Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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XXIV
MARÍA Y EL APOSTOLADO FEMENINO


«Os recomiendo a nuestra hermana Febe,
diaconisa de la Iglesia de Cencreas; recibidla
como cristianos, como corresponde a gente
consagrada; poneos a su disposición en
cualquier asunto que necesite de vosotros, pues,
lo que es ella, se ha hecho abogada de muchos,
empezando por mí» (Rom 16,1-2).


LA MUJER APÓSTOL

«Dios mío, puesto que no estoy destinada a ser tu esposa, abrazaré el estado conyugal para cumplir en él vuestra santísima voluntad. Dame, pues, te lo pido, muchos hijos y que se consagren todos a ti». Así oraba la madre de santa Teresa del Niño Jesús. Nueve flores brotaron de su unión conyugal: cuatro volaron pronto al cielo, con los ángeles. Las otras cinco florecieron, parte en los vergeles perfumados del Carmelo y parte en los de la Visitación. Entre los frutos, el más granado fue santa Teresa.
La mujer tiene una gran misión en la familia,1 que es su primer y propio campo. Decía Pío XI a las Mujeres de Acción Católica el 17-9-1922: «Vuestro particular propósito es la defensa de la familia en todas las contingencias en que sea amenazada de daño; defensa religiosa, moral, cultural, económica, y cualquiera otra que se presente. Defensa que no significa limitarse a impedir
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el mal, sino que requiere sobre todo fomentar y multiplicar el bien. Es verdaderamente digna de vuestro quehacer la familia, raíz primera de la sociedad; garantía y peligro de todo el bien o de todo el mal que puede acaecer a un pueblo; sagrario de todas las virtudes religiosas y ciudadanas; privadas, públicas y políticas».
En la familia la mujer puede, espiritualmente, más que el hombre.
Puede ser apóstol como hija, como esposa, como madre.
Como hija . – La idiosincrasia de una hija parecería ser sólo la de una humilde obediencia, y no la del celo. La primera condición, en general, predomina; pero el celo es siempre posible, al menos en cierta medida; y a menudo resulta más eficaz por ser más humilde con los hermanos, los padres, la servidumbre, los de fuera.
Con los hermanos . – Hubo muchas jovencitas que sustituyeron a los padres difuntos o inhábiles para criar bien física y moralmente a los hermanos, sacrificándolo todo por ellos y obteniendo resultados admirables. Otras asociaron el propio quehacer al de los padres; obtuvieron mucho con el ejemplo, las buenas palabras, los modos sugerentes. A una de tales jóvenes se la llamaba el ángel de la paz, casi venerada y siempre querida por los hermanos a quienes había conquistado poco a poco con su generosa entrega.
Con los padres . – No es maestra sino hija sumisa para con ellos. La oración, el ejemplo de vida retirada, laboriosa, piadosa, la paciencia serena... consuelan, edifican, elevan moralmente. Quizás tenga sólo el consuelo de verlos morir
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reconciliados con Dios; pero esto supone tal ganancia que no son inútiles los muchos gemidos y los frecuentes sacrificios.
Con la servidumbre y los vecinos . – El espíritu cristiano se demuestra en el respeto, en el amor y en las atenciones caritativas con las personas dependientes, los vecinos, las personas que tratan con nosotros en muchas circunstancias. Y todos estos deberes bien cumplidos hacen estimar siempre y amar la religión y a las personas religiosas; consuelan en las vicisitudes de la vida, elevan el pensamiento hacia el cielo. En casa, en sociedad, en la oficina, la joven buena esparce un perfume que causa admiración y gana a la gente, sobre todo cuando tal actitud es sincera y natural.
Como esposa . – Se ha escrito: «Los hombres hacen las leyes; las mujeres, las costumbres». El hombre da a la mujer el pan; la mujer da al hombre la fe y el gozo. Eva arrastró a Adán al pecado; santa Cecilia convirtió al esposo Valeriano, mereciendo del papa Urbano el título de abeja trabajadora ; el hombre infiel es santificado por la mujer fiel. El camino es sólo uno, aparte la oración: ganar con la bondad auténtica el corazón del marido. El hombre no se deja dominar por el dinero, por el ingenio, por las arrogancias; pero se convierte en dócil niño si se le toma por el camino del corazón. La bondad está hecha de virtud, de renuncias, de atenciones, de paciencia, de modales que manifiestan el íntimo y verdadero afecto del corazón.
¿Logrará apartarle del mal? ¿Le llevará al buen camino? Muchas mujeres lo han logrado; muchas lo alcanzan diariamente. ¡Y cuántas veces la mujer obtuvo que el marido cooperase
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más eficazmente en la educación de los hijos! Por su parte éstos, si perciben sobre ellos dos fuerzas unidas, la de la bondad materna y la de la autoridad paterna, mucho más fácilmente caminan por la senda recta.
Como madre . – La madre tiene siempre una influencia decisiva en la formación de los hijos. Ella transfunde su sangre, sus sentimientos, su fe, su piedad, su vida. Es verdad que esa tarea encuentra muchas dificultades, pero también lo es que el hombre se forma en las rodillas de la madre. La instrucción, el corazón, la corrección, la vigilancia, la guía, el buen ejemplo, la oración... son los medios potentes de que la mujer dispone. De Maistre escribió: «Cuando una madre ha hecho en la frente del hijo la señal de la cruz, podrá el vicio borrarlo por un instante, pero no destruirlo».
Blanca, madre de san Luis, rey de Francia, decía al hijo: «Prefiero verte muerto antes de saber que hayas cometido un pecado mortal».
El más alto ideal, el mayor mérito, el apostolado más amplio para una mujer, hija, esposa o madre, es el de contribuir a darle al Señor sacerdotes, religiosas, misioneros, apóstoles.

CÓMO OBRÓ MARÍA

María recibió la visita del arcángel Gabriel. Éste le propuso la divina maternidad. A María se le invitaba a ser Madre de Jesucristo, el sumo y eterno sacerdote. Ella conocía bien
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por las sagradas Escrituras los oficios del futuro Mesías: rey, maestro, sacerdote.
María necesitó una explicación sobre si con la maternidad habría conservado la virginidad. El arcángel la tranquilizó: la encarnación iba a ser obra del Espíritu Santo.
Y María pronunció su fiat : «Cúmplase en mí lo que has dicho». Aceptó la maternidad para ser la Madre del gran sacerdote . A la maternidad estarían conexas 2 muchas glorias purísimas y muchos dolores agudísimos. Este gran Sacerdote la llamaría «madre» y la obedecería con amorosa sumisión; pero este gran Sacerdote moriría en la cruz.
María llevó a Jesús con amor y devoción en su regazo y en sus brazos. Su amor en aquel tiempo ardió crecientemente. Su alma se sentía asociada a la misión de Jesucristo: él, el redentor; ella, la corredentora. Su corazón santísimo palpitaba cercano y con los mismos sentimientos del corazón del Hijo. Ella presentó a José el Niño nacido en el pesebre, y él le adoró. Enfajó al Hijo, le amamantó, le vistió y alimentó, le cuidó durante treinta años. Desempeñó con aquel primer sacerdote, que había nacido tal para ofrecerse como víctima al Padre, todos los menesteres de la más devota y tierna madre. Cumplió su misión de madre del gran sacerdote. Lo presentó a los pastores, representantes del pueblo hebreo; lo presentó a los Magos, representantes del pueblo gentil; lo presentó en el templo como hostia y sacerdote.
Más tarde, en Caná hizo que creyeran en él los discípulos, obteniendo de Jesús el milagro;
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le dio su consentimiento para que comenzara el ministerio público. Le siguió como discípula en los viajes de predicación. En el Calvario lo ofreció al Padre para su gloria y salvación nuestra; el día de la ascensión lo restituyó al cielo, tras haberle acompañado siempre en la vida.

APOSTOLADO FEMENINO

La madre del célebre cardenal Vaughan de Westminster (Inglaterra) deseaba ardientemente que sus hijos se consagraran al Señor como sacerdotes o religiosos. Para ello, hacía todos los días una hora de adoración al santísimo Sacramento. Y su oración fue escuchada por el Señor: cinco hijas suyas se hicieron religiosas y seis de sus ocho hijos fueron sacerdotes, entre ellos un cardenal y dos arzobispos.
Otra madre afortunada y santa fue doña Zélia Bulhôes Pedreira Abren Magalhâes. Tenía nueve hijos; tres fueron sacerdotes: un lazarista, un franciscano, un jesuita. Las seis hijas se consagraron todas ellas al Señor en varias congregaciones religiosas. La madre, cuando enviudó, entró en las religiosas adoratrices y murió santamente en Río de Janeiro en 1917. Se abrió el regular proceso diocesano, con la esperanza de que pueda ser la primera santa brasileña.
Al gran obispo de Alemania, de Ketteler,3 le llegaron un día muchas peticiones de sus diocesanos solicitando buenos sacerdotes. Respondió: Sí, dadme buenas madres de familia y yo os daré buenos sacerdotes.
San Juan Bosco tuvo por madre una santa
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mujer, Margarita, que le preparó a la gran misión con una educación cristiana en el amplio sentido de la palabra.
El beato Vicente Pallotti, inmediatamente después de nacer, fue llevado por su madre a la iglesia y ofrecido a la Madre celeste.
San Agustín, doctor de la Iglesia, debe a su madre la conversión. Él daba gracias al Señor diciendo: «Dios mío, todo se lo debo a mi madre».
Una obra fecunda para la cristianización del mundo es que los padres sientan el vivo deseo de consagrar algún hijo al Señor. Si van al matrimonio con tal aspiración, y luego siguen pidiendo al Señor esta gracia, se habrá hecho mucho en favor de las almas. Sí, tengan un vivo deseo, una santa ambición, multipliquen los incentivos, dejen libertad a los hijos para la elección de estado; pero les rodeen de todas las atenciones para que crezcan en la inocencia, virtuosos, dóciles.
Hay padres, buenos cristianos, que quieren tener sacerdotes fervorosos; pero no desean que sus hijos sean sacerdotes. Incluso llegan a oponerse a la vocación, a desviarles con varios pretextos y de muchas maneras.
«Un muchachito bueno e inteligente asistía a mi primera misa. Yo había orado fervorosamente para que aquel niño llegara a sacerdote. De hecho manifestó ese deseo, y se lo expuse al padre. Éste, al principio, pareció contento; pero luego, por motivos de interés humano, se opuso. Seis meses después el muchacho moría. Los médicos no sabían explicar del todo su mal» (Erasmo).
El P. Romeu Faria S.J.4 contaba: «Eduardo
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vivía contento en el seminario, acercándose ya a la ordenación con mucho gozo y fervor. Los superiores nutrían las más bellas esperanzas sobre él. Pero el padre vino a susurrarle: es mejor la carrera de médico, se gana más y representa una posición más respetada. El hijo se vio envuelto en una terrible lucha; y, tras muchos titubeos, acabó cediendo. Habían pasado diez meses, cuando Eduardo contrajo el tifus. Murió el día en que debería haber recibido las sagradas órdenes».
«Quiero hacer de mi hijo un santo», decía la madre de san Atanasio.
«Gracias, mil veces gracias, Señor, por habernos dado por madre una santa», decían san Basilio y san Gregorio de Nisa, a la muerte de la madre, santa Amelia.
El gozo de ser madre de un sacerdote está descrito en una carta que reproduce el famoso P. Guillermo Doyle S.J. en uno de sus hermosos opúsculos:
«Querida amiga, bendice a Dios conmigo, porque ahora soy madre de un sacerdote. Cuando hace veinticuatro años me nació un hijo, me sentía inundada de gozo: le tomé en brazos, alargué varias veces la mano hacia la cuna para asegurarme de que mis deseos y sueños se habían cumplido. Sí, allí estaba mi hijo.
¡Pero qué diferente y cuánto más alta es la alegría que inunda hoy mi alma! Conmociones tan puras nunca las he sentido. ¡Ahora soy la madre de un sacerdote!
Aquellas tiernas manitas que yo besaba tan amorosamente hace veinticuatro años, están ahora consagradas, destinadas a llevar y distribuir el Pan de vida.
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Aquella mente que por medio mío recibió las primeras luces, está ahora al servicio de Dios.
Aquel cuerpo que yo nutrí y cuidé, pasando en vela tantas noches, aquel cuerpo ahora es sagrado. Puesto al servicio de un alma de sacerdote, deberá fatigarse, reconciliando a los pecadores, enseñando a los ignorantes, distribuyendo el Cuerpo santísimo de Jesucristo a cuantos se lo pidan.
Aquel corazón, corazón de virgen, que no palpitó a contacto de otro más que el mío, ahora está santificado.
Cuando el Señor le ponga en el camino algún pecador extraviado, él sabrá decirle palabras de aliento que le reconducirán a la senda de la verdad. ¡Sí, pasará haciendo el bien; será un sacerdote según el corazón de Jesús!
Dios omnipotente, gracias, gracias... Este sacerdote fue mío. Su alma recibió su temple de la mía, y de ella se encendió en tu amor.
De ahora en adelante ya no es mío, es tuyo. Protégele hasta de la sombra del mal. Él es de tierra, por tanto frágil; líbrale de todo pecado; no permitas que te ofenda jamás. Dios omnipotente, yo te amo y le amo, le respeto: ¡es sacerdote tuyo!
En el momento de la santa comunión, el acólito vio que yo me acercaba y rezó el confíteor. El celebrante se volvió hacia mí y levantó su mano: era la absolución para su madre. Mi hijo, conmovido, con mano temblorosa, tomó el copón 5 y vino hacia mí. ¡Qué encuentro! ¡Dios, su sacerdote y yo!
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¿Recé? No lo sé. Una extraña serenidad dominó y contuvo entonces mi espíritu, que prorrumpió en un sentido agradecimiento. ¡Dios mío! ¡Hijo mío! Quizás soy demasiado feliz. He tenido días dichosos en mi vida, pero como éste ninguno. Por primera vez imagino cómo se pasará con Dios el momento sin fin de la eternidad. ¡Adiós!, no puedo describir más».
Recogiéndoos en Dios, sentid y secundad sus inspiraciones.
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1 El Autor reproduce aquí el tema tratado en el volumen La mujer asociada al celo sacerdotal , cap. II de la Segunda parte.

2 En el original: commesse [encargadas] (en vez de conesse ) , quizás con el significado de confiadas . Nos parece más correcto conexas.

3 Más exactamente, Wilhelm von Ketteler, arzobispo de Maguncia, diputado en el parlamento de Berlín y antagonista de Karl Marx. Figura carismática en la promoción de la doctrina social cristiana, y muy apreciado por el P. Alberione, que citaba a menudo una de sus frases: «Si san Pablo viviera hoy, se haría periodista».

4 En el original se lee Romen Faria, pero probablemente se trata de un lapsus. De este nombre no queda rastro, mientras en el ámbito cultural portugués-brasileño hay dos conocidos personajes de la familia Faria: Roman y Romeu , ambos célebres en el campo psicológico y pedagógico.

5 En el original se usa la desacostumbrada voz ciborio.