5. «A favor de los hombres»
(He 5,1)
«Todo sumo sacerdote, tomado de entre los hombres, es constituido para intervenir a favor de los hombres en sus relaciones con Dios, para que ofrezca dones y sacrificios por los pecados» (Heb 5,1).
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a) El primer lugar entre sus cometidos es «que ofrezca dones y sacrificios por los pecados»; no el predicar o el organizar obras.
Un cometido «en favor de los hombres en sus relaciones con Dios»; no un científico, artista o político en primer lugar: «Ningún soldado en activo se enreda en asuntos civiles, a fin de estar a entera disposición de quien le alistó» (2Tim 2,4)*.
Honrar, agradecer, satisfacer a Dios por medio de Jesús-Hostia es el motivo y el fin de la misa.
La misa ocupe en el sacerdote el primer puesto; sea el centro de la jornada; el ejercicio del poder con el que actúa en el cielo, en el purgatorio, en toda la Iglesia y en el mundo. La misa es un perpetuo «Gloria a Dios en el cielo» y un perenne «en la tierra paz a los hombres que ama el Señor»24; aporta el más grande alivio y la más segura salvación para la humanidad.
Otro cometido: dirigir. De Jesús se dice: «Al ver toda aquella gente reunida, se compadeció de ellos, porque parecían ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34).
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b) A favor de los hombres, no para la salud física, ni para la ciencia humana, etc., sino en sus relaciones, necesidades y deberes hacia Dios, concernientes a la eternidad: «en sus relaciones con Dios». El pueblo no es para el sacerdote, sino el sacerdote para el pueblo. ¡Terrible la sentencia!: «Todos buscan sus propios intereses y no los de Jesucristo»! (Flp 2,21)*. Y el mismo Pablo atesta de sí: «Ya veis cómo yo procuro dar completa satisfacción a todos, y no busco mi provecho, sino el de todos los demás, afín de que se salven» (1Cor 10,33).
Al contrario, se encuentran orientaciones ascéticas personalistas de vivir para uno mismo; un pesimismo oprimente, quizás por los fracasos; un trabajo unilateral.
Es necesario estar para todos, vivir juntos, mirar a las masas con corazón compasivo hacia los pecadores, hacia los hombres de hoy.
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c) Entender a los hombres de hoy y sentir con ellos: «No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno probado en todo igual que nosotros, excluido el pecado» (He 4,15).
Tener sentimientos semejantes a los de Jesús: «El Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19-10).
Manteniéndose humildes, «capaz de ser indulgente con los ignorantes y extraviados, porque a él también la debilidad le cerca; por ese motivo se ve obligado a ofrecer sacrificios por sus propios pecados como por los del pueblo» (Heb 5,2-3)*.
Consolar a los afligidos; sostener y defender a los tentados y a los inocentes; ganar a los pecadores. No abatir nunca, al modo farisaico; sino sanar como Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25)*.
«Por ello (Jesús) tenía que ser en todo semejante a sus hermanos; ¿cómo, si no, podía llegar a ser un sacerdote compasivo?» (Heb 2,17). «Precisamente por haber sido puesto a prueba él mismo y haber soportado el sufrimiento, puede ahora ayudar a quienes se debaten en medio de la prueba» (Ib 2,18).
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A Jesús Maestro
Mi ministerio fue demasiado acción, insuficiente en oración. Presumí de mí, no temí los peligros. A menudo tenían que corregirme a mí, no yo a los demás. Fui a menudo débil; a menudo, además, violento. Más sencillez, menos astucia. Más (mirar) a las almas que a la organización.
Constituido para los hombres todos, no siempre tuve presente todos los medios; sobre todo la humildad.
Estoy seguro de mi vocación; pero no correspondí como debía: no tuve siempre tu Corazón, oh Jesús.
Maestro divino, yo debería ser otro Tú.
Maestro divino, sólo Tú deberías aparecer.
Maestro divino, todo el bien es tuyo.
Maestro divino, soy siervo inútil.
Maestro divino, soy siervo dañino.
Maestro divino, sólo a ti el honor. .
Maestro divino, a mí todo el desprecio.
Maestro divino, dame lugar para la penitencia.
Maestro divino, multiplica el desprecio hacia mí.
Maestro divino, asocíame a tu pasión.
Maestro divino, que sufra lo bastante por mis pecados.
Maestro divino, que sufra lo necesario por los pecados cometidos a causa mía.
Maestro divino, que sufra cuanto debo para que crezca la semilla esparcida.
Maestro divino, que con mi sufrimiento y mi oración ayude a todos mis hijos espirituales.
Maestro divino, que aún siendo yo nada lo obtenga todo por las misas.
Rosario, miserere, Cordero de Dios.
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24 Es el texto litúrgico del Gloria de la misa. Se da la versión actual, aunque el P. Alberione leía la antigua: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». NdT.