deber, echando todas las culpas a la indiferencia o la hostilidad del pueblo.
En general, no se está preparados suficientemente para el cuidado espiritual de la mujer.
De aquí el no saber encauzarla hacia una virtud fuerte; el no saber utilizar debidamente sus energías; al contrario, digámoslo enseguida, estas energías demasiado a menudo se ignoran. Y entonces llega el dejar que ella se atrofie demasiado en la aridez o se pierda en bagatelas, en chismorreos, en melosidades. ¿Cuántas veces una devoción, sólo sentimentalismo, una religión, estoy por decir deporte, es todo el patrimonio de piedad para ciertas señoras? Ojalá que un día no tuviera que reprocharnos de nada el Señor. Pero si dedicáramos un rato a juzgarnos desapasionadamente, a ponernos ante nosotros mismos, a la luz de la lámpara que arde delante del Smo. Sacramento, o a la que se nos encenderá en el lecho de la agonía, encontraríamos quizás algo contra nosotros mismos. ¡Cuánto más lo encontrará aquel Dios que «aun en sus ángeles descubre faltas»!4 «Formémonos para el conveniente cuidado pastoral de la mujer con una piedad ardiente y con el estudio».
CAPÍTULO II
LA PIEDAD EN LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DE LA MUJER
Su santidad Pío X, recibiendo en audiencia particular a una representación de los sacerdotes de la Unión
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