Beato Santiago Alberione

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estrictísimo respetar las instituciones de la Iglesia; y bien, como ya se dijo antes, la organización fundamental y central es y ha de seguir siéndolo la parroquia, y el párroco es y ha de seguir siendo el alma de toda la acción pastoral. Para mayor claridad, creo conveniente dividir la materia en varios puntos.

1. [Método positivo]

En todas las obras y organizaciones pastorales es necesario seguir el método positivo.
Un programa bien definido y preciso no es posible, antes de entrar, o apenas hecho el ingreso en una parroquia; en cambio sí es siempre necesario un programa general. En efecto, el primero implicaría un apriorismo dañino, mientras el segundo está incluido en la misma misión del párroco. Quien pretendiera entrar en una parroquia con la lista de las obras que realizar y quisiera enseguida ponerlas en acto, se encontraría con muchos espejismos. No todo lo plausible en teoría resulta siempre fácil en la práctica; no todo lo bien logrado en una parroquia se adapta igualmente a otra. ¿Cuántas veces sucede el haber hecho grandes sacrificios de tiempo, de salud, de dinero y después convencerse de haber equivocado el camino?...
He dicho que un programa general es, en cambio, necesario. El mismo consiste en una voluntad firmísima de hacer a la mujer y por la mujer todo el bien posible, en el orden espiritual y también en el orden material.
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Si faltara este propósito faltaría la verdadera noción de los deberes de un párroco, o bien faltaría la vocación de serlo. Quien es nombrado párroco no puede decir: «¡Me ha llegado por fin el premio y el descanso de tantas fatigas!». Al contrario, puede apropiarse la frase de un cura santo: Me han puesto la cruz en los hombros; es una cruz pesada, ¡y sin embargo dulce! No tendré ya paz en la tierra: debo bregar y morir en el campo del trabajo por las almas.
En esta especie de programa general el párroco ha de incluir todo el trabajo que tienen que hacer los otros sacerdotes libres: él tiene alguna obligación más, pero no está dispensado de los deberes de los otros. Por tanto, todo lo que se puede hacer desde el confesionario y las otras cosas que pueden realizarse sin una organización exterior y local forma ya parte de su trabajo. Aquí vamos a hablar sólo de las obras parroquiales que entrañan asociación pública; ¿con qué criterio podrá elegirlas el párroco?
Dos reglas:
a) Estudie ante todo las necesidades de su feligresía. - En algunos lugares es necesaria la mutualidad, en otros la cooperación; aquí hay muchachas estudiantes, allí trabajadoras; hay donde dominan los partidos subversivos y donde manda la indiferencia. Aún más, cada centro tiene una mentalidad propia, costumbres propias, usos propios. Algunas poblaciones son desconfiadas, otras indiferentes, otras entusiastas.
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A veces en una parroquia hay males gravísimos, y no se pueden curar sin estudiar las causas. En el Diario de un cura de campaña el autor cuenta de sí mismo que, llegado a una parroquia de unas 600 almas, se dio enseguida cuenta de la indiferencia religiosa y de la profunda separación entre pueblo y sacerdote. Con visitas, conversaciones, relaciones amistosas, lanzó una diligente encuesta acerca de sus males materiales, individuales y sociales. Notó especialmente cuatro: falta de dinero para las compras; mortalidad en el ganado; dificultad en la comercialización de los productos; carencia de un médico. Puso remedio con una caja rural,1 una sociedad de seguros contra la mortalidad del ganado, una cooperativa, una escuela nocturna. Fue un trabajo largo y penoso; pero no ingrato, pues pasados pocos años el pueblo estaba en íntima relación con su párroco; éste era verdadero padre y consejero de su pueblo; casi todos los hombres cumplían con pascua.
No precisamente igual, pero bastante parecida, ha de ser la búsqueda y la cura de los males morales, con tal que se llegue a la finalidad de unir las almas a Dios con la práctica de la religión. Se oye repetir a menudo: Un párroco, al entrar en un pueblo, al menos por un año dé más relieve a la observación que al trabajo. ¿Cuáles son los medios para llegar a conocer el propio ambiente? Diversos: primero de todos, la visita a las familias. Con solo
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anunciarlo, verá quizás que a más de uno le bailarán los ojos; pero téngase un poco de atención.
Hay visitas inútiles, otras dañinas y otras espirituales y ventajosas. Las inútiles son las que absorben gran cantidad de tiempo, sin algún fruto, sólo por motivos humanos. Las dañinas son las que implican preferencias no razonables entre familia y familia, las que esconden un peligro para el sacerdote, las que ocasionan murmuraciones en el pueblo. Son en cambio espirituales las encaminadas a conocer a las almas, a estrecharse con ellas en relación íntima, a hacer algún bien espiritual o material. Jesucristo corría tras la oveja descarriada,2 iba con los pecadores,3 se invitó a comer en casa de Zaqueo.4 Cuando un pastor no conoce su rebaño,5 no sabe qué insidias le tienden, ignora la cualidad de los pastos y de las fuentes donde se alimenta, ¿cómo podrá guiarlo por las buenas veredas? Por el confesionario no se conoce más que la parte mejor, y quien se limitase a ello correría el riesgo de equivocarse bastante en sus juicios.
Por esto en Alemania, en Inglaterra, y ahora asimismo en Francia y en alguna parroquia de Italia, se ha introducido, entre las ocupaciones sacerdotales, también la visita a domicilio. Visita que en algunos lugares es quincenal, en otros mensual, en otros bimestral o semestral. Visita hecha
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con método, con finalidad determinada, con agilidad y cordialidad. Hay, especialmente en Alemania, formularios para rellenar acerca del número de los miembros de la familia, su frecuencia a la iglesia y en particular al catecismo de los niños, los periódicos que se leen, las asociaciones a que están inscritos, las necesidades especiales, etc. Entre los datos a captar con habilidad, y sin darse aires de inquisidor o de policía, ocupan un puesto importante los relativos a la mujer.
Además de la visita están las conversaciones. Un párroco que no se recluya en la casa rectoral; que no se reduzca, cuando sale, a dar a derecha e izquierda aristocráticos saludos quitándose el sombrero o haciendo gestos comedidos y parsimoniosos; un párroco que, al contrario, sea acogedor, afable, dulce... tiene frecuentes ocasiones de hablar con sus parroquianos. Como le quieren, le visitan en su casa, le paran por la calle, le entretienen en mil circunstancias, que él mismo sabe provocar con garbo. Como le estiman, goza de la confianza de sus hijos, que le abren el corazón con todo candor. Como un santo, sabe plantear preguntas que, sin comprometerlo, levantan el velo para dejar ver las llagas más delicadas.
Y en tercer lugar están las encuestas, que se hacen sobre motivos particulares, como son el descanso festivo, la observancia de las leyes en el trabajo de las mujeres y de los muchachitos, la moralidad en las casas-pensión para trabajadoras y estudiantes, la emigración, etc.
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Con todas estas cosas, el párroco tendrá ante sí, como en un cuadro, todas las obras necesarias en su parroquia, las imprescindibles para curar el mal en su raíz. Y entonces deberá medir no sólo sus fuerzas sino también las de sus colaboradores y colaboradoras. Y aquí viene la segunda regla.
b) Estudie las aptitudes de sus colaboradoras y colaboradores. - La primera condición está en que unas y otros sean de vida buena, exigiéndola tanto más perfecta cuanto más delicadas y religiosas son las obras en que cooperan. Viene luego la necesidad de una instrucción conveniente, de amor a las almas, de deseo de hacerse útiles.
El párroco no podrá prudentemente creer en las palabras, sino que deberá observar la vida, si no quiere correr el peligro de caer en graves errores. Incluso admitiendo que cada uno tenga sincera voluntad de manifestarse abiertamente, está siempre el hecho de que todos se equivocan, más o menos, al juzgarse a sí mismos. Mirar la vida significa observar el espíritu de humildad, de sacrificio, de bondad manifestado en las obras; observar qué fuerza de carácter, qué dominio sobre el propio corazón se ejerce, qué constancia se muestra en el bien; observar el espíritu de piedad, la seriedad, el recogimiento de las cooperadoras.
No se tenga la pretensión de encontrar muchas; si son como deberían ser; bastan muy pocas. Tampoco se quiera añadir otras
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demasiado pronto. Cuando las primeras estén de veras animadas por el espíritu debido, se convertirán en auténticas apóstoles; las nuevas, llegando pocas cada vez, asumirán aquel espíritu; en cambio, una masa demasiado grande podría rebasar a las primeras y poner las obras en serio peligro.
Si luego6 se quiere darles la estabilidad necesaria, habrá también que pensar en los sucesores. Entre las obras, las hay temporales, pero hay otras destinadas a sobrevivir a los fundadores. Pues bien, para éstas, es una gran sensatez formar personal capaz de guiarlas. Hay que infundir en este personal el amor a las obras, desarrollar la habilidad en el necesario cuidado cotidiano; instruirlo acerca de los defectos, peligros, proyectos: todo esto se requiere a tal fin.
La historia es también aquí maestra de la vida, como dice Cicerón, y nos cuenta de grandes fundadores de órdenes religiosas, de institutos piadosos, de obras benéficas... atentos todos ellos a formar los propios sucesores. Más aún, no son pocos los que, una vez comenzadas las obras, fueron poco a poco librándose de ocupaciones, cargos, oficios, cediéndolos a otros, para dedicarse a una especie de alta vigilancia o incluso al papel sencillísimo de espectadores.

2. [Dos advertencias]

Conocidas las necesidades de su feligresía y las fuerzas con que puede contar, al párroco le quedan dos cosas por hacer:
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Ante todo servirse posiblemente de cuanto ya hay. Si, por ejemplo, se quisiera instituir una biblioteca circulante, porque el pueblo ama mucho la lectura, se podrá empezar procurando unos pocos y seleccionados libros a las jóvenes más veteranas del oratorio. Tal vez, llevados a casa, los leerán también la madre, la hermana, el padre, el hermano; entonces se les dará a entender que gustosamente se les prestarían también a ellos, si los piden. Y asimismo, del oratorio femenino no será difícil escoger a las jóvenes más piadosas, más serias, más influyentes en las otras, para poner los fundamentos de una asociación de Hijas de María, o de una escuela de costura, de economía doméstica, de catequistas voluntarias, etc.
Un párroco muy celante decía: «Hay que ensanchar según las necesidades de hoy los fines de las asociaciones de antes». Y efectivamente, puesto que nadie dudará de esta verdad: hay que escoger los medios más convenientes al fin propuesto. Hoy sería ridículo obstinarse en usar los sistemas primitivos de navegación, de prensa, de táctica militar, etc. La religión, los dogmas, la moral cristiana son inmutables en su sustancia, pero progresa nuestro modo de conocerlos y de aplicarlos. La Iglesia católica es indefectible, y de la palabra del Evangelio no caerá ni siquiera una tilde; pero la Iglesia y el Evangelio tienen también una admirable facilidad
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de adaptarse a los tiempos y a los hombres... Con más razón ha de decirse esto de las compañías, asociaciones y congregaciones religiosas. Explicando su pensamiento, aquel párroco decía: «Una fraternidad de terciarias hoy podría asumirse el encargo de la difusión de la buena prensa, promover oportunamente la recogida de firmas contra proyectos de leyes anticristianas, obligarse a sostener el oratorio con toda clase de ayudas, etc.».
Este modo de actuar traerá muchas ventajas. Ventajas negativas, en cuanto se evitará el espíritu de novedad que alimenta la vanidad de quien obra, aleja casi siempre cierto número de personas, provoca murmuraciones; se evitará el crear duplicados, suscitar competencia, dejar inertes preciosas energías.
Ventajas positivas: las cooperadoras antiguas tendrán un nuevo campo para su celo, las modernas se sentirán comprendidas en sus justas aspiraciones, y se logrará la concordia de las mentes, de las voluntades, de la acción; más pronto se obtendrá la finalidad, pues se requerirá menos obra de persuasión; se tendrá más garantías de estabilidad, pues se trata de un fundamento que ha superado ya la gran prueba del tiempo.
En segundo lugar, ya se utilice lo antiguo, ya se cree ex novo, es importantísima una equitativa distribución del trabajo. Esto constituye una parte principal de quien gobierna: no sólo de quien ocupa puestos elevados en la jerarquía, sino también de quien está a la cabeza de un limitado trabajo parroquial.
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Hay que buscar a quien tiene aptitud para un determinado oficio y ponerlo en la posibilidad de cumplir su misión; no dejar a nadie pasivo, malhumorado censor de los demás; hay que utilizar bien las preciosas fuerzas escondidas en lo que, más que amor propio, debiera llamarse dignidad personal, o el fundamento de la sociabilidad. Dios manda buenos obreros a su mies: ¿vamos a pensar que Él no dé los medios humanos suficientes?
Corresponde al dueño del campo repetir lo que decía el dueño evangélico refiriéndose a su viña: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?7
Todas tengan8 algo, sin recargar a nadie. Habrá quien haya de estar más a la vista y quien menos, quien deberá dirigir y quien obedecer, quien se dé a las obras de piedad, quien a las de beneficencia y quien a las denominadas de acción femenina social. No es difícil entender que una casada y una viuda puedan ocuparse de cosas más delicadas que una joven; que una maestra tiene mucho más ascendiente en los niños del catecismo que no una campesina; que una mujer noble tiene ordinariamente más seguimiento que una mujer del pueblo; que la mujer del alcalde puede ejercer una influencia imposible para las mujeres comunes; que un alma muy adentrada en las cosas del espíritu comprende mejor a las almas víctimas que no quien cultiva poco la virtud... Y los ejemplos podrían multiplicarse sin fin.
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Una persona ociosa no estará con el párroco, y quien no está con él, pronto o tarde estará contra él. Al párroco le toca mantener con firme dulzura las riendas del trabajo pastoral, unificarlo, dirigirlo a sus fines; pero cada obrera es un recurso más.

3. [Una objeción]

En este momento, algunos tal vez presenten una dificultad: ¿Será una cosa práctica suponer tan dócil a la mujer bajo la guía del párroco?
La objeción ya fue resuelta en parte antes, cuando se dijo que la mujer tiene que formarse en la humildad y en el espíritu de sacrificio; cuando se hizo notar la importancia de la solidaridad pastoral en el clero; sin embargo es todavía oportuna una observación. El sacerdote gánese a la mujer, antes aún de servirse de ella, no sólo con la prudencia y con la amabilidad sino especialmente en el confesionario. Cuando se tiene un alma bajo la propia dirección, es facilísimo hacerla evolucionar como se desea; ella se convierte en docilísimo instrumento de su padre espiritual, cuyos consejos considera mandatos. El párroco, pues, cultivará mucho el confesionario, aun dejando la debida libertad; pasará en él largas horas, esperando y acogiendo a todos con paterna benignidad; si no de otro modo, al comunicar sus planes pastorales a los otros confesores, procurará tenerlos como colaboradores también en este santo ministerio: a ellos no les faltará ciertamente la ocasión de decir
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una buena palabra en favor del párroco y de sus obras.

4. [Prioridades]

Quizás sean necesarias muchas obras en una parroquia. ¿A cuáles dar la precedencia? Hay cuatro reglas: preferir las más urgentes; preferir las estrictamente religiosas; preferir las más apreciadas y seguras; preferir las más descuidadas.
Ante todo las más urgentes, y esto todos lo entienden. Si el incendio se extiende y amenaza reducir la casa a un montón de ruinas, yo no voy a estar pintando un fresco en la bóveda del salón; si la nave está a punto de hundirse por excesivo peso, yo no voy a tirar al mar el poco pan que me queda sino las cosas superfluas, de arte, de comodidad, o incluso las simplemente útiles.
En segundo lugar las obras estrictamente religiosas. Todo cuanto hace el sacerdote debería poderse llamar religioso, al menos mirando al fin. Él no instituye una cooperativa de producción, puramente con finalidad material, sino mirando mediante ella a las almas. De todos modos, hay obras estrictamente o, mejor, religiosas por su propia naturaleza, como son la unión para la comunión de los niños, las asociaciones del apostolado de la oración, de las almas víctimas, etc.; y hay otras que son religiosas sólo por el fin, como las cajas de dote, las cajas obreras, los asilos, etc.
Y bien, todos entienden que las primeras
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entran directamente en el programa del párroco, las segundas en cambio sólo indirectamente y en cuanto son necesarias o útiles al fin moral-religioso.
Preferir las más apreciadas y seguras, porque, especialmente al dar los primeros pasos, importa asegurarse el no ir fuera de camino o enajenarse la población. Ello sería poner en serio peligro todo el trabajo pastoral sucesivo.
Preferir las obras más descuidadas, por supuesto, cuando sean verdaderamente útiles. En esta norma insiste mucho Frassinetti en su libro Industrias espirituales. Hay obras, dice, que gozan del favor universal, o porque se entienden mejor, o porque son más conocidas, o porque llenan mayormente el amor propio. Otras en cambio, no menos necesarias, son descuidadas por la mayoría; y entonces resulta más meritorio prestarles la propia ayuda. Más aún, se obtendrá la ventaja de un bien más extendido, pues las primeras seguirán contando con el apoyo común, mientras las segundas no carecerán del socorro indispensable.

* * *

Transcribo aquí parte de los resultados de un largo estudio de un párroco nuevo, sobre el estado moral-religioso-material, sobre las causas y sus remedios, advirtiendo que, siguiendo mi finalidad, omito todo lo referido
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exclusivamente a los hombres.

Estado de la parroquia

1. Hay 400 niños y 450 niñas que catequizar. El catecismo se da en la iglesia, por el párroco, dos coadjutores, cuatro solteronas; lo frecuentan, en término medio, 100 niños y 180 niñas, con fruto bastante escaso. Muchos de ellos están descuidados y los días de vacaciones escolares quedan casi abandonados.
2. Para las jóvenes de los 12 años hasta el matrimonio hay una asociación de Hijas [de María], con un sexto del total de las jóvenes inscritas. Intervienen en las procesiones y en los funerales. Sólo una veintena frecuenta la santa comunión. La mayoría trabaja en la fábrica; un cierto número viene de los pueblos limítrofes.
En general son ligeras, pocas verdaderamente malas. El número de matrimonios es muy escaso.
3. Las madres tienen una cofradía bajo la protección de santa Ana, de la que forman parte un tercio aproximadamente.
En gran parte descuidan sus deberes con los hijos.
4. Muchos de los hombres están dados al vino y al juego. Entre ellos, muchos de los que no trabajan en la fábrica, no observan el descanso festivo. Asisten generalmente a misa, pero poquísimos escuchan la instrucción parroquial.
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No son hostiles a la Iglesia sino indiferentes; incluso en punto de muerte no se constata reacción alguna para recibir los auxilios religiosos.
5. Hay un grupo notable de almas piadosas, entre ellas algunas señoras célibes,9 varias maestras, solteras caritativas, una aficionada a la música.
6. Hay una docena de estudiantes de bachillerato; cada año emigran, por lo general a Alemania, una treintena de personas, entre hombres y mujeres.

Causas

1. Falta no sólo el oratorio sino cualquier organización catequística;10 los niños están demasiado alejados del sacerdote; los padres indiferentes y los catequistas desmoralizados por el escaso fruto. La comunión está descuidada.
2. No hay ninguna instrucción religiosa particular. Graves peligros para las chicas11 son: muchas diversiones, las lecturas, la entrada y la salida de la fábrica común con los jóvenes.
Para el matrimonio no hay preparación alguna, ni material ni moral. Las provenientes de los pueblos limítrofes se hospedan en una pensión laica.
3. Les falta organización.
Les falta la conciencia del propio deber.
Les falta instrucción religiosa y social.
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4. Les falta organización.12
Las esposas no cumplen suficientemente su parte en casa. No sienten el beneficio de la religión ni la obligación de practicarla.
5. Hay muchas devociones particulares, pero casi ninguna de las almas piadosas piensa en el bien religioso del prójimo. No hay entre ellas ninguna organización.
6. No reciben orientaciones, para encontrar un buen colegio, ni los estudiantes al ir a la ciudad ni los emigrantes para la tutela en el viaje y para el trabajo.

Remedios - programa

1. Convencer a padres, catequistas y niños de la importancia de la instrucción religiosa con predicación, correcciones, conferencias, visitas a las familias.
Una escuela de catequistas, voluntarias, regida por las maestras y el párroco.
Una organización práctica de enseñanza con reglas precisas, premiaciones solemnes, proyecciones... Tratar de instituir un oratorio y una pía unión para la comunión de los niños.
2. Ejercicios espirituales y conferencias particulares para las muchachas.
Un círculo femenino de cultura con finalidad religiosa, no sólo, sino también social (diversiones honestas, canto, escuela de la buena ama de casa, caja de dote) y religiosa (instrucciones particulares, conferencias específicas de preparación al
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matrimonio). Pensionado para las inmigradas, regido por religiosas. Insistir para obtener la separación de los jóvenes y las muchachas al entrar y salir de la fábrica.
3. Organizarlas con finalidad moral y religiosa. Instrucciones y conferencias sobre sus deberes, para hacer sentir la responsabilidad que tienen ante Dios, la familia, la sociedad.
4. Instrucciones especiales (no excluyo la homilía o la instrucción en todas las misas). Ejercicios espirituales para ellas; ocasiones extraordinarias de confesarse; insistir a las mujeres que procuren la participación de sus maridos. Servirse asimismo de la mujer para agruparlos en una organización con finalidad material y moral. Obra de asistencia para enfermos pobres con el fin también de avisar al párroco cuando, aun estando graves, descuidan llamar al sacerdote.
5. Apostolado de la oración, almas víctimas para el bien parroquial.
Patronato para el catecismo y pro erigendo oratorio, especialmente entre los más pudientes.
6. Elegir a una maestra o mujer culta como corresponsal con los secretariados de las familias para estudiantes y con las obras para los emigrantes en Alemania. Elegir a una mujer recaudadora para las Obras de la Propagación de la fe, Santa Infancia y Óbolo de san Pedro.
Para obtener poco a poco esta actividad cristiana femenina y estas organizaciones habrá
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que establecer ante todo entre las mejores mujeres un comité local de la Unión de mujeres católicas de Italia. Cultivándolo con toda diligencia, será fácil que a partir de él y mediante las personas que lo componen se idee y realice poco a poco bajo la guía del párroco todo el trabajo restante.
7.13 No es generalmente difícil comprender la necesidad del trabajo local, pues se ve y se siente, se toca. Lo que en cambio entraña alguna dificultad es entender la urgencia del trabajo nacional e incluso internacional. Sin embargo merece meditar con seriedad la cosa: los intereses generales han de anteponerse a los particulares; no pueden promoverse eficazmente muchas de las obras locales sin ciertas condiciones de orden nacional. ¿Cómo va a tener buen resultado todo el trabajo con la juventud si, cuando pase la administración de las escuelas elementales al Estado, nos mandan maestros irreligiosos? ¿Cómo va a tener buen efecto la predicación si, extendiéndose la mala prensa, nuestros oyentes leen errores día tras día? He aquí la urgencia de adherirse al movimiento nacional, y para algunas obras también al movimiento internacional.
La dirección general de Acción católica,14 compuesta por los responsables de las diversas ramas, Unión popular, Unión electoral,15 Juventud católica, Unión de las mujeres católicas, etc. estudia con
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pleno acuerdo los problemas más importantes, y traza la senda a seguir por todos. Luego, en varias publicaciones, comunica sus deliberaciones a todos los adherentes; así se puede tener en los momentos difíciles una guía única, segura, iluminada. La división, la falta de disciplina, el egoísmo privado son siempre los preludios de las derrotas. Ningún sacerdote empero podrá elevarse a estas consideraciones y formarse esta persuasión sin estar al día en las grandes cuestiones y sin leer las publicaciones de las diversas uniones generales, que las16 abordan.
8.17 Pocas obras, pero bien cultivadas. «A veces es bueno frenarse, aun en los cuidados y deseos buenos, para no caer víctima de la disipación mental a causa de la inquietud...». Vendría enseguida una dispersión de fuerzas, mientras es necesario condensarlas para que sean eficaces. Es así como incluso formidables trabajadores no dejaron sino míseros esbozos, no hicieron sino multiplicar y dejar languidecer o truncar iniciativas; quizás antes de morir fueron aplastados y como sepultados bajo los múltiples compromisos.
Toda obra implica preocupaciones, conversaciones, relaciones, correspondencias, visitas, etc. ¿Cómo no van a agotarse las fuerzas de un individuo? - Se dirá: «Pero yo distribuiré el trabajo»... Está bien, gran sensatez, la misma de Dios. Pero el párroco, teniendo que unificar el trabajo18
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pastoral, deberá ser su alma. Y entonces estará cada día agitado por una fiebre que consumirá su fibra y corroerá su patrimonio intelectual y espiritual, pues todo sacerdote necesita un tiempo discreto para nutrir su mente y su piedad. Faltando el necesario alimento a la mente, se convertiría en el hombre del pasado, restringido; su juicio ya no sería maduro y meditado sino arrastrado; su acción lo dominaría en vez de surgir como bella obra de libertad. Faltando el alimento al espíritu, se volvería árido, privado de efusión con Dios y del perfume de la piedad sacerdotal.
Poco y bien fue no sólo la máxima de los santos sino también de los grandes hombres. Hace bastante quien hace bien una cosa. El venerable don Cafasso, gran santo, óptimo formador del clero, asiduo trabajador, ha dejado escrito: «La vida del sacerdote ha de ser más espíritu que acción, si quiere que la acción se multiplique en la eficacia y en los frutos».

Las religiosas

Vastísimo y delicadísimo argumento, que hoy adquiere una importancia creciente. Parece de veras que sean las sucesoras de las diaconisas de los primeros siglos, pero con la diferencia que su vida está regulada por normas prácticas y por ejercicios comunes, y que
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sus finalidades se ensanchan, según las necesidades actuales. Con razón se las llamó hermanas del celo sacerdotal. ¿Dónde no entran las religiosas de hoy, llevando el sentido cristiano? En escuelas y en asilos, en cárceles y en internados, en hospicios de jóvenes y de ancianos, en correccionales y prisiones, en oratorios y en hospitales, en talleres y en colegios, en casas-pensión, en los países civiles, en los países de misión: doquiera haya un bien que hacer; junto al sacerdote ves a la religiosa. - Apuntamos algunos aspectos de actualidad o de mayor relieve, según el fin prefijado.
Las vocaciones.19 - Se dan, o al menos pueden darse, dos errores opuestos. Algunos nunca aconsejarían a una joven que se hiciera religiosa; argumentan que es un paso muy sometido a peligros, que también en el monasterio hay tropiezos, que en el mundo son más que nunca necesarias buenas madres de familia, que para la parroquia sería una pérdida, etc. Otros, al contrario, asustados, de una parte por la escasez de vocaciones, y de otra persuadidos de la nobleza y la utilidad del estado religioso, con extrema facilidad consienten y, a veces, exhortan con malentendido celo, a tomar el velo. Se da cierta exageración en entrambas posiciones. Lo mejor aquí sería recordar cuanto escribía el óptimo periódico Religión y civilización respecto a una cuestión afín:
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«No ha de plantearse el problema si es mejor tener mucho o poco clero; es preciso examinar si hay una verdadera vocación o no en los sujetos que se nos presentan. Si la hay, será un deber cultivarla; si no la hay, o se pierde, es preciso excluirlos. El Señor, único dueño de la viña, no da la vocación a demasiados, ni a demasiado pocos obreros: la da a cuantos cree necesarios; a nosotros nos toca vigilar para que no entren los indignos y no queden fuera los llamados».
El estado religioso, santo Tomás lo llama estado de perfección; la obra de las religiosas no puede sustituirse con servidores o maestras laicas y asalariadas; tanto es así que hasta la revolución las respeta; su espíritu de sacrificio las convierte en verdaderos ángeles; el celo que las inflama las cambia en apóstoles; son una de las glorias más fúlgidas del cristianismo. Así pues, bendigamos a Dios si las envía a su Iglesia.
Por otra parte, no se crea hacer un servicio a un instituto mandando, o acogiendo, personas no vocacionadas; llevarían tibieza, malcontento, relajación en la disciplina. Y tampoco se procuraría la felicidad temporal y eterna de la joven no agraciada con la divina vocación: sería siempre un hueso descoyuntado que causa continuo dolor. Estará bien hablar alguna vez en la predicación de la vida perfecta de las religiosas, no con largas exhortaciones sino con pensamientos expresados
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como de paso. Puede darse la ocasión en las conferencias a las Hijas de María, la confesión, la vestición o profesión religiosa, o si las propias muchachas manifiestan alguna inclinación. También será bueno dar a leer alguna vida de santas religiosas, o de misioneras, o algunos boletines. Pero si en el pueblo hay religiosas, ordinariamente esta parte la cubren suficientemente ellas mismas.
Correría cierto riesgo de engañarse el sacerdote que, en los casos ordinarios, tomara enseguida como signo de vocación un deseo cualquiera; a menudo esto no indica sino buena voluntad de llevar una vida piadosa; es casi siempre necesaria una prueba, más o menos prolongada; más aún, no basta casi nunca el fuero interno. La última responsabilidad hay que dejársela en fin a los superiores de la orden o congregación religiosa, refiriéndoles según verdad cómo están las cosas, sin hacerles presión alguna, pues nadie conoce mejor el espíritu del propio instituto y las cualidades requeridas (ver El gran paso - Martinengo - Librería Salesiana - L. 0,50).
Dirección de las religiosas. - Omito todo lo concerniente al espíritu y a los superiores de los diversos institutos, pues me metería en un campo demasiado vasto, y ya egregiamente recorrido y cultivado por otros. Me limito a algunas cosas prácticas. Casi en todas las parroquias hay religiosas, y cuántas veces no se oye repetir
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a esas almas: «Escogí este estado para encontrarme mejor dirigida en el camino de la perfección; pero entretanto echo en falta un director y hasta un confesor de confianza o elegido con libertad». Ahora bien, el espíritu de los últimos decretos pontificios es que se dé esta libertad justa, apreciada, necesaria; y que, a la vez que se combaten los caprichos, no se cambie el sacramento de la misericordia en un suplicio de almas.
No sólo la Iglesia ha proveído sino que hombres doctísimos, santos, experimentados han escrito páginas bellísimas: pueden consultarse. ¡No se interpongan el egoísmo, la envidia, un celo mal entendido!
Pero hay algo que hace un poco razonable los temores de quien quería restringir demasiado en cuanto a la elección del confesor de las religiosas. Es de temer no sólo por la hermosa virtud, sino también por la dirección espiritual. No todos conocen la importancia que para la religiosa tiene la fidelidad a las reglas del propio instituto; muchos son propensos a dispensar de todas, o casi, las prácticas particulares, cambiando así a las religiosas en almas simplemente piadosas, comunes. ¡Error desastroso!, pues cuando descuidan esas reglas, que a los ojos de los profanos son minucias o incluso hasta cosas ridículas, pierden a la vez el espíritu del instituto, ya no tienen paz, no obran el bien deseado, llegan a ponerse por debajo de las simples solteras. No es cosa de poco lo que caracteriza a una congregación; no es algo desdeñable
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lo que constituye el recurso espiritual de una religiosa; no es cosa de poco aquello a lo que uno se ha obligado a observar con la profesión religiosa.
Con esto, sin embargo, no se ha de concluir que deba usarse un insoportable rigor; por encima de todo tienen que estar la prudencia, la caridad, la discreción de los espíritus.
Y para iluminar estas virtudes, sería muy bueno leer las reglas de las religiosas que vamos a dirigir, considerarlas atentamente en su espíritu, consultar incluso algún comentario.
Otras cosas tocantes a esta dirección se encuentran en los libros de ascética, entre los cuales quisiera aconsejar, además de los ya comúnmente usados de santa Teresa, san Francisco de Sales, san Alfonso, etc. también los siguientes:
Prueba religiosa sobre la humildad - Prueba religiosa sobre la obediencia20 - Prueba religiosa sobre la castidad21 - Prueba religiosa sobre la pobreza. - Abad Maucourant (Tipografía Marietti - Via Legnano 23, Turín. L. 0,60 cada volumen).
Respecto al celo estará bien recordar la carta enviada por la princesa Cristina Giustiniani Bandini,22 presidenta de la Unión de las mujeres católicas de Italia, a todos los institutos de religiosas. Con la plena aprobación del Santo Padre Pío X, invita a las comunidades religiosas femeninas a adherirse al movimiento general feminista-católico. Esto tiene un valor singular,
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pues no cabe duda de que dichas comunidades constituyen una fuerza verdaderamente considerable; por otra parte es clarísimo, para quien considera las cosas un poco desde arriba, que se dan casos en que es absolutamente indispensable ser como un solo cuerpo, guiadas todas por el mismo jefe. Se sabe que cada instituto contribuirá al fin común según el propio espíritu y según el ámbito de la propia esfera de acción; pero la unidad de orientación, en los intereses comunes, es lo que constituye la fuerza, que no tienen los individuos. ¿Y no son quizás los institutos religiosos el blanco de las sectas anticristianas? Es por tanto justo y también necesario que se defiendan con todas las fuerzas. En Italia las congregaciones religiosas-femeninas son poderosas; si se las contara cobrarían ánimos, si actuasen en la actividad externa con una directriz única, obtendrían mucho.
Baste decir que de 100 mil muchachas estudiantes bachilleres unas 80 mil están en centros religiosos. Considérense estas palabras del cardenal Merry del Val:23 «Para tutelar una perfecta unidad de orientación y de acción es deseo del Santo Padre, expresado ya en otras ocasiones, que la organización femenina católica se sustancie únicamente en la Unión entre las mujeres católicas de Italia». Y esta unidad se obtendrá apoyándose en las diversas publicaciones de dicha unión.
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Otra cosa necesaria es instruir a las religiosas en las obras de celo locales. Hacerles conocer el ambiente al que son destinadas, mostrarles los peligros, las actividades posibles y convenientes. Esto es tanto más necesario en cuanto ellas, a menudo, están lejos de sus superiores principales, tienen en general poca comunicación con el pueblo, y son también bastante tímidas. Enseñarles cómo, en el hospital, pueden disponer a los enfermos a la resignación, a los santos sacramentos, al último paso, y cómo deben persuadirlos a conservarse buenos si, readquirida la salud, pueden salir nuevamente. Enseñarles cómo, en el asilo y en las escuelas primarias, tienen que encaminar a los niños a la oración, a la obediencia y a la virtud; cómo tienen que prepararlos a los santos sacramentos; cómo por medio de los pequeños pueden llegar a los parientes. No cabe decir en pocas palabras todos los consejos, avisos y sugerencias que puede dar un párroco a las religiosas para hacerlas celantes. Las circunstancias locales, la tarea que desempeñan, las aptitudes de cada una de ellas orientarán en muchas cosas. Lo importante es no descuidarlas, aprovechar su buena disposición y darles ocasiones de actuar. Se dice que las congregaciones femeninas tienen defectos; y es verdad, ¿quién no los tiene? Pero también disponen de virtudes y energías; y siempre será un modo mejor corregir sus males dándoles trabajo que dejándolas inactivas. Si se sabe
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apreciar el bien, con facilidad se acogerá casi siempre una justa corrección.
Y conviene prescindir de ensoñaciones: es necesario hacer el bien con los instrumentos que el Señor nos manda; lo mejor suele ser enemigo de lo bueno; quien se obceca en la perfección de los métodos y de los operarios, nunca llegará a ningún resultado bueno.
Conviene prescindir de ensoñaciones: hay obras que requieren espíritu de piedad robusta, otras que exigen paciencia y sacrificio, otras que piden desinterés; y por lo general sólo las religiosas son capaces de realizarlas.
Conviene prescindir de ensoñaciones: el Señor se vale de instrumentos debilísimos,24 como somos nosotros; nos permite trabajar por su gran dignación. ¿Vamos a ser nosotros más exigentes de cuanto lo es Dios mismo? También en este campo es necesaria la humildad.

CONSEJO FINAL

El apostolado de la prensa y el apostolado de la palabra tienen la misma finalidad: hacer el bien. En sustancia, esto es lo que me ha parecido entender, puesto en la presencia de Dios. A cuantos se dignen dar una ojeada a estas páginas, me atrevo a manifestar un temor y hacer un ruego.
El temor es que, acabada la lectura, se tire el libro como se hace con el agua después de lavarse, sin
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que produzca, por tanto, fruto práctico, duradero. ¡Pensamiento bien desalentador! Por eso quisiera rogar al lector que se haga estas dos preguntas, a modo de examen de conciencia, antes de desembarazarse del libro:
1. «En mi actuación espiritual, a favor de la mujer, ¿puedo decir que cumplo con todo mi cometido? ¿La formo para la práctica de las auténticas virtudes individuales, domésticas, sociales? ¿Qué provecho puedo presentar tras un cierto número de años en mi trabajo?».
2. «Basándome en el principio de que la mujer es no sólo ayuda material sino también moral del hombre ¿la he encaminado a su verdadera misión, doméstica y social, moral y religiosa?».
Respondamos desapasionadamente, ante aquel Dios que juzgará nuestro propio juicio; ante aquel Jesús que nos pedirá cuentas de la gran misión con que nos ha honrado; ante la sociedad que tiene derecho a todo nuestro mejor celo. Nos encontraremos con dificultades, provocadas por el mundo, el demonio, la carne, el ambiente, los enemigos, los falsos amigos. Pero nos estimulen siempre aquellas palabras del salmo 125: «Al ir iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas».1
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1 En Piamonte, y también en el resto del reino de Italia, durante este período los problemas de la agricultura están en primera fila. Los agricultores necesitan créditos a bajo interés para financiar las necesarias mejoras de las casas y de los cultivos. Para contrastar a los liberales, que fundan aquí y allá cajas rurales según el sistema Wollemborg (que el conde Caissotti de Chiusano en una reunión de Cúneo, el 14 de abril de 1896, definía “instrumentos diabólicos de la liberal masonería”), los católicos promueven el nacimiento de propias cajas rurales según el método Reiffeisen. Las primeras, en la provincia de Cúneo, se constituyeron justo en la diócesis de Alba por obra de César Algranati y el sacerdote Luis Cerutti, presidente de las Cajas rurales italianas. En cosa de un decenio, la red de las cajas rurales será tan densa que llegará a casi todos los pueblos de la Langa y del Monferrato [dos comarcas geográficas], donde se forman las Federaciones de las cajas rurales, una de ellas con sede en Alba, otra con sede en Casorzo. Apóstol de las de Monferrato se considera al sacerdote Carogli, párroco de Altavilla Monferrato, llamado el Cerutti del Bajo Piamonte.

2 Cf. Lc 15,4ss.

3 Cf. Lc 5,30.

4 Cf. Lc 19,2ss.

5 Cf. Jn 10,3ss.

6 DA incurre en un error tipográfico: si puedo.

7 Cf. Mt 20,6.

8 DA por error pone “abbiamo” (tengamos) en vez de “abbiano” (tengan).

9 Está por casaderas.

10 Esta organización constituye un tema interesante en la Iglesia italiana del tiempo. Apenas dos meses después de entrar en la diócesis, por ejemplo, mons. Scalabrini dirigía al clero y a los fieles su primera carta pastoral, el 23 de abril de 1876, justo sobre La enseñanza del catecismo. «En nuestros días se habla mucho de la constitución de esta o aquella nación. La carta constitucional de la humanidad cristiana es el catecismo». A mons. Scalabrini se debe también la fundación de la primera revista catequística italiana, El catequista católico (desde julio de 1876). En la parroquia de la catedral de Alba se había instituido la “Sociedad de la doctrina cristiana”. Cada chico tenía su “libreta personal” con sellos para marcar las presencias; se exponían listas mensuales con nombres, indicaciones y notas para cada muchacho, etc.

11 DA dice para ellos, pero se refiere a las jóvenes. La idea de separación entre chicos y chicas al entrar y salir de la fábrica se repite en DA 327.

12 La falta de organización, repetida aquí como en el n. 3 (¿por error?), se anunciaba ya en el n. 1 y se recalcará explícitamente al final del n. 5.

13 DA pone erróneamente 5.

14 La Acción católica italiana (ACI) era la organización nacional del laicado católico para una especial y directa colaboración con el apostolado jerárquico de la Iglesia. Cuando nació la ACI, hacia mitad del siglo XIX, las condiciones del catolicismo en Italia eran particularmente difíciles.

15 La Unión electoral católica italiana era una organización constituida tras la supresión de la Obra de los Congresos en base a la encíclica Il fermo propósito de Pío X (11 de junio de 1905) y al temperamento del non éxpedit, con el fin de coordinar y dirigir las fuerzas católicas italianas en las competiciones electorales, a las que estaban llamadas a tomar parte.

16 En DA hay la, pero se refiere a las “grandes cuestiones”.

17 DA pone erróneamente 6.

18 DA usa la palabra “lavorio” (trajín) en vez de “lavoro” (trabajo).

19 El relieve que el Autor da en este contexto a las religiosas y, en particular, a las vocaciones es un preludio a la fundación, realizada en 1959, de un Instituto dedicado exclusivamente a la pastoral vocacional: el Instituto Reina de los Apóstoles para las vocaciones (Hermanas Apostolinas).

20 Cf. MAUCOURANT F. (sacerdote de la diócesis de Nevers, Francia), Sobre la obediencia. Reflexiones y práctica. Nueva versión italiana preparada por el sacerdote D. M. A., Turín, Sociedad Editora Internacional, Corso Regina Margherita, 174, 194 pp., 1924.

21 Cf. MAUCOURANT F., Prueba religiosa sobre la castidad, Turín, Tipografía pontificia Pedro Marietti, 1905, 210 pp. ca.

22 DA dice Giustiniani-Baudini. En los años inmediatamente sucesivos a la reforma de 1906, consiguiente a Il fermo propósito (encíclica de Pío X, 11 de junio de 1906), se organizaron en las filas de la Acción católica también las mujeres. La princesa Cristina Giustiniani Bandini presentó al papa un proyecto que obtuvo la aprobación el 21 de abril de 1908: nació así la Unión de las mujeres católicas (MM).

23 Rafael Merry del Val, cardenal de familia española, nació en Londres el 10 de octubre de 1865 y murió repentinamente en Roma el 26 de febrero de 1930. Cursados los primeros estudios en Inglaterra y en Bélgica, a los dieciocho años decidió abrazar el estado eclesiástico y entró en el colegio de Ushaw (Inglaterra); en 1885 pasó al Pontificio colegio escocés, en Roma. León XIII decidió que entrara en la Pontificia academia de los nobles eclesiásticos, donde fue ordenado sacerdote el 30 de diciembre de 1888. Ya antes de la ordenación, siendo aún subdiácono, el papa lo agregó a diversas misiones especiales ante las cortes de Londres, Berlín y Viena, con el título de monseñor. El 1 de enero de 1892, León XIII lo llamó a su lado como camarero secreto participante, para enviarlo, a sus 32 años y sin ser aún obispo, como delegado apostólico extraordinario en Canadá. Merry del Val llegó a ser secretario de Estado con Pío X y fue un intérprete fidelísimo de la voluntad papal. Guió una dura lucha contra el modernismo, considerado por él como la síntesis de todos los errores, y contra el liberalismo. Imprimió un gran impulso a la Acción católica, y por tanto al apostolado de los laicos, y actuó incisivas reformas en los dicasterios de la Sede apostólica. Durante más de 25 años ininterrumpidamente dedicó algunas horas de la tarde a una asociación católica juvenil en el barrio romano de Trastévere.

24 Acerca de este tema de la “debilidad” como instrumento o condición para realizar las obras de Dios, cf., por ejemplo, Jue 6,15ss; Sal 72,13; Jdt 9,11; 16,11; 1Cor 1,18-31; 4,10; 15,43; 12,5.9-19; 13,3-4.9; Heb 11,34. Además éste parece el mensaje de cánticos como el Magníficat (cf. Lc 1,46-56; 1Sam 2,1-10). La debilidad del hombre y de la mujer podría indicar un habitual modo de Dios que elige al viejo Abrahán y al pequeño Israel como pueblo suyo. Jesús eligió a personas sencillas y de pocos medios como él, para hacerlos apóstoles suyos.

1 Cf. Sal 125,6 de la Vulgata (actualmente 126,6).