Tercera Sección
EL APOSTOLADO DE LA RADIO
LA RADIO Y EL PROBLEMA RELIGIOSO
Como la prensa y el cine, e incluso más que ellos -aunque sea de ayer-, la radio ha asumido ya en la actividad de la vida actual su lugar preeminente e insustituible. Por su indiscutible propiedad de «vehículo universal» de la cultura y de las ideas, fue justamente denominada «sembradora de bien y de mal que arroja sus granos a germinar en el mundo».
Que la radio haya sembrado las semillas en el mundo del bien es un hecho indiscutible. En muchos casos resulta admirable y fecundo instrumento de instrucción, de educación, de civilización, de fraternidad universal y de apostolado.
Pero ¡ha sembrado y sigue sembrando todavía mucho mal! Se ha hecho de ella, como de la prensa y del cine, un arma letal que acumula víctimas para el reino de Satanás. En efecto, ¡cuántos desastres
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morales ha originado! ¡Cuántas veces y en cuántas naciones se han verificado colisiones con el espíritu religioso y tratamientos morales demasiado desenvueltos!
Para convencerse de ello basta examinar los programas de la radio universal y considerar sus efectos en el gran número de los radioaficionados.
Ante esta montaña de ruinas, muchas personas de todas partes del mundo formulan, más o menos oficial o autorizadamente, protestas que no sirven para nada.
Otros han tenido nobles ideales de reacción, pero no les bastó el coraje de llevarlos a cabo ante la dificultad de la empresa. Entonces, desalentados o resignados, han dejado discurrir las cosas por sus cauces, confiando en la intervención de la Providencia divina.
Otros, los más, se han desinteresado por completo, mientras que una notable mayoría se ha alistado en el número de los oyentes e incluso cuando los argumentos, la música y la comedia ofenden su sentimiento religioso, no tienen la fuerza de renunciar a ella.
Pocos se han ocupado de la radio de modo evidente y constructivo, por lo que el obrero deseoso de trabajar no se ha dedicado siempre a lo verdadero, lo bueno o lo bello, en favor de Dios y de las almas, sino con frecuencia a los usos y abusos del gran mundo.
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La necesidad de una orientación
De lo expuesto se desprende la necesidad, más aún, el deber de la intervención de los católicos. No con una crítica inconcluyente o una simple resistencia pasiva, sino con una actividad colaboradora, inteligente, organizada, hecha de acción, de oración y de sacrificio porque es necesario derruir en parte el edificio ya construido, para llevar después la aportación de un material noble y refinado, como nos lo ofrece nuestra religión: el dogma, la moral y el culto católico.
Se trata, en suma, de realizar obra de defensa, de valorización y de conquista.
Obra de defensa: ejercicio prudente y caritativo de una acción convincente sobre las autoridades, los directores de las estaciones de radio, nacionales e internacionales, y sobre el público para disminuir lo máximo posible los escándalos y los pecados producidos por la radio. Es verdad que la radiodifusión, por su carácter simplemente auditivo, es menos insidiosa que el cine; sin embargo no es menos verdad que lo que no se puede ver o leer, tampoco se puede escuchar.
Obra de valorización: hacer conocer y difundir las transmisiones católicas y particularmente las de la radio vaticana.
Obra de conquista: aprovechar cualquier medio sobrenatural y natural para consagrar a la gloria de Dios y a la utilidad de las almas este
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don del poder divino, para hacer de él en suma un poderoso medio de apostolado. «Los progresos del arte, de la ciencia, de la perfección técnica son dones de Dios y deben estar ordenados a Dios».1
Se trata de abrir estaciones católicas, multiplicar las transmisiones religiosas y penetrar gradualmente en el mundo de la radiodifusión, de modo que los programas comunes reflejen gustos, sentimientos y pensamientos católicos. Para esto hacen falta dirigentes, técnicos y compositores formados católicamente.
Frente a una organización de católicos que se proponen tal fin, los adversarios podrán objetar que la radio, como todos los demás descubrimientos e invenciones, no ha surgido para uso y consumo exclusivo de los católicos, sino para la utilidad de todos los hombres y de todas las naciones, independientemente de la religión que profesan. En defensa de su proceder podrán demostrar también que ellos no están obligados a considerar las susceptibilidades de los católicos cuando la inmensa mayoría de los radioescuchas tienen gustos diametralmente opuestos a los suyos.
No es cuestión de enzarzarse en discusiones inútiles. La organización y los medios de los adversarios nos superarán sin duda, aunque nos esforcemos en probar que la religión católica ha de respetarse
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por ser la más conforme a la moral natural y a la verdad.
La mejor solución es la de actuar animosamente, confiando sólo en Dios.
Un ejemplo al respecto nos lo da desde hace más de diez años América del Norte. En un ambiente casi completamente protestante, un grupo selecto de católicos se ha propuesto afrontar y resolver el importante problema de la radio dedicándose gratuitamente a hacer las transmisiones. El problema, que a primera vista parecía irrealizable, se impone cada día más a la atención de los oyentes usamericanos, consiguiendo ventajas morales y materiales verdaderamente inesperadas.
¿Por qué no pueden imitar este ejemplo todas las naciones?
Primeros intentos y nuevos espejismos
La obra relativa al apostolado católico, especialmente en el campo de la conquista radiofónica, fue egregiamente comprendida en Italia por el primer apóstol de la radio: el P. Vittorio Facchinetti, ahora obispo de Trípoli.
En un primer momento lanzó en la revista Frate Francesco su idea acerca de la necesidad de consagrar al apostolado este maravilloso don de Dios.
Él mismo dice, en el libro La radio e l'apostolato religioso,
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cuál era el contenido del mencionado artículo.
Permítasenos citar sus mismas palabras:
«Comentando la nota [expresión] atribuida a mons. Ketteler, "Si san Pablo volviera al mundo, sería periodista", dejaba claramente entender que nuestros más grandes santos recurrirían hoy al micrófono para lanzar, con fervor de espíritu y júbilo del corazón, su mensaje de bien y de paz al mundo entero. Y seguía observando después cómo todos saben que la radio es un prodigioso vehículo del pensamiento y de la palabra. Es, pues, oportuno y necesario acometer su uso para anunciar al pueblo la palabra de Dios, haciendo servir el maravilloso instrumento a la más noble y santa de las causas: la evangelización de los pueblos. Es imposible no pensar en el mandato de Cristo a sus apóstoles: "Predicad mi evangelio a todas las criaturas; lo que os digo en la intimidad anunciadlo sobre las terrazas: quod in aure auditis prædicate super tecta";2 ni reflexionar que estaba reservado justamente para nuestro siglo el llevar a efecto casi a la letra el mandato del Maestro, el hacer viva y práctica la divina profecía: "Mi palabra será escuchada en el mundo universo".
Y en realidad la voz del predicador, que parte de la pequeña sala silenciosa y recogida de las audiciones, se expande por dondequiera que llega la potencialidad de la onda sonora con la rapidez del rayo,
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sube a los tejados de nuestras casas, alcanza las antenas receptoras y a través de las paredes de nuestras viviendas llega, más o menos armoniosa y resonante, a nuestros oídos y a nuestro corazón. Nosotros no sabemos si esta voz subirá a las profundidades tenebrosas de los cielos, atravesando el espacio inmenso, dominando el fragor de la tempestad y del huracán... pero el hecho es este: ella resuena en derredor nuestro aunque estemos en el lugar más remoto de nuestras casas, aunque nos encontremos atados a la cama por alguna enfermedad, aunque no queramos incomodarnos para ir a la iglesia. Especialmente para aquellos que han abandonado desde hace años esta iglesia y ya no sabrían encontrar hoy su camino, puede ser útil la radio para sacudir su indiferencia, iluminar su ceguera, decidirlos a pensar, a reflexionar y a cambiar de vida».
Madurado su noble ideal, el P. Facchinetti se presentó con audacia a las autoridades y obtuvo el permiso de anunciar la palabra divina desde el micrófono. Permiso primero limitado, que después permitió la unión de colaboradores y obtuvo poco a poco la extensión actual.
El entusiasmo que ha suscitado esta nueva forma de apostolado, y los frutos que ha obtenido y promete para el porvenir, se puede ver, en parte, en la edificante y conmovedora correspondencia espiritual recogida y comentada por el
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mismo P. Vittorio Facchinetti en el citado libro: La radio e l'apostolato religioso.
La obra iniciada por el celoso franciscano y continuada por muchos de sus cohermanos en el apostolado y el sacerdocio merece el más entusiasta aplauso y hace esperar que se extienda más en Italia y sea imitada en todo el mundo. Y esto hasta que, en todas partes, la radio sea usada no sólo como fecundo instrumento de difusión, educación y civilización, sino también y especialmente para predicar la palabra divina a todas las gentes dispersas por la superficie de la tierra.
La radio brinda, pues, al apóstol católico un porvenir lleno de promesas.
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CONCLUSIÓN
La prensa, el cine y la radio constituyen hoy las más urgentes, rápidas y eficaces obras del apostolado católico.
Puede ser que los tiempos nos reserven otros medios mejores. Pero al presente parece que el corazón del apóstol no puede desear nada mejor para dar a Dios a las almas y las almas a Dios.
Quiera el Maestro divino, por intercesión del apóstol san Pablo, suscitar legiones de almas generosas que consagren toda su actividad de oración, de acción, de sacrificio y de heroísmo a estas tres nobles formas de apostolado, proponiéndose como único fin lo que fue el programa de la redención: «Gloria Deo, pax hominibus».1
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1 Pío XI: Encíclica Vigilanti cura.
2 * Cf Mt 10,27.
1 * «Gloria a Dios y paz a los hombres»: cf Lc 2,14.