IX
APOSTOLADO DE LA ACCIÓN:
BENEFICENCIA«Por aquellos días María se puso en camino y fue
a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al oír
Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto
en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo»
(Lc 1,39-41).
QUÉ ES
Después del apostolado de los santos deseos, de la oración, del buen ejemplo y del sufrimiento, viene el apostolado de las obras.
El apostolado del ejemplo dispone las almas y las persuade; el apostolado de la beneficencia las gana y las conquista establemente. Nada induce más a aceptar la enseñanza que el sentirse compadecidos en las penas y el recibir socorros en las necesidades.
Jesús hizo mucho bien. La enfermedad del cuerpo es una expresiva imagen de las enfermedades invisibles de las almas. Jesús, para sanar las almas, curaba los cuerpos. «Le traían enfermos con toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, epilépticos y paralíticos, y él los curaba» (Mt 4,24). Su poder taumatúrgico estaba al servicio de su tiernísimo corazón.
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Todos lo sabían y se aprovechaban ampliamente: «Toda la multitud trataba de tocarle, porque salía de él una fuerza que sanaba a todos» (Lc 6,19).
¡Qué difícil sería hablar del cielo a quien está preocupado de la vida presente y no halla socorro en sus males! ¡Cuán difícil es hablar del pan del alma a quien tiene el estómago vacío!
María está formada sobre Jesús, de quien es la copia más fiel. Es la apóstol de la beneficencia.
El reino de Dios no es de este mundo; pero está en este mundo. Se necesitan continuamente gastos, medios humanos y bienes temporales para las escuelas, las asociaciones, el culto, los enfermos, la doctrina cristiana, las misiones, los conventos, las ediciones.
El obrero se merece su paga; quien sirve al altar tiene que vivir de ese servicio. En efecto, dice san Pablo: «Bien sabéis que a quienes celebran el culto el templo los sustenta y que quienes atienden al altar tienen su parte en las ofrendas del altar. Pues también el Señor dio instrucciones a quienes anuncian el Evangelio diciéndoles que vivieran de su predicación».1 Y a los generosos que contribuyan a ello no les faltará la recompensa.
«Dichosos los que prestan ayuda, porque ésos van a recibir ayuda» (Mt 5,7). En cambio: «El juicio será sin misericordia para quien no ejerció la misericordia» (Sant 2,13). Notemos que es bueno dar dinero, pero mejor ofrecer obras, hacer sacrificios, gastar la vida sirviendo a los enfermos, predicar la palabra de Dios, instruir a los ignorantes, imprimir y difundir la divina Palabra, producir y facilitar películas instructivas,
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proyecciones religiosas, imágenes y esculturas sagradas... La beneficencia sale al paso de estas necesidades.
MARÍA HACE EL BIEN
Después de treinta años de vida privada, Jesús iba a comenzar su vida pública. Había sido bautizado por Juan en el Jordán; había ayunado durante cuarenta días y había reunido a los primeros discípulos.
«Al tercer día hubo una boda en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús; y fue invitado Jesús, como también sus discípulos, a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús se dirigió a él: No tienen vino. Jesús le contestó: ¿Qué nos importa a ti y a mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: Cualquier cosa que os diga, hacedla. Estaban allí colocadas seis tinajas de piedra destinadas a la purificación de los judíos; cabían unos cien litros en cada una. Jesús les dijo: Llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: Sacad ahora y llevadle al maestresala. Ellos se la llevaron. Al probar el maestresala el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), llamó al novio y le dijo: Todo el mundo sirve primero el vino de calidad, y cuando la gente está bebida, el peor; tú, el vino de calidad lo has tenido guardado hasta ahora. Esto hizo Jesús en Caná de Galilea, como principio de las señales, manifestó su gloria, y sus discípulos le dieron su adhesión» (Jn 2,1-11).
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María estaba en la boda, como pariente de los esposos, o invitada por cortesía. Ella buscaba más servir que ser servida; desempeñaba una parte activa en la preparación y en el desarrollo del festín nupcial, sobre todo cuando llegó Jesús con los discípulos. Fue natural que se diera cuenta de la falta de vino, y quería evitar el sonrojo de aquella familia, para lo cual no había otra salida que el milagro; y lo pidió; sabía quién era su Hijo.
Todo procede con sencillez, naturaleza, finura y amabilidad: pocas palabras, pero que son la más bella oración. Nada de aparatoso, no hay ni abatimiento ni ostentación. En la nobleza de su palabra y de su comportamiento se refleja la nobleza de su alma. Se muestra solícita, no de sí misma sino de aquella familia. Librada ésta del embarazo, el festín procede con alegría plena.
Aquí tenemos un apostolado de beneficencia y caridad: socorrer al prójimo en sus necesidades, ejercitar las obras de misericordia corporales.
María se había declarado la sierva de Dios, pero en su caridad se hace sierva de los siervos de Dios. Ve en ellos a hijos de Dios y hermanos de su Hijo. ¿Cabría imaginar un modelo de caridad más sublime y, al mismo tiempo, más atractivo?
Tanto en casa de la pariente Isabel, como en Caná, se nos presenta como la mujer buena, dedicada a los deberes domésticos; tiene ojos para todo, prevé, y solícitamente provee a las necesidades materiales y temporales del prójimo, con toda la atención de que es capaz su corazón materno.
Y su caridad, al obtener el milagro, mira
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a los bienes sobrenaturales: dispone y prepara a los discípulos y a los comensales a creer en Jesús, verdadero Dios, verdadero Mesías. Mediante la beneficencia material, busca la beneficencia espiritual.
Los adversarios de la Iglesia a menudo dicen ser amigos del pueblo; incluso procuran algún bien, remedan casi la verdadera caridad; pero en el fondo buscan arrancar al pueblo los mayores bienes, la fe, la práctica de la vida cristiana. ¡Esto es un delito!
FRUTOS
Dice san Juan apóstol: «No amemos con palabras y de boquilla, sino con obras y de verdad» (1Jn 3,18).
Nadie puede pretender practicar un apostolado de beneficencia taumatúrgica de Jesús, en su modo. Pero hay otros milagros , o sea cosas maravillosas hechas siempre por los santos a lo largo de los siglos: los prodigios de la caridad, que hacen creíbles las verdades y doblegan hasta las frentes más altivas.
Las organizaciones de asistencia promovidas por los católicos: hospitales, residencias, visitas a domicilio; las conferencias de san Vicente de Paúl, las limosnas especiales para la asistencia a los enfermos, las ofertas para el culto y para las obras benéficas son prácticas de este apostolado.
Cuando la Magdalena 2 ungió los pies a Jesús, hubo quien aprovechó la ocasión para murmurar, como si hubiera sido un derroche. Jesús defendió a la mujer: «Una obra excelente ha realizado conmigo...; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis hacerles bien cuando queráis». Donativos, pues, que conciernen al culto de
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Dios y donativos que conciernen a los pobres: ambas cosas son buenas, cada una a su debido tiempo
El fin de la beneficencia es doble: los cuerpos, pero para llegar luego a las almas. Jesús excitaba la fe curando, o bien purificaba los corazones. Al respecto, son claros los ejemplos de la hemorroísa, de la cananea y del paralítico en la piscina probática.
Con el pan del cuerpo hay que dar el pan del espíritu; al cuidado físico del enfermo, hay que alternar y unir el cuidado espiritual; además de recoger al huérfano o al anciano, es preciso dar instrucción religiosa. Jesús, tras haber multiplicado los panes, habló de la Eucaristía, pan del cielo, que da la vida al alma.
Los católicos entrarán en las instituciones sociales y benéficas que la Iglesia impulsa, porque tienden a aliviar a la clase pobre.
También en las elecciones se aprestarán a dar el voto a quien presenta un programa de libertad y de respeto para la Iglesia.
PARA TODOS
Al venerable Pallotti,3 fundador de la Sociedad del Apostolado Católico, le llamó Pío XI precursor de la Acción Católica. En su ardor de caridad, aseguraba querer ser el pan del pobre, la bebida del sediento, el vestido del desnudo, el ojo para el ciego, el oído para el sordo... pero todo ello para salvar el alma.
En primer lugar la caridad se dirige a los más cercanos, a los de la familia, a los más necesitados.
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Dice el Apóstol: «Quien no mira por los suyos, y en particular por los de su casa, ha renegado de la fe y es peor que un descreído» (1Tim 5,8).
Es un gran camino el del corazón para llegar a la fe.
«Está vacía la religión».4 de quien se dice católico, pero no tiene caridad.
Los adversarios reconocen a los verdaderos cristianos por el amor: «¡Mirad cómo se quieren!».
El hombre caritativo tiene un gran poder sobre los corazones; algo divino irradia de su persona. En efecto, Dios habita en él, y este Dios es caridad.5
Quien puede, dé: «Lo que os sobra, dadlo a los pobres».6 Quien puede, recoja y dé. Quien no tiene, dé su compasión, su consejo, sus consuelos, la sonrisa, la oración, el sufrimiento, la fe... Todo cristiano tiene en el propio corazón grandes bienes, que superan cualquier riqueza. Quien tiene la fe, comparta con quien sufre carencia de ella.
«Te pedimos, Señor, que nosotros, tus siervos, gocemos siempre de salud de alma y cuerpo; y, por la intercesión de santa María, la Virgen, líbranos de las tristezas de este mundo y concédenos las alegrías del cielo» ( oración colecta del común de santa María Virgen ).
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1 1Cor 9,13-14.
2 Más exactamente María de Betania, hermana de Lázaro (Jn 12,1-8; cf Mc 14,3-9).
3 Vicente Pallotti (1795-1850), canonizado en 1963.
4 Sant 1,26.
5 «Deus cáritas est» (1Jn 4,8).
6 «Quod súperest, date paupéribus» , cf Lc 11,41 (paso que suele traducirse así: «Dad lo que tenéis en limosnas, y así lo tendréis limpio todo [lo de fuera y lo de dentro]») y Mt 19,21; Lc 18,22.