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MARÍA ES LA APÓSTOL: PRINCIPIOS«Cuando el rey extendió hacia Ester el cetro de
oro, ella se levantó y quedó en pie ante el rey.
Luego dijo: Si al rey le agrada y quiere
hacerme un favor, si mi propuesta le parece bien
y si está contento de mí, revoque por escrito la
carta de Amán» (Ester 8,4-5).
APOSTOLADOS
El
primer apostolado es la vida interior. Es necesario e insustituible; obligatorio para todos. Quien trabaja por la propia purificación y por la propia santificación, trabaja en favor de todos. Toda deuda o falta anulada hace más perfecta y gloriosa a la Iglesia; toda virtud conquistada le da un nuevo esplendor ante el Padre.
De la Iglesia católica, como de Cristo, el Padre, mirando desde el cielo puede decir: «Este es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadle ».
1Después de la augusta Trinidad, ningún ser es tan vivo y activo como el Cuerpo místico de Jesucristo, la Iglesia.
Segundo apostolado: el sufrimiento, que realiza,
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respecto a cada uno, lo que falta, es decir la aplicación de la pasión.
Tercer apostolado: el ejemplo. Las virtudes, así como los milagros, hacen creíble cada uno de los dogmas; vuelven amable la vida cristiana; irradian la gracia del corazón.
Cuarto apostolado: la oración, que pone al servicio del hombre la omnipotencia de Dios.
Siguen: el apostolado de la palabra y de las ediciones; el apostolado de las misiones, de la juventud, de la escuela, etc.
EL DESIGNIO DIVINO
Dios quiso que María tomara parte en todo el apostolado de Jesús, tanto durante la vida terrena del Salvador, como en su vida gloriosa.
María participa en todo el apostolado eucarístico del Maestro divino. En la misa, en la comunión, en la visita encontramos siempre a Jesús Hostia, Hijo de María. La aplicación de los méritos de Jesucristo, desde el Calvario hasta el final de los siglos, se hace por María. En el pesebre, en el templo de Jerusalén, en Caná, está siempre María. Jesús fue Maestro con su santidad en Belén, en Egipto, en Nazaret; pero en el ejercicio de las virtudes le acompaña María. Ella ordinariamente siguió a Jesús en su predicación ; participó en su vida dolorosa; llevó en su corazón y en sus brazos a la Iglesia naciente, a la que hoy defiende, conforta y vivifica. María nació y vive y es grande para salvar.
En efecto, Jesucristo todo lo ha hecho y lo hace con María. Nosotros no podemos llegar
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a una unión y dependencia de María como las que se dieron en Jesucristo; pero cuanto más nos acerquemos a ella, más hermosos y abundantes serán los frutos. Apostolado desde María, por María, con María, en María.
¡Oh María!, tú nos debes tu gracia, pues Dios, viéndonos tan miserables, te hizo rica y misericordiosa para nosotros. Tú has hallado mucha gracia, pero para nosotros. ¡Ampáranos, oh Madre! Cuantas más misericordias hagas y más almas salves, tanto más glorioso será tu triunfo. Y mayores alabanzas y agradecimiento recibirás de tus hijos más numerosos y más santos, tu corona y tu gozo. Hazme digno de poder alabarte; pero glorifícate a ti misma, agrandando tu misericordia.
«De todas las cosas divinas la más divina es cooperar con Dios en la salvación de las almas» (san Dionisio Areopagita). Y bien, el apostolado de María es diverso del de Jesús, pero tiene la misma extensión.
LA MISIÓN DE MARÍA
María es Madre de Jesús y es Madre de la Iglesia. Llegó a Madre de Jesús en la encarnación, con el anuncio del ángel; llegó a Madre de la Iglesia en la pasión, con el anuncio de Cristo Jesús: «Mira a tu madre».2 Ella tiene, proporcionalmente, con la Iglesia, que es el Cristo místico, los cuidados y tareas que tuvo con el Cristo físico.
El apostolado de María es único. En el Antiguo Testamento María era esperada como portadora del Salvador. Durante su vida terrena, hasta
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la ascensión de Jesús, luego desde la ascensión a su bienaventurado tránsito, y ahora, desde el cielo hasta el fin de los siglos: siempre nos da a Jesús.
María: la Madre de Dios, la corredentora, la apóstol, la mediadora. Son aspectos, modos, fases diversas, con que se considera a la Virgen en relación a su obra. En el paraíso terrestre Dios la anuncia como corredentora, pues será Madre de Dios. Es apóstol por ser Madre de Dios; es Madre de Dios por ser apóstol. Se la espera como apóstol: «Dará a luz al Hijo», el Redentor. Se hace madre, pero su consentimiento al ángel y a la encarnación la constituyen madre, apóstol, corredentora y mediadora al mismo tiempo. En la vida de Jesús siempre aparece como apóstol y madre. Es mediadora por ser Madre de Dios, y por continuar el apostolado de dar a Jesús al mundo.
El apostolado celeste continúa el terreno; la vida no queda destruida por la muerte, sino cambiada. A Pedro y Pablo se les invoca siempre para proteger a la Iglesia; desde el cielo continúan la misma misión que tuvieron en vida; cambia sólo el modo. «La vida no termina, se trasforma».3 María, desde el cielo, sigue en todo tiempo y lugar dando a Cristo a cada una de las almas y a la humanidad en general, tal como lo presentó a José, a los pastores y a los magos.
¡A SER TODOS APÓSTOLES!
Al apostolado, que es necesario, están obligados, de algún modo, todos los cristianos. Por la comunión de los santos, cada alma que vive en gracia,
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ejerce el apostolado. Cada miembro sano contribuye, en cierta medida, a la salud y al bienestar de todos; sea en esta vida como en la eternidad. La Iglesia es una sociedad, pero sobrenatural, resultante de todos los santos: Cristo, María, los bienaventurados del cielo, las almas del purgatorio, los justos de la tierra. Hay una sola Cabeza: Cristo; un solo cuello: María; y muchos miembros: en todos circula siempre una sola sangre, la del Redentor; una vida, la gracia. Cada hombre, llegando a la gracia, aporta vitalidad a la Iglesia.
Demasiados pensamientos y esfuerzos se dispersan; demasiados deseos y palabras resultan ineficaces; demasiados métodos y demasiados remedios son vanos.
En cambio, todo se tiene en Cristo y en María.
En Cristo: para la Iglesia muchos y fervorosos sacerdotes; faltan un millón seiscientos mil para tener un sacerdote por cada 1000 hombres, aproximadamente.
En María: en la formación y en el apostolado sacerdotal y católico, ella tiene el rol de una madre respecto a su hijo.
El camino es Cristo, el cual todo lo tomó de María, se entregó completamente a ella. Este es el camino.
EL EJEMPLO DE JESÚS
María es la apóstol, después de Cristo y con Cristo. Dios sigue haciendo pasar a través de María todos los bienes, así como quiso que Cristo viniera a nosotros por María: «Nacido de mujer».4 Cada hijo recibe la vida de la madre, aunque el principio de la vida sea Dios. No hay hijo sin madre; no hay salvación sin María. Todo apostolado y todo verdadero apóstol tienen vida y acción de María.
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Así fue con el primer apóstol, Cristo: «el apóstol y sumo sacerdote de la fe que profesamos».5
Así comenzó el apostolado de Cristo por María en Caná; así comenzó el apostolado de los Doce por María en el cenáculo; así por María tuvo principio y vigor todo apostolado a través de los siglos. Sin Dios, nada de cuanto existe; sin María, nada en Cristo y en la Iglesia.
María es la «Reina de los Apóstoles» por tres motivos: ella tiene y realiza todo lo que tienen, realizan y realizarán todos los apóstoles juntos. Más aún: tiene y realiza un apostolado que excede y supera todos los apostolados en su conjunto. Además, tiene y realiza el oficio de formar, guiar, sostener y dar fruto y recompensa a todos los apostolados.
En el primer instante de la encarnación, desde el seno de María, para Jesucristo, con María y por María, empezó la glorificación y alabanza de Dios que constituye el primer y perfecto apostolado; comenzó asimismo la redención que constituye el segundo apostolado.
Se va delineando un más pleno conocimiento de María en su cualidad de apóstol, de Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles.
SABIDURÍA DEL APOSTOLADO
El apóstol, el predicador el misionero, el escritor, la persona de acción debe amar apasionadamente a María, a quien Pío X llamó la «Virgen sacerdote»,6 y cuya dignidad supera a la de los sacerdotes y de los pontífices. María es sacerdote en un sentido diverso del nuestro, pero más admirable.
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María preparó la Hostia y el Sacerdote, y ofreció –la primera– el sacrificio cruento que nosotros renovamos como incruento.
Santa Gertrudis la grande7 oyó un día esta invitación de la Virgen: «A mi amadísimo Jesús no hay que llamarle mi Hijo único, sino mi Hijo primogénito. Lo concebí, es verdad, como primero en mi seno; pero después de él, con él, os concebí a todos vosotros, para que fuerais hermanos de Cristo e hijos míos, adoptándoos en las entrañas de mi materna caridad».
Dice san Agustín: «Todos los predestinados, en este mundo, están guardados en el seno de la Virgen, donde son conservados, nutridos, custodiados y criados por esta buena Madre; hasta que les engendre a la eterna gloria, después de la muerte».
Excluir a María del apostolado sería ignorar una de las partes más esenciales del plan redentivo de Dios; sería privarse de la omnipotencia suplicante de María; sería ignorar lo que dice Bossuet: «Dios, habiendo dado una vez a Jesucristo por medio de María, ya no cambia método, estilo y designio. María engendró la Cabeza, María engendra los miembros».
El apóstol, el predicador el misionero, el confesor, el hombre de acción, corren el grave riesgo de construir sobre la arena, si su actividad no se apoya en una intensa devoción y confianza en María.
Todo apostolado es una efusión de Espíritu Santo en las almas y en el mundo. Y bien, sobre María, por el consentimiento dado al ángel, bajó el Espíritu Santo que obró el más grande prodigio: la encarnación y la santificación de Cristo. Desde entonces María adquirió una especie de jurisdicción
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sobre toda emisión temporal del Espíritu Santo. Así pues, no hay criatura que reciba gracias si no por María. Por eso en pentecostés el Espíritu Santo bajó invocado por María que guiaba en la oración.
«Nunca se ha salvado nadie sino por medio tuyo, oh María, Madre de Dios. Nadie recibe el don de Dios sino por ti, oh llena de gracia» (san Germán).
Este es el camino marcado al apóstol: si éste es devoto de María, se hace poderoso para pedir la efusión de los dones del Espíritu Santo. María da a los hijos cuanto piden: «Hijitos, esta es mi mayor confianza, y todo el motivo de mi esperanza» (san Bernardo).
ESPERANZA QUE NO FALLA
Una obra prospera y fructifica sólo si nace como Jesús: de María; si la nutre María; si es acompañada por María: en las alegrías, en las pruebas, en el desarrollo. Y si prospera y tiene frutos estables, es evidente que se ha seguido el camino recorrido por Cristo: María; pues se trata siempre de una generación, de un nacimiento y de una vida de Jesucristo: «que Cristo tome forma en vosotros».8
Hay que tomar el camino. Cristo que pasó por María nos da una especie de derecho a juzgar que una obra no está perdida, ni desesperada suceda lo que suceda, si comenzó con María y continuó con ella. María está en el principio y en el camino de todo cuanto interesa al reino de Dios por medio de Jesucristo.
Al canónigo Allamano,9 fundador de los Misioneros de la Consolata, le sucedió algo que es casi único
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en la historia de los fundadores, pero que se dio en el Fundador de la Iglesia, Jesucristo. Un día fue a leer sus reglas a los primeros discípulos reunidos en el Instituto fundado por él. ¡No se presentó nadie! Todos se habían ido. Inspeccionó la casa, constatando el desorden dejado por los fugitivos; luego salió, cerró la puerta, con el corazón angustiado, y fue a la Consolata, su Virgen, con la que había comenzado. La rezó largamente, renovó sus intenciones, y se levantó confortado. Recomenzó mejor, desde María, con María, por María, en María. La obra prosperó, aportando en la Iglesia de Dios grandes frutos, que se multiplican aún a nuestra vista.
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1 Cf Mt 17,5; Mc 9,7; Lc 9,35.
2 Jn 19,27.
3 «Vita mutátur, non tóllitur» (Prefacio de la misa de difuntos).
4 Gál 4,4.
5 Cf Heb 3,1.
6 «Virgo Sacerdos» .
7 Gertrudis de Helfta (1256-1302), nacida en Eisleben (Sajonia) e ingresada a sus cinco años en el monasterio cisterciense de Helfta como pequeña “oblata”, gozó de experiencias místicas, que cambiaron su vida. Se la llamó “la grande” para distinguirla de otras seis santas del mismo nombre.
8 Cf Gál 4,19.
9 Giuseppe Allamano, beato, nacido en Castelnuovo de Asti (Italia) en 1851 y muerto en Turín en 1926, sobrino de san José Cafasso y educado por Don Bosco su conciudadano; fu ordenado sacerdote a los 22 años y a los 29 nombrado Rector del santuario turinés de la Consolata. En enero de 1901 comenzó el instituto de los Misioneros de la Consolata, que al año siguiente fundaron en Kenya.