[CAPÍTULO VII]1
EL SACERDOTE CELANTE EN LA FORMACIÓN DE LA MUJER
Hay cosas que deben hacerse en unión con el párroco y otras independientemente de él.
Dije antes que la asociación clave establecida en la Iglesia es la parroquia; el párroco es su moderador por oficio, por derecho y por deber; los otros sacerdotes, capellanes, beneficiados, rectores de iglesias, directores espirituales en los asilos y hospitales, maestros, etc. y de modo especial los coadjutores, son más o menos directamente sus cooperadores. Son los brazos del párroco, y un gran principio debe empapar su conducta: estudiar el programa y la orientación del párroco, en el cuidado espiritual de la mujer, para secundarle todo lo posible.
Un párroco, guiado por el sincero deseo del bien religioso en su parroquia, tiene un programa máximo y un programa mínimo, e intenta actuarlos también en cuanto a la formación de la mujer. El programa máximo es conducir con todos los medios las almas al cielo; esto es común a todo párroco, ninguno puede dispensarse, y no hace falta estudio alguno para comprenderlo. - El programa mínimo en cambio es el conjunto de los determinados medios de formación que el párroco escoge según las exigencias locales. Es específico, es práctico, es la expresión del celo y de la prudencia de un buen pastor de almas. En esto cada párroco pone siempre
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algo de original y particular, y es en lo que sus cooperadores deben estudiarlo y secundarlo. No creo que haya quien estime que los cooperadores deban actuar como autómatas: no puede salir a flote en sus intenciones el párroco que no estimula o no tiene en cuenta las sugerencias y observaciones; nadie pretenderá afirmar que los cooperadores deban despojarse de la libertad necesaria en el cumplimiento de los deberes particulares. Con todo, el párroco tiene siempre una precedencia: a veces podrá imponerla el respeto, otras la obediencia; pero siempre tendrá que reconocerse en él el centro del trabajo pastoral. Orientación diversa, discordia mal celada, lucha abierta, son siempre causas de infinitos jaleos, en el clero y en el pueblo. Ciertamente que se dará el caso de un inferior con visión más segura, y entonces podrá también exponer humildemente su pensamiento; pero en práctica, ante Dios y ante los hombres, es siempre un mayor bien la concordia de acción, y la discordia es siempre el peor de los males.
[Desde el púlpito y desde el confesionario]
Ayuda material, pues; más todavía ayuda moral al párroco en sus iniciativas a favor de las jóvenes y de las mujeres. Ya se sabe que difícilmente van a encontrar enseguida la aprobación de toda la población: ¡siempre hay quien cree entrever miras humanas, especulaciones míseras, espíritu de novedad!
Tanto más cuando una obra nueva se dirige a la
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mujer, más proclive a la envidia, a los celos, a la sospecha. ¡Ay si estas interpretaciones encontraran ratificación o apoyo en un clero dividido! Cada cual tiene los propios talentos y según éstos secundará al párroco, desde el púlpito o desde el confesionario, en público o en privado, con la palabra o con la acción, asumiendo una parte del trabajo o bien prestándose sólo para eventuales necesidades.
El debido aprovechamiento de los talentos recibidos es lo que asegura el éxito en el juicio de Dios.
En concreto, el sacerdote que no es párroco, ¿deberá quedarse con los brazos cruzados o, al máximo, como simple espectador en actitud de observar y de esperar al párroco? - No, además del aporte que puede dar al primer pastor de la parroquia, hay un montón de cosas que también él puede hacer. Un gran trabajo puede realizarlo desde el confesionario; y como la mujer frecuenta más que el hombre los santos sacramentos, ¡vea el sacerdote qué campo se le presenta para trabajar! El celo se basa sobre todo en la piedad y en la virtud; infunda, pues, el sacerdote los más profundos sentimientos de piedad en las almas, fortifique el aprecio de las verdaderas virtudes, y estas almas estarán prontas al primer llamamiento del párroco para cualquier obra buena. ¿Qué podría hacer el párroco si, queriendo instituir organizaciones, constatase que falta el más verdadero de los fundamentos?
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Formar, pues, en la virtud aconsejando, solicitando al examen de conciencia sobre los deberes principales, insistiendo particularmente en la humildad y en la dulzura.
Desde el confesionario, mejor que de cualquier otro modo, se puede encaminar a la mujer hacia el celo; y un celo amplísimo, del que quedan excluidas sólo las obras que requieren una verdadera organización externa y local. El confesor ve muy fácilmente cuánto bien puede hacer la mujer, en su calidad de esposa, de madre, de hija, de hermana, de soltera, de persona que vive en una sociedad. La palabra del confesor tiene además una fuerza y autoridad particular, desciende acompañada de la gracia divina, cae en el momento de mejor disposición del alma para acogerla. Ahí está la historia para probar que el sacerdote ha sido más efectivo, por lo general, cuando no reduce su ministerio a la obra externa. Es provechoso trabajar las almas en particular y en la intimidad.
Y no sólo puede formar en el celo aconsejando, sino también solicitando frecuentemente al examen de conciencia, uno de los deberes más importantes. Entrar en nosotros mismos, hacernos presentes, excitarnos al arrepentimiento, como se hace en la confesión, es también naturalmente un gran medio de formación. Nadie puede desconocer su valor educativo. He dicho que cualquier sacerdote, párroco o no, que tenga bajo su dirección organizaciones
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femeninas o no, puede siempre encaminar y exhortar a la mujer hacia el celo en su familia. También he dicho que esta es la parte del celo que más se impone a la mujer, pues constituye parte esencialísima de sus deberes, el primer campo de la actividad femenina. ¡Véase, pues, el trabajo que se abre ante todo sacerdote! El párroco podrá y deberá mirar a algo más, como se verá después. Pero mientras, él mismo a los comienzos del ministerio parroquial, y todo otro sacerdote, libre o en dependencia del párroco, podrán hacer lo que más urge: formar jóvenes morigeradas, formar esposas fieles, formar madres conscientes, y encaminarlas a todas al trabajo por el bien moral y religioso de la familia.
Más aún, quien no cuida de los hermanos, del esposo, de los hijos, ¿cómo va a preocuparse de los demás? ¿No es más bien en el santuario doméstico donde han de intentarse las primeras pruebas de celo? La formación al celo, como la formación a cualquiera otra virtud, no se realiza a saltos sino gradualmente, pasando desde las cosas más fáciles a las menos fáciles y de éstas a las difíciles y dificilísimas.
Nuestros periódicos de ámbito femenino, en estos últimos años, han lanzado, y con razón, una alarma, cuya importancia tal vez no todos hayan relevado. Dijeron: trabajemos, pero no para destruir la naturaleza, sino para consolidarla,
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para ayudarla, para perfeccionarla; trabajemos nosotros pero sin destruir la obra de Dios.
Ahora bien, obra de la naturaleza y de Dios es la familia, minada hoy en sus bases por los impíos, por la masonería, por el socialismo. Estas fuerzas tienden a destruir el fundamento con el matrimonio civil, con el divorcio; tienden a destruir la vida arrojando fuera de casa no sólo al marido sino incluso a la mujer; tienden a destruir los frutos frustrando2 y robando el derecho de los padres a la educación de sus hijos. Por eso, el sacerdote que se emplea en consolidar la familia cumple una obra necesaria y moderna al mismo tiempo. No bastará la acción local; pero ésta es la base de la acción general. Hacer a las hijas, las esposas, las madres amantes de la casa, afectuosas, interesadas en la buena marcha de la familia; hijas, esposas y madres que hallen siempre su gozo más puro y grande en estar en casa; hijas, esposas y madres prendadas de la paz y de la santidad de la familia. Muchas actividades de las organizaciones ¿no deben mirar a esto? Ellas no tienen que sustituir sino que perfeccionar, ayudar, terminar la obra de la familia y el cumplimiento de los deberes familiares. Tienen que recordarlo también muchos del movimiento femenino católico, que hacen salir demasiado a las mujeres de casa; que, con el pretexto de beneficencia, a menudo llegan a anular la influencia de los padres, a separar los miembros de la casa, a imponer una educación
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demasiado artificial, sin amor, sin ideales domésticos.
Hablando de confesión, no serán inútiles dos breves observaciones. La mujer, más que el hombre, está inclinada a los escrúpulos y a las pequeñas manías. Y bien, todos los maestros de espíritu conocen medios potentes de curación: hacer que la mujer se aplique a las obras de celo, solicitar con paciencia su actividad en las obras serias y graves. Entre las primeras están las visitas a los enfermos, el cuidado espiritual y también material de los niños, las obras sociales femeninas; entre las segundas están el cultivo de las virtudes prácticas, la oración para que se difunda el reino de Jesucristo, la atención a la familia. No siempre será cosa fácil, pero el efecto es seguro.
El confesor no es sólo juez, sino médico, maestro, padre. - Quisiera plantear una consideración que puede ser candente. La teología moral se explaya en adestrar a los confesores a ser buenos jueces, pero muy poco en enseñarles a ser maestros, padres, médicos de las almas. Y sin embargo no son demasiado frecuentes, relativamente, las ocasiones de serias dificultades en juzgar; mientras es cosa ordinarísima, comunísima, continua la de tener que sugerir remedios fuertes, convenientes, enseñar al menos los principios de las virtudes cristianas, consolar y animar. Véase, pues, cuán necesario es que el sacerdote no reduzca sus estudios
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al libro de teología moral, por lo menos tal como hasta hoy se hace. Le es precisa una amplia instrucción ascética, el conocimiento de la psicología moderna, un amplio estudio de las necesidades modernas y de las obras pastorales.
El canónigo Brianza3 escribió un óptimo libro sobre la abulia moderna; partiendo de los principios de moral, de psicología práctica, traza él reglas precisas, seguras para la dirección y la pastoral. Entre otras cosas, hace notar muy oportunamente cuán nerviosa, neurasténica, histérica y, consiguientemente, abúlica sea la mujer de hoy, mucho más que la de ayer; y llega a concluir: «Recemos para que el venerando clero deje un poco más al juicio de Dios las cuestiones de ayer, ¡ya tan pasadas!, y entre con mayor arrojo en las cuestiones prácticas de hoy: ¡menos crítica, Dios mío, pero mucha, muchísima práctica! Recemos asimismo para que se haga más penetrante el uso de la teología moral valiéndose de la psicología, pues también ésta es una gran conquista que Dios ha querido y que es preciso explotar...». Cito sólo un error procedente del descuido de estos estudios. Sucede a menudo que se predica sobre una virtud; el auditorio aprueba, concibe deseos estériles, y ahí acaba todo. No se ha hablado suficientemente a los sentidos, no se ha creado la voluntad, no se ha preparado el terreno; en una palabra, se ha pretendido hacer correr a quien no tenía piernas o las tenía demasiado débiles o enfermas.
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Señalo algunos de los excelentes libros de psicología práctica; la lectura de uno, por lo menos, es indispensable al clero, sea de ciudad o de pueblo, para él mismo y para los demás.
1. Gobierno de sí mismo - Eymieu4 (Librería Pustet, Roma, L. 3,25).
2. Formation de la volonté [Formación de la voluntad] - Guibert (Librería Pustet, Roma).
3. El carácter - Guibert5 (Librería Pustet, Roma, L. 0,75).
4. La abulia moderna - Brianza (Librería Ghirlanda, Vía Unione N. 20 - Milán - L. 2,50).
5. La educación del carácter6 (L. 2,00).
6. La educación del corazón7 (L. 2,50).
7. La educación de la conciencia (L. 2,50).
8. La educación de la virilidad cristiana8 (L. 2,75) del P. Gillet (Librería Desclée, Roma).
9. Guía de los nerviosos y de los escrupulosos - Raymond9 (Librería Desclée, Roma - L. 3,50).
No es el caso de creer que el confesionario haya de cambiarse en una conversación de ascética; tanto más tratándose de mujeres, respecto a las cuales es siempre necesario recordar el viejo adagio: «cum muliéribus sermo brevis et durus».10 Pero tampoco puede reducirse el sacramento de la penitencia a un mero juicio: el confesor debe ser, más o menos, director espiritual, o sea amaestrar, corregir, animar al penitente. En algunos casos puede indicar libros para leer; pero
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1 Véase nota 1 del capítulo precedente.
2 DA por error pone “frustando” (apaleando) en vez de “frustrando”.
3 El doctor Enrique Brianza fue canónigo honorario de la catedral de Bobbio (Piacenza) (MM).
4 Cf. EYMIEU A., (muerto en octubre de 1933), El gobierno de sí mismo (Ensayo de psicología práctica). Única traducción aprobada por el autor sobre la 21ª edición francesa, Roma, Desclée & C. En el libro se desarrollan tres principios: 1) El dominio de las acciones mediante las ideas: la idea induce a la acción. 2) Mediante las acciones gobernar los sentimientos: las condiciones del éxito. 3) Mediante los sentimientos gobernar las ideas y las acciones: la elección de un ideal. Conclusión: la misión de la libertad en el gobierno de sí mismo.
5 Cf. GUIBERT J. (superior del Seminario del Instituto católico de París), El carácter. Definición, importancia, ideal, origen, clasificación, formación. Versión libre del sacerdote prof. Domingo Dall'Osso, salesiano. 3ª edición revisada y corregida, Turín-Roma, Marietti 1928. En el prefacio se lee: «Ya decía Jouffroy: faltan los hombres; y bien, no faltarían si, en vez de seguir perezosa y ciegamente sus inclinaciones, se dedicaran de veras a orientar y fijar su vida según un fin, modelándola con un esfuerzo metódico conforme a los grandes caracteres».
6 Cf. GILLET P., La educación del carácter. Traducción italiana sobre la 2ª edición francesa (5° millar), Roma, Desclée & C. 1911. El libro concluye con una “fórmula” puesta por el Autor, un dominico, al comienzo del libro: «¿Queremos ser cristianos de carácter? Empecemos por ser hombres honestos» (p. 160).
7 Cf. GILLET P., La educación del corazón. 2ª edición, Roma, Desclée & C. Editores - G.B. Paravía & Comp. 1914.
8 Cf. GILLET P., La educación de la virilidad cristiana. Traducción sobre la 3ª edición francesa, Roma, Desclée & C. 1913. El Autor escribía desde Lovaina en septiembre de 1908: «He aquí un tratadito de psicología sobrenatural». Y añadía: «Estamos convencidos de que antes de ser cristiano, y para llegar a serlo, se necesita actuar el ideal del hombre honesto».
9 Cf. RAYMOND V. O.P., La guía de los nerviosos y de los escrupulosos. Vademecum de todos los que sufren y ven sufrir. Prefacio del doc. Masquin y cartas de los doctores Bonnaymé y Dubois. Nueva edición con un capítulo sobre la “cura de la neurosis”. Traducción de Tullia Chiorrini sobre la 3ª edición francesa (15° millar), Roma, Desclée & C. 1912.
10 Con las mujeres conversación breve y escueta. Cf. ALBERIONE S., Apuntes de teología pastoral, Turín 1912, p. 229. Esta recomendación de hablar brevemente con las mujeres en el confesionario venía de convicciones enraizadas también en el ambiente o en la misma “sabiduría” popular piamontesa (cf. PAVESE C., El oficio de vivir, 1937).