APÉNDICE
MARÍA
DISCÍPULA Y MAESTRA
La Madre de Jesús
modelo y guía de la formación
en Cristo Maestro
Opúsculo
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PRESENTACIÓN1
En la segunda mitad de noviembre y en la primera semana de diciembre de 1959, el P. Alberione dedicó muchas horas a un trabajo que le interesaba particularmente. Por aquellos días se retiraba a menudo en su habitación, para poder concentrarse mejor: reflexionaba y redactaba apuntes que, tras haberlos reordenado, me pasaba para trascribirlos a máquina. A veces me los dictaba él mismo, paseando por la habitación, mientras yo dactilografiaba. A veces se detenía a consultar uno de los volúmenes de su bibliotequita privada, luego volvía enseguida a dictar, ansioso de concluir un discurso que le apremiaba dentro.
Al final –era el 9 de diciembre– releyó atentamente todas las hojas y las pasó a la tipografía de las Hijas de San Pablo. (Tenía la costumbre de entregar personalmente los originales de sus artículos para el boletín San Paolo, que por aquellos años se componía e imprimía en la tipografía de Vía Antonino Pío. El P. Alberione corregía las pruebas y daba el visto bueno para la impresión).
El largo artículo, aparecido en el San Paolo de noviembre-diciembre de 1959 (ocupaba diez de las doce páginas, por un total de 19 columnas), llevaba por título María: Discípula y Maestra, y sirvió enseguida de texto base para un retiro, predicado por el propio P. Alberione a los sacerdotes paulinos de Roma, el sábado 15 de diciembre. Al día siguiente, el Primer Maestro mandó reajustar la composición [en plomo] del texto e imprimirla en un opúsculo (formato cm. 10,5×16, pp. 32), para enviarlo a todos los paulinos y paulinas. La pequeña edición lleva el mismo título, la firma final Sac. Alberione (en la cubierta el autor aparece
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indicado como Primer Maestro) y el Tip (pie de imprenta): Hijas de San Pablo – Roma, diciembre de 1959. Curiosamente, antes de la firma, figuraba un paréntesis con la indicación Se tratará [el tema] en otro número: lo cual suponía una continuación, que luego no hubo. Quizás el Autor consideró que ya no podía añadir nada de nuevo sobre el argumento.
El mismo texto del opúsculo puede verse en la antología Carissimi in San Paolo, preparada por R. Espósito, pp. 1331-1351.
Esta es en breve la historia redaccional del escrito que ahora reproponemos. Pero para comprender mejor su sentido e importancia, será oportuno considerar sumariamente el contexto espiritual en que tal escrito nació.
El año 1959 había estado dominado, en los intereses del Fundador, por la preocupación de consolidar las Congregaciones por él fundadas. Las fundaciones habían terminado, era preciso pensar en la formación y crecimiento de los miembros. Desde diciembre de 1958, había él enviado a los Superiores provinciales y regionales de la Sociedad de San Pablo una circular (cf San Paolo, diciembre de 1958), manifestando el deseo de que se doblara en el arco de cinco años (1958-63) el número de los paulinos profesos –de 800 a 1600– y anunciaba un encuentro fraterno de oración y puesta al día para abril de 1960. El anuncio iba precedido inmediatamente por estas palabras: «Queridos Superiores, el problema fundamental es el vocacional». La finalidad dominante de aquel célebre curso, que el propio P. Alberione definió como el testamento espiritual, conclusivo de la misión que me impuso el Señor, era una vez más vocacional-formativa.
Que la formación fuera uno de los problemas más apremiantes de nuestro Fundador, lo demuestra la simple reseña de sus intervenciones escritas. Aun considerando sólo el boletín oficial del Instituto, el San Paolo, se constata cómo desde sus comienzos (1926, según nos consta actualmente), y en el arco
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de 43 años durante los cuales el P. Alberione cuidó personalmente más de 250 números del boletín, el toque al tema de la formación vuelve con insistencia y a menudo con tonos apasionados. No es este el lugar para desarrollar el argumento. Sin embargo, hay que constatar el hecho para concienciarnos de la importancia que el Fundador le atribuía: Donec formetur Christus in vobis 2 era un lema frecuentísimo.
En 1959, sobre ocho números del San Paolo, nada menos que cinco estaban dedicados a dicho tema, con los siguientes argumentos: Oración y puesta al día para un mayor número y mejor formación de las vocaciones (febrero); Vocaciones y formación de los Discípulos (abril-mayo); Formación de los aspirantes (junio-julio); Para un mejor fruto de nuestros noviciados (octubre).
En este clima aparece María: Discípula y Maestra (noviembre-diciembre), cerrando la serie.
De lo dicho resalta la índole eminentemente práctica del tratado, que perseguía una finalidad concreta: dotar de un subsidio pedagógico a los maestros-formadores, para que planeasen la propia acción y ante todo la propia espiritualidad sobre la pedagogía del Evangelio, que parte con el misterio de la Encarnación y la función insustituible de María, la Madre y la Maestra de Jesús, en la formación de todo cristiano, sobre todo de cada apóstol.
Por descontado, la mariología del P. Alberione expuesta en estas páginas es preconciliar y, en el lenguaje más que en los contenidos, se presenta ‘marcada’ por el tiempo. Pero a nuestro Fundador le bastaban pocos principios seguros, tomados del dogma, para fundar la devoción y la pedagogía mariana.
La importancia de este escrito –quizás no advertida enseguida por todos– la relevó el P. Giovanni Roatta SSP en el capítulo VI de su antología Puntos referentes de nuestra vida espiritual: I. Mariología (ciclostil, Ariccia, mayo de 1973, pp. 108).
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«El tema (María Discípula y Maestra) –escribía el P. Roatta– tiene su consistencia conceptual e incluye aspectos nada desdeñables: se trata de la actitud personal de María frente a la palabra y a la vida de Cristo, que ella tradujo en ‘forma’ propia de crecimiento y de vida (discipulado), y se trata también de valores transmisibles a otros sujetos, dando así comienzo práctico a un servicio de caridad, de atención y de activo enriquecimiento de los demás, que es justamente la función de todo magisterio... Y bien, para quien llegue a percibir la preciosidad del argumento, es cuestión de encaminarse en esta dirección » (Ib., p. 43).
Esta última afirmación del P. G. Roatta, que el P. Alberione avaló apropiándose de la cita conclusiva del presente escrito, explica también el motivo por el que consideramos útil reproponer el opúsculo a la Familia Paulina, augurando que sean muchos quienes perciban la preciosidad del argumento y entren por este camino.
Queda por añadir una palabra acerca de los títulos intercalados en las partes o párrafos de esta edición.
Ya se sabe que la titulación original, en los escritos del P. Alberione, no solía ser muy esmerada: a veces desempeñaba una función más tipográfica que de contenido, en cuanto al autor le interesaba hacer ágil la lectura con frecuentes interrupciones del texto, sin cuidarse demasiado de la distribución lógica del contenido o de la efectiva adherencia de los subtítulos a los temas tratados.
Por eso nos ha parecido oportuno completar, a veces incluso rectificar, los títulos originales, o introducir otros nuevos, para facilitar la comprensión de los contenidos y su nexo lógico. Esperamos no haber traicionado nunca el sentido del autor, pues hasta hemos usado preferentemente sus mismas palabras tomadas del texto.
Roma, 8 de diciembre de 1985
SILVANO Mª. DE BLASIO
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PARTE PRIMERA
POR MARÍA MAESTRA
A JESÚS MAESTRO
Nuestra devoción a Jesús divino Maestro quedará perfeccionada si va preparada y precedida por la devoción a María Maestra.
León XIII, en la encíclica Adiutricem pópuli christiani (1895), escribe: «...con plena verdad María debe ser considerada Madre de la Iglesia, Maestra y Reina de los Apóstoles, a los cuales impartió incluso los divinos oráculos que ella conservaba en su corazón».
Así pues, Maestra María.
Si se dice «per Maríam ad Jesum» , será también digna la frase «per Maríam Magistram ad Jesum Magistrum» .1 Antes fue alumna, después Maestra, Madre y tutora de los maestros.
1. Concepto de maestro
El concepto pleno y comprensivo de maestro respecto a todo hombre y a la humanidad entera, para una elevación humana y sobrenatural, está encarnado en Cristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». San León Magno escribe: «En vano nos llamaríamos cristianos si no nos conformáramos a Jesucristo, que se ha declarado Camino, para que la vida del Maestro sirviera de forma al discípulo». Igualmente dice santa Catalina de Siena.
Asimismo la encíclica Divini illíus Magistri de Pío XI: «Pues la educación consiste esencialmente en la formación del hombre..., está claro que en el orden de providencia presente... o sea después que Dios se ha revelado en su Hijo unigénito –él solo es Camino, Verdad y Vida–, no cabe una adecuada y perfecta educación si no es en la educación cristiana».
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Esta conformidad con Jesucristo –[habiendo sido predestinados a] «reproducir los rasgos de su Hijo»,2– abarca todo el hombre: inteligencia, sentimiento, voluntad.
Clemente Alejandrino, hablando de la educación, observa que si se va a Platón se aprende a ser filósofos; si se va a Jesucristo se tendrá una formación perfecta a imagen del Maestro divino y se llegará a vivir como el Dios-Hombre.
2. María camino hacia Cristo y camino de Cristo
Jesucristo es hombre, pero también Dios; y, dada nuestra humana debilidad, tendremos cierta dificultad en formarnos sobre él. Para hacernos más factible el reproducir los rasgos de Jesucristo, Dios, en su amor infinito, ha querido socorrer nuestra fragilidad, señalándonos un camino sencillo, fácil: María; María, la criatura amabilísima y santísima. María camino hacia Jesucristo; Jesucristo camino al Padre celeste.
Hemos de imitar a Dios, uniformarnos a la obra de su plenitud y de su amor.
Y bien, el Hijo de Dios, para obrar nuestra redención, pasó a través de María: «Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen».3 Así a cada hombre el Señor aplica la salvación y santificación por medio de María, la vida y el crecimiento de la vida: Dios te salve, Reina... vida; «Pueblos redimidos, aplaudid a la Vida trasmitida por medio de la Virgen».4 Es María quien da a Jesús; y quien forma a Jesús en nosotros.
Tal es el estilo de Dios, que una vez elegido ya no cambia; igual que un hábil arquitecto, construyendo el templo de Dios, sigue su estilo hasta en las partes accidentales, como los manteles del altar, las vinajeras, el atril.
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Así ha hecho Jesucristo; toda acción suya es directiva, más aún, ley. Es Camino para nosotros también en este primer paso de la encarnación; hemos de seguir la senda señalada. Vino como Maestro a través de María Maestra.
3. María Maestra
Para este oficio altísimo de María, Maestra con Jesús y con nosotros, el Señor la dotó de privilegios, dignidad, dones y poderes adecuados. León XIII demuestra cómo María fue Maestra con los apóstoles y con los primeros cristianos, pues ella «admirablemente edificó a los fieles con la santidad del ejemplo, con la autoridad del consejo, con la suavidad del consuelo, con la eficacia de sus oraciones». Jesús es Maestro en cuanto es Camino, Verdad y Vida; y María es Maestra porque tiene santidad, sabiduría, gracia, vida.
Jesús es Maestro absoluto y único; María es Maestra por participación, en dependencia y relación de Jesucristo. Así como es corredentora y Reina en dependencia y participación con Jesucristo Redentor y Rey.
I. MARÍA ES CAMINO: EJEMPLO DE SANTIDAD
La gracia, presente en un alma, es como la raíz desde la que se desarrolla la planta con sus ramos, las hojas, flores y frutos. Las virtudes crecen en el alma en proporción de la gracia; se comprende, pues, cómo María, siendo gratia plena , se elevó al más alto grado de virtud y santidad: en ella prosperan las virtudes teologales, cardinales, morales, las bienaventuranzas, los frutos del Espíritu Santo copiosísimos.
Corresponden a eso las palabras de León XIII en la encíclica Magnæ Dei Matris : «¡Mirad en esta Madre el buen ejemplo de toda virtud!».
Ejemplo providencial, porque al meditarlo no debemos perdernos de ánimo y [caer en] desánimo, como puede suceder
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considerando las divinas perfecciones de Jesús; más bien nos sentimos atraídos considerándolas en María, pura y santísima criatura como nosotros.
Es este también el pensamiento de san Pío X en la encíclica Ad díem illum . Hemos de conformarnos a Cristo: pero como él, además de hombre, es Dios, el Señor se adaptó a nuestra debilidad: ¡nos conformamos a Cristo siguiendo el camino fácil, María! Su ejemplo materno nos invita y atrae.
1. Conformación a las virtudes de Cristo
Esta plenitud de virtudes es tan notoria que al decir que María es Maestra, casi siempre se entiende Maestra de virtud.
En María vemos la fe: «¡Dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!». Así se expresa santa Isabel.
En María hallamos la esperanza: en las bodas de Caná de Galilea ella dice a Jesús: «¡No tienen vino!»; la seguridad de María en ser escuchada la lleva a ordenar a los sirvientes: «Cualquier cosa que os diga [Jesús] hacedla». ¡Y eso aunque la respuesta de Jesús parecía ser negativa!
En María notamos la caridad: se consagró toda a Dios con el voto de virginidad; sin embargo, dispuesta siempre al divino querer, responde al arcángel Gabriel: «Cúmplase en mí lo que has dicho». Conociendo las necesidades de Isabel, en las condiciones en que se veía, «se fue a toda prisa a la sierra»,5 y sirvió a su prima tres meses como humilde criada.
María Maestra de virtud. Ella se uniformaba a Jesús, especialmente durante la vida en Nazaret, casi compartiendo con él virtudes y méritos, hallándose en las mismas situaciones y circunstancias; en las ocupaciones familiares de la jornada, piedad, trabajo, sufrimientos, relaciones sociales... María imitaba a Jesús del modo más perfecto.
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2. El libro de todas las virtudes
Así cabe recordar todas las virtudes practicadas en grado heroico por María y explicadas en varios miles de volúmenes.
Son casi iguales las indicaciones de santo Tomás de Aquino y de santo Tomás de Villanueva cuando dicen: «Cada santo se ha como especializado en una virtud, fe, obediencia, caridad, celo... Por su parte, María en todas las virtudes y en cada una de ellas es eminente; todas las agrupa en sí, y en cada virtud supera a cada santo». De ahí la conclusión: «Leed a menudo este libro [María], escrito dentro y fuera por el dedo de Dios. Leed en él la santidad, la pureza, la prudencia, la caridad, la mansedumbre, la humildad... bueno, leed en él la plenitud de las virtudes».
Es gran caridad predicar los ejemplos de María; en particular a los jóvenes, que en su inocencia tienen el corazón abierto, comprenden y se dejan ganar por la santidad y bondad de María; con pequeñas y diarias florecillas dan buenos pasos en las virtudes.
II. MARÍA ES VIDA:
EFICACIA DE SUS ORACIONES
Junto y por encima de la vida natural, para el cristiano hay otra vida, la espiritual o sobrenatural.
Se trata de una realidad muy superior a la misma vida natural.
La gracia constituye en el cristiano un nuevo y sobrenatural organismo, produciendo en la mente la fe, en la voluntad la esperanza, en el sentimiento la caridad, por el injerto divino Jesucristo.
Es la misma vida de Dios comunicada al hombre; es la vida de Cristo en nosotros: la gracia.
1. La vida de Cristo por medio de María
La Iglesia en la Salve Regina nos hace saludar a María como vida; en las letanías incluso como Máter divinæ
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gratiæ . Ella no produjo la gracia, pero la comunica por oficio. Es la Madre porque Jesús-Vida ha pasado por ella.
No sólo participó de la gracia adquirida por el Hijo Jesús, como sucede en nosotros; sino que ella, con Jesús y en dependencia de Jesús, concurrió a producirla en su vida, y especialmente durante la pasión del Hijo, compartiendo con él los dolores: «Una espada te atravesará».6 Por tanto recibiendo nosotros la gracia-vida, en primer lugar y como de la fuente recibimos y participamos de los méritos de Jesucristo; en segundo lugar, de los méritos de María, por la comunión de los santos.
2. María nos comunica la vida en tres momentos sucesivos
a) En Nazaret nos concibió. Nuestra concepción espiritual acaeció en el misterio de la encarnación. Sin la encarnación todos estaríamos aún sepultados en la muerte del pecado. Y bien, la encarnación, Dios la ha realizado en María, queriendo que el concurso de ella fuera libre, consciente, necesario.
Su fiat era un acto de consentimiento a nuestra concepción sobrenatural y a la maternidad respecto a nosotros.
Aun suponiendo que Cristo, desde la cruz, no hubiera pronunciado la suprema recomendación a María y a Juan; aun suponiendo que María hubiera desaparecido de la tierra inmediatamente después del nacimiento del Hijo Jesús..., ella sería siempre, con plena realidad, nuestra madre, pues al concebir a Jesús, cabeza del Cuerpo místico, María nos concebía también a nosotros, miembros de este Cuerpo. Porque cabeza y miembros forman un todo único.
Por eso no se trata de una simple analogía, sino de una gran realidad decir que María con su Primogénito llevaba en su seno virginal –espiritualmente– a todos nosotros.
b) En el Calvario nos engendró. El misterio de la encarnación tiene su cumplimiento en el misterio de la redención.
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Con su muerte, Cristo nos mereció definitivamente vivir de su vida. Lo que ya era, salió a la luz.
Por consecuencia, como nuestra generación espiritual, comenzada en el misterio de la encarnación, recibió su cumplimiento en el misterio de la redención... así la maternidad espiritual de María, que había comenzado en Nazaret, se cumplió en el Calvario: y allí quedó proclamada.
María, siempre virgen, conoció el gozo del nacimiento de su Primogénito; y soportó mortales angustias al engendrar espiritualmente a los demás hijos suyos.
c) En la fuente bautismal nos engendra individualmente. La fuente bautismal es el Belén de cada uno de nosotros.
Cuando nacemos, desde el punto de vista sobrenatural, somos como seres nacidos muertos, y tenemos necesidad de que la vida, merecida para todos por la muerte de Cristo, se nos infunda a cada uno de nosotros en particular. Tal infusión la hace María.7 El hijo de hombre pasa a ser hijo de Dios.
El pecador, como cadáver espiritual, al recibir la absolución del confesor, se reanima y vuelve a ser hijo del Padre celeste. Es siempre la gracia de María.
Nadie nace y renace a la divina gracia sin María. Todo real progreso en la senda de la perfección se da por medio de la infusión de la gracia; pero ésta, dice san Bernardino de Siena, viene de María. Y María nuestra madre trabaja en nosotros con sabiduría y amor la imagen de su Hijo: casi teje el organismo sobrenatural, lo alimenta y cría, de modo semejante a como, en cuanto Madre de Jesús, después de la concepción formó el fruto bendito de su vientre. Nos lleva a todos en su espíritu.
El arcángel Gabriel la saludó llena de gracia. Según la doctrina común de la Iglesia, tal saludo se entiende en el
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sentido que María es la mediadora y distribuidora de la gracia, adquirida por Jesucristo con la cooperación de María.
III. MARÍA POSEE SABIDURÍA:
AUTORIDAD DE SU CONSEJO
Si María es la llena de gracia, está también llena de sabiduría. En efecto la primera gracia para la humanidad y para cada hombre es la sabiduría celeste, la luz divina, la verdad. Las demás gracias la siguen o acompañan.
Se explica cómo Jesús afirmó que este era el fin de su encarnación: «Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio en favor de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad escucha mi voz» (Jn 18,37).
1. María sede de la sabiduría
La Iglesia invoca a María: Sedes sapientiæ, Mater boni consilii, Regina Apostolorum .
No se trata tanto de ciencia paisana, sino sobre todo de la ciencia que nos une a Dios haciéndonos partícipes de la suya.
María iba a ser la madre de Jesús Maestro, forma Dei, forma Christi . Según la Liturgia, Dios formó en María un tabernáculo digno, según el alma y el cuerpo, de su Hijo.
Si por hipótesis imposible un hijo pudiera prepararse la madre, se la formaría óptima bajo todos los aspectos. Pues lo que no es posible al hombre, sí lo es para Dios: María toda hermosa, especialmente en su espíritu y en su inteligencia. Como un artista capaz pone todo el empeño para lograr su obra de arte, así Dios –el que es la Sabiduría y la Omnipotencia–, creando la obra cumbre de sus manos, reunió en María los bienes más excelsos formándola como Regina mundi .
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María tenía una misión excepcional; no hubiera podido aceptarla, ni cumplirla, sin conocerla sustancialmente.
Virgen y Madre a la vez, conoció el valor de la virginidad y el oficio de la más alta maternidad: la conciliación de los dos privilegios.
Conoció su posición en el pesebre, en el templo, durante la vida pública de Jesús, en el Calvario, a la espera del Espíritu Santo en el Cenáculo, en los primeros momentos de la Iglesia.
Vale el principio que en los más eximios mariólogos es como un axioma: cuanto de bueno concedió Dios a los ángeles, a los santos, a las criaturas, lo debió dar también a María; por eso todos los privilegios de naturaleza, de gracia y de gloria distribuidos entre las criaturas, fueron concedidos y reunidos en María; pero en grado eminente, o sea regio, pues iba a ser Reina de los profetas, patriarcas, apóstoles, mártires, confesores, vírgenes, de todos los ángeles y santos. Dante, el teólogo poeta, lo expresa en breves palabras: «En ti se junta cuanto hay de bondad en toda criatura».
María fue Maestra: no escribió tratados, ni erigió una cátedra de enseñanza, ni predicó, pues la predicación es del sacerdote. Pero en ella había tal ciencia divina que cualquier palabra suya era una muestra y suponía plena claridad en los dogmas fundamentales, como el del pecado, la satisfacción, la Iglesia, la salvación.
2. Los más ricos tesoros de ciencia
En María se dieron los más ricos tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Los teólogos distinguen tres clases de ciencia: la adquirida, que es natural en el hombre; la infusa, natural para los ángeles, y la beatífica, natural en Dios.
a) Ciencia beatífica. Los teólogos, siguiendo las huellas de san Agustín, admiten comúnmente que a Moisés y a san
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Pablo se les haya concedido, en algunos momentos de su vida, la ciencia beatífica. «Moisés y san Pablo debieron justamente gozar de la ciencia beatífica –dice santo Tomás (II, 2, q. 173, a. 3)–, porque Moisés fue el primer doctor de los hebreos y san Pablo el primer doctor de las gentes». Pero si se admite que Moisés y san Pablo tuvieron, por algún tiempo, la ciencia beatífica, porque debían ser los primeros doctores respectivamente de los hebreos y de los gentiles, tanto más debe decirse de María santísima, que es «doctora de los apóstoles y maestra de la Iglesia»8 (León XIII, enc. Adiutricem pópuli ).
Además, es cierto que san Pablo fue el doctor de las gentes; pero la calificación de doctor y maestra de los fieles hay que asignarla, de modo especial, a María santísima, porque «Pablo fue un vaso de elección, pero la Virgen María fue la copa de la divinidad»9 (san Bernardino de Siena).
María santísima tuvo que gozar de este gran privilegio especialmente en tres circunstancias de su vida: en la anunciación, en el nacimiento de Jesús y en la resurrección de Cristo.
b) Ciencia infusa. María tuvo ciertamente la ciencia infusa durante toda su vida, pues si tal ciencia se concedió a algunos profetas y santos, tanto más debía serle concedida a la Reina de los profetas y de los santos.
La amplitud de tal ciencia debió ser extensísima, superior a la concedida por Dios a Adán en el paraíso terrestre.
Debido a la ciencia infusa, María santísima pudo conocer todas las verdades naturales que eran indispensables para la inteligencia de la sagrada Escritura; pero especialmente debió de tener un claro y amplio conocimiento de las verdades sobrenaturales.
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San Anselmo afirma al respecto: «Cristo, según el Apóstol, es sabiduría y potencia de Dios, y en él están todos los tesoros escondidos de la sabiduría y de la ciencia de Dios. Pero Cristo está en María. Por tanto la sabiduría y potencia de Dios y todos los tesoros escondidos de la ciencia y de la sabiduría están en María» ( Hom. in Intrávit in quoddam castellum ).
c) Ciencia adquirida. A las dos ciencias antedichas se añade la adquirida, que debió de ser muy notable si se piensa en el largo período de vida pasado en la intimidad con Jesús.
«Con la meditación diaria, María había aprendido la ciencia de la Ley y los vaticinios de los profetas», afirma Orígenes ( Hom. 6, in Lucam ).
Dotada de particular inteligencia, asidua a la sinagoga, lectora devota de la Escritura, en convivencia familiar por tantos años con Jesucristo, acostumbrada a recordar y reflexionar, como atestigua el Evangelio, creció día a día en su sabiduría. Lo prueban las palabras registradas en el Evangelio: dos veces habló con el arcángel Gabriel, dos veces con santa Isabel, dos veces con Jesús, una vez en las bodas de Caná con los sirvientes. Y en cada palabra muestra altísima sabiduría.
Conclusión. Tres aplicaciones
La Familia paulina tiene la misión de dar a conocer, imitar y vivir a Jesucristo en cuanto Maestro; cumplirá santamente esta privilegiada misión haciendo conocer, amar y orar a María maestra, que «dio al mundo al Maestro Jesús, el fruto bendito de su vientre».10
El magisterio paulino será inmensamente más eficaz si está inspirado, guiado, confortado por María: «Si ella te
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guía, no te cansarás».11 ¡Nadie querrá privarse de tan gran ayuda!
El discipulado paulino está todo él entroncado en María, que formará a Jesucristo en cada aspirante: ello significa hacerse cristianos, apóstoles, santos.
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PARTE SEGUNDA
DISCIPULADO Y MAGISTERIO
DE MARÍA
Todo verdadero y completo maestro tiene en María luz, ejemplo, protección, consuelo. Hay vínculos preciosos entre María y cada cristiano; pero los lazos que se dan entre María y el maestro-educador superan con mucho las afinidades comunes; tanto más si se trata de un maestro formador de religiosos y sacerdotes.
Para entender tales vínculos es necesario conocer la parte que tuvo María en la obra de la redención, y la que tiene ahora aplicando la misma redención en todo tiempo.
I. MARÍA FUE DISCÍPULA
Fue discípula: la más diligente e inteligente de toda criatura, pues dotada de la mente más alta, exenta del pecado original, del error y distracciones, estuvo siempre bajo la acción del sol luminoso, «la verdadera luz que ilumina a todo hombre».1
En particular, ella fue alumna antes de la encarnación, durante la vida privada de Jesús y durante la vida pública.
1. Antes de la encarnación del Hijo de Dios
El Espíritu Santo, habitando siempre en su alma, fue su maestro, «fue su guía».2
Ella alcanzó la comprensión más íntima de la doctrina y de la perfección enseñada en los libros del Antiguo Testamento, y la vivió enteramente.
El Magníficat prueba cuánto la conocía, la vivía y la usaba al orar, en las medidas palabras registradas por los evangelios:
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siete veces habló, pero su conocimiento y el uso que hacía resaltan especialmente en el Magníficat, un tejido de textos y alusiones escriturísticas tomadas del Antiguo Testamento. Los mejores autores actuales insisten en ello.
He aquí los principales cotejos entre el Magníficat (traducido según el griego de Lucas) y varios pasos del Antiguo Testamento (traducidos según el griego de los Setenta, conocido por Lucas, versión que difiere a veces del hebreo seguido generalmente en las traducciones).
NUEVO TESTAMENTO
Magníficat (Lc 1,46-55)
46. Proclama mi alma
la grandeza del Señor
47. y mi espíritu se alegra
en Dios mi Salvador,
48. porque se ha fijado en la
humillación de su sierva.
Desde ahora me llamarán dichosa
todas las generaciones.
49. Porque el Potente
ha hecho grandes
cosas en mi favor.
Santo es su nombre
50. y su misericordia
[llega a sus fieles]
de generación en generación.
51. Su brazo ha intervenido con fuerza
ha desbaratado
los planes de los arrogantes.
52. Derriba del trono a los poderosos
y encumbra a los humildes.
ANTIGUO TESTAMENTO
(Versión griega de los Setenta-LXX)
Mi corazón se regocija
por el Señor,
mi poder se exalta
por Dios (1Sam 2,1).
Dígnate mirar
la aflicción de tu sierva (1Sam 1,11).
¡Qué felicidad!
Las mujeres me felicitarán
(Gén 30,13).
Él hizo a tu favor [Israel]
terribles hazañas (Dt 10,21).
Santo y terrible es su nombre
(Sal 111/110,9).
La misericordia del Señor
[dura desde siempre] hasta siempre
para quienes guardan la alianza
(Sal 103/102,17-18).
Tú aplastaste... al monstruo
y con tu brazo potente
dispersaste a tus rivales (Sal 89/88,11).
Dios derribó del trono a los soberbios
y sentó sobre él a los oprimidos
(Sir 10,14-15 LXX).
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53. A los hambrientos
los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
54. Ha auxiliado a Israel su servidor
acordándose de la misericordia.
55. Como lo había prometido a nuestros
padres, en favor de Abrahán
y su descendencia por siempre.
Dio hartura al ánima anhelante
y al ánima famélica colmó de bienes
(Sal 107/106,9). Los ricos empobrecen y
pasan hambre (Sal 34/33,11)
Tú Israel, siervo mío, mi elegido (Is 41,8)
Se acordó de su lealtad y fidelidad
(Sal 98/97,3)
Serás fiel a Jacob y leal a Abrahán,
como lo prometiste a nuestros padres
(Mic 7,20), a David y su linaje
por siempre (2Sam 22,51).
Es un hecho característico que el punto de arranque del Magníficat esté inspirado en la oración de Ana, cuando pide a Dios que le conceda un hijo (1Sam 1,11) y luego da gracias por el nacimiento de Samuel (2,1,10): este canto es la principal fuente de inspiración del Magníficat . Vienen luego las palabras de agradecimiento de Lía por el nacimiento de Aser (Gén 30,13). El parto virginal de María aparece como la prolongación y el apogeo de los nacimientos alegres y milagrosos concedidos por Dios en el Antiguo Testamento (Lc 1,37 y Gén 18,14: Sara; Lc 1,24-31 e Is 7,14).
2. Fue discípula de Jesús en la vida privada
a) Penetró los secretos misterios de la encarnación y la redención. En la familiar convivencia de treinta años con Jesús, María captó todo el espíritu del Nuevo Testamento, que Jesús reprodujo primero en sí, en su santidad: «Comenzó a hacer», aguardando la hora de «enseñar».3 A María le resultó fácil pasar de la pedagogía y la escuela del Antiguo Testamento a la pedagogía y la escuela del Nuevo Testamento, a la escuela del Hijo-Maestro. Lo que entonces se había enseñado, ahora lo veía vivido en Jesús; lo que se había predicho, ahora se hacía realidad ante sus ojos. La anunciación fue una
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gran revelación; hay un mundo de cosas que aprender en aquel hecho; ¡cuántos comentarios ha habido! Se puede construir un verdadero tratado.
Igualmente sobre la visita de María a santa Isabel, sobre el nacimiento de Jesús, sobre su presentación al templo, sobre la vida escondida en Nazaret. Jesús vivía en sí la futura Iglesia, la perfección más alta, las comunicaciones celestes.
María veía, recordaba, meditaba. San Lucas (2,19) nota que escuchando las maravillas contadas por los pastores en el pesebre «María lo conservaba y meditaba todo en su interior».
Luego, de nuevo san Lucas (2,51), escribe que después del hallazgo de Jesús en el templo, María «lo guardaba todo en su interior».
b) Intimidad con Jesús. Patsch escribe: «Jesús, habiendo heredado de su Madre inmaculada –inmune de pecado–, óptimas cualidades, se habrá asemejado mucho a ella en el carácter y en los rasgos somáticos: Madre e Hijo se han dado recíprocamente algo del propio ser...».
Junto a Jesús, también María creció espiritualmente y se enriqueció en el alma y se fortificó en la virtud. El Padre celeste la habrá observado con gozo y se habrá complacido, dirigiendo a María su mirada llena de bendiciones. Las dos almas estaban y se sentían unidas en el amor de Dios.
Un tupido velo esconde a nuestros ojos los dieciocho años trascurridos hasta que Jesús comenzó su vida pública. En ellos pasó de la juventud a la madurez, ejerció el oficio de carpintero y se ganó la estima de sus conciudadanos; pero ninguno de ellos imaginó su verdadero ser. «Entre vosotros está uno que no conocéis», decía el Bautista (Jn 1,26). Sólo María y José sabían quién era él, pero callaban y aguardaban hasta que Dios quisiera mostrar abiertamente al Salvador.
c) Crecimiento espiritual de María. No vamos a intentar descorrer el velo que cubre esos dieciocho años, desde los
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doce a los treinta de Jesús, llenos de misterio; no podríamos lograrlo. Es imposible mirar a tal profundidad. En esos años felices, en la más perfecta intimidad con su Hijo, María creció espiritualmente y alcanzó la perfección más sublime. Lo que Jesús dirá más tarde en sus discursos, fue frecuentemente materia de conversación en la Sagrada Familia. En su Madre Jesús encontró a la primera y más dulce alumna. Si «de su plenitud todos nosotros hemos recibido» (Jn 1,16), si él a todos nosotros «dice las palabras de Dios» y si «comunica el Espíritu sin medida» (Jn 3,34), tanto más María, que estaba junto a la fuente y tenía en sus manos el vaso precioso de su alma, pronta a recibir el agua manantía de vida eterna, habrá sido enriquecida con la plenitud de la gracia.
3. Durante la vida pública
El Evangelio refiere que María intervino en las bodas de Caná; y que allí fueron también Jesús y sus primeros discípulos. Por intercesión de María, Jesús cambió el agua en vino. El prodigio lo narra el evangelista Juan (2,1-11), que concluye con estas palabras: «Esto hizo Jesús en Caná de Galilea, como principio de las señales manifestó su gloria, y sus discípulos le dieron su adhesión». De algún modo cabe decir que María hizo anticipar la hora de Jesucristo, la hora de manifestarse, la hora en la que creyeron los discípulos; la hora del comienzo de la vida pública. En cierto modo dio su sí al Hijo para su ministerio, como había dado el fiat para la encarnación.
a) Seguimiento y escucha. Patsch escribe: «Los evangelios nos dan indicaciones suficientes para convencernos de que María acompañó a Jesús gran parte del tiempo en la vida pública. María participó íntima y activamente en los acontecimientos; de muchos fue testigo ocular, de otros tuvo conocimiento por los discípulos... Ella fue la más atenta oyente de los discursos de Jesús.
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Cae de su propio peso qué profunda impresión hayan producido en María esos discursos, tan llenos de fuerza y tan profundos. Numerosas mujeres acompañaban y servían a Jesús y a los apóstoles; entre ellas María era la más fiel, la más ferviente en practicar los consejos enseñados por el Hijo; la mejor intérprete suya».
b) Dos observaciones es preciso hacer, sin duda alguna:
1) María fue la discípula inteligente y apasionada que acogió el mensaje divino de Jesucristo y lo tradujo en su vida cotidiana, con empeño único entre las demás personas; María captó el Evangelio y la revelación de labios de su Hijo, indudablemente iluminada por la luz de su íntimo Esposo, el Espíritu Santo.
2) Ella fue intérprete fidelísima y exactísima de la enseñanza de Jesús, hasta en los capítulos más altos y sublimes de la doctrina que saboreó y absorbió en su alma y en su afectividad con plenitud total; María, a la luz divina que brillaba siempre en su inteligencia, pudo entender y creer cada verdad que venía a iluminar la tierra y a los hombres.
María seguía a veces de cerca, otras de lejos; ofrecía los muchos sacrificios de esta nueva vida, en particular cuando se agudizaba la envidia y el odio de los fariseos contra Jesús; oraba por el cumplimiento de la misión de verdad y gracia de su Hijo.
II. MARÍA FUE MAESTRA
1. Maestra y formadora de Jesús
Jesús se hizo en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Quiso comportarse y recibirlo todo, como cualquier niño, de la madre y del padre putativo José.
Varios autores enumeran los oficios de María con su Hijo: le arropó con los vestidos naturales, le nutrió con su leche y
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con el pan, fruto de sus fatigas; le llevó en brazos; con José le salvó, desterrándose en Egipto, y regresando a Galilea; guió sus primeros pasos; le enseñó las oraciones, como constan en la Escritura; le defendió en los peligros naturales; le enseñó a hablar con los hombres; le preparó a la inmolación; dio sepultura a su cadáver.
San Efrén resume así: «Alégrate, María, que has educado a Cristo» ( Homilía 4 , 11 ).
La procreación es el fin material del matrimonio; la educación es en cambio el fin espiritual; aquélla da el hombre, ésta el cristiano, el santo.
La primera maestra de cualquier niño es la madre. En este caso se trataba de la madre más dotada de dones, por encima de todas las demás; y se trataba de un Hijo-Dios, venido como salvador del mundo. Desde la anunciación – que debía realizarse según las profecías: preparar en su humanidad al Maestro, víctima y sacerdote–, María comprendió, iluminada por el Espíritu Santo, los designios de Dios y cooperó con toda su inteligencia y actividad: en Belén, en la presentación al templo, en la vida escondida, durante la vida pública y en la pasión.
Notemos otro detalle: el Evangelio, después de decir que Jesús «siguió bajo su autoridad»,4 añade que él «iba adelantando en saber...». Esta ciencia la adquiría con verdadero progreso, pronta y abundantemente, por cuanto veía y escuchaba. Aun siendo él Hijo de Dios, tuvo una ciencia experimental: por ejemplo «sufriendo, aprendió a obedecer» (Heb 5,8). Primero conocimiento teórico, luego conocimiento experimental.
Ahora María, asunta al cielo, clava fijamente los ojos y la mente en la esencia divina, en una eterna bienaventuranza. Ve a Dios y en él los misterios de gracia, todas las criaturas, a cada uno de nosotros en particular. Y allí, como mediadora universal, tiene también el cometido de distribuir la ciencia a quien quiere y cuanto quiere.
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2. María maestra en la Iglesia
María se constituyó en humildísima y ardiente maestra del mensaje evangélico, deseando difundirlo en todo el mundo y darlo a los hombres para hacerles felices y salvados.
a) Maestra de los apóstoles. Cuando Jesús dijo a Juan, antes de morir «Mira a tu madre», lo dijo porque desde aquel momento debía comenzar un cometido nuevo e importantísimo para María: ser madre espiritual de todos los hombres.
Después de la crucifixión de Jesús el colegio apostólico se vio sometido a una tremenda crisis. Se necesitaba una persona que tuviera la confianza de los apóstoles, les reuniera alrededor suyo y les instruyera. Esa persona era María. Ella les juntó en el Cenáculo y les preparó a recibir el Espíritu Santo. No sólo: durante aquel período de espera, fue su maestra, pues les instruía especialmente sobre un misterio que aún no conocían –el misterio de la encarnación–, y en otros muchos particulares de la vida privada de Jesús conocidos sólo por ella. Madre significa educadora y maestra, además de los otros significados que tiene.
b) Maestra de todos los cristianos. En el Cenáculo también María santísima recibió el Espíritu Santo, a pesar de haberlo recibido otras dos veces. La primera vez lo recibió en su Concepción inmaculada; la segunda cuando llegó a ser Madre de Jesús; y ahora, la tercera vez, en el Cenáculo junto con los apóstoles, para que pudiera ser también nuestra madre y maestra.
María es primeramente madre y maestra de fe, pues lo que hizo con los apóstoles, en el borrascoso período sucesivo a la muerte de Jesús, lo realiza en todas las circunstancias de la historia cristiana en que la fe es seriamente atacada. Jesucristo, al constituirla nuestra madre, ha querido confiarle especialmente esta misión.
Cuando el error amenaza con arrastrar el mundo a la apostasía, es cuando aparece sensible la protección de María.
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«Tú sola has exterminado todas las herejías en el mundo entero»,5 canta la Iglesia.
La lucha entre la serpiente y la mujer anunciada en el paraíso terrestre, se perpetúa, bajo mil formas, a lo largo de las varias generaciones. Pero a cada nueva crisis sobrevenida a la Iglesia, María contrapone su defensa, mostrándose a los hombres especialmente como maestra de la verdad y madre de la fe.
Las luchas y las victorias de María, en nuestros tiempos, se resumen en dos nombres: Lourdes y Fátima.
Testimonios patrísticos. San Epifanio escribe saludando a María: «Alégrate, oh María, libro inapreciable, que has dado a leer al mundo el Verbo, Hijo del Padre celeste».
San Tarasio obispo le dice: «Alégrate, oh dilecta hija del Padre celeste, por quien Dios fue conocido hasta los últimos confines del mundo... Alégrate, oh María, porque brillas más que la luz del sol».
Dice san Cirilo de Alejandría: «Por ti los apóstoles anunciaron la salvación de las gentes...; por ti la preciosa Cruz es alabada y adorada en todo el mundo...; por ti huyen los demonios y el hombre es convocado al cielo; por ti toda criatura, antes atada al error de los ídolos, se ha convertido a la luz de la verdad; por ti los fieles han llegado al santo bautismo, y en todas las partes del mundo se han fundado iglesias». Además, según el mismo doctor, María fue «el cetro de la fe ortodoxa».
Tres conclusiones
El discípulo puede aprender de la alumna María a dejarse humildemente formar por el maestro que enseña, que precede, que ama, que ora por él.
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El maestro no deje nunca de enseñar ni de utilizar los medios modernos más eficaces y rápidos para difundir el mensaje divino.
En la Iglesia todos están llamados a algún apostolado y todos en la confirmación reciben las gracias para realizarlo: apostolado de la oración, del buen ejemplo, del sufrimiento, de las ediciones, de las vocaciones, etc. Todos pueden contribuir a la edificación del Cuerpo místico de Jesucristo.
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PARTE TERCERA
MARÍA
Y EL MAESTRO EDUCADOR
El maestro-educador en sentido pleno es en primer lugar el sacerdote; y su obra es la más digna y meritoria cuando el educando-discípulo está llamado a la vida religiosa. En un caso y en el otro es siempre el mejor bienhechor de la humanidad, aunque no siempre apreciado.
Su vida estará llena de méritos, y al partir para la eternidad tendrá la consolación de decir con san Pablo: «Vosotros [corintios] sois mi carta, escrita en vuestros corazones, carta abierta y leída por todo el mundo. Se os nota que sois carta de Cristo y que fui yo el amanuense; no está escrita con tinta, sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en el corazón» (2Cor 3,2-3).
El maestro deja tras él muchos otros él mismo, que podrán hacer incluso cosas mayores. Él cumple plenamente el mandato de Jesucristo: «Id y haced discípulos de todas las naciones, bautizadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que os mandé» (Mt 28,19-20; lo cual indica toda la comunicación de las gracias por medio de los sacramentos).
I. MODELO Y TUTORA DE LOS MAESTROS
Como Jesucristo es Maestro perfecto, siendo Camino, Verdad y Vida, así María es maestra porque tiene santidad, tiene ciencia, tiene gracia. De esto se sigue que un maestro será tanto más perfecto cuanto más tenga santidad de vida, ciencia y gracia.
En la formación de sus discípulos, el maestro-educador desempeña, aunque sea modestamente, el papel de María en cuanto maestra.
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a) María fue maestra para los apóstoles porque se lo mandó Jesús moribundo: «Mujer, mira a tu hijo», indicando con la mirada a Juan, representante de los demás apóstoles.
Es necesario que el maestro sea elegido y mandado por los superiores; éstos: 1) deben percibir en él las cualidades necesarias, de estudio, de virtud, de piedad, de celo; 2) al asignarle ellos el oficio y al aceptarlo él con espíritu de obediencia, el sacerdote elegido tendrá la seguridad de contar con las gracias de estado.
b) María guiaba a Jesús al cumplimiento del querer del Padre celeste, y en el Cenáculo animaba a los apóstoles a tener fe y amor a Jesús, aguardando al Espíritu Santo prometido.
Los maestros no se hagan amar a sí mismos con amor humano, sino constitúyanse en camino que conduzca hacia Jesús: en fe, esperanza, caridad, entrega y apostolado. Un amor humano del discípulo al maestro cae cuando el amor propio y el amor al mundo se dejan sentir más fuertes.
c) María era estimada y mirada por los apóstoles en el Cenáculo como la Madre santísima de Jesús, la que le había seguido participando en sus dolores...
Si al maestro se le considera ejemplar, pronto siempre a sacrificarse en las clases, en la formación humano-religiosa, apostólica..., cuando pida sacrificio hallará correspondencia; será el maestro recordado y bendecido en toda la vida.
d) El maestro-educador debe tener ya cierta preparación para el cargo; pero debe vivir humilde, según la verdad a) sentir la exigencia de perfeccionarse, mirando a los maestros dignos que le han precedido, cuyos frutos demuestran cómo era la planta; b) aconsejarse y vivir en dependencia de sus superiores, pues es de sabios aconsejarse, como dice la Escritura; y porque también él tiene maestros superiores: como
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en todas las escuelas del mundo, hay una jerarquía en la enseñanza; y tanto más en la Iglesia y en cada Instituto, hasta el Papa, que tiene los límites establecidos por Cristo Jesús, a quien rendirá cuentas de su oficio: «Somos encargados de anunciar los secretos de Dios, y en tal supuesto, lo que al fin y al cabo se pide a los encargados es que sean de fiar» (cf 1Cor 4,2).
e) María siguió siendo alumna hasta cuando se cerró su jornada terrena; siempre continuó sus admirables ascensiones, edificando, animando a los apóstoles, orando por la Iglesia, viviendo cada vez más la divina vida y perfección del Maestro divino Jesús.
Asimismo el maestro, mientras vive en la tierra, él mismo es siempre un discípulo de Jesús; y en tanto puede exigir a los alumnos en cuanto sea él dócil alumno de Jesús, demostrando darse no a sí mismo sino lo recibido del Señor.
Se requiere la pedagogía pastoral con los jóvenes; por ello entienda y considere que él es uno, pero que hay quien le ha precedido y quien le seguirá. Dará no cualquier forma ni usará cualquier método subjetivo, sino lo tradicional en el Instituto, o sea lo que se ha comprobado más adecuado para formar profundamente a Cristo en los aspirantes. Así no se detendrá ni se desviará el curso del río que corre por su lecho: formar al paulino.
f) Además el maestro, aun no diciéndolo con palabras, pero sí precediendo a todos, tácita e insensiblemente imprime en el ánimo de los discípulos el «imitadme como yo imito a Jesucristo»; vivo así «para que tengáis una forma» ,1 la forma Jesucristo.
g) María, tan iluminada, fue sin embargo sólo y siempre la intérprete fidelísima de Jesucristo , en su vida, al hablar a
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los apóstoles en el Cenáculo, al recordar a los evangelistas episodios, particularmente la anunciación, la encarnación, la visita a santa Isabel, y los de la infancia de Jesús.
Hay que predicar mucho más a Jesús; interpretar y proponer su palabra, como él sabía exponer incluso las más altas verdades, con gran sencillez.
Pero siempre en modo de hacer cristiana la vida en el pensamiento, en los sentimientos, en las actividades.
Una buena invocación: «Jesús Maestro, hazme un maestro semejante a ti».
h) Escoger a María por maestra, representándosela en el acto en que ella, con la Biblia en la mano, es seguida por Jesús con total docilidad. Invocarla como maestra sabia, santa, llena de gracia; pidiendo su espíritu, su amor a las almas, en particular a los pequeños. Imitarla en su paciente caridad.
El maestro, en cualquier modo actúe (desde el confesionario, el púlpito, la clase, la redacción, la técnica, la película, etc.), consagre a su discípulo y lo confíe a María maestra; y consagre y confíe a María el propio magisterio, constituido de enseñanza, ejemplo, guía, oración a María.
II. CONSAGRACIÓN A MARÍA
Y FORMACIÓN PAULINA
La consagración abraza cuanto indica san Luis Grignion de Montfort; y más aún en nuestra Congregación: la vida religiosa, el apostolado, el espíritu paulino.
1. Consagración del magisterio y del discipulado
Iniciado así el magisterio y el discipulado, todo se hace desde María, por María, con María, en María.
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a) Desde María. Si un sacerdote es elegido para formar un grupo de aspirantes o incluso un solo recién venido, lo acoge con el corazón de María cuando aceptó del Señor el oficio de maestra de Jesús. O mejor, como a los pies de la cruz acogió el nuevo oficio de madre para Juan y en él para todos los apóstoles: con fe, con esperanza, con corazón materno.
Los aspirantes son hijos de María: de ella, pues, los recibe. María los quiere piadosos, estudiosos, santos, apóstoles; recibiéndoles de María, sabe que ella asiste, guía, ora desde el cielo por el maestro y por los discípulos.
El maestro considera a sus alumnos como hijos espirituales, los ama, dedica a ellos todas las fuerzas, no dispersando éstas o el tiempo en cosas secundarias o inútiles, en relaciones o noticias vanas; vive de ellos. Su descanso es parecido al de Jesús, que velaba mientras los discípulos dormían. No sabe de vacaciones. Y cuando llegan más sacrificios, piensa que Jesús predicó y dio ejemplo a su colegio apostólico, sus novicios; y que la gracia que da vida, la correspondencia a la vocación, se la mereció él con el sacrificio de sí mismo: y María estuvo con él en el Calvario, unida en el mismo sacrificio y oración. Hay que seguirles siempre, como una madre santa sigue al hijo. Sólo quien sabe inmolarse en mil pequeñas cosas será buen maestro; porque es siervo de sus aspirantes; no pretende que sean perfectos, pero sí que tengan buena voluntad.
b) Por María, por su honor y amor. Es dar gran gloria a Dios y a Jesucristo formar vocaciones. Es salir al encuentro y deseos de María prepararle buenos hijos y apóstoles que predicarán el Evangelio de su divino Hijo y harán que a ella la conozcan y recen. Es dar a las almas y a la humanidad salvadores, la sal de la tierra, la luz del mundo.
c) Con María. El buen maestro obra con María, ayudado por su gracia; se siente cooperador de ella y de su Hijo Jesús. En las meditaciones, clases, apostolado, asistencia, dirección
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va sembrando y confía a María la germinación, el crecimiento, la fructificación. Aun en los casos difíciles tiene siempre una esperanza: María.
Ella es la confidente de los educadores: las vicisitudes, los éxitos, los fracasos, las dificultades frecuentes en la acción educativa, requieren consejos, luces, inspiraciones, confortación, estímulo: María, como madre espiritual de los hombres, desempeñará este cometido asistencial e integrador.
El maestro cuenta con una especial protección de María, justo porque como educador forma al álter Christus, e imita a María misma en su oficio de dar a Jesucristo al mundo.
d) En María. María participa en la acción educativa con una doble función:
Provee de buenos maestros: su omnipotencia suplicante ante su Hijo puede suscitar maestros hechos según Jesucristo Maestro: sabios, ejemplares, verdaderos amadores de las vocaciones.
Da rectitud de intención. Poner las intenciones de María significa hacer nuestras las suyas, cuando en el silencio de Nazaret crecía el Salvador de la humanidad, el Mediador de cielo y tierra, la Víctima propiciadora; y poner las intenciones que ahora desde el cielo tiene María sobre cada uno de los aspirantes. Éstos, antes que a nosotros, pertenecen a Dios y a María: y Dios y María nos les confían como tesoros en nuestras manos para prepararlos a la vida eterna.
2. María en la formación paulina
María no es sólo la reina en cada casa; es también la maestra, siempre presente, siempre solícita, siempre clementísima.
Responde plenamente a tal pensamiento lo que hemos ido publicando:
«La devoción paulina a la Reina de los Apóstoles ocupa una parte amplia e insustituible en la formación humana y
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apostólica de cada miembro. El lugar que nuestra piedad paulina asigna a la Virgen santa es amplio y evidente.
Una de las primeras sorpresas para quienes entran en la Congregación quizás sea la de iniciar y concluir la jornada rezando cincuenta veces la invocación Virgen María, Madre de Jesús, haznos santos, rezo que tiene lugar precisamente durante las dos extremas operaciones del día: el levantarse y el acostarse para descansar. Idéntica maravilla suscita sin duda la frecuente y variada invocación a María hecha por todos en alta voz durante las horas de apostolado, entre el fragor de las máquinas. Otra cosa de veras interesante, desde el punto de vista mariano, es ver deslizarse a los grupos de jóvenes en filas silenciosas, de un local a otro, teniendo en mano el rosario y rezándolo incluso en estos mínimos intervalos de tiempo. Son índices de una piedad mariana profundamente inculcada, que impregna la jornada paulina, creando una atmósfera típica en que la devoción a María se siente en una medida excepcional.
Ello tiene un profundo valor teológico y una notable eficacia pedagógica. Jesús Maestro nos ha sido dado por María Virgen, y por tanto sólo en una atmósfera claramente mariana se obtendrá con el Maestro divino ese íntimo contacto que es la finalidad fundamental de nuestra vida.
Realmente así se ha pensado al inculcar sin cesar la devoción a la santa Virgen. Y el pensamiento del Primer Maestro se ha expresado ahora de forma sensibilísima en el templo a la Reina de los Apóstoles en Roma, consagrado al concluirse el año mariano.
Este Santuario, titulado a la Reina de los Apóstoles, surge al centro de las casas paulinas y viene a constituir el corazón de toda la institución. Las varias comunidades residentes en Roma acuden a él a lo largo de toda la jornada e incluso en las horas nocturnas, en la maravillosa cripta, para el contacto vital con el Maestro viviente en el sagrario. La realidad simpatiquísima es esta: las familias paulinas acuden a recibir a Jesús, en el Santuario, del seno de la Virgen Madre.
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La obra de arte arquitectónica que es el Santuario a la Reina de los Apóstoles crea de hecho un espléndido ambiente mariano. El sagrario donde se asienta el Maestro nace sobre un altar en el que comienza una solemne celebración artística de la Virgen: por un lado está la aparición de la Inmaculada, en contraste con el pecado de origen; por el otro lado María emerge de la creación, primogénita entre todas las criaturas,2 casi obra suprema del Creador, casi la flor del universo: una hermosa flor esculpida junto a la Virgen subraya en efecto este pensamiento. De la flor, el fruto: en el sagrario encontramos de hecho el fruto del seno de la Virgen, Jesús el formador de los hombres.
Y bien, el oficio de la Virgen-Madre es hacer nacer y formar gradualmente a Jesús también en cuantos deben hacerse conformes a la imagen de su Hijo. María se nos presenta como Madre y Maestra, para darnos una muestra maravillosa de cómo se llega a ser verdaderos discípulos de Cristo, y para guiarnos a construir la persona según la forma del Verbo.
En efecto, María es el ejemplar supremo del discipulado, como nos dice claramente san Agustín: A María le valió más ser discípula de Cristo que no ser su Madre; le causó más felicidad ser discípula que ser Madre. Por eso María era dichosa, porque aun antes de darle a luz, había llevado en su seno al Maestro.
Es un pensamiento que san Bernardo desarrollará con amplitud, para guiarnos a estudiar las admirables disposiciones de la discípula perfecta del Altísimo.
Ejemplar perfecto del discipulado, María es el modelo perfecto del magisterio junto a su Hijo Jesús. Se da una fluida relación entre María santísima y el Maestro de la humanidad. Constituida Madre de Cristo, después de haber sido la discípula perfectísima, llegó a ser, por su parte, Maestra
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de Cristo, según la bella expresión de san Efrén: Ave, oh María, que has educado al Cristo dador de la vida, al Cristo misericordiosísimo creador de todo, al dulcísimo Señor nuestro Jesús, educador y formador de todo el mundo.
En la historia pedagógica universal no hay nada más hermoso que esta reciprocidad divino-humana, por la que el eterno Maestro se formó a la Madre, admirable discípula, de modo que ella pudiera educarle a la forma humana, en la que iba a mostrarse Maestro perfecto de los hombres.
Esta es la razón de por qué se va a Jesús Maestro a través de María, la verdadera Maestra de la humanidad, en cuanto educadora de Jesús. De aquí la creación de un cálido ambiente mariano en el que estar perfectamente dispuestos al encuentro con Jesucristo» (P. G. Roatta, Jesús Maestro ).
Conclusión
No es suficiente que el maestro dé y obre desde María, por María, con María, en María; es necesario que el discípulo tome y asimile para sí desde María, por María, con María, en María.
Iluminados, guiados, sostenidos, maestro y discípulo, por María en una intimidad de fe y de amor, el resultado será mucho mejor: el porcentaje de éxito será mucho más alto.
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1 Esta presentación la redactó el Hno. Silvano Mª. De Blasio (1925-1994) para la publicación del presente opúsculo en la colección de cuadernos de Ediciones del Archivo histórico general de la Familia Paulina, en 1985. El opúsculo se reimprimió sin modificaciones (excepto una breve introducción a la segunda edición) en 1987, para la misma colección.
2 «Hasta que Cristo tome forma en vosotros» (Gál 4,19); es asimismo el título de una de los primeros escritos sobre la formación (1932).
1 «Por María Maestra a Jesús Maestro».
2 «Conformes fíeri imágini Filii sui» (Rom 8,29).
3 «Conceptus de Spíritu Sancto, natus ex María Vírgine» (Símbolo de los apóstoles).
4 «Vitam datam per Vírginem, gentes redemptæ, pláudite» (Himno O gloriosa vírginum ).
5 «Ábiit in montana cum festinatione» (Lc 1,39).
6 «Tuam ipsíus ánimam pertransibit gladius» (Lc 2,35).
7 Esto hay que entenderlo en el contexto de la mediación sacramental de la Iglesia por obra del Espíritu Santo.
8 «Apostolorum dóctrix et Ecclesiæ Magistra».
9 «Paulus vas electionis, Virgo vero María fuit vas divinitatis».
10 «Dedit orbi Magistrum Jesum, qui est benedictus fructus ventris sui».
11 «Ipsa duce non fatigáris».
1 Jn 1,9 (Vulgata).
2 «Dux ejus fuit».
3 «Cœpit fácere - et docére» (He 1,1 según la Vulgata).
4 «Súbditus illis» (Lc 2,51).
5 «Cunctas hæreses sola interemisti in universo mundo» (Antífona de la liturgia de la Virgen María).
1 «Ut darétur vobis forma».
2 «Primogénita ante omnem creaturam» (Prov 8,22: atributo de la Sabiduría eterna, referido también a la Virgen).