Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

Haga una búsqueda

BÚSQUEDA AVANZADA

CAPÍTULO III
DOS CLASES DE FEMINISMO

Desde hace varios años nos encontramos con un movimiento femenino,1 que apunta a extender e intensificar cada vez más su agitación. Su aparición fue acogida con extrañeza por la mayoría, con sospecha por todos, con sonrisa de compasión por muchos; pocos han sido los que hasta ahora lo hayan tomado en serio, procurando estudiar qué quiere, con qué medios cuenta, con qué esperanza, con qué interés para la humanidad. De parte suya, el clero o lo ha considerado una utopía desdeñable, o una colosal ingenuidad en fase de organización, o una irracional pretensión. - Esto por lo general, aunque con salvedades; y las feministas justificaban bien tales valoraciones de la gente seria y del clero: ¡son tan extrañas sus pretensiones, tan desbarajustados sus principios, tan ligeras sus razones, tan indecorosos la gran parte de los medios desplegados! - Pero lo que sucede con todo hecho histórico, aun el más desdichado, tampoco pudo faltar aquí: entre tanto mal y tantas exageraciones se esconde siempre algo de bien y de verdad. El mal ordinariamente impresiona mayormente,
28
porque flota en el ambiente social; el mal es violento y más ruidoso; en cambio el bien, de ordinario, está en el fondo, se realiza en el silencio, con calma pero con constancia. Y el antedicho movimiento feminista ridículo y vanidoso no permitió a la generalidad de la gente percibir otro que, bendecido por el papa, inspirado por la religión, alimentado por la caridad, se difundía cada vez más, haciendo bien en todas partes. Dos feminismos pues: uno que puede llamarse feminismo socialista,2 revolucionario, anticristiano, antireligioso, inmoral; y el otro, en cambio, que es moral, es cristiano, es bueno en una palabra.

[Feminismo socialista y masónico]

Punto principal de discriminación en estas corrientes es la religión: el feminismo socialista, revolucionario, etc. se declara aconfesional y desemboca en el acatolicismo; el feminismo cristiano basa todo su ser en la sincera profesión de la fe católica. - El doctor Bolo3 en el libro La mujer y el clero prueba estas cuatro proposiciones, que aquí sólo citamos: «1. Todo lo que de útil o esencial puede reclamar la mujer fue hecho o por lo menos esbozado por el clero católico; 2. La posibilidad de un feminismo existe sólo por la Iglesia; 3. El feminismo, en cuanto razonable, no tiene de nuevo más que el nombre; 4. Los sufrimientos de que todo feminismo quisiera librar a la mujer, dependen de ignorar, en teoría, y más aún de hecho, las doctrinas del Evangelio».
29
Si se deja de lado el Evangelio, la mujer volverá a ser esclava, instrumento de placer, medio de producción y nada más. Toda la antigüedad es prueba de ello: basta recordar la Grecia y la Roma paganas, cuando había que entregar los cadáveres al embalsamamiento o a la sepultura sólo en avanzado estado de corrupción, por el peligro de los inmorales ultrajes póstumos.4
Es justo lo que se ha escrito recientemente: Mujeres, ojo a vuestros verdugos, a vuestros peores enemigos, enemigos hipócritas, porque se visten de corderos y fingen ser vuestros defensores: son las feministas que quieren emanciparos para oprimiros; que quieren poneros en lo alto para arrojaros al basurero; ojo al feminismo palabrero: quien promete demasiado es o un exaltado, o un mentiroso, o un traidor.
¿Cuáles son entonces sus propósitos? Los resumió Pío X en estas palabras: «Mirad cuánto yerran quienes pretenden para la mujer la igualdad absoluta con todos los derechos y las atribuciones del hombre. ¿Os imagináis a una mujer entre los ruidos, las agitaciones y las pasiones de la vida pública; una mujer emancipada, independiente, puesta en el mismo nivel del hombre en la vida social, en la tribuna, en los parlamentos, que discute, que legifera, se impone, conspira, se rebela, sube a las barricadas?... ¡No es esta la misión de la mujer! Falla quien sostiene este mal enfocado feminismo,
30
que quisiera corregir la obra de Dios, como un mecánico que pretende corregir y reformar el curso de los astros...».
Por lo demás, los fines de este feminismo-utopía quedaron declarados abiertamente por la flor y nata de sus representantes.
En París, el año 1900, se reunió el congreso general, con intervención de las y los mejores del partido de Inglaterra, Alemania, Austria, Rusia, Italia, Francia, América, etc. Y estas son las doctrinas allí expuestas:
«El cristianismo es la mayor ruina histórica»; «es necesario abolir el confesionario y toda instrucción cristiana»; «la hija en casa bajo los padres y la esposa ligada indisolublemente a un hombre son miserables esclavas, monjas laicas, criminalmente entontecidas: esta moral, subida al cielo por la religión en la persona de la Virgen, es un asesinato hipócrita, lento, minuto a minuto»; «la masonería, enemiga de las supersticiones y del error, es la natural adversaria de la Iglesia: la mujer inscríbase a la logia, tome su espíritu, trasmítalo a la familia: excluir de la masonería a la mujer significa prolongar el imperio de la Iglesia y la autoridad de los curas». Y para no transcribir aquí todas las vilezas de pensamiento y de lenguaje con que se expresaron,5 diré sólo que hicieron votos a favor de la prostitución, el divorcio, el amor libre,
31
el derecho al adulterio, la revolución social, la escuela laica,6 la paridad de la mujer con el hombre en todos los empleos y oficios, etc... Como se ve, es un espíritu completamente masónico; y hoy puede percibirse en revistas y circulares; la masonería mira a uncir a la mujer al propio carro.
El masón Levillon7 en el congreso internacional, celebrado en París en 1900, decía: «No es nada bonito el que a medida que llega una generación nueva, tengamos siempre que recomenzar el mismo trabajo; no es conveniente que renovemos la tela de Penélope, siempre tejiéndose y siempre deshaciéndose... pero no podemos llegar a tanto sin la ayuda de las mujeres». Y semejante sentimiento lo expresó también Nathan8 cuando, en 1898, expuso en Turín el novísimo programa de acción para los masones italianos. «Es inútil esperar en la absoluta eficacia de nuestra obra, por intensa que sea, si no se sabe unir la acción de quien, por naturaleza y aptitudes, es por excelencia educadora... de aquella que desde la cuna a la tumba preside la familia, la gobierna, la dirige según su talante». Y prosigue diciendo que es preciso apartarla de la religiosidad, alejarla de los gobernadores de su conciencia, que son los sacerdotes, y aceptarla en el orden masónico.
¡Nótese la astucia masónica! Dado que la
32
mujer aborrecería la secta, en una reunión celebrada últimamente en Roma se decidió hacerla entrar a traición, proponiéndole la beneficencia laica o neutra, cuyos últimos hilos son secretamente manejados y regulados por la masonería. Y ahí están saliendo al proscenio las instituciones laicas a favor de los enfermos, pobres, niños, chicas en peligro, mujeres descarriadas. Es la vieja costumbre del diablo: contrahacer las obras de Dios para atraerse secuaces. ¿No pensó él hasta en imitar, o mejor, remedar los milagros? - Y sin embargo, ¡cuántas buenas mujeres han caído ya en la infame red! Quizás por pura ingenuidad e ignorancia.
Y el socialismo, que algunos llaman, y no sin razón, la masonería popular, ¿qué hace?
La Confederación General del Trabajo9 compiló en 1912, por medio de la Cámara del Trabajo, una estadística sobre la organización femenina socialista en Italia. De ella resultó que, no obstante la natural repugnancia de la mujer a dejarse organizar por los subversivos, el socialismo había hecho ya un camino relativamente largo. ¡Casi cien mil mujeres figuran en esos cuadros socialistas! Y el trabajo sigue siendo ferviente.
Semejante feminismo no necesita ser confutado; aparte de que la confutación le viene ya de la inmensa mayoría de las mismas mujeres,
33
que o se mantuvieron indiferentes, o se le pusieron en contra.

[Feminismo cristiano]

En verdad, el feminismo de nuevo no tenía más que el nombre: sus mismos errores eran tan antiguos como las mujeres de mala vida.
No el nombre especioso de feminismo, sino la sustancia del feminismo bueno es antigua cuanto el cristianismo y, en gran parte, aún más. En efecto, consiste en actuar todas las doctrinas de nuestra fe en favor de la debilidad y de la dignidad de la mujer.
Descendiendo a detalles, podemos decir que el programa del feminismo bueno, bendecido y expuesto por su santidad Pío X el 21 de abril de 1909, tiene dos partes: una negativa y otra positiva. En cuanto a la parte negativa este feminismo se opone:
1. A separar sistemáticamente y por principio a la mujer del ambiente familiar para lanzarla a todas las profesiones de abogadas, médicas, diputadas, policías, soldados, etc., etc.: la mujer es esencialmente madre y tal debe seguir; madre del cuerpo por la generación y del alma con la educación, si tiene creaturas particularmente suyas; y madre del cuerpo con la caridad y la beneficencia, y madre del alma por la instrucción, si no tiene creaturas determinadamente suyas.
2. A la disgregación y derribo de la familia, célula de la sociedad: y por tanto al divorcio, al amor libre, a toda forma de inmoralidad moderna,
34
a todo medio de corrupción ofrecida con la moda libre, la diversión deshonesta, la exposición procaz, etc.
3. A todo el movimiento feminista, revolucionario y socialista que hoy se organiza en cualquier parte del mundo. Ya no es posible creer que tal movimiento sea sólo una veleidad, porque, comenzado en los Estados Unidos de América, ha pasado a Inglaterra, Francia, Alemania, etc.; y en Italia se nos presenta especialmente con dos institutos nacionales: el Consejo Nacional de las mujeres italianas (creación10 de una federación femenina internacional) y la Asociación para la mujer. Tampoco cabe dudar de su espíritu antireligioso, pues el primero aun dándoselas de apolítico y aconfesional (art. II), en práctica se muestra anticatólico y, por ejemplo en Roma, el año 1908, apoyó un voto contrario al catecismo11 en las escuelas elementales; y el segundo se manifiesta claramente en toda su actividad jacobina, revolucionaria, socialista, etc. El número de las mujeres, organizadas en estos dos institutos, alcanza en Italia globalmente la cifra de unas 16.000. Y no se diga que el socialismo, por cuanto toca a las mujeres, ha perdido su prestigio reduciéndose ya a una finalidad económica: pues, aun suponiendo que el socialismo haya muerto en Italia, no está muerta y no morirá tan fácilmente la masonería. Y bien, ésta, como se vio antes, tiende hoy a apropiarse
35
de la mujer, para hacer de ella un instrumento de lucha contra las verdades de la fe, contra la fe, contra los obispos, contra la religión. Frente a este falso feminismo se levanta hoy el feminismo bueno.
Y pasando ya a la parte positiva de este último, podemos decir que el mismo tiende especialmente a los siguientes fines:
1.?Procurar que la mujer realice el máximo bien en la familia. Este es el primero, el más obligatorio, el más eficaz, el más fácil trabajo de la mujer. Yo tengo esta persuasión: los enemigos de la religión y del sacerdote gozan como enanos y creen habernos metido en un lío inextricable cuando dicen que somos metafísicos y ponen en solfa a santo Tomás12 y a los escolásticos... ¡mientras ellos caen en la fosa cavada para los demás! De hecho, no sólo son metafísicos, sino verdaderos arbitristas y fabricantes de utopías cuando quieren a cualquier costo y siempre por sistema hacer salir de la familia a la mujer. Pero esto es empeñarse a poner los fundamentos en el techo, la bodega en la terraza; es descuidar el principio que el poeta expresa con estas palabras:

Si el mundo de abajo fuera consciente
del fundamento que natura pone,
siguiéndolo, tendría buena gente.13

Como manifiesta Dios en la Escritura, la mujer, según sus inclinaciones naturales, según
36
sus aptitudes, según las necesidades de la vida cotidiana, en primer lugar como campo de las propias fatigas tiene a la familia. Y quien intenta darle, como primaria ocupación, un trabajo fuera de ella, tendrá que violentar sus gustos, oponerse a los designios providenciales de Dios, ocasionar desconciertos muy serios al hombre y a la sociedad, crear personas desequilibradas, infelices, inútiles y, peor aún, revolucionarias. La mujer en casa es reina, si sabe serlo y, sin pretenderlo, puede dominar el corazón de los suyos. - Y justamente aquí podrá ella lograr, con quererlo, tener la máxima influencia en la sociedad. Porque, si ha habido también en esto algún arbitrista que soñó con un Estado basado no ya en las familias, sino en un mal definido colectivismo estatal aplicado incluso a las personas, la naturaleza y el buen sentido, concordemente nos dirán siempre que la familia es el fundamento del Estado, es la célula del Estado, es indispensable al Estado. Pues si el Estado resulta de las familias, él será como la generalidad de ellas, o sea tanto mejor cuanto mejores sean las familias; y entonces el llamado sexo débil, estando en su sitio, pasa a ser el generador oculto, pero verdadero, de la fuerza, de la prosperidad, del progreso de la nación. E igual que en cada caso particular resuena la frase proverbial cherchez la femme,14 así también, respecto a las
37
condiciones de un pueblo y de un Estado puede decirse: observad cómo son las mujeres. Feminismo bien entendido, por tanto, es el que tiende a formar muchachas que sean de hecho y casi como por adopción las madrecitas de virtud para los hermanitos; a formar esposas que sean las amigas del alma del marido para hacerla semejante a la propia en la fe, en la piedad, en la virtud; a formar madres que sean como el molde donde se plasme cristianamente el alma de los hijos.
Se dirá: ¡Para esto no necesitábamos un nombre y un programa nuevo, pues es lo que se nos ha predicado siempre! Efectivamente, la sustancia del feminismo bueno es antigua como nuestra religión, que tiene en sí cuanto basta no sólo para guiar las almas al paraíso, sino también para llevar los pueblos a la felicidad relativa y posible en la vida presente. Los siglos no añadirán más, ni cambiarán sus principios esenciales e inmutables. Lo nuevo es que la mujer de hoy debe formar a los hombres de hoy, debe socorrer las necesidades del hombre de hoy, debe servirse de los medios de hoy. Por poner sólo un ejemplo, la mujer de hoy tiene que ser más instruida en la fe que la mujer de los siglos pasados. Ella ha de prever un poco las objeciones, las dificultades que va a encontrar la fe del hijo en medio del mundo; ella no puede arrojar a este hijo como un cordero indefenso en medio a lobos rapaces:15 ella
38
debe armarlo con una instrucción más completa. Se dice hasta la saciedad, pero sin que sea excesivo, que los jóvenes van a la iglesia y frecuentan incluso la comunión hasta los doce o catorce años... y luego ya no se les ve. Es un hecho que puede tener muchas causas, y no será la última el que la madre no les ha podido dar lo que ella misma no tenía: una mayor instrucción religiosa, un carácter más fuerte ante las mil seducciones del mundo...
Esta es la novedad: algunos medios modernos usados para la antigua finalidad de salvar las almas. Los enemigos han recurrido a armas nuevas, y nosotros no podemos ni debemos combatir contra los cañones Krupp,16 valiéndonos de los cañones ideados por Napoleón I.
Más adelante veremos mejor el sentido y los medios para este principio: la mujer de hoy debe formar al hombre de hoy.
2. La primera y más natural actividad de la mujer es la de la familia; la segunda, casi como complemento de la primera, fuera de las paredes domésticas. La mujer puede dar en esto un gran aporte a un numero grandísimo de obras femeninas. Puede ayudar a la propaganda religiosa, entrando en las respectivas asociaciones: Damas de San Vicente, Damas de la misericordia - Catecismos parroquiales - Clases de religión - Congregaciones marianas - Pía unión de Madres cristianas - Retiros obreros17 - Protección de la joven18 - Santa
39
Infancia - Propagación de la fe - Liga para el descanso festivo - Liga contra la blasfemia, de la buena prensa, etc.
La mujer puede ayudar en la acción social: Patronato y Mutuo socorro para las trabajadoras - Obra de rehabilitación - Protección de la mujer en el extranjero - Liga contra el duelo - Comedores económicos - Pensiones de familia - Cajas para dotes - Cajas de maternidad - Cajas de previsión - Talleres - Sindicatos femeninos, etc.
Puede intensificar la cultura propia sea respecto a la religión, sea respecto a materias sociales, sea respecto a la moral, o también en lo concerniente a la higiene, el gobierno de la casa, etc. Y todo ello en escuelas de familia, en círculos de cultura, en escuelas de sociología, en apropiadas bibliotecas.
Como se ve, el trabajo que se le presenta a la mujer es inmenso: y crecería aún sin medida si se quisieran recordar los dos campos de actividad femenina asignados comúnmente a las religiosas y a las maestras: campos donde la mujer puede de veras, según dice mons. Bonomelli,19 constituirse en ayuda al sacerdocio y a la Iglesia en la gran tarea de la salvación de las almas.
Queda aún por responder a una pregunta para indicar más o menos el programa de trabajo del feminismo cristiano: ¿qué piensa éste de otras cuestiones, agitadas por el feminismo socialista, por ejemplo, del voto político o administrativo
40
dado a la mujer? El feminismo cristiano no se ocupa directamente de esto, persuadido de que el turbión de las pasiones políticas no es el lugar mejor para la acción femenina. Pero ciertamente que llegado el día en que a la mujer se le reconociera tal derecho, también para ella se convertiría en un deber el aprovecharlo; si no por otro motivo, al menos por no renunciar a un arma que en las manos sectarias se volvería enseguida contra los principios cristianos.
Distinguido así un feminismo del otro, no se ve ya razón alguna para no combatir con fuerza contra el primero y para promover en cambio el segundo. Combatir el primero es luchar contra la masonería y el espíritu masónico, que se vale de todo contra la Iglesia: es deber indiscutible de un sacerdote; favorecer el segundo quiere decir aprovechar un instrumento para el bien y secundar el espíritu de la Iglesia.
Pero ¿puede de veras la mujer desempeñar tal misión? ¿La realizó en el pasado? ¿Debe cumplirla en el porvenir? Tenemos tres preguntas a las que es conveniente dar una respuesta para persuadir incluso a los más escépticos.
41

1 Léase lo que en aquellos años escribía La Civiltà Cattolica asociando “feminismo” y “decadencia” e intentando distinguir un feminismo bueno de otro corrompido y corruptor: «Según el conocido adagio “los hombres hacen las leyes y las mujeres las costumbres”, nadie ignora la influencia capital que la mujer ejerce en la moralidad pública y privada, y de consecuencia la importancia de su misión moral con el hombre, la familia y la sociedad. De ahí que fin principal de un sano feminismo debería ser el de defender y promover la moralidad de la mujer, para facilitarle su misión moralizadora. Sin eso, cualquiera otra rehabilitación o reivindicación jurídica, económica o política, si no está subordinada o es conforme a los intereses morales de la mujer, de la familia y de la sociedad, no puede sino ser nociva para ella y para los demás».

2 Enemigo de la Iglesia (cf. DA 33; 35; 157; 172; 269); sobre tal feminismo cf. además DA 40; 203; sobre la revolución social, cf. DA 32.

3 Cf. BOLO E., La mujer y el clero, Traducción (italiana) del P. Carlos Negro B., Nápoles, Rondinella y Loffredo, Libreros-Editores, 1913. Alberione cita o se inspira frecuentemente en este libro (aunque no se refiere a esta edición -cf. DA 230- sino a una precedente, impresa y distribuida en Turín).

4 Cf. BOLO E., o. c., p. 144.

5 DA por error pone “trascorsero” (pasaron) en vez de “trascesero” (se expresaron).

6 Nueve días después de la toma de Roma, el 29 de septiembre de 1870, una normativa gubernamental hacía facultativa la enseñanza de la religión en las escuelas del Reino de Italia. Se impartiría sólo si la pedían los padres. En 1873 se suprimían las facultades teológicas en todas las universidades del Reino de Italia (cf. FERRARI B., La supresión de las facultades de teología en las universidades estatales de Italia, Morcelliana, Brescia 1968). En 1877 quedó abolido el oficio de director espiritual en los liceos, en las escuelas medias y superiores y en las escuelas técnicas, quitando así automáticamente de ellas la enseñanza religiosa, que la ley precedente confiaba al director espiritual. En 1883 (reglamento del 21 de junio, n. 1590) había sido suprimida definitivamente la enseñanza religiosa en todos los cursos de las escuelas magistrales, una maniobra para abolirla directamente también en las elementales, quitando la competencia a los maestros. Todas éstas eran disposiciones contrarias a la ley Casati de 1859, aún en vigor entonces y respetuosa de la libertad. Como excusa de la contradicción entre decretos y ley se decía que los tiempos habían cambiado, que el espíritu nuevo no era ya el de la Constitución de 1848 (sobre la que se basaba la ley Casati); que en la escuela se había introducido el principio del no dogmatismo, del respeto a la libertad de pensamiento, etc. En 1877 se había impuesto el estudio de Los derechos y deberes del hombre y del ciudadano, que debían de sustituir la enseñanza religiosa. En Turín, la Gaceta del Pueblo en los números del 11 y 14 de noviembre de 1877 denunciaba que el catecismo de la diócesis no decía ni una palabra sobre los deberes con la patria; que en cambio servía para idiotizar a los niños, para profesar dogmas rechazados por el mundo civil. Era una estupidez, según los laicos, permitir su enseñanza en las escuelas. Se olvidaba aposta que «principio supremo, absoluto, universal del constitucionalismo es la soberanía, la omnipotencia, el culto de la mayoría popular, que crea y sostiene la ley, el derecho, todo el poder». Y bien, en ningún otro argumento la inmensa mayoría del pueblo italiano había manifestado con tanta evidencia su voluntad, como en la conservación del catecismo en las escuelas. En el censo de 1901, no más de 36.092 personas se habían declarado en Italia sin religión; 138.818 con edad superior a los 15 años no habían dado indicación alguna acerca de la propia religión; los otros, 31 millones abundantes, habían respondido que pertenecían a la religión católica. Y en los más recientes referendos de los padres de familia sobre el catecismo en las escuelas, en Venecia había habido sólo 196 contrarios sobre 10.000 alumnos de las escuelas elementales; en Turín 31 sobre 26.000; en Génova 208 sobre 18.000; en Florencia 562 sobre 18.000. Si además se considera que los contrarios eran en gran parte hebreos y “heterodoxos”, y que los no contrarios habían pedido expresamente la conservación del catecismo, por fuerza había que concluir, con el diputado Greppi en el comicio de Milán: «Oponerse a tal plebiscito de voluntad de los padres de familia es voltear el derecho público; si la mayoría no debe nunca tiranizar a la minoría, admitir que la tiranía pueda ser ejercida por la minoría sería excesivo y contrario a todo sistema político» (cf. “La guerra al catecismo” en La Civiltà Cattolica 4 [1907] 644s). Ya años antes, en Piamonte, mons. Gastaldi había reaccionado con vigor escribiendo sobre la educación cristiana, sosteniendo la fundación de escuelas católicas, elogiando a los padres de 11.487 muchachos que en Turín (el año 1877) reclamaban la enseñanza de la religión en las escuelas civiles, frente a 397 que no la querían (cf. Iglesia y Sociedad en la 2ª mitad del XIX siglo en Piamonte, preparada por Felipe Natale Appendino, Instituto regional piamontés de pastoral, Ediciones Pedro Marietti 1982, p. 339). «La Escuela laica -escribía aún La Civiltà Cattolica 4 [1907] 405- es un dogma decantadamente masónico y parte esencial del vasto programa de descristianización de Italia, que León XIII resumía sintéticamente en la encíclica del 15 de octubre de 1890 al pueblo italiano, basándose en los propósitos y dictámenes tomados por los sectarios masónicos en sus asambleas más autorizadas». El P. Alberione se muestra particularmente atento al problema escolar.

7 Uno de tantos periodistas franceses simpatizantes con la masonería (MM).

8 Ernesto Nathan, hombre político (Londres, 5 de octubre de 1845 - Roma, 9 de abril de 1921), hijo de Sara Nathan Levi (una hebrea de Pésaro, Italia), amiga y colaboradora de José Mazzini (1805-1872) a quien conoció cuando estuvo desterrado en Londres. Tomó parte activa en la vida administrativa de Roma, siendo de 1907 a 1913 alcalde, dentro de una coalición laicista y democrática. En ese cargo favoreció las obras públicas y la escuela popular. A él se debe la municipalización de los servicios públicos. Nathan fue también uno de los iniciadores de la Sociedad Dante Alighieri, fundada en 1889 con el fin de difundir la lengua y la cultura italiana en el extranjero.

9 Véase más adelante, DA 203, nota 41.

10 DA por error pone “reazione” (reacción) en vez de “creazione” (creación).

11 Alberione se refiere con mucha frecuencia al catecismo, cf. DA 127; 169; 187, 189, 190-192; 221; 250; 255; 259; 275; 324-325. En los últimos treinta años del siglo XIX y en el primer decenio del XX una reflexión sobre el método catequístico en Piamonte se inspiraba en el francés mons. Dupanloup, obispo de Orléans, que en un escrito enviado al congreso de Piacenza por su biógrafo -mons. Lagrange, obispo de Chartres- era llamado “el más grande catequista de su siglo”. Mons. Lagrange escribía, refiriéndose a Dupanloup: «Su concepción fundamental del catecismo es ésta: no tiene que procurar sólo instrucción sino también y sobre todo educación religiosa; el catecismo no es sólo una enseñanza, una escuela de religión, sino un ministerio, un apostolado» Para Dupanloup, «el fin del catecismo es Jesucristo y su amor» (cf. DUPANLOUP, L'Œuvre par excellence: Entretiens sur le catéchisme [La Obra por excelencia. Entretenimientos sobre el catecismo], traducida al italiano en 1870). El relanzamiento catequístico suscitado por el concilio Vaticano I tuvo un momento fuerte en Italia con el Congreso catequístico nacional de Piacenza en 1889. Participaron en él unos 400 sacerdotes, provenientes de toda Italia, con exclusión de los laicos, aunque éstos cooperaran a menudo y de manera determinante. En su introducción al Congreso, el cardenal Capecelatro sostuvo dos tesis de fondo: 1) la unificación de toda la enseñanza religiosa en la persona de Cristo; 2) la catequesis debe ante todo enseñar “los hechos cristianos” y seguir “su orden histórico”, pues ello «al tiempo que ayuda mucho a imprimir bien los hechos en la memoria, les da unidad, calor y vida» (cf. Actas y Documentos del Primer congreso catequístico celebrado en Piacenza los días 24, 25, 26 de septiembre de 1889, Piacenza, Tedeschi 1890, p. 59). En el Congreso latía la preocupación de la decadencia de la enseñanza y de la instrucción religiosa entre los católicos italianos. Mons. Scalabrini relevó desde el principio que «en tiempos mejores la ciencia teológica era la ciencia no sólo del templo sino de todas las escuelas, y así como en pequeño era asimilada con amor por el niño en la escuela del párroco, así era profundamente estudiada en los liceos y universidades» (pp. 60-61). En cambio, ahora el catecismo era “descuidado, vilipendiado, contrariado”, excluido de las escuelas y poco frecuentado incluso en las parroquias. Mons. Bonomelli -a quien el P. Alberione admiraba- en su ponencia sostuvo que «la enseñanza no debe ser sólo oral, sino visiva» (p. 228). A este propósito, también un sacerdote suizo, Hippolyte Ducellier, de la diócesis de Ginebra, sostenía que «muchos elementos constitutivos de la Iglesia son visibles y deben verse» y que para esta «juventud que se nos escapa» es necesario «encontrar nuevos métodos de acción» porque «el método oral, a base de preguntas y respuestas, o sea el método catequístico, ya no basta» (pp. 329-330). El Congreso significó un paso adelante en el texto de catecismo y en la unificación de los textos. A raíz del mismo, el episcopado lombardo y piamontés (de los que varios miembros se decantaron en Piacenza a favor del catecismo único para Italia) concordaron en 1896 adoptar el mismo catecismo, el de mons. Miguel Casati (obispo de Mondoví, 1765) que luego fue aceptado asimismo en Liguria y Emilia y, el año 1903, en Toscana. Pío X, en 1905, también lo adoptó -con leves retoques- para las diócesis de la provincia eclesiástica de Roma. De una radical revisión y abreviación de este mismo texto resultó, en 1912, lo que sería conocido como Catecismo de Pío X (cf. Iglesia y Sociedad..., o. c. [DA 32, nota 6], p. 363). El P. Alberione es particularmente sensible al problema catequístico.

12 Tomás de Aquino (1225-1274) de Roccasecca, Frosinone (Italia), es considerado en la Iglesia católica romana como el más grande filósofo del medioevo. Su filosofía (el “tomismo”), durante siglos doctrina oficial de la Iglesia, intenta conciliar cristianismo y aristotelismo.

13 Dante Alighieri, Paraíso, VIII, 142-144.

14 «Buscad a la mujer» es una frase pronunciada por un policía parisino en el drama (representado por primera vez en 1864) Les Mohicans de Paris de Alejandro Dumas padre (1803-1870), acto tercero, cuadro 5°, escena 7ª.

15 Cf. Lc 10,3.

16 Krupp (DA dice Kroup) es el apellido de una familia alemana que poseía los mayores talleres de Europa para la fabricación de acero y armas.

17 Son la Obra de los Ejercicios espirituales de san Ignacio, impartidos por algunos días seguidos a personas retiradas en casas a ello destinadas; «obra denominada por los franceses des retraites fermées [retiros cerrados] de donde des retraites fermées ouvrières, los “retiros obreros”». «En Chieri [villa cercana a Turín, de cierta prosapia histórica y artística, con la fábrica de un conocido vermut]... se pensaba desde hacía tiempo [en los retiros obreros] y por fin se emprendió el intento en 1907; luego en 1908 se renovaron con éxito cada vez mayor. En una casa bien acondicionada, que domina el pueblo desde una colina en pleno campo, alejada de los ruidos y distracciones, se recogieron primero una treintena, luego una cincuentena abundante de obreros y se dedicaron durante tres días enteros al silencio, la meditación y otras prácticas religiosas, propias de los Ejercicios espirituales, según el método de san Ignacio. La experiencia se repitió este mismo año en Turín y en otra pequeña villa cercana, Avigliana. El resultado fue tan bueno que en cinco cursos sucesivos de Ejercicios tomaron parte unos 210 obreros, y no obstante la obligación rigurosa del silencio, la ocupación mental, desacostumbrada para tales hombres, la regularidad y la disciplina, nueva del todo para ellos, todos, menos cuatro, perseveraron hasta el final» (cf. La Civiltà Cattolica 4 [1908] 61-69). En DA Alberione menciona aún estos retiros obreros (cf. DA 197) que habían nacido en Francia con el P. Watrigant como un método para dejarse ayudar, y que pronto habían llegado al Piamonte (cf. Los retiros obreros en Chieri en 1907 y 1908 - Los retiros obreros en Turín en 1908 [Obra de los Ejercicios espirituales], Turín, Tip. Artigianelli 1908).

18 La fundadora es la baronesa Montenach, mujer de un diputado del Parlamento suizo.

19 Jeremías Bonomelli, nació el 22 de septiembre de 1831 en Nigoline, Brescia, fue ordenado sacerdote el 2 de junio de 1855 en el seminario de Brescia. Pasó luego a la Universidad Gregoriana, en Roma, donde tuvo como maestros a Passaglia, Schrader, Patrizi. Dos años después, ya doctor en teología, empezó a enseñar en el seminario de su diócesis, primero como profesor de filosofía de la religión y después de hermenéutica y dogmática, hasta que el 8 de julio de 1866 fue nombrado párroco de Lovere. El 26 de noviembre de 1871 fue consagrado obispo de Cremona (entonces tenía 222 parroquias, 650 sacerdotes y 350.000 fieles). Bonomelli impulsó una enérgica acción de reforma de la disciplina y de los estudios. Abrió escuelas populares gratuitas, apoyó los círculos obreros y juveniles; favoreció el incremento de las comunidades religiosas y se dedicó personalmente a una obra catequística intensa, predicando hasta ocho veces al día durante sus visitas pastorales. Una vasta actividad publicística constituyó para él la ampliación en el espacio y la prolongación en el tiempo de su más íntima vocación de catequista y apologista. En Cremona promovió la fundación de varios periódicos, entre ellos El mensajero (1880-1894) y El ciudadano (1898-1905). Toda la vida mantuvo una densa correspondencia con hombres de entre los más insignes de la época, tanto italianos como extranjeros, para el intercambio de ideas sobre problemas candentes del momento.