, madre de san Juan Bosco, fue la educadora ejemplar de este apóstol de la juventud. Su buen ejemplo, las muchas oraciones, los sensatos avisos y los muchos sacrificios influían en el ánimo y en el corazón bien dispuesto de Juan y le inclinaban cada vez más al sacerdocio y el estado religioso. Cuando el hijo le pedía consejos, Margarita respondía: «De ti no deseo sino que te asegures la salvación eterna». Un día Juan había decidido hacerse franciscano; el párroco, sabiendo que la madre, pobre y viuda, podía necesitar al hijo, creyó bien advertirla. Margarita entonces habló así a Juan: «Nuestro párroco ha venido
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a decirme que quisieras hacerte religioso. Yo deseo sólo que te examines bien a ti mismo, y consideres el paso que intentas dar; luego, sigue la vocación sin preocuparte de mí. Ante todo la salvación del alma. El párroco quisiera que yo te disuadiera mirando a mis necesidades. Pero te digo que tratándose de vocación, Dios lo es todo... Nada espero de ti. Nací y vivo pobre; pobre deseo morir». Y Don Bosco fue sacerdote y religioso y padre de tantos religiosos y religiosas.
Palabras del Papa sobre la colaboración de la familia en las vocaciones:
«...Pero el primer y más natural jardín, donde casi espontáneamente han de germinar y brotar las flores del santuario, es siempre la familia verdadera y profundamente cristiana. La mayor parte de los obispos y sacerdotes santos de quien la asamblea pregona su alabanza (Sir 44,15), deben el comienzo de su vocación y de su santidad a los ejemplos y enseñanzas de un padre lleno de fe y varonil virtud, de una madre honesta y piadosa, de una familia donde reina soberana, con la pureza de costumbres, la caridad de Dios y del prójimo. Las excepciones a esta regla de ordinaria providencia son raras y no hacen sino confirmar la regla. Cuando en una familia los padres, a ejemplo de Tobías y de Sara, piden a Dios una numerosa prole en la que sea bendito el nombre del Señor (Tob 8,5) y la reciben con gratitud como un don celeste y como precioso depósito y se esfuerzan por infundir en los hijos desde los primeros años el santo temor de Dios, la piedad cristiana, una tierna devoción a Jesús sacramentado y a la Virgen
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inmaculada, el respeto y la veneración a los lugares y las personas sagradas; cuando los hijos ven en los padres el modelo de una vida honrada, laboriosa y piadosa; cuando les ven amarse santamente en el Señor, les observan acercarse frecuentemente a los santos sacramentos, obedecer no sólo las leyes de la Iglesia sobre abstinencia y ayuno, sino también guardar el espíritu de la mortificación cristiana voluntaria; cuando les ven rezar en casa reuniendo alrededor suyo a toda la familia para que la plegaria común se eleve más agradable al cielo; cuando les ven compasivos ante las miserias ajenas y compartir con los pobres lo mucho o lo poco que poseen..., es bien difícil que mientras todos traten de emular los ejemplos paternos, alguno al menos de sus hijos no sienta en su alma la invitación del divino Maestro: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres (Mt 4,19). ¡Dichosos los padres cristianos que, aun si no hacen objeto de sus fervorosas oraciones estas divinas visitas, estas divinas llamadas dirigidas a sus hijos –como solía ser a menudo en tiempos de mayor fe–, al menos no las temen y saben descubrir en ellas un gran honor, una gracia de predilección y de elección del Señor para la propia familia!» ( Enc. sobre el sacerdocio ).

OBRAR EN FAVOR DE LAS VOCACIONES

Dios le pidió a Abrahán a su único hijo. Santa Mónica obtuvo, con sus lágrimas y oraciones, que su hijo Agustín se convirtiera: le preparó así para el sacerdocio.
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María tenía un único hijo, el más hermoso y querido de los hijos, y lo ofreció a Dios.
No son los hijos para los padres, sino los padres para los hijos. Si se trata de un hijo único, el mérito es mayor, pues aun cuando la familia se extingue materialmente, vuestro hijo será padre de muchos hijos espirituales, que os deberán agradecimiento también a vosotros. Por lo general, suelen ser más fructuosas las vocaciones que han costado más sacrificio.
Si se lo negáis a Dios, ¿éste no puede tomárselo? ¡Es suyo! ¿No podrá suceder que dejándolo en el mundo se vea privado de gracias, se pervierta y pase a ser quizás vuestra cruz? ¿O que el Señor os niegue muchas gracias temporales y espirituales?
Es un pecado gravísimo, que clama venganza, impedir a un hijo seguir la propia vocación.
Si un hijo o una hija muestran el deseo de consagrarse a Dios, quizás se desencadene una tempestad por parte de los padres... ¡y tal vez éstos se llamen cristianos y se consideren católicos practicantes!
A Dios hay que obedecerle antes que a los padres; éstos no tienen derecho a oponerse a los hijos en la elección de estado. Es un derecho natural. Los hijos son antes de Dios que de los padres.
Quien antepone el padre, la madre, los hermanos o hermanas a Dios, no es digno de Jesucristo: peca. «Deja que los muertos entierren a sus propios muertos», dice Jesús a un joven vocacionado, que pedía ir antes a la sepultura del padre.3
Con doce años, Jesús se quedó en Jerusalén, a espaldas de María santísima y de san José, para escuchar a los doctores de la Ley y dar una primera
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prueba de su futura misión y vocación. A María, que le pidió razones, declaró su libertad al hacer esta opción: «¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?».4
Lo cual significa: cuando se trata de Dios, de misión, de vocación, no se necesita el permiso de los padres, basta que el joven o la joven se cercioren con el confesor de que es Dios quien de veras llama.

ESCUCHAR AL PAPA

La palabra de Pío XI sobre este punto es clarísima: «Desafortunadamente hay que confesar que a menudo, demasiado a menudo, los padres, incluso quienes se glorían de ser sinceramente cristianos y católicos, en especial los de las clases más elevadas y más cultas de la sociedad, parece que no sepan resignarse a la vocación sacerdotal y religiosa de sus hijos, y no sientan escrúpulo en combatir la divina llamada con toda clase de argumentos, hasta con medios que pueden poner en riesgo no sólo la vocación a un estado más perfecto, sino la misma conciencia y la salvación eterna de las almas que deberían ser para ellos las más queridas. Tal deplorable abuso –como el contrario, tan frecuente en siglos pasados, de constreñir a los hijos al estado eclesiástico, aun sin pizca de vocación ni de idoneidad–, no redunda ciertamente en honor de esas mismas clases sociales más altas que ahora están tan poco representadas, generalmente hablando, en las filas del clero; porque si la disipación de la vida moderna, las seducciones que, sobre todo en las grandes ciudades,
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excitan precozmente las pasiones juveniles; si las escuelas en muchas regiones son tan poco favorables al desarrollo de semejantes vocaciones, y por tanto en gran parte causa y triste explicación de la escasez de ellas en esas familias acomodadas y señoriales..., no se puede negar que ello arguye también una deplorable disminución de fe en dichas familias. De hecho, si se mirasen las cosas a la luz de la fe, ¿qué más alta dignidad podrían desear los padres para sus hijos, qué ministerio más noble del que, como hemos dicho, es digno de la veneración de los hombres y de los ángeles? Una larga y dolorosa experiencia enseña, además, que una vocación traicionada (¡no parezca demasiado severa esta palabra!) es fuente de lágrimas no sólo para los hijos, sino también para los desconsiderados padres; y Dios no quiera que tales lágrimas sean demasiado tardías y se vuelvan lágrimas eternas» ( Enc. sobre el sacerdocio ).
Pero yo sólo tengo hijas ... – En este caso, vuestra oración sea que el Señor se digne dar la vocación a una de ellas.
Las flores para la Iglesia hay que cuidarlas con diligentes atenciones para que sean hermosas a la vista, agradables y olorosas. Al Señor se le debe dar lo mejor, nunca las sobras... Caín ofrecía los más mezquinos frutos de la tierra, Abel los mejores frutos del rebaño, y el Señor se fijó en Abel y rechazó a Caín. Es necesario dar a Dios los hijos mejores y las mejores hijas. Sería gravísima afrenta a la divina Majestad dar al mundo las flores mejores de vuestro jardín familiar, las más sanas, las más inteligentes, etc. y reservar al Señor las de ingenio tardo, las defectuosas, las enfermizas.
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¡Para el Señor lo mejor! Un desaire hecho a Dios puede quitaros de casa muchas bendiciones y quizás acarrearos castigos.
Pero yo ni hijas tengo... – Entonces crea una bolsa de estudio para un estudiante que aspire a la vida religiosa o sacerdotal. Ofreced al Señor un hijo de adopción.
Dos cónyuges, ya adelante en la edad, decían: «El Señor no nos ha dado hijos, aun habiéndolos deseado tanto. Pero así hemos ahorrado y puesto a parte el dinero que hubiera sido necesario para mantener y hacer estudiar a tres. Se lo entregamos a usted, reverendo padre Superior; formad a dos religiosos sacerdotes para nuestra nación y un misionero para las regiones lejanas».
Decía un padre de familia: «Yo tenía un hijo tan querido; enfermó; le cuidamos mucho, pero el Señor se lo llevó: ¡hágase su adorable voluntad! Pero ahora le traigo a usted la suma y la parte de herencia que le hubiera correspondido a él. Para sufragio suyo, formad un religioso sacerdote que tome su nombre; yo le amaré como a un hijo, le proveeré de todo lo necesario; sólo deseo asegurarme de él alguna santa misa después de mi muerte».
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1 Finalidad.

2 Se trata de san Gregorio Nacianceno.

3 Cf Lc 9,60. Es obvio, sin embargo, que las expresiones del Evangelio hay que interpretarlas rectamente.

4 Lc 2,49.