Lo que preocupa al clero celante de hoy en su casi totalidad, es aportar un poco de medicina a la sociedad enferma; al oír algunos inconvenientes de la cura pastoral, nadie pensará recibir una afrenta sino una palabra amiga que dice: «hermanos, fijémonos en nuestros pasos».
Un hecho. - Hay cierto número de parroquias en las ciudades de Italia y particularmente de Francia, donde los sacerdotes, incluidos los párrocos, parece que no están destinados más que a las almas devotas, a los retiros, a los hospicios, a los hospitales, a alguna señora que pasa por ser mujer espiritual. Estas almas entretienen al párroco larguísimas horas en el confesionario, lo visitan en todo momento por bagatelas y chismes futilísimos, lo invitan a mil fiestecillas y por mil ocasioncitas creadas a posta, etc. Esos sacerdotes y esos párrocos, llegada la noche, respiran hondamente y casi con cierto aire de complacencia exclaman: «¡Cuánto trabajo en esta parroquia! ¡Cuántas cosas he hecho hoy! ¡Qué cansado estoy! ¡Un poco de descanso lo tengo bien merecido!». - Pero cabría decir: Se ha perdido tiempo trabajando: in nihilo agendo occupatissimi!,1 como diría un santo obispo. Se ha perdido tiempo, porque aquellas largas horas en el confesionario eran en gran parte malgastadas, pues los santos con mucho mejor fruto hubieran sido más concisos con aquellas personas; se ha perdido tiempo, porque se ha descuidado también un
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pensamiento, una oración para la gran masa de la población; se ha perdido tiempo, porque aquel pequeño rebaño de almas devotas tal vez se reduce a un centenar, mientras la parroquia cuenta con millares de almas.
Otro hecho. - Se hablaba de un párroco alabándole mucho. Quien hablaba era una buena mujer, pero de las que quieren saber y sentenciar por qué un cura en la misa dijo el Credo y otro no... Y contaba de aquel buen párroco que pasaba una media de cuatro horas diarias en el confesionario. Me tocó luego ir a aquella parroquia y detenerme algunas semanas; quise constatar lo que había oído muy gustosamente. Pero quedé de veras defraudado. Aquel párroco, buena persona en verdad, pasaba sí cuatro horas en el confesionario...; pero en ellas no lograba confesar sino una docena entre solteras, alguna religiosa o viejecita, pocas almas piadosas... Éstas eran unas setenta en el pueblo, se confesaban cada ocho días, distribuyéndose a lo largo de la semana... Pero la parroquia tenía unos cuatro mil habitantes: ¿y toda esta gran masa de población? En la instrucción se veían unas doscientas personas, incluidos los muchachitos; también en las fiestas principales el número y la cualidad de los comulgantes variaba poco; más de mil doscientos adultos no cumplían el precepto pascual. - Y sin embargo aquel párroco hacía la suma de las
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partículas distribuidas en todo el año y decía: «El nivel espiritual de la parroquia va subiendo, pues el número de las comuniones ha ido creciendo desde mi ingreso»... Se había obtenido de hecho alguna comunión diaria más, pero había disminuido espantosamente el número de las comuniones anuales: de quinientos que descuidaban el cumplir con pascua ¡se había subido a unos mil doscientos!
Tercer hecho. - En una pequeña ciudad hay cerca de doce mil habitantes distribuidos en cuatro parroquias con un total de treinta y cuatro sacerdotes entre párrocos, coadjutores, beneficiados, agregados a las cofradías,2 abate de casa, etc... Como se ve, habría para atender espiritualmente a todas las clases de personas y para algo más. Sin embargo, el resultado es bien mezquino. Pequeños altercados, vanos dimes y diretes, ridículas competiciones de patio. El gran celo casi se reduce a quitarse de las manos unas doscientas o trescientas mujeres, algunos tipos medio lelos, algunos cojitrancos y poco más. Y para ello, si en una iglesia se instituye el mes de mayo, en la otra, para no dejar escapar la partecita de rebaño, se intenta hacerlo más solemne; si en una iglesia se hace la hora de adoración, en la otra se establece el ejercicio de la buena muerte; si en una parroquia se hace el vía crucis, en la otra a la misma hora se tiene la función de los terciarios... Id a predicar en esa ciudad, pasad por todas las iglesias: al cabo de un mes,
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conoceréis a las doscientas o trescientas antedichas personas, que corren de iglesia a iglesia y son la gran audiencia de todas. Rara vez se añade alguien fuera de este número de privilegiados. Corramos un piadoso velo sobre algunas mañas -las juzgará el Señor- para aumentar el número de las penitentes... Pero entretanto, los domingos no hay escuela de religión para los estudiantes, que serían también unos doscientos cincuenta. Nadie se cuida de las hilanderas y costureras, que son más que descaradas. Los trescientos obreros de dos pequeñas fábricas, inscritos a los partidos subversivos, están abandonados al vicio, a la irreligión y a la miseria... Hay alguno de aquellos sacerdotes que mantiene relación con algún médico y abogado, pero sólo por intereses o bien por motivos de diversión; hay alguno que se entiende con un profesor, pero es por razones de cultura artística. Hay en fin un cierto número de hombres que ni de vista conocen al párroco, y con muchos otros éste no intercambia más que un aristocrático saludo con el sombrero.
Cuarto hecho. - Lo cuenta un joven sacerdote, desde hace tres años coadjutor en una parroquia de tres mil almas. «Mi vida, desde el punto de vista humano, dice, no sería muy fea. Por la mañana puedo levantarme, al toque del Ave María, bastante tarde; en la iglesia trabajo
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poquísimo; tengo mucha libertad en la casa rectoral; recibo un trato discreto. Pero desde el punto de vista sobrenatural sufro tanto, ¡tanto! Paso por el pueblo y encuentro todas las calles y plazas llenas de muchachos que nunca van al catecismo. ¡Oh, si hubiera un oratorio festivo! Y la cosa sería bastante fácil, pues hay personas pudientes y caritativas. Los domingos, en la primera misa, celebrada por el párroco, hay una multitud de hombres: es la única señal que dan de su vida religiosa, pues luego nunca vienen a la palabra de Dios, y poquísimos se presentan a los santos sacramentos. - ¡Qué buena ocasión cuando están en misa, para decirles dos palabras dulces y fuertes, como debe saber encontrarlas un sacerdote, un párroco! ¡Pues no!
Yo, en la segunda misa, y el párroco en la instrucción nos desgañitamos con pocas devotas, predicando sobre lo que atañe a quien está en la taberna. Personalmente no puedo hacer más; el párroco hace algo... pero con pocas mujeres, que a menudo para nosotros y para el prestigio de la religión son más dañinas que quienes ni siquiera vienen a la iglesia. Reina la máxima envidia entre estas personas, reina una gran competición entre ellas para ser consideradas devotas, reina una ilimitada pasión de ser más consideradas y también más apreciadas por el sacerdote y especialmente por el párroco. A veces las sorprendo, con el reloj en la mano, contando los minutos que otras pasan en el confesionario; de ahí una fina astucia, en algunas,
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para encontrar pretextos, al confesarse, y estirar la conversación espiritual, haciendo frecuentemente del confesionario una oficina de información sobre todas las novedades del pueblo; de consecuencia hay siempre quien hace de vigía para espiar quién va a la casa rectoral, quién se entretiene más o menos; y luego críticas sin fin por parte de la que se cree menos acogida; y no sólo críticas sino incluso negras calumnias contra el párroco, lanzadas aquí y allá por personas que al día siguiente irán a comulgar. Y todas esas cosas, más o menos creídas, circulan por el pueblo: ¡nos damos cuenta por las sonrisitas irónicas y maliciosillas entre los jovenzuelos cuando pasamos a su lado!». - ¿Qué vida de piedad es ésta? ¿Quién estimará aún las prácticas devotas, las funciones, la santa comunión, y al sacerdote?
No es el caso de examinar aquí todas las causas de estos gravísimos males; pero en resumen serían: el no mirar a la gran masa de la población, falta de medios modernos en la cura pastoral, poco acuerdo entre el clero, etc. Es lo que he intentado exponer de alguna manera en los Apuntes de teología pastoral.3 Limitémonos ahora a estudiar algunas causas con vistas al fin antes propuesto. Por desgracia, el curso ordinario de la vida, la costumbre inveterada, la superficialidad, el amor propio, quizás las múltiples ocupaciones impiden muchas veces hacerlo. Por nuestra parte, siempre quisiéramos poder decir que hemos cumplido en todo nuestro
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1 ¡Ocupadísimos en no hacer nada!
2 La cofradía es una corporación compuesta principalmente por laicos, canónicamente erigida y gobernada por un superior con el fin de promover la vida cristiana por medio de especiales obras buenas de culto o de caridad con el prójimo. Equiparadas a las cofradías eran las pías uniones (o compañías o sociedades).
3 ALBERIONE S., Apuntes de teología pastoral, Turín, tip. Viretto, 1912; XIV, 484 p., 25 cm. - Primera edición dactilografiada con impresión fotostática.