a sus ángeles; elige a sus apóstoles; suscita almas generosas, milicia de la fe y del amor.
¡Fe! Jesucristo es más potente que el demonio.
¡Fe! Tenemos medios potentes: la oración, el ejemplo, la palabra, la prensa, el cine...
¡Fe! Nos guía una Reina que venció sobre todas las herejías; una Reina que derrotó a ejércitos fortísimos; una Reina que precede y conforta; una Reina que vence y salva; una Reina que tuvo de Dios una misión perpetua: aplastar la cabeza a la serpiente engañadora.
«¡Devolvednos a la Virgen!...». Es el grito de un protestante. Apenas entró en una iglesia de su secta notó un desolador vacío: «¡Devolvednos a la Virgen!», gritó enseguida.
¿Pueden los católicos hacer suya tal invocación? Al menos en parte, aunque con otro sentido. Pues, aun teniendo iglesias e imágenes de la Virgen, en el santuario del alma, tal vez María está ausente. Es necesario el vital espíritu mariano, el verdadero espíritu de humildad, de sobrenaturalidad, de amor, de confianza, que forma al cristiano. Es necesaria la vida interior que fecunda la actividad y el apostolado del cristiano.
Nuestra responsabilidad es grande, porque tenemos un medio fácil y seguro para llevar el mundo a Jesucristo: pasar por el camino indicado: María.
Quien va a María, hallará a Jesucristo.
Hay que caminar hacia Dios por María; ir adelante en las santas conquistas bajo la bandera de María, Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles.
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