Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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CAPÍTULO II
LA MUJER CRISTIANA Y LA MUJER APÓSTOL

Pasemos ahora a explicar las dos conclusiones: en ellas tendremos la llave y, cabe decir, el resumen de todo lo que luego se dirá.

[Formar en las verdaderas virtudes]

Una de las conclusiones era esta: al ocuparse de las mujeres, tratar de formarlas en las auténticas virtudes. - No es el momento de investigar todas las razones por las que en general los sacerdotes se orientan, de hecho, preferentemente al cuidado de la mujer. Cierta inclinación natural, cierto espíritu de comodidad, una larga costumbre de no atrapar más que a quien nos cae a tiro, alguna rara vez un no sé qué muy parecido a una pasión, etc... serían algunas de las causas, justificantes o no, de semejante conducta. Con todo, no falta quien cree hacer lo suficiente y calma los remordimientos de la propia conciencia diciendo: En fin de cuentas, ¡yo trabajo! Sí, pero ¿cómo trabajas? ¿Cómo son las mujeres de las que te ocupas? - ¿Son cristianas? - Claro que sí, por el bautismo y una profesión de piedad. Sin embargo, el cristianismo es una vida: la mujer cristiana es de vida retirada, trabaja para sí y para los demás; prudentísima en el hablar, modesta en el trato y la mirada,
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alejada de cuanto pueda apuntar a un peligro; es paciente, es caritativa, es humilde. - ¿Son así esas mujeres? Si no lo son, no son verdaderamente cristianas. - Aún más: la mujer cristiana es el ángel consolador de la familia, es un perfume que se esparce por la casa, es el aceite aplicado a disminuir o quitar cualquier roce causado por la diversidad de caracteres o por verdaderos defectos. Una hija propiamente cristiana será obediente, respetuosamente apegada a los padres, premurosa con los hermanos. Una esposa será de veras cristiana si rodea de verdadero afecto y de atentos cuidados al marido, si le trata con humilde sumisión, si le guarda la fidelidad más delicada. Una madre cristiana vive para sus hijos, a quienes instruye en los principios religiosos y morales con atención esmerada, siendo para ellos vivo ejemplo de virtud, guardándolos y vigilándolos continuamente. - ¿Son así siempre las mujeres más frecuentadoras de la iglesia, del confesionario, de las pláticas? - Sea cual fuere la respuesta, lo cierto es que hacia ahí ha de mirar el esfuerzo del sacerdote, si no quiere convertir la piedad en un ridículo pietismo. Desde el confesionario y el púlpito, en los avisos y en la predicación, en las exhortaciones y en los consejos, en público y en privado, doquier, él tratará de infundir en la mujer la vida cristiana. Vida que puede hacer, de creaturas debilísimas, heroínas de fortaleza, de creaturas mansísimas heroínas de paciencia, de creaturas timidísimas
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heroínas de caridad. La historia del cristianismo recuerda un gran número de ellas, y ciertamente que un número mucho mayor pasaron inobservadas ante la ruda mirada humana: sólo Dios ha contado sus méritos y los publicará el día del juicio. Pero también es cierto que ellas generalmente tuvieron como guías a sacerdotes virtuosos y engendradores de virtudes.

[Por la mujer al hombre]

La otra conclusión era: dirigir la cura de almas a los hombres, por lo menos tanto cuanto se cuida a las mujeres. No pretendo desarrollar aquí este argumento con precisión y directamente: no es de momento mi propósito, aunque tiene capital importancia. Quien quisiera verlo tratado directamente y también con cierta competencia podría compulsar L'apostolat entre des hommes del P. Contier (Gibier)1 (Editor: Charles Amat - Rue Cassette, 11 - París). Con todo, hablaré indirectamente de la formación espiritual de los hombres, en este sentido: servirse de la mujer para llegar al hombre, emplear a la mujer en esta suprema tarea suya: santificar al hombre (el marido no cristiano queda consagrado a Dios por su mujer).2 Y esto por múltiples razones:
1. Hoy no sólo los laudatores temporis anteacti,3 sino hasta los más modernos amantes de la vida actual exclaman: En cuanto a religión y moral cristiana, ¡el nivel se ha ido muy abajo! Lo tocamos con la mano cuando notamos la sed febril de placeres que invade a todos,
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cuando vemos tan extendida una prensa que no respeta ni la fe ni el pudor, cuando en todas partes constatamos el número inmenso de descontentos y de rebeldes a toda disciplina, cuando oímos tantos errores de bulto, cuando sobre todo descubrimos lo intenso y amplio que está haciéndose el trabajo de las sectas. Es un mal general que penetra en todos los estratos de la sociedad; son síntomas que inquietan a los bienpensantes, que infunden fuerte temor ante el porvenir. Para nuestra seguridad contamos, esto es ciertísimo, con las palabras del Maestro infalible: Las puertas del infierno no prevalecerán4 contra la Iglesia... Pero eso no quiere decir que no prevalecerán contra esta o aquella parroquia, esta o aquella provincia, esta o aquella nación...; y especialmente no quiere decir que no prevalecerán contra estas o aquellas almas: la experiencia diaria y una larga historia nos dicen lo contrario. Hay muchos males, y otros mayores aún presagian las negras nubes que se adensan en el horizonte. Pero, además de muchos otros motivos de esperanza, tenemos también éste: en general la mujer es nuestra, la mujer es cristiana y puede sernos de enorme ayuda. El P. Ventura,5 tras haber descrito la hora presente, dijo que la Iglesia había confiado a la mujer católica una misión restauradora, casi un apostolado; y mons. Pujia, arcipreste de Santa Severina, escribe: «Estamos asistiendo a un movimiento maravilloso
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de restauración religiosa, moral y social, surgido como apostolado de la mujer católica: apostolado que se desenvuelve ante todo entre las paredes domésticas, para superar luego esos confines». Hemos de valernos pues de la mujer para remediar tantos males6 y para sembrar tanto bien en los hombres.
2. Más aún: sabemos muy bien que la mejor conquista nuestra no es la mujer sino el hombre. Tal es el ejemplo de Jesucristo, a quien en el Evangelio vemos por lo general dirigirse más a los hombres; así lo quiere la naturaleza de nuestra religión que, si por su sencillez se adapta a todos, en su sublimidad es comprendida mejor por la inteligencia del hombre; así lo querría la naturaleza de la familia cristiana donde el marido es cabeza de la mujer7 y el hombre debería dar instrucción y ejemplo de religión a los demás miembros; en fin, así lo dirían muchas otras consideraciones... Pero en la práctica hay un cierto número de sacerdotes que no tendrían el valor, ni tal vez la aptitud, de dedicarse a los hombres. Hay sacerdotes que gobernarían óptimamente una compañía de Hijas de María,8 o bien la sociedad de Madres cristianas, pero experimentarían una repugnancia casi insuperable para ocuparse de los hombres. Aún más, hay otros cuyo ministerio se desenvuelve en el confesionario, casi únicamente; y en el confesionario el número preponderante
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es siempre el de las mujeres. Estos sacerdotes, verdaderos bienhechores ocultos de la humanidad, dirigiendo a la mujer hacia una vida sólidamente cristiana y hacia un apostolado de oración, de ejemplo, de acción, no dejarán de hacer llegar a la salvación también a muchos hombres. En resumidas cuentas, sea como fuere la acción del sacerdote, siempre tendremos que la mujer es de natural suyo más inclinada a la piedad y que encontrará siempre en el sacerdote consuelo para la propia debilidad. El sacerdote tendrá, pues, mil ocasiones para ejercer sobre ella un influjo saludable y de servirse de ella para beneficio de tantas almas, que no acudirán a él.
3. No está tampoco de más otra razón deducida de una consideración opuesta. La mujer si no es buena será mala; y la mujer mala es un poder extraordinario en manos del demonio, es un centro de corrupción, es un germen de infección: arruinará incluso el trabajo paciente y prolongado del más celante sacerdote.
Si no hacemos mujeres modeladas en la Virgen santísima, por quien nos vino la vida, tendremos mujeres modeladas en Eva, por quien vino la ruina del hombre; si no hacemos Elenas9 tendremos Eudoxias,10 Isabeles de Inglaterra,11 Catalinas de Rusia;12 si no hacemos Matildes de Canossa,13 Catalinas de Siena,14 tendremos
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Marozias, Teodoras.15 Si la mujer no inspira modestia, será procaz en las modas; si la mujer culta no nos procura una lectura honesta,
nos dará producciones paganas y pornográficas;16 si la mujer no gasta en el bien, apoyará el lujo y las obras malas; si no es celante, se volverá escrupulosa y chismosa.
Si no tenemos Clotildes,17 apóstol de las Galias y salvación de Clodoveo, rey de los francos, tendremos Anas Bolena18 ruina de Enrique VIII19 y de Inglaterra.
Quien tiene experiencia de mundo no necesita sino echar una mirada alrededor, a lo ancho y largo, para ver la desastrosa verdad. Así como en una parroquia, organizada bien una compañía de Hijas de María, se tendrán controlados también los jóvenes; de igual manera, y más aún, las jóvenes20 viciadas y descaradas bastan para corromper incluso a los mejores muchachos de la más floreciente compañía de San Luis. En suma, o tenemos la mujer con nosotros a trabajar por los hombres, o la tendremos contra nosotros. Y, ya se sabe, cuando la mujer pierde la fe y el pudor o, peor aún, cuando la mujer es presa de los partidos subversivos se vuelve más violenta, más anticlerical, apóstol del mal, más apasionada que el hombre. ¡Ayudar, pues, a la mujer!
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1 Probablemente Gibier Charles-Henri-Célestin, nacido en Artenay, Francia, el 25 de diciembre de 1849 y muerto en Versailles, donde había sido obispo, el 3 de abril de 1931. Publicó varias series de Conférences aux hommes (16 volúmenes, París 1907-1911) tratando temas fundamentales como Dios, Jesucristo, la Iglesia, la familia y la sociedad. Se le considera un precursor de la Acción católica (MM).

2 Cf. 1Cor 7,14. DA dice sanctificatus est vir infidelis per mulierem fidelem.

3 Elogiadores del tiempo pasado. Horacio (Arte poética, 173) alude a la costumbre de infravalorar el presente a favor del pasado.

4 Cf. Mt 16,18.

5 El publicista, orador y filósofo teatino Joaquín Ventura de Raulica nació en Palermo el 8 de diciembre de 1792. Fue alumno de los jesuitas; en 1818 entró con los teatinos. Siguió a los ultramontanos franceses y en particular a Lamenais, cuyas obras tradujo y divulgó en Italia. Gran éxito tuvo un discurso fúnebre (28-30 de junio de 1847) por Daniel O'Connell (1775-1847), hombre político irlandés (cf. DA 238). El P. Ventura demostraba que no puede haber real oposición entre religión y libertad. Otro discurso, por los caídos en el asedio de Viena (27 de noviembre de 1848), en que se hipotizaba una alianza entre Iglesia y democracia, fue puesto en el Índice. El P. Ventura entreveía en la democracia la actuación concreta de los principios naturales, patrimonio de todas las gentes y garantizados por el Evangelio. La misma revolución le parecía a veces «el esfuerzo [sí] ciego y desesperado de una nación cristiana [pero] para que el poder vuelva a los límites que el cristianismo le había fijado» (Discurso por los muertos de Viena, Roma 1848, p. 11). Alguien definió al P. Ventura «hombre de una sola idea, la idea cristiana; y hombre de un solo libro, la Biblia». Confortado con la bendición de Pío IX, que siguió siendo su amigo incluso durante el destierro sufrido por los errores políticos cometidos, el P. Ventura murió en Versailles, Francia, el 2 de agosto de 1861. Mencionando aquí a J. Ventura, Alberione está pensando en un libro suyo titulado La mujer católica, continuación de Mujeres del Evangelio, en 3 volúmenes, publicados por los Coeditores Carlos Turati de Milán y Darío José Rossi de Génova, 1855.

6 En DA se omite males.

7 Cf. Ef 5,23 y 1Cor 11,3. DA dice vir caput est mulieris.

8 Cf. también DA 25; 27; 170; 180s; 198; 201; 235; 255; 307; 309; 318; 333. Alberione se refiere a un manual de las Hijas de María Inmaculada (cf. DA 181 y 111) y menciona a la Pía unión de las Hijas de Santa María Inmaculada (cf. DA 184s), de la cual transcribe algunas reglas copiadas de un librito de José Frassinetti (cf. DA 186-187), fundador de la “Pía unión de los Hijos de Santa María Inmaculada”.

9 Santa Elena (267-328), madre de Constantino, dedicada a los pobres y al cuidado de las iglesias de la nueva cristiandad y peregrina en Tierra Santa.

10 Eudoxias hay al menos dos: la primera es la emperatriz de Bizancio, mujer (desde el 27 de abril de 395) de Arcadio y madre de Teodosio II. Fue detestada por el lujo desenfrenado y por su hostilidad al obispo san Juan Crisóstomo. En cambio Eudoxia Licinia, hija de Teodosio II, nombrada “augusta” en Ravena, el año 439, fue ese mismo año a Roma y allí fundó la iglesia de San Pedro ad Víncula.

11 Isabel I (Greenwich 1533 - Richmond 1603), era hija de Enrique VIII y de Ana Bolena (véase nota 18). Llegó a reina a los 25 años, en 1558. En sus 45 años de reinado cambió la imagen de Inglaterra.

12 Catalina I (1682/1683-1727) y Catalina II (Stettin 1729 - San Petersburgo 1796) entrambas famosas por su vida aventurera y desenfadada.

13 En su antiguo castillo de Canossa, provincia de Regio Emilia (Italia), esta condesa de Toscana concedió refugio a Gregorio VII, el papa de la “reforma gregoriana” perseguido por Enrique IV de Alemania por haber proclamado la superioridad del poder pontificio sobre toda autoridad terrena (libertas Ecclesiae), incluido el emperador (MM).

14 Catalina nació en Siena (Italia) el año 1347 y murió en Roma el 29 de abril de 1380. Unió a la profundidad de la contemplación una actividad incansable. Mensajera de paz en una sociedad agitada por violentas rivalidades, trabajó por el retorno del papa de Aviñón a Roma, por la solución del cisma de Occidente, por la reforma de la Curia romana, por la mejora de las costumbres, por la asistencia a los enfermos y encarcelados. Sus escritos destacan por la sabiduría, el fervor de caridad y la extraordinaria cualidad de lenguaje. Es la patrona de Italia desde el 18 de junio de 1939 y doctora de la Iglesia desde el 4 de octubre de 1970 (MM).

15 Teodora es el nombre al menos de tres emperatrices bizantinas (la primera [527-548] fue esposa de Justiniano; la segunda lo fue del emperador Teófilo [829-842]; con la tercera [995-1056] se extinguió la dinastía macedonia). Pero Alberione podría aludir a Teodora de Roma, famosa ricadueña del IX-X siglo, mujer del patricio y luego magíster mílitum Teofilacto. - Marozia, su hija, junto con su potente familia, ejerció gran influencia en la política y en los papas del período denominado “edad de hierro del papado”.

16 Léase, por ejemplo, sobre esta general preocupación por el crecimiento de la pornografía lo que escribía el diario alemán Allgemeine Zeitung de Munich, el 23 de junio de 1903: «Es muy doloroso ver qué profunda y rápidamente se ha deteriorado el público decoro en los últimos veinte años: libros, figuras, café-conciertos, tarjetas ilustradas, anuncios, periódicos humorísticos, cancioncillas, operetas, farsas, clara y pseudocientífica pornografía, en las reuniones y veladas, en los escaparates y en las descripciones ampliadas y rebuscadas de los debates judiciarios, propagan una especie de sífilis moral que causa horror; la podredumbre descuella cada vez más y, si pudiera, apestaría al cielo; ninguna categoría, ninguna edad queda inmune. [...] Ante esto deberían desaparecer todas las contiendas políticas. Católico o protestante, cristiano o ateo, radical o conservador, cada uno reflexione: la limpieza de la vida doméstica, la castidad de la mujer, la fidelidad del hombre, la integridad de la juventud, la sanidad de las generaciones están en peligro» (cf. La Civiltà Cattolica 2 [1909] 439-454).

17 Hija de Chilperico, rey de los burgundios, Clotilde (Lyon 475 - Tours 545) tras la muerte de sus padres fue educada en el cristianismo y hacia el 492 se casó con Clodoveo, rey de los francos, sobre cuya conversión al catolicismo tuvo una notable influencia. (MM).

18 Ana (nacida el 1504?) era hija de Tomás Boleyn, de modesta y reciente nobleza. Fue damisela en Francia, en la corte de Francisco I. Vuelta a Inglaterra (1526) y recibida en la corte, Enrique VIII la vio y se enamoró de ella. Este amor fue causa inmediata del cisma inglés. Enrique estaba ya casado con Catalina de Aragón (hija de Fernando el católico), cuya hija, María, hubiera sido la heredera legítima al trono. Enrique pidió la anulación de su matrimonio, pero el papa Clemente VII se la negó. Enrique se rebeló e hizo que Tomás Cranmer, arzobispo de Canterbury, declarara nulo su matrimonio. Entonces desposó a Ana Bolena que pasó a ser reina (1533).

19 En DA el nombre Enrique presenta una forma algo arcaica: Arrigo.

20 DA dice hijas, según una terminología local piamontesa.