Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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prácticas (confesión, comunión, misa, meditación, retiro mensual, examen de conciencia, visita al Santísimo, etc.), hay una introducción especial que explica que la piedad da alma a las reglas y a cada artículo y comunica el espíritu que informa la jornada paulina y el apostolado, de tal modo que todo esté ordenado a la gloria de Dios y la paz de los hombres. Entra especialmente la gracia del Espíritu Santo, que es el alma del alma. Por ella nos sentimos vivir en Jesucristo: en él-Verdad, la acción de la inteligencia; en él-Camino, la acción de la voluntad, y en él-Vida, la acción del sentimiento.
En este aspecto, son más útiles las introducciones que las propias fórmulas» (UPS I, 310-311).

Como alma y cuerpo

1. El P. Alberione solía decir que la oración, en todas sus expresiones, como la persona humana, está compuesta de alma y de cuerpo: el alma la constituye el espíritu de oración o piedad (las virtudes teologales, la auténtica devoción); el cuerpo en cambio está representado por las fórmulas, las prácticas y los artículos de las Constituciones que las prescriben.
Refiriéndose a dichas prácticas, afirmaba que él, para dar un alma a los fríos cánones jurídicos, había provisto con la composición de plegarias, coronitas e instrucciones, que encontramos en nuestro libro de oraciones. Añadía que es necesario «amarlas, recitarlas de corazón» para que «poco a poco entre en lo íntimo el espíritu de la Congregación». Por ello, «los artículos que establecen las prácticas de piedad diarias, semanales, mensuales y anuales conservan todo su valor. El modo de hacerlas puede ser una prescripción ascética; pero tiene su importancia, pues considera siempre la piedad como un medio para vivir de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida» (UPS I, 47).
Esta distinción nos ayuda a comprender la función, relativa y esencial al mismo tiempo, de las fórmulas. En efecto,
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si el cuerpo humano, que es signo expresivo e instrumento operativo del alma, es coesencial a ésta, también el cuerpo verbal de las oraciones tiene una función no irrelevante, pues a cada uno de sus órganos corresponden unos sentidos portadores de cierto espíritu bien definido y actuante. Por eso hay que dar la necesaria atención a cada una de las expresiones.

2. Cuando Jesús dijo a la mujer samaritana que al Padre había que darle culto «con espíritu y lealtad» (Jn 4,24), quería sin duda exhortarnos a favorecer un diálogo sincero con Dios, no necesariamente vinculado a fórmulas fijas. Con todo, él mismo, a los Doce que le pedían enseñarles a rezar, les propuso la fórmula del Padre nuestro como modelo ejemplar de toda oración cristiana. Y esa fórmula ha quedado inalterada a lo largo de los siglos, igual que las de la consagración eucarística y la del bautismo.
La liturgia de los primeros siglos, con la progresiva fijación de los textos canónicos, pasó a ser también norma en las expresiones verbales y en las fórmulas de oración de la devoción a Jesucristo, a María y a los santos. Es curioso al respecto el testimonio de un evangelio apócrifo del II siglo, según el cual el propio Jesús entregó a María, su madre, una oración para rezarla al momento de su dichoso tránsito al cielo. Es un detalle evidentemente legendario, pero significativo en cuanto a la importancia atribuida a las oraciones cristalizadas por escrito.
No causa, pues, maravilla que los santos fundadores, responsables de la animación de comunidades fervorosas, sean quienes han dejado las mejores fórmulas de oración, como se puede comprobar en las colecciones de plegarias alfonsianas, monfortianas etc., publicadas para la piedad de los fieles.20
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Liturgia y devoción

1. Es bien sabido que el P. Alberione no se cansaba de promover «la oración de la Iglesia y con la Iglesia» (AD 72), pero al mismo tiempo insistía en que tal oración tuviera el color de la particular tonalidad derivada del carisma propio, que él llamaba «color paulino». Este color se surte principalmente en tres fuentes luminosas: la figura de Cristo como Maestro y Pastor, Camino y Verdad y Vida; la devoción a la santísima Virgen, madre y maestra y Reina de los Apóstoles; y el ejemplo de Pablo, apóstol de las gentes. Lo veremos mejor dentro de poco, a propósito de las devociones; pero ya de entrada hay que resaltar que el P. Alberione fue siempre coherente con la pasión por la liturgia contraída durante el escolasticado como ya dijimos.
Según se documenta en toda la Ópera Omnia, el Fundador puso siempre la formación de la espiritualidad cristiana y paulina en los raíles y las etapas del tiempo litúrgico. Las fórmulas mismas de oración y la estructura del libro Las Oraciones de la Familia Paulina siguen el esquema y los tiempos de la liturgia. En particular, las solemnidades y festividades propias se consideran, en el contenido de los textos, como fuentes para la formación de la persona, que de este modo reza lo que cree, espera, vive y comunica.

2. La reforma litúrgica decretada por el concilio Vaticano II ha vuelto a dar el debido espacio a la oración comunitaria, pero reafirmando también que «la vida espiritual no se agota sólo con la participación en la sagrada liturgia. En efecto, el cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su interior para orar al Padre en lo escondido; más aún, según enseña el Apóstol, debe orar sin interrupción...» (cf. SC 12). Así pues, los «ejercicios piadosos» como la adoración eucarística, el rosario, el vía crucis, las novenas, etc. «se recomiendan encarecidamente».
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«Pero conviene que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos para que estén de acuerdo con la sagrada liturgia, deriven en cierto modo de ella y conduzcan al pueblo a ella, ya que la liturgia, por su naturaleza, está muy por encima de ellos» (SC 13).
La oración personal no es algo que se superpone o se alterna a la oración litúrgica. Una enriquece a la otra: la oración litúrgica impide el individualismo y el devocionismo; la oración personal garantiza y asegura el fruto de la oración comunitaria y litúrgica, constituyendo como una preparación y prolongación de la misma, para entrar vitalmente en el misterio.

Las devociones

Ya hemos apuntado varias veces a las devociones, como el P. Alberione solía llamarlas, aun siendo consciente de que el término devoción podía prestarse a equívocos. Por eso precisó cuidadosamente el sentido.
Devoción significa entrega de sí a Dios, a Jesucristo, a María, a san Pablo, para que se haga de nosotros lo que el Señor desea. A propósito de la devoción a Jesús Maestro, el P. Alberione recordaba la intuición carismática que tuvo a los dieciséis años:

«Desde Navidad de 1900 a finales de enero de 1901, el rector del seminario, que nutría un gran amor a Jesús, predicó por primera vez esta devoción a todos los clérigos... Al final sentí como una revelación. Comprendí que esta práctica abrazaba toda la vida del hombre y experimenté el deseo de que todos la conozcan, la practiquen y la vivan..».21

Las oraciones destinadas a alimentar esta devoción llenan muchas páginas en el manual de plegarias propuesto
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20 Cf. Máximas eternas y El Anuario de María, Nápoles 1868; A la que nos escucha, Ed. Monfortane, Roma 1983; El libro de las oraciones, ed. preparada por Enzo Bianchi, Einaudi Tascabili, Turín 1997.

21 A las Pastorcitas [BP] I, p. 12.