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MARÍA APOSTOL UNIVERSAL«Ella misma va de un lado a otro buscando a los
que la merecen, los aborda benigna por los
caminos y les sale al paso en cada pensamiento»
(Sab 6,16).
APOSTOLADO COMPLETO
Hablando propiamente, después de Jesucristo, una es la apóstol: María. Todos los demás
participan del apostolado de Jesucristo y de María; lo tienen en parte; María lo tiene completo, por Jesús, con Jesús, en Jesús.
Nuestra mente es demasiado pequeña y nuestras palabras resultan insuficientes; pero digamos que también el Apóstol-Jesús nos fue dado por María. A ella va nuestro amor, nuestro reconocimiento:
Deo gratias! et Mariæ! Todo dependía de su
Fiat . Así le pareció a Dios: él «quiso que todo lo recibamos por medio de María».
1Conózcase y practíquese la devoción perfecta a María, predicada con tanta sabiduría y amor por san Luis Grignion de Montfort. Pero aplíquese en todo, o al menos en el punto capital y principal: María es ante todo la apóstol: cada uno sea, pues, apóstol por María, desde María, con María.
La devoción a la santísima Virgen es un signo de predestinación; más o menos seguro, según tal devoción
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sea más o menos perfecta. Nadie, sin una revelación especial, puede estar seguro de ser predestinado; pero se dan indicios y signos , entre los cuales la devoción a María es uno de los más seguros. Así enseñan san Anselmo, san Bernardo, san Alfonso de Ligorio, san Antonino, etc. Resumiendo su doctrina, Millot escribe: «La salvación de los devotos de María ha llegado a ser una de esas verdades prácticas, demostradas por la propia persuasión de los fieles y por la predicación cotidiana de los autores sagrados. En un punto tocante al dogma o la perfección cristiana, Dios no permite el error universal del pueblo cristiano...». San Pedro Damián escribe: «En el día del juicio no podrá ser condenado quien durante su vida se ha asegurado la protección de la santísima Virgen María».
Quienquiera que sea cristiano y cree en Dios, deje obrar en sí mismo a este Dios, infinitamente activo y difusivo: el bien, la verdad, el amor 2 tienden a difundirse, como la luz del sol, como el calor del fuego, como la potencia respecto al acto.
Jesucristo, apareciéndose a su confidente santa Margarita Alacoque, dice: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres... Y no pudiendo contener y comprimir la llama de este amor, tiene que manifestarla a los hombres».
El apostolado es una gran luz y una gran caridad que se muestra por el exceso; como una recipiente se desborda cuando está demasiado lleno.
María es la apóstol de todos los tiempos. Apareció como la esperanza de la humanidad en el paraíso terrestre,
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cuando Dios la anunció como la Mujer, Madre de un gran Hijo, el Salvador. Da la sensación de que Dios quería ya entonces poner de relieve sobre todo la obra de María: «Ella te aplastará la cabeza».
Desde aquel momento Adán y Eva y sus descendientes comenzaron a esperar y desear la aparición de esta Mujer que iba a dar el Restaurador de la vida.
Llegada la plenitud de los tiempos, he ahí que María nos da el Salvador del mundo: «La Virgen dio a la luz al Eterno, teniendo el gozo de la maternidad y conservando el honor de la integridad: algo nunca concedido antes ni que se concederá después» (Ant. 2 ad Laudes de Navidad).
Después, a lo largo de los siglos, María, desde su trono de gloria y de gracia, distribuye las gracias; lo cual significa que salva las almas. Es la apóstol de todos los tiempos, hasta que se complete el número de los elegidos y de los siglos.
Apóstol universal . – Lo da todo: todo bien. Santo Tomás de Aquino obtiene y explica el conocimiento de Jesucristo-Verdad, por la dogmática; san Alfonso de Ligorio obtiene y explica el conocimiento de Jesucristo-Camino por la moral; san Francisco de Sales y san Juan de la Cruz obtienen y explican el conocimiento de Jesucristo-Vida con la ascética y la mística.
Hay siete obras de misericordia corporales: 1) Dar de comer a los hambrientos; 2) dar de beber a los sedientos; 3) vestir a los desnudos; 4) dar posada a los peregrinos; 5) visitar a los enfermos; 6) visitar a los encarcelados; 7) enterrar a los muertos.
Hay siete obras de misericordia espirituales:
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1) Aconsejar a quienes lo necesitan; 2) enseñar a los ignorantes; 3) corregir a los pecadores; 4) consolar a los afligidos; 5) perdonar las ofensas; 6) soportar pacientemente a las personas molestas; 7) rogar a Dios por los vivos y los muertos.
María nos da todo esto dándonos a Cristo. Es decir, nos da la planta misma de la que penden estos frutos. Es el candelabro que sustenta la lámpara. «Ella derrama en el mundo esta luz de verdad»; ella es «la sede de la sabiduría». Todo debe instaurarse en Cristo; pero la Virgen nos dio al propio Cristo.
INTERCESIÓN DE MARÍA
Más aún: su intercesión es universal por ser Madre de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia. Aquí en la tierra el hombre debe vivir una vida sobrenatural de fe, de esperanza, de caridad, pues está destinado a ver, poseer y gozar a Dios. Y bien, la obra de la revelación, de la justificayción y de la santificación cumplida por Jesucristo tiene comienzo en aquel «aquí está la esclava del Señor; cúmplase en mí su divino querer»; y el Verbo se hizo carne en María; vivió entre los hombres. Los bienes que hay en la Iglesia parten del regazo, del corazón de María inmaculada.
«Si en nosotros hay esperanza, si en nosotros hay gracia, si hay principio de salvación en nosotros, sabemos que todo nos viene de María» (san Bernardo).
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TODO APOSTOLADO
Ha habido muchos apóstoles, pero todos tomaron de María luz y consuelo, vocación y frutos de apostolado.
Jesús había llamado a los primeros discípulos, que le siguieron sin entender bien quién era. La bondad de Jesús les había como subyugado. Pero en Caná, por intercesión de María, se realiza el gran prodigio del agua cambiada en vino. Y entonces creyeron en él los discípulos; creyeron que era el Mesías, Dios.
Tras la ascensión de Jesús al cielo siguió cierta desorientación; pero la Virgen, como «corazón de la Iglesia», confortó, animó, hizo orar. Dice el cardenal Lepicier: «Ciertamente se puede creer con seguridad que la Virgen precedió cuanto hizo Jesucristo por la salvación de los hombres, como puede verse, por ejemplo, en la bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles y los discípulos, según la clara narración de la Escritura sagrada». Así bajo la sombra benéfica de María iniciaron su vida apostólica.
Esto se repite para los apóstoles de todos los tiempos.
Vale el principio de san Luis Grignion de Montfort, genio de la verdadera y perfecta devoción a María: «Por medio de María vino a nosotros Jesús; e igualmente por medio de María vamos nosotros a Jesús».
En 1400 san Bernardino de Siena fue el restaurador de la vida cristiana y de las buenas costumbres en Italia, en el nombre de Jesús. Su éxito lo revela una confidencia hecha, cuando tenía unos doce años,
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a su prima Tobia: «Estoy tan enamorado de una nobilísima Señora, que daría con gusto mi vida por gozar de su presencia; y si pasara un día sin verla, no podría pegar ojo». La Señora era María.
En 1827 san José Benito Cottolengo, sacerdote de Bra, daba en Turín comienzo a una obra que es un monumento viviente y milagroso de caridad con los pobres y de confianza en Dios. Él mismo es un prodigio de confianza en María. Nacido junto a la Virgen de las Flores, ya de pequeño era apóstol de María; obtuvo de ella inteligencia para el estudio; por María conoció el plan de su obra; en la casa, que alberga a 14.000 personas aunque se llama pequeña ,3 María lo es todo: portera, ecónoma, consoladora, Madre de la divina gracia.
San Francisco de Sales es el apóstol del Chiablese y de una devoción verdadera y suave. Había sido ofrecido a María aun antes de nacer. En París, en Padua, fue librado por María de graves peligros para el alma: conservó la inocencia hasta la tumba. Por voto, rezaba el rosario entero cada día. Convirtió el territorio del Chiablese; fue obispo insigne en Ginebra; y por sus escritos es doctor de la Iglesia.
San Francisco de Asís es el apóstol de la caridad, pero también el devoto apóstol de Santa María de los Ángeles.
Santo Domingo es el apóstol de la verdad, pero asimismo el piadoso apóstol de la devoción del rosario.
San Juan Bosco es el apóstol de la juventud, pero también el ferviente e incansable apóstol de María Auxiliadora.
San Ignacio comenzó su gran obra a los
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pies de la santísima Virgen en el santuario de Monserrat.
Los Siete Santos Fundadores de los servitas comenzaron a los pies de la santísima Virgen.
San Vicente Paúl empezó a los pies de la Virgen.
San Alfonso de Ligorio es el autor de Las glorias de María , y el fundador de los redentoristas.
San Juan evangelista es el primer revelador del corazón de Jesús; es el mártir que murió de muerte natural; es el apóstol predilecto; el profeta de la Iglesia; pero también el virgen a quien Jesús confió a la santísima Virgen y que vivió con María muchos años.
Tenemos cuatro santos, entre otros, protectores y modelos de modo especial para la juventud: san Luis Gonzaga, san Estanislao Kostka, san Juan Berchmans y san Gabriel de la Dolorosa: nacieron, crecieron y se santificaron enteramente por obra de María, comportándose como verdaderos hijos suyos.
María formó también a pequeños apóstoles, hombres y mujeres.
Ahí está santa Bernardita Soubirous, la apóstol de la Inmaculada; fue elegida de niña, cuando no había hecho aún la primera comunión, ni sabía leer y escribir. Pero ya era devota de María.
Ahí están los tres muchachitos sencillos y rudos pastorcillos de Fátima, constituidos apóstoles del Corazón inmaculado de María.
Ahí está santa Catalina Labouré, apóstol de la Medalla milagrosa. Pío XI dijo de ella: «Para esta alma todo se apoya en un mundo de pureza, de humildad, de sencillez».
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Hoy vemos una magnífica floración de institutos religiosos femeninos, de jóvenes y jovencitas, de mujeres hechas apóstoles ardientes y humildes: en las escuelas, en las obras caritativas, en la prensa, en las misiones, en varias ramas de la Acción Católica. Y todas conectan con María: ella es la luz, el consuelo, la maestra y la apóstol universal.
PARA TODOS
María extiende su apostolado también en el purgatorio . De dos modos: allí hace sentir su ternura mitigando las penas de las almas que cumplen su última preparación para entrar en el paraíso. Dice san Vicente Ferrer: «María es buena con quienes están en el purgatorio; de ella reciben alivio». Además acelera el fin de aquellas penas; en este sentido la Iglesia reza por los difuntos, para que, «por intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, [Dios] les conceda llegar a la posesión de la eterna felicidad».
Gran apostolado es el de los enfermos, o mejor aún el de los moribundos. El protector es san José. Pero la muerte más santa fue la de María; y por ello siempre rezamos: «Santa María... ruega por nosotros... en la hora de nuestra muerte».
Son ciento ochenta mil personas las que cada día pasan a la eternidad. Del último sentimiento depende una irremediable eternidad. María asistió solícitamente a su Hijo moribundo en el Calvario; así acude también al lecho de cada moribundo.
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María tiene cuidados para todos : el suyo no es un apostolado seccionado: juventud, ediciones, misiones, sino que los ejerce todos, asiste a todos los apóstoles. Convierte a los pecadores, guía a quien comienza el camino de la perfección, cuida a los perfectos. Protege a los huérfanos; conserva la inocencia frente al pecado; da fuerza a los jóvenes que luchan; asiste a los llamados a la vida religiosa y sacerdotal; inspira a los novios y bendice a los esposos; extiende su manto sobre el niño recién nacido y sobre los padres que le contemplan en la cuna. Los viejos, los pobres, los enfermos son consolados por María. Los gobernantes, los maestros, los sacerdotes, los misioneros, los jueces, los comerciantes, los viajeros por tierra, mar o aire: todos gozan de sus cuidados. Toda gracia viene de María; porque ella tiene toda gracia. Interviene incluso en cosas que podrían parecernos menos dignas de una reina. Ahorró a los esposos de Caná el rubor de tener que confesar su pobreza por haber faltado el vino. Santo Tomás dice que entonces María se mostró mediadora de toda gracia. Así se explica que sobre la santísima Virgen haya escritos más de cuarenta mil volúmenes.
En todas las grandes obras de la Iglesia, en todas sus magníficas instituciones, en todas sus iniciativas de apostolado, buscad a la mujer : María. ¡Qué grandiosa se presenta la figura apostólica de María! No se desenvuelve en un campo determinado, sino que da todo el bien. Y si el mundo tiene algo de bueno, búsquese en la fuente: es María; así como el principio es Dios.
Quien desee ejercer un apostolado y no se dirija a María, es como un pájaro que pretende volar sin alas.
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Considerad a Jesucristo como el Apóstol y el pontífice de toda la religión. Pero considerad a la vez que todo apostolado y todo apóstol, en todo tiempo y lugar, nace en el corazón de María, se nutre y se cría gracias a María, obra bajo la sombra benéfica de María. ¡Benditos los frutos del seno de María! Son preciosos, son muchos, son estables.
Con María todo; sin María nada.
Al principio y antes de los siglos María existía en la mente de Dios como la apóstol; «en la morada santa servía»; y en el plan creativo y en el designio redentivo ya estaba pensada y preparada la apóstol de la humanidad, la Madre del Apóstol y pontífice Jesucristo, la Madre de todo apóstol; la luz, la guía, la auxiliadora de todo apostolado.
Quienes trabajan en el apostolado recen a menudo la Coronita a María Regina Apostolorum. .4
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1 «Totum nos habére vóluit per Maríam».
2 Bonum, Véritas, Ámor.
3 Es la “Pequeña Casa de la divina Providencia”.
4 Está al final de estas meditaciones, antes del Apéndice.