Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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VI
APOSTOLADO DE LA ORACIÓN


«Entonces dijo María: Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en
Dios mi Salvador...» (Lc 1,46-47).



QUÉ ES 1

Ordinariamente san Pablo se presenta con esta frase a sus comunidades de fieles: «Pablo, apóstol de Jesucristo».2 El Señor había elegido a los Doce; añadió después a san Pablo: «Es un instrumento elegido por mí para que lleve ni nombre delante de los paganos y de sus reyes...».3 Con tal presentación Pablo define bien su misión y también su carácter personal, de hombre fuertemente voluntarioso: conquistar el mundo entero era su continuo afán interno.
Y en este trabajo cotidiano no conocía pausa. La voluntad de conquista le excitó siempre. La parte del mundo ya conquistada era su botín, y lo defendía como el águila defiende a sus crías.
Con perfecta serenidad de espiritu, pero con voluntad mucho más fuerte aún, María deseaba, suspiraba la salvación de los hombres.
Consecuencia de tales deseos: la oración. Es el tercer apostolado, una forma preciosísima, fácil y universal de celo. Santiago la recomienda: «Rezad unos por otros para que os
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curéis (=salvéis). Mucho puede la oración intensa del justo: Orate pro ínvicem ut salvémini; multum enim valet deprecatio iusti assidua» (5,16).
San Pablo, en la primera carta a Timoteo (2,1.3-4), dice: «Lo primero que recomiendo es que se tengan súplicas y oraciones, peticiones y acciones de gracias por la humanidad entera... Esto es cosa buena y agrada a Dios nuestro salvador, pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad».
San Pablo recomienda en este paso el apostolado de la oración. Dice que es agradable a Dios; lo declara útil y eficaz medio para la evangelización de los hombres con vistas a su salvación eterna. De hecho, este apostolado consiste en invocar la misericordia de Dios para con los pecadores, infieles, herejes, hebreos, mahometanos; es pedir a Dios para todos luz, crecimiento de fe, fervor en el divino servicio, perseverancia en el bien.

NECESIDAD

Cualquier fatiga humana y las mejores iniciativas quedarían estériles sin la gracia de Dios; serían como cuerpos que ocupan espacio y tienen un peso, pero carecen de alma y de vida. El alma de todo apostolado es una vida divina
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que da frutos, y frutos estables. Nuestras obras, sin esta vida divina, son sarmientos separados de la vid, y por ello destinados a morir, «porque sin mí no podéis hacer nada».4 ¿Va a pretender el hombre, con fuerzas naturales y además débiles, realizar obras sobrenaturales? Sería una tal temeridad, locura y error como para considerarlo inexplicable en quien se dedica a un apostolado.
El santo cura de Ars decía: «La vida de oración es la gran felicidad de esta tierra. ¡Hermosa vida, hermosa vida! ¡Hermosa unión con Dios! La vida interior es un baño de amor en el que se sumerge el alma para quedar como ahogada en el amor... La eternidad no será lo suficientemente larga para comprender esta felicidad... Dios tiene al alma interior como una mamá tiene en su manos la cabeza de su niño, para cubrirle de besos y de caricias».
San Francisco de Asís afirma: «La oración es la fuente de la gracia. La predicación es el canal que distribuye las gracias recibidas del cielo. Los ministros son los heraldos del propio rey, elegidos para llevar a los pueblos lo que han tomado y recogido de la boca de Dios y de la santísima Eucaristía».
«Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 127/126).
En cambio «con Dios todo lo puedo». «Para todo me siento con fuerzas, gracias al que me robustece» (Flp 4,13).

MARÍA «APÓSTOL» CON LA ORACIÓN

a) María es el apóstol con la oración: porque ella oró más que todos, y mejor que todos.
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La vida santa es la más perfecta y eficaz oración.
Hay este precepto: «Es preciso orar siempre». Y hay una prohibición: «Nunca desanimarse».5 Precepto y prohibición que ningún santo observó tan plenamente como María.
¡Cuánto oró María, desde el instante de su inmaculada concepción hasta la anunciación!... Ella atrajo al Verbo de Dios, desde el seno del Padre, para encarnarse y hacerse fruto de su propio seno.
Su vida es una incesante oración. Por su santidad agradó a Dios. El Padre vio en ella una morada digna para acoger al Hijo, objeto de sus complacencias.
El Verbo de Dios, antes de María, no había encontrado aún un digno tabernáculo preparado para hospedarle... Pero por fin se lo fabricó en el corazón de María. «Has preparado una digna morada a tu Hijo».6 Construida por Dios mismo, digámoslo así, según el plano del Hijo: «Todo existió por medio de él».7 Se trató de ese Dios que intervino prodigiosamente, preservando a María de la culpa original y adornándola de especiales gracias: «Agradó por su virginidad, llegó a ser Madre por su humildad».
María atrajo con el encanto de su belleza al Hijo de Dios encarnado: «Una sola es mi paloma, sin defecto» (Cant 6,9). Por ello el Espíritu Santo se derramó en María copiosamente: «El Espíritu Santo bajará sobre ti».8 María, con el perfume de sus virtudes atrajo a su Amado para que viniera a ella a solazarse en el jardín
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de su corazón, como está escrito en el Cantar de los Cantares.
b) Con la oración mental y oral. Están de acuerdo los Padres y los Doctores en afirmar que María aceleró con sus oraciones la hora de la venida del Redentor. En el plan de Dios, María debía llevar en sí misma las tres edades del mundo: aparecer antes de Jesús, en el Antiguo Testamento; vivir con él; quedar injertada en el Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia. Por eso aguardó al Mesías, con las almas más selectas del Antiguo Testamento; le adoró ya llegado, con los pastores, los magos, san José; después de la ascensión de Jesús al cielo, ella es el miembro más santo y venerado por la Iglesia.
En el período de preparación resalta mejor el cometido de María. La espera del Redentor era la preocupación constante del pueblo judío; preocupación que se hacía más viva a medida que los tiempos iban completándose. Entre los hebreos nadie fue tan iluminado y santo cuanto la criatura más privilegiada: María. Ella le esperaba más que todos. Los comentarios de la Biblia oídos en el templo le abrían perspectivas grandes y siempre nuevas sobre las grandezas del Mesías, sobre su suprema belleza y sobre su misión entre los hombres. Comprendía el abismo de errores, vicios e idolatrías en que había caído la humanidad. Ella invocaba al Salvador con los acentos más ardientes de los patriarcas: «Ven, no tardes; ven y salva a tu pueblo». Estas voces tuvieron un poder en los designios de Dios: apresurar la encarnación de su Hijo. La oración tiene ciertos derechos sobre el corazón del Padre celeste; sobre todo cuando parte de un ánimo humilde, de la inocencia, del amor. A
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estas súplicas responde el cielo. Y he aquí que un día, cuando el alma de María se había ensanchado 9 en estas elevaciones e invocaciones, aparece el arcángel Gabriel saludándola: « Ave, gratia plena ... El que nacerá de ti será grande, le llamarán Hijo del Altísimo».10 El peso de la oración de María había hecho inclinar la balanza de Dios hacia la parte de la misericordia.
Este es el apostolado que obtiene vigor, constancia, es eficaz para el predicador, para el escritor, el maestro, el catequista, el misionero, el conferenciante,... para todos los que ejercen un apostolado de obras o de palabras, escrito o impreso. Por eso san Pablo, en la segunda carta a los Tesalonicenses (3,1) escribe: «Pedid por nosotros para que el mensaje del Señor se propague rápidamente y sea acogido con honor».
Un predicador había hecho este pacto con un alma muy humilde: durante la predicación, mantente en oración para que produzca frutos de conversión.

APOSTOLADO DE TODOS

El apostolado de la oración es sencillo, fácil, obligatorio, adaptado a todos.
Muchos confesores, misioneros, escritores y obispos tienen almas que dan su parte impetratoria de buenas obras y oraciones. Aquéllos trabajan y combaten; éstas, en la soledad o en los claustros, como Moisés en el monte, tienen el corazón y los brazos abiertos hacia el cielo.
En la Iglesia este apostolado está organizado
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como una vasta asociación.11 Está difundido en todo el mundo católico: son muchos millones los inscritos. Si tanto vale la oración de un alma fervorosa, ¡cuánto más la de muchas almas que se unen para pedir! «Si dos de vosotros llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí en medio de ellos, estoy yo» (Mt 28,19-20). Esta asociación pretende promover los deseos y los intereses del Corazón de Jesús. La fórmula de ofrecimiento es esta: «Corazón divino de Jesús, yo te ofrezco en unión al Corazón inmaculado de María, todas mis oraciones, acciones y sufrimientos, con las intenciones con que continuamente te inmolas en nuestros altares. Te las ofrezco, en particular, según las intenciones encomendadas a los asociados del apostolado de la oración en este mes y en este día».
Más de la mitad del género humano no conoce aún nada de la redención. La alegre noticia no ha resonado aún en el oído de muchas almas, que así se encuentran en la condición en que estábamos nosotros antes de la venida de Jesucristo.
Orad con María, para que el reino de Dios se extienda, para que la Iglesia amplíe sus conquistas; para que sea uno el rebaño y uno el pastor.
¡Ven, Señor, bendice las misiones católicas!
Recemos con María niña en Nazaret; chiquilla en el templo; adolescente cuando sentía cada vez más claramente en su alma el quehacer del Espíritu Santo, que iba preparándola al gran misterio de la divina maternidad.
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1 En el original se usa un “qué sea” (latinismo por de qué se trata, qué es).

2 Rom 1,1.

3 Cf He 9,15.

4 Jn 15,5.

5 Lc 18,1.

6 Oración colecta de la solemnidad de la Inmaculada Concepción.

7 Jn 1,3.

8 Lc 1,35.

9 En el original “prolongada”, es decir entretenida largamente.

10 Cf Lc 1,28ss.

11 El Apostolado de la Oración es el movimiento surgido en Francia en 1844, por obra del jesuita P. Ramière; se difundió y llegó a ser una organización, aprobada por el papa Pío IX. El boletín Mensajero del sagrado Corazón de Jesús favoreció la doctrina y la difusión. Millones de personas practican cada día el Ofrecimiento de la jornada con la oración «Corazón divino de Jesús, te ofrezco...», que el propio P. Alberione recitaba todas las mañanas .