Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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V
APOSTOLADO DE LOS DESEOS


«Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi
alma está sedienta de ti; mi carne tiene ansia de
ti, como tierra reseca, agostada, sin agua.
¡Cómo te contemplaba en el santuario viendo tu
fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios.
Toda mi vida te bendeciré y alzaré las manos
invocándote» (Sal 63/62,2-5).



PREVENIDA POR LA GRACIA

María, en su concepción no sólo fue inmaculada y enriquecida de gracia, sino que tuvo la ciencia infusa y el pleno uso de la razón.
Tal ciencia daba a la Virgen la posibilidad de los santos deseos, de los suspiros, de las súplicas, de los anhelos. Éstos son un auténtico apostolado, más aún, la base y el principio de todo apostolado.
Dice el P. Roschini: «La santa Virgen, desde su concepción, tuvo un pleno conocimiento de las cosas naturales requeridas para una exacta comprensión de las sagradas Escrituras: historia, geografía, astronomía, cosmogonía, etc. Conoció las verdades de orden sobrenatural que la concernían en cuanto destinada a ser la Madre de Dios y corredentora de los hombres. Por eso conoció
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las verdades dogmáticas y teológicas mejor que los ángeles y que todos los hombres en esta vida. Conoció también, en su conjunto, la obra de la redención y la parte que ella iba a tener. Conoció las necesidades, las miserias morales, los peligros, las tentaciones, los pecados, en su número y malicia; la obstinación, la condenación de tantas almas... en modo de poder sufrir por todas, rezar, desear la redención y la salvación. ¡Qué ardor de deseos en el corazón de María!».1
De niña en la cuna, en la casa paterna, primero, y después en el templo, el corazón de María suspiraba por la redención y la salvación de los hombres, más que los santos más ardientes.
El 21 de noviembre, la Iglesia celebra la «presentación de María santísima en el templo». El objeto de esta fiesta es este: «María niña, a la edad de tres años, fue llevada al templo de Jerusalén por sus padres, Joaquín y Ana, ofreciéndola al Señor». Así lo cuentan algunos Padres, especialmente san Juan Damasceno.

DESEOS SANTOS

Los deseos santos nacen de una fe viva y un corazón amante, y son el primer paso a las obras. Es como la semilla que se abre, empuja hacia el terreno la raicilla buscando alimento y se hace una pequeña planta, destinada a crecer y fructificar. Si [tales deseos] llegan a la oración, dan ya un fruto preciosísimo.
Hay muchos deseos vacíos, estériles, extraños, malos; como hay críticas ociosas y hasta pecaminosas.
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Por eso san Pablo decía: «Huye de las pasiones juveniles».2
En cambio, están los deseos de Dios «que quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad».3 Y están los deseos del alma amante: «Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de ti».4
San Pablo tenía deseos ardientes: «Por el cariño que os teníamos os habríamos entregado con gusto no sólo la buena noticia de Dios, sino nuestra propia vida».5 «Deseo morirme y estar con Cristo».6
En el Salmo 42/41,2, se lee: «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío».7
Así pues, hay que cultivar los buenos deseos: «Mi alma se consume, deseando continuamente tus mandamientos»,8 dice el Salmo 118/119.
Bajo la guía de Joaquín y Ana, nutriéndose de sagrada Escritura, María creció como olivo prometedor; fue como la sede de toda virtud. Leyendo las Escrituras y aprendiendo de la viva voz, aquellos suspiros pasaron a ser el apostolado de los deseos por la venida del Mesías y por la redención de los hombres.

EL DESEADO

Jesús es el Deseado de las gentes (Ag 2,8 Vulg.). Le han deseado los patriarcas, los profetas, todos los justos, todas las naciones del tiempo antiguo. Pero
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más que todos, más eficazmente y más inteligentemente que todos, le ha deseado María santísima.
No eran deseos de mero sentimentalismo, sino deseos eficaces, que de su corazón iban directos al corazón de Dios.
El profeta Daniel fue «el hombre de los deseos»: 9 de la gloria de Dios y de la salvación de los hombres; el alma que tanto deseaba la redención de su pueblo y de la humanidad. Se le reveló el término de la esclavitud babilónica y la venida del Mesías que él había deseado. ¿Cómo no iba Dios a escuchar los deseos de una Virgen pequeña y humilde y santísima? ¿Cuál fue el fruto de estos suspiros con que se dirigía al cielo? Ella solicitó la redención del mundo, más de cuanto lo hicieron los patriarcas, los profetas y los buenos hebreos.
«Cielos, destilad el rocío; nubes derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación».10
¡Con qué fuerza la celeste niña alzaba las manos y los ojos al cielo, repitiendo la oración de Isaías: «Cielos, destilad el rocío; nubes derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia»!

EFICAZ APOSTOLADO

Doctores y teólogos de la Iglesia confirman que la venida del Salvador se aceleró precisamente por causa de los ardientes suspiros de la santísima Virgen.
El venerable Pallotti los resume, escribiendo así: «Estaba
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establecido en los adorables decretos de Dios, que los justos, y especialmente la Reina de los santos, con sus mortificaciones, ayunos y deseos , acelerasen la encarnación del Hijo de Dios. Y así sucedió, no obstante que el mundo estuviera manchado de pecados e indignidades».
En la Vida de María de Willam se lee este paso bien emotivo: «En la existencia de María todo servía para atraer al Verbo de Dios a su seno: especialmente el hecho de su consagración virginal al Señor».
Sin duda cabe afirmar que, en el templo, Simeón, justo y timorato, aguardaba la salvación de Israel; Ana suplicaba al Señor, noche y día, que apresurase la venida del Mesías; pero más que todos lo hacía María.
Ella, en su soledad, se ofrecía en sacrificio por la salvación de Israel y del mundo entero. Fue como paloma que gime en las ruinas de un gran edificio: el hombre salido hermoso de las manos creadoras y santificadoras de Dios, había sido manchado por el pecado original. Y sus gemidos los oía el Padre, que se decidió a restaurar en Cristo el edificio: «Recapitular todas las cosas en Cristo».11
Simeón invocaba ardientemente, y había recibido una comunicación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver con sus ojos al Salvador. Ana en el templo rezaba, suspiraba, ayunaba: y reconoció enseguida al Mesías, cuando se presentaron José y María con el Niño para la purificación. Dieron gracias al Señor con gran fe y gozo.12
María lo había deseado más que todos. Ejerció el apostolado
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más que todos. Apostolado es dar el Cristo al mundo.
Estos santos deseos, en María, duraron desde su concepción inmaculada hasta el momento en que, pronunciado su fiat , el Hijo de Dios se encarnó en su seno.
Efectivamente vino la «plenitud de los tiempos» (Gál 4,4). El arcángel Gabriel fue enviado a la Virgen a anunciar que había llegado el momento profetizado por el hombre de los deseos , Daniel, y a ofrecer a María la divina maternidad. Era la gran hora de la humanidad.
Dios escucha los santos deseos, oye los suspiros de los justos, cuando gimen ante su altar. ¡Cuántas almas, en los silencios del claustro, en las íntimas comunicaciones con Dios, tal vez en medio de angustias y dolores, hacen llegar su voz al Señor! El corazón del Padre celeste se mueve a piedad con estos hijos que ponen toda su confianza en él y repiten: «Venga a nosotros tu reino».13
«El Señor escucha los deseos de los humildes».14 «Le has concedido el deseo de su corazón».15
Cuando apareció María en la tierra, surgió la aurora: «Se asoma como el alba»,16 anunciadora y portadora del Sol de justicia Cristo Jesús: «llevaste en el seno a Cristo el Salvador».17
Ella, niña, era la esposa del Cantar que llamaba al esposo Jesucristo: «Oh amor de mi alma, hazme saber dónde pastoreas tu ganado... Entra, amor mío, en tu jardín... Muchachas de Jerusalén, os conjuro que si encontráis a mi amado le digáis... ¿qué le diréis?... que estoy enferma de amor...
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Yo soy de mi amado y mi amado es mío...».18

CULTIVAR SANTOS DESEOS

Yo no puedo ejercer el apostolado, me dices. Soy pequeño, estoy en ambientes hostiles, me encuentro ocupadísimo, ando enfermo... Respondo: ¿Pero quién, o qué cosa te impide tener buenos deseos? Si no puedes realizar obras, si no puedes ir a la cabeza en el ejército de Cristo y ni siquiera entre los soldados..., al menos podrás estar en retaguardia: con los deseos y los sacrificios; siguiendo la obra con vivo interés.
Hablemos de los deseos apostólicos. Jesús Maestro nos es modelo en ello:
1) Él decía: «Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca reúne a sus pollitos bajo las alas, pro no habéis querido!».19 «¡Cuánto he deseado cenar con vosotros esta pascua!».20 «Tengo que ser sumergido por las aguas (bautismo en la sangre) ¡y no veo la hora de que eso se cumpla!».21 «Acercaos a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré respiro».22
2) El Salmista abunda en estos deseos: «Alabad al Señor todas las gentes; aclamadle todos los pueblos. Reyes y pueblos del orbe, los viejos junto con los niños alaben el nombre del Señor. Mi alma se consume, deseando continuamente tus mandamientos. Siento mucha pena por quienes no siguen tu ley; sean ellos confundidos».23
«Alabad, siervos del Señor, alabad el nombre del Señor».24
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3) Deseos de almas ardientes: «Señor, yo quisiera vaciar el purgatorio, quisiera que tu reino se extendiese a todos los confines de la tierra. Quisiera amarte con mil corazones y bendecirte con todas las voces de los ángeles y de los santos del cielo». «Señor, yo quisiera vivir hasta que el número de los elegidos se complete, para rezar y sufrir por todos, para colaborar en la salvación de todos. Por todos quiero ofrecerme como víctima en unión con Jesús Hostia. Quisiera imprimir el Catecismo, el Gran medio de la oración y del Aparejo a la muerte,25 en tantos ejemplares cuantas son las personas en la tierra, dar una copia a todos para iluminarles; detener a todos los pecadores ante el camino de la perdición; darles a todos los medios de salvación. ¡Que todos conozcan a Dios y a Jesús, Maestro, Camino, Verdad y Vida! ¡Que todas las generaciones canten las glorias de María!».
«Señor, quiero hacer tantos actos de amor esta noche cuantas sean mis respiraciones, los latidos de mi corazón, los movimientos de mi sangre».
Santa Catalina de Siena decía un día: «¿Cómo es posible, en estos tristes tiempos, curar tantos males como sufre la Iglesia? Sé lo que harás: suscitarás almas ardientes en sus deseos; sus obras serán limitadas, pero los deseos vastísimos: unidos juntos, llegarán a salvar el mundo».
Santa Gertrudis, en su convento, rezaba así: «¡Oh mi dulce amor!, yo te amo con todo mi corazón. Si me fuera posible, para llevarte a todos los hombres, estaría dispuesta a recorrer descalza toda la tierra, tomarlos en mis brazos y quizás hasta arrastrarles con tal de apagar
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tu ardiente amor. Más, estaría dispuesta a dividir mi corazón en tantos pedacitos cuantos son los hombres vivientes para hacerles dispuestos y generosos a amar tu corazón».
Santa Teresa del Niño Jesús tenía frases parecidas: «Quiero ser tu esposa..., madre de almas...; pero esto no me bastaría; siento vocación de guerrero, sacerdote, apóstol, doctor, mártir. Deseo ponerme a la cabeza de las más heroicas empresas, morir en defensa de la Iglesia... ¡Con cuánto amor cuidaría yo a los niños! Quisiera iluminar a los doctores, a los profetas, y juntamente anunciar el Evangelio hasta los confines del mundo, ser misionera, no unos pocos años sino hasta el final de los siglos».
Santa Gertrudis, santa Matilde, santo Tomás de Aquino enseñan que el Señor acepta los deseos santos como si fueran obras. «Jesús premia los deseos como las acciones» (santa Matilde). «El Señor acoge los buenos propósitos como si fueran obras» (santa Gertrudis).
El Señor quería que esta santa llevara en el corazón las necesidades de toda la Iglesia. Le preguntó un día al Señor por qué glorificaba con tantos prodigios y conversiones en Compostela (España) a Santiago el Mayor. Y le respondió: porque este apóstol había tenido en su vida tantos deseos de predicar en toda la tierra el Evangelio, aunque luego fue martirizado enseguida. Ahora tenía la gracia de realizar desde el paraíso lo que había deseado en la tierra.
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SEMILLAS QUE NACEN

¡No temáis! Aunque una muerte prematura truncara todos vuestros programas y actividades, Dios tendría en cuenta vuestros suspiros, oraciones y deseos.
En breve tiempo se puede realizar el bien de una larga vida. Jesús vivió sólo treinta y tres años; pero redimió al mundo: fue el Apóstol del Padre.
Una religiosa emite la profesión con el corazón lleno de deseos y el propósito de dedicar todas las fuerzas y la vida al apostolado de la escuela, de las misiones y de la beneficencia... Pero muere poco después, sin haber hecho nada.
Un sacerdote ha recibido la ordenación hace pocos días; pero, víctima de un mal improviso, pasa a la eternidad sin poder desempeñar, ni siquiera en parte, el programa de su ardiente celo... ¿Estará todo perdido? No. El apostolado de los deseos tiene su gran fruto: para la religiosa y para el sacerdote personalmente; y para la gloria de Dios y el bien de las almas en las que pensaban.
Sea nuestro corazón un altar, un hogar de santas aspiraciones, santos deseos, de suspiros ardientes, amplísimos: ¡Venga tu reino! El corazón sea ancho, abrace a todos los pueblos y todas las necesidades.

¿DESEOS DE OBRAS?

«Suscita, oh Señor, tu potencia, y ven, te rogamos, para que, por tu protección, podamos vernos libres de los peligros que nos amenazan por nuestros pecados, y seamos salvados por tu mano liberadora. Tú que vives, etc.».
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El P. Scaramelli, en el óptimo libro Discernimiento de espíritus, escribe: «A veces el Espíritu de Dios excita el deseo de cosas buenas, de las que en realidad no quiere la ejecución. Desea sólo encontrar la voluntad pronta y una buena disposición: se contenta con eso. Así Dios mandó a Abrahán sacrificar al único hijo que tanto amaba. Abrahán, obediente, preparó todo lo necesario para el holocausto; pero, cuando alzó el cuchillo para golpear, el Señor le detuvo la mano: Basta, no le hagas ningún daño!.
Dios inspiró a David la construcción del templo. Pero cuando David planeó fabricarlo, le mandó el profeta Natán a decirle: No, no lo construirás tú, sino tu hijo Salomón.
Hay almas que nutren deseos de martirio; pero el Señor quiere sólo el propósito; eso le satisface y lo premiará.
Dios inspira propósitos de celo a personas que no podrán de hecho dedicarse a las misiones. También inspira propósitos de penitencias y ayunos a quien es débil y necesita nutrirse. O bien propósitos de vida solitaria a quien tiene que estar en familia.
Es voz de Dios, que con estos deseos quiere otra cosa, a saber: que se rece y se sufra por las misiones y por los pecadores; que se ejerciten mortificaciones de voluntad, de lengua, de corazón; que, aun viviendo en el mundo, se eviten los peligros.
El Señor se complace en los santos deseos, los bendice y dará el premio por ellos».
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1 Estas afirmaciones del P. Roschini, como las de cierta mariología tradicional, han quedado muy reducidas por la teología posconciliar, más sobria y al mismo tiempo más rica de fundamentos bíblicos.

2 Cf 2Tim 2,22.

3 1Tim 2,4.

4 Sal 63/62,2.

5 1Tes 2,8.

6 Flp 1,23.

7 Sal 42/41,2.

8 Sal 119/118,20.

9 «Vir desideriorum» (cf Dan 9,23 y 10,11). Las nuevas versiones de la Biblia traducen “eres un hombre predilecto” .

10 «Rorate cæli, désuper, et nubes plúant Justum» (Is 45,8).

11 «Omnia instaurare in Christo» (Ef 1,10).

12 Cf Lc 2,25-38.

13 Lc 11,2.

14 Sal 10,17.

15 Sal 21/20,3.

16 Cant 6,10.

17 «Sol iustitiæ, Christus Iesus» (Liturgia del común de santa María virgen).

18 Cf Cant 1,7; 4,16; 5,8; 6,3.

19 Mt 23,37.

20 Lc 22,15.

21 Lc 12,50.

22 Mt 11,28.

23 Cadena de citas sálmicas.

24 «Laudate púeri Dóminum...» (Sal 113/112,1).

25 Respectivamente el Catecismo de san Pío X; El gran medio... y Aparejo a la muerte de san Alfonso de Ligorio: obras que los alumnos del P. Alberione se apresuraron a publicar desde los primeros decenios del 1900.