Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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APOSTOLADO DE LA ACCIÓN:
PREPARACIÓN DE LA VÍCTIMA


«Cuando llegó el tiempo de que se purificasen
conforme a la Ley de Moisés, llevaron al Niño a
la ciudad de Jerusalén para presentarlo al
Señor, tal como está prescrito en la Ley del
Señor: Todo primogénito varón será consagrado
al Señor» (Lc 2,22-23).


QUÉ ES

María en la anunciación nos redimió por medio de Jesucristo.
Jesucristo es el Redentor; María la corredentora.
Jesucristo nos rescató: «Con su sangre nos ha obtenido la liberación, el perdón de los pecados; muestra de su inagotable generosidad» (Ef 1,7).
En otras palabras, enemigos como éramos, fuimos reconciliados por la muerte de Jesucristo. Pero nuestra reconciliación depende de algún modo de María . Ella nos ha conservado siempre espiritualmente a su lado, unidos en el mismo intento misericordioso, viviendo días y horas de angustia, especialmente en el Calvario, traspasados juntos [ella y el Hijo] en el corazón y en el alma.
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En los actos que causan y aplican la redención están siempre juntos Jesús y María. María tiene una parte importantísima, indispensable no de suyo sino según la divina economía; es autora, pues, con Jesús y después de él, de nuestra salvación eterna. «Reina y madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra».

CÓMO OBRÓ MARÍA

En la encarnación se preparó la Hostia del sacrificio. Dice san Pablo: «Dada la insuficiencia de los antiguos ritos, Jesucristo, al entrar en el mundo, dijo a su eterno Padre: Tú no has querido ni sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo para ser inmolado» (cf Heb 10,5). Con las primeras palabras quedan abrogadas las antiguas ofrendas; con las últimas se sustituyen con la Hostia nueva, santa, agradable a Dios. Y esta Hostia fue preparada con la participación de la voluntad y la acción de María.
María dio el consentimiento con un acto consciente y libre, concienzudo y amoroso. Ella hizo posible la existencia de Jesús, Dios y Hombre a la vez, y consiguientemente de su obra redentora.
He aquí el hecho de la anunciación: «A los seis meses [del anuncio hecho a Zacarías], envió Dios al ángel Gabriel a un pueblo de Galilea que se llamaba Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. Entrando adonde estaba ella, el ángel le dijo: Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. [Bendita tú entre las mujeres]. Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo
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era aquél. El ángel le dijo: No temas, María, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a concebir en tu seno y a dar a luz un hijo, y le pondrás de nombre Jesús. Éste será grande, le llamarán Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. María dijo al ángel: ¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?. El ángel le contestó: El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer le llamarán ‘Consagrado’, ‘Hijo de Dios’. Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible. Respondió María: Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel la dejó» (Lc 1,26-38).
María supo quién debía ser su hijo: el Hijo del Altísimo, el Santo por excelencia, el Mesías, el Salvador, el nuevo Rey. Dependía de María permitirle (la palabra es exacta) venir al mundo y cumplir la misión a él confiada por el Padre. El Padre, el Hijo, el Espíritu Santo respetaban la libertad.
También nosotros somos libres de permitir a Dios la entrada en nuestro corazón. María quedó admirada, pidió explicaciones; y pronunció luego su fiat .
Nuestra salvación dependió enteramente de María. Escuchemos a san Bernardo que habla así con ella: «Mira que se te ofrece el precio de nuestra salvación. Si consientes, enseguida seremos liberados. Nosotros, hechos por el Verbo eterno, estamos muertos
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en el alma: tu puede devolvernos la vida. Y bien, suplicante, la humanidad te pide este : Adán, Abrahán, David, los patriarcas, todo el género humano, aguardan postrados a tus pies... No retrases, oh María, tu respuesta al ángel... Todos aguardan. El mismo Rey y Señor del universo, enamorado de tu belleza, te solicita por medio del ángel. En tu está puesta nuestra salvación».1
Aunque hubiera terminado aquí la obra de María, ella sería ya la corredentora, el apóstol de la gloria de Dios, de la salvación eterna y de todo bien para los hombres. Pero veremos que su obra siguió y continuará hasta que se cumpla el número de los elegidos.

ACTIVIDAD DE MARÍA

Mirad a María: a la vida contemplativa une la vida activa. A las delicias de la unión mística une las fatigas de las obras; a la oración añade la acción. «Por mi parte –dice san Pablo– con muchísimo gusto gastaré y me desgastaré yo mismo por vosotros» (2Cor 12,15).
El alma con la contemplación se nutre, pero con el apostolado se da: «Como es cosa mayor iluminar que simplemente resplandecer, así es también cosa mayor ofrecer a los demás lo que se ha contemplado que el mero contemplar». Así dice santo Tomás de Aquino.
Y aquí calza el pensamiento del P. Mateo Crawley, el apóstol de la consagración de las familias al sagrado Corazón de Jesús. Y se aplica maravillosamente a María: «El apóstol es un cáliz lleno hasta los bordes de la gracia de Jesucristo;
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la sobreabundancia se revierte en las almas. El corazón de María estaba lleno de Dios: lo revertió sobre la humanidad atormentada por la fiebre de los vicios. La excelencia de este ministerio de María está en que ella proveyó a la salvación de todos, sin detrimento para su alma, antes bien con ganancia. Es bueno llevar a la santísima Trinidad en el corazón; pero mejor es hacer al prójimo partícipe de ella. El sacerdote en la santa misa es el ideal: se nutre de Dios; luego, sin división de bienes da la plenitud de este Dios en comunión a cada uno de los fieles».
Jesucristo, la Virgen, los apóstoles han llevado una vida contemplativa y activa a la vez; y sin duda han escogido el camino mejor.
San Pedro Crisólogo dice: «Habéis oído, hermanos, cómo el ángel trató con la mujer la redención del hombre... Es porque un día el demonio trató con Eva su ruina».
Santo Tomás da la razón de conveniencia de este fiat de María: Se trataba de una especie de matrimonio espiritual entre la naturaleza humana y la naturaleza divina en la unidad de persona: María daba el consentimiento en nombre de la humanidad.
Bossuet escribió: «La encarnación del Verbo y la redención del hombre fueron dejadas por Dios a la libre voluntad de María. ¡Parecería exagerado! Más bien, el ángel debería haber anunciado el mandato de Dios en vez de pedir y aguardar el consentimiento. ¡Pero tal es el estilo de Dios! Él ha dado al hombre inteligencia y voluntad, que no quedan suprimidas por los mandamientos, los consejos y los deberes de estado; éstos solicitan al contrario la libre cooperación del hombre para salvarse».
De este modo el hombre puede merecer y ganarse el paraíso.
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Nota san Ireneo: «Como Eva, por la desobediencia, a la que arrastró también a Adán, arruinó al mundo, así María santísima por su fiat, que atrajo del cielo al Hijo de Dios, salvó a todos los hombres».
Un fiat, ¡sí!, de gran gloria a Dios.
Un fiat, ¡sí!, capaz de destruir el pecado, vencer al demonio y reabrir el cielo a las almas.
Un fiat, ¡sí!, que abre el cielo y hace que el Hijo de Dios, baje, se rebaje, se vista de la naturaleza humana, nazca para morir.
Todos los bienes de gracia, de santidad, de verdad, de gloria, pasaron con Jesucristo por las manos de María. Todo se lo debemos a María.
María fue el camino recorrido por Dios para venir a nosotros; ella fue la Mediadora, fue la Madre de la gracia.
La Iglesia, usando las palabras del Eclesiástico,2 canta así de María: «El Señor dio a María la bendición para todas las gentes» (cf 44,25 Vulgata).
Un fiat, ¡sí!, que constituye el primero de los actos del apostolado de María, pues introduce a Dios salvador en el mundo. ¡Qué apostolado! De allí en adelante la vida de María se puede titular: «Hechos (obras) del apostolado de María», pero aquí tenemos el primero; los demás son de la misma naturaleza: corredentores.
María es el apóstol, la Reina del apostolado, la Reina de todo apóstol.
Este fiat fue el apostolado más perfecto, más conforme a la divina voluntad, inspirado en gran amor y gran prudencia.
María se ponía toda ella al servicio de la humanidad: gozos santos, dolores, pruebas, espasmos engarzados a esta misión: todo lo aceptaba con su grandeza de alma.
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Un fiat, ¡sí!, revelador del heroísmo y del espíritu de apostolado del corazón de María.

¡ACTUEMOS!

¡Cuántas veces pide Dios nuestro asentimiento para alguna obra de apostolado! Los corazones generosos están prontos: «A punto está mi corazón»; 3 los corazones indiferentes encuentran excusas aun donde en realidad hay sólo pereza, miedo a la fatiga, a la humillación, al sacrificio. Hay que responder: «Yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava».4 Es la respuesta de María: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho».5
Sí, nuestro corazón esté pronto a todo querer divino: mandamientos, consejos, disposiciones de Dios. ¡Siempre sí! Y cuando, a punto de morir y ante la puerta de la eternidad, pediremos a Jesús su asenso para entrar, nos responderá con un amabilísimo, eterno sí.
«Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, a la gloria de su resurrección».
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1 Discurso “In adventu Dómini, super Missus est” .

2 Eclesiástico, libro bíblico que ahora suele llamarse Sirácide.

3 «Paratum cor meum: Mi corazón está firme» (Sal 57/56,8).

4 Sal 116/115,16.

5 «Ecce ancilla Dómini fiat mihi secundum verbum tuum» (Lc 1,38).