subsistencia, etc. Aquí se habla sólo del celibato elegido espontáneamente por amor de virtud. Puede permitirse cuando se den estas tres condiciones a la vez:
1. Posibilidad de prever que vivirán castamente no sólo con los demás sino también consigo mismos. ¡Cuántos se convierten en una cruz para el párroco con su vida escandalosa! ¡La cruz de los confesores por los habitudinarios en caídas solitarias!
2. Una elección hecha espontáneamente y manifestada con cierta insistencia.
3. En general, particularmente tratándose de mujeres, la disponibilidad de medios de subsistencia o la facilidad de alcanzarlos. ¡Cuántas veces, ya llegadas9 a viejas, atacadas por la enfermedad, hechas el hazmerreír de los sobrinos y hasta de los hermanos y hermanas, se ven obligadas a arrastrar una vida mísera o acabar en un asilo!10 En muchísimos casos sólo la esperanza de una herencia puede imponer cierto respeto.
CAPÍTULO X
LA FORMACIÓN DEL CELO EN LA MUJER
El profesor Pasquinelli1 en la Semana social escribe: «El año pasado, de Terni llegaba a la oficina de la Unión popular un giro postal de 100 liras con estas palabras que dicen toda la verdadera percepción cristiana respecto a las necesidades de los tiempos y del bien
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hoy requerido: «Los hermanos de Terni por un favor recibido ofrecen [este donativo] a la Unión popular». Una pobre mujer escribía a la misma oficina: «Volviendo de Lourdes, mando lo poco que me ha quedado, 2 liras». Pero no es siempre así; más bien se diría que la mujer, aun pasando por más buena, devota, fiel intérprete de la doctrina evangélica, está más alejada del celo, e incluso alejadísima del movimiento cristiano femenino; algunas hasta se horrorizarían de él. ¡Mucho menos aún se les ocurre prestar ayudas de obras o de dinero! Dos causas tiene el mal, y dos remedios pueden sanarlo».
La primera causa es la falta de instrucción acerca de toda la doctrina cristiana, de todos los documentos pontificios, de todos los ejemplos de los primeros cristianos y de los santos que han honrado a la Iglesia de Dios. Conocen la utilidad de una comunión, de una cofradía del santo rosario, de la construcción de un santuario; pero no conocen las encíclicas Rerum novarum, Graves de communi, El firme propósito.2 Ignoran las grandes iniciativas del papa para la institución y difusión de la Unión de las mujeres católicas. Persuadidas de haber hecho ya todo, si han dado algo para una fiesta más o menos religiosa, no pasan a considerar si es de veras religiosa la vida del pueblo, que a menudo mezcla las blasfemias con los himnos al Señor. No se preocupan de ver en el entorno gente ajena a la Iglesia; y creyéndose la clase predilecta de Dios,
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algunas devotas pasan largas horas deplorando los tiempos, las novedades, los hombres, sin un pensamiento para mejorarlos... Y, supuesto tal pensamiento en su cabeza, enseguida lo abandonarían, diciendo: «¡Nada podemos, nada sabemos hacer!». Hay pues no sólo deficiencia de instrucción, sino también de educación en el celo. Justo las dos cosas que se necesitan.
Instrucción sobre la responsabilidad de la mujer, sobre la nobleza y sobre la facilidad de su misión. Conviene introducir con admoniciones, ejemplos, instrucciones y conferencias estas tres verdades, con paciencia y constancia, en las jóvenes, las mujeres, las esposas, las madres.
La responsabilidad es consecuencia clara de la misión y del poder de la mujer en la formación de las costumbres; pero se la comprende demasiado poco, y se la siente menos aún. Sin embargo, la mujer, no hecha de ordinario a grandes problemas y muchos estudios, sería capaz de intuirla muy bien y de probar por ella nobles sentimientos, pues Dios la ha dotado de tales aptitudes.
Esta tarea le resultará al sacerdote discretamente fácil hablando a la mujer del celo en el campo de la familia. La madre vive de ordinario para sus hijos, sólo nombrarlos sacude las fibras más delicadas de su corazón. La esposa, que ha puesto sus afectos en el compañero, don de la Providencia, siente como propios todos los intereses del marido. Y únicamente
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la joven de corazón dañado puede permanecer insensible ante el bien y el mal de los padres y de los hermanos.
Algo más arduo será el cometido cuando se trate del celo de la mujer fuera de la familia, aun actuando por libre; más arduo todavía si se habla de organización; y muchísimo más cuando se trata de organización social y económica. La mujer devota es particularmente tímida, mientras la organización exige una mente estudiosa, abierta a la consideración del poder de la unión; la organización social y económica, curando el mal en la raíz, es eficacísima, pero no suele ser comprendida por las almas vulgares, ligeras o superficiales. Con todo, no se pierda el ánimo, pues la mujer, en estas obras, no está llamada a desempeñar la parte directiva, sino a ser guiada por el clero. Y bien, ella ordinariamente suele ser tan dócil que cabe esperar verla realizar cuanto se le sugiera; también en esto, la experiencia es buena maestra. Además, hay un método de instrucción que ata la atención y triunfa incluso sobre las mentes menos abiertas; un método que vale para la mujer por encima de cualquier otro: por inducción, por hechos, por ejemplos. Háblese de las obras de tantas santas; nárrense o háganse leer las vidas de buenas madres, de esposas, de mujeres que, olvidando casi el pertenecer al sexo débil, han llevado a cabo obras maravillosas para bien de la Iglesia y de la sociedad. Dése a conocer especialmente
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el movimiento femenino, que hoy se ensancha y triunfa en todas partes, siendo fecundo en buenos frutos. Procúrese la suscripción a los periódicos que lo explican, como son los ya citados: Matelda,3 Acción femenina, La mujer y el trabajo, Vida femenina, etc. Por regla general, no se acuda a largos discursos, ni a conferencias de alto copete, sino a entretenimientos sencillos, a conversaciones familiares, a propaganda corriente hecha por doquier, especialmente en las visitas.
Estos ejemplos podemos llamarlos muertos. Pero hay otros vivos, más eficaces aún. Son aquellos a los que cada uno puede asistir: los espectáculos de la miseria; las encuestas sociales. Las Conferencias de san Vicente de Paúl con sus visitas a domicilio dan la verdadera dimensión del pobre. Entrar en ciertas buhardillas, ver con los propios ojos la indigencia, a veces extrema, escuchar la historia lastimosa de las familias, de las enfermedades, de los dramas y tragedias domésticas, etc., son cosas que no se borran4 ya nunca y dan la idea más exacta de la realidad de la vida, haciendo pensar en todo el bien aún por hacer. Por de pronto, la necesidad obliga a pronunciar palabras de consuelo y de religión; por de pronto, se siente el imperativo de dar algo; por de pronto, se sale del propio egoísmo; por de pronto, se radica en el fondo del alma este pensamiento: no debo ni puedo descuidar a los demás. Encamínese a la mujer a estas visitas, sola o acompañada; enséñesela a contactar a los enfermos.
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Y no son de menor valor las denominadas encuestas sociales. Las hay sobre el descanso festivo, sobre la frecuencia de los niños al catecismo, sobre la higiene y la moralidad en las viviendas y en las industrias, sobre las condiciones del trabajo a domicilio, sobre las empleadas en los hoteles, sobre las descardilladoras del arroz, etc., etc. Levántense ciertos velos, penétrense ciertos misterios y aparecerán tales miserias que la mujer no podrá quedarse indiferente. Se la verá entonces dar un paso adelante y preguntar qué se puede hacer; más aún, se la oirá proponer ella misma algunas iniciativas. Para la formación del sentido social, nada hay quizás más recomendado que estas visitas a domicilio y estas encuestas. Confróntese a este respecto el opúsculo: El sentido social y su educación - Leroy - (Editado por Acción social popular - Vía Legnano 23 - Turín - L. 0,50).
El célebre P. Rutten,5 belga, para mejor comprender, sentir y remediar los males de los obreros, dejó por un período su hábito dominico, bajó a las minas de carbón, manejó por algún tiempo el pico de los mineros. Allí dentro tomó parte en sus conversaciones, les oyó exponer sus aspiraciones, estudió minuciosamente su vida moral, religiosa, doméstica. Una vez salido, empezó su gran trabajo de organización y restauración social; su palabra reflejaba los sentimientos de los obreros; sus escritos respondían perfectamente a las necesidades.
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El ilustre Le Play,6 y luego sus discípulos, se formaron en la ciencia social a base de conversaciones con los obreros de los dos mundos. Él nos advierte del grave peligro que hay en quien aspira a hacer el bien: seguir ideas preconcebidas, métodos apriorísticos. Más aún, hace notar muy oportunamente cómo los más permanecen inertes porque no conocen lo que está por hacer; no perciben los gemidos de personas languideciendo bajo la opresión de sus males; pasan por el mundo juzgándolo por lo que ven en las calles y plazas. Peligros inexistentes para quien sabe escuchar las lecciones de la vida, tal como ésta las presenta en su sencillez maravillosa y siempre instructiva. He aquí un ejemplo:
El P. Du Lac7 contó que un día se extrañó al ver a una joven obrera del Sindicato de la aguja con los ojos muy enrojecidos. -Muchacha, ¿has llorado? -Qué va, padre; no he llorado. -¿Y esos ojos enrojecidos? -Es por el agua hirviendo. -¡Cómo, te lavas con agua hirviendo? -No, pero cuando la velada de trabajo se prolonga y ya no veo a mover la aguja, me abraso los ojos y así me espabilo. Es un hecho que abre el camino a conocer los sacrificios dolorosos, a que están condenadas algunas jóvenes. Háganse encuestas, visitas a domicilio, se presenten preguntas afectuosas y discretas: ¡es un medio óptimo de instrucción y preparación al celo!
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Pero, más que a la mente de la mujer, conviene apuntar a su corazón. No todo entra en el hombre por el camino de la inteligencia: mucho pasa por la voluntad y mucho por el sentimiento. En la mujer quizás dos tercios de las convicciones se abren paso a través del corazón. La conmueven las miserias de la niñez abandonada, de la juventud asediada, de una generación viciosa, de una vejez despreciada. La dulzura de hacer el bien, el ejemplo de los santos, la grandeza del premio, la exaltan. La mujer está hecha para ser madre; y la madre es inconcebible sin pensar en un gran corazón. Y será apelándose al corazón, como el sacerdote logrará hacer sentir a la mujer su responsabilidad ante la familia, la sociedad, la Iglesia y Dios.
La nobleza de la misión. Se dice que cuando Buonarroti terminó el Moisés8 se sintió como aplastado por su propia obra y que, admirándola, le haya dirigido estas palabras: ¿Por qué no hablas?... El silencio respondió a su pregunta. ¡No había plasmado más que la materia!
En cambio, la mujer es una artista de almas... ¡Qué injusto es el mundo! Levanta monumentos a los autores de telas pintadas y de fríos mármoles: ¿y qué no debería hacer con quien forma almas vivas, sensibles? La educadora, y en general la mujer celante, son verdaderos bienhechores ocultos de la humanidad. Ahí está por de pronto la hermosa aserción
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de un diputado en la Cámara inglesa, cuando se debatieron los postulados de las sufragistas: «La mujer, estando en su sitio, influye más sobre las leyes, que no el hombre desde el parlamento: cada ley se hace sólo posible respondiendo al alma del pueblo; es necesaria, cuando la mujer ha preparado el cauce, configurando las costumbres».
Admiramos el vigor y el ingenio del hombre; pero este hombre nace de mujer; siendo niño, lo sostienen brazos de mujer y ella lo amamanta; de jovencito, la mujer plasma su alma; de adulto, se adapta a los gustos de la mujer en la cual encuentra todo su gozo y descanso; de viejo, es siempre la mujer el ángel que lo sostiene, lo conforta, le señala el cielo y cierra sus ojos.
En el pensamiento cristiano la misión de la mujer alcanza todavía más altura. Es cosa divina cooperar en la salvación de las almas; proveer no ya a la tierra sino al cielo, no al mundo sino a la eternidad. Cosa divina es cooperar en el sacerdocio, en su vocación, sin parangón en la tierra; enseñar la verdad, enseñar la moral más santa. Cosa divina es quedar asociados, por decirlo así, a la obra del mismo Jesucristo: «He venido para que tengan vida».9 ¿Quizás no es suficientemente sublime el oficio de un Dios?...
Gran valor infundirán a la mujer estas
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consideraciones desmenuzadas, adaptadas a su inteligencia. Demasiado a menudo se recata ella, persuadida de una excesiva inferioridad frente al hombre. ¡Hay que alentarla, levantarla en su propia estima, pues ha sido Dios, no sus méritos, quien la ha hecho así! Y la ha hecho así para sus fines de amorosa Providencia: ¡no se ensoberbezca, pero tampoco se rebaje!
La facilidad de la misión. Muy a menudo, incluso mujeres que comprenden10 su misión y su nobleza, se dejan abatir por el espanto: ¿cómo conseguir resanar esta sociedad dañada? Puesta así, la objeción no carecería de fundamento. Pero nótese que cada mujer no está llamada a hacerlo todo sino una pequeña parte. En el mundo el Señor asignó a cada uno su sitio, su porción de trabajo, su esfera de influencia, y adaptó a ello fuerzas y aptitudes. Sólo de lo que uno ha recibido se dará cuentas. Y bien, cada mujer no tiene más que hacer su parte en la familia, entre los vecinos, entre los conocidos, en las organizaciones en que pueda tomar parte, sin detrimento de los propios deberes.
¿Pero no hay necesidades de índole general, tal vez de una provincia, de una nación, de todo el mundo? Ciertamente, y la mujer ha de dar el propio aporte al trabajo general; pero es siempre un aporte limitado. Si el trabajo es extenso, muchas serán las operarias; si
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la organización es de índole general, muchas serán las socias. A cada una le tocará sólo una pequeña parte, según11 sus fuerzas y circunstancias. Más aún, precisamente en esas asociaciones es donde ella recibe luz, fuerza, estímulo, sostén en el trabajo.
Nada mejor para aclarar la facilidad de la misión de la mujer que una exposición práctica de las diversas obras en las que puede colaborar. Procurarle libros fáciles y breves; presentarle estatutos y programas; hacerle un comentario ordenado; he ahí los medios. Pero nadie se precipite; no se pretenda persuadir por igual a cada una; ni se caiga en la ilusión de tenerlas a todas con nosotros.
Una idea manifestada es una semilla arrojada; pero antes de ver dorarse la mies habrán de pasar meses y meses. Las contradicciones y las desaprobaciones se las anticipó Jesucristo a sus apóstoles. La humildad necesaria en el ministerio sacerdotal es frecuentemente fruto de un éxito escaso; las pruebas son los signos del amor particular del Señor a un alma.
La educación. - Educar, se ha dicho, equivale a acostumbrar. Toda la ciencia de la pedagogía y de la educación física y moral está en formar buenas costumbres. El niño acostumbra el ojo a distinguir con prontitud letras, sílabas, palabras; el filósofo acostumbra la mente a formar con prontitud razonamientos; el soldado
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acostumbra la mano a manejar con prontitud el fusil; el músico acostumbra los dedos a correr velozmente por las teclas... Poco aprendería el niño en oír una árida descripción de las letras del alfabeto; el filósofo no conocería más que la estructura del silogismo, sin el ejercicio de la mente... ¿Y quién llamaría buen general al que pasó años y años, encerrado en una academia militar, estudiando la mecánica del fusil, la topografía de la nación, la táctica? ¿Quién consideraría buen profesional a uno que no ha hecho sino estudiar los deberes? Es necesario el ejercicio, aprendizaje, pruebas, contrapruebas. Y cuando, con infinitas repeticiones, errores y correcciones, se ha llegado a hacer ordinariamente bien algo en un campo, entonces se ha adquirido la costumbre en ello, se tiene la educación.
Este principio no es de menor importancia, aplicado a la vida moral y social. La virtud es una costumbre; y formar en la virtud es la finalidad de la educación. El celo es una costumbre; el sentido social es una costumbre; desarrollarlos y orientarlos equivale a educar el celo, educar el sentido social.
Nutrimos admiración por las doctas conferencias; aconsejamos libros, periódicos, revistas; más útil todavía consideramos la propaganda privada, a base de conversaciones. Pero sin hacer actuar, obtendremos siempre frutos escasos: como quien pretendiera crear un buen músico, describiéndole todos los instrumentos musicales... La mujer encárguese de una muchacha ignorante, instrúyala en el
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catecismo, llévela a la comunión; rece por la salvación de los demás, haga el acto heroico de caridad, ofrézcase como víctima por la salvación de los pecadores; manténgase en comunicación con la Obra de la protección de la joven para conocer a las emigrantes; los domingos asista a las muchachas del patronato obrero, entre en la unión de las mujeres católicas...; obrando así será más eficazmente, más prontamente, más prácticamente educada en el celo. Sin esas obras tal vez se tenga una instrucción amplia y profunda, pero nunca una verdadera educación.
En algunas parroquias inglesas hay, anexo a la sacristía, un quiosquillo o bibliotequita con opúsculos religioso-sociales a cinco, a dos, a una moneda. El párroco aconseja algunas veces adquirir uno para regalarlo: ¡una limosna de verdad!
Había una jovencita, pobre pero deseosa de hacer algo de bien. Durante un año metió en una bolsita las pocas monedas que recibía. Con esos ahorrillos adquirió varios libros buenos y los hizo circular entre una cincuentena de muchachas. ¡Fue una santa estratagema, por consejo del confesor que quería hacerla celante! Un sacerdote, hablando de su parroquia decía: «Por fin he logrado hacer entrar en el corazón de varias señoras que a la beneficencia hoy se le han abierto caminos nuevos, que
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hoy son necesarias mandas modernas. Una condesa me dejó en herencia un amplio local para destinarlo a oratorio; una anciana señora, amiga suya, creó una renta anual para los premios catequísticos; y sé de otra mujer que ha pensado ya en el boletín parroquial. ¡Pero es preciso aún un largo esfuerzo de persuasión! ¡Se necesitaron muchas estratagemas para hacer madurar tales convicciones! Empecé con invitarlas a enseñar el catecismo, luego a tomar parte en las obras parroquiales, después constituí12 un patronato para los muchachos, etc., etc.».
No se camina enseguida con paso seguro y rápido. En el aplicarse al trabajo hay dos reglas prácticas que aseguran el buen efecto de las obras y la formación de las cooperadoras.
Tener en cuenta las aptitudes, dando ocasión de desarrollarlas, según las tendencias particulares. Generalmente las maestras son las más hábiles catequistas;13 y, cuando el párroco las involucra en esto, se las apañarán para enseñarlo también en la escuela. Hay mujeres que, por su posición social, pueden tener una influencia especial: así, verbigracia, las esposas o madres o hijas de ediles comunales y provinciales; así algunas nobles, cuyo ejemplo y cuya palabra, en nuestros tiempos de democracia, pueden ser un poderoso estímulo. Habrá quien podrá sólo llevar el boletín parroquial
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a las familias, y quien podrá, en cambio, con mandas modernas, dar una gran ayuda a la buena prensa; y todos pueden rezar. Una mujer considerará como un honor ser invitada a dar una conferencia, mientras otra, humilde y piadosa, se sentirá más apta para difundir las devociones y las cofradías religiosas...
En segundo lugar, el trabajo sea gradual.14 No es posible que quien nunca tuvo un cargo en favor de los demás, pueda de golpe dedicarse a un círculo de cultura o a unas clases de economía doméstica. Sería exponerse al fracaso y ejercer un gobierno tiránico, que acabaría por alejar del sacerdote. El primer paso sería rezar las oraciones ordinarias con el espíritu con que fueron compuestas, es decir por los intereses comunes: danos hoy nuestro pan... perdona nuestras ofensas...15 ruega por nosotros pecadores... Se empezará así a pensar que en la tierra no está sólo nuestro yo. Vendrán luego oraciones especiales por los pecadores, por los sacerdotes, por el papa; y poco a poco, permitiéndolo el espíritu de cada uno, se llegará hasta la organización de las almas víctimas y del apostolado de la oración.
No será muy difícil asignar algún trabajo de celo en la familia, donde la intimidad y la familiaridad facilitan mucho el camino. Además, el sacerdote se encontrará a menudo con quien le pida orientaciones, quien desahogue un santo dolor por la inutilidad de sus esfuerzos, quien le hará confidencias de pequeñas victorias.
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Tratándose de cosas que requieren una organización externa, el primer peldaño lo constituyen las asociaciones puramente religiosas: de la Virgen del Carmen, del rosario viviente, etc.; el segundo las que, con finalidad destacadamente religiosa, añaden otra material: Damas de la caridad, Conferencias de san Vicente de Paúl, patronato para el asilo, etc.; el tercero las que tienen una finalidad social: casas-familia, Obra de la estación, círculos de cultura; el cuarto peldaño lo constituyen las asociaciones que persiguen una finalidad más bien material: cajas de dote, mutualidad escolar, cajas obreras...
Conviene empero notar que, en los diversos grados, las obras de beneficencia pura han de ponerse siempre en primera línea, pues la mujer cristiana, como por lo general se presenta hoy, las comprende más fácilmente.
No hace tanto tiempo que una mujer, entre las más avanzadas en el campo religioso-social, indicaba estos tres pasos para la formación de conferenciantes: en las reuniones, encargarlas de la lectura de unos párrafos de un libro conveniente; después, de una breve composición, primero solamente para leerla, luego preparándola también ellas mismas; y por fin, de alguna declamación en el escenario, terminando con un discursito de ocasión. Queda entendido que, mientras se mira a formarlas en la exposición, no ha de faltar la preparación intelectual y moral; al contrario, ésta precederá a aquélla.
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Donde el sacerdote tiene más fundadas esperanzas de éxito en este trabajo es entre las jóvenes. En el oratorio femenino encontrará el medio más fácil para encaminar la mujer al celo; allí podrá formarse las más hábiles cooperadoras. Entre las más adultas y asiduas al oratorio fácilmente podrá instituir: una escuela de perseverancia o de perfeccionamiento; la asociación de las Hijas de María; la escuela de la buena ama de casa, encargada a religiosas o maestras; una escuela de costura y de bordado, etc. Si dispone de un número discreto de muchachas estudiantes, será providencial una escuela de religión; si tiene muchas trabajadoras, será útil una oficina de colocación o un patronato obrero; si hay en el pueblo corriente de emigración, tratará de impedirla con talleres sociales, o al menos soslayar las tristes consecuencias con oportunas instrucciones.
Mientras, entre las muchachas más que entre los chicos, resultará fácil organizar una bibliotequita circulante; se podrá hacer la inscripción a la caja nacional de previsión; se podrán examinar otras obras parecidas, como son las cajas obreras, las cajas de dote, etc.
Al tiempo que estas obras mantienen unidas entre sí a las jóvenes, ofrecen al sacerdote frecuentes ocasiones de abordarlas y darles, en conferencias y consejos, la instrucción religiosa proporcionada a las necesidades. La unión las hará más fuertes en plantar
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cara al mal; saldrán del estrecho círculo del egoísmo; pensarán en la misión a que están destinadas.
La juventud es también el vínculo más dulce y más fuerte con que el sacerdote puede estrechar a sí toda la población. Ya lo vimos antes, pero no es inútil recordarlo de nuevo.
¿Será un sueño?
Tomo de la Semana social (1912, n. 11) lo siguiente: «Desde hace algunos años sueño, deseo una institución, pintada por mi fantasía como hermosa y realizable; no lo he manifestado aún en público, habiéndome contentado de hacer alguna alusión a quien quizás podría haberme dicho: ¡Intentémoslo! La obra soñada sería una escuela económico-social femenina.
1. En dicha escuela serían admitidas muchachas con más de 16 años, y jóvenes viudas, que se muestren inclinadas a las obras de piedad y caridad cristiana.
2. Se las instruiría contemporáneamente:
a) en los trabajos manuales femeninos más necesarios y más útiles;
b) en la economía doméstica (escuela de la buena ama de casa);
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c) en el arte de cuidar y asistir a los enfermos (escuela de enfermeras);
d) en el método de enseñar bien la doctrina cristiana;
e) en la propaganda social femenina, en organizar, por ejemplo, breves conferencias o buenas lecturas, etc., para las muchachas y mujeres del pueblo.
3. Completado el curso -su duración habría que decidirla según lo que se pretendiera- estas muchachas, vueltas a sus hogares, podrían hacer mucho bien en los pueblos, en las ciudades, en las aldeas, especialmente donde no hay religiosas o éstas fueran alejadas por la maldad16 de los tiempos.
4. Podrían:
a) enseñar el catecismo;
b) reunir muchachas más grandecitas, instruirlas a su vez en los trabajos femeninos,17 en la economía doméstica, facilitarles buenas lecturas;
c) asistir a los enfermos, prepararlos, cuando sea el caso, a los últimos sacramentos;
d) ser en el lugar donde residan activas propagandistas y anillo de conjunción entre un determinado pueblo y los comités centrales de las mujeres católicas o de otras asociaciones análogas;
e) encargarse de las asociaciones o pías instituciones locales, como las Hijas de María.
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9 DA usa una expresión localista.
10 DA dice hospicio.
1 Arquímedes Pasquinelli (Jesi 1874 - Roma 1918), primer presidente de la sección juvenil del comité diocesano de la Obra de los Congresos, fue amigo personal de José Toniolo (Treviso 1845 - Pisa 1918; insigne economista y sociólogo) y de Rómulo Murri (Montone Sanpietrángeli 1870 - Roma 1944; sacerdote y teórico de la Democracia Cristiana). Suspendido de la docencia estatal, por ser demasiado “papista”, decidió dedicarse de lleno a la política y al periodismo social. Desde 1903 colaboró en El mañana de Italia, una hoja política fundada en Roma por Murri dos años antes, pero pasado luego a Bérgamo tras la condena del fundador por modernismo. Colaboró sucesivamente en La hora presente, en su ciudad de origen. En un necrologio aparecido en el mismo periódico, Pasquinelli fue descrito como un «activo organizador, agitador, pobre y feliz amasador de huelgas, soldado de las luchas populares».
2 Rerum novarum (1891) de León XIII sobre la cuestión social; Graves de communi (1901), del mismo León XIII, ligada a la Rerum novarum; Il fermo propósito (1905), de Pío X, para la reorganización del laicado católico italiano tras la disolución (1904) por parte del mismo papa de la Obra de los Congresos.
3 Acerca de esta publicación quincenal [= Matilde] para la juventud femenina, nacida en Florencia y que por algún tiempo compusieron las Hijas de San Pablo, cf. La Civiltà Cattolica (cuaderno 1458, del 18 de marzo de 1911): «Tenemos ante nuestros ojos los primeros números de este periódico, venido a la luz con el año nuevo en Florencia, para servir de selecto alimento a la juventud femenina. Lo recomienda ante todo el nombre de la gentilísima heroína dantesca, con el lema simbólico “flor de flor” [flor y nata]. Y más aún lo recomienda el contenido... Sin descuidos ni pesadeces, con las materias bien dispuestas e ilustradas a veces con artísticas viñetas, con la deleitable variedad de los temas, y hasta con el atractivo de curiosidades y de juegos y premios, esta publicación, aun con la modestia del neófito, se revela un periódico bien pensado y mejor realizado... Lo saludamos y lo recomendamos a las familias de Italia y a las madres sobre todo, para que se lo procuren a sus hijas». En una sucesiva reseña de 1914, también en La Civiltà Cattolica, se informaba que dicha publicación la dirige María Ana Bettazzi Bondi y que la dirección y administración ha pasado a Turín. - A este respecto es oportuna una precisión histórica. «Las Hijas [de San Pablo] llevan la composición de la revista Matelda, la corrección de las pruebas y la redacción»: así afirmaba la Unión de Cooperadores de la Buena Prensa [UCBS], n. 10, 1923. El trabajo, aunque fue de corta duración (alrededor de un año), atestigua un compromiso en campo femenino según una declaración del P. Alberione hecha en aquel período a la Congregación de Religiosos: «Las Hijas... hacen en el campo femenino lo que la Pía Sociedad de San Pablo en el campo masculino» (cf. documento 18, p. 376, en MARTINI C. A., Las Hjas de San Pablo. Notas para una historia (1915-1984), Roma 1994).
4 En DA hay una palabra desusada.
5 Ceslas Marie Rutten nació en Terremonde (Bélgica) en 1875. Entró jovencísimo en los dominicos, prosiguió sus estudios superiores en Lovaina. Tras la licencia en teología obtuvo el doctorado en Ciencias políticas y sociales con una tesis titulada: Nos grèves houillères et l'action socialiste [Las huelgas de nuestros mineros del carbón y la acción socialista] (1900) que le valió una mención de mérito en la Cámara por el socialista Vanderveld. Para documentarse, Rutten no dudó en bajar a la mina y describir cuidadosamente las condiciones en un informe particularizado (1901).
6 DA dice Le Plaj. Frédéric Le Play, ingeniero y profesor, precursor del Movimiento social católico, nació en La-Rivière-St-Sauver el 11 de abril de 1806 y murió en París el 5 de abril de 1882. Tras la revolución de 1830 comprendió la gravedad de la cuestión social y se dedicó a estudiar la vida obrera y sobre todo la familia. Realizó una encuesta sobre una muestra de 300 familias de 1829 a 1853 (Les ouvriers européens [Los trabajadores europeos], 1855). Le Play reprochaba a la Revolución francesa al menos tres errores: a) la fe en la perfección originaria del hombre; b) la convicción de una infalibilidad individual; c) la igualdad absoluta. Tres fueron también los remedios propuestos por él: a) el respeto de Dio y de la religión; b) la obediencia como respeto del rol paterno; c) la castidad moral como respeto de la mujer. No obstante su visión social, Le Play fue poco favorable a las asociaciones, coherentemente con sus esperanzas de una reforma de la autoridad. Su riesgo fue el paternalismo.
7 Probablemente Stanislas Du Lac de Fugère, jesuita, nacido en París el 21 de noviembre de 1835, hijo de Louis-Albert, consejero en la Corte de cuentas. Hizo sus estudios en los jesuitas de Brugelette, Bélgica, y se agregó a la Compañía en 1853. Murió en París el 30 de agosto de 1909 dejando diversas obras, correspondencia y traducciones del inglés.
8 Moisés, la célebre estatua que Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) esculpió en 1515 para el monumento fúnebre del papa Julio II, y que puede admirarse en la iglesia de san Pedro ad Víncula de Roma.
9 Cf. Jn 10,10.
10 DA usa una expresión enrevesada.
11 En DA hay una palabra latinizante.
12 DA pone “costituì” (constituyó) en vez de “costituii” (constituí).
13 DA dice catequisticas.
14 Alberione se mostró particularmente sensible a este principio pedagógico de la gradualidad.
15 Cf. Mt 6,11 y Lc 11,3.
16 El término usado en DA es “tristizia” (tristeza).
17 DA emplea una palabra rara, algo así como mujeriles.