Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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CAPÍTULO VII
LA MISIÓN DE LA MUJER Y LA MISIÓN DEL CLERO CONCORDADAS

Si tal es la misión de la mujer, se deduce que ella y el sacerdote coinciden en la misma vocación; que ambos deben trabajar el mismo campo. Pero ¿de modo desordenado, caprichoso?, ¿sin nadie que regule y dirija el trabajo? No, el ejército de las mujeres debe tener su capitán en el sacerdote. Dios ha establecido al sacerdote para salvar las almas y, junto con la mujer, tendrá que rendirle cuentas. Toca empero al sacerdote guiar su ejército a la victoria; a él le corresponde estudiar pacientemente el plan, frenar a las audaces y alentar a las tímidas, amonestar a las desertoras y reordenar a las desbandadas, en fin guiar a todas en la batalla.

[Anillo de conjunción]

Hoy se reconoce1 universalmente el valor de este principio en la cura de almas: al sacerdote y más especialmente al párroco concierne el deber de valerse de todos para obtener su fin: salvar las almas. Él no puede dejar a parte ninguno de los medios y ninguno de los cooperadores: canto, círculo de cultura, conferencias, avisos, delicadas mañas, etc.; coadjutores, beneficiados,
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miembros de las asociaciones católicas, compañías religiosas, etc.; y entre todos estos medios de salvación y entre estos cooperadores, hay uno importantísimo, habilísimo, eficacísimo: la mujer. Utilícela, pues, diríjala, válgase de ella en toda ocasión; por descontado, con prudencia, como se verá después.
El hombre en el orden físico es incompleto sin la mujer, pues si él tiene la fuerza, le falta la gracia poseída por la mujer; si él tiene la inteligencia, la mujer tiene el corazón: unidos estos dos seres se completan y dan origen a otros hombres. Algo parecido cabe decir de la misión sacerdotal y de la misión de la mujer: el sacerdote amaestra, comunica los carismas de la gracia, santifica desde el templo; pero la mujer prolonga esta divina influencia hasta entre las paredes domésticas, la mujer lleva el hombre al sacerdote. El sacerdote sin la mujer perdería tres cuartas partes de su influencia en la sociedad; la mujer sin él la perdería toda. Así como entre Dios y el hombre está el sacerdote, así entre el sacerdote y el hombre está la mujer, anillo de conjunción.

[Común vocación]

He aquí el vínculo estrechísimo que une al sacerdote y a la mujer: la común vocación; por tanto la obligación, en el sacerdote, de una esmerada2 y prudente orientación hacia la mujer al elegir los medios; y el deber en la mujer de una humilde docilidad a los consejos del sacerdote.
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Y si todavía surgiera en la mente una duda al respecto, miremos la historia: al lado de los grandes bienhechores de la humanidad y a los grandes santos del cristianismo encontraréis siempre una dulce figura de mujer y de santa, que casi completa su obra. Junto a san Benito,3 el gran patriarca del monaquismo occidental, veis a su hermana santa Escolástica;4 junto a san Francisco de Asís,5 el santo universalmente tan amado, está su conciudadana santa Clara;6 junto a los Padres dominicos están las dominicas;7 junto a san Francisco de Sales está santa Juana Francisca de Chantal;8 san Vicente de Paúl9 ha hecho por la Iglesia y por las almas mucho más instituyendo las Hermanas de la Caridad que fundando la familia de los Religiosos de la Misión. Al venerable Cottolengo10 le ayudó mucho Mariana Masi11 y al venerable don Bosco12 su propia madre, Margarita Bosco.
Tal es el orden providencial del mundo, y no debemos cambiarlo; oponiéndonos a él, haríamos estéril nuestro noble ministerio; en cambio, adaptándonos actuaremos con menor fatiga un bien centuplicado.

Conclusión. - Se hace necesaria una advertencia, para evitar malentendidos. De lo que he dicho y estoy por decir, alguien podría creer quizás que yo intente afirmar que la mujer no debe ocuparse más que de cooperar con el sacerdote, o
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al menos que, cuando no hace esto, no responde a su misión. No es precisamente esto lo que quiero decir. La mujer tiene que prestar una ayuda material al hombre; y ahí ya ve cualquiera qué inmenso campo está preparado para su actividad. Yo no quiero ocuparme de esto precisamente, pues sería salirme de mi propósito. La mujer ha de prestar ayuda moral-religiosa al hombre; y esto puede hacerse de dos modos: o directamente, digamos así, en la obra y en la orientación dadas por el sacerdote; o indirectamente, entrando sólo en el espíritu de la misión sacerdotal, que es asimismo parte de la misión femenina. También esto es digno de aprecio; pero aquí quiero tratar especialmente del primer modo, pues del otro hay ya numerosos libros que hablan, y algunos lo hacen de manera egregia.
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1 DA dice recomienza.

2 DA por error en vez de “oculata” (esmerada) registra “occulta” (ocultada).

3 Benito (480-543/547) es el padre del monaquismo en Occidente. Nació en Nursia, Umbría, de noble familia romana. Fundó 13 monasterios y trazó un ideal monástico con la Regla, definida por Bossuet como «una suma del cristianismo, un docto y misterioso compendio de toda la doctrina del Evangelio, de todas las instituciones de los santos Padres, de todos los consejos de perfección». Hombre amante de la concreción y de la claridad, Benito compendió su pensamiento y su acción en el lema ora et labora, “reza y trabaja” en el que también Alberione se inspiró mucho.

4 Para la vida de esta hermana de Benito, la única fuente histórica son los capítulos 33 y 34 del segundo libro de los Diálogos de san Gregorio Magno. Probablemente gemelos, Benito y Escolástica nacieron y murieron en los mismos años (480-547). Escolástica se consagró a Dios de joven y siguió al hermano a Subiaco y a Montecassino. Sus huesos reposan juntos en la cripta de este gran monasterio.

5 Francisco de Asís (1182-1226) a los 24 años se despojó de todo, ropa, riquezas, ambición, orgullo, para desposar a “Madona Pobreza” y reproponer al mundo, en perfecta alegría, el ideal evangélico de humildad, pobreza y castidad. Su conformación con Cristo acaeció incluso físicamente con el sello de los estigmas, recibidos en el monte de la Verna, el 14 de septiembre de 1224.

6 Clara (1193/1194-1253), nació en Asís de rica familia; con increíble audacia se presentó, la noche del 18 de marzo de 1212, a Francisco y a sus frailes para consagrarse a Dios. Conquistada por la regla de la pobreza absoluta, no sólo individual sino profesada colectivamente, Clara extendió al mundo femenino la espiritualidad de Francisco.

7 Unos y otras toman nombre y espíritu de Domingo de Guzmán, nacido entre el 1170 y el 1175 en Calaruega, Burgos, España, y muerto en Bolonia el 6 de agosto de 1221.

8 Sobre san Francisco de Sales y santa Juana F. de Chantal, véase en DA 47 y 48 las notas 26 y 27.

9 Vincent de Paúl (1581-1660), tras una experiencia de esclavitud en Túnez, en 1617 decidió comenzar las misiones entre los campesinos más pobres. El 23 de agosto de 1617 dio comienzo a la Compañía de la Caridad (llamada después Damas de la Caridad) invitando a mujeres nobles a servir a los pobres. De 1618 a 1621 predicó con otros celantes sacerdotes muchas misiones en varias diócesis de Francia. Fundó la Congregación de la Misión, PP. Lazaristas, para las misiones populares (1625).

10 José Cottolengo nació en Bra, provincia de Cúneo, Italia, en 1786. Primero de doce hijos, hizo con mucho provecho sus estudios, primero en Bra y luego en Asti. En 1811 fue ordenado sacerdote y ejerció de coadjutor en Corneliano d'Alba. Celebraba la misa a las tres de la madrugada para que los campesinos pudieran asistir antes de ir al campo. Para completar su formación se doctoró en teología en Turín, el año 1816. El 17 de enero de 1828, comenzó su gran obra de asistencia a los impedidos, en el viejo Turín. Empezando por una viejecita paralítica, los recogidos llegaron pronto a 40. Cuando, como precaución ante la epidemia de cólera de 1831, las autoridades le mandaron cerrar la primera casa (que Pío IX había bautizado como “Casa del milagro”), él cargó sus pocas cosas en un asno y con dos religiosas se dirigió a la localidad de Valdocco, a una finca en cuyo ingreso había un letrero “Posada del cubero”. Él le dio la vuelta y escribió: “Pequeña casa de la divina Providencia”. Era el 27 de abril de 1832. Junto con la viuda María Ana Masi, hacia 1830 había fundado la congregación de las Hermanas Vicentinas, llamadas después Religiosas del Cottolengo. Los medios para la obra fueron exclusivamente la ilimitada confianza en la Providencia, flanqueada por una constante oración y caridad. Murió el 30 de abril de 1842.

11 Joven viuda de gran fe, a quien Cottolengo, en noviembre de 1830, constituyó madre de sus pobres y del naciente instituto de Hermanas por él fundado (MM).

12 Juan Bosco nació en Becchi, Castelnuovo d'Asti, Piamonte, el 16 de agosto de 1815 y murió en Turín el año 1888. De modesta familia, huérfano de padre, fue la madre quien le enseñó los primeros elementos de catecismo. Ordenado sacerdote en 1841, empezó enseguida a ocuparse de muchachitos pobres y fundó en Valdocco el primer “oratorio” (1842) donde reunió a una veintena de chicos. En 1846 los jóvenes eran ya 300. Con la colaboración de los sacerdotes don Rúa y don Cagliero, puso las bases de la Sociedad de san Francisco de Sales, cuyo primer capítulo se celebró en 1859. Al lado de los salesianos fundó (1872) las Hermanas salesianas (Hijas de María Auxiliadora) y al final la Pía unión de cooperadores salesianos.