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DISPOSICIONES PARA EL APOSTOLADO«Está vestida de fuerza y dignidad, sonríe ante el
día de mañana.
Abre la boca juiciosamente y su lengua enseña
con bondad» (Prov 31,25-26).
DISPOSICIONES DE LOS LLAMADOS
Principio fundamental: prácticamente no cabe separar, en el verdadero apóstol, la santificación propia y el celo. El apóstol produce frutos porque es un sarmiento unido a la vid; porque es un curso de agua alimentado por la fuente; porque es corriente de luz y calor en conexión con la central de producción.
El fruto es proporcionado a la alimentación de la raíz. Tratándose de frutos de vida definitiva [se requiere] una alimentación sobrenatural. Si el apóstol aporta sus condiciones, tratará de trabajar dignamente y de cuidarse a sí mismo; entonces el fruto llegará siempre, visible o invisible, pronto o tarde. Incluso muriendo se salva: así nos salvó Jesús, muriendo; san Esteban obtuvo la conversión de san Pablo; la sangre de los mártires es semilla de cristianos.
Hay tres disposiciones que hacen seguro y fructuoso el trabajo del apóstol: abandono en Dios, fortaleza, castidad. Las encontramos plenamente en la santísima Virgen.
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PRIMERA DISPOSICIÓN
Abandono en Dios significa trabajo generoso, dejando a Dios el cuidado de nosotros mismos, de nuestra salud, fama y porvenir; también el éxito o el fracaso externo de nuestro apostolado ante los hombres.
Es utilísimo recordar cuanto afirma san Gregorio Magno: «No es gran cosa dejarlo todo; lo grande, en cambio, es dejarnos nosotros mismos».
El abandono personal en Dios es condición para hacernos santos.
El abandono del apóstol en Dios es condición para el fruto de sus fatigas y obras.
Jesús mostró este abandono en las manos del Padre: «Él callaba» ante los acusadores (Mt 26,36). Ejemplo admirable, preanunciado ya por Isaías: «Maltratado, aguantaba, no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador».1 Hasta «Pilato estaba sorprendido» (Mc 15,5).
El apóstol trabajará con corazón ardiente; el campo puede ser árido o fecundo; el demonio puede desencadenar oposiciones y luchas; Dios puede incluso contentarse del deseo; se puede morir como Jesús en la cruz... Pero el mérito personal no se perderá; la semilla arrojada podrá germinar y fructificar de mil modos... Hay que trabajar siempre y abandonarse en Dios, dejando todo cuidado al único que puede dar el incremento.
San Pablo, paragonando sus fatigas apostólicas con las de los demás apóstoles, constataba haber trabajado más que todos: no por orgullo,
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sino para dar gloria a Jesucristo. Sembró de Iglesias el Oriente, aunque en cada una de esas Iglesias fundada por él, no recogía más que dolores, contradicciones, persecuciones, golpes, cárceles.
Era la parte que Jesús había anunciado hablando con Ananías: «Yo le mostraré cuánto tiene que sufrir por ese nombre mío».2
No es de extrañar, porque el discípulo seguirá al Maestro: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán».3 Simeón había profetizado de Jesús: «Será una bandera discutida».4
La redención se realiza con el sufrimiento: es expiación, reparación, sacrificio, satisfacción: «Sin derramamiento de sangre no hay perdón».5
María debía realizar el más grande apostolado: más aún, ser la apóstol. Se declaró la sierva del Señor, de la que él podía, pues, disponer libremente, a su gusto. Ella lo aceptaba todo. Pruebas continuas, el rechazo de los betlemitas, la huida a Egipto, la pérdida del Niño en el templo, los misterios y los dolores de la vida privada de Jesús: «¿No sabíais...?».6
En la vida pública vio a Jesús muchas veces contestado, abandonado, perseguido. En la pasión el alma de María fue traspasada por la espada del dolor... Sin embargo, ni un lamento, ni una oposición, ni un desaliento. Su abandono en Dios era mayor que su dolor; nunca falló el «cúmplase en mí lo que has dicho».
Toda la obra de Jesús pareció, como poco, completamente destruida: porque la grey estaba dispersada, los apóstoles miedosos y escondidos, Jesús expirando en la
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cruz, los enemigos ufanos por el momentáneo triunfo. María estaba desolada, pero no desesperada. Cada sufrimiento suyo era apostolado, luz, vida, salvación para las almas: podríamos decir que nunca estaba ella más segura de la redención del mundo y de las almas.
Jesús la constituyó Madre de los hombres. Subiendo él al cielo, la dejó para confortar a los apóstoles; María tuvo que aguardar mucho antes de reunirse de nuevo con su Hijo amadísimo en el paraíso... Ella no deseaba ni rechazaba una u otra cosa: ansiaba sólo el divino querer, segurísima de que todo iba a beneficio de las almas. Todo: triunfos y humillaciones, gozos y penas; todo coopera al apostolado, y cuando no hay otro en la tierra, queda aún y siempre el apostolado más salvífico, el del sufrimiento. Al terminar éste, el apóstol alcanza el cielo, donde ejercitará un apostolado nuevo, más eficaz, más amplio: la intercesión. «Yo ocuparé mi eternidad en dejar caer sobre la tierra una lluvia de rosas», decía santa Teresita.7
SEGUNDA DISPOSICIÓN
Fortaleza : en soportar, inmolarse y continuar... no ya en combatir y humillarse. Fortaleza en perseverar: «Van dando fruto con su constancia».8
Fortaleza en renunciar cada vez más a nuestra comodidad, a nuestro dinero, a nuestras preferencias: «Hecho todo a todos».9
Fortaleza en buscar siempre nuevos medios, inventivas, cooperadores: «Con muchísimo gusto gastaré y me desgastaré yo mismo por vosotros. Os quiero demasiado.
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¿Es una razón para que me queráis menos?».10
«Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará?», pregunta la Escritura.11 Su valía supera a cualquier tesoro, incluso raro. Ello significa que la mujer fuerte es más rara que una perla o una piedra preciosa.
En el Antiguo Testamento una de estas raras y admirables mujeres fue Judit. Con fina astucia supo ganarse la simpatía de Holofernes, que amenazaba el exterminio de Betulia y de todo el pueblo hebreo. Matando a Holofernes puso en fuga a todo el ejército asirio. La ciudad y el pueblo de Dios se salvaron.
La Judit del Nuevo Testamento es María santísima, que salvó a todo el género humano, consintiendo en la encarnación y ofreciendo al Hijo mientras éste pendía de la cruz.
Por eso se le aplican muy bien a María las alabanzas que Ozías, príncipe del pueblo de Israel, elevó a Judit. La Iglesia dice en la fiesta de los Dolores (15 de septiembre): «Que el Señor te bendiga, hija, más que a todas las mujeres de la tierra. Bendito el Señor, creador de cielo y tierra, que enderezó tu golpe contra la cabeza del general enemigo. Los que recuerden esta hazaña de Dios jamás perderán la confianza que tú inspiras. Que el Señor te engrandezca siempre y te dé prosperidad, porque no dudaste en exponer tu vida ante la humillación de nuestra raza, sino que vengaste nuestra ruina procediendo con rectitud en presencia de nuestro Dios» (Jdt 13,18-20).
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TERCERA DISPOSICIÓN
Pureza . Sólo las almas puras son fuertes y apóstoles.
¿Qué explicación cabe dar a tal valentía y fuerza? La da la propia Escritura. El sumo sacerdote desde Jerusalén se fue a Betulia para dar las gracias a Judit, y a una voz, junto con el pueblo, cantó: «Tú eres la gloria de Jerusalén, la gloria de Israel, el orgullo de nuestra raza. Has actuado varonilmente , tu corazón estuvo lleno de valor porque has amado la castidad. Después de la muerte de tu marido no conociste a ningún otro hombre; por eso el Señor ha hecho por tu medio grandes cosas y serás bendecida siempre» (Jdt 15,9ss).
Judit misma juró ante Dios que el Señor no había permitido que fuera seducida por las adulaciones de Holofernes; había regresado sin pecado.
Es fácil ver en la Judit del Antiguo Testamento figurada a la del Nuevo, es decir a María santísima, que estaba intrépidamente en el Calvario y ofrecía a su Hijo al Padre celeste en holocausto para la redención del mundo.
La explicación de su heroísmo, que la hizo Reina de los mártires, está también en la pureza y limpidez de la purísima concepción. Desde aquel momento aplastó la cabeza a la serpiente.
Jamás fue ella esclava del demonio; siempre triunfó sobre Satanás, desde el primer instante de su concepción. Contraste profundo con Eva, dice san Agustín. Por una mujer la muerte; por una
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mujer la vida; por causa de Eva la ruina, por causa de María la salvación.
Junto a María en el Calvario se halla Juan, único de los Doce, el más fuerte y valiente. Era el discípulo predilecto por su pureza. Jesús moribundo le confió a su Madre. «Encomendó al virgen Juan su Madre Virgen».12
La Iglesia prescribe la observancia del celibato a los sacerdotes para que estén libres y ejerzan su misión sacerdotal y apostólica con valentía.
Si quisiéramos examinar la vida de los santos, de los hombres apostólicos, de los héroes y bienhechores de la humanidad, hallaríamos que fueron fuertes por ser sobrios y castos.
Es instructivo el comentario de san Gregorio Magno al texto del evangelio de san Lucas (12,35): «Tened la cintura ceñida y encendidas las lámparas». «Dos cosa quiere el Señor: la cintura ceñida y las lámparas encendidas: o sea, sed limpios por la pureza, sed ardientes en las obras de celo.
Al Señor no se le puede agradar si falta una de las [dos] cosas: o la castidad o la acción. Por eso de nada aprovecha una sin la otra. En cambio, si están las dos, hay seguridad del premio eterno».
MIRAR A MARÍA
La Virgen-apóstol es modelo para cuantos ejercen cualquier actividad de celo, por su pureza, su fortaleza, su celo.
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El hombre casto es fuerte; porque sabe dominar la propia carne, resistir a los atractivos del mundo, resistir a las seducciones del infierno.
El hombre casto es fuerte. Por su pureza ama a Dios y al prójimo, como se ama a sí mismo, a la propia alma.
El hombre casto es fuerte: por eso se muestra generoso en los sacrificios para salvar a los demás y santificarse él mismo.
En cambio, la incontinencia y la impureza ofuscan el juicio, debilitan la voluntad, enflaquecen el sentimiento.
La persona impura busca los cuerpos en vez de las almas; busca los goces terrenos en vez de los bienes eternos. Pierde el reflejo de lo divino que conquista y salva.
San Pablo escribe: «El hombre mundano no acepta las cosas del Espíritu de Dios; son locura para él y no puede entenderlas» (1Cor 2,14).
El divino Maestro decía de los puros: «Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios».13
Castidad conservada o castidad reparada es de veras necesaria para tener la nobleza de los sentimientos del apóstol, la fortaleza en trabajar, las divinas bendiciones, la eficacia sobre los corazones.
De dos maneras se puede reproducir una estatua: o trabajando un mármol con el escalpelo; o bien preparando una forma o molde y echando dentro metal fundido o yeso. El primer modo es largo y fatigoso; el segundo fácil, rápido, agradable . Si el apóstol se forma a ejemplo del apostolado de María, hallará fácil ejercer eficazmente su ministerio en las almas. María es el verdadero molde o forma para las almas, preparado
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perfectamente por el Espíritu Santo. Las almas entregadas a María se funden fácilmente en ella; el apóstol trabajará fácilmente, velozmente, seguramente. Otros caminos son largos, fatigosos, costosos.
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1 Is 53,7.
2 He 9,16.
3 Jn 15,20.
4 Lc 2,34.
5 «Sine sánguinis effusione, non fit remissio» (Eb 9,22).
6 «Nesciebátis...» (cf Lc 2,49).
7 Nuestro pensamiento va a una parecida promesa del P. Alberione septuagenario: «Pretendo pertenecer a esta admirable Familia Paulina: como servidor ahora y en el cielo, donde me ocuparé de quienes emplean los medios modernos más eficaces para el bien ...» (AD 3).
8 Lc 8,15.
9 «Ómnibus omnia factus» (1Cor 9,22).
10 «Impéndam et superimpéndar ipse pro animabus vestris...» (2Cor 12,15).
11 «Mulíerem fortem quis invéniet?» (Prov 31,10).
12 «Matrem Vírginem, Vírgini commendávit» .
13 Mt 5,8.