Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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16. «El celo por tu casa»
(Jn 2,17; Sal 68,10)*

Hay dos clases de celo. Uno, el de Saulo, «fanático defensor de las tradiciones de mis antepasados» (Gal 1,14); el otro el de Pablo, auténtico: «me abrasan unos celos a lo divino» (2Cor 11,2).
a) El celo falso es sin discernimiento: «Saulo asolaba la Iglesia» (Heb 8,3)*; sin amor: «lleno de amenazas» (Gal 9,1)*; sin medida: «con saña perseguía a la Iglesia de Dios intentando aniquilarla» (Gal 1,13)*, muy diversamente de Gamaliel.
¿Cómo explicarlo? Por un temperamento no controlado, una cólera dejada a su arbitrio; por un ciego y unilateral amor a la tradición; por un falso espíritu partidista: «fariseo, nacido y educado como fariseo» (He 23,6)*, que produce mezquindad de mente y falta de sentido crítico y de equidad.
¿Qué consecuencias? Golpea ciegamente, destruye; incluye el abandono de Dios.
«Si interiormente os amarga el despecho y sois partidistas, no presumáis, mintiendo contra la verdad. No es ése el saber que baja de lo alto; ése es terrestre, irracional, maléfico» (Sant 3,14-15).
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b) Celo auténtico:
- sólo por la gloria de Dios y de las almas;
- en el modo como se interesó Jesucristo;
- con las características de Pablo tras su conversión: «Por el contrario, el saber que baja de lo alto es, ante todo, límpido», o sea reservado, humilde, «y luego:
- pacífico, incluso en el ardor de la defensa;
- indulgente, humilde aunque firme;
- conciliador, persuade, gana, no se impone;
- compasivo, acoge y alaba el bien de todos y siempre;
- rebosante de misericordia, ama el perdón y la compasión;
- fecundo, por los frutos se conoce el árbol;
- no hace discriminaciones ni es fingido» (Sant 3,17-18)54.
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c) «Ahí está lo mucho que hemos tenido que soportar, como prueba de que en todo nos hemos comportado como servidores de Dios. Ahí están los sufrimientos, las dificultades, las estrecheces, los golpes, las prisiones, los tumultos, los trabajos agotadores, las noches sin dormir, los días sin comer. Ahí está nuestra limpieza de vida, nuestro conocimiento de las cosas de Dios, nuestra entereza en la prueba, nuestra bondad. Ahí está la presencia del Espíritu Santo en nosotros, nuestro amor sin doblez, la verdad que anunciamos y el poder de Dios que nos avala. Tanto para atacar como para defendernos, empuñamos las armas que nos proporciona la fuerza salvadora de Dios. Unos nos ensalzan y otros nos afrentan; unos nos difaman y otros nos alaban. Se nos considera impostores, aunque decimos la verdad; querrían desconocernos, pero somos bien conocidos; nos vemos siempre en trance de muerte, pero todavía con vida; castigados, pero sin que la muerte nos alcance. Nos imaginan tristes, y estamos llenos de alegría; parecemos pobres, y enriquecemos a muchos; damos la impresión de no tener nada, y lo tenemos todo» (2Cor 6,4-10).
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A Jesús Maestro

El celo es la flor del amor a Dios y a las almas.
¡Enciende en mí el fuego de tu Corazón: una llama pura, no humeante; una llama que consume tantas pequeñas y bajas tendencias; una llama que ilumine y caliente, con luz tranquila, con calor dulcemente creciente!
«No sabéis de qué espíritu sois» (Lc 9,55)*55. Esta llama crecerá:
1) si sé mortificar el corazón, los ojos, el gusto, las simpatías y antipatías naturales;
2) si sé vivir más retirado, haciendo lo que aconseja san Pablo: «Vigila con cuidado tu vida y tu enseñanza» (1Tim 4,16)*;
3) si amo la santísima Eucaristía, celebrando mejor, comulgando mejor, visitando mejor al santísimo Sacramento; en sustancia, viviendo eucarísticamente la jornada;
4) si me pongo decididamente en el camino de la penitencia.
Rosario, miserere.
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54 Alberione da equivocadamente la cita como Sant 3,14; se confunde con la anterior del n.° 71.

55 Esta frase, tomada de la Vulgata, no la registran hoy normalmente nuestras traducciones. NdT.