Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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12. «Instrumentos del mal al servicio del pecado»
(Rom 6,13)*

«Sabéis perfectamente que el día del Señor ha de venir como un ladrón en plena no che. Cuando la gente ande diciendo: 'Todo es paz y seguridad', entonces justamente, como el dolor de parto que sorprende a la mujer encinta, sobrevendrá la destrucción y no podrá librarse» (1Tes 5,2-3).
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a) El sacerdote, más que otro cualquiera, debe destruir el pecado hasta en su raíz; porque debe temer un infierno más terrible: «¿Por qué te glorías de la maldad y te envalentonas contra el piadoso?... Prefieres el mal al bien... Pues Dios te destruirá para siempre, te abatirá y te barrerá de tu tienda; arrancará tus raíces del suelo vital» (Sal 51,3.5.7)*.
Ocasiona un daño enorme a las almas que priva de inmensas gracias; a las que deja faltar el fervor y la vida; cesa de ser sal, luz, ciudad puesta sobre el monte, para pasar a ser «un muerto de cuatro días que ya huele mal» (ver Jn 11,39) y al que es necesario enterrar.
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b) La muerte viene con la mortificación (=privar de vitalidad, matar): «Destruid lo mucho de mundano que hay en vosotros: la injuria, la impureza, las pasiones desenfrenadas, los malos deseos y la avaricia, que es una especie de idolatría» (Col 3,5). Ello significa impedir que las facultades del cuerpo y del alma se hagan «instrumentos del mal» (Rom 6,13)*: mente, corazón, ojos, oídos, lengua, gusto, manos, pies, tacto; no obstante los infinitos pretextos, seducciones y solicitaciones.
Significa vigilancia continua, rechazar los arranques, huir de las ocasiones: la soberbia, la curiosidad, la sensualidad, la gula, la pereza.
Significa desanidar a los enemigos de sus escondites, atacarles imponiéndonos sacrificios para que el yo se someta al espíritu.
Y, además, sustraer todas las fuerzas exuberantes al hombre natural pecable.
Son las cosas que mueven al hombre natural: estima, poder, éxito, celebridad, ganancia, disfrute, familia, satisfacciones. (Sustraerlas) para que Dios, sólo Dios sea el punto de orientación en el obrar.
Los hombres buscan muchas cosas: diversiones, comodidades, enseres, respeto, fama de virtuosos, riquezas. «Y ciertamente la religión es un magnífico negocio cuando uno se contenta con lo poco que tiene. Porque nada trajimos al mundo y nada podremos llevarnos de él. Contentémonos, pues, con no andar faltos de comida y de vestido» (1Tim 6,6).
No busque bienestar o benevolencia humana, ni siquiera de la familia.
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c) La opinión humana ni nos seduzca ni nos aterre; alabanza y adulación nos repugnen; fracaso, reproche, desprecio y calumnias no nos abatan: ¡a Dios sólo queramos agradar! Persecuciones, tribulaciones y muerte no pueden quitarnos ni el mérito ni a Dios: «¿Quién podrá arrebatarnos el amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, el miedo a la muerte? Ya lo anuncia la Escritura: 'Por tu casa estamos en trance de muerte cada día; nos tratan como ovejas destinadas al matadero'. Pero Dios, que nos ama, nos hace salir victoriosos de todas estas pruebas» (Rom 8,35-37).
El sacerdote está muy condicionado a considerar la estima y la opinión de los hombres, pues debe obrar en público.
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A Jesús Maestro

«Despojaos de la vieja y pecadora condición humana» (Col 3,9). La resultante superioridad divina y la libertad respecto a la inclinación natural se obtienen mediante un continuo y fatigoso trabajo; arrancando al hombre viejo, cacho a cacho, lo que tiene y quiere. El niegúese, el cargue con su cruz, el sígame (ver Lc 9,23)* son los tres pasos, ¡y hay que darlos cada día!
Transformemos la naturaleza. Introducir la sobrenaturaleza, el hombre nuevo.
Preguntémonos acerca de las intenciones: ¿por qué comenzar esto?, ¿por qué salir?, ¿por qué tener esta conversación?, ¿por qué prefieres aquella persona? ¿Por mejor agradar a Dios, o porque te gusta a ti?
Preguntémonos acerca de nuestras palabras y juicios. ¿Por qué juzgas así al compañero, al hermano, aquella iniciativa, aquella plática? ¿Por qué promueves o introduces obstáculos? ¿Porque va de por medio el honor de Dios, o tu interés, tu honor y tu talante?
Preguntémonos sobre nuestras disposiciones de ánimo: ¿Por qué estoy triste? ¿Porque la crítica, el fracaso y las dificultades impiden la gloria de Dios, o porque tu amor propio queda herido? ¿Por qué estás hoy alegre? ¿Estás humanamente satisfecho, o es porque la gloria de Dios ha ganado terreno?
¿Estoy muerto a mi yo? ¿O vivo más que nunca, bajo la apariencia funérea e incluso bajo la casulla y la estola?
Deberé, pues, rectificar las intenciones, las disposiciones, los juicios. ¡Nada de meramente humano! ¡Sobrenaturalizarlo todo! «¡Que Cristo viva en mí!» (Gal 2,20)*48 «¡Renuévame por dentro con espíritu firme!» (Sal 50,12)*.
Rosario, miserere.
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48 Alberione cambia la frase paulina, que lleva el verbo en indicativo (Cristo vive en mí), convirtiéndola en un deseo o programa de vida. NdT.