Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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CAPÍTULO I
EL CELO DE LA MUJER EN CUANTO INDIVIDUO

La mujer considerada individualmente puede ejercer en su campo una gran misión de bien. Para lograr entender esto con mayor facilidad convendrá considerar, en sendos párrafos, los diversos apostolados a los que puede dedicarse: apostolado de la oración, apostolado del ejemplo, apostolado de la palabra, apostolado de obras, apostolado en la formación de cooperadoras en el celo.
Ante todo creo oportuno aconsejar el óptimo librito de Frassinetti: Industrias espirituales (Génova, Tipografía de la juventud, 0,20 [liras]).

ART. I - APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

No hay duda de que éste es el más fácil y el más eficaz entre los diversos apostolados.
Es el más fácil, porque ¿hay alguien que no pueda rezar? Desde el niño que empieza a balbucir el nombre santo de Jesús, hasta el viejo decrépito que ya no tiene más que un hilo de voz, todos pueden musitar una oración. Una santa misa, una comunión, un santo rosario,
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una novena, una visita al Santísimo Sacramento, son cosas muy fáciles. - «¡Pero yo tengo tantas ocupaciones a lo largo del día!», dirá una mujer. Y bien, sea así; pero hubo muchas almas santas que en medio de tantas faenas domésticas, o en el ir y volver del trabajo, incluso entre el estruendo ensordecedor de las máquinas, o también en el campo bajo la férula del sol sabían rezar, ya que no de otro modo al menos con frecuentes jaculatorias. ¡De cuántas buenas muchachas sabemos que, mientras apacentaban el rebaño, leían libros de oraciones, desgranaban el rosario, se arrodillaban junto a una planta para hacer oración!
Y aun cuando el trabajo fuera acuciante, delicado, difícil, ¿quién podría impedir que al menos sea ofrecido al Señor, se realice con gusto, se lo santifique con la recta intención? Pues bien, un trabajo hecho de tal modo ¿no es una continua oración? Aquí vale el dicho: Quien trabaja, ora. - Más aún, mismamente el enfermo que yace en el lecho, oprimido por graves dolores, puede hacer la más eficaz de las oraciones; los sufrimientos, las cruces, las mortificaciones, las contrariedades soportadas con resignación a la voluntad de Dios valen mucho para atraernos las bendiciones divinas. Es conocido el dicho: Está bien rezar, fatigarse1 está aún mejor, y lo óptimo es sufrir.
Es el apostolado más eficaz, pues la conversión y la santificación de las almas es obra de gracia
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más que de razonamientos y de industria humana; lo dicen bien alto la Escritura, la tradición constante, la teología, la práctica de los santos. No puede fallar la promesa jurada por Jesucristo: Sí, os lo aseguro: si le pedís algo al Padre en unión conmigo, os lo dará.2 Apoyado en esta divina promesa, san Pablo inculcaba a todos este nobilísimo apostolado de la oración: Lo primero que recomiendo es que se tengan súplicas y oraciones... por la humanidad entera.3 - Nada escapa a este poder: ni la conversión de los pecadores, ni el enfervorizarse de los tibios, ni la vuelta de los herejes y cismáticos, ni la perseverancia de los justos, ni la predicación a los infieles, ni la buena muerte de los agonizantes, ni el incremento y prosperidad de la Iglesia, ni el triunfo de la Santa Sede, ni el perfeccionamiento del clero, ni la santificación de las Órdenes religiosas, ni el alivio de las almas del purgatorio. - Son auténticas bienhechoras ocultas de la humanidad las almas apóstoles con la oración, pues participan de la vida divina que Jesús lleva desde siempre en los sagrarios. ¿Qué hace él en el sagrado copón durante las horas solitarias del día, en las horas silenciosas de la noche, en el santo sacrificio de la santa misa? Aplaca la divina justicia airada contra los pecadores; invoca la divina misericordia para muchas almas; continúa su apostolado de salvar al mundo, como lo ejerció un día en los caminos de
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Palestina. - Almas verdaderamente bienhechoras de la humanidad, no reciben aplausos ni tienen monumentos; pero el día del juicio universal desvelará tantos secretos, aclarará tantos misterios, exaltará a estas humildes apóstoles.
Aquel día se verán por primera vez bienhechores y beneficiados, se mirarán, se reconocerán, y la gloria de los bienhechores será tanto más grande cuanto más se ha hecho esperar.
Almas bienhechoras de la pobre humanidad, tened al menos esta consolación aquí en la tierra: Dios escucha vuestras súplicas, atiende a vuestros gemidos, oye vuestras peticiones. Quien reza por las almas satisface un ardiente deseo del Corazón de Jesús; ¿y como podrá Jesús no amarlo con afecto especialísimo y no escucharlo? Por otra parte, san Ignacio4 decía: «Aun cuando muriendo ahora, estuviera seguro de mi salvación, estaría sin embargo dispuesto a arriesgarla permaneciendo aquí, con tal de poder ganar alguna alma». Y al reprocharle alguien de esto como de una imprudencia, respondió: «¿Y qué?, ¿quizás Dios es un tirano que, viéndome exponer mi salvación para ganarle almas, quiera luego mandarme al infierno?».
Y bien, ¿cuál es el modo práctico de ejercer tal apostolado? Más adelante se verá el apostolado de la oración como organización; aquí la tratamos sólo como práctica individual.
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Por los difuntos

El acto heroico de caridad es el ofrecimiento de todo el valor satisfactorio de las oraciones, acciones y sufrimientos nuestros, el ofrecimiento de las obras satisfactorias aplicadas a nosotros durante la vida o después de la muerte, el ofrecimiento de los méritos de María santísima y de Jesucristo hecho al Eterno Padre en favor de las almas del purgatorio. - He dicho valor satisfactorio, pues nuestras oraciones, acciones y sufrimientos tienen siempre tres valores: el meritorio, que no se puede dar a otros; el satisfactorio, que se puede aplicar libremente a las almas del purgatorio o a los vivos; el impetratorio, que se puede distribuir a quienes uno quiera.
Este acto es la más sublime manifestación de caridad a los difuntos. Pío IX concedió por este acto las siguientes indulgencias:
1. Altar privilegiado diario a los sacerdotes;5
2. A todos los fieles indulgencia plenaria (aplicada a los difuntos) cada vez que se comulgue y cuando los lunes se oiga la misa (por los difuntos), visitando en ambos casos una iglesia y rezando por las intenciones del papa;
3. A quien estuviera impedido para oír la santa misa el lunes, poder aplicar a este fin la misa obligatoria del domingo;
4. Y para quien no pudiera hacer la comunión, dio a los confesores facultad de conmutarla por otra obra de piedad;
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5. Para todos, cualquier indulgencia concedida o que se conceda es aplicable a los fieles difuntos.
No por nada tal acto se llama heroico, pues requiere una verdadera renuncia a toda la parte satisfactoria del bien hecho o por hacer y un total abandono a la Providencia amorosa de Dios, por cuanto concierne al purgatorio que tal vez nos toque. Para quien no tuviera aún la fuerza de realizar tal acto en sufragio de los difuntos, hay otros. Algunas personas dedican un día de la semana, el martes, a las almas del purgatorio; o bien cada semana ofrecen por ellas una comunión, una misa, un rosario; o se contentan con hacerlo un día al mes, los primeros martes; o dedican a ello un mes cada año, el mes de noviembre; o solamente el día destinado a la conmemoración de todos los fieles difuntos, el dos de noviembre.
Pero especialmente con ocasión de la muerte de alguna persona conocida es cuando tiene que incrementarse el celo por las almas del purgatorio. Es muy buena la práctica de reunirse en la casa del difunto para rezar el santo rosario y para visitar o velar el cadáver orando; muy buena es la práctica de acompañarlo a la iglesia y a la última morada en el cementerio; muy buena es la práctica de visitar la tumba en días determinados, como sería el día consagrado a la memoria de los difuntos; muy buena es la práctica
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de hacer celebrar el día trigésimo y los aniversarios solemnes, de conservar en las casas piadosos recuerdos y retratos de los finados. Pero una mujer piadosa no deberá contentarse con simples exterioridades: en las visitas de pésame pedirá y prometerá oraciones por los difuntos; en las sepulturas tendrá no sólo una actitud seria sino que tratará de rezar verdaderamente y de hacer rezar; se servirá de todas las circunstancias para recordar al difunto, para sufragar su alma e invitar a que otros lo hagan.
Finalmente, hay listas con las varias categorías de personas difuntas que pueden necesitar sufragios: los sacerdotes, los religiosos, los olvidados, las almas que fueron más devotas del Santísimo Sacramento, etc. Y bien, muchas personas piadosas suelen cada día dirigir sus intenciones hacia una de estas categorías de difuntos. Es una práctica utilísima, como lo es también la de repetir durante el día6 algún requiem, rezar por las noches, o al menos al ver el cementerio, un De profundis.7

Por los vivos

Las almas víctimas. Así como el acto heroico de caridad es la manifestación más sublime de caridad con los difuntos, así el alma víctima cumple el acto más grande de caridad con quienes viven aún en la tierra. ¿Qué significa ofrecerse como víctima por los hombres? Significa
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ofrecerse como cordero de expiación para satisfacer por los pecados de todos o de una parte de los hombres y obtenerles así la salvación. Significa declararse dispuestos a aceptar todas las penas, los dolores, las contradicciones que el Señor quiera enviar a un alma para obtener a las demás la salvación eterna. Significa mantenerse en esta disposición por toda la vida: ofrecer la propia existencia para librar las almas de la muerte eterna, incluso en la propia agonía. Jesucristo dijo: Nadie tiene amor8 más grande por los amigos que uno que entrega la vida por ellos. En nuestros días proclamamos un indudable progreso en todos los campos del saber; pero no puede negarse que, por la malicia humana, el saber esté a menudo puesto al servicio del mal y que el progreso haya encontrado nuevos medios y caminos para el pecado. Pero también las personas buenas han creado nuevos medios de bien. Entre ellos este: un escuadrón de almas, tanto más nobles cuanto menos conocidas, un escuadrón de almas tanto más sinceramente amantes de los hombres cuanto más éstos las desprecian, se ofrece valientemente como víctima por los propios hermanos. Son sencillas monjas en los monasterios, son maestras en las escuelas elementales, son humildes criadas, solteras, mujeres del pueblo que arden en amor de Dios, y a Dios lo sacrifican todo con tal de poder salvar un alma más. Cada persona puede hacer esto, aisladamente,
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pero sería más ventajoso unirse a la Asociación de las almas víctimas, de la que se hablará seguidamente.
El ofrecimiento generoso. Consiste en dar al Corazón divino de nuestro Señor todo el valor impetratorio de nuestras oraciones, obras y sufrimientos, dejando que Él lo utilice según sus fines santísimos. Mejor uso no podría hacerse de tal valor, pues las intenciones de Jesucristo no pueden ser sino santísimas, las mejores posibles; abarcan no sólo las ordinarias que nosotros podemos concebir en el reducido círculo de nuestros conocimientos, sino que se extienden a todos [y] cada uno de los hombres de las cinco partes del mundo, a todas y cada una de las almas de los sacerdotes, de los católicos, de los herejes, de los infieles. Con este ofrecimiento se llega con suma facilidad a extender nuestro apostolado hasta los extremos confines de la tierra. ¡Y cuánto fervor puede traernos el pensar que mientras rezamos, mientras trabajamos, lejos de la mirada de todos, mientras sufrimos una pena íntima y escondida a todos, se realiza un enorme bien incluso en regiones lejanísimas! El modo de hacer tal ofrecimiento es libre, y podría bastar esta fórmula: «Quiero hacerlo todo, hoy y siempre, según las intenciones de Jesús-Hostia en el sagrario». Sería fructuoso repetirla cada día o hasta varias veces en la jornada, aunque de suyo basta decirla de una vez para
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siempre sin retractarla. Quede claro que después de tal ofrecimiento está siempre permitido encomendar al Señor nuestras necesidades particulares, pudiendo hacerlo con mucha mayor confianza en ser escuchados.

Otras varias formas de apostolado con la oración

Intereses generales

a
) Está extendida en muchas comunidades la piadosa práctica de comulgar una vez a la semana por el papa, según sus intenciones, o bien rezar por las necesidades generales de la Iglesia la oración A ti, bienaventurado José....
b) Hay muchas almas que cada día rezan un Padrenuestro y Avemaría con la jaculatoria San Francisco Javier por la Obra de la Propagación de la fe; y un Avemaría por la Obra de la Santa Infancia.
c) Óptima es también la práctica de comulgar los sábados o por lo menos rezar oraciones especiales en honor del Sagrado Corazón de María por la conversión de los pecadores.
d) El papa Pío X ha indulgenciado dos hermosas oraciones, exhortando a los fieles a rezarlas frecuentemente: una por la propagación del piadoso uso de la comunión frecuente,9 la otra por la santificación del clero.
e) Muchas almas piadosas repiten a menudo la jaculatoria «Eterno y divino Padre, os ofrezco la sangre
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preciosísima de Jesucristo en reparación de mis pecados y por las necesidades de la santa Iglesia».
f) En los libros de piedad pueden encontrarse muchas oraciones contra el vicio de la blasfemia, para la preservación de la inocencia en los niños, por la difusión de la instrucción religiosa, por el incremento de la buena prensa, por el celo sacerdotal, etc. De una buena joven se lee: «Queriendo participar en el bien de los propagadores de la palabra de Dios, para cooperar a su fruto, mientras escuchaba el sermón, el catecismo, etc., con frecuentes jaculatorias pedía al Señor que infundiera su fuerza divina en el predicador y que tocara el corazón de los oyentes con la eficacia de su gracia».
Un misionero llegaba para los Ejercicios espirituales en una parroquia, pero el éxito parecía muy incierto. «Y bien, dijo el misionero al párroco, ¿no tenéis alguna alma buena que frecuente la comunión y rece bien el rosario?». - «Sí, tengo una pobre, muy piadosa, muy paciente». Haciéndola llamar, el misionero le mandó que en los días de los Ejercicios se acercase a la santa comunión y rezara continuamente el rosario durante los sermones. Ella obedeció y el éxito fue óptimo. Al partir, el misionero decía al párroco: No me deis las gracias a mí, dádselas a la pobre.
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Intereses particulares

Yendo luego a los intereses particulares de las almas, son casi infinitos los medios para promoverlos. Sólo por aludir a algunos, recuerdo:
a) Fijarse en alguien cuya salvación eterna se quiera alcanzar, por ejemplo un pariente, un amigo, sea o no pecador; y rezar luego por él a menudo, hacer también pequeñas mortificaciones, hasta ayunos si es conveniente.
b) Rezar por las necesidades particulares de agonizantes, pobres, familias, especialmente cuando se presente mayor urgencia, promoviendo triduos, novenas, visitas a las iglesias, peregrinaciones, etc.
c) Procurar que el rocío benéfico de las gracias divinas preceda a todo lo que se quiere emprender en favor de las almas; por ejemplo la reconciliación de enemigos, la institución de una obra pía, una amonestación que se quiere dar, etc.
d) Hacer con la oración el bien que no es posible con las obras o con la palabra, pues al Señor no le resulta difícil suscitar a otro que lo haga en vez nuestra, o hacerlo Él directamente.
Como conclusión de este artículo recordemos que el Señor no sabe negar nada a quien reza. Cierto día un sacerdote tenía que preparar para los últimos sacramentos a un joven de cuarto curso universitario; el infeliz había perdido la fe. El celante sacerdote, amigo personal
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del enfermo, lo había visitado a menudo intentando todos los caminos del razonamiento y del corazón, pero inútilmente. Una piadosa joven empezó entonces una fervorosa novena con comunión, rosario, ayuno a pan y agua. Aún no la había terminado, cuando el enfermo espontáneamente pedía los santos sacramentos, los recibía con visibles muestras de arrepentimiento y quería que le dieran repetidas veces la santa comunión. Dios solo es dueño del corazón y puede hacerlo cambiar como quiere con los milagros de su gracia.

ART. II - APOSTOLADO DEL EJEMPLO

Apostolado facilísimo y eficacísimo. Apostolado posible a todos y más particularmente a la mujer. «Empiece a brillar así vuestra luz ante los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a vuestro Padre del cielo»,10 dijo Jesucristo. «Y es precisamente la luz del buen ejemplo público y de la profesión abierta de la fe cristiana, lo que mayormente influyó en el mundo pagano para convertirlo. Apóstoles, clero, hombres, mujeres, muchachas, mientras con las palabras manifestaban sus pensamientos de fe, con las obras de santidad probaban estar convencidos y que esta fe era divina, pues actuaba en ellos tan profunda transformación. Resplandecían con esta luz en casa, en la vecindad, en la sociedad,
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ante los mismos tribunales y en el martirio... ¡que al fin obtuvieron la victoria! También hoy los católicos de Alemania, de Inglaterra, de los Estados Unidos de América, saben llevar alta la frente de católicos cristianos entre los protestantes que les rodean; y su número crece, los herejes se convierten, los enemigos los respetan y honran» - Así escribió mons. Ressia, obispo de Mondoví; y añade que quienes tienen el valor de mostrarse como verdaderos cristianos, en la fe y en las obras, son verdaderos misioneros, verdaderos predicadores entre el pueblo.

[La primera pedagogía]

«El apostolado del ejemplo -[añade dicho prelado]- puede suscitar una mueca burlona en los descreídos, pero deja clavada en su ánimo una espina que les punza, les reprocha, les llama al deber. Incluso un niñito que reza y vive como un ángel acaba por ganarse los corazones rebeldes». Acerca de esta verdad de la eficacia del buen ejemplo no hay autor de pedagogía que no concuerde; más aún, los hay que quisieran decir que la fuerza del ambiente es el principal factor de educación. Y es un hecho tan universal, tan claro, tan constante que resulta casi inútil aducir como prueba ejemplos particulares. Procurad a un niño enseñanzas santas, pero si vive en un ambiente corrompido, bien pronto olvidará vuestras exhortaciones para seguir los ejemplos de quienes lo rodean.
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Nosotros mismos lo hemos experimentado, nosotros mismos lo experimentamos, nosotros mismos lo experimentaremos: con los santos uno se hace santo, con los malos el corazón se estropea. De aquí proviene el dicho: Nadie es tan fuerte que escape al influjo del ejemplo ajeno, pocos pueden resistirlo constantemente, la [mayor parte lo] sigue casi del todo. ¿No será también por esta fuerza potentísima del ejemplo, fuerza en nuestros días reconocida y celebrada como nunca, por lo que el divino Maestro quiere amaestrarnos antes con el ejemplo que con la palabra?11 Él pasó treinta años escondido en un pobre taller, y sólo una décima parte de su vida predicando. ¿No será quizás porque conocía que el ejemplo es diez veces más fecundo en el bien de cuanto lo sean las palabras? Dígase, pues, si es posible, cuánto bien siembra y suscita continuamente a su alrededor la mujer virtuosa de veras, aunque no diga ni una sola palabra. Pasa, y mil ojos se fijan en ella, nacen mil pensamientos buenos, se despiertan mil sentimientos de admiración a la virtud, mil santas envidias la siguen. Sólo Dios lo cuenta todo; esa alma afortunada ni se da cuenta, pero ¡cuántos misterios revelará el día del juicio! Será el día de la glorificación de tantos ocultos bienhechores de la humanidad. Las flores, al morir, dejan una semilla fecunda; ¡y cuántas dejan estas mujeres virtuosas!
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[El atractivo de la piedad y de las virtudes escondidas]

Hay mucha gente que en el mundo quisiera pasar por espíritus fuertes y se burlan de la piedad, motejándola. Pero esos mismos, al ver el número de almas que sienten hambre de la palabra de Dios y la escuchan con tanta frecuencia, instintivamente reflexionan si no serían mejores acudiendo también ellos humildemente a esas lecciones de las verdades más altas, explicadas del modo más sencillo; al ver a esas almas piadosas que cada mañana, como palomas sedientas, se acercan a la mesa eucarística, van rumiando si no serían más felices imitándolas al menos alguna vez; al ver a esas almas devotas que rezan con toda la amplitud de su corazón, recuerdan la paz de cuando también ellos, en el candor de la niñez, se portaban así. Será un pensamiento fugaz como el viento, disimulado externamente,12 atropellado por el turbión de mil preocupaciones materiales, vanas, caprichosas; pero ese pensamiento se despertará en la tranquilidad de la tarde, en una noche insomne, en el momento de la melancolía y de la desventura: dará fruto a su tiempo, quizás sólo después de años y años. Quien recoge, a menudo no piensa en el sembrador; ¡pero sí lo hace, y bien, el Señor!
La eficacia del buen ejemplo es mayor cuando la mujer sabe unir a la piedad el ejercicio de las virtudes cristianas. No hablamos aquí sólo de virtudes externas y clamorosas, como
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son algunas obras de beneficencia, por ejemplo, sino particularmente de las virtudes internas y menudas. Hay personas tan llenas de humildad que no saben nunca lamentarse, el fallo está siempre de su parte, los demás tienen siempre algún motivo para actuar a su modo, aunque les causen pena. Hay personas tan delicadas en la caridad que tienen siempre a mano una finura, una interpretación benévola, anticipándose siempre a un deseo del prójimo y condescendiendo ante cualquier pretensión. Hay personas tan sensatas que saben dejarse interrumpir diez veces mientras escriben una carta o sacan una cuenta, saben aguardar sin impaciencia el final de una conversación o la llegada de una persona impuntual, saben dejar y reemprender el trabajo sin dar a ver ningún fastidio. Las intenciones malentendidas, las palabras mal interpretadas, las sonrisitas malignas, las acogidas glaciales, los desplantes secos... parecen encontrar un corazón insensible en tales personas. ¡Se diría que están destinadas por la Providencia a esparcir un poco de alegría en este valle de lágrimas! ¡Parecen tener la misión de hacer felices a cuantos se les acercan! Virtudes pequeñas, cotidianas, las más propias de la mujer; pero virtudes que vinculan, conquistan13 el alma y hacen exclamar: ¡Qué hermosas son la religión cristiana y la piedad, pues saben inspirar una vida tan desinteresada y amable! - Hay otras virtudes que se imponen también por una mayor exterioridad: es la sonrisa colgada en los labios de una
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persona amada, cuya aflicción conocemos, que revela las alegrías íntimas de la resignación; es la mirada límpida de un inocente que revela la suavidad y la dulzura de la sencillez; es el trato modesto y reservado que descubre toda la castidad de un alma; es el silencio digno ante una injuria o calumnia; es la obediencia constante incluso a las órdenes dadas con poco garbo; es el desinterés que hace ver el gran desapego de un corazón. Son una predicación de cada día, hecha sin dárselas de maestro, oída incluso por quien no suele ir a la iglesia.
Y, en fin, ejercen abiertamente un verdadero apostolado con el ejemplo las mujeres que dedican sus energías y hasta su vida a las obras de caridad. En otro lugar se verá cómo puede dedicarse a ellas la mujer; ahora basta recordar la gran estima que alcanza la religión por sus numerosas instituciones de beneficencia.

[La fuerza de la caridad]

El año pasado, con gran solemnidad en todo el mundo y particularmente en Francia y en Italia, se conmemoró a Ozanam,14 considerado el fundador de las Conferencias de san Vicente de Paúl. He aquí cómo. Él había conocido que existía una sociedad llamada de los buenos estudios, dedicada a la discusión amigable de temas literarios o filosóficos, muy al día. Se inscribió con muchos compañeros y por obra suya aquella sociedad pasó a ser Conferencia de historia y de filosofía. Sesenta y pico jóvenes explicaban
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y defendían la verdad cristiana histórica y filosófica, como apologistas, ante sus adversarios deístas, sansimonianos, fourieristas, materialistas.15 Era un verdadero campo de batalla donde la verdad chocaba con el error, se debatía a menudo acaloradamente, se trataba de prevalecer intentando la conversión al catolicismo. Pero Ozanam advirtió pronto la poca eficacia de la discusión teórica. Habló con alguno de los compañeros más íntimos, lamentando la futilidad de tales esfuerzos, y concluyó: En vez de la discusión científica, ¿no sería más eficaz una conferencia de caridad? Menos palabras y más hechos: vayamos a los pobres. La misma tarde, junto con un amigo, apiló la poca leña que quedaba para los últimos días de invierno y la16 llevó a un pobre abandonado. Un año después los socios de la conferencia de la caridad eran un centenar; pocos años después eran unas cinco mil las Conferencias esparcidas por todo el mundo; hoy cuentan con ciento cuarenta mil miembros y distribuyen a los pobres dieciocho millones de liras al año. ¿Con qué fin? «La caridad servía de introducción a la fe; también aquí la aguja hacía pasar el hilo, y los socios de san Vicente se convertían en los más poderosos misioneros para la regeneración cristiana del mundo».
Quien no propende hacia la religión por convicción científica, o no la ama por falta de instrucción, la aprecia al menos por el espíritu de caridad
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de tantos católicos, de religiosas llenas de amor a los pobres, de sacerdotes fundadores o sostenedores de hospitales, asilos, hospicios, patronatos de obreros, secretariados del pueblo. ¡Cuántas veces la lógica del corazón y del buen sentido acaba por triunfar! Se repite la conversión de Emilio Littré, hebreo, jefe de los filósofos positivistas de su tiempo, masón, materialista. Caído enfermo, le asistían amorosamente la esposa y la hija, católicas y piadosas. Su gran paciencia le impresionó y dijo: ¿Cómo así tanta virtud puede ser el resultado de la materia? Con la divina gracia, su sistema cayó como ídolo quebrado; se convirtió y murió cristianamente. Era la obra de la caridad.

ART. III - APOSTOLADO DE LA PALABRA

La palabra del Señor, o sea la verdad, es una divina semilla destinada a germinar en las mentes y producir el pensamiento cristiano, a germinar en el corazón y producir los afectos17 santos, a germinar en las obras y producir la vida cristiana. Es la palabra que ha convertido al mundo, la palabra que lo conserva cristiano; pues la fe, dice el Apóstol,18 es el fruto de las palabras de Dios. Jesucristo hubiera podido usar otros infinitos medios al efecto; pero eligió éste como medio ordinario: Id y haced discípulos de todas las naciones... y enseñadles a guardar todo lo que os mandé.19 Nada puede sustituir
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la eficacia de la palabra evangélica, predicada con celo y con la bendición divina a un vasto número de hombres, todos los domingos, todos los días, a todas las horas, por parte de muchos sacerdotes y misioneros.
Pero el sacerdote no puede llegar a todos; no todos pueden entenderle de igual manera; no todos recuerdan igualmente su palabra y la aplican en la práctica. Y entonces, he aquí que el Señor ha puesto junto al sacerdote, para que suplan su limitada fuerza, a los mejores entre los laicos y especialmente a la mujer. Como más piadosa naturalmente, la mujer es más asidua que el hombre a la palabra de Dios; la mujer intuye mejor que el hombre las verdades religiosas, no por lo que tienen de elevadísimas y nobilísimas sino en cuanto son conformes a la naturaleza, a las necesidades y a las aspiraciones del corazón; la mujer, mejor que el hombre, las recuerda y las aplica a los casos, a las circunstancias, a las acciones de la vida ordinaria. La mujer se hace eco, que doquier difunde la palabra del sacerdote, como su portavoz, como el medio de transmisión. ¡Bendita la mujer celante! De ella, San Pablo ha dejado escritas aquellas palabras que se refieren a Febe,20 Evodia y Síntique: Han trabajado conmigo por el Evangelio.
¿Y de cuántos modos puede ejercer la mujer este nobilísimo apostolado? De muchísimas y variadísimas maneras; aquí apuntamos sólo a algunas de las principales.
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Con la corrección

Un aviso dado a tiempo, condimentado con la dulzura de la caridad, enriquecido con la fuerza de calurosas exhortaciones, puede salvar a un alma de la caída, del mal camino, de la ruina. Hay quien peca por malicia; pero también, especialmente en la juventud, quien peca por ignorancia y por debilidad: una palabra, un estímulo podría salvar. La corrección puede hacerse con los de casa y también entre los parientes, entre los conocidos, por la calle, en la iglesia, en las conversaciones. A veces con una larga exhortación, más a menudo con una palabra o un acto de desaprobación, frecuentemente con una mirada, con un gesto convencional, con el porte y hasta con el simple silencio. No puede establecerse una regla general sobre qué conviene hacer en los diversos casos: las circunstancias particulares de persona, de lugar, de tiempo hablarán por sí mismas y el celo ardiente ayudará a reflexionar y a entenderlas.
La caridad es ingeniosa en encontrar siempre nuevos modos; como ejemplo, transcribo aquí algunos, referidos por Frassinetti, usados por una joven conocida como la Abeja ingeniosa.
Queriendo corregir a una pariente, de la que temía una mala reacción, pidió a una amiga que, en presencia de dicha pariente, le hiciera una observación acerca de aquel defecto, como si lo hubiera cometido ella misma, pero encareciéndole que midiera las palabras
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sin caer en exageración. La amiga supo hacerlo muy bien,21 y ella [la abeja ingeniosa] le dio las gracias y prometió que en lo sucesivo no volvería a caer en tales fallos. La pariente, sin sospechar la treta, quedó edificada por su humildad en recibir la corrección, y entendió que también ella debería enmendarse.
Sabiendo que una joven vivía mal, pues mantenía una relación inconveniente, fingiendo ser una cordialísima amiga, le envió una carta, poniéndole ante los ojos primero el daño que sufría su reputación, el tesoro más precioso que puede tenerse en este mundo; y luego, sobre todo, el estado deplorable de su alma y el peligro grave de eterna perdición; pero todo con tanta humildad, dulzura y afecto tan amigables que impresionaban aun al corazón más duro.
Conociendo también que un joven, imprudente o maligno, quién sabe, rondaba22 alrededor de una muchacha muy simple, a espaldas de su madre, escribió a ésta una esquela en la que, haciéndose pasar por amiga de casa, la advertía del peligro que amenazaba a la hija. Ésta quedó mejor guardada, y el moscardón no volvió a aparecer.
Le disgustaba enormemente oír a un vecino que, dominado por la cólera, maltrataba el santo nombre de Dios. El tal tenía
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una graciosa hijita de apenas cinco años, sencilla y buena. Llamó a esta niña y le prometió un buen premio si hacía lo que iba a pedirle. Habiéndole dicho que bien, la instruyó para que en los momentos de cólera de su padre, se le pusiera delante y, con las manos juntas, le dijera: «Querido papá, no blasfemes contra el Señor»; y esto lo hiciera hasta que el padre no se hubiera librado de aquel feo vicio. Y si él preguntase quién le había enseñado aquellos modales, respondiera simplemente: «El Señor»; porque en efecto ella hablaba en nombre de Dios. La niña desempeñó bien su parte, y el padre, viéndose ante aquel angelito que le imploraba con tanto garbo, primero, aun callando, se conmovió; luego preguntó a la hijita por qué se portaba así: «Porque así me lo ha dicho el Señor», respondió ella. Ante estas palabras la conmoción del padre llegó al colmo, y al día siguiente se confesó y prometió enmendarse.
Un modo singular de corrección era rogar a las personas de su entorno que la advirtieran de sus defectos, asegurando recibir el aviso con gusto. Tales personas a su vez solían pedir para ellas el mismo favor, y entonces ella tenía la ocasión de corregirlas y hacerles así mucho bien.
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Las buenas palabras

Es, para la mujer, la ocasión más normal y más fácil de ejercitarse en el celo. ¡Cuán a menudo hay personas afligidas! Pues derramar en sus corazones el bálsamo de los consuelos celestiales, hablando de la Providencia, del paraíso, de los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo, es una obra de celo. ¡Cuán frecuentemente hay personas amargadas por una afrenta recibida, por una calumnia o chisme contra ellas, por una antipatía que experimentan! Pues hablarles de la dulzura del perdón cristiano, del devolver bien por mal, del espíritu de sacrificio, es obra de celo.
Hay mujeres que se han impuesto como regla no terminar nunca una conversación sin dejar caer al menos una palabra buena; hay otras que suelen acompañar siempre la limosna material con un buen aviso; y otras que están atentas a aprovechar toda ocasión para aconsejar una práctica devota, para elevar el alma a pensamientos sobrenaturales, para subrayar la dulzura del bien. Recuerdo a un joven que solía ir a leer el periódico junto al lecho de un enfermo crónico; aprovechando la ocasión, sabía aderezar esa lectura con buenas reflexiones. Si por ejemplo el diario hablaba de una muerte imprevista, él decía: «Suerte, pues se había preparado». Si el diario contaba los honores conseguidos por alguien, él añadía:
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«Está bien, con tal de que tenga la aprobación divina». Recuerdo asimismo a una mujer que en el breve espacio de una hora, trabajando con algunas compañeras, supo hacer dos observaciones muy buenas: se pinchó con la aguja y, al compadecerla las compañeras, dijo sonriendo: «Esto no es nada en comparación con los sufrimientos del purgatorio». Más tarde, enseñando un bonito bordado, observó cómo nuestra vida es algo parecido: las obras malas la estropean, como los puntos mal dados arruinarían el bordado.
Una piadosa señora contaba cómo había podido introducir la práctica del rosario en una familia sólo con haber hablado por caso en una visita; una mujer del pueblo había logrado restablecer la paz entre dos esposos sólo con invitarlos a una fiesta en su casa; una soltera, visitando a menudo y tratando con mucha humildad y caridad a una familia, descuidada en lo religioso, había obtenido que los niños fueran mandados al catecismo y pudieran hacer la primera comunión.
¡Cuántas buenas palabras son como una semilla, caída de entre los dedos del labrador, destinada a nacer, crecer y fructificar al ciento por uno!
Los hombres no saben apreciarlas, pero sí las aprecian y las cuentan los ángeles, y Dios no dejará de recompensarlas debidamente.
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Para el catecismo

Favoreciendo la enseñanza del catecismo, la mujer pasa a asociarse directamente al más noble, necesario y eficaz ministerio sacerdotal: instruir a los niños. Y la mujer puede hacerlo de muchas maneras.
Ante todo impartiendo la doctrina, según la ocasión. En casi todas las parroquias los sacerdotes, al tener que distribuir a los niños en varios grupos, según sus capacidades y grado de instrucción, necesitan catequistas hábiles y dotadas de verdadero espíritu de piedad. Una mujer que frecuente la predicación, las instrucciones parroquiales, las clases de catecismo; una mujer que trate de suplir la falta de instrucción religiosa con la lectura de libros buenos; una mujer que procure leer alguno de los numerosos comentarios y explicaciones al texto de catecismo, podrá fácilmente adquirir la ciencia necesaria para instruir a la niñez en los primeros rudimentos de la fe. Necesitará además ser mujer de piedad, de vida edificante y de celo por la salvación de las almas; y estas cosas, imprescindibles en quien ha de enseñar la religión, las adquirirá frecuentando los santos sacramentos, esforzándose en practicar las virtudes cristianas, amando la oración.
Se comprende fácilmente23 que sean muchas las mujeres sin tiempo ni libertad para esta obra tan noble; se comprende que muchas carezcan o de ciencia, o de ascendiente
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sobre la niñez, o de otras cualidades; pero así y todo, en cada parroquia hay quienes podrían ofrecer el propio aporte al párroco, dispuestas a aceptar todos los consejos, por supuesto. Otras mujeres quizás deberán contentarse con imitar a una joven de la que se escribió lo siguiente: «Habiendo conocido a una muchacha muy ignorante en las verdades de la fe y en los deberes del cristiano, con el pretexto de enseñarle a leer y escribir, obtuvo que su madre la mandara donde ella durante varios meses. Pues bien, le enseñó cuanto importaba que supiera; le infundió sentimientos de amor y temor de Dios y, manteniendo luego buenas relaciones con ella, procuró que en el futuro santificara las fiestas, frecuentara los santos sacramentos y la doctrina cristiana».
¿Cuántas veces no podría una mujer instruir en el catecismo a algunos niños de los vecinos o de los parientes? Fácilmente podría acercárseles, fácilmente podría atraerlos hasta con pequeños premios. Y este modo de apostolado es especialmente adapto a mujeres que viven solas, o que están libres; pero a menudo podrían ejercitarlo también algunas personas de servicio en las familias donde no se da la debida importancia a la instrucción religiosa.
No faltan tampoco otros caminos abiertos al celo de la mujer respecto al catecismo. Ella puede a menudo influir para que los niños participen
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en la doctrina cristiana, especialmente los que tienen alguna relación con ella por razón de amistad, cercanía, parentesco o dependencia. Ella puede sostener la Obra del catecismo con ofertas a emplear en premios, juegos, excursiones, pasatiempos para chiquillos. Ella puede también, en especiales circunstancias, dar24 su aporte moral y hasta material para la fundación o el mantenimiento de algún oratorio, círculo recreativo festivo o escuela parroquial de catecismo. La historia aprueba25 con mucha razón la caridad generosa de un gran número de mujeres que concurrieron a la fundación de obras pías con sus generosas donaciones, hechas entre vivos o por testamento.
No cabe duda de que entre estas obras, una de las más urgentes hoy día sea la creación de oratorios, de círculos recreativos, de escuelas parroquiales de catecismo.
Y he aquí las indulgencias concedidas por el papa con el fin de promover la enseñanza del catecismo:
A los padres: 100 días cada vez que en casa enseñan la doctrina cristiana a los hijos y a los criados (Paulo V - 6 de octubre de 1607).
A los maestros: siete años cada vez que en las fiestas orientan a los alumnos hacia la doctrina cristiana y la enseñan (Paulo V - id.).
A todos los fieles: 100 días cada vez que
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por media hora estudian el catecismo sea para enseñarlo sea para aprenderlo (Paulo V - id.).
Siete años y siete cuarentenas cada vez que, confesados y comulgados, participan en el catecismo cuando se les enseña a los niños en las iglesias y oratorios (Clemente XII - 16 de mayo de 1736).
Indulgencia plenaria los días de Navidad, de Pascua y de los santos Pedro y Pablo, si participan asiduamente en el catecismo para enseñarlo o para aprenderlo, con tal que confesados y comulgados recen según las intenciones del papa (Clemente XII - id.).
Tres años en cada una de las fiestas de la santísima Virgen, si tienen por costumbre reunirse en las escuelas o en las iglesias para aprender la doctrina cristiana, con tal que en dichas fiestas se confiesen (Pío IX, Rescripto de la Sacra Congregación de las indulgencias, 18 de julio de 1877).
Siete años si además comulgan (Pío IX, Rescripto, id.).

Las cancioncitas

La música tiene una dulce y fuerte atracción hasta en los corazones menos sensibles. De todos es conocidísima la fábula de Orfeo, narrada por los antiguos.26 Un santo obispo de la antigüedad, viendo a su rudo pueblo muy reacio a oír las verdades de la fe, las resumía en versos y él mismo las cantaba desde un
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puente por donde pasaba mucha gente; ésta, atraída por el canto, escuchaba la doctrina que no quería escuchar en los sermones. Más aún, aquel obispo encargaba a los pobres, dotados de buena voz, que cantaran y vendieran sus cancioncitas.
La mujer podrá recurrir a esta industria de bien, favoreciendo ante todo la difusión de canciones indiferentes. En general, el pueblo canta por cantar, sin fijarse si el sentido de la letra es bueno o malo; por tanto aceptará fácilmente cualquier canción. Y la mujer podrá adquirir esas canciones; podrá distribuirlas; podrá empezar a cantarlas ella, si es posible y conveniente a su estado; podrá también procurar enseñarlas y difundirlas poco a poco... ¡Cuántos pensamientos y sentimientos malos se evitarán! Pensamientos y sentimientos que son excitados por cancionotas puestas de moda. Aún más, la mujer podrá hacer que la juventud especialmente aprenda cantos e himnos sagrados, así como difundir libritos y hojas que los contengan, e ir repitiéndolos en casa y en los lugares de trabajo. Hubo mujeres que con el pretexto del canto sabían atraer a casa muchachas a quienes enseñaban buenas prácticas, las encaminaban más a menudo a la iglesia y a los santos sacramentos y con ellas difundían entre el pueblo cantos piadosos y devotos. (Pío IX, en 1858, concedió varias indulgencias a quien promueve el canto de las alabanzas sagradas).
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ART. IV - APOSTOLADO DE LAS OBRAS

Bajo este título cabe enumerar una cantidad de veras extraordinaria de obras de celo a las que puede dedicarse la mujer. Y la importancia de cada una de ellas es tal que se requeriría un largo capítulo o quizás incluso un libro entero, de querer explicarlas convenientemente. Quien intentara considerar un tanto este argumento, no podría menos de exclamar: «¡Oh, qué amplio es el campo de acción religioso-moral abierto a la mujer! ¡Cuánto bien puede hacer esta débil creatura si dedica a la causa del bien su mente, su corazón, sus energías!». Téngase presente que por ahora se considera a la mujer sólo en cuanto individuo.

A favor de la prensa

Ante todo, una mujer dotada de cultura puede escribir. Conviene decirlo: hay un número en extremo grande que podría darse a este nobilísimo apostolado, ¡y sin embargo no lo hacen! Será tal vez una natural repugnancia a estrenarse, será indolencia,27 será una exagerada persuasión de incapacidad, será, quizás más a menudo, poca estima de este gran medio de bien. De todos modos, considérese la potencia verdaderamente extraordinaria de la prensa; potencia que va aumentando cada vez más, debido a la creciente avidez de leer. Considérese que la palabra
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escrita puede ser leída por miles de personas y comunicar a todas un buen pensamiento. Considérese que otras mujeres se valen de la prensa con fines irreligiosos e inmorales; considérese que se puede escribir, también en los diarios, sin que sea necesario dar a conocer el propio nombre; considérese que en fin de cuentas no se necesita una ciencia tan grande para mandar una correspondencia a la dirección de una hoja semanal. Hay maestras, hay empleadas en las oficinas postales, telegráficas, telefónicas; hay profesoras, hay mujeres de la clase culta o noble que frecuentemente tienen ideas bellísimas, conocen hechos dignos de publicarse, tal vez acaecidos en el propio entorno, hay iniciativas óptimas que proponer. ¿Y por qué no podrían escribir? Alabada sea la mujer humilde, que desconfía de las propias fuerzas y pide consejo y somete el propio trabajo a la aprobación de una persona competente... ¡pero recuerde que también esto es un talento que puede producir mucho!
¿Cómo puede escribir la mujer? Siendo corresponsal de un periódico católico en el propio pueblo o ciudad; encargándose del apartado que en casi todas las publicaciones se llama Sección femenina; participando en la redacción de revistas femeninas; o tal vez ocupándose de boletines religiosos o también escribiendo libros, novelas morales, opúsculos de propaganda, etc.
Más aún, la mujer puede cooperar en la
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difusión de la buena prensa. Y en esto no hay mujer que no pueda participar. Existe un gran número de periodiquillos buenos que llevan una vida arrastrada por no tener suficiente difusión; así como hay tantos libros óptimos a los que sólo les falta ser conocidos. ¡Cuánto bien no haría una mujer que buscara, entre parientes, conocidos y paisanos, suscripciones para esos boletines, semanarios o diarios que considerara útiles!28
¡Cuánto bien no haría prestando al menos los suyos al mayor número posible de personas, aunque fuera dejándolos en el café, en el albergue, en el círculo, en la tertulia, en la peluquería!
¡Cuánto bien haría si lograra, poco a la vez y con las delicadas y santas mañas de la caridad, en que la mujer es maestra, escamotear un diario malo y sustituirlo con uno bueno, o por lo menos indiferente!
Hay mujeres, con bienes de fortuna, que podrían también suscribir a una u otra persona, una u otra familia a periódicos o folletos buenos; hay otras que podrían al menos hacer llegar números de muestra a casas donde es posible obtener algún nuevo abonado; y otras que al distribuir tantas limosnas, podrían reservar una parte para la obra de la buena prensa: sería a menudo más útil que la limosna de pan.
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Algo parecido puede hacerse con los libros: prestar los propios, regalar los útiles y adaptados a las personas que los leerían, sugerir otros en las conversaciones, tratar de sustituir los malos con otros buenos y, en lo posible, atractivos. ¡Cuántas veces se lograría así impedir el pecado y la perversión, no sólo, sino también fomentar las buenas costumbres y la instrucción religiosa!
Mirad lo que se lee de una santa jovencita. Deseando introducir un libro bueno en una familia, lo llevó con motivo de una visita, y lo dejó allí como olvidado. Volvió tras unos días reclamando el libro, como si quisiera recobrarlo; pero al preguntar si lo habían leído y les había gustado, le respondieron afirmativamente, fuera verdad o no; y ella pidió con insistencia que lo aceptasen porque tenía otro ejemplar, como así era en verdad; por tanto el libro quedó en aquella familia como ella deseaba.
Con este fin hay personas piadosas que tienen en casa una verdadera bibliotequita o al menos varios libros que procuran dar a conocer y hacer circular continuamente, contentas con realizar un poco de bien. Hay otras personas que, aun siendo pobres, renunciando a pequeños placeres, apartan cada día algún dinero para adquirir algunos libros. Y hay quienes procuran en seguida a ciertas personas libros útiles o por ellas deseados.
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Y junto a estas mañas, cabe recordar otra: la de distribuir hojitas con máximas o dichos de grandes hombres por las calles, por las plazas, en los lugares de conversación, en los coches públicos, en los tranvías, en los vagones del tren; o también la de dejar en cualquier sitio, casi como por olvido diarios e impresos buenos; y otra más: pegar en los sobres de las cartas, en los paquetes postales, en las paredes, en los respaldos de los asientos de los paseos públicos, en los tranvías, etc., cartelitos con alguna máxima buena; y por fin, escribir en las paredes de la propia casa, por las escaleras, etc. algún letrero bueno.
Quienes los lean encontrarán un buen pensamiento, y el que lo haya facilitado tendrá gran mérito ante Dios.

A favor de los enfermos y de los pobres

Son éstos ordinariamente los mejor dispuestos a corresponder al celo; son éstos a quienes es más fácil acercarse mediante favorcitos y delicadezas; son éstos quienes tienen más necesidad de un alma celante, que inspire la resignación y les disponga al último paso, cuando llegue. Visitándolos, socorriéndolos, consolándolos, el alma recibe un gran beneficio.
Y bien, los enfermos pueden encontrarse en diversas condiciones. Pueden ser pobres, abandonados, necesitados de todo. En tal caso la mujer podrá
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visitarlos muy frecuentemente; podrá prestarles los socorros más urgentes, podrá proveerles de médico, de medicinas, de mantas, de alimento, etc.; podrá, según las circunstancias, ayudarles a que les acepten en el hospital, o insistir para que les atiendan las autoridades locales y las personas pudientes. Los enfermos podrán estar en sus casas, pero bien cuidados, o bien en el hospital, y entonces la mujer, según sus posibilidades sociales, los visitará brevemente, les dará ánimos, les ofrecerá la propia ayuda.
Pero, en uno o el otro caso, el cuidado material no será más que un medio para alcanzar el fin de hacer bien al alma. La mujer celante no efectuará visita alguna sin dejar caer una buena palabra; si lo ve oportuno aconsejará también que reciba los santos sacramentos, aunque el caso sea gravísimo;29 asegurará también al enfermo oraciones de almas buenas, estampas, crucifijos, etc., según el caso.
Habrá quizás enfermos irreligiosos, viciosos, indiferentes, que difícilmente pensarán en llamar con tiempo al sacerdote. Será entonces una obra de caridad si la mujer, dada la ocasión, recuerda al enfermo su deber; o bien pedirá al médico, a un pariente, a un conocido que lo hagan ellos mismos, o en fin avisará al propio párroco para que procure acercarse al enfermo.
A esos pobres los tenéis siempre entre vosotros,30 dijo nuestro
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Señor Jesucristo; y cada día constatamos la verdad de esta divina sentencia. Encontramos pobres en las calles y plazas, a pobres visitamos en las casas, pobres hay hasta en los palacios y bajo vestidos ricos. Con ellos la mujer puede ejercer la caridad de mil modos. Y no sólo con el socorro material, distribuido con prudencia; sino también con buenos consejos; procurando trabajos convenientes y posibles; sugiriendo la resignación, la confianza en la Providencia. Y de otras muchas maneras y de otros diversos modos. Hay en efecto pobres viudas a quienes ayudar en la educación de sus familias; hay niños que cuidar en ausencia de sus padres, hay ropas que hacer para los pobres, para el asilo, para los viejos. Y a ello se prestan especialmente señoritas acomodadas, mujeres de las grandes ciudades; y en el campo se puede dar una mano en los trabajos agrícolas en favor de viudas y huérfanos.

Secundar el celo de los pastores de la Iglesia

1. El celo de los papas

El papa, vicario de Jesucristo, ha recibido el poder no sólo de enseñar a los pueblos la verdad y la moral del Evangelio, sino también de guiar el celo de todos, según las particulares necesidades de los tiempos.31 Por eso, al presentarse nuevas circunstancias, él va perfilando
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qué obras particulares conviene promover. Así León XIII32 inculcó de modo especial el rezo del santo rosario tanto en público como en las familias; Pío X se mostró particularmente interesado en la comunión de los niños; otros papas recomendaron de manera especialísima la Obra de la Propagación de la fe y de la Santa Infancia, el Óbolo de san Pedro,33 etc. La mujer celante deberá siempre recibir con humilde sumisión y como palabra del Espíritu Santo toda orden de la Santa Sede, no sólo defendiéndola de eventuales ataques de los esquinados,34 sino esforzándose para que, por cuanto concierne al propio círculo de influencia, se observe. ¿Y cuántas veces no tiene ella ocasión de dar a conocer y aconsejar la observancia, por ejemplo, de los ayunos y de la abstinencia? ¿Cuántas veces no podría ella hacerse recaudadora del Óbolo de san Pedro, o bien celadora de la Obra de la Propagación de la fe?
Puede suceder tal vez que algunas mujeres, especialmente las cultas, se vean tentadas de censurar o juzgar los actos y las ordenanza papales; esto no sólo queda fuera de la misión de la mujer sino que puede ocasionar escándalo y perjuicio. Su deber es, más bien, aceptar con reverencia y ejecutar lo mandado.

2. El celo de los párrocos

El párroco es quien tiene la verdadera responsabilidad de las almas que le han sido confiadas;
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a él le concierne como derecho y deber no sólo la parte principal sino también la parte directiva de la cura de almas y de la acción pastoral. Él puede servirse de otros, más aún, es deber suyo hacerlo en proporción a las necesidades del ambiente, de la habilidad de los cooperadores, de los fines que se propone. A los demás, y particularmente a la mujer, les toca secundar humildemente, cooperar35 según las fuerzas, ponerse totalmente a su disposición. La mujer respecto al párroco, en los casos ordinarios, deberá ser lo que la mano es respecto a la cabeza: un miembro que actúa y sirve, manifiesta las propias necesidades y se somete a las decisiones de su superior.
Cuando el párroco favorece una devoción, una cofradía, una pía unión,36 la mujer de verdadero celo secunde a su pastor; cuando el párroco juzga necesaria una institución, la mujer, sea cual fuere su condición, preste su cooperación moral o material; cuando el párroco pide el concurso de los buenos o para la iglesia, o para el hospital, o para la Obra del catecismo, la mujer responda a la llamada según las propias fuerzas. En una parroquia, aunque abundasen las energías dedicadas al celo, se obtendría siempre poco si no estuvieran unidas; y bien, la única persona que puede unirlas, dirigirlas, encauzarlas es el párroco. Todas las instituciones que miran a la pastoral, todas las iniciativas para la salvación
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de las almas, todas las personas celantes, en los casos ordinarios, directamente o indirectamente, han de tenerle a él como punto de referencia.

Para la frecuencia de los sacramentos

En verdad, la frecuencia de los santos sacramentos, especialmente la santa comunión, es uno de los medios principales para la práctica de la vida cristiana. Para comulgar a menudo se requiere el estado de gracia y la recta intención; la comunión tiene que ir precedida por actos de fe, de amor, de arrepentimiento y por el propósito de una vida cada vez mejor: Jesucristo, al entrar en nosotros, trae una fuerza nueva, fruto de gracia, para frenar las pasiones y para practicar las virtudes; esos son los tres motivos por los que el papa Pío X se ocupó tanto de la comunión frecuente. Toda mujer celante podrá siempre favorecer, promover y difundir su uso. Son muchos los medios para ello.
Veamos ante todo lo que escribe Frassinetti de su Abeja ingeniosa: «Habiendo observado que las jóvenes muy asiduas a la santa comunión pierden el amor del mundo y se dan a servir a Dios con fervor y a veces incluso en la virginidad, por el amor que ella tenía a Dios y a la castidad, y porque veía además que este era un medio eficacísimo, con el fin de que las jóvenes se dedicasen con mucho celo a procurar la gloria de Dios y la salvación del prójimo, se esforzaba por incitar hacia la comunión frecuente a todas
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las muchachas de su entorno. Esto lo hacía con el ejemplo y con exhortaciones. Si encontraba a una reticente, usaba esta maña: la invitaba a consagrar siete miércoles, o siete sábados, en honor de María santísima Inmaculada, acercándose esos días a los santos sacramentos. A ello más fácilmente condescendía la invitada, y de consecuencia iba acostumbrándose a esa práctica, perseverando luego. De esta práctica procedían tres bienes:
1. Aquellas muchachas, para obtener de sus confesores el consejo de comulgar tan a menudo, vivían muy atentas a no cometer pecados, ni siquiera veniales, advertidamente.
2. Comulgando a menudo y con pureza de conciencia, experimentaban los consuelos del espíritu, y de ahí, casi sin darse cuenta, tomaban aversión al mundo con sus vanidades y placeres, hasta llegar, algunas veces, a abandonarlo.
3. Llegaban a ser casi pequeños apóstoles, en el seno de sus familias, compañeras y amigas, promoviendo doquier la gloria de Dios y la salud de las almas».
Más aún, la mujer, aunque tenga poquísimas relaciones sociales, siempre podrá invitar a alguien entre conocidos y amigos, con ocasión de fiestas especiales, de Ejercicios espirituales, de onomásticos, de sufragios por una persona querida, en los meses consagrados a María santísima o al sagrado Corazón
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de Jesús, o cuando se trata de obtener alguna gracia importante. Para ello bastará que ella recuerde que el medio más poderoso de obtener las bendiciones del Señor no es el encender una vela, sino hacer una novena o un triduo de comuniones.
Además, la mujer podrá responsabilizarse de propagar particularmente las devociones o asociaciones piadosas que promueven la comunión frecuente, por ejemplo, la Tercera Orden de san Francisco de Asís, la Pía unión para la comunión de los niños, la devoción del primer viernes de mes, etc.

Formar cooperadoras en el celo

Hay personas que arden de celo por la salvación de las almas. Dios les ha dado una luz extraordinaria que les ha hecho conocer cuánto ha hecho Jesucristo por ellas. Estas personas desearían poder multiplicar hasta el infinito sus oraciones, sus consejos, sus habilidades para salvar cada vez más almas; quisieran inclusive multiplicarse ellas mismas. Y, al ver tan limitadas las propias energías, prueban una especie de desaliento. Pues bien, se les podría decir: consolaos, podéis duplicaros, triplicaros, centuplicaros incluso, si queréis. ¿Y cómo? Formando cooperadores en vuestro celo. Leed estos párrafos y veréis: «(Una piadosa
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joven) no pudiendo entrar en relación directa con todas las muchachas del pueblo, cuyo bien hubiera deseado favorecer, con el pretexto de algún trabajo o servicio se hizo amiga de algunas de ellas, pobres pero muy buenas, para que la ayudasen; las instruyó en muchas mañas de bien y se valió de ellas, haciendo así lo que no hubiera podido llevar a cabo por sí sola en beneficio de mucha gente». Todavía más: «Esta piadosa joven, cuando llegaba a conocer que en algún lugar o pueblo había alguna muchacha comprometida y celante en promover el bien, le enviaba enseguida algunos libritos u otras cosas devotas como regalo, acompañándolas con una carta en la que le pedía el favor de su amistad, ofreciéndose a servirla en cuanto le fuera posible. De esta manera tenía en todas partes buenas amigas, a quienes nunca había visto; con ellas mantenía edificantes comunicaciones, las animaba con calurosas exhortaciones y las ligaba a sí con devotos regalitos que les enviaba de vez en cuando. Valiéndose de ellas, estableció en muchos lugares pías uniones y prácticas religiosas muy útiles a las almas devotas y a las propias poblaciones».
«Un buen pensamiento difundido es como un ángel que va en nombre de quien le envía haciendo bien donde penetra. Quisierais realizar alguna de las obras de misericordia, que tanto endulzan el alma, como por ejemplo dar limosna; pero sois pobre. Pues bien, exponed
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un pensamiento que demuestre el mérito del dar y las necesidades de los pobres: este pensamiento quizás penetrará en el corazón de personas ricas, las cuales darán. Quisierais visitar a los enfermos, instruir a los niños, etc.; pero no podéis porque deberes urgentes os atan en casa, o no podéis llegar a todo; pues bien, exhortad a personas más libres que lo hagan en lugar vuestro».
Muchísimas y variadísimas son las obras de celo posibles para la mujer: puede rezar por la salvación de los demás, puede valerse de la palabra y de la acción, como se ha visto.
Y bien, en cada una de estas obras la mujer puede asociarse con cooperadoras:

En la oración. Cuando se trata de un pecador que convertir, de un moribundo al que difícilmente se puede uno acercar, de un odio a extinguir, de una obra que promover... a la mujer siempre le es posible invitar a sus buenas amigas, muchachitas y otras personas conocidas, a hacer juntas la santa comunión, un triduo, una novena, una visita a la iglesia. En algunas ocasiones basta recordar las necesidades para que enseguida se comprendan y se rece; por ejemplo, una enfermedad grave, una aflicción, una desgracia, las misiones, los herejes. Si en cambio se trata de personas difuntas, no habrá gran dificultad en obtener para ellas una santa misa con buena asistencia, un rosario bien rezado, un De profundis, un Requiem.
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En el apostolado de la palabra. Mirar alrededor: ¡cuántas personas, incluso piadosas, no gastan un tiempo preciosísimo en charlas inútiles! Para servirse mejor de la propia lengua sólo necesitarían que se las adestrara. Pues bien, dígaseles que podrían hablar de lo que oyeron en el sermón; que podrían dar a conocer pías uniones y prácticas religiosas; que podrían conversar acerca de buenas obras, de vidas de santos, de virtudes. Dígaseles que podrían tal vez comprometerse en dar catecismo; que podrían emplearse en consolar a los afligidos, poner paz en las familias, dejar siempre caer una buena palabra en las conversaciones.

En el obrar. En esto, fácilmente se podrá sugerir la visita a algún enfermo, el sostener con el ejemplo y con la ayuda las obras queridas por el párroco, el sustituir con libros y periódicos buenos los libros y periódicos malos.
Se podrá aconsejar el dedicarse a sostener una cofradía o a establecerla: Pequeños rosarieros,37 Rosario viviente, Hábito azul; a recoger ofertas para el Óbolo de san Pedro, para la Obra de la Santa Infancia, para la Obra de la Propagación de la fe; para promover la comunión frecuente entre los niños.
No se trata de pretender forjar de golpe
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un apóstol, no; el espíritu de Dios no es violento y la formación ha de llegar gradualmente. Se empezará por hacer un poco de bien en la propia familia, especialmente al padre, a la madre, a los hermanos, a las hermanas, y sucesivamente a las personas de servicio. A veces se tratará de invitarlas a un sermón, a los santos sacramentos, a una función; otras veces tal vez habrá que quitar de casa algún objeto de escándalo, como libros o cuadros, o bien dar un buen consejo. Más fácil aún será cultivar el espíritu de devoción en una hermanita o sobrinita, introducir la práctica de rezar la tercera parte del rosario en familia, o intentar que se haga una buena lectura.
De las personas de casa se podrá pasar a las amigas y conocidas, particularmente a las muchachas, contándoles algún ejemplo de vidas de santos o bien orientándolas hacia un fervoroso confesor o animándolas a actos de devoción a Jesús sacramentado o a la santísima Virgen.
¡Así se formará una joven para el apostolado poco a poco! Y no se desaliente ante los primeros fracasos; al contrario, rece más, busque nuevas mañas, aconséjese, espere siempre.
Tampoco hay que pretender que toda joven, aunque sea piadosa, o toda soltera, por libre que esté, se vuelva un celante apóstol; cada uno tiene el propio espíritu, las propias aptitudes, las propias inclinaciones. Algo se podrá hacer de todos, pero no todos
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podrán realizar un trabajo igual; algunos preferirán el apostolado de la oración, otros el del ejemplo, otros el de la palabra.
En el mundo habrá siempre una clase de personas que imitarán a Marta38 y otra que seguirá a María. Pero téngase ojo en la formación de las cooperadoras para elegir a las más capaces, las más piadosas, las más activas; y no sólo, ojo también al distribuirles el trabajo que mejor responda a las inclinaciones de cada una.
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1 En DA hay aquí un punto y coma (;), por lo que la frase podría leerse: Está bien rezar, fatigarse; mejor aún, la cosa óptima es sufrir.

2 Cf. Jn 16,23, y también 14,13; 15,16; 16,26.

3 Cf. 1Tim 2,1, y también Ef 6,18; Flm 1,4; 1Tes 1,2.

4 Sólo aquí Alberione menciona a este santo; probablemente se trata de Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús, nacido en Loyola, Guipúzcoa, España, en 1491 y muerto en Roma el 31 de julio de 1556.

5 Altar privilegiado es «el que goza del indulto de la indulgencia plenaria, aplicable al difunto por el que se celebra la misa. Privilegio perpetuo o temporal, diario o no [cf. CJC can 918]» (Enciclopedia católica, vol. I, col. 925).

6 DA usa una expresión local: entre día.

7 Cf. Sal 129 de la Vulgata (actualmente el 130).

8 DA en vez de “amore” (amor) dice “onore” (honor). Cf. Jn 15,13.

9 Cf. el Decretum de quotidiana Ss. Eucharistiae sumptione “Sacra Tridentina Synodus”, emanado por la Sacra Congregación del Concilio, con la autoridad de Pío X, el 20 de diciembre de 1905.

10 Cf. Mt 5,16 y Ef 5,9; 1Pe 2,12.

11 Nótese la importancia de la observación sobre el magisterio del divino Maestro, realizado con el ejemplo antes que con la palabra. Es uno de los temas que el P. Alberione más desarrollará.

12 DA, por un error tipográfico, en vez de “esternamente” (externamente) dice “eternamente”.

13 DA usa un verbo arcaico: conquerir.

14 Antoine-Frédéric Ozanam nació en Milán el 23 de abril de 1813, de Juan Antonio, médico, y María Nantas, de Lyon. Murió en Marsella el 8 de septiembre de 1853. Fue proclamado beato por Juan Pablo II en París el 22 de agosto de 1997.

15 Secuaces de varias corrientes filosóficas. El deísmo es una concepción racional de la divinidad, sin elementos sobrenaturales o dogmáticos. - Sansimonianos, discípulos de Claude-Henri, conde de Saint-Simon (París, 1760-1825), aventurero, filósofo y sociólogo utopista, propugnador de una sociedad perfecta basada en un “nuevo cristianismo”. - Fourieristas, discípulos de Charles Fourier (1772-1837), filósofo y economista francés, animador de círculos políticos en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, propugnadores de un socialismo utópico. - Materialistas: antiguos y nuevos sostenedores de una concepción filosófica que pone como fundamento de la realidad solamente la materia.

16 DA dice lo (en vez de la).

17 En DA hay efectos.

18 Cf. Rom 10,8.14.

19 Cf. Mt 28,19-20 y Mc 16,15.

20 DA dice Zeba, pero se trata de Febe (o Feba), ya citada en DA 45. Cf. Rom 16,1-2: «Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas..., pues se ha hecho abogada de muchos, empezando por mí». Para Evodia y Síntique, cf. Flp 4,2.

21 DA usa una palabra latinizante.

22 DA registra una expresión desusada.

23 DA usa una expresión equivalente a ligeramente.

24 DA dice “dove” (donde) en vez de “dare” (dar).

25 DA usa una expresión arcaica.

26 Personaje mítico, cantor tracio, hijo del dios Apolo y de una ninfa; su canto tenía el poder de mover árboles y piedras, amansar las fieras y convencer a Cerbero a abrir las puertas del Hades, para poder librar a la esposa Eurídice.

27 DA dice indolente.

28 Es probable que Alberione piense en algunos periódicos diocesanos piamonteses, fundados por la Obra de los Congresos. En efecto, la primera iniciativa de los comités diocesanos de la Obra era la fundación de un periódico que fuera como el órgano oficial. Así habían nacido, en Cúneo El deber, semanario de los comités diocesanos y parroquiales; La gaceta de Fossano, órgano de los comités diocesanos y parroquiales, que desde el 17 de agosto de 1898 será sustituida por La fidelidad; El Correo de la diócesis y de la ciudad de Fossano; La voz de Novara, bisemanal y órgano oficial del comité diocesano, a la que, desde el 16 de febrero de 1901, sucederá La crónica novarese. En Alba, La gaceta de Alba (fundada en 1882) se definía «periódico político-religioso de la diócesis y del distrito, inspirado en principios sólidamente católicos»; en Mondoví, El despertar católico era el bisemanal que combatía fuertemente en defensa de la religión, del papado, del pueblo; en Ivrea El pensamiento del pueblo; en Asti comenzaba en 1900 a publicarse La gaceta de Asti en sustitución del benemérito Despertador; en Acqui se fundó en 1903 El áncora (cf. “Primer elenco de los periódicos católicos de relevante contenido social editados en las diócesis piamontesas desde 1860 a 1914”, preparado por DELIA CONTRI M. y NEGRI V., en Bollettino dell'Archivio per la storia del movimento sociale cattolico in Italia, Milán, a. III [1968], pp. 161-192). Otros periódicos “buenos” eran, en Alba, Alba nueva; La torre en Santo Stéfano Belbo, La roca en Vezza d'Alba. Pero había también periódicos locales de otra vertiente: los socialistas albeses, durante un período, publicaron El sol del porvenir; en Bra los radicales imprimían El XX de septiembre, los socialistas de Mondoví tenían Luchas nuevas con el puño y la chispa. «El mundo está gobernado por la opinión pública, y ésta por el periodismo», escribía un redactor jesuita en aquellos años (“La omnipotencia del periodismo”, en La Civiltà Cattolica 4 [1907] 559-574).

29 Así en DA; pero probablemente el autor quería decir: no sea gravísimo, o sea aunque no haya peligro de muerte.

30 Cf. Mt 26,11 y los paralelos Mc 14,7; Jn 12,8.

31 Alberione se muestra particularmente atento a este tema. Un signo de los tiempos es el feminismo cristiano, que «no es sino la aplicación de los grandes principios del Evangelio a las necesidades de hoy»: cf. DA 152; 175; 216.

32 León XIII (1878-1903) es el papa que emanó la primera encíclica sobre el rosario: Superiore anno (1884). Otras encíclicas de León XIII sobre el argumento fueron: Vi è ben noto (1887), Octobri mense (1891), Laetitiae sanctae (1892), Iucunde semper (1894), Adiutricem populi (1895), Fidentem (1896), Augustissimae Virginis (1897), Diuturni temporis (1898). La lista demuestra la importancia atribuida a esta oración, que cada día invita a la reflexión sobre la vida de Jesús, sobre la fe evangélica y de modo especial sobre María, la madre de Dios.

33 En el medioevo Estados o Señorías solían pasar un canon anual a la Santa Sede. Reconocían esta particular forma de tributo al papa: Inglaterra (sec. VIII), aunque el pago quedó abolido en 1534; el Reino de las dos Sicilias (1059), Dinamarca (1063), los Reinos españoles (1073), Bohemia (1075), Croacia y Dalmacia (1076), Portugal (1144), los Reinos escandinavos hasta la Reforma. En 1859, la Santa Sede se encontró en su balance con un déficit de 80.000 escudos. Bastó lanzar la idea (por parte de Montalembert, parece), para que comenzara una carrera de solidaridad entre los católicos en ayuda de las finanzas pontificias.

34 Los malos.

35 DA recita: les toca secundar humildemente al cooperador...

36 Una pía unión era una asociación de fieles instituida para la oración o la caridad. No necesitaba ser reconocida como persona moral. Para su subsistencia jurídica y capacidad espiritual bastaba la simple aprobación del Ordinario. Los bienes que poseía pertenecían a los socios, los cuales estaban obligados a respetar tanto las condiciones puestas por los donantes, como la destinación especial de tales bienes. Las pías uniones aparecieron en la Iglesia enseguida después del concilio de Trento.

37 Asociación presente en Alba gracias al canónigo José Priero, coetáneo y colaborador del P. Alberione desde el seminario. El rosario era muy inculcado por la Asociación de los sacerdotes adoradores y Priero quiso involucrar también a los chicos que se reunían en la iglesia de Santa Catalina, frente al Seminario, bajo la guía de la señorita Marta Saglietti, más tarde ama de llaves del canónigo Francisco Chiesa. - La Asociación de los sacerdotes adoradores era sostenida por los padres Sacramentinos, fundados por san Pedro Julián Eymard, apóstol de la Eucaristía. El P. Alberione se inscribió en noviembre de 1907, año de su ordenación sacerdotal. Tuvo el n. 8694. Los inscritos fueron más de 50.000. Hasta 1937 podían inscribirse también los paulinos que lo desearan; efectivamente en el registro pueden leerse los nombres de los primeros sacerdotes. Cada inscrito se comprometía, entre otras cosas, a una hora de adoración semanal. De aquí el origen, la raíz de la hora de “Visita” o adoración eucarística propia de los miembros de la Familia Paulina (MM).

38 Cf. Lc 10,38-42 pero también Jn 11,20-39 y 12,2.