Beato Santiago Alberione

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SEGUNDA PARTE
LOS APOSTOLADOS DE LA PRENSA, DEL CINE Y DE LA RADIO

Primera Sección
EL APOSTOLADO DE LA PRENSA

CAPÍTULO I
ORIGEN Y DESARROLLO DEL APOSTOLADO DE LA PRENSA

Aunque nuevo en la forma, el apostolado de la prensa, en su sustancia, es decir, en cuanto imprime la palabra divina, es tan antiguo como el apostolado de la palabra porque, como éste, viene de Dios, fue adoptado por la Iglesia y es ejercitado universalmente.

Viene de Dios

Dios puede decirse verdadero autor del apostolado de la prensa ya que lo mandó e inspiró él mismo protegiéndolo en todos los tiempos.
Lo mandó muchas veces a los hagiógrafos, como se
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lee en la Escritura: «Sume tibi librum grandem, et scribe in eo stylo hominis»;1 «Scribe hoc ob monimentum in libro».2
Lo inspiró él mismo haciendo registrar en la Sgda. Escritura por medio de los hagiógrafos su divina palabra. En efecto, la fe nos enseña que los escritores del Antiguo y Nuevo Testamento fueron iluminados por el Espíritu Santo acerca de las cosas que debían escribir, asistidos por él para escribir todo, sólo y cuanto él quería y como quería: «Non enim voluntate humana allata est aliquando prophetia: sed Spiritu Sancto inspirati, locuti sunt sancti Dei homines».3
Dios protegió el apostolado de la prensa con la asistencia que prodigó a la Sinagoga y después a la Iglesia para que el libro divino se conservara íntegro a través de los siglos y no se corrompiera en cuanto al contenido.

Adoptado por la Iglesia

La historia demuestra que la Iglesia en todos los tiempos conoció y ejercitó el apostolado de la prensa, si bien en las formas y en la cantidad permitida por los tiempos y las circunstancias.
He aquí cómo:
¿Qué son los Evangelios y las cartas de los
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Apóstoles sino la transcripción de la primera catequesis de la Iglesia?
Los papas, por su parte, a ejemplo de san Pedro, en el ejercicio de su ministerio pastoral, usaron igual y abundantemente tanto de la palabra como de los escritos. Así, desde los albores de la Iglesia san Clemente escribió a los fieles de Corinto; san Marcelo gobernó desde la cárcel las parroquias de Roma con cartas; san Sotero, san Víctor y san Esteban usaron la escritura para divulgar y defender la doctrina católica.
En los siglos siguientes san León Magno, san Gregorio Magno y sucesivamente todos los papas, sirviéndose de este medio, enriquecieron a la Iglesia de constituciones pontificias, rescriptos, bulas, breves y especialmente de Cartas apostólicas.
Los concilios ecuménicos -asambleas de pastores de la Iglesia reunidos para decidir cuestiones de fe, costumbres o disciplina- nos han dejado por escrito sus definiciones y actas, cuidando su mayor difusión, vulgarización y aplicación.
La Iglesia, aun dejando libre a la prensa civil, ha reclamado el derecho de regular cuanto concierne al apostolado de la prensa, ya que lo cuida igual que el apostolado de la palabra. Lo demuestran los diversos cánones relativos a la prensa (1395, 1396, 1397, 1398, 1399, 1400, 1401, 1402, 1403, 1404, 1405).4
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El canon 1385 regula, en particular, la prensa de la Sagrada Escritura, de la teología y de las ciencias eclesiásticas; en general, cuanto concierne a la fe, las costumbres y el culto.
El canon 1386 comprende reglas particulares para el clero, los religiosos y laicos acerca de la impresión de libros, periódicos y folios.
Disposiciones especiales regulan los escritos relativos a la canonización de los santos, los libros litúrgicos, las colecciones de las Congregaciones, las versiones de la Sagrada Escritura y la aprobación de los libros en las curias episcopales.
La Iglesia condecora a los santos escritores con el título especial de doctores, los honra con oficio propio e inserta los escritos de muchos de ellos en el Breviario.

Practicado universalmente

El apostolado de la prensa, como el apostolado de la palabra, fue usado siempre.
Por los Apóstoles con los Evangelios, las Epístolas y el Apocalipsis.
Por los santos Padres y los Doctores de la Iglesia que, con escritos diversos y profundísimos, confirmaron el pensamiento cristiano contra los asaltos del judaísmo, del paganismo y de los herejes, lo justificaron frente al imperio y nos dieron la interpretación exacta de los sagrados textos.
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Es colosal la recopilación de sus obras hecha por Migne en 387 gruesos volúmenes, recopilación que constituye un monumento y una apología del apostolado de la prensa.5
De la escritura se sirvieron en general los santos, los cuales, llena el alma del amor de Dios y de los hombres, hicieron tanto uso de la pluma como de la palabra cuando las necesidades y las ocasiones lo requerían.
La prensa es un medio usado en todos los apostolados. Así como no hay ciencia que no sea difundida con la palabra al par que con la pluma, lo mismo sucede con todos los apostolados y obras piadosas. La acción católica, las misiones, las obras pontificias, las obras de beneficencia, el apostolado de la oración y toda buena iniciativa reciben del apostolado de la prensa ayuda, colaboración y fermentos vitales.
En todo tiempo y lugar, cualquiera que sea el pensamiento que se quiere conocer, se recurre a la prensa.
La Santa Sede tiene su periódico y su imprenta. Cada obispo, se puede decir, tiene imprenta y periódico propios; el párroco tiene el boletín o difunde impresos comunes, completando así la palabra viva. Los religiosos usan este medio; casi todas las órdenes, congregaciones y familias religiosas tienen su propia imprenta.
La usaron los católicos. Dondequiera que
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hay católicos organizados, existen también imprentas, periódicos, asociaciones diocesanas para la prensa, bibliotecas católicas y librerías. Y por ellas se hacen sacrificios inmensos.
Más aún, y técnicamente mejor, se sirven de la prensa los adversarios. Es lícito aprender su táctica. La mayor parte de la prensa está en manos de los hebreos, protestantes, ateos, masones, socialistas soviéticos, musulmanes e infieles.6
Así, pues, de la escritura se hace un uso verdaderamente universal.
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CAPÍTULO II
LA REDACCIÓN EN EL APOSTOLADO DE LA PRENSA

El apostolado de la prensa comprende tres partes: redacción, técnica y difusión.
La redacción es la preparación de los escritos que deberán ser impresos y multiplicados por las máquinas.
Para que la redacción pueda alcanzar su fin, además de las cualidades propias del redactor apóstol (vocación, preparación idónea y espíritu sobrenatural) requiere otras en la obra redactada, que se pueden reducir a tres: la verdad en la doctrina, el bien en la moral y la belleza en la forma.1
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La verdad en la doctrina

La mente humana ha sido creada por Dios para la verdad. Tiende a ella como a su objeto formal y sólo en la posesión de la misma encuentra su saciedad. Por eso, si la redacción entorpece y obstaculiza la verdad, es contraria a la naturaleza y al fin del apostolado, que tiene ante todo el cometido de continuar la misión de Jesús Verdad.
Así, pues, respecto a la verdad, las obras del apostolado tienen un doble oficio:
1. Desenmascarar el error propagado de modo particular por las impresiones abiertamente irreligiosas e impías que siembran la duda y el sarcasmo sobre las verdades católicas, y de las impresiones que las combaten con arte velada, con finos sofismas y juicios hostiles.
2. Exponer, divulgar y difundir las verdades que salvan, como son dadas por la Iglesia, la única que tiene el cometido de custodiar el sagrado depósito de la verdad y es la Maestra de la fe en el mundo.

El bien en la moral

El bien es el objeto de nuestra voluntad al que ella tiende por impulso natural. Y sólo en la posesión absoluta y definitiva de Dios, el Bien
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supremo, nuestras facultades apetitivas podrán encontrar la saciedad plena de las aspiraciones, que no pueden ser satisfechas por los bienes creados, limitados y pasajeros.
Para favorecer y elevar estas tendencias naturales de la voluntad y para continuar así la misión del divino Maestro, nuestro Camino, las obras del apostolado deben aspirar:
1. a destruir el mal propagado principalmente a través de los impresos inmorales, sea abiertamente tales o bien sólo demasiado lanzados, inconvenientes, groseros y vulgares;
2. a elevar los deseos, las intenciones y los propósitos de modo que, a ejemplo y con la ayuda de Jesucristo nuestro divino modelo y mediador, aspiren al Bien infinito, increado, y hacia aquellos bienes creados que son el reflejo de Dios y conducen a Dios.

La belleza en la forma

La belleza es el esplendor de la verdad, la exigencia de la bondad, el objeto del sentimiento estético y de nuestro corazón, que se inclina a la belleza y disfruta en la belleza, en preparación al goce de la suprema y sustancial belleza, Dios.
Por ello es necesario que la verdad y el bien sean presentados de forma atrayente y elegante, capaz
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de impresionar y comunicar aspiraciones nobles y elevadas.
Al respecto los escritos del apóstol deben dedicarse a:
1. combatir las teorías y las obras de aquellos que consideran la belleza independientemente de la verdad y de la bondad. Los impresos impíos e inmorales que son presentados en lengua florida y estilo elegante, son mucho más perjudiciales porque atraen y ofuscan;
2. presentar a los lectores la verdad y el bien con una forma artística para que sean aceptados fructuosamente.
Y se honrará a Jesús nuestra Vida por la nueva fuerza que comunica la belleza del escrito.
Si la belleza en la forma es siempre conveniente en todos los escritos, tanto más lo es cuando estos reproducen y comentan la misma palabra de Dios. En efecto, así como el Verbo divino se encarnó en el purísimo seno de la más santa de las vírgenes y la Eucaristía es conservada en copones de metal precioso, así es conveniente que la palabra de Dios esté revestida de la forma más noble.
Concluyendo: si los escritos del apóstol, bajo la guía de la Iglesia, secundan a la naturaleza humana presentando la verdad en la doctrina, el bien en la moral y la belleza en la forma, poseen
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la condición natural para ser bien aceptados.
Si a estas dotes añaden lo que es verdaderamente edificante, la gracia de Dios, serán infaliblemente fructuosos, ya que siempre es verdad lo que afirma el Apóstol de las gentes: «Ego plantavi, Apollo rigavit; sed Deus incrementum dedit».2
Y no faltará la gracia de Dios si el apóstol ha hecho preceder la debida preparación intelectual y espiritual; si escribe en gracia de Dios, más aún, con el corazón ardiendo en caridad hacia Dios y las almas, rubricando su obra con la oración y el sacrificio.
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CAPÍTULO III
LAS GRANDES VERDADES

Las verdades principales que constituyen «lo verdadero en doctrina» y que el apóstol debe exponer, defender y divulgar, son las verdades necesarias a todos los hombres contenidos en los principios esenciales de la sana filosofía y teología.
Conciernen al origen del mundo y del hombre, a la providencia divina en el gobierno del universo en general y del hombre en particular, al fin del mundo y del hombre. Verdades naturales que se pueden reducir a tres: todo viene de Dios, todo es regido por Dios, todo vuelve a Dios.

Todo viene de Dios

Dios se manifiesta a los hombres a través de sus obras: el cielo, el espacio, el mar, las plantas,
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los animales, las criaturas todas, afirman invenciblemente la existencia de un Creador y desvelan ampliamente sus atributos: «invisibilia enim ipsius, a creatura mundi, per ea quæ facta sunt, intellecta, conspiciuntur».1
Pero todo esto no es más que una parte de la creación divina. Obra de Dios es asimismo el curso de la historia natural y humana, si por medio de los seres sensibles Dios hace conocer su existencia y por medio de la historia revela su providencia, dirigiendo todas las cosas con fuerza y suavidad hacia el propio fin: «Attingit ergo a fine usque ad finem fortiter, et disponit omnia suaviter».2
En la naturaleza se muestra Creador, en la historia se revela Gobernador, en la consumación de los siglos se desvelará Amor; y lo que hoy se entrevé, entonces se contemplará.
Creado el mundo para su gloria, Dios estableció en él un orden natural y un orden sobrenatural, regidos por su Providencia, de modo que entrambos sirvan para su altísimo fin.
En el orden natural la Providencia se nota en la lenta sucesión de las épocas geológicas, en las graduales formaciones geográficas, en la distribución de los animales, vegetales y minerales. Pero se admira sobre todo en el desarrollo etnográfico, por el que de un padre único descendieron
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tantos pueblos; en el progreso intelectual, moral y material del hombre; en la ascensión y caída de los vastos imperios que se establecieron, uno después de otro, sobre la tierra.
Con su Providencia natural, Dios acompaña al mundo desde su primer existir hasta la renovación, cuando habrá «cielos nuevos y tierra nueva»;3 y a la humanidad, desde el paraíso terrestre hasta el juicio final y la eternidad.
En el orden sobrenatural la Providencia es una mayor efusión del amor de Dios hacia el hombre, salido de sus manos enriquecido con dones sobrenaturales, amigo del Altísimo, destinado a gozar de la visión beatífica. Pero el hombre con el pecado quebrantó el plan creador de Dios. Entonces la divina Providencia estableció uno nuevo, más admirable que el primero: el plan redentor. Lo preparó a lo largo de todo el Antiguo Testamento y lo ejecutó, llegada la plenitud de los tiempos, en Jesucristo; lo cumple en la humanidad y en las almas con el plan santificador por medio de la Iglesia.
Dios deja a los hombres libres. Pero quiere su gloria; quiere que concurran con él a construir la historia y le sirvan de cooperadores en el orden de la gracia. Deja que vivan juntos buenos y malos, pero luego dará a cada uno la justa remuneración: los justos tendrán un premio sin fin y alabarán eternamente la divina misericordia;
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los malos, en presencia de toda la creación, sufrirán la condenación y serán eternamente sometidos a los rigores de la divina justicia.
El juicio universal será el epílogo de la historia en cuanto es providencia de Dios y cooperación de la humanidad.

Todo es regido por Dios

También bajo este aspecto se deben distinguir dos elementos: el elemento natural y el sobrenatural. El natural sirve al sobrenatural, como el Estado a la Iglesia, el cuerpo al alma o lo temporal a lo eterno. Ambos sirven a la gloria de Dios, porque todo lo que sucede en este mundo debe redundar en gloria del Señor.
En el curso de la historia, como en la naturaleza, no sólo todo viene de Dios, sino que todo es regido, ordenado, conservado y sostenido por él. Por eso la historia es, junto con la naturaleza, la maestra de la vida: maestra en el campo de la verdad, de la justicia y del culto.
Toda la doctrina cristiana, la revelación primitiva hecha por Dios a nuestros progenitores, la revelación mosaica, la Escritura, la Tradición y todos los dogmas de la Iglesia católica son guiados por Dios en el curso de la historia.
El cristianismo, predicando el amor del
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prójimo como expresión máxima de la moralidad, ha invertido los conceptos de la civilización pagana. Con su trascendencia divina ha dado a la ley moral una autoridad nueva: el acto humano se eleva a un valor sobrenatural en cuanto inspira no sólo a la razón sino también a la fe; y el cristiano puede realizar el bien mandado no sólo mediante el esfuerzo humano, sino también mediante el poder de la gracia.
Reconociendo a la conciencia como juez íntimo del bien y del mal, la moral cristiana ha establecido un contraste entre carne y espíritu, tiempo y eternidad, mundo y Dios, contraste desconocido para el pensamiento antiguo.
Los preceptos de la ley natural han sido reafirmados en su pureza; la familia (sociedad estable), santificada; las relaciones del hombre con el Estado, basadas en el principio de que «no hay autoridad que no venga de Dios»4 y por consiguiente sobre una participación del poder divino.
En cuanto a las relaciones individuales, el primer y fundamental precepto, el expresado en los dos mandamientos de la caridad, que abraza en un solo acto a Dios y al prójimo, encierra toda la moralidad.
El cristiano tiende a un fin que no es sólo temporal, la paz del individuo en sus relaciones personales, sociales, internacionales, sino a un fin sobrenatural: la visión beatífica de Dios, la salvación del género humano.
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El hombre, sus obras, sus instituciones, la humanidad entera vienen proyectadas hacia la eternidad, hacia Cristo, hacia Dios. También fue guiada por Dios la vida de Jesucristo; sus sublimes enseñanzas, sus ejemplos, su pasión, la resurrección y la gloria, la institución de la Iglesia y la venida del Espíritu Santo. Podemos añadir la doctrina de los apóstoles y de la Iglesia, desde las 14 Cartas de san Pablo hasta los concilios ecuménicos y las últimas definiciones.
También la Iglesia fue siempre sostenida por Dios en las batallas contra los herejes de todos los tiempos para defender la integridad del dogma católico, en la fatigosa marcha del Evangelio entre los pueblos civilizados y los bárbaros, y guiada en las luchas contra el absolutismo de los emperadores, contra el paganismo siempre renaciente y la pseudorreforma, contra el filosofismo, el racionalismo y el modernismo.
La dogmática entera es fruto de la providencial asistencia de Dios.
Regla del omnipotente cetro universal de la Providencia divina es asimismo la moral, o sea, la justicia en el sentido escriturístico, la moral entera, la virtud, la santidad, en los individuos, en las familias y en los Estados.
El culto, por fin, es regido por Dios. Se puede considerar cómo se han comportado los pueblos a lo largo de los siglos, con la religión. Examinar la evolución exterior del culto, admirar el camino
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progresivo que la Misa, los sacramentos, los sacramentales y la misma Liturgia han recorrido a lo largo de los siglos, para llegar al punto en el que los tenemos actualmente, aun permaneciendo siempre sustancialmente inmutados.
El cotejo entre la historia de la única verdadera religión y la de las numerosas falsas nos muestra claramente la infinita superioridad de aquélla sobre todas las demás, nos hace conocer cuál es el homenaje que se debe rendir a Dios.

Todo termina en Dios

Dios está al principio, en el curso y al fin de cada cosa: «Ego sum alpha, et omega».5
Al fin todo será renovado: «Ecce ego nova facio omnia».6 «Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente -dice san Pablo-. No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza fuimos salvados».7
Seremos glorificados en Jesucristo. En efecto, plugo al Padre restaurar todo en su Hijo, a quien constituyó heredero de un reino universal.
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El hombre habría debido convertirse en voz de la creación para cantar a Dios. En cambio «cum in honore esset, non intellexit»;8 no glorificó a Dios como se merecía, por eso Dios asumió la creación en la naturaleza humana de Jesucristo para unirla al Verbo divino. Entonces al Padre celestial se le cantó un himno que está por encima de toda alabanza, un himno cantado por el hombre y que tiene el valor infinito de la persona divina. Este himno durará eternamente. Inició en Belén, tuvo su máxima expresión en el Calvario y asumirá en el juicio universal una armonía nueva, concorde, que no tendrá fin. El Hijo contempla al Padre y en el Hijo también los justos contemplarán al Padre. El Hijo tendrá un reino, y los súbditos de este reino serán llevados ante la presencia del Padre para glorificarlo en Jesucristo. El Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, será el alma de este reino feliz.
El fin de Dios al crear será alcanzado y, podríamos decir, superado, ya que sobreabunda la gracia donde abundó el pecado: Dios hace su voluntad en el cielo y en la tierra.

Conclusión - Si el apóstol escritor quiere realizar obras de gloria de Dios útiles para sí y para las almas, esté bien cimentado sobre la religión,
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pero también convencido de los tres principios expuestos. Sea persona recta, observante de los preceptos naturales y de vida cristiana, apóyese en Dios, trabaje ante la mirada de Dios, mire a Dios y haga serio objeto de examen de conciencia toda palabra que salga de su pluma.
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CAPÍTULO IV
LA ADAPTACIÓN A LOS LECTORES

La unidad de fin para todos los hombres requiere unidad de medios para alcanzarlo: adhesión a las verdades de fe, práctica de los preceptos morales y participación en los medios de gracia, o sea, adhesión a todo lo que forma el objeto específico de la predicación oral y escrita.
No obstante, la diversidad de los sujetos acerca del grado de cultura y de perfección exige que estas mismas cosas sean presentadas de modo adecuado y conveniente.
Ahora bien, según estas diferencias, los sujetos a quienes se dirige el apóstol escritor, las almas, se pueden clasificar en tres grandes categorías: incipientes, proficientes y perfectos.
Incipientes, en orden al apostolado de la prensa,
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son los niños en la fe, es decir, los niños que dan los primeros pasos en la vida cristiana: el pueblo en general, aquel a quien deseaba dirigirse san Agustín en el De catechizandis rudibus. A estos deben añadirse los infieles que son amaestrados poco a poco por la Iglesia en su camino a través de los lugares y los tiempos.
Proficientes son los adolescentes en el saber, o sea, los estudiantes encaminados al estado eclesiástico o a una profesión, los jóvenes y los adultos de cultura media y de alta posición social.
Perfectos son aquellos eclesiásticos o laicos que hacen estudios profundos y completos sobre la religión.

Necesidades particulares de cada una de las categorías

De las tres categorías, la primera y más necesitada de apostolado es, naturalmente, la de los principiantes. En efecto, ellos constituyen la gran masa de los fieles que necesitan que se les parta el pan de la verdad y de la vida cristiana mediante la enseñanza catequística. Según cálculos aproximados se puede afirmar que de los dos mil millones de hombres vivientes, al menos nueve décimas partes, esto es, mil ochocientos millones (1.800.000.000) pertenecen a esta categoría.
Para ellos deben ser las predilecciones del apóstol, el cual tiene, como el divino Maestro, la
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misión de dirigirse preferentemente a los pobres y humildes: «evangelizare pauperibus misit me».1
A los principiantes siguen los proficientes. El apostolado dirigido a ellos es importante tanto por el número como por la calidad. Se trata sólo de una vigésima parte aproximadamente de la humanidad, una mínima parte, pero en compensación aquella a la que, por influencia moral, o bien por autoridad de censo o de relación, corresponderá la parte directiva de la sociedad.
No son los grandes pensadores o los grandes escritores los que dirigen a las masas, sino los grandes divulgadores. Por eso guiarles a ellos es como guiar a los capitanes en el ejército.
Se trata de la clase y del momento más difícil, en el cual los educadores han experimentado las más grandes desconfianzas y decepciones, pero también los más grandes entusiasmos y los más sublimes refinamientos.
Instruidos y bien guiados, los proficientes comprenden la religión -en línea general- mejor que los principiantes porque poseen mayor preparación. Es más, con el nuevo fundamento racional se les facilitará una mayor fidelidad a Dios y la práctica del «psallite sapienter».2
Por último vienen los perfectos. Para estos el apóstol continúa la obra formadora del «nuevo hombre» en Jesucristo, comunicando con mayor amplitud, «ut abundantius habeant»,3 la verdad, la moral y la gracia. [Todo] esto de modo que se consolide en ellos el fundamento racional de
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su fe, se desarrolle el verdadero sentido de la vida y de la moral y les ayude a obtener la gracia necesaria en las circunstancias particulares de su vida.
La importancia de la formación religiosa de esta falange elegida de personas se desprende de la necesidad de tener en la Iglesia la parte docente: la jerarquía de orden y de jurisdicción; de la necesidad de tener una defensa competente de la religión católica contra los asaltos de la incredulidad y de la herejía y, por fin, de la necesidad de tener iniciativas de conquista para Jesucristo de las mentes, las voluntades y los corazones para que se forme una sola escuela, la católica.
Formar a los perfectos significa promover los distintos apostolados, las misiones, la flor y nata del pensamiento católico, capaz de introducir en toda la ciencia, la civilización, las artes, las costumbres, la legislación, la escuela, la prensa... la levadura nueva, la vida indefectible de Cristo. Significa rendir honor a Dios e impetrar por medio de Jesucristo que todos los hombres se hagan verdaderos hijos de Dios.

Método práctico

Siendo diversas las necesidades espirituales propias de cada una de las tres grandes categorías, será asimismo diverso el modo de presentar a cada una de ellas lo que constituye el objeto del apostolado,
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único para todos: la fe, la moral y el culto católico.
En la práctica parece óptimo atenerse a un método, el método «camino, verdad y vida», de modo cíclico, que consiste en dar a cada clase de personas un conjunto proporcional y completo de toda la doctrina cristiana. Cada clase y categoría deberá, pues, recibir progresivamente las verdades adecuadas a su capacidad y preparación, referentes siempre al dogma, la moral y el culto. El conjunto podrá parangonarse con la figura de un cono invertido, en el cual el vértice representa las primeras nociones necesarias para la gran masa de los incipientes, la sección media representa instrucciones útiles a los proficientes y la base, las que convienen a los perfectos.
En este sentido el método «camino, verdad y vida» de modo cíclico puede considerarse vital y natural. Vital, porque se propone dar a cada clase, mejor, a cada individuo, todo lo necesario para vivir la religión: la fe, la moral y el culto. Y esto progresivamente. Inicia con nociones generales acerca del credo, los mandamientos y los medios de gracia; prosigue poco a poco, ampliando siempre los mismos principios.
Método natural, en cuanto sigue al hombre en su desarrollo físico, intelectual y moral. Considera al niño como es realmente: un pequeño hombre ya dotado de intelecto, voluntad y sentimiento; lo sigue paso a paso en su desarrollo
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guiándolo, en nuestro campo, a rendir en todo tiempo el homenaje completo de sí mismo a Dios.
Este es el método que se sigue generalmente en la enseñanza, el que fue promovido constantemente en la Iglesia tanto en la teoría como en la práctica. Para la teoría aparece principalmente en santo Tomás, el doctor del método; y para la práctica, en muchos santos pastores, entre ellos el doctor de la pastoral, san Gregorio Magno, que en sus exposiciones procedía de lo fácil a lo difícil, de lo conocido a lo desconocido.
Es, por fin, el método que más se acomoda a la forma pastoral, que ha de preferirse a todas las demás formas por ser más eficaz y conforme a las exigencias comunes. Los niños, el pueblo, las personas rectas, aunque sean cultas, no buscan generalmente largos y sutiles razonamientos, sino que prefieren la sencillez. Es este el reflejo en las almas de la bondad y sencillez divinas y el testimonio de la conciencia humana, la cual es naturalmente cristiana: «testimonium animæ naturaliter christianæ».4
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CAPÍTULO V
DIOS, MODELO DEL APÓSTOL ESCRITOR

Para no faltar al cometido de apóstol de la prensa, que requiere la verdad de la doctrina, el bien de la moral y la belleza de la forma, no es necesario escribir siempre de religión, sino que hay que escribir siempre cristianamente. Esto puede hacerlo cualquier escritor cristiano.
El apóstol no obstante debe ir más adelante. Él tiene su misión específica: extender en el tiempo y en el espacio la obra de Dios, autor de la Sgda. Escritura.
El modelo es, pues, Dios. La Biblia es la larga carta dirigida por Dios a los hombres para invitarlos al cielo. Ahora bien, la Biblia tiene un carácter completamente
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propio; es el libro divino: contiene las leyes que practicar, las verdades que creer; indica, revela y proporciona los medios de gracia para creer y obrar como hijos de Dios a fin de alcanzar el fin. Es, en otras palabras, camino, verdad y vida para los hombres.
Así deben ser los escritos del apóstol.

Los escritos del apóstol deben ser «Camino»

Para que sus escritos sean el verdadero camino que lleva al cielo, el apóstol debe modelarse sobre la Biblia, o sea, tratar su mismo argumento, del mismo modo y con el mismo fin.
Argumento de la Biblia son las verdades referentes a Dios y al alma: todo lo que tiene carácter espiritual. Se revelan y exponen, pues, la obra de Dios Padre, la obra de Dios Hijo y la obra de Dios Espíritu Santo. Se añaden los deberes concernientes al alma incluidos en los mandamientos, en los consejos evangélicos y en las virtudes, desde las más sencillas a las más elevadas, y todos los medios de santificación.
Estos, y no otros, deben ser los argumentos tratados por el apóstol escritor.
Y ¿cómo tratarlos? A la manera bíblica, esto es, con esa sencillez que es verdad y distintivo de divinidad.
Escriba, pues, el apóstol con la sencillez de
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estilo y de forma con que están escritos los libros santos: estilo terso, forma artística también, pero popular, clara y modesta. Sencillez sin pretensiones, a ejemplo del Maestro divino, que, coherente con su atestación: «Fui enviado a los pobres», no quiso aparato exterior de cátedras, de escuela o de actitud ni forma de decir elevada o abstrusa, sino la máxima sencillez de lugar, de auditorio, de tono de voz, de frase, de ejemplo y de parábola...
Sencillez eucarística. La Eucaristía se presenta bajo las apariencias del alimento más común, y sin embargo contiene a Jesucristo, Dios-Hombre. Lo mismo ha de hacer el apóstol de la prensa. Él, con la humilde forma de un libro o de un folio, que se presenta sin pretensiones, debe dar la verdad divina, la cual, para llegar a los hombres de todas las condiciones, debe ser económica, accesible a todos, como el pan. Esto a veces podrá exigir grandes sacrificios, pero hágase generosamente porque es un sacrificio al que invita Dios mismo.
Más aún: el apóstol de la prensa debe proponerse, en sus escritos, el mismo fin que tuvo Dios al hacer escribir el Libro santo: gloria a Dios y salvación de las almas.
Gloria a Dios, por ende no satisfacción propia, ni lucro, ni honor; salvación de las almas, de todas las almas, porque es de fe que Dios quiere que todos se salven: «Deus vult omnes homines salvos
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fieri»,1 y con esta voluntad eficaz Dios ha dirigido a todos sus hijos su carta de invitación al cielo.

Los escritos del apóstol deben ser «Verdad»

El apóstol de la prensa no se propone componer obras científicas o literarias por sí mismas, ni divulgar ideas propias o de otros hombres, sino que tiende exclusivamente a divulgar las verdades reveladas como nos las da la Iglesia, y cuanto a estas verdades conduce o es su irradiación. Y esto lo hace o multiplicando las ediciones de la Biblia misma o comentando, explicando y diluyendo las verdades contenidas en ella.
De ello se sigue para él la necesidad de aprender el lenguaje divino para transfundirlo en sus obras, que serán eficaces tanto cuanto, en lugar de hablar él, hará hablar a Dios, ya que, lo afirma el Apóstol: «La palabra de Dios es viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos. Y no hay criatura alguna que esté oculta ante ella».2
En una sala de redacción el mejor ornamento
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es el cuadro de los evangelistas, el mejor signo y objeto de culto es un Evangelio abierto por la página donde se lee: «Semen est Verbum Dei»;3 el más precioso libro de consulta es una Biblia avalada por amplios comentarios de los Padres y de los Doctores de la Iglesia.
Pero esto no basta. ¡El mismo escritor debe estar penetrado del contenido del libro divino para poderlo transfundir! Y lo conseguirá si tiene la constancia de hacer de la Biblia su lectura y su meditación cotidiana bajo la guía de la Iglesia. Esto, no por simple pasatiempo o por curiosidad, sino con ánimo de hijo que quiere sentir y secundar con pleno corazón a su Padre celestial. Como los Padres de la Iglesia, los padres del desierto, los santos, de rodillas, con sumisión del espíritu, con voluntad firmemente estable en la obediencia a Dios, con la bienaventurada esperanza de su reino y de su gloria en él y en el mundo entero.
Su ánimo adquirirá entonces poco a poco el delicado y maravilloso saber de la adorable palabra de Dios de modo que, sin darse cuenta de ello, la transfundirá en sus escritos.
El libro divino podrá servir al apóstol como lectura espiritual, como medio de recogimiento y de elevación en las visitas al Smo. Sacramento, como el principal libro de meditación,
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como el oráculo divino que consultar en todas las necesidades espirituales, de apostolado y sociales.
No se dan para esto reglas particulares. Pero para quien quisiera establecer un orden, se aconseja seguir el de la Liturgia y del Breviario Romano, dividiendo la materia de modo que la Biblia pueda ser leída en el curso de un año.
Los que rezan el oficio divino encontrarán en este modo un apoyo, y los demás el beneficio particular de sentirse todavía unidos, por medio de esta lectura, a la oración pública de la Iglesia.
Y todos aprenderán de Dios mismo el modo de escribir para las almas.

Los escritos del apóstol deben ser «Vida»

Leyendo las divinas Escrituras, los Padres y los Doctores de la Iglesia obtenían luces y mociones para su santificación y la de los demás. Por la lectura de la Biblia san Antonio abad, san Agustín, san Benito, san Francisco de Asís, san Ignacio... cambiaron de vida y subieron al monte de la perfección. Los santos y los hombres todos en la lectura del Libro de Dios encontraron luz y fuerza espiritual. Esto porque la Biblia contiene una fuerza divina que le da Dios, su Autor principal,
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así como por la santidad de su contenido, el fin para el que ella fue escrita y la intercesión de la Iglesia que la custodia.
Pero también los escritos del apóstol de la prensa, en cuanto son una prolongación de la obra divina, deben impresionar y santificar los ánimos. De lo contrario el apóstol de la prensa no conseguiría su objetivo.
Pero ¿cómo puede llegar a tanto la obra del hombre?
Sirva una comparación. Los sacramentos, los sacramentales y la oración tienen virtud en cuanto proceden del Calvario, y cuanto más acuden a esta divina fuente, tanta más eficacia tienen.
Para el apostolado de la prensa, los libros, los periódicos, todos los impresos, adquieren eficacia en virtud de la Biblia, de la predicación de Jesucristo y del Evangelio. Y tienen tanta más eficacia cuanto más se inspiran, se acercan, dependen, reproducen, propugnan y aplican la Biblia y en particular el Evangelio.
El apóstol obtendrá esto, si por su parte, además de la lectura y la meditación cotidiana de la Biblia, sabe mantener respecto a Dios la posición que adoptaron los hagiógrafos. Estos no se apoyaban en sus fuerzas, sino en Dios; no perseguían fines secundarios sino a Dios, su gloria y el bien espiritual de los hombres.
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Espíritu de oración y recta intención: he aquí las condiciones necesarias para la divina gracia, condiciones que inspirarán al apóstol su programa: «Yo cuento con Dios; yo tiendo a Dios». Programa según la justicia, la verdad y el orden porque proclama el reconocimiento de quién es Dios y quién es el hombre.
Filosofía y teología, ascética y experiencia, la Iglesia y los concilios, están de acuerdo en proclamar este principio.
La oración, pues, precederá, acompañará y seguirá al apostolado. El apóstol hará propia la oración de Jesús: «ut cognoscant te et quem misisti Jesum Christum»4 y participará así en la eficacia eternamente salvadora de la misma.
La recta intención será el motivo que determine a escribir y guíe a imprimir y a difundir. Pero no basta. El apóstol debe añadir algo suyo: el celo amoroso.
El motivo que impulsó a Dios a dar el don inefable de la sagrada Escritura a los hombres fue el amor: «Deus qui amas animas».5 El mismo amor debe animar al apóstol a escribir: «Me movió el amor que me hace hablar». Amor de Dios que hace de él centro de su ser: de su intelecto, con vuelos frecuentes a él; de su voluntad, con la sumisión a sus deseos; de su
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sensibilidad, de modo que no albergue en el corazón afectos que no sean Dios y las almas. Amor al prójimo que lo lleve a la inmolación de sí mismo, hasta poder decir con el Apóstol a las almas que le han encomendado: «Yo gastaré lo que tenga y me desgastaré yo mismo por vosotros, aunque, amándoos yo tanto a vosotros, vosotros me améis menos a mí».6
Rebosante, pues, de amor, animado de recta intención, fortificado por la oración, embebido del Libro santo, el apóstol podrá remontarse a la cátedra redaccional con la confianza de que sus escritos, como el Libro santo, puedan servir de luz, guía y sostén a las almas, o sea, ser para ellas camino, verdad y vida.
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CAPÍTULO VI
LA SAGRADA BIBLIA

El santo Evangelio en particular y los libros de la Sgda. Escritura o Biblia, en general, como nos los da la Iglesia, constituyen la obra esencial para el apóstol de la prensa. Este, en efecto, no se puede concebir sin la Biblia, como no se pueden concebir el sacerdocio sin la misión, el sacramento sin cruz, ni la planta sin raíz.
El motivo resulta claro si se considera la importancia de la Biblia, la voluntad divina con respecto a la Biblia, la historia y la necesidad de las almas.

Importancia de la Biblia

En comparación con los demás libros, la Biblia se puede parangonar con un monte de oro frente a un hilo de plata perdido en las entrañas de la tierra.
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Esto por parte del Autor, del contenido y del espíritu que la vivifica.
La Biblia tiene por Autor principal al mismo Dios. Los hagiógrafos son simples instrumentos de los que Dios se ha servido para escribir lo que quería. La Biblia, pues, es el libro de Dios. Este es el motivo principal de su importancia.
Si un libro atrae por el autor e interesa por el contenido, ¿qué libro puede haber, en el mundo, que tenga un contenido más interesante que el libro de Dios? Los libros de los hombres pueden exponer cosas buenas y bellas, pero ninguno, por sí, puede resolver sin ninguna duda cuestiones capitales para la humanidad como las relativas a Dios, al hombre, al origen y al fin de todas las cosas.
Estas son verdades que podía decirnos Dios solo y que él nos ha dicho en la Biblia.
Así, sólo Dios podía revelarnos las cosas futuras, las que sucederán en este mundo y las que se darán en la eternidad. Sólo él podía manifestar su propósito de salvarnos de la condenación eterna por medio de los misterios de la encarnación, pasión y muerte de su mismo Hijo. Sólo Dios podía revelarnos nuestra elevación en la filiación divina, nuestro eterno destino; indicarnos el modo y suministrarnos los medios para caminar seguros por la vía de la felicidad eterna.
Todo esto lo ha hecho Dios en la Biblia.
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¿Puede, pues, haber libro más interesante, más importante que el libro de Dios?
La Biblia se diferencia de los otros por el espíritu que la penetra y la vivifica. Ella es el gran sacramento del Verbo de Dios. En sus páginas arde el fuego divino del Espíritu Santo, como bajo las especies sacramentales vive la persona divina de Cristo. Y como aquel que al recibir la Hostia santa toma un alimento celestial de virtud incomparable, así aquel que se alimenta de las palabras de la Biblia siente encenderse en el alma un fuego divino de inefable actividad que penetra su alma y la renueva espiritualmente.
El que come del pan de la vida vivirá eternamente. Y el que se nutre de la palabra de la Biblia, con las debidas disposiciones, se impregna del Espíritu Santo. En efecto, el Espíritu que penetra la Biblia no es como el de los escritores humanos, finito y mudable. Es el mismo Espíritu Santo, Dios que todo lo conoce y que conocía desde el principio a quienes leerían su libro. Él escribió, por medio de los hagiógrafos, palabras de infinita sabiduría, de eterno valor, palabras que actualmente anima y vivifica con su virtud, como si las escribiera en el instante en que son leídas.
La Biblia es, pues, el libro por antonomasia, el que ha ejercido la influencia más profunda sobre la humanidad, influencia inmensamente superior a la ejercida por los pueblos y las
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religiones. La civilización está impregnada de ella y el arte y la literatura están asimismo inspirados por ella.
Sin el conocimiento de la Biblia nos resultarían casi incomprensibles los escritos de muchos autores, como Dante, Klopstock, Milton y muchísimos otros. Se puede decir que no hay casi escrito literario importante en el que no abunden las citas y referencias a ella.1
Las leyes, las instituciones, la moral y los ritos, todo depende de la Biblia.
Está traducida en casi todas las lenguas, tiene comentarios e introducciones sin número. Pero la mayoría de estas obras están dirigidas a los estudiosos para facilitarles sus investigaciones.
La Biblia es el libro que constituyó siempre la base literaria más sólida de los estudios profundos, y fue en todo tiempo la consoladora de los grandes dolores. En una palabra, el libro más importante que posee la humanidad.

La voluntad divina respecto a la Biblia

La voluntad de Dios respecto a la Biblia es que los hombres la lean.
El hecho de que él mismo se dignara excitar y mover a los hagiógrafos a escribir y su asistencia
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en su obra nos demuestran la lógica de esta afirmación.
Por otra parte no se podría pensar diversamente. Como Jesucristo arde en deseos de que lo reciban en la Sgda. Eucaristía, instituida expresamente para nosotros, así Dios desea que leamos lo que nos ha escrito en la Biblia.
Jesucristo nos demostró este querer de Dios cumpliéndolo él mismo para darnos ejemplo. De él, por ejemplo, dice el Evangelio que, al comienzo de su ministerio público, fue invitado en la sinagoga, el sábado, a leer el libro del profeta Isaías.
El divino Maestro leyó y explicó que aquel paso se refería a él. A menudo después, refiriéndose a la Sagrada Escritura, demostraba que se cumplía en él cuanto había sido profetizado. Esto significa que él conocía la Biblia y remitía a ella.
Apareciéndose a los discípulos de Emaús tras la resurrección, se entretuvo con ellos sobre «lo que en las Escrituras se refería a él, empezando por Moisés y todos los profetas».2
La voluntad de Dios con respecto a la lectura de la Biblia resulta asimismo de la enseñanza y del uso de la Iglesia, la auténtica intérprete de la voluntad de Dios.3
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Ella nos presenta los libros de la Biblia divididos en capítulos y versículos, de modo que puedan ser leídos con facilidad y fruto.
Muchos cánones de los Concilios y muchos escritos de los papas, entre ellos particularmente la encíclica Providentissimus Deus4 de León XIII, y Spiritus Paraclitus5 de Benedicto XV, son una prueba evidente del deseo de la Iglesia acerca de la lectura de la Sagrada Escritura.
La Iglesia ha establecido que la Biblia constituyera la parte mayor de la Liturgia católica. Los Salmos, por ej., son la oración oficial de la Iglesia. Diariamente en la Misa se leen pasos escogidos del Evangelio. Las cartas de san Pablo y otros pasos sacados de los distintos libros forman siempre la llamada lectura de las Misas.
La voluntad divina con respecto a la Biblia es, pues, que sea leída por todos los hombres. Lo dijo Dios mismo, lo enseñó Jesucristo y lo enseña la Iglesia.

La historia y la necesidad de las almas

Antes de la venida de Jesucristo, la Biblia era para los hebreos el único libro sagrado; el libro por
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excelencia. Y lo mismo en los primeros tiempos de la Iglesia para los cristianos.
Los primeros fieles, a quienes resonaban aún en los oídos las enseñanzas de Jesucristo y de los apóstoles, leían las Sagradas Escrituras todos los días. Para poder leerlas con mayor comodidad en los peligros y en las persecuciones llevaban consigo, si no toda la Biblia, al menos el santo Evangelio o parte del mismo. De esta lectura sacaban fuerza para perseverar en su fe y dar por ella, cuando era necesario, incluso la vida.
La costumbre de los primeros cristianos fue perdiéndose después y con ella también el fruto de la lectura de los libros santos. Se llegó así, poco a poco, a descuidarlos y, en nuestros tiempos, a ignorarlos por casi la mayoría de los fieles.
Las consecuencias fueron y son deletéreas. «Nuestra sociedad, afirma Peduzzi, a pesar del supuesto progreso civil, ha retrocedido mucho en la religión y las costumbres, volviendo hacia el antiguo paganismo, por la fenomenal antipatía religiosa que sienten muchos, por el libertinaje que ya impera en algún modo por todas partes. Ella se deterioró tanto porque el infierno logró arrebatarle el centro de la vida espiritual, Jesucristo: a Cristo en la Eucaristía, con la inmoralidad y las herejías, especialmente con el paganismo; a Cristo
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en el Evangelio, con la ignorancia primero y después con el libre examen del protestantismo».6
Y el gran papa Benedicto XV, escribiendo al cardenal Cassetta, declaraba: «La experiencia enseña, sin que haga falta mencionarlo, que las desviaciones de la actual sociedad derivan del hecho de que la vida, la doctrina y las obras de Jesucristo han caído en el más profundo olvido, y los hombres no se preocupan ya por inspirar en ellas sus acciones cotidianas».
Si hoy ya no se quiere casi saber de Dios, es porque no se sabe casi nada de Dios. La religión de muchos, de demasiados, es más una religión de costumbre y superficialidad que de convicción y sentimiento.
El remedio ya aparecía en el programa del manso y piadosísimo Pío X, que, queriendo con san Pablo renovar la sociedad en Cristo, no encontraba nada más apropiado que devolverle a Cristo. Pero a Cristo entero, esto es, vivo y verdadero en la Sma. Eucaristía y hablando en la Sgda. Escritura, en el Santo Evangelio. «Dado que nos hemos propuesto restaurar todo en Jesucristo, escribe al cardenal Cassetta, nada podríamos desear tanto como que se introduzca entre los fieles la costumbre de la lectura no sólo frecuente, sino cotidiana de los Santos Evangelios, pues esta lectura demuestra y hace ver claramente por
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qué camino se puede y debe llegar a aquella suspirada restauración».
La historia, pues, así como la necesidad apremiante de las almas demuestran que es necesario volver a la primitiva tradición acerca de la lectura del libro santo, al gran libro que Dios nos ha escrito para indicar el camino del cielo.

Creemos oportuno reproducir aquí algunos cánones y decretos relativos a la lectura de los libros santos. - Los números que los encabezan son los de Denzinger:

Clemente XI ha condenado los siguientes errores7 de Quesnel:8
1429. - 79. Utile et necessarium est omni tempore, omni loco et omni personarum generi, studere et cognoscere spiritum, pietatem et mysteria Sacræ Scripturæ.
1430. - 80. Lectio Sacræ Scripturæ est pro omnibus.
1431. - 81. Obscuritas sancta verbi Dei non est laicis ratio dispensandi se ipsos ab eius lectione.
1432. - 82. Dies Dominicus a Christianis debet sanctificari lectionibus pietatis et super omnia sanctarum Scripturarum. Damnosum est, velle Christianum ab hac lectione retrahere.
1433. - 83. Est illusio sibi persuadere, quod notitia mysteriorum religionis non debeat communicari feminis lectione sacrorum librorum. Non ex feminarum simplicitate, sed ex superba virorum scientia ortus est Scripturarum abusus, et natæ sunt hæreses.
1434. - 84. Abripere e Christianorum manibus Novum Testamentum seu eis illud clausum tenere auferendo eis modum illud intelligendi est illis Christi os obturare.
1435. - 85. Interdicere Christianis lectionem Sacræ Scripturæ, præsertim Evangelii, est interdicere usum luminis filiis lucis et facere, ut patiantur speciem quandam excommunicationis.
Pío VI ha censurado así la enseñanza pistoyense:
1567. - 67. Doctrina perhibens, a lectione sacrarum Scripturarum nonnisi veram impotentiam excusare; subiungens, ultro se prodere obscurationem, quæ ex huiusce præcepti neglectu orta est super primarias veritates religionis: - falsa, temeraria, quietis animarum perturbativa, alias in Quesnellio damnata.
Pío VII enseña:
1604. - Sane cum in vernaculo sermone creberrimas animadvertamus vicissitudines, varietates, commutationesque, profecto
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ex immoderata biblicarum versionum licentia immutabilitas illa convelleretur, quæ divina decet testimonia, et fides ipsa nutaret, cum præsertim ex unius syllabæ ratione quandoque de dogmatis veritate dignoscatur. In id proinde pravas teterrimasque machinationes suas conferre in more habuerunt hæretici, ut editis vernaculis Bibliis (de quorum tamen mira varietate ac discrepantia ipsi se invicem accusant et carpunt) suos quisque errores sanctiore divini eloquii apparatu obvolutos per insidias obtruderent. «Non (neque) enim natæ sunt hæreses, inquiebat S. Augustinus, nisi dum Scripturæ bonæ intelliguntur non bene, et quod in eis non bene intelligitur, etiam temere et audacter asseritur». Quod si viros pietate et sapientia spectatissimos in Scripturarum interpretatione haud raro defecisse dolemus, quid non timendum, si imperito vulgo, qui ut plurimum non delectu aliquo, sed temeritate quadam iudicat, translatæ in vulgarem quamcunque linguam Scripturæ libere pervolvendæ traderentur?...
Gregorio XVI enseña asimismo:
1630. - ...Perspectum vobis est vel a prima christiani nominis ætate hanc fuisse propriam hæreticorum artem, ut, repudiato verbo Dei tradito et Ecclesiæ catholicæ auctoritate reiecta, Scripturas aut manu interpolarent aut sensus expositionem interverterent. Nec denique ignoratis, quanta vel diligentia vel sapientia opus sit ad transferenda fideliter in aliam linguam eloquia Domini; ut nihil proinde facilius contingat, quam ut in eorundem versionibus per societates biblicas multiplicatis gravissimi ex tot interpretum vel imprudentia vel fraude inserantur errores; quos ipsa porro illarum multitudo et varietas diu occultat in perniciem multorum. Ipsarum tamen societatum parum aut nihil omnino interest, si homines Biblia illa vulgaribus sermonibus interpretata lecturi in alios potius quam alios errores dilabantur; dummodo assuescant paulatim ad liberum de Scripturarum sensu iudicium sibimet ipsis vindicandum, atque ad contemnendas traditiones divinas ex Patrum doctrina in Ecclesia catholica custoditas, ipsumque Ecclesiæ magisterium repudiandum.
Pero así defiende y concluye solemnemente:
1631. - Hunc in finem biblici iidem socii Ecclesiam sanctamque hanc PETRI Sedem calumniari non cessant, quasi a pluribus iam sæculis fidelem populum a sacrarum Scripturarum cognitione arcere conetur; cum tamen plurima exstent eademque luculentissima documenta singularis studii, quo recentioribus ipsis temporibus Summi Pontifices, ceterique illorum ductu catholici antistites usi sunt, ut catholicorum gentes ad Dei eloquia scripta et tradita impensius erudirentur.
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CAPÍTULO VII
LA OBRA BÍBLICA

Con la iniciativa bíblica el apóstol escritor se propone propagar la sagrada Escritura y en particular el Evangelio, para que la palabra de Dios sea conocida por todos.
Prácticamente desarrollará su acción con ediciones bíblicas, impresos explicativos1 y formativos.

Ediciones bíblicas

Convencido de que «la Biblia es la carta escrita por Dios a los hombres para dirigirlos a su último fin», el apóstol debería anhelar hacerla conocer y llegar a todos los hombres.
Pero puesto que una pequeñísima parte solamente
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sería capaz de comprender el Libro sagrado en lengua griega o latina, y en edición completa, debería salir al encuentro de las necesidades generales y particulares mediante ediciones bíblicas, versiones, ediciones reducidas e historias sagradas.
Versiones con comentarios que reproduzcan fielmente el texto de la Vulgata en las diferentes lenguas. Todas contengan notas de carácter histórico, moral y pastoral extraídas de los santos Padres y Doctores de la Iglesia.
Ediciones reducidas para uso de las escuelas y de las familias en las cuales se excluyan o apenas se toquen las genealogías, las leyes abrogadas, las cuestiones que interesan a los estudiosos. Ediciones no obstante que contengan toda la historia sagrada del Antiguo y Nuevo Testamentos contada con las palabras mismas de los libros sagrados. Que den a los hechos su hilo histórico, a los profetas su tiempo, a los libros sapienciales su lugar, de modo que el cuadro de la historia divina resulte fiel, eficaz y agradable.
Historias sagradas y Biblias de los niños en forma atrayente, enriquecidas con ilustraciones. Los ánimos de los niños y de las personas sencillas son los más dispuestos para recibir las divinas enseñanzas.
Extractos [=ediciones parciales] tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, enriquecidos con introducciones y comentarios.
Entre ellos debe ocupar el primer lugar el Evangelio, el sol de los libros, el más bello canto de la
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fe, la más hermosa riqueza de la liturgia, el libro que debería formar la lectura cotidiana e indispensable de todo cristiano.

Impresos explicativos

Por impresos explicativos se entienden todos aquellos que de modo más o menos explícito introducen,2 comentan, ilustran, defienden, aplican... el Libro sagrado o parte del mismo. Impresos que varían según su finalidad particular, como:
- introducción a la Biblia entera o a algún libro en particular;
- ilustración de algún personaje bíblico, como por ej. David, Judit, la Magdalena, etc.;
- [estudios de las] relaciones generales y particulares de la Biblia con la ciencia profana y sagrada, con la historia, con el arte...;
- escritos diversos o ilustraciones, albúmenes ilustrados, artículos en periódicos, libros que diluciden alguna verdad o hecho bíblico...;
- citas bíblicas... Los santos Padres y los escritores eclesiásticos en sus escritos y discursos intercalaron siempre fragmentos o versículos de la Sgda. Escritura, tanto que algunos formaron cartas compiladas por la ingeniosa combinación de fragmentos escriturísticos.
El apóstol de la prensa debería introducir
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nuevamente esta buena costumbre. «La Escritura, afirma san Agustín, se explica con la Escritura».
Hay, en cambio, muchos libros en los cuales se ha sustituido el hombre por Dios.
El apóstol, por el contrario, debe ser dispensador de los misterios de Dios y, si no hace esto, no se podrá llamar apóstol.
Este es también el espíritu de la Iglesia.
Particular atención ha de darse igualmente al modo de presentar los pasos elegidos.
«No todos los libros de la Biblia se adaptan a la capacidad común. No debería afrontar sin más la lectura por ej. de los Profetas, tan densos de pensamiento y de tan espléndida poesía, quien no tiene práctica del estilo oriental o del modo de pensar, de la teología o de las instituciones hebreas.
«En primer lugar habrá que leer el Génesis, después el Éxodo, pocos pasos elegidos de los cinco libros siguientes, algunos otros de los Reyes, de los Paralipómenos [= Crónicas], de Esdras y Nehemías.
«Se leerá en cambio con deleite el libro de Rut, y lo mismo los de Tobías, Judit y Ester. Job es todo él un sublime cántico filosófico, pero bastante oscuro.
«La lectura del Cantar de los Cantares requiere la práctica del lenguaje de los místicos, especialmente orientales.
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«Se gustará la altísima poesía de los Salmos, la sabiduría de los Proverbios, del Eclesiastés, de la Sabiduría y del Eclesiástico.
«De los Profetas bastarán pasos elegidos con esmero.
«En cuanto a los Evangelios, el consejo no puede ser más que uno solo: leerlos y releerlos en su totalidad y hacérselos familiares. Son muy interesantes los Hechos de los Apóstoles. Las Cartas de san Pablo son altísimas y nutrientísimas, pero tienen pasos difíciles y oscuros y necesitan un comentario claro. Las Cartas católicas son más accesibles.
«El Apocalipsis se leerá también siguiendo un comentario oportuno, dada su gran oscuridad.
«Muy útiles son los pasos elegidos, bajo algún punto particular, como filosófico e histórico, o como estudio de la lengua latina (texto de la Vulgata) o griega (texto de los LXX).
«Al respecto se aconseja también el uso de las sinopsis, o sea, de los Evangelios concordados».3
De cualquier género que sean los impresos bíblicos explicativos preparados por el apóstol para el pueblo, no deben, por regla general, tener carácter crítico ni presentar novedades bajo ningún aspecto.
Tiendan a dar a la gran masa del pueblo la
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palabra de Dios y estén preparados con el amor y el espíritu con que Dios preparó la Biblia.
Se presenten de modo que no desagraden a los doctos y que, sobre todo, satisfagan a aquellos que, con corazón recto y sencillo, buscan a Dios, la sabiduría, la salud de la sociedad, la salvación eterna; o a aquellos que quieren encontrar «el camino, la verdad y la vida».
Sean siempre pastorales: pastorales por estar preparados por almas apóstoles, pastorales en la forma, pastorales en la selección de las notas, y en lo posible por lo módico de la oferta; pastorales en cuanto se dirigen a todas las almas.

Impresos formativos

«La Sgda. Escritura, afirma san Gregorio Magno, se presenta a los ojos de nuestra mente casi como un espejo, para ver en él nuestra imagen espiritual. En ella, en efecto, nosotros descubrimos la fealdad de nuestros pecados y la belleza de nuestras buenas obras. Ella nos indica cuán lejos estamos aún de la perfección».
Pero afirma también san Juan Crisóstomo: «Nemo potest sensum Scripturæ sacræ cognoscere, nisi legendi familiaritate, sicut scriptum est: Ama illam et exaltabit te: glorificaberis ab ea, cum fueris amplexatus».4
«Créeme, dice san Agustín, todo lo que hay
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en la sagrada Escritura es grande y divino. Está la verdad completa, y en ella se encuentra una doctrina eminentemente propia para nutrir el alma y reparar nuestras fuerzas; más aún, está tan bien acomodada a nuestras necesidades que no hay nadie que no pueda sacar de ella lo que le hace falta, siempre que se acerque con la fe y la piedad que la verdadera religión demanda».
Si se quiere que la lectura de la Biblia produzca frutos en las almas, hay que guiarlas a leer el Libro santo con el deseo vivo de encontrar en él a Jesucristo, el don de Dios: a leerla con humildad, fe, oración y deseo de cambiar de vida.
Se insista, por tanto, a menudo y de todos los modos posibles, sobre la importancia, la necesidad y el modo de leer los Libros santos.
Hágase comprender que su lectura es importante y recomendada por la Iglesia, porque son escritos de Dios para todos y todos los necesitan: el pobre, para acceder a la palabra que le promete las riquezas eternas y lo consuela en sus privaciones; el rico, para aprender a ser bueno y caritativo con los pobres; el sano, para aprender cómo santificar el uso de la vida; el enfermo, para sacar fuerza y resignación; el inocente, para confirmarse en el bien; el pecador, para arrepentirse de sus errores y volver a la vida cristiana; el docto, para hacerse discípulo de la Sabiduría celestial; el pueblo simple, para conocer y
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amar cada vez más al Salvador. Todos, en una palabra, en los Libros santos encuentran la palabra buena que les conviene y hace mejores.
Oriéntese a una lectura piadosa, hecha con amor, con fe sincera y con firme voluntad de querer conformar la propia vida con las enseñanzas expuestas.
Todo el que se acerca al Libro de Dios debería poder confesar de sí mismo lo que confesaba el conocidísimo escritor francés Francisco Coppée: «Yo, modesto ignorante, he releído el Evangelio rogando a Dios con fervor que me conceda la sumisión de los pobres de espíritu. Me he hecho parecido a esos niñitos que nuestro Señor quería que dejaran venir a él, y ante los cuales dijo que el reino de los cielos será para aquellos que se les parecen. He escuchado la palabra divina con la sencillez de los pescadores del lago de Tiberíades, a quienes Jesús les hablaba desde las aguas, sentado en la proa de una barca... Poco a poco cada línea del Libro santo se ha hecho viva para mí y me ha asegurado que contenía la verdad. Sí, en cada palabra del Evangelio he visto brillar la verdad como una estrella, y la he sentido palpitar como un corazón».
Entre los órdenes de lectura propuestos, tres son particularmente recomendables: el orden teológico, el familiar y el litúrgico.
El orden teológico propone leer los libros
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de la Sagrada Escritura en el orden con que están enumerados por el concilio de Trento; empezando por el Génesis, después el Éxodo, etc., y terminar con el Apocalipsis.
El orden familiar es el aconsejado por muchos autores de ascética. Consiste en leer en primer lugar todos los libros del Nuevo Testamento y entre ellos primero los libros históricos, como los más fáciles y adecuados para preparar la mentalidad bíblica; después los didácticos y por último los proféticos, que son los más difíciles. Vienen después los históricos del Antiguo Testamento, seguidos por los sapienciales y los proféticos.
El orden litúrgico es el propuesto por la Iglesia en la liturgia, como aparece en el Breviario y en la santa Misa.
De suma importancia y regla principalísima es leer la Escritura como nos la presenta la santa Iglesia, que la recibió en custodia, y atenerse únicamente a los textos que cuentan con su aprobación.
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CAPÍTULO VIII
HISTORIA ECLESIÁSTICA

La Iglesia, institución divina en su origen, pero confiada también a la libre voluntad de los individuos, tiene una historia completamente peculiar. Historia que puede considerarse un gran drama donde el designio de Dios y las resistencias humanas que retrasan su actuación concurren a una finalidad sublime: la composición de la Iglesia triunfante, figurada en el Apocalipsis bajo el nombre de Jerusalén celestial.
Ahora bien, si la historia en general es «maestra de la vida», la eclesiástica lo es en sentido, modo y medida muy particular, por la misión específica que la Iglesia tuvo de su fundador y jefe, Jesucristo.
La enseñanza que nos ofrece la Iglesia en
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su historia a través de los siglos, aparece clara cuando se tiene presente quién es en su causa divina, en su desarrollo y en sus consecuencias.
Así, pues, antes de exponer las normas prácticas acerca del modo de redactar la historia eclesiástica, se antepone el desarrollo de estos conceptos de los cuales el apóstol debe estar profundamente penetrado, conceptos que le pueden suministrar argumentos para innumerables temas.

La historia eclesiástica en su causa divina

La causa divina de la historia eclesiástica es Jesucristo, su institutor, jefe y guía.
La historia de la redención es conocida. La humanidad, desheredada de la gracia, de todo don sobrenatural y preternatural, por la culpa de origen, había caído míseramente en las más densas tinieblas del pecado y en la absoluta imposibilidad de resurgir, por sí sola, sin esperanza de poder llegar nunca al paraíso. Pero Dios tuvo piedad del hombre pecador, quiso rehabilitarlo y, en la inagotable riqueza de la economía divina, actuó el plan redentor: mandó a la tierra a su Hijo Unigénito para iluminar de nuevo a los hombres con la doctrina, para indicar el camino con su ejemplo, para salvarnos con el sacrificio de sí mismo en la cruz.
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En su vida terrena el Redentor, según su misión divina, fue camino, verdad y vida para los hombres.
Fue «camino» dándoles ejemplo de todas las virtudes, incluso de las ignoradas hasta entonces en el mundo pagano. Perfecto en sus deberes para con Dios, el prójimo y él mismo: perfecto en la observancia de los mandamientos y de los consejos evangélicos, que predicó a los hombres.
Fue «verdad» enseñando durante los tres años de vida pública a las turbas y a los apóstoles las verdades de la fe, recogidas y expuestas por la Iglesia en la teología dogmática, moral, ascética y pastoral.
Fue «vida», reconquistándole a la humanidad la gracia perdida, para dársela nuevamente a las almas a través de los sacramentos y la oración y haciéndose puerta para la bienaventurada eternidad.
Pero la vida terrena de Jesucristo debía ser breve y desarrollarse en los límites restringidos de Palestina.
Él, por tanto, desde el principio de su predicación, reunió en torno a sí a los apóstoles y los discípulos, los instruyó y educó según su corazón y, entre ellos, eligió a un jefe en la persona de Pedro. Les confirió sus divinos poderes de magisterio, de jurisdicción y de orden. Próximo al cumplimiento supremo de la redención de los hombres, les dejó a sí mismo en el sacramento
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de la Eucaristía, confirmó a Pedro en el primado y dio a los apóstoles el mandato de continuar su misión en el mundo: «Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».1 De este modo Jesucristo instituyó la Iglesia a la que debía confiar la tarea de su misión redentora extendiéndola en el espacio y prolongándola en el tiempo.
Concluida la breve jornada terrena del Maestro, empieza, pues, la larga jornada de la Iglesia, su cuerpo místico. Ella, dirigida por su fundador y jefe universal, asistida por el Espíritu Santo, será a lo largo de los siglos la guardiana y Maestra auténtica de la verdad enseñada por Jesucristo, la heredera de sus poderes y la depositaria de su Cuerpo y de su Sangre. Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, Pedro tendrá siempre el primado en sus sucesores: el Papa, a quien corresponderá en todas las controversias decir la última palabra, definir infaliblemente la verdad: Columna, firmamentum veritatis.2
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En la Iglesia, con el Papa y los obispos, estará la única vía de salvación. No varias guías morales, sino una sola moral; no varias escuelas, sino la única escuela, la de Jesucristo a través de sus representantes.
En la Iglesia será renovado el sacrificio del Calvario, serán administrados los sacramentos: el bautismo, que hace nacer el alma a la vida sobrenatural; la confirmación, que la fortifica; la eucaristía, que la nutre; la penitencia, que la rehabilita si cae; la extremaunción, que la conforta en las graves enfermedades.
En la Iglesia se administra el orden, para proveer a la sociedad religiosa de los sagrados ministros, se celebra y se bendice el matrimonio, para la propagación de los hijos de Dios en el género humano. La Iglesia enseñará cómo honrar a Dios, cómo rezar.

La historia de la Iglesia en su desarrollo

La Iglesia militante tiene una historia parecida a la de Jesucristo en su vida terrena. Ella, en efecto, fiel a la misión que le confió su fundador y jefe, ha continuado y continúa la obra redentora haciéndose, en Jesucristo, camino, verdad y vida de los hombres.
Se hizo «camino» con el ejercicio de las virtudes
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heroicas de sus santos y la moral evangélica; «verdad», defendiendo, propagando e inculcando la fe católica; «vida», dispensando los tesoros de la gracia merecida por Jesucristo con la redención.
La obra de la Iglesia para la práctica de la moral evangélica es maravillosa tanto en los individuos como en la sociedad. Cuando irrumpieron los bárbaros, la Iglesia empezó pronto a educarlos, los amansó y los transformó, tanto que preparó la época de los Comunes. En efecto, es un papa el que lleva la bandera de los Comunes libres: Alejandro III.
Posteriormente, la Iglesia hubo de luchar contra el absolutismo de los emperadores; Gregorio VII, la víctima más ilustre de esta lucha, murió en el exilio, pero venció muriendo, como hiciera Jesucristo
Otros abusos y escándalos asolaron a la Iglesia: gravísimos, por ej., los daños sociales de la Revolución francesa, del socialismo y del liberalismo..., pero ella salió siempre victoriosa.
La Iglesia, por fin, presentó a la sociedad humana, con la solución cristiana, los verdaderos remedios naturales primero, y sobrenaturales después, que León XIII,3 Pío X4 y Pío XI5 inculcaron en sus encíclicas.
Al presente los Estados más ordenados y civilizados, los que dominan la civilización contemporánea, se han ajustado a los principios de
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estas encíclicas, principios que marcan el camino justo. Si no los sigue, ¡el mundo se condena por sí mismo!
En todo tiempo, por otro lado, la Iglesia fue madre de la santificación de la familia. En efecto, inculcó siempre la utilidad y la indisolubilidad del matrimonio, tuteló los nacimientos, defendió la inocencia y cuidó la educación de la juventud con la institución de escuelas y colegios.
Abolió la esclavitud, que era la mayor negación de la familia. Transformó a la sociedad mediante un trabajo siempre fatigoso y un camino lento, pero constantemente progresivo.
Cumplió una obra importantísima transformando el derecho romano (que fue el más fuerte, el más profundo, el más natural y el más humano), eliminando en él las partes no conformes con la sana moral y elaboró poco a poco el derecho cristiano asentado no, como el romano, sobre la autoridad humana, sobre el derecho y sobre la fuerza, sino sobre la autoridad de Dios, sobre la religión y sobre la fe. Espléndida obra la canonización de los santos, que es siempre un florecimiento de gigantescos progresos morales.
La Iglesia, en suma, tuvo en todos los tiempos los cuidados más asiduos para que la sociedad, la familia, los individuos y los hombres fueran guiados por principios morales cristianos y santificados.
En lo tocante a la doctrina católica, la Iglesia
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ha seguido y sigue la misión iluminadora del divino Maestro conservando pura la fe a través de los siglos y difundiéndola, entre los pueblos cristianos, mediante la enseñanza de la doctrina cristiana, la predicación, el apostolado de la prensa, las misiones...
Si queremos comprender la obra de la Iglesia para conservar pura la fe, conviene recordar las luchas que ella hubo de sostener para cumplir esta divina misión: trabajo gigantesco durante el período de las grandes herejías desde el siglo III al VI, y durante el período que va desde Lutero y el concilio de Trento hasta Pío X y nuestros días.
Tenemos el Credo, del cual cada artículo representa una victoria de la Iglesia sobre la herejía o sobre los asaltos de los adversarios. Tenemos veinte concilios ecuménicos, entre los que destaca por su importancia el concilio de Trento, ya que en él fueron definidos los dogmas principales negados por los protestantes y compilado el Catecismo Romano para el clero. Por último el concilio Vaticano [I], que consoló al mundo con el dogma de la infalibilidad pontificia.
Guardiana y maestra infalible de la verdad, la Iglesia desenmascaró y condenó siempre todos los errores de todos los tiempos. Y cuando para conservar pura la fe fue necesario cortar los sarmientos secos, los innumerables herejes y cismáticos
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que surgieron a lo largo de los siglos en su seno, lo hizo decididamente.
A la obra de conservación de la fe unió también la obra de divulgación de la misma. En efecto, trabajó constantemente en todos los tiempos para hacer conocer el Evangelio a todos los hombres.
San Pedro, san Pablo y los apóstoles se repartieron el mundo para la evangelización: fueron los primeros misioneros.
Los siguieron en todo tiempo falanges selectas de apóstoles y misioneros fervientes que se remitieron siempre a Roma, el centro de la fe y de las misiones católicas.
Y esto lo hizo la Iglesia no sólo mediante la palabra, sino también con los escritos. Se puede observar, al respecto, la obra de los Apóstoles, de los Padres, Doctores y escritores eclesiásticos, de los papas, de los santos y de los pastores más celosos.
Examínese también la obra de Migne. ¡Qué mole! Y sin embargo él habría querido alcanzar los dos mil volúmenes. A esta obra únanse todos los tratados de teología dogmática, moral, ascética, mística y pastoral y todos los libros de ciencias sagradas.
La Iglesia, por fin, continuó y continúa la obra del divino Maestro «Vida» en el campo de los sacramentos y del culto católico distribuyendo a las
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almas la gracia que él mereció con la redención.
Y esto con tres grandes medios: los sacramentos, los sacramentales, principalmente las sagradas funciones, y la oración.
Cuán diligente haya sido el cuidado de la Iglesia en comunicar la vida de la gracia a las almas, se puede constatar útilmente en la historia de cada uno de los sacramentos, de los sacramentales y de la oración litúrgica. Ella tendió siempre a inculcar en los fieles una piedad completa que llevara a amar a Dios con toda la mente, toda la voluntad y todo el corazón.

La historia de la Iglesia en sus consecuencias eternas

La Iglesia militante es para la Iglesia triunfante. En efecto, ella constituye el reino de Jesucristo, que no tiene fin: «Et regni eius non erit finis».6
Por ello la Iglesia guía al hombre a su fin sobrenatural, la visión, la posesión, el gozo beatífico de Dios, con medios sobrenaturales: la fe que difunde en el mundo, la observancia de los mandamientos que inculca según la enseñanza evangélica y la oración. Lo guía no como un individuo, sino como miembro de un cuerpo místico cuya cabeza es Jesucristo, porque
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el Padre celestial ha establecido «instaurare omnia in Christo, quæ in cælis et quæ in terra sunt!».7
Por eso, tras el juicio universal el divino Redentor, jefe de los elegidos, será el primero en entrar al cielo y le seguirán todos los demás. Habrá entonces una multitud de bienaventurados que en Jesucristo vivirán en el amor, verán a Dios, lo poseerán y lo gozarán eternamente.

Conclusiones prácticas

Jesucristo salvó al mundo mediante una triple acción: doctrinal, moral y santificadora. La Iglesia perpetúa la triple acción de Jesucristo enseñando, juzgando y santificando a los hombres para guiarlos a su último fin. Por eso, narrar cómo Jesucristo fue maestro de verdad, ejemplo de toda perfección, reparador de nuestra vida, significa escribir la vida de Jesucristo. Narrar cómo la Iglesia enseñó la verdad, dirigió la virtud y comunicó la gracia de Jesucristo, significa escribir la historia de la Iglesia católica.
Sustancialmente no son dos, sino una sola historia: [la de] Jesucristo, que directamente o por medio de la Iglesia repara las ruinas del pecado
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original y forma el hombre nuevo, el cristiano. Dios tendrá su gloria y el hombre de buena voluntad tendrá su paz. La vida de Jesucristo, la historia de la Iglesia y antes aún la historia sagrada (tres partes de una sola historia, mejor que tres historias) nos presentan toda una serie de espléndidos ejemplos que seguir, de verdades que creer y de medios de gracia de los que participar.
Sólidamente basado en estos principios, el apóstol escritor, en sus tratados de historia eclesiástica, aténgase a las siguientes normas prácticas:
1. Evite juzgar y medir a la Iglesia según los principios naturales que rigen y juzgan a la sociedad humana y al mismo estado.
2. Muestre siempre a la Iglesia dedicada a juzgar, conducir a los hombres a la eternidad y preparada para exigir todo, incluso el sacrificio de la vida temporal, con tal de conquistar el tesoro escondido.
3. En la Iglesia aprecie, como primer y máximo bien, la gracia que nos hace hijos adoptivos de Dios y por ello herederos y coherederos de Jesucristo. La civilización, la ciencia y los demás bienes son también frutos de la Iglesia, pero vienen en segunda línea; el fin primario es siempre el de Jesucristo mismo: «ut vitam habeant et abundantius habeant».8
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4. Considere todo período de la historia eclesiástica divisible en tres partes, de modo que la primera comprenda todo lo que atañe a la difusión y establecimiento de la verdad en el mundo, la segunda resuma el trabajo de elevación moral y santificación de los hombres y la tercera abrace el desarrollo de la liturgia y de la oración.
En todas partes, además, examine dos elementos: el divino y el humano. Elemento divino de la Iglesia que guía es la doctrina, la moral y la gracia. Elemento humano es la jerarquía que preside y el pueblo que aprende y sigue.
Por una parte, pues, el esfuerzo de la Iglesia para enseñar, santificar y salvar; por la otra, la fatiga de los hombres para corresponder: Dios que viene al encuentro del hombre y el hombre que sale al encuentro de Dios en las diversas épocas y períodos, nos dan lo que nosotros llamamos historia eclesiástica en su verdadero sentido: la continuación en los siglos de la vida de Jesucristo.
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CAPÍTULO IX
LA SANTÍSIMA VIRGEN

El apóstol escritor debe prestarse a tratar cualquier argumento, apoyar cualquier obra que redunde en la mayor gloria de Dios y provecho de las almas. Esto no impide sin embargo que él, por inclinación natural o por su particular preparación, se sienta atraído hacia una actividad específica.
Hay, por ejemplo, quien siente una atracción especial por los niños y goza dedicándose a ellos. En cambio un alma que viva una intensa vida interior, se anima y trata de modo admirable los argumentos que conciernen a la unión con Dios. Otros están más dispuestos a tratar argumentos teológicos, filosóficos, sociales...
Hay, sin embargo, argumentos que deben interesar a
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todos, que afectan a todos: argumentos consoladores y agradables que tocan las aspiraciones más íntimas del alma humana.
Entre estos ocupa un lugar principalísimo el que se propone divulgar la devoción a la Sma. Virgen, devoción auténtica que lleva a las almas a admirarla, imitarla y tributarle el culto debido.

Fe en María Sma.

Se funda y tiene origen en el conocimiento de su dignidad de Madre de Dios y en las consecuencias que de ello se derivan, objeto de la teología mariana.
Este tema, en su conjunto y en sus partes, ya ha dado origen a un sinnúmero de libros y deja siempre lugar a otros. Al apóstol le corresponde divulgar, apoyar cuanto ya existe, aprovechar todas las ocasiones para hacer conocer a esta nuestra tierna Madre.
La materia es amplísima, se presta a los tratados más diversos y corresponde a las necesidades y a las exigencias de todos.
En efecto, cuántas y cuáles cosas se pueden decir con relación a la Virgen considerada en la revelación, en la tradición, en la vida terrena, en la doctrina, en el culto, en la liturgia, en las devociones, en los santuarios, en sus apariciones.
No obstante, entre la verdades marianas, interesan a
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todos e impresionan grandemente los ánimos las que ilustran sus oficios con respecto a Dios, a la creación de los hombres y a cada alma en particular.
Respecto a Dios: sus vínculos de parentesco con la Sma. Trinidad, esto es: Hija predilecta del Padre, asociada a él en la obra de la encarnación; Madre del Hijo, su colaboradora en la obra de la redención; templo vivo, santuario privilegiado, Esposa del Espíritu Santo.
Respecto a la creación: con Jesucristo es su causa final y formal.
Respecto a la redención: es corredentora de los hombres porque es madre de Jesucristo Redentor, el cual por divina constitución está a la cabeza de la humanidad regenerada.1
Respecto a cada alma en particular: causa meritoria y ejemplar, si bien secundaria, de la vida del cristiano y causa distribuidora de la gracia.

Imitación de María Sma.

La admiración de la Sma. Virgen, fruto del conocimiento particular de sus privilegios, debe llevar al homenaje más delicado que se le pueda rendir: la imitación.
Muchas almas se pueden desanimar ante la sublimidad de la perfección de Jesucristo.
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Pero, como sucede con la luz a través de un prisma, la santidad del Verbo Eterno, encarnándose en los santos, está casi descompuesta2 dejándose analizar más fácilmente y absorber con más eficacia.
Ahora bien, entre los santos la Virgen Sma. ocupa el primer lugar; ella es, después de Jesús, el más bello modelo que se pueda imitar. El Espíritu Santo, que en virtud de los méritos de Jesucristo vivía en ella, la hizo una copia viviente de su divino Hijo.
Acercarse a María es acercarse a Jesús.
Convencido de esta grande y consoladora verdad, comuníquela el apóstol a las almas e incítelas a estudiar cada vez mejor, meditar y esforzarse en imitar las virtudes y los ejemplos de esta nuestra Madre celestial. La santidad de María es inmensamente superior a la de los demás santos y de los mismos ángeles del cielo, y esto, según la expresión del abad Egelberto, por generalidad de gracias, por singularidad de privilegios y por dignidad de preeminencia.
«Los demás santos, dice santo Tomás, han sobresalido en alguna virtud particular. Pero la Virgen bendita sobresale en todas las virtudes y nos sirve de modelo en cada una de ellas. Ella es, pues, modelo de todas las edades y condiciones, y de modo particular para las vírgenes consagradas a Dios».
El Evangelio presenta muestras de las admirables
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virtudes de María. Son breves alusiones, destellos parecidos a relámpagos que iluminan sólo algún aspecto de la Virgen y dejan adivinar la grandiosidad de los aspectos velados.
El apóstol sepa a tiempo y lugar levantar el telón que vela a nuestras miradas la vida íntima de la Sma. Virgen y haga resaltar cómo ella es simple, ordenada y envidiable a los mismos ángeles. Vida que se resume en lo que debería ser el ideal de todo cristiano: todo por Jesús, con Jesús y en Jesús.
De este modo resultará fácil comprender la esencia de la devoción a María, o sea, ir a Jesús por María, «ad Jesum per Mariam».

Oraciones y culto a María Sma.

De la admiración e imitación de María Sma. no se ha de separar el culto. Culto no supersticioso ni extraño, sino justo y santo, como lo quiere la santa madre Iglesia. Culto interno y externo, privado y público, que lleve a la veneración profunda, a la confianza absoluta y al amor filial. Veneración que se funda en su dignidad de Madre de Dios y en las consecuencias que de ello se derivan. Que lleva, pues, no a igualarla a Dios y a hacer de ella la fuente de la gracia, sino a glorificar en ella a Dios por los privilegios de que la ha enriquecido y el oficio de dispensadora de todas
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las gracias. En efecto, ¡qué veneración habrá que tributar a Aquella que el Verbo Encarnado reverencia como Madre, el Padre contempla amorosamente como Hija predilecta y el Espíritu Santo aprecia como templo de predilección!
Confianza inquebrantable y universal fundada sobre el poder y la bondad de María Sma. Potencia que no viene de ella, sino de su poder de intercesión: Dios no quiere negar nada de legítimo a Aquella que venera y ama más que a todas las criaturas. Bondad de madre que derrama sobre nosotros, miembros del Cuerpo místico de Jesucristo, el afecto que siente por la Cabeza, su Hijo divino: de una madre que nos ha engendrado entre los espasmos que le ha costado su oficio de corredentora.
Amor de complacencia que se alegra de las grandezas, de las virtudes y de los privilegios de María; de benevolencia que anhela, ruega y actúa para que la devoción de la Virgen santa se adueñe e inflame todos los corazones. Amor de gratitud por los beneficios que nos dispensa. Amor de conformidad que se esfuerza por acordar en todas las cosas la propia voluntad con la de María y en consecuencia con la de Dios.
El culto a María presenta una materia de amplitud enciclopédica sea que se considere:
- en sí: su legitimidad, naturaleza y actos esenciales, frutos y necesidades;
- en sus manifestaciones litúrgicas: templos
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consagrados a María, oraciones y alabanzas en su honor;
- en su gradual desarrollo a través de los siglos, como atestiguan la literatura y el arte;
- en las devociones particulares a María: devociones numerosas y variadas, que tienen por objeto prerrogativas o revelaciones especiales de María y que, aun sin ser impuestas por la Iglesia, sino dejadas a la libre elección de los fieles, son aprobadas y dirigidas por ella. Algunas se fundan en la misericordia de María (la Virgen del Perpetuo Socorro, la devoción a María Auxiliadora, a María Madre de la Providencia, a la Virgen del Buen Consejo, a María Consoladora, a la Reina de los Apóstoles, la práctica de las tres Avemarías). Otras la honran especialmente en sus relaciones con Jesús Redentor (la devoción a nuestra Señora del Sgdo. Corazón de Jesús, la Virgen del Smo. Sacramento).
Otras exaltan a María, sobre todo en cuanto es mediadora de todas las gracias (la devoción al Corazón Inmaculado de María, la devoción a María Reina de los corazones, o sea, de la santa esclavitud de amor).
A todas estas habrá que añadir las modernas formas de culto a la Inmaculada Concepción (la medalla milagrosa, la Inmaculada de Lourdes) y las devociones a lo que lleva la impronta de María (la devoción al escapulario de María, peregrinaciones en honor de María).
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En cuanto a las devociones contamos con las piadosas asociaciones en honor de María (la Congregación mariana para los jóvenes, las Hijas de María) y los Congresos marianos nacionales e internacionales.
No se trata sin duda de argumentos que interesan a todos y en todos los tiempos. El apóstol sepa elegir a tiempo y lugar y aproveche todas las ocasiones para inculcar siempre y en todas partes la admiración, imitación y culto a la Sma. Virgen, haciendo suya la frase de san Bernardo: «De Maria nunquam satis».3
Tenga un cuidado y predilección particular por los pecadores y confíe su causa a la Reina de las misericordias.
Entre los muchos actos de devoción a la Sma. Virgen dé un lugar al que contiene a todos: el acto de consagración total a María, tal como lo expone el beato Grignion de Monfort.
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CAPÍTULO X
SAGRADA TEOLOGÍA

Después de la Sagrada Escritura y la Tradición, la Teología es la ciencia que más concierne al apóstol escritor, el cual debe conocer su necesidad para el clero y utilidad para los fieles y seguir algunas normas prácticas al exponerla a las almas.

Necesidad para los Pastores

El estudio de la sagrada Teología es esencial en la formación de los pastores de almas. Lo demuestra el ejemplo de Jesucristo, que quiso preparar personalmente a los apóstoles a su misión; lo declara san Pablo, que entre las dotes pastorales enumera también la ciencia; lo demuestran la enseñanza y la práctica de la Iglesia; lo requieren
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la dignidad del Pastor y las necesidades espirituales de las almas.
No se puede concebir un verdadero pastor de almas que no asocie a una conducta ejemplar la ciencia, y especialmente la ciencia teológica. Sólo con esta condición su ministerio doctrinal podrá ser fructuoso y podrá desempeñar debidamente su misión de maestro de la doctrina revelada y de juez de las conciencias delante de Dios. El pueblo extrae sus nociones dogmáticas y morales y aprende la norma de su recto vivir de los labios del sacerdote: «Labia enim sacerdotis custodient scientiam, et legem requirent ex ore eius».1 Así pues, el estudio de la sagrada Teología debe ser para el pastor de almas como el pan cotidiano.
Estudio de la Teología dogmática, que le lleve a la precisión de doctrina en la sagrada predicación y, por regla general, no a confutaciones de errores antiguos, sino a afrontar las necesidades de los tiempos y de las almas confiadas a sus cuidados. Estudio de la moral, que le haga conocer el corazón humano, aprender los medios de curar sus llagas y guiarlo a la perfección por la vía ordinaria o por la de la mística cristiana.
Estudio, por fin, que guíe al pastor de almas a hacer de sí mismo un ejemplar de piedad cristiana, según la advertencia que el Apóstol de las
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gentes dirigía a Timoteo: «Attende tibi et doctrinæ: insta in illis. Hoc enim faciens, et teipsum salvum facies, et eos qui te audiunt».2

La utilidad para los fieles

La Teología es la primera ciencia, la más necesaria, por estar ordenada a la consecución de la vida eterna. En efecto, «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».3
Es ciencia que ennoblece porque eleva la mente a la fe, que es fundamento y raíz de toda la justicia, sin la cual es imposible agradar a Dios y llegar a la unión de sus fieles; ella es fuente perenne de fuerza y de consuelo, aurora y pregustación de la visión beatífica. «La vida eterna es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo».4 Nos hace escrutar, desde ahora, las profundidades de Dios y conocer, aunque de modo velado, a Dios uno y trino y a Aquel que ha enviado a la tierra, Jesucristo.
La Teología enseña también a vivir según Dios. Resultarán entonces claras las palabras de san Pablo: «Imitatores mei estote, sicut et ego Christi».5
Por fin ella enseña a vivir de la vida divina
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mediante la participación de la gracia, hasta que se pueda repetir con el Apóstol de las gentes: «Vivo autem, iam non ego: vivit vero in me Christus».6
El conocimiento de la Teología para los fieles es útil, más aún, necesaria, particularmente en nuestros días, en los cuales muchos ignoran la ciencia divina que ilumina, fortifica y salva. Hoy de modo especial es necesario profundizar la sentencia evangélica: «¿Qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?».7

Normas prácticas

No hay pleno acuerdo en el modo de presentar la ciencia teológica. Se notan dos tendencias diversas, de las cuales la primera prefiere unificar, compendiar, dar todo sucintamente; y la segunda tiende a dividir y subdividir. Ambas son buenas. La elección de la una o de la otra depende del fin que se propone el que escribe y de la categoría de las personas a quienes se dirige.
Sigue la segunda el que, especializado en la materia, se dirige a los doctos y a aquellos que, hallándose en el error, buscan la verdad.
Al dirigirse al pueblo (y esta es la misión principal del apóstol de la prensa) se eviten las disputas y la crítica; propóngase siempre
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la verdad clara, como es enseñada por la Iglesia y désela entera. No se trate sólo de iluminar la mente de los lectores, sino también de fortificar su voluntad y acercarlos a las fuentes de la gracia.
Tratando, por ejemplo, la dogmática, se demostrará que es necesario abrazar los dogmas propuestos por la Iglesia y que, para llegar a ello, es indispensable la ayuda de la gracia, que se obtiene mediante los sacramentos y la oración. Tratando la moral, se demostrará que es necesario ponerse en las condiciones necesarias para huir del mal y practicar el bien. Lo mismo se diga para las demás partes de la teología.
La lengua preferida será la latina si los lectores la conocen, pero al escribir para el pueblo se usa la lengua vulgar. Convendrá servirse de buenas ilustraciones.
La Teología además muéstrese en sus fuentes: Sgda. Escritura y Tradición, como nos la presenta la Iglesia católica. No falte, si es menester, la ilustración, la prueba de razón y de conveniencia, especialmente cuando el lector lo exija.
Particularmente el apóstol puede escribir de teología con explicaciones del catecismo, con tratados de dogmática, ascética, mística y pastoral, con artículos, libros de cultura y con otros medios sugeridos por las circunstancias.
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CAPÍTULO XI
ASCÉTICA Y MÍSTICA

Respecto a la teoría y a la práctica de la Teología ascética y mística, el apóstol de la prensa puede encontrarse frente a cuatro grandes categorías de personas: adversarios, ignorantes, indiferentes y almas sedientas de vida interior.
Contra los adversarios deberá realizar obra de defensa. Con los ignorantes e indiferentes, obra de iluminación y de aliento. Para las almas fervientes, obra de guía práctica.

Obra de defensa

También en nuestros tiempos en que hay, en todas las condiciones, almas sedientas de recogimiento, de oración y de vida interior, se encuentran
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formas de pensamiento y de vida que están en antítesis con el ascetismo cristiano
Con frecuencia se tiene una falsa concepción de tal ascetismo; una pagana concepción de las energías y de los goces materiales, a costa de los valores superiores del espíritu y de placeres mucho más nobles e intensos que ellos nos ofrecen. Concepciones que se insinúan especialmente en la juventud y crean una mentalidad pagana que parece una benéfica exaltación de la vida, pero que en realidad la deteriora, cuando no es precursora de ruinas y de muerte.
Surgen entonces acusaciones contra el principio ascético-místico cristiano y sus más insignes modelos, los santos. La espiritualidad, se dice, es una hipocresía, reniega de la vida, hace melancólicos, estraga la salud, violenta la naturaleza, daña al Estado, destruye la sociedad...
A estas y parecidas objeciones, que son a veces verdaderas acusaciones, es necesario responder con argumentos válidos y enérgicos que, aun variando con las circunstancias, deben exponer y defender siempre la doctrina y la práctica de la espiritualidad cristiana.
La razón, apoyada en la filosofía y en la ciencia, iluminada por la experiencia y de modo particular por la fe, sugerirá a su debido tiempo y lugar argumentos válidos y persuasivos.
Se puede, por otra parte, responder a gran parte
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de las acusaciones y objeciones ampliando y reiterando, según las necesidades, los siguientes principios católicos: «El ascetismo cristiano, practicado según las propias condiciones de vida y libremente ejercitado para obtener el dominio de sí y el recto uso de los bienes materiales, potencia admirablemente la estirpe y es fuente de inefable satisfacción para el individuo, de bienestar para las familias y de prosperidad para las naciones. Es fruto de un sentimiento religioso muy arraigado en el alma, que difunde un sentido sagrado de la vida e induce al respeto del cuerpo, considerado como nobilísimo reflejo de instrumento del alma, obra maestra de la naturaleza orgánica viviente, templo de Dios, que inhabita con la gracia en el hombre justo y honesto.
«De este sentimiento nace esa sensación de pudor que no es en absoluto una hipocresía, una superestructura artificiosa y convencional, sino una firme defensa contra las seducciones del mal y bello ornamento de la persona, espontánea y necesaria manifestación del hombre moralmente sano que lucha para obtener en sí el primado del espíritu sobre la materia».1

Obra iluminativa y de aliento

Más numerosos que los adversarios y los críticos son los ignorantes y los indiferentes.
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Naturalmente, no basta la pura ciencia espiritual para hacerse santos. En efecto, es posible hallar almas elevadas a los más altos grados de la perfección que no han leído nunca el más elemental tratado de ascética, como se pueden dar, absolutamente hablando, almas perversas que también poseen una ciencia ascética y mística eminente. La historia nos da un ejemplo en Miguel de Molinos2 y en Madame de Guyon.3
Se trata de excepciones, ya que la experiencia enseña que, en vía ordinaria, muchas almas no se lanzan por el camino de la perfección porque no la conocen o se ven impedidos por falsos prejuicios.
Almas que, apoyándose en la verdad que afirma ser suficiente morir en estado de gracia para salvarse, no se preocupan de otra cosa que de evitar el pecado mortal.
Almas -y son la mayoría- que renuncian a cualquier generosa tentativa de perfección, porque la consideran como un privilegio de pocos.
Almas, incluso religiosas y sacerdotales, que, aunque convencidas de la nobleza de la vida interior, no sienten el coraje de abrazarla, porque la consideran como un yugo que les quita la libertad y la felicidad.
Almas, por fin, que después de haberse lanzado por la vía de la santidad con heroico entusiasmo, se
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han retirado más tarde, murmurando decepcionadas y derrotadas: ¡Imposible! Hay que ir contra corriente... Uno está abandonado por Dios y por los hombres... Siempre se está empezando...
En estos y parecidos casos se trata de iluminar y alentar a las almas con argumentos válidos y convincentes, sugeridos por las circunstancias, por una amplia experiencia y competencia.
Basándose en la autoridad y en la razón iluminada por la fe, se demuestra que en el estado de naturaleza decaída no se puede permanecer mucho tiempo en gracia y obtener la perseverancia final sin esforzarse en progresar en la vida espiritual y practicar en un cierto grado, al menos, algunos de los consejos evangélicos. La práctica de la vida interior impone sacrificios que se vuelven poco a poco agradables: «Mi yugo es llevadero y mi carga ligera»,4 ha dicho el divino Maestro. Y este sagrado yugo hace libres de las preocupaciones mundanas, aleja en muchos casos los dolores graves de la vida (las angustias de la duda, los remordimientos, las desolaciones...), endulza y da valor a los dolores en absoluto independientes de la fe y de la conciencia de cada uno.
Se demuestra sobre todo «que ella permite, mejor, intensifica elevándolos, todos los gozos lícitos (como la contemplación de la naturaleza, el gozo de las ciencias, las dulzuras profundas y extasiantes del arte,
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el saboreo de los dones y de los variadísimos frutos de la tierra, las alegrías familiares, los deleites que provienen de las sanas diversiones, etc.); que da de suyo todo un tesoro de alegrías purísimas e inefables, fruto del servicio y de la posesión de Dios».5

Obra de guía

Hay, por fin, no pocas almas que desean sinceramente la vida interior y se esfuerzan en practicarla, pero que con frecuencia encallan en el desaliento, se pierden y desvían en un vago e inconsciente sentimentalismo. Almas, favorecidas por Dios con dones y gracias excepcionales, que no se pierden en una mediocridad, tienen con Dios relaciones inferiores a las que podrían tener.
El apóstol, a quien corresponde no sólo buscar la rehabilitación y preservación de las almas, sino también guiarlas a la perfección, proponga la teoría y la práctica de la vida espiritual a través de las tres vías: purgativa, iluminativa y unitiva.
Diríjase en esta obra no sólo a los individuos, a las colectividades, a los fieles en general o en particular, sino también y sobre todo a las almas religiosas y sacerdotales como a personas
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que tienen obligación especial de tender a la perfección.
Los religiosos están obligados a ello en virtud de su estado: su obligación se funda sobre los tres votos y las constituciones del propio Instituto.
Los sacerdotes están obligados en virtud del ministerio y de la misión que les incumbe de santificar a las almas.
En efecto, se deduce de todos los documentos de autoridad y de razón que el sacerdote, antes de la ordenación, debe haber conquistado un cierto grado de santidad y que, una vez ordenado sacerdote, debe seguir progresando hacia una perfección cada vez mayor.

Normas prácticas

El apóstol, antes de tocar un argumento ascético o místico, debe estar convenientemente preparado intelectual y moralmente.
Intelectualmente: hay que hacer preceder un estudio completo, serio y profundo de teología ascética y mística, de sus fuentes y de sus fundamentos (teología dogmática y moral).
Moralmente: ha de poseer él mismo una perfección no ordinaria; tener una profunda experiencia del corazón humano y de las variadísimas y admirables operaciones ejercidas sobre él por el influjo
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sobrenatural de la gracia. Debe poseer un corazón recto, mucha prudencia y esa discreción iluminada sin la cual correría el riesgo de hacer obras no sólo vanas, sino también gravemente peligrosas.6 Puesto a la obra, no se desoriente a sí mismo y a las almas, perdiéndose en cuestiones vanas y en deslices peligrosos que desvían de lo que es la esencia de la perfección. Aténgase siempre a la doctrina común de la Iglesia y extraiga sus argumentos de fuentes seguras: la Sgda. Escritura, la Tradición y la razón iluminada por la fe y la esperanza. En la Sgda. Escritura no encontrará sin duda una síntesis de la doctrina espiritual, sino ricos documentos esparcidos aquí y allá tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, en forma de doctrinas, preceptos, consejos, oraciones y ejemplos.
La Tradición, que se manifiesta con el magisterio solemne y ordinario de la Iglesia, será para el apóstol de la prensa como un complemento de la Sgda. Escritura, en cuanto interpretada de modo auténtico y presentando verdades que no están contenidas en ella.
La razón, dirigida y perfeccionada por la luz de la fe, le ayudará a coordinar los datos de la Sgda. Escritura y de la Tradición, a mostrar cómo la espiritualidad ha sido históricamente vivida
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por los santos, a aplicar los principios y las reglas generales a las personas en particular, teniendo en cuenta el temperamento, carácter, edad y sexo, la posición social, los deberes del estado y la atracción sobrenatural de la gracia, sin olvidar las reglas sobre el discernimiento de los espíritus.
El apóstol tienda a perfeccionar no sólo una de las facultades humanas, sino todo el hombre como es, o sea, dotado de intelecto, voluntad y sentimiento, exponiéndole contemporáneamente la verdad que ha de creerse, la vía que se ha de seguir y el modo de obtener de Dios la gracia de creer y actuar según la propia vocación.
La vida espiritual no es método; por ello instruya y eduque en la desenvoltura de la docilidad al Espíritu Santo. Pero la vida espiritual no es tampoco desorden, y por ello advertirá que un buen método, bien conocido, aplicado a tiempo, lleva a la madurez, y de esta a la perfección y a la unión perfecta con Dios.
Tenga además presente este punto fundamental: la perfección cristiana consiste en vivir en Jesucristo, y nuestra incorporación en él es fundamento y raíz de su imitación, de las ascesis7 espirituales hacia él y de la vida de unión con él.
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CAPÍTULO XII
LITURGIA

El arte y la ciencia litúrgicas, que presentan siempre, en el conjunto y en sus partes, un rico tesoro de cultura religiosa, un pasto saludable de enseñanzas morales, una rica y copiosa fuente de gracia, pueden ser en manos del apóstol un medio poderosísimo para colaborar a la gloria de Dios y a la santificación de las almas. Y serán verdaderamente tales si en cada una de las iniciativas litúrgicas se propone divulgar el conocimiento, el amor a la Liturgia y la práctica de la vida litúrgica según las enseñanzas y las directrices de la santa Iglesia.

Conocimiento de la Liturgia

En los albores del cristianismo, en los cuales, mientras los crueles emperadores romanos intentaban
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ahogar en sangre a la Iglesia naciente y por diferentes motivos era necesaria la disciplina del arcano, fue bastante reducida la literatura litúrgica. No había, por otra parte, demasiada necesidad de explicar al pueblo la Liturgia, porque él entendía la lengua, las funciones se desarrollaban de modo natural y se vivía como en contacto directo y familiar con Dios. No obstante se instruía con mucho cuidado a los neófitos acerca de las ceremonias de la Misa y de los principales sacramentos.
Después de que el emperador Constantino diera la libertad a la Iglesia, la Liturgia entró en una fase de progresivo desarrollo. El ceremonial del culto se hizo más complejo. Entonces fue necesario dar explicaciones más profundas y reglas particulares sobre los ritos litúrgicos. Así surgieron los primeros libros litúrgicos.
Más tarde, la decadencia literaria general se hizo sentir también en la Liturgia, pues las nuevas generaciones no entendían la lengua litúrgica. Hubo una sucesión de interpretaciones, supresiones, simplificaciones y reformas, hasta que errores del siglo XVIII1 intentaron corromper los conocimientos litúrgicos y alejar a las almas de los fieles de los actos solemnes del culto.
Pero los papas no descuidaron nada para mantener sólidas las bases de la sagrada Liturgia. Bajo sus auspicios hubo, hacia mediados del siglo XIX, un gran florecimiento producido por obras
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que aspiraban sobre todo a poner de relieve la belleza íntima del culto.
Se despertó pronto un gran interés por la Liturgia y un vivo deseo de su valoración histórica. Se multiplicaron las búsquedas del material manuscrito y de los antiguos libros litúrgicos publicados aisladamente o en colecciones. Destacaron en este trabajo las órdenes religiosas, sociedades científicas y estudiosos particulares. Se distinguieron de modo muy particular los benedictinos.
En los primeros albores del siglo XX tuvo inicio el actual movimiento de apostolado litúrgico.
El primer y más poderoso impulso lo dio el papa Pío X, que con el lema «restaurar todo en Cristo» entendía principalmente llevar a los católicos a una comprensión profunda de la divina belleza y excelencia de los augustos ritos del culto católico.
El primer acto de su pontificado fue el «Motu propio» sobre el canto sagrado2 -la expresión [melódica y musical] de la Liturgia-, con su relativa instrucción. Más tarde emprendió otras reformas, todas encaminadas a la restauración litúrgica.
Benedicto XV y Pío XI dieron nuevo impulso a este movimiento de restauración.
Los llamamientos de los papas encontraron plena adhesión en muchos obispos e institutos religiosos, en la prensa, etc., y una viva participación del pueblo. Hubo una floración de publicaciones, revistas y
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periódicos. Las Semanas litúrgicas se multiplicaron hasta convertirse en uno de los elementos más sensibles de la renovación cristiana.
Los resultados de este movimiento son óptimos y en vías de gran progreso.
Pero queda todavía un campo abierto a muchísimas actividades, tanto para los ministros y los órganos oficiales del culto divino como para el pueblo.
Muchos ministros reducen todavía el estudio de la Liturgia a la parte puramente mecánica y decorativa del culto.
Un verdadero estudio de la Liturgia hace preceder a la parte práctica la científica y se basa en el método histórico-exegético. La práctica es necesaria, sin duda, pero es sólo una parte. La científica, mediante un estudio metódico, dará el conocimiento racional, la comprensión de los actos del culto.
El método histórico-exegético es el más completo.
El histórico, procediendo por las líneas del desarrollo, demostrará que la Liturgia es una verdadera ciencia teológica autónoma, con objeto propio, el culto establecido, rendido a Dios por la Iglesia a través de Jesucristo.
El exegético dará el significado de los ritos, de las ceremonias y de las fórmulas, como está ínsito en su naturaleza intrínseca, en su origen o institución, o sea, el simbolismo verdadero y científico,
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que no es subjetivo o idealista, sino objetivo e histórico.
El clero, impregnado de este modo en la ciencia litúrgica, podrá a su vez instruir al pueblo. Es fácil saber cuándo el pueblo necesita instrucción religiosa.
¡Para cuántos se ha convertido la Liturgia en un libro cerrado! Además de aquellos que la combaten porque no admiten el culto social colectivo, hay muchos cristianos que no saben lo que es. A éstos se unen otros, la mayoría, que, aun sin parecerles novedosa la palabra «Liturgia», ignoran su vasto y profundo significado, juzgándola cosa de importancia secundaria, que puede interesar al máximo a los clérigos y sacerdotes recién ordenados.
Es, pues, evidente la necesidad de la instrucción, y de esa instrucción que no se limita a una elite que restringe su radio de acción al ámbito de las asociaciones católicas o de las piadosas hermandades.
La Liturgia, universal como el Evangelio, de quien es un complemento y aplicación fiel, debe extender su acción benéfica sobre todo el pueblo y tener el campo de actuación más cerca del pueblo: la parroquia.
Todos los cristianos, mejor, todos los hombres, como hijos de Dios y miembros de la sociedad humana, tienen el derecho y el deber de conocer el culto,
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primero en la parte determinada donde participan inmediatamente y después en todo el sistema, en su concepto de unidad y de organicidad.

Amor a la Liturgia

Las verdades religiosas, para lograr la adhesión de la voluntad, deben alcanzar primero el asenso del intelecto y el entusiasmo del sentimiento.
Es sabido, en efecto, que muchos, convencidos de las verdades evangélicas hasta el punto de no poderse substraer a la fascinación de la doctrina que en ellas se anuncia, viven sin embargo en la indiferencia, cuando no también en la culpa. Con la Liturgia puede suceder lo mismo si no se une al conocimiento de ella un amor vivo.
El amor a la Liturgia brota de un intrínseco conocimiento y de una íntima penetración de ella. Pero un amor de tal suerte sólo es posible para aquellos que tienen el deber y la posibilidad de hacer estudios particulares sobre la ciencia litúrgica.
En vía ordinaria, en cambio, no sólo el pueblo, sino también el clero y los estudiosos tienen necesidad de hacer preceder al estudio intrínseco de la Liturgia, el extrínseco; a la ilustración de cada una de sus partes deben anteponer la idea de conjunto y la íntima conexión que une la verdad teórica y la perfección moral; penetrar
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la necesidad, la grandeza, la belleza y la bondad del objeto de la Liturgia y sus efectos.
Prácticamente tienen eficacia particular sobre los ánimos la explicación de los actos de culto y la participación del pueblo en las funciones.
La explicación de los actos de culto lleva a la inteligencia y a la comprensión del valor intrínseco del rito y de la fórmula.
La participación debe interesar no sólo al clero, al cual le corresponde cumplir los actos reservados al poder sacerdotal, sino también a los laicos en nombre, beneficio y unión de los cuales el sacerdote ejerce las altísimas funciones propias de su ministerio. No debe reducirse a un vano formalismo ni a una simple búsqueda de los medios exteriores, de usos arcaicos o de elementos estéticos, sino que debe ser inteligente, viva y afectuosa.
De este modo la Liturgia «desvelará verdades profundas, maravillosas, armonías desconocidas, abrirá vastos horizontes, levantará los ánimos a una atmósfera de belleza y de goce espiritual, y cada uno podrá constatar que ella responde a las necesidades más sentidas y a las aspiraciones más nobles del corazón humano».

Vivir la Liturgia

En la Liturgia no ha de buscarse la satisfacción científica o poética. Ciertamente, también la
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ciencia y el arte honran y deben honrar a Dios, pero por sí no constituyen la Liturgia. Ella es algo vivo y vivificante, algo santo y santificante. Es, en cierto sentido, la misma consumación de Jesucristo, por la que él sigue siendo en su Iglesia el maestro, el sacrificador y la víctima, el santificador: camino, verdad y vida para los hombres.
La Liturgia es, pues, la palabra de Dios, escuela de santidad y fuente de gracia.3

Palabra de Dios. La enseñanza de la Iglesia estuvo, en general, enmarcada en la Liturgia. «Erant autem perseverantes in doctrina Apostolorum et communicatione fractionis panis et orationibus»,4 se dice de los primeros cristianos. Y en estas palabras encontramos una especie de trinomio eminentemente comprensivo de toda reunión litúrgica.
Uno de los términos del trinomio es «doctrina». Como los santos Padres siguieron instruyendo a los fieles, así sigue haciendo la Iglesia en su Liturgia.
Y ¡qué mina de palabra de Dios tenemos en los libros litúrgicos! Es muy poca cosa, en comparación, toda esa montonera de libros de diversa naturaleza que invade cada día los mercados.
En el Breviario, en el Misal, en el Ritual y
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en todos los demás libros litúrgicos hay un tesoro magnífico de la palabra de Dios.
Palabra inspirada de la Escritura, que en las páginas del Antiguo Testamento nos presenta a Cristo en sus figuras y en el Nuevo nos lo presenta en persona. Palabra de Dios, salida de la boca de sus santos y de sus doctores; palabra de Dios, plasmada en las vidas de los santos y de los mártires, que no son más que el Cristo prolongado en su cuerpo místico. Y, por último, palabra, mejor, el pensamiento mismo de la Iglesia, que aflora en todas las fórmulas de plegaria y en los mismos ritos y ceremonias que tienen un lenguaje silenciosamente elocuente, con frecuencia más elocuente que las mismas palabras.

Escuela de santidad. La santidad implica en su concepto una separación y una dedicación estable: separación de todo aquello que está contra Dios o es simplemente extraño a Dios; dedicación estable de sí mismos a Dios y a las cosas de Dios, que se despliega en una continua y creciente actividad ordenada a la glorificación de Dios y a la propia santificación.
Ahora bien, el sacerdocio de Cristo realizado perennemente en la Liturgia según las exigencias de los lugares, tiempos, personas y circunstancias, es eminentemente modelo de separación y de dedicación.
Esta escuela de separación y de dedicación
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aparece en toda la Liturgia y en cada una de sus partes, porque todos sus esfuerzos tienden a desarrollar en las almas la vida de Cristo. En efecto, así como él en su vida terrena difundía sobre los discípulos los esplendores de su ideal y los conducía a la vía de la santidad, así a lo largo del curso de los siglos atrae místicamente a los cristianos sobre sus pasos mediante la Liturgia.

Fuente de gracia. La Liturgia no sólo contiene el dogma en sus manifestaciones más minuciosas, no sólo enseña el camino de la santidad, sino que es su fuente. Mediante la Liturgia, la Iglesia dispone de los méritos infinitos de su Cabeza, Jesucristo, no sólo para tributar a Dios la gloria que se le debe, sino también para otorgar a los hombres la salvación. Así, mientras ella inspira en los ánimos el espíritu de religión y la necesidad de clamar a Dios, por medio de Jesucristo, unidos a la Iglesia y a toda la naturaleza, la propia admiración e independencia, comunica asimismo la vida divina, su santidad, de la que ella es fuente.
Fuente de santidad es la Misa, en la cual Jesús repite: «pro eis sanctifico meipsum ut sint et ipsi sanctificati in veritate... ut sint consummati in unum».5 Fuente, instrumento casi físico de santidad son los sacramentos, acciones de
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Jesucristo que reciben eficacia de la santa Misa, nos liberan de la muerte del alma y nos dan la vida misma. Comunicación de la bondad de Dios son asimismo los sacramentales, fuente también ellos, si bien secundaria, pero verdadera, de vida y de santidad.
La plegaria litúrgica tiene virtud purificadora, iluminadora, fortificante y unitiva. Es la más poderosa de las plegarias porque es la plegaria de la Iglesia, la plegaria de todos. El apóstol de la prensa, en su actividad litúrgica, propóngase, pues, hacer conocer, amar y vivir la vida litúrgica. Y puesto que el conocimiento y el amor están encaminados a la vida litúrgica, sus esfuerzos estén enderezados directa o indirectamente a ella, en la proporción permitida por el objetivo particular de cada una de las iniciativas.
Para hacer «vivir la Liturgia» él, en conformidad con los principios arriba expuestos, en todos sus tratados litúrgicos preséntela adecuadamente bajo un triple aspecto: exponer la verdad que ilumine la mente, recabar una enseñanza práctica que mueva la voluntad, inculcar la oración que eleve y una a Dios. Esto será posible siempre, ya se trate la Liturgia en su esencia o en la práctica, en su totalidad o en sus partes, dirigida a los ministros, estudiantes, fieles, infieles..., desarrollada en forma de tratado, amplio o sintético, de explicación
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al pueblo, considerada bajo el aspecto histórico, dogmático, ascético, literal, simbólico...
Presentada de este modo, la Liturgia lleva al hombre a ofrecer a Dios, en Jesucristo y en la Iglesia, el obsequio total de sí mismos, como él lo exige. La mente conoce y contempla; la voluntad realiza la consagración a Dios de la vida y del ser; del corazón brota el amor que debe penetrar y sostener este esfuerzo de elaboración y de dedicación.
Así todo el hombre se mueve, eleva y adora, y sobre todo el hombre se refleja eficazmente el influjo santificador de la Liturgia.
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CAPÍTULO XIII
LOS SANTOS PADRES

El término «Padres» no se entiende aquí en el sentido que se le daba en los primeros tiempos de la Iglesia, cuando eran denominados así todos los obispos; ni en el que se le dio más tarde, cuando se le extendió a todos aquellos cristianos que, por haber explicado, defendido y desarrollado el pensamiento teológico, eran considerados Padres en el sentido espiritual.
Se entiende en cambio según la actual concepción teológica, que reserva el título de Padres de la Iglesia a aquellos escritores católicos que tienen las cuatro siguientes cualidades: ortodoxia doctrinal, santidad de vida, aprobación de la Iglesia, antigüedad.
Respecto a la lengua usada en sus escritos, los Padres se clasifican en orientales y occidentales; en cambio respecto al momento del desarrollo del pensamiento cristiano que representan, se dividen en apostólicos, controversistas y sistemáticos.
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A ellos se unen necesariamente los Doctores, o sea, aquellos Padres, teólogos y maestros de espíritu que, por su eminente importancia y autoridad, fueron galardonados por la Iglesia con este título honorífico.
Acerca de estas insignes figuras de escritores y pensadores y de sus obras, el apóstol no debe compartir la idea de esos críticos que dicen que ya ha muerto la memoria de los Padres y de sus obras, ni aceptar al que afirma tratarse de cosas reservadas a los estudiosos. Al contrario, debe estar convencido de que los santos Padres, considerados en el momento histórico-literario de la patrología, interesan a todos, porque son los testigos de la sagrada Tradición.

Proponerlos a todos1

El deseo de poner a los santos Padres en manos de todos, o sea, de sacar fuera de las academias, de las escuelas, del ambiente, estos verdaderos tesoros del cristianismo, no es tan antiguo como el concerniente a los libros de la Sgda. Escritura. Apenas si floreció en el siglo XIX, pero fue tan fuerte que logró imponerse pronto, en gran parte mediante iniciativas diversas.
Se empezó con la publicación de algunos textos originales y poco a poco se llegó a la compilación de preciosas colecciones.
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Entre las recopilaciones de textos originales destinados a una amplia difusión es conocida la de Hurter, «Sanctorum Patrum opúscula selecta», concebida como subsidio para los estudiantes de teología. Con el mismo fin siguió el «Florilegium patrísticum», de Bonn [= H. Rauschen, Bonn], y la «Bibliotheca Ss. Patrum theologiæ tironibus et universo clero accomodata», dirigida por G. Vizzini, incompleta.
Otras iniciativas se propusieron no tanto inculcar la lectura de los santos Padres en las aulas escolásticas, sino entre las personas cultas que aman las buenas lecturas.
Surgieron, pues, colecciones de obras de los santos Padres traducidas en diversas lenguas. La primera fue la de los Tratadistas de Oxford, que comprende la mayor parte de los escritos patrísticos entonces conocidos. En Inglaterra se hizo la traducción de los Padres antenicenos, que fue continuada en Nueva York con los Padres nicenos y postnicenos.
Un plan parecido fue llevado a cabo en Alemania, en una obra titulada «Biblioteca de los Padres de la Iglesia».
En Francia y en Italia se registraron otras iniciativas del género. Entre las italianas es conocida «La voce dei Santi Padri», que es una rica selección de los mejores escritos de los santos Padres traducidos en italiano al objeto de ayudar a los predicadores y conferenciantes sagrados. Se hicieron colecciones de los textos de los santos Padres traducidos, en los cuales se nota un doble fin:
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hacer conocer los escritos a los laicos y poner de relieve el valor literario. Entre estas alcanzaron mayor éxito «I libri della fede» de la Editrice Fiorentina; «Le pagine cristiane antiche e moderne», editadas por la Soc. Ed. Internazionale, e «I classici cristiani», de Cantagalli.
Es reciente la «Corona Patrum Salesiana», colección de textos patrísticos griegos y latinos publicados íntegramente con la versión italiana al frente, notas expositivas, introducciones e índices. Tal iniciativa ha elegido un camino medio entre la obra estrictamente científica y la de pura divulgación.*
Las iniciativas y las obras citadas ya han contribuido grandemente a la divulgación de la vida y de las obras de los santos Padres. Queda empero todavía muchísimo que hacer para la plena consecución del ideal óptimo.
El apóstol, atesorando cuanto ya se ha hecho, coopere eficazmente a la divulgación cada vez mayor de los santos Padres entre los católicos, a fin de que todos puedan leer su vida y obras, estudiarlas, hacerlas propias y disfrutar de toda la riqueza de doctrina y de sabiduría contenida en ellas.
Es más, procure proponer los santos Padres a todos:
A los estudiosos, a fin de que sirvan de guía en las especulaciones exegéticas, teológicas, filosóficas, científicas e históricas. A los pastores de almas,
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para que integren su formación dogmática, apologética, oratoria, moral, ascética y litúrgica. A los estudiantes de teología y de historia eclesiástica, a fin de que no se contenten con cuanto está sistemáticamente expuesto en los tratados de cada una de las materias, sino que se habitúen a acudir directamente a las fuentes, de modo que tengan nociones más copiosas y quizá también más genuinas. A los laicos que se deleitan con lecturas religiosas, para que puedan completar su cultura y tener en los santos Padres una válida ayuda para comprender y gustar las Escrituras, una clave para conocer la historia del cristianismo y una guía para mantenerse lejos de los peligros espirituales de la vida.
Hagamos conocer a los católicos las inimitables obras cristianas, que superan en gran medida a las profanas de los griegos, romanos y de cualquier otro pueblo.
También a los herejes e infieles podrán proponerse útilmente los santos Padres. Les harán conocer y amar la verdadera religión.

Testigos de la sagrada Tradición

El motivo principal por el que los Padres han de proponerse a todos se debe al hecho de que ellos son los testigos de la tradición divino-apostólica y eclesiástica en cuanto han recogido, interpretado y comentado las enseñanzas de Jesucristo, de los apóstoles y de la Iglesia.
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Ellos son los testigos de lo que constituye nuestra religión, a saber: fe, moral y culto.
Los Padres sistematizaron y desarrollaron el dogma de la doctrina cristiana a través del contacto que tuvo con la cultura histórica de todos los tiempos. Y no con la introducción de verdades nuevas, sino con la dilucidación oral y escrita de esas verdades que en la Sgda. Escritura son oscuras y por ello más expuestas a interpretaciones no conformes con el sentido de la Iglesia, y fijando esas verdades reveladas que no están contenidas en los libros santos, sino que fueron transmitidas oralmente.
Ellos, además, documentaron la legitimidad del magisterio católico, ya que están en constante referencia, no a la propia opinión personal, sino a la autoridad de la Iglesia docente, depositaria de la palabra de Jesucristo.
Todo esto lo hicieron sabiamente, movidos por el deseo de penetrar, con un estudio incansable, la sustancia y el significado genuino de la revelación divina.
En los Padres se facilita el estudio de los libros santos.
En efecto, ¿quién no gustará mejor la Biblia tomando por guía la áurea elocuencia de san Juan Crisóstomo, la erudición poderosa y segura de san Jerónimo, la potente dialéctica de san Agustín, la noble y seria doctrina de san Basilio, la poesía penetrante de Gregorio [Nacianceno]?
El estudio de los Padres es luz verdadera que ilumina
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a los creyentes en Cristo, antorcha inextinguible entre las tinieblas del error, fuego sagrado para alimentar en nosotros el amor a la verdad. Es guía segura para conocer la historia de la religión cristiana, de su desarrollo y de su sobrepujanza frente al paganismo.
Los epistolarios de los Padres, sus polémicas, sus apologías aparecen siempre como un lucentísimo espejo donde se refleja inalterada la doctrina de Cristo. Su doctrina es la misma que la del Redentor y de los apóstoles cuando deben defender a la Iglesia de los ataques de la herejía.
Los santos Padres son, además, los testigos de la moral cristiana.
Estudiados en sí mismos, presentan el tipo ideal del cristiano perfecto que sabe armonizar la práctica fiel de la vida cristiana con la más grande variedad de dones. Algunos son hombres de acción, otros hombres de estudio; uno es apologista y filósofo, otro teólogo y místico. La mayor parte son oradores y no faltan quienes, como san Agustín, sintetizan todas estas actitudes en una personalidad potente y magnífica. Por otra parte, todos son santos.
En las obras de los Padres se encuentra la plenitud del espíritu cristiano que refulge e irradia. Ellas producen un efecto admirable en el que lee, precisamente porque sus autores están nutridos
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con la pura sustancia de la religión. Y puesto que están como saturados del espíritu primitivo que han sacado más directa y abundantemente de la misma Fuente, sucede, y no de tarde en tarde, que cuanto emana, con natural frescura de su abundancia, es más nutritivo que lo que ha sido repensado y meditado después.
La lectura de la vida de los Padres y de sus obras es vivo comentario a cuanto es objeto de la moral católica y guía para la práctica de la misma.
Los santos Padres, por fin, son testigos del culto católico, ya que con el ejemplo, la palabra y los escritos han inculcado la práctica de la verdadera religión en sus relaciones directas con Dios, mediante el culto externo e interno, privado y público.
Ellos tendieron a introducir y establecer en todas partes el culto del verdadero Dios destruyendo a los dioses falsos y engañosos e inaugurando el reino de Jesucristo.
En particular los Padres tienen un puesto importante en el desarrollo de la liturgia católica, o sea, de la oración pública y de la práctica del culto que por y en Jesucristo rinde la Iglesia a Dios; lo ejercitaron en el verdadero espíritu y establecieron sus leyes.
En efecto, es sabido que el Redentor, echados los cimientos del culto del Nuevo Testamento con
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la institución de la santa Misa y de los sacramentos, dejó su ulterior desarrollo a los apóstoles y a sus sucesores.
Los Padres recogieron, divulgaron y ampliaron las tradiciones apostólicas y, fijándolas en sus escritos, nos dieron los fundamentos de la ciencia litúrgica, de sus fuentes, de su literatura y de su historia.
Patrología y Patrística, estudio de la vida y de las obras de los Padres, ofrecen al apóstol de la prensa tesoros inmensos que, tratados convenientemente, conducen a las almas a conocer, amar y servir a Dios.

Conclusiones prácticas

Los santos Padres y Doctores de la Iglesia son maestros en la fe, defensores y propagadores del dogma, de la moral y del culto, campeones de la apología, exegetas seguros, maestros de espiritualidad, intérpretes y custodios de la revelación, fuentes de la historia de la Iglesia.
Son quienes han escrito de Dios, de su Cristo y de la Iglesia. Sus obras han superado la prueba del tiempo porque tratan argumentos universales, o, si tratan cuestiones particulares, se elevan a razones y asientan principios que trascienden a su tiempo.
El candor de la fe, el apego a la
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Iglesia, la claridad de pensamiento... son dotes que les hacen amar, comprender y seguir.
Divulgar los escritos y el pensamiento de los Padres y de los Doctores es cosa sabia, camino seguro y obra meritoria ante Dios y los hombres.
En los Padres y Doctores de la Iglesia se conoce a Jesucristo, camino, verdad y vida.
Divulgar los escritos y el pensamiento de los santos Padres es, pues, obra altamente sabia, meritoria y útil para el bien de las almas.
El apóstol ojee para sí primero, y ofrezca después a los demás, con mano reverente, las páginas inmortales de sus obras.
Leyendo esos preciosos escritos, no por una simple recreación del espíritu o un sustento especulativo del intelecto, sino ponderando sabiamente todo su contenido y valor, hará propia la riqueza de doctrina y de sabiduría contenida en ellos.
Aspirado, después, por así decir, su espíritu, que es el del Evangelio, de los apóstoles y de la Iglesia, lo podrá comunicar útilmente a las almas de los lectores.
El apóstol puede difundir los textos de los santos Padres en la lengua original o traducidos, con comentarios de naturaleza teológica, filosófica, litúrgica, polémica o histórica, según el argumento, el fin o la oportunidad.
Sobre todo preocúpese de hacer conocer
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a los santos Padres y divulgar sus escritos entre el pueblo, mediante traducciones de obras y de florilegios en lengua vulgar.
Las traducciones pueden hacerse de diversos modos.2
Hay aquellas, diríamos, escolásticas, que aspiran a facilitar simplemente la lectura del texto original. Son excelentes si reflejan claramente el pensamiento y la estructura gramatical del original.
Las versiones llamadas literarias se proponen hacer gustar el arte y la belleza de la obra traducida. Estas no se contentan con trasladar fielmente el pensamiento, sino que, cuando lo permite la índole de las dos lenguas, reflejan también la forma del original.
Esta es sin duda la manera más perfecta de traducir, pero es también la más ardua, sobre todo cuando se trata de escritores que poseen un estilo personal.
Otro modo más común es el que se propone reproducir todo el pensamiento, enriqueciéndolo con notas y divisiones, preocupándose más de esto que de la forma. El apóstol no se ate a uno u otro modo, sino elija caso por caso el más útil para hacer conocer, amar y seguir a los santos Padres por todos los fieles para que todos puedan acudir a esta fuente copiosa y pura, sacando provecho para sus almas.
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CAPÍTULO XIV
OBRA CATEQUÍSTICA

La obra catequística1 abraza todo ese complejo de actividades e industrias que, bajo la sabia guía de la Iglesia, persigue la evangelización de las masas.
Constituye una forma genuina de apostolado, y supera a cualquier otra porque continúa la obra del divino Maestro, que fue el primero y más grande catequista.
En la Iglesia es fundamental porque va dirigida a todos los hombres, fieles e infieles, para hacerlos conocer a Dios, nuestro último fin, e indicar los medios para alcanzarlo.
Aunque bajo formas diversas, la obra catequística ha existido siempre. Jesucristo en la enseñanza
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dada a los apóstoles y a las turbas constituyó su tema central y trazó de forma plástica y viviente las principales normas pedagógicas y didácticas.
A él le siguieron los apóstoles, a quienes había dicho: «Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos...».2 La suya fue una catequesis bautismal, basada en la doctrina del Maestro, encuadrada en el relato de su vida.
Los apóstoles asociaron a sí los diáconos y también a algunos laicos. A la catequización [por parte] de los apóstoles siguió el catecumenado, que tenía la finalidad de reunir los convertidos a la nueva fe cristiana, instruirlos convenientemente en la religión y prepararlos al bautismo.
Surgieron después importantes escuelas de catecismo en Antioquía, Jerusalén y Roma, y florecieron en la Iglesia catequistas insignes, como san Clemente Alejandrino, Tertuliano, san Cirilo de Jerusalén, san Ambrosio o san Agustín.
En los siglos de hierro de la Alta Edad Media se advierte una notable pobreza del programa catequístico, hasta que recibió nuevo impulso del concilio de Trento, que puso la instrucción religiosa como base de la reforma católica, de la disciplina y de la ley eclesiástica. Desde entonces el catecismo tuvo una verdadera y propia organización, bajo la guía de eminentes doctores
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y pastores: san Roberto Belarmino en Roma, san Carlos Borromeo en Milán y el beato Gregorio Barbarigo en Padua. Se añadieron los primeros textos, entre los que resultan muy prácticos los de san Pedro Canisio en Alemania y de san Roberto Belarmino en Italia.*
Pero la causa del catecismo, aun ganando terreno, no determinó una verdadera orientación universal de la conciencia católica hasta que Pío X con la encíclica Acerbo nimis3 (1905) despertó los ánimos y dio normas severas y precisas para un trabajo orgánico.
El apóstol de la prensa contribuye a la obra catequística mediante todas sus iniciativas. Para convencerse de ello basta recordar su fin específico. No obstante, él puede contribuir de modo directo a esta obra -en el sentido en que es entendida comúnmente- sea prestando su cooperación directa de catequista, sea, y especialmente, ayudando a tres grandes actividades: la instrucción catequística, la formación catequística y la organización catequística.

Instrucción catequística

La doctrina catequística puede ir dirigida a los catequistas y a los catequizandos.
El sacerdote es esencialmente catequista por oficio. Y es sabido que para ser un buen catequista
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no basta que sea un buen teólogo. Lo demuestra el hecho de que el Código de Derecho Canónico (can. 1564 § 3) prescribe que en los Seminarios sean organizados ejercicios prácticos sobre el modo de enseñar el catecismo. Así, por ej., en la carta de la Congregación de los Seminarios se llama la atención sobre la formación del clero para la enseñanza del catecismo.
Por tanto, si no basta haber estudiado la teología en el seminario para ser buen catequista, sino que se exige una preparación especial también para el clero, la doctrina catequística deberá ante todo ser dirigida a los sacerdotes.
Mayor necesidad tendrán empero aquellos laicos que son llamados a colaborar con la jerarquía eclesiástica en la obra de la evangelización.
Además de a los catequistas la doctrina podrá ser dirigida a los catequizandos.
Textos oficiales son los dos de Pío X: Catecismo de la doctrina cristiana y Los primeros elementos de la doctrina cristiana. A estos les han seguido y pueden seguir otros que, queriendo responder a necesidades o intentos particulares, comprenden parte o toda la materia de los mismos, ampliándola o enriqueciéndola con hechos, explicaciones, oraciones, ilustraciones o aplicaciones prácticas.
La doctrina dirigida a los catequistas debe servir generalmente
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de guía para la escuela.
La dirigida a los catequizandos forma su texto de estudio.
Entrambas deben ser adecuadas, completas y metódicas.
Adecuadas a las personas y al ambiente. La doctrina catequística destinada a infieles [=non cristianos] deberá ser naturalmente presentada de modo diverso de la destinada a herejes y cismáticos. Tratándose además de católicos, una será la forma requerida para adultos y otra para niños, una la forma para las personas analfabetas o ignorantes y otra para los estudiantes y personas cultas.
La doctrina catequística debe ser completa, es decir, no limitada a una sola parte de la doctrina católica, sino extendida a las tres: fe, moral y gracia, dando a cada una el desarrollo conveniente.
Debe ser metódica, o sea, expuesta con método. El apóstol escritor, sin menospreciar lo que presentan de bueno todos los métodos, preferirá el cíclico progresivo, al que unirá el llamado método activo en todos sus aspectos: intelectual, organizativo, de colaboración y vital.

Formación catequística

El catecismo, según los propósitos de la Iglesia, debe ser una escuela en la cual el catequizando se forma para la vida cristiana. Se comprende
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fácilmente que tal formación depende del catequista. Esto sobre todo en nuestros tiempos, en los que ser «maestros de doctrina» ya no significa, como en un tiempo, ser meros repetidores bajo el control del sacerdote.
Hoy el catequista debe saber actuar por sí mismo y, si no por completo, al menos en buena parte, donde el catecismo está organizado en forma de escuela, el catequista suple al sacerdote. Él, pues, para cumplir dignamente su misión, debe tener una vocación y formación particulares.
Vocación que exige un alma dócil a Dios, a la Iglesia y al sacerdote, su superior; un alma apóstol que sienta y viva en su corazón el grito de Jesús: «Misereor super turbam»;4 un alma viril que posea un cierto espíritu de mando, pero jamás desligado de la dulzura y de la caridad.
Formación completa que comprende: formación doctrinal, formación pedagógica y formación interior.
La formación doctrinal es siempre necesaria, incluso en las escuelas rurales, porque se trata de exponer a las almas la doctrina más difícil y delicada. De las clases de catecismo depende muy a menudo la orientación de la vida y la salvación de muchas almas.5
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Dicha formación requiere una doble preparación: remota y próxima.
La primera debe ser metódica, y exige un curso completo de instrucción religiosa, que abrace la doctrina católica en sus tres partes principales: fe, moral y gracia; la historia sagrada del Antiguo y del Nuevo Testamento, la historia de la Iglesia al menos en sus líneas principales, la historia de la liturgia y la vida litúrgica de la Iglesia.
La segunda es la preparación inmediata para cada lección. Puede ir ayudada por los libros de guía para catequistas, por el uso del registro diario y por un estudio continuo y actualizado.
La formación pedagógica es necesaria para encaminar a los catequistas al arte de educar a las almas confiadas a sus cuidados.
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Comprende el estudio de la psicología y de la didáctica.
La psicología, con sus principios generales y particulares, enseñará el modo de hacer idónea, provechosa y completa la educación catequística.
La didáctica, si es sabia y actualizada, ayudará a aprovechar todos los medios naturales para colaborar con la acción divina en beneficio de las almas.
Y puesto que el catecismo está dirigido particularmente a los niños, el catequista debe conocer de modo particular la psicología de los niños, o sea, cómo está hecha su alma;6 conocer su lengua (los niños tienen lengua y vocablos propios) y aprender a hacerse niño como ellos, remontándose a los años de su niñez para recordar las cosas y las palabras que en esa edad le causaron más impresión.
De la formación doctrinal y pedagógica no se puede separar la formación interior, porque de ella depende la eficacia sobrenatural.
Esta tiende a formar catequistas cristianos perfectos, capaces de unir a la oración intensa un grande amor a Dios y a las almas.
El apóstol que se dedica a la obra catequística (después de haberse procurado a sí mismo una formación
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conveniente según las normas expuestas arriba) podrá contribuir a la formación de los catequistas y, cuando fuere necesario y posible, también directamente de los catequizandos.

Organización catequística

La actual organización catequística es dada por el decreto Próvido sane consilio, emanado por la Congregación del Concilio el 11 de febrero de 1935, que es una obra maestra de sabiduría catequística.
Con este decreto la organización y la metódica catequística ya no se dejan al arbitrio y juicio de los particulares, sino que entran a formar parte de la legislación eclesiástica. Esta tiene sus órganos competentes en la Oficina Catequística central en Roma y en las Oficinas Catequísticas diocesanas directamente dependientes de los obispos.
El decreto Próvido sane consilio, después de haber indicado, en una primera parte, el trabajo hecho por la Iglesia a favor del catecismo, establece, en la segunda, el trabajo que ha de hacerse, precisando algunos puntos e indicando algunos medios.
Tres cosas se prescriben:
La asociación de la Doctrina Cristiana, que debe ocupar el primer lugar en las parroquias. A norma del canon 1333 § 1 del Código de Derecho Canónico, «para la instrucción religiosa de los niños, el párroco puede y, si está legítimamente
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impedido, debe llamar en su ayuda a los clérigos que residen en el territorio de la parroquia, o también, si es necesario, a los seglares piadosos, en especial aquellos que estén afiliados a la piadosa asociación de la Doctrina Cristiana u otra semejante erigida en la parroquia».
Los sacerdotes y los demás clérigos que no estén impedidos por algún legítimo impedimento deberán ayudar a su párroco en esta santísima ocupación, incluso para no caer bajo las penas que el Ordinario de la diócesis podría imponerles: «Se dirige un llamamiento especial para que los maestros de escuela se dediquen generosamente a esta enseñanza».
Las Escuelas Catequísticas parroquiales sean consideradas como auténticas escuelas, no inferiores a las otras, compitiendo incluso con ellas por lo que concierne a la decencia de los locales, el método de enseñanza y el personal.
Se tendrá el catecismo festivo para los adultos todos los domingos y fiestas de precepto, como manda el canon 1332, y se explicará todo el catecismo del concilio de Trento.
Para llegar a esto, el decreto sugiere sabiamente algunos medios prácticos a los excelentísimos Ordinarios:
a) Toda diócesis [de Italia] debe contar con la Oficina Catequística ya prescrita por el Concilio, [y confirmado] con carta del 12 de diciembre de 1929, que tiene el fin de:
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1. procurar que se enseñe la doctrina cristiana según la forma tradicional de la Iglesia y por personas idóneas;
2. promover la celebración de congresos catequísticos;
3. organizar cursos de religión para formar y perfeccionar maestros para las escuelas parroquiales públicas.
b) Para que se haga bien, habrá que vigilar. El Obispo podrá establecer sacerdotes con función inspectora.
c) La Acción Católica es forja de catequistas; «ya ha hecho mucho en esta materia».
d) Toda parroquia debe tener la Jornada de la Doctrina Cristiana (sacramentos, sermón, prensa, colecta, etc.).
e) El Ordinario debe informar sobre la marcha catequística cada cinco años a la Congregación del Concilio, respondiendo a un idóneo formulario de 24 preguntas.

Siempre fiel a las directrices de la Iglesia, el apóstol estudie, siga y divulgue las normas prácticas que ella propone.
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CAPÍTULO XV
LOS PAPAS

La vida y obra de los papas constituyen una riquísima fuente de tratamiento saludable.
Escribir de los papas equivale a demostrar que ellos son intérpretes y continuadores de la obra del divino Maestro, camino, verdad y vida.
El papa, en efecto, no es un docto, un diplomático o en todo caso una personalidad insigne, sino esencialmente el vicario de Jesucristo, y como tal ha de ser presentado.
Es el jefe de la Iglesia universal, a la que guía por encima de toda contienda social. Y, como jefe, domina sobre el mundo y sobre todas las naciones, ya que todas están llamadas a pertenecer a la Iglesia de Jesucristo a fin de recibir la
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luz de la verdad, ser guiadas al cielo y participar de la gracia de que es depositaria la Iglesia.
En pocas palabras: el papa es modelo de justicia, maestro de verdad y ministro de gracia.

El papa es modelo de justicia

Como Jesucristo no enseñó sino después de haber dado ejemplo, «Jesus cœpit facere et docere»,1 y él mismo dijo de sí «Ego sum Via»,2 así el Papa, su Vicario, al par que rige a la humanidad, precede con el ejemplo.
En efecto, ¡cuántos papas santos! No hay dinastía más gloriosa que la de los papas. Los de los tres primeros siglos fueron casi todos mártires que, con su ejemplo, precedieron a los cristianos en la práctica de la exhortación evangélica: «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede perder el cuerpo y el alma en el fuego».3
Entre los papas se cuenta con grandes doctos y la historia de todos los tiempos demuestra que ellos, de conformidad con la ley evangélica, civilizaron a los pueblos, desarrollando sus buenas
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cualidades y algunas instituciones político-sociales, que posteriormente crearon y perfeccionaron la civilización cristiana.
Pero, se podrá objetar, los papas no estuvieron siempre a la altura de su misión. Es verdad. Esto no ha de sorprendernos sin embargo: es una prueba evidente de la debilidad humana y de la asistencia de Dios a la Iglesia, según su promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»4. Diversamente habría sufrido también ella, muchas veces, la suerte de todas las instituciones humanas. Pero la Iglesia es de institución divina, y el papa que la preside como vicario de Jesucristo está dotado de infalibilidad, que se extiende también a las costumbres. La historia puede atestiguar cuánto bien ha realizado a lo largo de los siglos el celo incansable de los papas en favor de la moral católica.
Esta benéfica obra de los papas no es siempre reconocida, y tal ignorancia es la causa por la que a menudo las almas, y sobre todo las naciones, miran al papa con poca confianza.
De aquí, pues, la necesidad de hacer conocer la santidad de los papas y de mostrar el uso que ellos han hecho de su potestad de jurisdicción, plena, suprema, ordinaria e inmediata sobre los pastores y los fieles, en el triple campo: doctrinal,
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jurisdiccional y litúrgico, en orden al bien de la sociedad en general y de las almas en particular.

El papa es maestro de verdad

El papa, como vicario de Jesucristo, continúa además la misión de Jesucristo Maestro de verdad: «Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».5
Él no crea verdades nuevas, pero custodia, defiende y divulga las verdades enseñadas por Jesucristo. Ejerce esta misión con el uso del derecho de magisterio jurídico y de apostolado. Respecto a los infieles, mandando misioneros y removiendo los obstáculos que se oponen a la aceptación de la doctrina católica. Respecto a los fieles, proponiéndoles la recta doctrina con el magisterio solemne y ordinario, con la asistencia a los maestros y pastores, con la vigilancia sobre los estudios, escritos, etc.
Es necesario que también esta misión del papa sea conocida y apreciada a fin de que todos se dirijan a él como maestro de verdad y sigan fielmente sus enseñanzas.
En todo tiempo hubo herejes y herejías, y los papas siempre combatieron y vencieron, dando,
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si era menester, también su misma vida en defensa de la verdad y por la salvación de las almas, a ejemplo del buen Pastor, que dijo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas».6
Más aún: en todo tiempo los papas dieron impulso a la divulgación de la fe católica mediante la enseñanza escrita y oral, y alentando y favoreciendo de mil maneras la obra grandiosa de las misiones.
Esta obra no ha cesado nunca, ni cesará mientras no se llegue a la formación de un solo rebaño bajo un solo pastor: «et fiet unum ovile et unus pastor».7
El apóstol escritor demuestre, pues, la obra cumplida por los papas a través de los siglos, acerca de la divulgación, la defensa y la delucidación de la verdad.

El papa es ministro de gracia

El papa continúa, por fin, la misión de Jesús Vida en el campo del culto católico.
Jesucristo, con la redención, nos ha conseguido la gracia; la Iglesia comunica esta gracia a las almas en virtud del poder sacramental y del poder litúrgico, que corresponden al
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papa por derecho divino. Él ejerce estos poderes no sólo sobre los hombres que pertenecen al cuerpo de la Iglesia, o sea sobre los fieles, sino también sobre aquellos que pertenecen sólo al alma de ésta, sobre los infieles, porque la potestad sacramental está ordenada a aumentar y producir la gracia. Es, pues, absolutamente sobrenatural.
Esta es la máxima potestad del papa, porque va dirigida a la consecución del fin sobrenatural, a la visión beatífica. Ahora bien, para el fin sobrenatural que se debe obtener en la vida futura, es necesaria una preparación conveniente en esta vida. Ella no consiste sólo en el conocimiento y el amor de Dios, con la consiguiente sumisión a su voluntad, sino también en un don sobrenatural, la gracia santificante, que viene comunicada por la infusión del Espíritu Santo, o sea, por la potestad saramental de orden que hay en la Iglesia.
Al papa corresponde la máxima autoridad litúrgica.
El apóstol procure asimismo hacer conocer a los fieles esta misión del papa en su esencia, en su historia, en la necesidad y en la práctica, a fin de que los fieles puedan participar no sólo en el cuerpo sino también en el alma de la Iglesia y gozar del beneficio de la gracia sacramental y sacramentaria en el grado y modo establecido por Jesucristo.
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Normas prácticas

Un modo que facilita el tratamiento orgánico de la vida y de la obra de los papas es ilustrar su misión de continuadores de la obra del divino Maestro en la humanidad.
Basado en este principio fundamental, el apóstol, al escribir sobre los papas, se propone tres fines:
- narrar su vida ejemplar, su obra en favor de la moral católica y su acción en el campo jurisdiccional para guiar a las almas por el camino recto;
- demostrar que son custodios, intérpretes y propagadores de la verdad católica;
- ilustrar su obra en el campo litúrgico para la santificación de las almas.
Al tener que redactar, por ejemplo, la biografía de un papa, la mente corre de inmediato al desarrollo de su actividad -curriculum vitæ-, para pasar después a reflexionar sobre las causas ambientales, políticas, sociales, intelectuales y religiosas de su actividad; a examinar cuáles fueron las fuerzas secretas que aseguraron los efectos y el éxito de su obra, la facilitaron, etc. Por ello, si en la primera parte se sigue un conspectum historicum, en la segunda se examinan los sistemas doctrinales, políticos, sociales (errores, herejías, luchas doctrinales, progresos
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de escuelas, definiciones de verdades...) y en la tercera se trata del espíritu interior, liturgia (oración), acción religiosa, instrucciones, hagiografía, arte...
O bien:
Se presenta la vida del papa con sus dotes y virtudes, como imitador fiel del Maestro divino; después, su obra de jurisdicción como vicario de Jesucristo en la doctrina, en el gobierno, en el derecho litúrgico o ritual y por último su devoción y actividad litúrgica sacramental.
En apéndice puede ir el nuevo Oficio y la nueva Misa de los papas.
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CAPÍTULO XVI
HAGIOGRAFÍA Y BIOGRAFÍA

Es un hecho generalmene constatado que la biografía, y en primera línea la hagiografía, ejercen en el ánimo humano una poderosísima atracción.
Esto tanto más hoy, cuando entre los gustos del público domina una tendencia hacia los estudios históricos en general y hacia el género biográfico en particular.
Escritores y editores se esfuerzan en responder a esta necesidad de la naturaleza, a esta exigencia de la cultura de los tiempos, multiplicando desmedidamente biografías y hagiografías de todo género.
Biografías y hagiografías a menudo anoveladas, que en el tronco de la verdad y de la realidad injertan las variaciones del arbitrio y de la fantasía dando una imagen alterada de la historia.
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El apóstol escritor, convencido de la riqueza de fuerza sugestiva, emotiva y persuasiva de estos géneros literarios, sepa servirse de ellos en tiempo y lugar oportunos para proponer ejemplos, amonestaciones y enseñanzas a las almas.
Creadores de imperios, dominadores de pueblos, conductores de ejércitos, descubridores de nuevas tierras y de admirables invenciones, literatos y artistas besados por el genio, reivindicadores de libertad y de justicia, científicos, exploradores, filántropos, inventores, colonizadores, simples personas del pueblo... le ofrecerán a menudo ocasión de ejercer sobre el espíritu una invencible atracción hacia la fe y la virtud.
Pero mucho más le ofrecerán personas que llevaron una vida edificante y especialmente los santos, que personificaron las formas más puras, las expresiones más nobles y desinteresadas del heroísmo.
En el género biográfico merece, pues, el primer lugar la hagiografía, que es la revelación de la vida de almas santas, propuestas a la admiración, al ejemplo y al culto de aquellos que se encuentran aún in statu viæ.

El conocimiento de los santos

Hay a veces personas que desconocen por completo a los santos y hay otras que tienen un
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conocimiento confuso, equivocado y ofuscado por extraños y falsos prejuicios.
El apóstol, aprovechando del hecho de que el hombre es naturalmente llevado a admirar a aquellas personas que se distinguen por su ciencia y valor, advierta a tiempo y lugar que las personas más dignas de ser conocidas son las que se distinguieron por su virtud, esto es, los santos.
Los grandes según el mundo ofrecen a menudo el ejemplo de una humanidad llena de defectos, culpas y a veces errores nada leves.
Los santos en cambio brillan siempre con una luz sobrehumana, límpida y serena. Su memoria es inmortal y eterna.
Para divulgar el conocimiento de los santos conviene hacer conocer la historia de cada uno de ellos, de las clases (mártires, confesores, vírgenes...), la historia de la santidad del Antiguo y del Nuevo Testamento en sus características, en sus períodos y en sus consecuencias.
Es útil sobre todo la exposición clara de la doctrina católica acerca de la esencia de la santidad.
Ciertos hagiógrafos, aun con óptimas intenciones, insisten mucho en la humildad, en la obediencia y en virtudes particulares de los santos. E insisten tanto en ello y con tal alambicamiento de palabras que hacen creer que esas son las virtudes más excelsas de la santidad.
La santidad es humildad, obediencia, mortificación,
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porque por la fe no se va al amor sin la humildad y la obediencia, en las cuales madura la santidad. La humildad, la obediencia, la mortificación, por sí mismas, son disposiciones, fundamento y condición para llegar a Dios. Pero culminación y esencia de la santidad es la caridad: caridad hacia Dios y hacia el prójimo.
A veces resultará útil e incluso necesario corregir las ideas erradas que circulan en torno a la persona de los santos y al concepto de santidad.
Ellos no son nunca -como dicen algunos- personas ociosas, inútiles para la sociedad. Le prestan en cambio los servicios más preciosos porque la perfeccionan moralmente y a menudo también civilmente.
No son suicidas, ni siquiera parciales, porque su ascetismo rígido y voluntario generalmente beneficia a la salud, y, si en ciertos casos la perjudica, esto está justificado por el bien mayor y espiritual que de ello se deriva.
No violentan la naturaleza con la austeridad de la vida y las aflicciones del cuerpo, ya que está en el orden de la naturaleza subordinar lo inferior a lo superior; está en el orden lógico sacrificar un bien, una satisfacción material, y también imponerse un mal físico, para conseguir un bien de orden superior.
Tampoco la violentan aquellos que se obligan a la observancia de la castidad absoluta, o sea, al celibato voluntario, porque el matrimonio no
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es de precepto para el particular, y el celibato cristiano es moralmente más noble que el matrimonio y no daña a la prosperidad del género humano ni cuantitativa ni cualitativamente.
Los santos no son, pues, personas ociosas, violentadores de sí mismos y de la sociedad. Son, en cambio, los más nobles y más grandes bienhechores de la humanidad. El pan, la ciencia, la civilización, la gracia y la salvación de tantos hombres dependen con frecuencia de ellos.
Un justo concepto de la santidad y un buen conocimiento de los santos dispondrá los ánimos a la admiración de sus grandezas y a la imitación de su vida.

La imitación de los santos

El hombre, creado por Dios para la felicidad, alcanza su fin sólo si busca a Dios, si se llena cada vez más de él; en una palabra, si se hace santo. «Hæc est voluntas Dei, sanctificatio vestra»1.
Pero la santidad de Dios, tal como se revela en la persona del Verbo encarnado, tiene sublimidades que asustan. Si, en cambio, se la ve reflejada y casi descompuesta en un alma más próxima a nosotros, que tiene las mismas miserias, que debe sostener
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nuestras mismas luchas, entonces nos parece más accesible y también más fácil.
Las almas santas son en efecto otras tantas simplificaciones de la santidad, luminosos reflejos de la perfección divina bajo un aspecto determinado, correspondiente a la misión que el Espíritu Santo ha confiado a cada una de ellas. Toda alma santa es una verdadera escuela práctica que estimula y forma al bien.
Es en este sentido como nos los presenta la liturgia, proponiéndonos en cada uno de ellos un ejemplar sobre el cual podemos plasmar nuestra conducta: «Sanctorum tuorum, Dómine, exempla nos próvocent, quátenus quorum solemnia ágimus etiam actus imitemur»2.
En este sentido el apóstol debe proponer a los santos a la imitación. No debe alinearse con los hagiógrafos que retratan la fisonomía moral de los santos en circunstancias tan excepcionales y en una atmósfera tan alta que los hagan aparecer como seres superiores desde el primer momento de su estancia aquí abajo. Y, una vez que nos han abandonado, los hacen aparecer tan distantes que sólo son sensibles por medio de una evanescente imagen aureolada, elevados al cielo de su gloria, inalcanzables.
Tampoco se unirá a aquellos otros que se limitan a la cronohistoria de su actividad o, peor aún, abundan en el elemento mundano y contingente,
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humano y afectivo, ocultando lo espiritual y eterno.
La excesiva sublimidad desalienta. La excesiva humanidad no llevará nunca a comprender amorosamente la santidad y a penetrar su esencia.
Si se quiere hacer evidente cómo la gracia divina opera de acuerdo con el esfuerzo humano del santo y en la exacta medida en que él cumple tal esfuerzo, hay que sentir y hacer sentir su estrecha pertenencia a nuestra vida terrena.
La gracia ayuda a quien se la merece, sin cálculo de distinciones, de preferencias y de privilegios humanos.3 Si la fe es un don de Dios, la santidad es la corona, y todos los hombres están llamados a competir. «El santo es un luchador que ha vencido. La Iglesia ha proclamado la heroicidad de sus virtudes. Y no hay heroísmo donde no hay lucha, y lucha fortísima».
Así pues, antes de presentar al santo en los heroísmos de su virtud o en las alturas de la contemplación, presénteselo como hijo de Adán, que con esfuerzo cotidiano debe trabajar pacientemente (y a veces con exasperante lentitud) para llevar a cabo la destrucción de lo que san
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Pablo llama el hombre viejo, y fundamentar definitivamente toda su actividad en Dios.
Presentado de este modo, el santo se convierte en una escuela práctica de virtud, de santidad. Y, ante la evidencia de los hechos que muchas veces reflejan el caso personal, si no idéntico al menos parecido al del lector, éste se verá obligado a concluir que el ideal de la santidad no debe desanimarle, como si fuera una meta inalcanzable. Le vendrá, pues, espontánea la pregunta que se hizo un día el gran luchador victorioso, san Agustín: «Si isti et illæ, cur non ego?»4. Pregunta que es a menudo el principio de fuertes y eficaces resoluciones.

El culto de los santos

Además de la admiración e imitación de los santos, el apóstol debe rendirles culto en sus dos actos, veneración e invocación, como enseña la Iglesia y practica en la liturgia.
En los santos honramos:
«A los santuarios vivientes de la Sma. Trinidad, que se dignó habitar en ellos, adornar su alma con las virtudes y los dones, operar sobre sus facultades para hacerles producir méritos y concederles la gracia insigne de la perseverancia;
- a los hijos adoptivos del Padre, amados singularmente por él, rodeados de su solicitud paterna, a la que supieron corresponder acercándose
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poco a poco a su santidad y a sus perfecciones;
- a los hermanos de Jesucristo, sus miembros fieles, que, incorporados en su cuerpo místico, recibieron de él la vida espiritual y la cultivaron con amor y constancia;
- a los templos y los dóciles instrumentos del Espíritu Santo, que se dejaron guiar por él y por sus inspiraciones en lugar de seguir ciegamente las tendencias de la naturaleza viciada».5
Estas verdades fundamentales nos convencen de que, venerando a los santos, se venera en ellos al mismo Dios y al mismo Jesucristo. Se verá claramente en cada santo brillar, diversamente reflejada, la imagen de Dios, y resplandecer más o menos su gloria en unos u otros.
Invocación. Se haga además conocer rectamente que, en virtud del consolador y grandioso dogma de la comunión de los santos, se les puede y debe rezar para obtener más fácilmente, con su poderosa intercesión, las gracias que necesitamos.
Es verdad que la única mediación necesaria es la de Jesucristo, pero los santos, participando del Cuerpo místico, unen sus oraciones a las de aquél. Es, pues, todo el Cuerpo místico el que presiona al corazón de Dios. Los santos nos ayudan en
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Jesucristo, y Jesucristo por medio de los santos.
Éstos, por otra parte, siendo amigos de Dios y nuestros, se sienten felices de prestarnos una ayuda que redunda en la mayor gloria de Dios y apoyo nuestro. [Somos] sus hermanos y nos encontramos en las mismas dificultades en que se hallaron ellos.


* * *

Llevar las almas al conocimiento, a la imitación y al culto de los santos será finalidad de toda hagiografía y de toda iniciativa hagiográfica realizada o dirigida por el apóstol.
En la hagiografía, en particular, la narración de la vida del santo desarróllese de modo que lo haga conocer. La exposición de las virtudes y de sus enseñanzas escritas u orales tienda a impulsar a la imitación. La historia de su culto y de sus milagros, acompañada por oraciones particularmente litúrgicas o aprobadas por la Iglesia, infunda en los corazones el culto al santo: culto de veneración y de impetración.
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CAPÍTULO XVII
APOLOGÍA SAGRADA

Cometido del apóstol escritor -lo hemos repetido muchas veces- es dirigirse al pueblo sencillo, a las masas, para comunicarles la fe, la moral y el culto católico, en orden a la vida eterna. Esto no excluye empero que el apóstol pueda y deba dirigirse también a aquellas personas que, por necesidades particulares, exigen la demostración de las verdades católicas.
La apología sagrada es uno de los principales medios de que puede servirse el apóstol en estos casos particulares.

Necesidad de la apología sagrada

La necesidad de la apología sagrada aparece evidente en las condiciones religiosas actuales así como en toda la historia del cristianismo, el cual, desde sus orígenes, tuvo necesidad de defenderse.
Jesucristo mismo había profetizado que sería «signo de contradicción». Al
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aparecer la cruz, todos los intereses humanos, todas las pasiones se rebelaron contra él: hebreos y gentiles, poderes públicos e influencias sociales, prejuicios y calumnias, la filosofía y la opinión pública. Desde entonces las oposiciones a Cristo, a sus seguidores y a la Iglesia se multiplicaron y fueron, podría decirse, ininterrumpidas.
Sin embargo tampoco faltaron nunca defensores.
San Pedro y san Pablo abren la serie de los apologistas. Después de ellos, desde las arenas del martirio, desde las aulas académicas y desde las iglesias, en todo tiempo se elevó poderosa la voz de la defensa, que impuso silencio a los tiranos y a los contradictores de la fe.
La historia lo demuestra. Nos quedan para siempre los monumentos científicos de los apologistas mayores y menores del siglo segundo, a los que preceden los de los Padres apostólicos, y siguen los de los Padres, Doctores y teólogos de todo tiempo, que varían según los diversos aspectos asumidos por el error.
Tampoco faltan los apologistas en los tiempos actuales. Entre las obras beneméritas que nos dieron, cabe recordar: Hettinger, La Apología del cristianismo; el Protestantismo comparado con el Catolicismo, de Balmes; El Cristianismo en los tiempos modernos, de Mons. Bougaud; Las Conferencias sobre el dogma, de Monsabré; las de Mons. d'Hulst; las obras del P. Gratry; las del G. Card. Alimonda,
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de Lacordaire y de Mons. Bonomelli; las Conferencias de Mons. L. Bésson; la Apología del Cristianismo, del Dr. Pablo Schanz; las de Weiss (R.P.A.) y del P. Agustín Gemelli.
La obra apologética se desarrolla cada vez más; consta de tratados, artículos de diarios, revistas, periódicos, así como de conferencias pronunciadas desde el púlpito o en las Universidades católicas.
Aunque la apología no sea el género de escrito más común y frecuente, no obstante debe adecuarse a los tiempos y a las necesidades. Hoy es más necesaria que nunca, ya que se nota un esfuerzo de los enemigos, que tienden a excluir el cristianismo de la familia, del régimen nacional e internacional. Esfuerzo que, surgido con el humanismo y corroborado por el protestantismo, ha adquirido hoy formas gigantescas y ha hecho muchas conquistas.
En medio de este mal general hay almas que necesitan ser iluminadas en la verdad, fortificadas en la observancia religiosa, aproximadas a las fuentes de la gracia, y todo esto con medios no comunes.
Corresponde al apóstol de la prensa así como al apóstol de la palabra salir al encuentro de las necesidades de estas almas, mediante la apología sagrada, para hacerles conocer, en toda su luz y belleza, la religión cristiana. Es más,
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al apóstol de la prensa le incumbe un deber más estricto porque puede llegar también y especialmente allí donde no puede hacerlo el apóstol de la palabra.
La Sagrada Congregación del Concilio ha enviado una circular al clero católico, en la cual dice que la apología debe hacerse oralmente sólo por excepción y que en tal caso deben realizarla oradores idóneos después de obtener el consentimiento de sus obispos, cosa esta que es permitida sólo en ciertos tiempos y lugares. Al contrario, la misma Congregación no sólo no impone tales límites a la apología escrita, sino que la fomenta.
Si el apóstol, en caso de necesidad, prescinde de este modo de bien, no cumple plenamente su misión. Las obras populares tendrán una difusión más amplia y le ayudarán más. Las obras apologéticas, en cambio, le resultarán en general gravosas por estar dirigidas a un pequeño número de personas y requerir mayor preparación y cuidados. No deben descuidarse sin embargo, porque entran en el fin del apostolado: dar a Dios a las almas y llevar las almas a Dios; fin que debe impulsar a no olvidar a nadie y a dar a cada uno no lo que es más buscado y satisface, sino lo que purifica y eleva a Dios, lo que es útil para la eternidad.
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Sólo así el apóstol estará a la altura de su misión y de él se podrá decir que tiene realmente el pensamiento cristiano, pensamiento que elabora en su alma para expresarlo en los escritos y multiplicarlo con la prensa haciéndolo llegar a las almas.

Normas generales

De la apología sagrada, en cuanto es defensa y exaltación de la doctrina católica, el apóstol escritor puede servirse en las dos formas en que se presenta: apología directa e indirecta.1
La primera, con el fin de hacer conocer las verdades fundamentales de la fe, defenderlas de los asaltos de los enemigos, dirigir a las almas que las buscan sinceramente y corroborar a aquellas que dudan de ellas o son tentadas al respecto.
La segunda, no para atacar directamente un error determinado, sino para resolver las objeciones y principalmente para exponer la verdad con afirmación autoritativa y absoluta, corroborándola con fuertes argumentos.
En la apología directa debe tener presente la idea clara de la cuestión, el conocimiento exacto de la fe y el punto preciso de aquello que viene presentado.
Para [el] conocimiento de la cuestión necesita
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Para [el] conocimiento de la cuestión necesita el estudio de los hechos, de los principios filosóficos, históricos y científicos que han dado origen a la objeción. Debe constatar su verdadero valor, ver si la verdad que se le rebate ha sido probada, si la ciencia es verdaderamente tal y no simple hipótesis o teoría privada.
Respecto al conocimiento de la fe es necesario que distinga los dogmas definidos por la Iglesia de las simples opiniones y conozca la historia de la verdad.
Para determinar las relaciones recíprocas entre la fe y la ciencia deberá hacer la confrontación teniendo presente la definición del concilio Vaticano [I], en la que se declara expresamente que no puede haber contradicción verdadera entre la fe y la razón sino que tienen relaciones recíprocas.
La fe defiende a la razón de los errores, la confirma en las verdades adquiridas, la eleva a conceptos más altos. La razón, a su vez, si no puede demostrar los misterios, puede empero afirmar que no son absurdos. Puede dilucidarlos basándose tanto en la naturaleza de las cosas como del hecho. Puede confirmarlos con razones de conveniencia o de semejanza y con la razón teológica. Por fin, puede coordinarlos en un solo sistema.
Argumento de la apología directa, o conferencia, puede ser todo aquello que sirve para confutar al adversario. Varía con la diversidad del error y de la
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clase de adversarios. Si la apología concierne a verdades naturales, se servirá de argumentos naturales deducidos de la filosofía y de la teodicea, como la existencia de Dios, su naturaleza y atributos; [se valdrá asimismo] de los argumentos relativos a la religión, que forman la mentalidad filosófica cristiana y católica. Si la apología concierne a verdades sobrenaturales, se servirá de argumentos sobrenaturales: la doctrina de la Iglesia, la Sagrada Escritura y la Tradición. A estos puede añadir pruebas históricas y de la razón teológica; corroborar las demostraciones apoyándose en la divinidad de la religión cristiana tal como se desprende de su absoluta e intrínseca perfección, de los efectos, los milagros y el cumplimiento de las profecías, así como del testimonio de los mártires.
Varía, además, según la clase de los adversarios, que pueden ser hebreos, racionalistas, herejes e incrédulos...
Diversa es la apología indirecta, que no tiende a confutar al adversario, sino sólo a exponer y probar la verdad con afirmaciones autoritativas o absolutas y con fuertes argumentos. Es al mismo tiempo labor de filósofo y de doctor, de polemista y de apologista. Abraza todos los argumentos del dogma, de la moral y del culto y se dirige indistinta y contemporáneamente a los creyentes y a los incrédulos, atrayendo a los unos y confutando a los otros.
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También esta forma de polémica requiere una preparación parecida a la primera, y en general exige las mismas normas.

Normas particulares

En la apología moderna se nota un carácter de subjetividad. Tiende a dar lo que gusta y a evitar lo que disgusta. Está también la apología dirigida al sentimiento, basada en la fantasía y en la poesía.
El apóstol de la prensa debe evitar la primera y no detenerse en los límites de la segunda. Su obra debe ser completa, conforme a la integridad de la religión y a la naturaleza del hombre. En ella deberá predominar la parte de la doctrina, pero sin renunciar a la parte práctica, que transforma y eleva. Se dirige particularmente al intelecto, pero no descuida lo que es incitación a la voluntad y estímulo al corazón.
Es sabido que la apología es el género de palabra y de escrito que menos fácilmente va acompañado de frutos. Esta debe ser la preocupación del apóstol. El gran apologista Lacordaire, antes de subir al púlpito, hacía preceder a la preparación intelectual una preparación práctica compuesta de penitencias y oraciones. Lo mismo debería hacer el apóstol escritor; más aún, ya que si la palabra viva ejerce con frecuencia atracción y fuerza sobre el
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sentimiento, no puede decirse siempre lo mismo del escrito.
Prepárese, pues, el apóstol para efectuar labor de apologista no sólo con una cultura adecuada, sino también con una vida santa, y acompañe su obra con mucha oración.
Cuando sea necesario, además esté preparado. No podrá seguir una regla única para todos los casos. Y en la práctica, después de haberse puesto al corriente de la cuestión y haber consultado a los autores mejores y más seguros, busque el modo de exposición que conduce a la verdad, y hágalo de modo claro y convencido. Su palabra, ratificada entonces por una vida santa, corroborada por la gracia, agradable por su maestría no sólo en el convencer, sino también en el mover la voluntad por la excitación del sentimiento y de la fantasía del adversario, obtendrá el fruto deseado.
Recuerde que la habilidad no depende de decir toda la verdad, sino de decir sólo lo que es necesario y conveniente.
Sobre todo, después no pierda de vista la áurea regla que enseña a no acometer ni humillar al adversario, sino a ganárselo. En esto le servirá de ejemplo san Francisco de Sales, que con su método claro y conforme a las inclinaciones humanas convirtió a ochenta mil herejes.
Sólo así el apóstol, aunque encuentre resistencia a su obra, podrá cumplir satisfactoriamente su misión de apologista y obtener fruto para las almas.
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CAPÍTULO XVIII
EL DIARIO

Uno de los géneros de prensa que, particularmente en nuestro tiempo, debe preocupar al apóstol escritor es el diario.1 En efecto, es evidente que, en la estadística de las lecturas, el periódico ocupa el primer lugar.
El apóstol use sabia y fructuosamente de este medio, regule su trabajo positivo sobre normas consistentes y, antes aún, prepárese con un estudio particular sobre el problema del diario en general y del diario católico en particular.
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El valor del diario

El problema del diario es un problema que se distingue de todos los demás problemas de la prensa. El libro, la revista... conciernen a categorías particulares de personas. El diario, en cambio, atañe a todos, porque se ha vuelto necesario para todos.
El diario, además, trata todos los argumentos que pueden interesar a todas las categorías de lectores.
En él, la política, el comentario, la crónica informan sobre los desarrollos y las previsiones del momento. La sección literaria pone al corriente de las actualidades y novedades. El gacetillero cuenta su ligera trama de moda. El corresponsal cinematográfico presenta y aplaude las novedades que pueden satisfacer la curiosidad del público... Por eso se ha vuelto necesario. La gente quiere saber, quiere conocer y aprender, y lee. Lee el periódico.
El diario llega a todas partes: se cuela en las tertulias, ocupa el primer lugar en los quioscos, da trabajo a un número enorme de vendedores que infestan las estaciones, las calles y avenidas más frecuentadas.
El periódico es voz que se multiplica en millones de hojas para multiplicarse en millones de bocas y de cerebros.
Es divulgador de ideas, de reflexiones: es germen de acción. Ideas, reflexiones y acciones que producen
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bien o mal según broten de mentes sanas o mentes corrompidas, porque también aquí se aplica el dicho del Maestro divino: «Todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos».2
La gran masa de los lectores compra en general y lee el periódico sin hacer distingos ni tamizar. Se lee, se bebe a sorbos copiosos la medicina o el veneno. Así nos formamos poco a poco la mente y la conciencia, sin darnos cuenta de ello, hasta adquirir un patrimonio nuevo que se piensa no debemos a nadie porque lo creemos proprio, ¡tanto influye en el espíritu el trabajo externo del impreso, aunque [de modo] imperceptible e inadvertido!
Naturalmente el mal, que es más conforme con nuestra naturaleza corrompida, se infiltra con más facilidad y causa innumerables víctimas.
Por desdicha no suele reflexionarse sobre esto, y el periodismo se convierte con demasiada frecuencia no sólo en un simple recopilador de ideas, sino también en una verdadera cátedra de error y de mal.

La misión del diario católico

Si el periódico es una de las principales manos que concurren al cultivo de esa planta sensibilísima, razonable e impresionable que
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es la conciencia, no debe ser preparado con ligereza.
Es demasiado conocido el mal ocasionado por un periódico malsano, convertido en una profesión de iniquidad, que hace la vida cada día más amarga y borrascosa.
¡Cuánto odio, cuánta inmoralidad, se descubre y decanta en las columnas de periódicos no inspirados en principios cristianos!
Especialmente en la clase media, entre la gente de cultura media, dictan leyes, forman la base de razonamientos, de propósitos, de entusiasmos impregnados de pesimismo, cuando no de error y de inmoralidad.
Para demasiados, un periódico que quizá no es en sí mismo más que una hoja de papel manchada de tinta, se ha convertido en Evangelio.
Todo esto hace comprender la necesidad de un periodismo que se proponga como misión específica formar las conciencias de los individuos y de las masas. Un periódico de valor, que merece la pena ser leído, buscado y amado como un amigo; que no seduce, ni engaña, ni miente, pero que, en la exposición y valoración de los hechos, dispone el espíritu a considerar las cosas humanas con un sentido de optimismo que hace pensar en un Dios bueno y justo, nuestro principio y nuestro fin.
Y esto sólo puede hacerlo el periódico católico que, abstrayendo de todo interés material, tenga,
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por así decir, como lema el programa evangélico compendiado en el trinomio camino, verdad y vida, o sea, ese periódico que forma las mentes, las voluntades y los corazones según la fe y la moral evangélica.
Respecto al periódico católico cabe notar que se ha hecho y hace mucho, pero se dispersan muchas fuerzas. El periodismo católico debe, especialmente hoy, darse más cuenta de la importancia de su misión. Piénsese que muchos sienten hambre y sed de luz y de amor; que la palabra de Jesucristo y de su Vicario es deseada por las masas que la solicitan y quieren; que negar el pan al hambriento es un delito o darle poco cuando se puede dar con abundancia es renunciar a la propia misión de caridad.
Más aún, el periódico católico está sometido a innumerables críticas; se dice, por ejemplo, que tiene pocas noticias, que es retrógrado, deficiente en la parte técnica, que carece de servicios del extranjero, etc.

Normas prácticas

En su oración pentecostal pronunciada en la inauguración del segundo Congreso internacional de los periodistas católicos, en 1937, el card. Eugenio Pacelli, a quien ahora veneramos como el papa Pío XII, consideró la obra del periodismo católico como una batalla cuyos combatientes, enemigo y armas designó. «Los combatientes
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sois vosotros -decía a los periodistas-, el enemigo es la paganización de la vida moderna; la armas son la difusión y la ilustración de los documentos pontificios. La hora de la batalla es el presente; el campo de la lucha es el antagonismo que se crea entre la razón y el sentido, entre los ídolos de la fantasía soñadora y la auténtica revelación de Dios, entre Nerón y Pedro, entre Cristo y Pilato. La lucha no es nueva; es nueva la hora que transcurre».
El apóstol periodista es, pues, un luchador. Y en su lucha, para usar con destreza sus armas saludables, debe poseer cualidades que se pueden reducir a las siguientes: desinterés, sinceridad y coherencia, estudio y ciencia, elevación y abandono en Dios, devoción al Papa.
Prácticamente, puede desarrollar su actividad con respecto al diario mediante una acción negativa y positiva.
Negativa, impidiendo el surgir y divulgarse de diarios no inspirados en principios católicos; positiva, sosteniendo, promoviendo y divulgando los cotidianos católicos ya existentes y suscitando otros donde y cuando advierte su necesidad y encuentra posibilidad.
Por lo que depende de él, y le es lícito, trate de equipararse; no sólo, incluso de superar al adversario.
Procure sobre todo formar una conciencia católica
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en los lectores, siguiendo las directrices de la Santa Sede y del Episcopado.
Garantice con la seguridad del pensamiento la pureza de la moral, evitando con austera disciplina las crónicas y las ilustraciones que ofenden a la moral y acechan a la familia y la juventud.
Refiera los acontecimientos del día presentándolos a la luz de la doctrina cristiana, guiando al lector a juzgarlos según su propia conciencia cristiana, y evitando con el máximo cuidado todo aquello que podría constituir un peligro para la fe de los lectores y para la honradez de la vida.
Recuerde que la verdad a la que sirve no admite equívocos o compromisos; que defiende una moral que, grabada en tablas de piedra, no admite cancelaciones. Incluso cuando esto llegara a costarle sangre y sudor.
Sea guía segura que indica, en las reseñas literarias, teatrales, cinematográficas, lo que es bueno, lícito o pernicioso e ilícito.
Busque todos los medios posibles para hacer llegar a todas partes el diario católico, que con la paz y en la justicia lleve a todos la esperada caridad de la verdad.
Tenga presentes en todo tiempo las vigentes leyes de la prensa: no haga nunca el mal, y conténtese con hacer el bien que puede, donde puede, con los medios que puede, sin exponer inútilmente la vida del periódico al secuestro y a las suspensiones.3
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CAPÍTULO XIX
REVISTAS Y PUBLICACIONES PERIÓDICAS

Nos referimos aquí a las publicaciones tanto en formato y tipo de periódicos como en formato de revistas, esto es, en fascículos de varios pliegos impresos, que tienen todas, cualquiera que sea su contenido, la característica de ser difundidas a intervalos de tiempo determinado o bien libre.

Difusión de las revistas y publicaciones periódicas

En nuestros tiempos, en que todo es rápido y estandarizado, hay muchos lectores, pero son pocos los que tienen tiempo y medios para hacer estudios profundos. La mayoría busca información sucinta, contentándose con tocar apenas los problemas más complejos
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y diversos y formarse una cultura improvisada y vanamente brillante.
Por eso triunfan las publicaciones periódicas: boletín y revista semanal, quincenal, mensual, trimestral, ilustradas y no ilustradas. Es más, las ilustradas, con su aspecto mayormente científico y serio, tienen una difusión más amplia.
Revistas y publicaciones especializadas, con un poco de todo, que, respondiendo a las necesidades de los tiempos, encuentran cada vez más lectores y se multiplican con todos los títulos posibles e imaginables.
El precio módico, la facilidad de la adquisición, el escaso lugar que ocupan, la variedad de materias en que se inspiran, hace que muchos las prefieran al libro.
Incluso se puede decir que este tipo de cultura hace una competencia real al libro y que a veces lo suplanta. Caracteriza la pequeña biblioteca individual de la clase media, determina más que cualquiera otra prensa la prisa de nuestra época, su diletantismo, el deseo de saber y las pocas ganas y el poco tiempo de conquistarlo. Responde, en pocas palabras, a la metamorfosis y al multiplicarse de los lectores benévolos y modernos.
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Valor de las revistas y publicaciones periódicas

El lector de la prensa periódica tiene generalmente una fe casi ciega en lo que lee, y hará de ello después el nervio de sus pensamientos, de sus razonamientos y de sus conversaciones.
Y puesto que tales lectores son numerosísimos, puede decirse que gran parte de la opinión pública, religiosa, política y social de hoy vive de este alimento periódico y se sacia con él, sin reflexionar que es a menudo muy deletéreo para la cultura y el alma misma.1
Todo esto no debe condenarse, sino más bien apoyarse porque ayuda a la divulgación cultural y corresponde a las necesidades de los tiempos. Pero precisamente por esto, si la responsabilidad del periodista es grave, lo es mucho más la del escritor de revistas y publicaciones periódicas, a quien, de modo especialísimo, se pide información exacta y segura así como competencia sobre los argumentos que trata. Él se dirige generalmente a los menos informados, a los menos cultos, a los más ocupados, que confían ciegamente en él.
De ordinario la publicación periódica tiene una influencia muy superior a la del libro. Este es elegido generalmente por el lector según su prudencia y no siempre según la necesidad. Y en la práctica, aunque se elija a propósito,
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tiene un efecto inferior porque se limita a un argumento particular. Además cansa fácilmente al lector, o al menos no se presta a ser releído con facilidad, porque es tendencia común el buscar siempre novedades.
Por el contrario las revistas presentan un aspecto atrayente, reforzado con frecuencia por ilustraciones y curiosidades interesantes. Pero esta variedad, que debería constituir su mérito, es, no raramente, vehículo de veneno. La excusa de que la revista está hecha para todos es con mucha frecuencia el caballo de Ulises con el que error y mal consejo se insinúan en las almas.
Pero también es verdad que si las revistas son serias, bien hechas y con bases sólidas, se convierten en grandes medios de divulgación de tantos problemas que de lo contrario resultarían inaccesibles a la mayoría, y sobre todo pasan a ser medio de un apostolado fructuoso por ser continuo, dilatado y generalmente bien acogido.

Normas para el apostolado

El apóstol, además del trabajo negativo para hacer desistir a las almas de la lectura de las revistas no conformes con los principios religiosos, debe hacer otro positivo, muy intenso, para sostener a las buenas ya existentes, y crear cuando sea necesario otras nuevas.
No parezca descabellada la ayuda a las
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ya existentes. El apóstol no busca el lucro, sino el bien. Para él (y tanto más si es religioso) el ejercicio del voto de pobreza, según su condición, consiste en gran parte en sostener aquellas publicaciones periódicas que, aunque pasivas, están destinadas a hacer el verdadero bien. Es esta una caridad hecha no de pan, sino de palabra de Dios; caridad quizá desconocida y no apreciada por los hombres, más aún, a veces criticada por el riesgo a que se expone, pero siempre caridad heroica y sumamente meritoria; caridad que le proporcionará en el cielo la sorpresa de un premio inesperado.
Por otra parte, en el modo y condiciones posibles, el apóstol puede, más aún, debe él mismo fundar revistas y publicaciones periódicas que correspondan a las necesidades espirituales de las almas que las buscan y de aquellas que no las buscan. Y para que estas publicaciones no sean rechazadas y consigan su fin, deben ser tales que puedan satisfacer al lector tanto en la parte redaccional como en la técnica y, a su tiempo y modo, en la propaganda.
Ya se sabe: estas publicaciones periódicas son quizá los géneros más difíciles y exigentes, porque van a parar a las manos más diversas y responden a una especie de media conciencia colectiva mudable y a menudo pueril.
Por eso requieren, así como los diarios, un director competente que
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tenga la posibilidad de cuidarlos personal y minuciosamente en los tres aspectos: redacción, impresión y difusión y en la administración.
Por lo que respecta a la redacción, el director procure particularmente conseguir el fin a través de la variedad.
Fin de las revistas y publicaciones periódicas del apóstol es específicamente la formación religiosa. El director procure que se trate de modo conveniente el argumento religioso, como superior a cualquier otro. Este argumento debe tener un doble carácter: ser tratado de modo que llegue a preferirse a otras lecturas nocivas y dirigirse a la mente, a la voluntad y al corazón de los lectores para elevarlos enteramente a Dios.
En el modo y tiempo oportunos se debe, pues, tocar preferentemente todo lo que constituye la fe, la moral y el culto católico, a fin de que el lector pueda, casi insensiblemente, llegar a la conciencia y a la práctica de la vida cristiana según su estado. No obstante, aun inspirándose de modo completamente particular en el principio religioso, se puede y a veces se debe tocar la política, apoyarse en la evocación de un hecho histórico o de una determinada personalidad enmarcada en su tiempo, tratar a veces también el deporte, la poesía, el arte, la ciencia, otras secciones, etc.
Porque la variedad hay que cuidarla mucho. ¡Ay de la monotonía!
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Cuantas más sean las respuestas dadas a la curiosidad (el lector es siempre en algún modo como el niño, eterno e insatisfecho interrogante), más se tocarán los problemas que responden al clima del día y más satisfactoria será la revista.
El director, por tanto, no trate simplemente de llenar las páginas, sino sepa hallar el lugar para la variedad amena. Después del artículo de fondo, mantenga viva la correspondencia periódica con los lectores, como hace el enseñante en la escuela o el predicador en la prédica. Trate de conocer en lo posible a los lectores y adapte la materia a sus capacidades y a sus tendencias, de modo que su publicación sea leída no sólo con gusto e interés, sino con avidez.
Procure que sean variados los textos, las formas conocidas, los problemas bosquejados más que discutidos.
La técnica no debe descuidarse, porque aunque de menor importancia, es la que más impacta y da la primera impresión de simpatía o antipatía.
Dé normas particulares para que las páginas sean variadas, bien escogidos los caracteres y bien dosificada la composición, atrayentes la portada, los títulos y todo lo que estimula la curiosidad e impresiona el sentido estético.
Vigile por fin la corrección de las pruebas, la impresión, la portada, la expedición y la administración.
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El trabajo del director no termina en la redacción y la técnica, sino que debe extenderse a la difusión.
Los lectores son los escolares específicos del director y a veces, si así podemos expresarnos, sus hijos espirituales. Los considere y trate, pues, como tales. Que no se le olvide nadie. Mantenga con ellos correspondencia frecuente tanto a través de las columnas del periódico como privadamente. Haga propios sus deseos y necesidades. Hágales sentir su afecto paterno, su ayuda fuerte y alentadora.
No se contente nunca con su número. No es una clase limitada. Después de haberse ganado a los viejos [lectores], indústriese en buscar otros nuevos. A este fin se podrá servir de las mismas publicaciones periódicas con anuncios,2 ensayos... de los lectores, encaminándolos y entusiasmándolos a la propaganda ante personas de su entorno... La práctica y el celo le sugerirán los medios.
El director, al no poder atender a todos los lectores, se servirá de ayudantes, pero debe velar sobre todo y sobre todos: él es el maestro.
La vida de la revista depende en gran parte de la administración. Tenga también cuidado directo de ella el director: regule el precio de suscripción y recurra a todos los medios para impedir una gestión pasiva, que constituiría para la publición un peligro de muerte.
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CAPÍTULO XX
BOLETÍN PARROQUIAL

Entre la prensa periódica católica ocupa un puesto eminente el periódico de la parroquia o «boletín parroquial».

Qué es

El boletín parroquial no es un noticiario, una crónica de los acontecimientos civiles de un determinado tiempo, un boletín agrícola, comercial o industrial; tampoco es una palestra literaria científica, una autoincensación o una autodefensa; ni una hoja difamadora de adversarios reales o presuntos...
Es, en cambio, el altavoz del párroco y de las obras parroquiales, la campana de papel que llama silenciosamente a los hijos a la parroquia,
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la común casa paterna en la que se ha nacido a la vida espiritual, donde se viven los momentos más solemnes y por donde se deberá pasar de difuntos para recibir los primeros sufragios. Es el vehículo de la caridad del pastor que quiere grabar en el papel su palabra dirigida a los hijos porque teme que la olviden. Es la dilatación del celo pastoral que supera los muros del templo para llegar a todas las almas, incluso a las que no frecuentan la iglesia o están alejadas de Dios.
El boletín parroquial, aun teniendo siempre el mismo fin, puede variar según el período de tiempo en que sale, el formato, el contenido...
Respecto al período de tiempo en que sale, puede ser: semanal, quincenal, mensual, bimensual [= bimestral], semestral y anual.
Respecto al formato: folleto, aviso, carta parroquial,1 cartel que fija a la puerta de la iglesia o en las paredes, en forma de periódico, simple o ilustrado, de cuatro, ocho, dieciséis o más páginas.
Respecto al contenido puede ser: todo común, todo propio, en parte común y en parte propio.
Todo común cuando es igual para varias parroquias. Todo propio cuando está escrito enteramente
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por el párroco o por su vicario. En parte común y en parte propio cuando, en un boletín común para una o más diócesis, el párroco reserva alguna columna o página para su materia.

Su utilidad

La utilidad o, mejor, la necesidad del boletín parroquial se desprende principalmente de su finalidad práctica.
Tiende a establecer un vínculo fortísimo entre el párroco y los parroquianos. Vínculo con todos aquellos que han escuchado en la iglesia su palabra, fijándola con precisión, de modo que puedan recordarla y meditarla a tiempo oportuno.
Vínculo con los que están lejos, que no frecuentan la iglesia, llevándoles el recuerdo y la voz paterna del pastor que debe y quiere guiarlos a la práctica fiel de la vida cristiana.
Vínculo con los que viven de espaldas a la palabra religiosa, con los adversarios y, en caso de necesidad, con los emigrados. La experiencia ha demostrado y demuestra que muchos adversarios, en lo íntimo de su ánimo, muestran estima, confianza y amor hacia su párroco, que se ha consagrado al servicio de Dios y al bien de las almas, de su alma. Y, aunque no lo demuestren, muchos disfrutarán leyendo
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en el interior de su casa la palabra que, por falsos prejuicios, no quieren escuchar. Otras, en cambio, se sentirán atraídos por la curiosidad, por la necesidad de hacer pasar el tiempo, con el propósito de criticarla... Pero también en estos casos la palabra escrita del párroco, si es la verdadera palabra de Dios, reproducida o comentada con espíritu sobrenatural, no dejará de ser un pretexto de unión, una semilla de vida para el cielo.
Para comprender, por otra parte, lo que puede ayudar el boletín a los emigrados, baste pensar en su apego a la religión y a la patria.
En las manos de todos los parroquianos el boletín será, pues, el signo de hermandad entre ellos, el distintivo de filiación al propio pastor.
En mano del pastor será un testimonio de su viva caridad hacia Dios y las almas; una declaración de su celo impulsado hasta el sacrificio y la temeridad, porque iniciar un boletín parroquial exige a veces no pequeños sacrificios y la superación de dificultades no indiferentes.
Y hoy, más que nunca, entre tanta indiferencia, egoísmo religioso y pasión desenfrenada por la lectura, el párroco que ha logrado introducir en su parroquia el boletín, puede afirmar que no ha descuidado uno de los medios más eficaces de su ministerio.
Fin asimismo del boletín parroquial es
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promover todas las iniciativas de la parroquia.
En efecto, es propio de las personas más prácticas y prudentes dar vida a las obras organizativas mediante impresos que las expliquen, inculquen y sostengan. Por ejemplo, las obras civiles, comerciales, deportivas, científicas, artísticas y religiosas. Y lo mismo para las obras misioneras, asistenciales, educativas...
Se trata naturalmente de un «dulce pondus»,2 parecido al peso de las alas para el ave; peso empero que es llevado por las alas mismas.
El boletín sostiene las obras parroquiales como el asilo, el hospital..., pide ayuda para cubrir las obras de la iglesia; promueve y sostiene las iniciativas religiosas como los primeros viernes en honor del Sgdo. Corazón, Cuarenta horas, misiones...; desarrolla la organización catequística; da actividad a la Acción Católica, a las cofradías, a las obras caritativas, a las organizaciones de las distintas clases de personas, etc., etc.
En pocas palabras: el boletín parroquial es voz alta, continua, escrita, meditada y oportunamente emitida que reúne, incluso humanamente, los mejores requisitos para el éxito.
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Cómo debe ser

Para que el boletín parroquial consiga más fácilmente su santa finalidad debe poseer [algunas] cualidades respecto a la redacción, a la materia, a la forma exterior, a la administración y a la difusión.
Sea redactado por el párroco (al menos en la parte correspondiente a la parroquia) y esté bajo su directa responsabilidad. Esto porque, siendo el boletín una forma de predicación, debe reflejar el púlpito adonde el sacerdote sube temblando para no desfigurar la palabra de Dios.
Esté dirigido a todos y cada uno de los parroquianos, especialmente a los menos practicantes.
El párroco hable impersonalmente, preséntese no como persona particular, sino como padre y pastor; derrame su alma y su corazón a través del escrito, con celo, unción sacerdotal y afecto sobrenatural.
Esté redactado de forma sencilla: dialógica, narrativa, anecdótica... según los casos.
La materia sea moral y religiosa, es decir, pastoral. Contenga posiblemente una parte propia y una parte común; la común no sea escrita posiblemente por el párroco, sino por personas más expertas. La propia contenga las cosas particulares de la parroquia y esté reservada al párroco.
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Como relleno o apéndice contenga noticias brevísimas que pueden interesar a los parroquianos y ayudar, al menos indirectamente, al bien de su alma, a la unión con el párroco y al afecto hacia el boletín.
Ocupen en cambio la parte principal: la repetición de las instrucciones parroquiales, el horario de las funciones, la relación demográfica y especialmente la augusta palabra del Papa y la de los obispos. En efecto sería inútil que el Papa hablase y el obispo emitiese cartas pastorales, si después los fieles no llegan a conocerlas. Es además deseable que en él no falte una apología popular de las verdades de la fe, pero hecha con conciencia y claridad.
El boletín es el eco de todas las organizaciones parroquiales: Acción Católica, cofradías, iniciativas religiosas y caritativas, biblioteca, teatro o proyecciones parroquiales, etc.
Evite siempre, absolutamente, toda invectiva, inútiles e indecorosas adulaciones. Preséntese, por el contrario, de modo agradable y alentador.
La administración del boletín, en vía ordinaria, no es, ni debe ser gravosa; porque si se hace como es debido, no sólo no es pasivo, sino que sostiene también todas las demás obras e iniciativas parroquiales. Se puede fijar el precio de suscripción, pero es necesario mandarlo especialmente a aquellos que no lo pagan. La mayor ayuda
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procede de los donativos libres. A veces se pueden usar colectas, bancos de beneficencia, representaciones...
También la distribución del boletín debe ser, en lo posible, pastoral. Es poco aconsejable la expedición postal. En cambio es utilísimo confiar a celadores o celadoras el cargo de llevarlo a las casas y entregarlo preferiblemente al jefe de familia. Si en la parroquia está constituido el grupo de los cooperadores del apostolado de la prensa, el cometido de la distribución correrá a cargo de uno o más miembros de sus componentes.
Pero cualquiera que sea el modo de distribución, ha de procurarse que el boletín llegue a todas las familias, especialmente a aquellas que no frecuentan la iglesia y a las adversarias.
Cometido del apostolado de la prensa respecto al boletín parroquial es aconsejar según las normas expuestas arriba, alentar y, si es preciso, redactar la parte común, cuidar la impresión y difusión.
El apóstol no debería descansar hasta que todas las parroquias posean el boletín parroquial.
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CAPÍTULO XXI
LECTURAS AMENAS

Por «lecturas amenas» se entienden todas aquellas lecturas que tienen el fin de educar e instruir presentando lo que gusta y atrae, como la novela, la novela rosa, el relato corto, el cuento, la fábula, los apólogos, las parábolas, las aventuras, los viajes, los relatos históricos...

Su utilidad en el apostolado

Servirse de las lecturas amenas para el apostolado de la prensa es sabia industria, basada en la naturaleza humana y sobre todo en el ejemplo del Maestro divino. Jesucristo, en efecto, enseñó su doctrina sirviéndose precisamente de relatos, parábolas y anécdotas siempre agradables y apropiados a las inclinaciones del pueblo que lo escuchaba.
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Las lecturas amenas constituyen el género de publicaciones preferido y más difundido. Interesan no sólo a una categoría de personas, sino a todos: pequeños y grandes del pueblo, los estudiantes, los profesionales y las personas cultas en general. A los jóvenes por traviesos; a los adultos, para mitigar las preocupaciones; a los estudiantes, que los prefieren a los libros de clase; a aquellos que no tienen trabajo para pasar el tiempo.
Constituyen el género de lecturas que en mayor porcentaje se encuentran en las librerías, en las bibliotecas, en los quioscos y en las familias. Son las publicaciones que tienen mayor tirada.
Son lecturas atrayentes e interesantes porque se dirigen a los sentidos y especialmente a la fantasía. Mantienen viva y despierta la curiosidad, suscitan profundas impresiones que, si son buenas, constituyen un fuerte incentivo a la virtud, pero, si son malas, arrastran inexorablemente al vicio.
De ellas más que de cualquier otro género, el apóstol puede servirse para combatir la mala prensa y difundir la buena. El mundo está inundado por un mar de prensa amena. Al respecto hay estadísticas impresionantes aunque muy aproximativas.
Limitándonos a la sola producción libresca de carácter narrativo, se calcula que en un año se publican, solo en Italia, diez mil novelas. Cada una tiene una tirada que varía
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del millar de ejemplares a un máximo de 50.000 (especialmente las vendidas en los tenderetes). Así, pues, cada año y tan sólo en Italia, se vende más o menos medio millón de ejemplares. Casi todos estos volúmenes son leídos por más de dos personas; y si están en las bibliotecas públicas, se devoran materialmente.
Pues bien, de estas novelas, ni siquiera una quinta parte es recomendable; las tres quintas partes son negativas, y una quinta parte es tolerable con reservas.
Aquí puede aplicarse la palabra de orden de León XIII: «oponer armas a armas»; oponer novelas a novelas, lecturas a lecturas.
Las lecturas amenas, además, se prestan muchísimo, si bien indirectamente, a la causa del bien.
Un escritor católico, Doménico Giuliotti, escribe: «Los tratados filosóficos y teológicos (palabras y pensamiento que se plasman en el razonamiento) son impotentes para hacer sentir a los hombres que el cristianismo es verdadero y vivo. Pero durante una lectura, por ejemplo, de "Los Novios", palabra viva, vida misma, es imposible no sentir (por encima del arte) la fascinación divina de la doctrina de Jesucristo».
El apóstol puede, pues, servirse de estas lecturas como medio eficacísimo no sólo para preservar a las almas del veneno de la mala prensa, sino también para alimentarlas espiritualmente.
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Cómo deben ser

Para alcanzar su fin, tanto negativo como positivo, las lecturas amenas preparadas por el apóstol deben poseer al menos tres cualidades esenciales: una buena tesis, dirigirse a todas las facultades del hombre, forma agradable.
La tesis podrá variar según el género del escrito o la categoría de personas a que va dirigido. Pero no deberá faltar nunca.
Consiste en el fin y se propone demostrar un principio, impartir una enseñanza y un ideal al que encaminar al lector, etc.
El desarrollo debe ser conducido de tal modo que la acción o trama sirvan para probar la tesis propuesta.
Las facultades del hombre a las que hay que dirigirse son no sólo el intelecto y el sentimiento, y tanto menos las facultades secundarias, como la fantasía y los sentidos, sino todas las facultades esenciales del alma humana: la inteligencia, el sentimiento y la voluntad. Se podrá dar la primacía a la una o a la otra, según las circunstancias particulares, pero no habrá de olvidarse ninguna de ellas.
Para substraerlo enteramente al mal y llevarlo por completo a Dios, ha de tomarse el hombre tal como es. Ahora bien, él, según su naturaleza, ama lo que conoce y quiere lo que ama. Y puesto que él conoce, ama y quiere respectivamente con las facultades
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del intelecto, del sentimiento y de la voluntad, debe ser cultivado en las tres, contemporánea y cordialmente.
La forma será agradable si el tema que forma el argumento, la lengua, los caracteres, el tipo de las ilustraciones..., todo está proporcionado a la categoría de personas a las que se dirige, a las circunstancias de lugar y de tiempo y sobre todo si corresponde a las exigencias propias de la naturaleza humana.
Los temas pueden ser variadísimos, indefinidos: relatos con trasfondo bíblico e histórico, arreglos y reelaboraciones de las obras maestras clásicas, obras originales, instructivas, educativas, divertidas...
Aunque la instrucción y la lengua no deban ser el fin principal, no obstante no hay que olvidar el sabio adagio: «Lo que se aprende divirtiéndose no se olvida jamás».
Cuídese, pues, la recta acentuación fonética y la exactitud ortográfica, la ortodoxia más rígida de la gramática y de la sintaxis, la finura de los vocablos, la puntuación.
Haya una elección conveniente de ideas, distinguiendo las más importantes de las menos importantes; orden para distinguir las partes; paso espontáneo y regular de un pensamiento a otro, proporción entre las partes.
Haya, por fin, claridad de pensamiento, propiedad, brevedad, conveniencia, armonía y también
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una cierta elegancia, mediante la cual el relato resulte claro, sencillo, colorido y brioso.
Tratándose de hechos reales, procúrese siempre tener claro el conocimiento de sus causas y efectos. Pero si son fingidos, imagínense conformes a la ley de la verosimilitud.
Pónganse de relieve las personas que toman parte en los mismos, las circunstancias de lugar y de tiempo en los que se desarrollan los hechos, omitiendo todas las particularidades inútiles.

Modelos en los que inspirarse

Entre muchos otros, pueden sugerirse dos: Los Novios y el Libro de Tobías, en los cuales resultan claras las tres condiciones propuestas.
Los Novios es, en el campo profano, la obra maestra en su género. La tesis que se propone Manzoni en esta novela religioso-moral es muy clara: «La inocencia perseguida por los hombres prepotentes es protegida por Dios, mientras que la prepotencia y la vileza serán castigadas un día por él. Por otra parte, sobre todos, buenos y malos, se eleva benéfica y dominadora la religión, la única que tiene el verdadero poder de mitigar los dolores de los oprimidos y convertir a los opresores».
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El plan general de la novela, admirable en su sencillez, mira por entero al fin. Pero, para hacerlo más vivo, el autor la esculpe en algunos cuadros esenciales, como el «vendrá un día» del P. Cristóbal, la conversión del Innominado, la muerte de don Rodrigo y por fin la nueva familia de Renzo y Lucía.
La obra se dirige a todo el hombre; más aún, la evidencia casi dramática con la que el artista cuenta los hechos, representa las más variadas y difíciles escenas y demuestra su profundo conocimiento del alma humana. La fidelidad y la viveza con que es representado el ambiente histórico, la pintoresca descripción de los lugares, la naturaleza y el relieve singularísimo de los caracteres, como Don Abundio, don Rodrigo, el P. Cristóbal, el cardenal Federigo..., los dos protagonistas..., son otras tantas voces que hablan profundamente a la mente, a la voluntad y al corazón y que insensiblemente lo inducen a pensar, sentir y querer con el autor.
En cuanto a la forma, los críticos no encuentran nada que objetar.
El Libro de Tobías es una joya literaria. La tesis que se propone es la siguiente: «La divina Providencia, aunque pruebe a los justos, no los abandona nunca, y los hace felices incluso en esta vida». Se desarrolla en la simplicísima
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trama del relato: descritas las desventuras de Tobías (pobre y ciego) y de Sara (insultada porque se le han muerto siete maridos estrangulados por el demonio), muestra a la Providencia divina que manda al arcángel Rafael para guiar al hijo de Tobías a Media a cobrar diez talentos de un tal Gabael. El arcángel libra al hijo de Tobías del pez y a Sara del demonio, y se la da por esposa; por fin devuelve la vista al padre. En el conjunto aparece Tobías, hombre justo, que se confía a la divina Providencia.
Ninguna de las facultades humanas es olvidada en este libro. En efecto, leyéndolo, la mente es elevada a verdades consoladoras como la bondad de Dios, la existencia y la protección de los ángeles, los benéficos efectos de la resignación y de la confianza en Dios; la voluntad es invitada e impulsada al bien por sentimientos producidos en el ánimo por la consideración de santos ejemplos.
Respecto a la forma, fue considerado como una joya de arte y de delicadeza.
El apóstol escritor trate de modelarse sobre estos ejemplos y, si es preciso, sugerirlos y exigirlos de los colaboradores en el campo de las lecturas amenas. Es incluso útil que se sirva de colaboradores, especialmente para la compilación de novelas. Para sí mismo reservará de modo particular lo que es anécdota, relato corto, novela rosa, narración histórica y sobre todo biografía y hagiografía.
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CAPÍTULO XXII
LITERATURA PARA LA INFANCIA Y PARA LA PREADOLESCENCIA

Escribir para niños es arte singularmente rara y difícil que, además de una vocación especial, requiere en el apóstol preparación adecuada y actividad prudente.

Preparación adecuada

Preparación moral, o sea, carácter bueno, escueto y alegre. En particular, gran amor a los niños. Es sabido que, si no se ama a los niños con amor sincero y eficaz, no se les sabe comprender y tratar.
¡Cuántos brillantes escritores, que sugestionan y fascinan a las muchedumbres, dejan indiferentes a los niños!
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Preparación intelectual que, además del patrimonio de la ciencia religiosa y profana, requerida en el apostolado redaccional, exige también una justa valoración de la importancia de la literatura infantil; el conocimiento de su historia y el teórico y práctico de la psicología del chico.
La valoración de la importancia abraza:
- el punto de vista educativo-moral: la literatura de los chicos se dirige a espíritus en formación; a personas en las cuales los poderes críticos apenas existen; forma uno de los principales alimentos del ánimo del muchacho;
- la responsabilidad para los adultos (padres, educadores, los que le regalan un libro al chaval): porque la elección y orientación de las lecturas infantiles recae sobre los adultos;
- el ordenamiento de la escuela: en algunos ordenamientos escolásticos la literatura constituye la base de la enseñanza y de la formación.
La historia de la literatura puede considerarse antigua y reciente al mismo tiempo.
Antigua, puesto que descripciones de la naturaleza, de actitudes psicológicas, de juegos y actos que expresan el modo de percepción, de juzgar y de obrar del chico, se encuentran en casi todas las obras literarias desde la antigüedad hasta nuestros días: desde Homero a Juan Páscoli, desde las fábulas de Esopo hasta las actuales descripciones del aeroplano; por lo que, a este respecto, la literatura
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juvenil se podría proclamar tan antigua como el arte literario.
Reciente, puesto que casi en todas las naciones civilizadas existe una vasta literatura constituida por libros y revistas escritos para los chicos, sugeridos por el estudio y la observación del mundo, antes no demasiado explorado, de la niñez. Literatura que, considerada en su conjunto, es un fenómeno, ya que en todas partes ha experimentado un rápido progreso, como si hubiera prisa por recuperar el tiempo perdido. En todas partes ha intentado hacerse cada vez más artística y ha querido servir a la causa de la educación, no con sermones directos, sino con la persuasión, tratando de ser cada vez más divertida.
Por fin es necesario el conocimiento de la teoría y de la práctica de la psicología del muchacho en sus tres principales períodos: infancia, preadolescencia y adolescencia, según los principios generales expuestos aquí.
La infancia comprende los seis primeros años del niño y presenta tres fases. La primera va del nacimiento al decimoquinto mes. Está caracterizada sobre todo por la adquisición del lenguaje. Las sensaciones, al principio poco diferenciadas, adquieren posteriormente su carácter específico, y las percepciones de las personas y de las cosas que forman el ambiente en que vive el niño se hacen gradualmente cada vez más precisas. La segunda
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fase se cierra con el tercer año de edad. Es el período en que el niño se revela un gran imitador. La tercera se extiende desde el tercer hasta el sexto año, y nos revela al niño en multiforme relación con las personas que lo rodean.
En las tres fases de la infancia, la característica más importante con vistas a la educación, y por tanto también a la literatura, es una curiosidad que parece insaciable e inagotable en la formulación de los «porqués». Se añade a ello el capricho, que se manifiesta en una reacción frente a la voluntad ajena, porque al niño le parece contraria a lo que piensa y se le ha dicho.
La infancia desemboca en la preadolescencia, que transcurre de los seis a los doce años aproximadamente.
La preadolescencia es el período de la educación y de la instrucción porque el chico, que ya se siente ligado a la vida social, es un conjunto de actividades psíquicas y morales que se van desenvolviendo. Energías que sienten necesidad de ser conocidas, suscitadas y dirigidas hacia su desenvolvimiento y perfeccionamiento.
Sigue la adolescencia, que va de los doce a los quince años más o menos. Es definida por los psicólogos como el segundo nacimiento porque constituye una fase del desarrollo humano muy decisiva.
En el campo intelectual el adolescente es preeminentemente subjetivo, o sea, es menos realista
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o ligado a lo concreto que el niño. La realidad para él es modificada por la ficción o creación de la fantasía, que a su vez es colorida por el sentimiento. El adolescente ama por consiguiente el símbolo y casi la ilusión, las ceremonias, los signos exteriores, las imágenes. La vida sentimental es riquísima. Es notable la simpatía que se transforma en sentimiento erótico y a veces morboso.
La voluntad es a menudo voluble y desequilibrada.
El sentimiento estético, que nace tanto de la contemplación de la naturaleza, que para el adolescente es casi una revelación simbólica, como de las artes y particularmente de la música y de la poesía, está muy desarrollado.
El concepto de Dios nace en él de la idea de un juez, o sea, del concepto de sanción, pero no es todavía la concepción de un absoluto filosóficamente inducido y deducido.
La adolescencia del joven es bastante diversa de la adolescencia de la jovencita, en la cual aparece con más frecuencia lo quimérico, una especie de somnolencia intelectual, a veces unida a la melancolía. Cosa esta más rara en el chico, que busca más activamente el desahogo en el juego.
En la adolescencia el muchacho, que ya no es un niño y tampoco joven, forma su personalidad. Es, pues, necesario estudiarlo en todas sus multiformes revelaciones de modo que se pueda
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corresponder a sus necesidades, no reprimirle aquellas tendencias que se le deben dejar libres y encaminarlo hacia el justo concepto de la vida.

Actividad prudente

La actividad del apóstol escritor en el campo de la literatura infantil será sensata si aspira a la formación moral-religiosa del chico, esto es, a preparar buenos ciudadanos para la patria terrena y bienaventurados para la patria celestial.
A esto tiende mediante un trabajo de preservación y de producción.
Preservación de las publicaciones nocivas. Ilumine acerca de la bondad o no de todas las obras que constituyen la rica serie de la literatura antigua y moderna ya existentes. Es sabido que esta, y en particular la moderna, al par que ha pretendido ser cada vez más artística y divertida, no raramente sin embargo ha superado los límites rozando la frivolidad, cuando no algo peor. Entre las pocas obras buenas, educativas y morales, van multiplicándose otras vacías, inconsistentes, que se llaman libros y periódicos sólo porque no se logra indicarlos con otro nombre.
Prácticamente, el apóstol debe:
- inducir a las personas de autoridad civil y religiosa, a las familias, y en particular a las madres,
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a vigilar sobre las lecturas de los muchachos, y distinguirlas del texto escolar, del libro y tebeo de lectura;
- persuadir a los educadores a darse cuenta de los criterios que deben inspirar una bella y buena literatura para la infancia y la preadolescencia;
- indicar las obras que educan y forman a través de una noble forma de arte, tanto narrativa como representativa;
- crear un interés general por esta literatura, uno de los medios de educación más poderosos. Hacerla conocer, vigilar y amar; hacer comprender la importancia del don del libro, pero sobre todo del libro hecho con prudente elección y correspondencia con las necesidades del ánimo del chico.
A este trabajo de guía, el apóstol añada el trabajo positivo de su producción.
En ella -siempre coherente con su misión- no busque su propia satisfacción, ni se ligue a un género particular de producción o a una categoría de jóvenes de lugar, condición o edad determinada.
El apóstol no se busca a sí mismo, sino a Dios y a las almas.
Ya se dirija a los chicos o a las chicas, a los pequeños o a los mayorcitos, a los pobres o a los ricos, a los católicos o a los herejes e infieles, lo hará siempre con el mismo entusiasmo y en el modo que crea más útil a su finalidad.
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En estos escritos propios cuide la elección de los géneros, del método y de las fuentes.1
Todos los géneros que constituyen la literatura de la infancia y de la adolescencia pueden servirle a tal fin.
Puede, pues, producir obras de carácter moral o teórico y escritos de vida moral vivida y concreta; obras de índole histórica y biográfica; publicaciones de carácter social y de ambiente; fábulas, leyendas, novelas de aventuras y fantásticas; narraciones y descripciones fantásticas de aventuras y de conocimientos científicos a un tiempo; libros de divulgación científica; libros humorísticos recreativos; poesías; periodismo...
Pero entre todos ellos corresponden mejor a sus fines de apóstol las figuras, los cuentos, las parábolas y las semejanzas o símiles, porque estos géneros, más que los otros, tocan el sentimiento, la fantasía, la curiosidad y el humorismo, las cuerdas más vibrantes en el chico.
Las figuras [o ilustraciones] precedan y completen los escritos. Son particularmente útiles para los tres períodos de la infancia, para los chicos, para los adultos analfabetos y para aquellos que no conocen la lengua. Se pueden presentar en forma de cuadros, folletos, periódicos... Si es posible, irán en color.
Para los más pequeños son útiles las figuras de chicos
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o chicas modelo (mejor si son santos), con los cuales el muchacho se deleite, embelesado con actos y signos gratos a su edad; escenas bíblicas como la Virgen María con el niño en brazos, Jesús durmiendo en el regazo de su Madre, Jesús entre los niños; ilustraciones de particulares de las vidas de los santos, como Inés con el gracioso corderito, Cecilia coronada de rosas, Catalina [de Alejandría] en la rueda...; figuras que inciten al amor de la virginidad, al deseo de agradar a Jesús, al odio del pecado, al desprecio de la vanidad, a la huida de las malas compañías...
En un segundo momento se podrán ilustrar verdades de la fe: los doce artículos del Credo, los mandamientos, los sacramentos, los sacramentales, la oración.
Los cuentos se imprimen fácilmente en la memoria y suscitan impresiones duraderas, abren el camino para llegar a la mente y al corazón de los chicos.
Un cuento bien narrado y bien ilustrado transforma casi instantáneamente. Si el apóstol es hábil, sabrá servirse de él para imprimir en la mente del chico incluso las verdades más altas.
También los adultos retienen más fácilmente las verdades cuando van ligadas a un hecho.
Las parábolas (relatos de hechos verosímiles) sirven para hacer conocer verdades en sí mismas difíciles, con las cuales tienen puntos de contacto y afinidades fáciles de descubrir.
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Más aún que las parábolas ayudan a las explicaciones de las verdades cristianas y a la formación del sentimiento religioso, las semejanzas y las comparaciones.
Cuentos, parábolas, semejanzas y todos los escritos para los chicos deben seguir, más que cualquier otro, el método evangélico; sencillo, adecuado, intuitivo, progresivo y dialogal.
A los niños les gustan los cuentos interesantes, verdaderos. Sean, pues, variados, nuevos, interesantes, breves, sencillos, si bien ricos en descripciones y episodios. Así podrán ser seguidos con facilidad y por consiguiente con atención continua. La moral que sigue es eficaz y brevísima.
Las parábolas sean como las de Jesús. Él tomaba su argumento de los hechos que sucedían ante los ojos del pueblo. No recurría nunca a hechos inverosímiles o extraños, no hacía hablar a animales o plantas, no atribuía a seres inanimados sentimientos propios de los hombres, como suelen hacer los fabulistas de todos los tiempos. Se atenía siempre a la realidad verdadera y de esta sacaba argumentos de moralidad y enseñanzas sublimes y eficacísimas. ¿Hay algo, por ejemplo, más fascinante que la parábola del hijo pródigo?
En lo tocante a las semejanzas hay que observar que deben tomarse de cosas que los chicos conocen, sacadas de su ambiente. Si, por ej., se habla de «ascensor» es necesario que conozca este
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ingenio, cosa que generalmente no se encuentra en un niño de campo o de montaña.
También las parábolas deben ser las más sencillas, claras y naturales.
Las fuentes preferidas del apóstol escritor para sus escritos dirigidos a los chicos son la Sagrada Escritura, los santos Padres, las vidas de los santos y las biografías edificantes.
Se pueden sacar del Antiguo y Nuevo Testamento los hechos más sobresalientes y bellos, y contarlos con palabras sencillas y apropiadas a la inteligencia de los pequeños. Particularmente grato y eficaz es el relato de la vida de Jesús Niño.
Mostrar a Jesús en la casa de Nazaret, con María y José, pronto a obedecer, a hacer pequeños servicios, a acompañarlos cuando van al templo. Representarlo cuando habla con los doctores, observarlo en el taller de su padre putativo cuando trabaja, humilde, paciente, obedientísimo.
Fuentes inagotables son asimismo los escritos de los santos Padres y escritores eclesiásticos, muchísimos de los cuales se prestan a reconstrucciones y reelaboraciones adecuadas para los jóvenes de todas las edades y de todos los tiempos.
Tercera fuente es la vida de chicos modelo, de santos jóvenes o también la infancia y la juventud de santos adultos: san Luis, san Tarcisio, santa Inés y santa Teresa del Niño Jesús, en su primera
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edad, son maravillosos tipos y modelos que ejercen eficacia grandísima en el ánimo de los chicos.
A estas tres fuentes principales se pueden añadir otras secundarias, como la historia, la vida cotidiana, los usos, los acontecimientos célebres...
La historia y la vida cotidiana, ricas entrambas en episodios, anécdotas familiares y públicas, enriquecen muchísimo la pluma del escritor apóstol. Sólo hace falta abrir los ojos, observar lo que sucede en derredor para aprovechar las ocasiones oportunas. Si embargo es necesaria mucha finura para elegir lo mejor. Hay hechos que no dicen nada. Estos hay que dejarlos aparte. Hay otros que no sirven para los fines educativos, otros en cambio que iluminan la mente, tocan el corazón y hacen ser mejores. Sólo con estos hay que quedarse.
Los usos de la vida familiar y civil (como el saludo, signo de respeto), los casos cotidianos, la naturaleza misma ofrecen elementos magníficos de semejanzas para hacerse entender por los pequeños.
Los acontecimientos célebres ofrecen también argumento a las almas vivaces y prontas para su magisterio.
El apóstol sepa, pues, sacar provecho de las infinitas fuentes puestas a su disposición, pero recuerde
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sin embargo que, si bien pueden constituir una gran ayuda, no lo son todo. La materia debe ser reelaborada siempre en su alma y reducida a alimento adecuado a las posibilidades de la tierna edad.
Obra ésta difícil y fatigosa, pero que obtendrá, además del premio prometido por Dios, también alguna satisfacción en esta tierra, porque el chico sigue, recuerda y corresponde.
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CAPÍTULO XXIII
MISIONOLOGÍA

El problema misionero debe ser uno de los que más preocupen e inflamen al apóstol escritor. En efecto, si ama verdaderamente a Dios y a las almas, no puede permanecer indiferente ante el hecho de que centenas de millones de hombres nazcan, vivan y mueran sin conocer, amar y adorar al verdadero Dios. Que pueblos y tribus sin número no sepan aún que por ellos ha nacido y muerto un Redentor y que están llamados a una herencia de gracia, de bienaventuranza y de gloria.
Prácticamente el apóstol se ocupa de las misiones llevando las almas de los lectores al conocimiento, cooperación y oración por ellas.
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Conocimiento de las misiones

Un conocimiento completo de las misiones abraza:
- El concepto exacto del término «misiones» como es entendido por la Iglesia, o sea, el mandato de evangelizar la fe a los pueblos infieles.
- El doble fin de la actividad misionera: el fin genérico, que tiende a la gloria de Dios y a la salvación de las almas; el fin específico, que consiste en establecer de modo perfecto y duradero la Iglesia de Jesucristo en aquellos lugares donde no está todavía.
- El estudio de la misionología doctrinal, descriptiva, operativa. La doctrina en la parte general, en cuanto considera la idea misionera en su base, o sea, indaga las causas filosóficas y teológicas por las que la Iglesia católica tiene el derecho y el deber de propagar la fe; el fundamento bíblico, patrístico, dogmático, moral, litúrgico, apostólico.
En la parte especial, que comprende la actividad misionera en las modalidades extrínsecas: el derecho (parte jurídica) y la metodología. La descriptiva, o sea, la historia del pasado y la relación del presente, la misionografía (estudio de las religiones, analogía, geografía misionera, estadística misionera...). La operativa, tanto práctica como de cooperación. La primera se refiere al personal que trabaja en las misiones. La segunda
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considera la ayuda que prestan a los misioneros los católicos que viven en países en los que la jerarquía eclesiástica ya está regularmente constituida.
Este conocimiento se integra con el estudio de los medios, de las vías y de los prejuicios acerca de las misiones.
Los medios de las misiones son múltiples y varían según las circunstancias de tiempo, lugar, personas y condiciones políticas y sociales. Entre otros muchos se recuerda, por ejemplo, la geografía de las misiones, que responde a preguntas esenciales: ¿A quién ir? ¿En qué lugares? ¿Cómo son esos pueblos?
Las vías de las misiones, que son las vías de los corazones. En la labor misionera tanto los grandes éxitos como los grandes fracasos dependen en gran parte del haber o no encontrado o seguido estos caminos. Los apóstoles y los grandes misioneros han imitado en esto la perspicacia y delicadeza del Maestro divino, tal como se desprende por ejemplo de la llamada de los apóstoles, de la conversación con la samaritana y con Zaqueo o del modo de atraer a las turbas.
Estas vías varían según las circunstancias y requieren estudio, experiencia y adaptación.
Massaia,1 por ejemplo, entró en Etiopía ejercitando la medicina. Los infieles acudían a él para ser curados de la viruela y él aprovechaba la ocasión para llevarlos a Dios. Los primeros
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jesuitas lograron entrar en China con la astronomía y otros de otras maneras.
Todos los misioneros han ejercitado la beneficencia bajo las formas más variadas. Dan testimonio de ello los múltiples hospitales, asilos, orfanatos, escuelas, obras de asistencia... abiertas en casi todas las misiones.
Los prejuicios y los equívocos acerca de las misiones, los misioneros y sus obras, son muchos y distintos. Entre los más comunes se halla este: los misioneros, se dice, son preciosos propagadores de la idea y de la influencia nacional del propio país. Y es sabido cómo hombres contrarios a la fe aprecian a los misioneros no por su labor evangélica, sino porque pueden abrir en esos países lejanos vías a la influencia política y al comercio del propio país. De ello se deriva el que a veces, mientras se persigue a los religiosos en la patria, se les ayude en el extranjero por los beneficios de carácter político y comercial. En cambio la experiencia plurisecular demuestra que el misionero que lleva al extranjero sólo el nacionalismo, contamina y esteriliza la propaganda tanto religiosa como política. No obstante, si él, sin preocuparse de la propaganda política, es un buen misionero, incluso no directamente, hará conocer y amar al propio país.
El conocimiento de las misiones es para algunos necesario y para otros útil.
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Es necesario para el clero, los misioneros, los apologistas, los estudiosos, los adversarios...
Para el clero, a fin de completar el curso teológico de modo que pueda entrar plenamente en la finalidad y en la misión pastoral.
Para los misioneros, al objeto de que aprendan la teoría de su futura acción práctica y atesoren la experiencia de quienes los han precedido.
Para los estudiosos, con la finalidad de que comprendan la importancia de la misionología tanto desde el punto de vista teórico-científico como práctico.
Para los apologistas, con objeto de que se sirvan del mismo en la lucha contra los enemigos de la Iglesia, particularmente contra los protestantes y los mahometanos, que se esfuerzan en extender sus errores invadiendo a tal fin nuestro campo y robándonos mieses doradas.
Los adversarios, tanto teóricos como prácticos, que intentan paralizar la labor misionera.
El conocimiento de las misiones es además útil e importante para todos, buenos y malos, fieles e infieles, gobernantes y súbditos... para que todos no sólo no las impidan, sino que las favorezcan por todos los medios, según las directrices propuestas por la Iglesia.
El apóstol escritor, profundamente embebido de la idea misionera, sepa aprovechar todas las ocasiones para propagarla del modo que juzgue más útil a la gloria de Dios y a la salvación de las almas.
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Cooperación con las misiones

El conocimiento de las misiones está encaminado a su utilidad mediante la cooperación. Aquí, más que nunca, es cuestión de aplicar el dicho: «No se aprecia ni se favorece aquello que no se conoce».
Entre los medios de cooperación recordamos los más comunes: vocaciones misioneras y clero indígena, la beneficencia, las obras misioneras pontificias, todas las demás obras y asociaciones.
Vocaciones. Para realizar el programa misionero, multiplicar las misiones extranjeras e instituir las misiones indígenas, son necesarias las vocaciones: religiosos, sacerdotes y laicos, religiosas, catequistas en ambos campos.
El apóstol escritor debe proponerse suscitar, sostener y formar las vocaciones.
- Animar a los padres a ofrecer de buen grado a sus hijos por la causa santa de la gloria de Dios y salvación de las almas.
- Hacer comprender a todos que la divina Providencia suscita generalmente las vocaciones entre las personas de condición menos acomodada o pobre para permitir a los fieles participar en el fruto del apostolado misionero cooperando con medios pecuniarios.
- Inducir, por último, a una generosa y caritativa colaboración mediante donativos de dinero
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como bolsas de estudio, pensiones y óbolos de cualquier entidad hechos a los Institutos y a las obras misioneras.
Beneficencia. Pío XI en la encíclica Rerum Ecclesiæ2 dijo: «No tengáis vergüenza ni os disguste haceros casi mendicantes por Cristo y por la salvación de las almas». Y Rambelli en el "Piccolo Catechismo Missionario" asienta: «El cristiano que no siente celo por las misiones no ama a Dios, que quiere las misiones, ni ama a Jesucristo, que murió por salvar a todos; no ama a la Iglesia, que debe continuar la obra de evangelización, ni ama a su prójimo, a quien debe socorrer».
El apóstol aproveche las ocasiones propicias para hacer un cálido llamamiento a las almas buenas a fin de que, en los límites de sus fuerzas, provean a las necesidades de las misiones con todas las formas posibles de beneficencia.
Modos particulares de cooperación son: entretenimientos de argumento misionero y no misionero en favor de las misiones (proyecciones, cine, academias, teatros, representaciones), confección de ornamentos sagrados o de hábitos, exposiciones misioneras, bancos de beneficencia, huchas para las misiones, recoger sellos y tarjetas usadas, papel de estaño..., propaganda oral y escrita de la idea misionera, donativos para bautismos, suscitar colectividades de fieles que provean a la colectividad misionera, seminarios que doten a
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seminarios indígenas, parroquias que se comprometan a ayudar a [una] determinada misión, diócesis que adopten un vicariato apostólico o una prefectura apostólica, organizaciones de niños que se propongan obras determinadas de cooperación.
Los caminos de que se sirve la divina Providencia para ayudar a las misiones y para procurar méritos a las personas generosas son indefinidos.
Obras misioneras. El apóstol, asimismo, aproveche todas las ocasiones para sostener:
- las obras misioneras pontificias: la propagación de la fe, la obra de San Pedro apóstol;
- las demás obras misioneras del clero, el antiesclavismo;
- todas las obras generales y particulares, o sea, las que tienen el fin de ayudar a todas las misiones o aquellas que tienen por objeto determinadas misiones o aspectos precisos de la actividad misionera.
Para convencer los ánimos a la cooperación de las misiones, además de hacerlas conocer del modo arriba expuesto, ayudará también aportar argumentos teóricos y prácticos convincentes y cautivadores, como la obligación que tiene todo cristiano de cooperar, derivada del deber de piedad hacia Dios y de caridad hacia el prójimo.
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Rezar por las misiones

La oración es el primero y más importante de los medios de cooperación por las misiones, posible para todos, siempre y en todo lugar.
Se puede decir que no hay documento pontificio que, recordando el deber de la cooperación misionera, no asigne a la oración un puesto de honor, ni hay misionero que, escribiendo desde su campo de apostolado, no pida en primer lugar la ayuda de la oración.
Evangelio, teología e historia están de acuerdo en atestiguar la inefable eficacia de la oración.
El Evangelio consigna las insistencias, las reprensiones, los reproches, las garantías del Maestro. Si nuestra oración es siempre escuchada cuando pide algo bueno, lo será más cuando pedimos al Padre lo que Jesucristo mismo nos ha enseñado a pedir: «bendito sea su nombre en la tierra, hágase su voluntad, que se imponga en todas partes su reino de justicia y de amor».
La teología advierte que la finalidad suprema del apostolado misionero, «la vida sobrenatural», sólo puede encontrar medio proporcionado en la gracia, conquista preciosa de nuestra humilde plegaria, la cual a su vez es un recurso a la Sabiduría divina que conoce los caminos
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de la redención, al Poder que sabe realizarlas y a la Bondad que las quiere.
La historia, por fin, documenta con la evidencia de los hechos lo mucho que ha contribuido a la propagación de la fe, en el recogimiento de los claustros y de los altares, el secreto sacrificio de las almas escondidas.
El apóstol, convencido de la gran necesidad e importancia de la oración para las misiones, inflame las almas, y sobre todo a los niños y las religiosas, a rezar al Dueño de la mies para que mande buenos obreros a su mies y a implorar para los infieles las ayudas de la luz y de la gracia celestial.
Haga comprender a todos el significado de la petición del Padrenuestro, «adveniat regnum tuum», promueva oraciones públicas y privadas, la obra grandiosa del apostolado de la oración, la necesidad y el modo de transformar la vida en continua oración.
La cooperación de la plegaria va unida a la del sufrimiento. Hágala conocer el apóstol en su naturaleza, necesidad y eficacia. Promueva las jornadas de sufrimiento en favor de las misiones, estimule a la ofrenda generosa de sufrimientos especialmente voluntarios y al ofrecimiento de la vida misma. Las almas predestinadas a ser víctimas de expiación y de amor son mucho más numerosas de lo que se cree. Con frecuencia no cumplen su
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misión porque no hay quien las ilumine y guíe.
La unión de todos los fieles mediante la cooperación de las oraciones y obras convertirá el mundo.
* * *

Los escritos concernientes a las misiones pueden ser variadísimos. Entre todos son aconsejables los de fondo geográfico, religioso y biográfico.
En el primer caso la parte de base es la geografía etnológica y moral la que predomina, a fin de mover al lector a compasión por aquellas poblaciones. En el segundo caso es la historia de los religiosos que se consagran a la obra de las misiones, ya que solo los religiosos pueden dedicarse a esta obra. En el tercer caso es la vida de los grandes misioneros y, a través de ella, toda noticia que se refiera a las misiones.
Pero cualquiera que sea el modo, el fin principal deberá ser único: hacer conocer las misiones para inducir a la obra misionera y a la oración por las misiones, porque en este campo, más que en ningún otro, la generosidad sigue a la convicción.
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CAPÍTULO XXIV
TEXTOS ESCOLARES

¡También los textos escolares entran en el apostolado de la prensa! El motivo es evidente: el estudio debe llevar a buscar y encontrar a Dios, sea directamente, a través de las materias religiosas, sea indirectamente a través de las materias profanas.
Para el apóstol, ocuparse de los textos escolares significa casi siempre ocuparse de los jefes, es decir, de aquellos que deberán formar a las masas. Y ocuparse de los jefes es una gran sabiduría; nos lo demuestra el ejemplo del Maestro divino, que fue formador de jefes.

De qué textos ocuparse

El apóstol puede ocuparse de todos los textos escolares, de todas las ciencias sagradas y profanas tanto para alumnos como para enseñantes de todas las edades y de todas
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las condiciones. Pero en todos y siempre deberá tener ora una ora otra, sino ambas miras: alejar de los textos no conformes con los sanos principios de la fe y de la moral católica, y elevar los ánimos a Dios a través de la ciencia.
Alejar de los textos no conformes con los principios religiosos a veces es necesario. En efecto, es sabido que en algunas naciones la clase culta es ajena a la Iglesia porque no fue educada e instruida cristianamente. Muchos individuos han encontrado su ruina moral e intelectual en los textos de estudio. Muchos errores, muchas herejías que han perturbado los ánimos y las sociedades, muchas agitaciones, muchos descarríos de chicos, de jóvenes y también de adultos, tienen a menudo sus lejanos orígenes en un libro de texto o en una enseñanza aprendida en la escuela.
Elevar a Dios a través del estudio no debe ser difícil para el apóstol escritor, que no es movido por el ansia de fama o de dinero, sino por la abundancia de la caridad.

Cómo deben ser

Los textos escolares preparados por el apóstol deberían ser los mejores, de modo que se puedan imponer a los textos adversarios, anticatólicos, acatólicos o indiferentes.
Para ser tales deben tener caracteres particulares, que se pueden reducir a los siguientes:
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valor espiritual, decoro literario, eficacia educativa.
Valor espiritual: o sea, el poder de influir sobre las facultades espirituales de aquellos que los adoptan, para ayudarles lo máximo posible en el campo de la ciencia y de la religión.
Decoro literario: corresponder a las mejores reglas de la ciencia, del arte, al amparo de los programas gubernativos de los diferentes tiempos y lugares, salvo que lo impidan motivos de fe o de moral.
Eficacia educativa: tender a formar verdaderos hombres o ciudadanos cristianos, tal como lo requieren los tiempos, los lugares y las circunstancias particulares.

Normas prácticas

Los tres caracteres expuestos arriba persiguen lo que debe ser como la tesis que se propone todo texto: elevar a Dios a través de la ciencia y de la naturaleza. Esto se deberá obtener diversa y magistralmente.
Diversamente, o sea, adaptarse a las ciencias. En efecto una cosa son las enseñanzas que se pueden sacar de las ciencias físicas (generales y particulares), otra la de las matemáticas (puras y aplicadas) y otra la de las filosofías (lógicas, metafísicas, estéticas, morales e históricas).
Magistralmente, o sea, insinuarse sin herir, sin cansar; mejor aún, de modo agradable, atrayente, convincente, seductor.
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CAPÍTULO XXV
GEOGRAFÍA

Una de las ciencias y de las artes que pueden con mayor facilidad servir de medio para elevar el hombre a Dios, es sin duda la geografía.
El apóstol la tratará de modo completo y eficaz si sabe ponerla al servicio del individuo y del apostolado.

La geografía al servicio del individuo

Son tantas y tan frecuentes las relaciones del hombre con la creación, y en particular con la tierra, que nadie puede desinteresarse por completo de la geografía.
Hay quien tiene un conocimiento teórico más o menos amplio de la misma y quien (son naturalmente la mayoría) se
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limita a un simple conocimiento práctico. Pero no hay nadie que la ignore por completo.
El apóstol sepa aprovechar este hecho universal para elevar los ánimos de las criaturas al Creador.
En los tratados y textos de estudio de la geografía general y de sus partes (geografía astronómica, física, política, comercial, antropológica, étnica, moral, religiosa...) propóngase siempre ayudar de modo conveniente al alma de los lectores recordando ora esta, ora aquella verdad divina.
A veces convendrá aludir a la doctrina católica acerca de la creación divina: «Deus creavit cælum et terram»;1 todo viene de Dios, todo es regido por Dios y todo debe volver a él.
Y ¿por qué ha creado Dios el mundo? Para coexistir con otras existencias, vivir con las otras vidas, comunicar su pensamiento a otros que piensan, amar a otros seres y ser amado. «Universa propter semetipsum operatus est Dominus».2
A veces en cambio se podrá aludir a la bondad de las criaturas. En el mundo no hay nada inútil, nada originaria e intrínsecamente malo.
Ciñéndonos a la tierra y a parte de ella, el apóstol recordará que Dios se la ha dado al hombre
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para que se sirva de ella. Las ocasiones para elevar los hombres a Dios por el estudio, por la contemplación e incluso por la simple observación de la naturaleza y de cada una de sus partes serán innumerables.
¿A qué elevaciones no pueden, por ejemplo, llevar el resplandor del cielo, la alegría de las flores, los trinos de las aves, las mieses que se doran al sol, la inmensidad del mar azul?...
El libro de la naturaleza contiene enseñanzas para todas las categorías de personas, para todas las edades, para todas las condiciones de vida. Lo leen y lo entienden particularmente las almas puras y sencillas.
La montaña, por ejemplo, ejerció un poderoso influjo en el alma de Pier Giorgio Frassati: en ella contemplaba las grandezas del Creador. Desde las rocas que se recortan agudas contra el cielo le resultaba más fácil escabullirse de la tierra y encontrarse con Dios. La oración allí se le hacía más dulce porque le parecía unir su voz a la de la naturaleza.
Para san Francisco de Asís la creación era un canto armonioso que le arrobaba la mente y el corazón en Dios.
Para muchas almas las cosas incluso más insignificantes proclaman la sabiduría y el amor divino.
Oh, ¡sepa el apóstol elevar al Creador [el himno] de la creación! Enseñe a las almas el modo de unir
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el canto de su corazón al del cielo, de las estrellas, de la tierra y de toda la naturaleza.

La geografía al servicio del apóstol

Para el apóstol la geografía tiene una misión particular: entusiasmar al lector y guiarlo a conocer su existencia para contribuir a la realización de la plegaria de Jesucristo: «Que [todos los hombres] te conozcan a ti y al que has enviado... y habrá un solo rebaño y un solo pastor».3
Pero para obtener esto es necesario presentársela de modo pastoral y hacérsela amar.
Será pastoral el trozo o artículo de geografía que junto con las noticias científicas profanas desarrolle todo lo que afecta al estado científico, moral y religioso de los pueblos.
Respecto al estado científico no basta una simple noticia del grado de instrucción. Es necesario exponer claramente las ideas sociales, políticas y religiosas, el pensamiento, las doctrinas filosóficas corrientes y en consecuencia el estado del periodismo y de la prensa en general: si es buena, indiferente o mala. Noticias precisas y particulares relativas a la escuela, los maestros (qué parte tienen en la misma los católicos y especialmente
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los religiosos), el cine, la radio... Esto, teniendo en cuenta la índole del escrito.
Como el estado científico, también el moral varía de una nación a otra. Todo pueblo tiene proporcionalmente, como todo individuo, su propia índole, tradiciones y mentalidad específica. En consecuencia pónganse de manifiesto las dificultades y las esperanzas para la vida cristiana y para la religión católica y los medios para una mayor difusión.
Prácticamente se puede responder ora a una, ora a otra, cuando no a todas las siguientes preguntas: ¿Hay partidos políticos? ¿Qué relaciones tienen con respecto a la moral? ¿El Gobierno es cristiano? ¿Y los gobernantes? ¿Qué religión profesan? El talante político ¿es sano? La administración de la justicia ¿es recta? Las leyes ¿tutelan la moralidad pública? ¿Domina quizá la inmoralidad en los contratos y en los negocios? ¿Hay lucha o colaboración entre las clases? ¿Cuáles son las relaciones con la Santa Sede? En las familias ¿hay honradez, paz, respeto mutuo? Los individuos ¿rehúyen la licencia, los peligros, los placeres?, ¿respetan el honor, la persona, los bienes ajenos?...
Se deberá dar, por fin, un desarrollo especial a cuanto concierne a la religión. Y, en particular, a la religión o a las distintas religiones practicadas, al número de los católicos, del clero y de los religiosos, a la organización,
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al progreso, las dificultades y facilidades, el número de los misioneros, sus obras e instituciones...
A menudo, además, especialmente si se trata de lugares de misión, se puede oportunamente aludir a la misión civilizadora de la Iglesia y a la dilatada aportación científica y geográfica que la actividad misionera ha dado a la humanidad. Conviene recordarlo: el misionero no es sólo el apóstol que enciende en el corazón de los infieles la llama de la fe y de la caridad, sino que es también un gran benemérito del progreso humano al par que explorador, científico, reformador y civilizador.
Todas estas cosas preséntense de modo agradable, de suerte que entusiasmen e infundan santos ideales.
Póngase particular cuidado en preparar los textos destinados a los estudiantes que se preparan para el apostolado de la edición o el apostolado misionero.
Se trata de contribuir en gran parte a abrir la mente de los jóvenes alumnos a grandes ideales y sus ojos a vastos horizontes de acción. De hacerles comprender cuán noble y amplia es la misión del sacerdote, del religioso y del cristiano generoso, que abandona sus intereses para darse a las almas mediante la caridad de la
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oración, del sacrificio y de la acción, para llevar las almas a Jesucristo.
Valga un ejemplo profano. Taine, historiador francés, atribuyendo a Napoleón gran parte del éxito de sus conquistas al estudio apasionado de la geografía, imagina ver en la mente del gran conquistador tres atlas. El primero es un atlas militar formado por una enorme recopilación de cartas topográficas minuciosas, como las del Estado Mayor, con el plano particularizado de las fortalezas, la designación específica y la distribución de todas las fuerzas de tierra y de mar, equipajes, regimientos, baterías, arsenales, almacenes, reservas presentes y futuras en hombres, caballos, carros, armas, municiones, víveres, etc.
El segundo es un atlas civil, parecido a los grandes volúmenes que contienen los balances del Estado, con todas las indicaciones de las rentas y de los gastos ordinarios y extraordinarios, impuestos, productos de los bienes nacionales, pensiones y trabajos públicos. Por último, toda la jerarquía de las autoridades civiles, eclesiásticas, judiciarias, ministros, prefectos, profesores, cada cual con su grado, casa, atribuciones y honorarios.
El tercer atlas es un gigantesco diccionario biográfico y moral donde, como en un archivo de la policía, cada persona algo notable, cada grupo local, cada clase profesional
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o social y cada pueblo tiene su ficha con la indicación sumaria de su condición presente, de sus necesidades, de sus antecedentes y por consiguiente de su carácter ya probado, de sus disposiciones posibles en el futuro y de su probable conducta.
Al final de las conquistas, por más que estos tres atlas se hayan ido agrandando, siguen aún completamente esculpidos en la mente del gran Napoleón.
Él no sólo conoce el compendio total y los compendios especiales, sino incluso todas sus particularidades. Lee en su interior corrientemente y a todas horas. Ve en conjunto y en las distintas partes las diversas naciones que gobierna directamente, o por medio de otros, las diversas regiones que ha conquistado o recorrido. Primero Francia, aumentada con Bélgica y el Piamonte; después España, donde ha estado, vuelto e instalado a su hermano José. Italia del sur, donde, en lugar de José, ha puesto a Murat; la Italia central, donde ocupa Roma; la Italia del norte, donde Eugenio es su vicegerente. Dalmacia e Istria, anexas por él a su imperio; Austria, que invade por segunda vez; la Confederación del Rin, creada por él y que él mismo dirige; Westfalia y Holanda, donde sus hermanos Luis y Jerónimo son sus lugartenientes; Prusia, después de haberla vencido y mutilado, se sirve de ella
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como de instrumento para tener en su mano las plazas fuertes.
Este es el secreto del gran conquistador.
[No] muy diverso debía de ser san Pablo. Hay quien se lo imagina así: con los ojos en el panorama geográfico del mundo pagano, el alma tensa noche y día a todos los hombres para comunicarles a todos el ardor santo que lo consume y transforma en Jesucristo.
No diversa debería ser toda alma apostólica a la cual Jesús extiende el mandato dado a los apóstoles: «Id y predicad a todos los hombres».4
Concluyendo: la geografía, puesta al servicio del individuo y del apóstol, contribuye a la mayor gloria de Dios y al mayor bien de las almas, porque es medio apto para dirigir las mentes, las voluntades y los corazones a Dios, primer principio y último fin de todas las cosas.
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CAPÍTULO XXVI
REVISTAS BIBLIOGRÁFICAS

La prensa apostólica no se limita a producir obras según su fin específico, sino que asume, entre los otros, también el cometido de orientar las mentes y las conciencias acerca de la producción de la prensa internacional, nacional y particular. Al respecto se propone un doble fin: condenar la mala prensa y sostener la buena.
Esto es necesario porque, como sabemos, en los cinco continentes se publican cada día cientos y miles de volúmenes y periódicos: otros tantos maestros que enseñan el bien o el mal, la verdad o la mentira según sean buenos o malos, falsos o veraces.
La Iglesia docente no controla ni juzga inmediatamente toda esta inmensa producción. Ni puede ni quiere hacerlo.
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Puede hacerlo en cambio el apóstol con el apoyo y en dependencia de la Iglesia.
Las actividades más adecuadas al fin son naturalmente las revistas bibliográficas para las producciones nacionales e internacionales y las recensiones para las producciones particulares.
Reservando al capítulo siguiente el argumento de las recensiones, trataremos ahora el de las revistas bibliográficas, proponiendo dos: una general para las producciones internacionales y otra particular para las producciones nacionales, locales o de géneros o autores particulares.

Revista general

Debería tener el fin de orientar las mentes y las conciencias acerca de las producciones de la prensa de todo el mundo (al menos las más influyentes). Formular, pues, sobre ellas juicios autorizados basándose en los principios cristianos y después hacerlos llegar a todos los hombres y en particular a aquellos que en la Iglesia y en la sociedad tienen el oficio de guiar a las masas del pueblo y de los lectores.
Es fácil comprender que una revista de este género tiene un cometido amplísimo y sumamente delicado. En particular se propone:
1. valorar, según los principios evangélicos, cristianos y católicos, toda la actividad que se desarrolla en el campo de la prensa;
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2. dar los conocimientos teológicos necesarios, indicar las vías seguras, distinguir la verdadera de la falsa ciencia, proyectar la luz y las repercusiones de la revelación sobre las ciencias naturales, aplicar la doctrina católica a las nuevas necesidades;
3. indicar cuáles son las obras y los periódicos convenientes para conocer el estado del saber del propio tiempo, los puntos todavía controversos y los resultados ya conseguidos y pacíficos;
4. iluminar y guiar a los escritores, editores, libreros y propagandistas acerca de los argumentos y las obras que han de excluirse, los vitales y más nobles que han de tratarse y difundirse;
5. poner a los hombres en guardia contra las fuentes envenenadas y los maestros de error y de inmoralidad;
6. indicar a los lectores las fuentes puras del saber cristiano y de la santidad de la vida;
7. invitar, en suma, a todos aquellos que se aman a sí mismos y a los hombres, a servirse de la prensa para iluminar, socorrer y salvar.
Para redactar una revista así concebida no basta un individuo, o individuos aislados, sino que es necesario un equipo de redactores competentes que puedan examinar y juzgar con autoridad, precisión, claridad, tempestividad e imparcialidad. Se trata de examinar y juzgar toda la producción editorial que ve la luz cada día en el mundo, todas las ciencias, formas y géneros literarios.
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Revistas particulares

Pueden ser en forma de revista o también de reseña. En la práctica son muy útiles, a veces necesarias, y tienen un fin práctico dado que guían y orientan a escritores, impresores, libreros, propagandistas y sobre todo a aquellos que tienen oficios de responsabilidad: padres, educadores, bibliotecarios, pastores de almas.
Un tipo de este género lo tenemos en Italia en la Rivista di Letture, de Casati.1 Su finalidad consiste en juzgar el contenido de los libros de lectura popular, especialmente desde el aspecto moral-religioso. Da, pues, reglas prácticas para aquellos que deben dirigir las lecturas populares, clasificando los libros que han de leerse con cautela, esto es, reservados para adultos o para categorías especiales de lectores, y los libros que han de figurar en las bibliotecas católicas.
Dicha revista es fruto de un largo y paciente trabajo. Tiende a preservar a los inexpertos de los graves peligros de lecturas peligrosas; indica las inspiradas en principios sanos; es guía práctica y segura para los padres, los bibliotecarios, los educadores y los directores de almas.
El ejemplo que ha dado el celoso sacerdote italiano en el campo religioso-popular debería ser imitado en todas las naciones y para las producciones de todos los géneros, sean de objetivo intelectual o moral, económico o recreativo.
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Las revistas particulares deben tener el mismo fin que la general, y poseer sus mismos caracteres, a saber:
Autoridad, con la que escritores, editores, libreros y lectores se sientan apoyados e iluminados sin titubeos.
Precisión, examen atento y juicios que correspondan a los objetivos.
Claridad, o sea, el juicio equilibrado, preciso y seguro acerca del valor doctrinal, moral y artístico. Prácticamente, este parece el carácter más importante. Se podría definir mejor: carácter pastoral, objetivo. (Sin hacer alarde de palabras incomprensibles, sin vanas alabanzas y tampoco humillantes o demasiado sarcásticas condenas, no una simple crítica literaria, sino un juicio objetivo y equilibrado).
Tempestividad, por la que los lectores son puestos con tiempo al corriente [de las nuevas publicaciones] y conocen la posición que adoptar frente a la novedad que se les presenta.
Imparcialidad, que asegure la estima y la consiguiente difusión de la revista. La revista no debe, por así decir, «venderse» a ningún autor o editor, a ninguna orientación o partido.
Los tiempos y las circunstancias sugerirán el título, la periodicidad y los caracteres particulares.
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CAPÍTULO XXVI/BIS
RECENSIONES

El término «recensión» se toma aquí en su significado científico de «reseña» y en el práctico de «examen crítico» de una obra nueva, con juicio de su valor y mérito.
En el apostolado de la prensa las recensiones deben perseguir la utilidad práctica de los lectores y de los propagandistas: iluminar a los primeros en la elección y guiar a los segundos para una sabia difusión.
Para conseguir este fin deben ser: completas, escrupulosas, hechas con competencia.1
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Completas

Es completa aquella recensión que presenta: el autor, el título de la obra, el editor, el formato, la característica tipográfica, el número de las páginas, el resumen del contenido y el juicio sobre el valor doctrinal, moral y artístico.
El autor de una obra nueva puede ser conocido o no. A veces basta consignar el nombre; otras, en cambio, conviene recordar sus méritos y enumerar las obras precedentes ya conocidas por el público.
Si se trata de un autor célebre por alguna obra, se le podrá presentar como se hizo en Italia con el autor de la Pratica progressiva della confessione e della direzione spirituale.2
Nótese sin embargo que a veces autores, incluso profanos, no son apreciados en su tiempo o en algunos períodos en los que circulan ideas contrarias o no conformes con las de ellos. Tenemos un ejemplo en san Alfonso: sus obras fueron desaprobadas y dadas públicamente a las llamas por los contemporáneos.
Del autor es muy útil dar noticias particularizadas: si vive o ha muerto, la patria, la profesión (si es laico, eclesiástico o religioso), alguna pincelada sobre su vida, sus méritos, los valores de sus obras, etc.
El editor es generalmente el impresor. Por
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él muy a menudo se puede deducir el carácter del libro tanto respecto al contenido como a la técnica, porque cada casa editora, bien constituida, tiene un carácter propio que distingue sus ediciones de las demás.
También el formato, el número de las páginas y el precio deben constar en una recensión, porque con mucha frecuencia los lectores desean que se les informe sobre ello.
El contenido debe ser expuesto fiel y exhaustivamente, de modo que mediante la recensión el lector pueda hacerse una idea completa del argumento y de cómo se desarrolla. Tratándose de lecturas amenas, dése, pues, el compendio. En cambio, si se trata de obras difíciles de resumir, póngase el índice y el esquema general.
El juicio versará sobre el valor intrínseco y extrínseco de la obra. El intrínseco concierne a la conveniencia y el contenido en sentido religioso y científico, y debe hacer resaltar la característica de la obra. El extrínseco se refiere a la estética.
El juicio dado por el apóstol debe ser pastoral, y por ello especificará la categoría particular de personas a las que está dirigida o es aconsejable la obra y sugerirá los medios prácticos de propaganda o, si es el caso, de distribución.
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Concienzudas

La recensión puede tener serias consecuencias sobre las almas respecto a la justicia. El recensor debe, pues, obrar rectamente, esto es:
Ser escrupuloso en la lectura: leer todo y «hasta el fondo», especialmente si se trata de novelas, de obras narrativas o de otras que pueden contener páginas, expresiones o también palabras indignas, equívocas o poco loables.
Sereno en el juicio: no se deje llevar por eventuales simpatías o antipatías por el autor, el editor o el género de obra que examina. El apóstol debe buscar no su gusto o el ajeno, sino el verdadero valor de la obra. Y tampoco debe dudar, con excesivo temor, en contradecir cuando la obra es realmente imperfecta.
Claro, para distinguir si la obra es buena en todos los aspectos. Y prácticamente, si es recomendable o defectuosa en alguna parte; si es pasable para ciertas categorías de personas como estudiosos o adultos; si necesita correcciones, pero no hasta el punto de «hundirla del todo»; si es apenas tolerable; o bien si se ha de excluir por completo.
Preciso al indicar la categoría de personas a las que puede beneficiar la obra.
Es un hecho indiscutible que se da generalmente demasiado crédito a lo que está impreso, por la
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simple razón de que está impreso; que muchos leen ciertas publicaciones con extrema ligereza, sin saber juzgar o elegir.
Y sin embargo, no todos los libros, aunque estén «planteados» católicamente y escritos de manera egregia, son indicados para todos. Por ej., hay obras que pueden ayudar mucho a personas maduras, pero que sería grave imprudencia ponerlas en manos de la juventud. Hay otras que requieren una cierta cultura, una cierta preparación y experiencia para ser comprendidas como es debido y no malentendidas.
Préstese asimismo particular atención a la hora de examinar los libros «para chicos». ¡Se piensa erróneamente que ellos no entienden ciertas cosas! Es más, a menudo lo que es «menos entendido» excita más su curiosidad y les impulsa a informarse entre los compañeros...
No debe haber nada que pueda turbarlos. Y tampoco son aconsejables aquellas aventuras que pueden excitar en exceso la fantasía, aunque no haya nada malo en la narración.
A veces sobre esto no hay nada que objetar, pero las ilustraciones son todo menos correctas. Y no es raro el caso de obras que tratan argumentos apropiados para personas mayores, con estilo, ilustraciones... indicadas para los pequeños.
El apóstol recensor, consciente de su responsabilidad ante Dios, ante sí mismo y ante las
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almas, tamice siempre cuidadosamente todos los elementos de las obras que examina, sopese los pros y los contras, sintetice por fin su propio juicio, procurando expresarlo del modo más completo posible y con el menor número de palabras.

Hechas con competencia

De lo arriba expuesto se deduce fácilmente cómo la recensión no puede ni debe ser hecha por personas incompetentes.
En líneas generales, pues, no podrá una sola persona ocuparse de todo género de recensiones, sino que cada cual sólo deberá ocuparse de las que atañen a la rama del saber en la que está especializado.
El motivo es evidente: el recensor debe ser capaz de juzgar al autor. Ahora bien, si por ejemplo de un autor de textos escolares se requiere que posea ampliamente no sólo la materia que trata, sino que tenga la experiencia personal adquirida en la enseñanza, a fortiori estas prerrogativas se deberán exigir en aquel que, con la recensión, ha de juzgar la obra hecha por el autor.
Y para juzgar una obra no basta el simple sentido común. Hacen falta ideas claras y competencia.
El apóstol trate, pues, de formarse criterios
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de juicio para saber discernir el bien o el mal, entre tanto papel impreso que inunda el mundo, y poder iluminar a las almas que se benefician del apostolado.
Criterios no fugaces y personales, sino seguros, que establezcan, especialmente en el campo religioso, normas absolutas.
Criterio absoluto en materia de fe es el dogma. Una publicación que se permita burlarse o incluso tan sólo discutir una verdad revelada y enseñada como tal por la Iglesia, ha de rechazarse sin más.
Criterio absoluto en materia de costumbres es la ley moral (ley natural, decálogo, Evangelio, leyes eclesiásticas). Una prensa que se hace pregonera de costumbres contrarias a esta ley, ha de proscribirse.
Prácticamente hemos de atenernos, donde es posible, a cuanto está expuesto en el Código de Derecho Canónico, en el Índice de los libros prohibidos y en el juicio del Instituto jurídico de la revisión eclesiástica.
Para casos particulares, no sometidos al juicio de la Iglesia, pueden aplicarse otros criterios de juicio práctico como:
- el autor;
- la casa editora;
- el sentido común;
- el tiempo en que han aparecido las publicaciones, para no aplicar a hombres y cosas del
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propio tiempo juicios que se refieren a tiempos diversos;
- el ambiente en el que han aparecido las publicaciones;
- las categorías particulares de personas a las que están destinadas;
- la edad, el sexo, la instrucción y la formación, especialmente religiosa y moral, de las personas a las cuales va destinada la prensa.
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CAPÍTULO XXVII
POLÍTICA - CIENCIAS SOCIALES - FILOSOFÍA

La política, las ciencias sociales (sociología, derecho, economía) y la filosofía pueden ser objeto de tratamiento para el apóstol escritor cuando lo exigen la defensa y la propagación de la fe, de la moral natural y cristiana.
En caso de necesidad pueden servir de orientación general las siguientes normas.

Política

El Evangelio tiene al respecto un precepto categórico: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»1.
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Precepto que el apóstol debe seguir con la prudencia de la serpiente y la sencillez de la paloma.
En particular:
1. Tenga siempre presentes las relaciones de la Iglesia con el Estado: se trata de dos sociedades perfectas, independientes, que tienen territorio y súbditos comunes. Entre ellas no debe haber oposición ni paralelismo, sino concordia: en materia de religión, el Estado está subordinado a la Iglesia, y depende ella con una dependencia directa, negativa y positiva.
2. Su política sea la del Papa. Pronúnciese sólo cuando se trata de fe y de moral, y entonces se regulará de este modo: a) Se someta e inculque sumisión a las leyes que no son injustas. b) Cuando se trata de leyes injustas, se substraerá a ellas de la manera que ha de hacerlo todo cristiano fiel. Y, si en el caso tiene libertad de palabra y de prensa, proteste enérgicamente en defensa de los derechos de Dios, de la Iglesia y de las almas. Cuando no pueda hacer obra directa de defensa, recurra a la oración y al sacrificio.

Ciencias sociales

El nombre de ciencias sociales abarca aquí particularmente tres: la sociología, el derecho y la economía política.
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De ciencias sociales se puede escribir de modo absoluto y de modo contingente.
Absoluta y moralmente esas ciencias tratan de las acciones del hombre como miembro de la sociedad. En este sentido forman parte de la moral cristiana y por consiguiente son campo propio, directo e inmediato del apostolado. El escritor católico puede tratar de ellas como materia propia, tal como las tratan santo Tomás y san Alfonso.
En su contingencia y técnicamente se refieren al modo de reconducir los hechos sociales a leyes generales (sociología), - al conjunto de las leyes y su estudio (derecho), - al arte de administrar la riqueza, el gobierno y los movimientos sociales según justicia (economía).
En este sentido son objeto indirecto del apostolado, y el apóstol tratará de ellas en cuanto es necesario para inculcar que no debe hacerse nada contra la fe y la religión.
Las ciencias sociales deben prestar a la Iglesia y a la religión el apoyo que las cosas materiales y temporales deben a las espirituales y eternas.
En cualquier caso, el apóstol se atendrá a la enseñanza social del Evangelio, viviente en el magisterio pontificio.
Sírvanle de norma y de guía los documentos pontificios referentes al magisterio y a la acción social de la Iglesia en el mundo.
Entre ellos ocupan un puesto eminente los que van desde el pontificado de Pío IX al de
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Pío XII: un período de 77 años, que hasta ahora ha sido espectador de las más grandes convulsiones políticas y sociales. Los principales de estos documentos expresan las ideas fundamentales sobre las cuales la Iglesia desea [ver] reconstruida la sociedad y conciernen a la persona humana, la familia, la enseñanza, el trabajo, el capital, la propiedad, las relaciones sociales, el Estado y la Iglesia.2

Filosofía

La filosofía, y en especial la ética, forma parte de las ciencias sociales.
El apóstol puede tratar de ella directa e indirectamente.
En el primer caso se atendrá a la filosofía aristotélico-tomista como a ciencia adoptada por la
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Iglesia y que constituye la base y el armazón de la teología católica. Puede exponer también los sistemas contrarios revelando sus puntos discrepantes y mostrando su irracionalidad e ilogicidad así como sus tristes efectos.
En cambio, cuando trata de ella indirectamente, aun apoyándose en sus aserciones, se atendrá a la filosofía pidiéndole ayuda corroborante y probatoria,3 a la que ningún bienpensante puede oponerse.
Al apóstol, por otra parte, le incumbe de modo particular el demostrar y hacer comprender que la verdadera filosofía es la cristiana.
En efecto, merece el nombre de verdadera filosofía [la] que carece de errores en torno a los problemas del universo, de la naturaleza y de la vida humana.4
Pero sólo la filosofía cristiana puede tener tal prerrogativa, porque posee la luz de la revelación que la libra de todos estos errores. Y la historia sirve para demostrar que sólo después del cristianismo la filosofía ha podido evitar los fallos en torno a los principales problemas de la vida, y que sólo a la luz de la fe cristiana ha podido hacer los progresos extraordinarios que encontramos en santo Tomás de Aquino y en los cultores de la filosofía perenne.
Tratar en su justo sentido la política, las ciencias sociales y la filosofía pueden ser medios
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de orientación de las masas hacia los dos grandes deberes de todo hombre: el amor a Dios y el amor al prójimo.
Las normas particulares aquí expuestas pueden servir también de guía para tratar otras ciencias, especialmente las profesionales.
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CAPÍTULO XXVIII
ILUSTRACIONES

Las ilustraciones, o imágenes, las figuras que acompañan y explican el pensamiento escrito o lo expresan, pueden ser sumamente útiles para el apostolado cuando se tiene en cuenta su poder psicológico y son usadas convenientemente.

Poder psicológico de las ilustraciones1

Del género que sean y como quiera que se presenten, además del propósito estético, las ilustraciones están ordenadas al menos a uno de estos
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tres fines: aclarar el pensamiento, mover la voluntad, impresionar el sentimiento.
La historia puede demostrarlo. En todo tiempo se ha sentido la necesidad de acompañar y explicar con ilustraciones -aunque sean simples xilografías o grabaciones- hechos, teorías y obras literarias, científicas y populares, para facilitar no sólo su comprensión sino también su asimilación.2
El campo abierto a las ilustraciones es universal. Es como una puerta abierta al mundo sobrenatural y natural.
En efecto, se presta a representar y comentar las más altas verdades de la doctrina cristiana en sus tres partes: fe, moral y gracia; así como a representar y comentar la belleza, el poder, la sabiduría y las obras de que están repletos la vida y el mundo.
Corresponde a una de las grandes aspiraciones del hombre hacerse sensible al mundo sobrenatural, espiritual y natural, para poder contemplar, aunque sólo sea en imagen, lo que hay de maravilloso y de inalcanzable: desde las sublimidades de los cielos hasta las profundidades de los océanos; todo lo que hay en él y fuera de él, los seres que existen y los que existieron a lo largo de los siglos, sin excluir a los de las épocas más lejanas.
Por otra parte, si se considera el valor de la ilustración en el campo instructivo, educativo y formativo, fácilmente se comprende que es grandísimo, superior al mismo escrito o impreso.
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La página de libro, por muy coloreada que esté, no llegará a excavar en el espíritu un surco tan profundo como el que puede abrir una ilustración.
La lectura impresiona la fantasía, mientras que la ilustración impresiona al ojo. Y «la luz de los ojos -como escribe Salomón- alegra el corazón».3
Así, pues, antes de hablar a la fantasía, al apetito, al intelecto o a la voluntad, habla al sentido de forma agradable. Por ello tiene un poder más sugestivo que el mismo texto porque, como enseña la buena filosofía tradicional, el intelecto entiende «per conversionem ad phantasmata».4 La ideas se filtran [en el] ánimo a través de los sentidos, y son tanto más claras y eficaces cuanto más vivas e impresionantes son las imágenes que los sentidos mismos nos proporcionan.

Utilidad de las ilustraciones en el apostolado

La ilustración es, como todos los descubrimientos del genio humano, una fuerza de por sí indiferente que puede ser puesta al servicio de la verdad y de la mentira, del vicio y de la virtud, de Dios y de Satanás.
En poder del apóstol puede convertirse en medio natural potentísimo que, cooperando con el sobrenatural, la gracia, excita las inteligencias
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a la fe, las voluntades a la santidad y los corazones a la unión con Dios.
Por eso fue profesado, defendido y justificado siempre el culto de las imágenes [sagradas] en la Iglesia católica. Para convencerse de ello basta leer, por ejemplo, las obras de san Juan Damasceno y los decretos de los concilios ecuménicos IV y VIII.
Lo demuestran igualmente la historia y el uso de todos los tiempos y lugares, así como la experiencia cotidiana. Mediante ilustraciones se han hecho accesibles, incluso a las personas más sencillas, la mística de santa Teresa y de san Juan de la Cruz, la infancia espiritual de santa Teresita del Niño Jesús y otras doctrinas altísimas.
Simples ilustraciones ayudan a aprender también a los niños los misterios más sublimes de la fe, como el de la Sma. Trinidad o de la encarnación... Ante el Juicio universal de Miguel Ángel, en el Vaticano, uno se siente naturalmente llevado a admitir el verdadero sentido de la Providencia, de la Justicia divina.
La representación de los mandamientos, de las virtudes y de la vida de los santos ayuda a la voluntad a concebir firmes propósitos de bien.
Las ilustraciones que representan los premios reservados al alma fiel y los castigos a la infiel, las que figuran la belleza de la caridad, la satisfacción cristiana de las almas que trabajan y sufren por Dios, como los mártires y confesores...
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impelen a abrazar generosamente la voluntad divina como conviene según los mandamientos, el ejercicio de las virtudes cristianas y la práctica de los votos religiosos.
El Crucifijo es también un gran libro para las personas que no saben leer. La representación de los mandamientos dispone los ánimos para recibirlos dignamente. La representación de la Misa o la de los misterios del rosario concilian la devoción, el recogimiento, la fe y la caridad. La del Vía Crucis suscita sentimientos de amor, dolor, humildad y oración. Los cuadros que representan a la Virgen, san José, los ángeles y los santos son para todos, incluso para los cultos, invitaciones y atracciones delicadísimas. ¿Quién no se conmueve, por ejemplo, ante la Virgen del beato Angelico, la última Cena de Vinci o el Sgdo. Corazón de Reffo?
Dogma, moral, sacramentos, sacramentales y oración tienen en el arte un poderoso aliado.

Normas para el apóstol

Use mucho las ilustraciones. Con frecuencia una figura vale por un artículo o un libro.
Para quien no sabe leer, por ejemplo los salvajes, o para los de otra lengua, se puede dar tan sólo en cincuenta y dos cuadros toda la religión: creación, Sma. Trinidad, encarnación, pasión,
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muerte, resurrección de N.S.J., Pentecostés, los diez mandamientos, los siete sacramentos, los novísimos...
Todo argumento de orden natural y sobrenatural puede ser, para un pintor, una buena ocasión para elevarlo a la dignidad de predicador, misionero o maestro.
Úselas bien. Cuando la ilustración está al servicio del texto escrito, debe expresar exactamente el pensamiento del autor. Por ejemplo, si quiere ilustrar Los novios, ante todo deberá abrazar la tesis que se propone el autor: la inocencia perseguida por los prepotentes es protegida por Dios, mientras que la prepotencia será castigada un día por él. Se dará, pues, importancia a los cuadros principales: el P. Cristóbal que, levantando el dedo, pronuncia el «llegará un día»; don Rodrigo, apestado, que muere con el perdón de Renzo; la nueva familia de Renzo y Lucía en compañía de Inés, bendecida por Dios y alegrada por el primer nacimiento.
Las figuras que ilustran un texto, trátese de un libro o de un simple artículo, expliquen, confirmen e inculquen aquello que es su fin principal.
Todas las ilustraciones hechas o inspiradas por el apóstol propónganse un fin doctrinal, moral o litúrgico y, cuando sea posible, los tres juntos.
Úselas artísticamente. Las ilustraciones
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serán bellas en el verdadero sentido, rehuyendo el peligroso principio de «el arte por el arte». Sean convenientes para el grado de personas a las que están destinadas; también populares, si hace falta, pero siempre decorosas. Sean adecuadas al fin y cuidadas con mucha delicadeza, advirtiendo que hoy muchos pintores, que a pesar de todo se consideran sagrados, no lo son.
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CAPÍTULO XXIX
LA TÉCNICA EN LA PRENSA

Con la expresión «técnica en la prensa» se entiende aquí, además de la forma literaria, también el conjunto del trabajo de composición, impresión, confección y expedición necesario para multiplicar el manuscrito y hacerlo llegar al lector como es debido.
Esta es la segunda parte del apostolado de la prensa. Parte que, como dignidad, es inferior a la redacción y a la propaganda, pero de suma importancia: multiplica la palabra, la fija, la hace visible, bella, apetecible y fascinante.
Ordinariamente, por ello, la buena forma literaria y la agradable presentación tipográfica son coeficientes preciosos de apostolado.
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Convencido de la importancia práctica de la técnica, el apóstol procurará buscar plumas selectas para el apostolado, cuidar el trabajo material de las publicaciones según las exigencias de los tiempos y educar el gusto de los lectores de modo que haga apreciar, amar y asimilar las lecturas sanas.

Buscar plumas selectas

En el apostolado hacen falta plumas escogidas. Lo requiere la gloria de Dios, a la que tiende el apóstol, y el respeto a las almas a las que se dirige. Lo requieren la materia que trata en general y, por fin, la dignidad del mismo escritor, que es maestro, padre y apóstol.
Plumas selectas que se empapen en el Corazón de Jesús y [lo] traduzcan en el papel según las mejores reglas de la estilística.
Plumas escogidas que se ganen los corazones, saturen las inteligencias y arrastren las voluntades. Plumas que sepan adaptarse a los tiempos, a las circunstancias, al argumento y a la categoría de personas a las que están dirigidas.
Cuántas lecturas, y hoy son demasiadas, no sólo no producen admiración en los lectores sino todo lo contrario: disgusto, aburrimiento, indiferencia y a veces incluso indignación.
Cierta prensa buena, católica, que parece pida la caridad de ser soportada, reduce el prestigio fatigosamente adquirido por las mejores publicaciones.
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La forma artística usada por el apóstol escritor debe ser la más sencilla y elegante.

Cuidar el trabajo tipográfico

Se trata de poner al servicio de Dios y del Evangelio la ciencia y las criaturas todas con el empleo de los medios humanos, mecánicos y económicos.
Elíjanse, pues, los obreros mejores y entre ellos prefiéranse los religiosos y las religiosas que, al objetivo principal de su santificación requerido por su estado, unen el del trabajo tipográfico para el apostolado de la prensa.
En un tiempo los monjes empleaban gran parte de su jornada copiando los pergaminos más antiguos; los discípulos de san Pablo multiplicaban sus cartas para hacerlas llegar a todos los fieles; religiosos, sacerdotes y laicos dedican su actividad a multiplicar la palabra de Dios y presentarla de modo convincente a todos los hombres.
Únase a ello la obra de laicos acomodados que pongan sus bienes al servicio del apostolado. Muchas obras católicas no tienen subsistencia, otras son imperfectas o no pueden alcanzar su fin por no estar sostenidas pecuniariamente. Esto se verifica de modo particular en el campo de la prensa, donde escasea la ayuda por no comprenderse su necesidad.
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Los medios mecánicos deben ser los mejores, los más rápidos, económicos y convenientes que deparan los tiempos y la civilización. Por tanto: el teléfono, la radio, la televisión para el acopio de las noticias y de las imágenes; las máquinas más avanzadas para la impresión y la confección, los medios más eficaces y más extendidos para la propaganda.
El apóstol, en su plenitud de caridad para con Dios y los hombres, sepa utilizar para su finalidad todo lo que la Providencia le ofrece, para que desde todas las criaturas se eleve el himno de alabanza al Creador. Sea tan ingenioso que sepa hacer crecer rosas y lirios en la basura y transforme los trapos en papel para el Evangelio.

Educar el gusto de los lectores

Aun dando toda la importancia que merece a la parte técnica, es necesario que los lectores estén convencidos de que ella no constituye lo esencial de la lectura y que se engaña no poco el que da la preferencia a autores y a ediciones no típicamente católicas para satisfacer su gusto estético.
Puede haber veneno en un plato de oro, pero es siempre veneno, y puede haber buen pan presentado sin tanta elegancia y afectación, pero no por ello pierde su sustancia y deja de ser útil y necesario.
Si un libro es malo desde el punto de vista
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religioso-moral, puede hacer mucho más mal que otro con carencias técnicas.
Además cabe notar que los gustos del pueblo en general están poco cultivados y que con frecuencia una publicación grandemente apreciada por personas competentes, sólo logra suscitar escaso interés, cuando no disgusto, en personas inexpertas y de poca cultura.
Por el contrario, personas incompetentes consideran como méritos ciertos defectos de forma, de gusto, de tipografía y de confección que disgustan a quienes están habituados al trabajo intelectual y a tener entre las manos obras artísticamente bellas.
Propóngase, por tanto, el apóstol educar poco a poco el gusto de los lectores:
- haciendo comprender que la buena prensa, aunque sea imperfecta, puede no obstante ayudar;
- ofreciendo una prensa que, aun siendo accesible a la mentalidad común, carezca de defectos deplorables;
- enseñando que, para poder dar un juicio completo sobre una obra, es necesario examinar con competencia la idea inspiradora, la forma literaria adoptada, la sensación que produce la lectura, el aspecto exterior del libro.
Debidamente apreciada por el apóstol y el lector, la técnica ocupará en el apostolado el lugar que tiene el elemento sensible en los sacramentos y los sacramentales.
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CAPÍTULO XXX
LA PROPAGANDA

La propaganda es la tercera parte del apostolado de la prensa, a la cual están ordenadas las dos primeras: la redacción y la técnica. Para que el apóstol no incurra en el peligro de alterar su fin, anticipamos algunos principios acerca de su naturaleza, importancia y medios, que son los mismos ya expuestos para el apostolado en general.

Naturaleza de la propaganda

Para el apóstol, la propaganda es la extensión en el espacio y la prolongación en el tiempo de la obra apostólica del Maestro divino.
Jesucristo, el apóstol del Padre, vino del cielo para indicar el camino de la salvación a los hijos
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descarriados. Cumplida su misión divina, se volvió al Padre después de haber confiado a la Iglesia, en los apóstoles, el encargo de continuar su obra.
En la Iglesia, pues, así como se perpetúa la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, y su autoridad mística en los ministerios sagrados, así se perpetúa su misión divina en la propaganda de la buena prensa.
Se comprende fácilmente que la propaganda entendida en este sentido se diferencia esencialmente del comercio y de la cuestación.
No es comercio porque no es un intercambio de mercancías y de precio, y tampoco busca el lucro, o sea la ganancia, sino la gloria de Dios y la salvación eterna de los hombres.
El apóstol estudia las mayores necesidades espirituales y morales de las almas y de las poblaciones, después escribe y difunde desde el púlpito de la prensa, como el predicador desde el púlpito de la iglesia.
No es cuestación porque no pide, sino da. El apóstol da gratuitamente lo que ha recibido de Dios gratuitamente.
El donativo que pide, la mayoría de las veces, es fijo y ¡bien poca cosa comparada con la palabra de Dios! Es una colaboración con la divina Providencia, parecida al donativo de la Misa, la cual, al par que indica la voluntad del oferente de concurrir con el sacrificio de Jesucristo, tiene también la finalidad de contribuir al sustento de los ministros.
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En la propaganda, por tanto, el donativo-precio expresa la buena voluntad del comprador y tiene el fin práctico de ayudar al sustento del apóstol, de cubrir los gastos del apostolado, procurar la caridad de la verdad a los ignorantes en materia de fe y particularmente suministrar el pan espiritual a aquellos indigentes que viven lejos de Dios y de la Iglesia.
La propaganda debe, pues, llegar a todas las almas, pero especialmente a las más necesitadas, porque el apóstol que la hace debe ser como el Buen Pastor que, tras dejar en lugar seguro el rebaño fiel, corre y se expone a sí mismo por la oveja perdida.
Objeto de las preferencias del apóstol serán los desamparados, los adversarios, los pobres vergonzantes que no osan alimentarse con el pan partido desde el púlpito a la masa de los fieles; los infieles que ignoran al verdadero Dios, Uno y Trino, la obra de la redención, el Evangelio; los asechados en la fe mediante la obra maléfica de los emisarios de Satanás, del mundo, de la carne, a través de la escuela de la prensa, las máximas mundanas...; los vacilantes, los absortos por las preocupaciones de gobierno, de oficio o de trabajo.
Él debe ser el ángel benéfico que recuerda a todos y a cada uno los destinos eternos y los caminos de la salvación, que habla de Dios y del cielo a aquellos hijos de Dios que sólo se preocupan por la tierra.
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Importancia y necesidad

La propaganda constituye el gran problema del apostolado de la prensa. A ella están ordenadas y por ella están como canalizadas la redacción y la técnica. Puede considerarse como el canal a través del cual las verdades que brotan del corazón del apóstol o, mejor, del corazón del Maestro divino llegan a las almas.
El apóstol propagandista es un dispensador1 que toma de la Iglesia los tesoros que le ha confiado en depósito Jesucristo y los distribuye a las almas: «Que la gente nos tenga como servidores de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios».2
Dispensador1 que no limita su acción a unos pocos indigentes, sino que la extiende a todos los hombres, porque los tesoros que posee la Iglesia son para todos. Y ¡basta echar una mirada al mundo para comprender cuál es la necesidad de esta distribución!
Hoy se cuentan sobre la tierra más de dos mil millones de hombres. De ellos sólo una sexta parte aproximadamente profesa la religión católica y es iluminada, alimentada y rescaldada por el sol de las gentes: Roma.
Y esto no porque Roma haya perdido la fe; la palabra de Jesucristo está firme y segura: «Rogavi pro te (Petre), ut non deficiat
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fides tua»;3 tampoco se ha corrompido su moral, porque la moral cristiana es la de todos los tiempos. La Iglesia es y sigue siendo la depositaria de un tesoro inagotable; es y sigue siendo santa.
La verdadera causa es que faltan los dispensadores; faltan los apóstoles que, habiéndose hecho voz de Dios, llamen a las ovejas que se encuentran fuera del rebaño de Jesucristo y aceleren el cumplimiento de la profecía del Redentor: «Y habrá un solo rebaño y un solo pastor».4
A estas ovejas se puede llegar fácilmente a través de la propaganda. Tienda a ella decididamente el apóstol. Para ella cree y forme a los distribuidores.
Libros e impresos se preparan fácilmente. El Catecismo por lo demás, incluso en la edición de los Primeros Elementos, es suficiente para las dieciocho vigésimas partes de la humanidad. Pero ¡es necesario llevarlo, hacerlo conocer!
Movilícense, pues, todos los medios de difusión y de propaganda.
El apostolado de la prensa sin la difusión se puede comparar con una lámpara colocada bajo el celemín, con una familia sin hijos. Como la lámpara, si está escondida, no alumbra, así si la buena prensa está varada en los almacenes no puede iluminar a las almas. Y, como una familia numerosa denota la vitalidad de los
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padres y es garantía de un porvenir largo y fructuoso, así una amplia propaganda denota un ánimo verdaderamente apostólico en quien la hace, y es garantía de frutos copiosos.
Asegurada una prensa con espíritu de verdadero apostolado y suficientemente decorosa para la palabra de Dios que lleva, dedíquese con gran esmero a la difusión.
El error capital de hoy se debe a que el gran talento5 de la Verdad, las riquezas de la fe, de los Padres y de la Iglesia permanecen sepultados, mientras que los enemigos de Dios y de las almas, aplaudidos y recompensados, siembran la cizaña a manos llenas.

Modos de propaganda

Para el apóstol los principales modos de propaganda son los enseñados por Jesucristo y por la Iglesia y requeridos por las necesidades.
Jesucristo enseñó a no esperar a las gentes, sino a buscarlas. Como el Maestro, el apóstol debe propagar la palabra divina en las ciudades, en los pueblos y en las casas incluso más remotas. Debe atravesar los montes, surcar los océanos, dirigirse a todos los hombres porque todos están llamados a conocer el camino de la salvación. Debe interesarse por cada una de las almas, por las familias particulares, por cada una de las parroquias. Organizar librerías, formar promotores, entrar en todas las asociaciones, convencer
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a los encargados de fábricas, a los directores de escuela, a las personas de autoridad...
Naturalmente, todo esto comporta dificultades, sacrificios, peligros, que requieren, además del espíritu de apostolado, también la prudencia de la serpiente, la sencillez de la paloma y la fidelidad del mártir.
Pero el apóstol debe saber olvidarse de sí mismo para darse a las almas y ofrecerse a Dios.
El mártir san Tarcisio puede ser propuesto como modelo y protector.

La Iglesia enseña también el modo práctico de hacer la propaganda. El apostolado de la prensa es el complemento y la prolongación del apostolado de Jesucristo, que vive en los pastores sagrados: por eso, por derecho y por deber, debe recibir de ellos su mayor dilatación.
Por eso la Iglesia enseña que el apostolado, y por consiguiente la propaganda, deben ser efectuados en primer lugar por la Jerarquía eclesiástica.
La propaganda hecha por los laicos debe depender y servir de ayuda a la autoridad eclesiástica, de igual manera que el catequista y la catequista parroquiales enseñan bajo la guía del párroco y le deben obediencia, veneración, respeto y confianza.

Las circunstancias de los tiempos y la tempestividad de combatir a adversarios organizados hacen hoy evidente la necesidad de un ejército completo
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formado por almas ardientes que se consagren explícita y exclusivamente a la propaganda de la prensa católica; un ejército numeroso y organizado que tenga continuidad en el tiempo y que opere ampliamente rebasando los confines de espacio; que sirva a la Iglesia, a las diócesis, a las parroquias y a las misiones y se mueva decididamente para llevar y colocar la lámpara de la verdad donde hay todavía tinieblas y sombra de muerte.
En una palabra, hace falta un ejército de religiosos que se consagren exclusivamente a la prensa y agreguen colaboradores laicos; religiosos suscitados por Dios que se pongan al servicio de la Iglesia y sean aceptados por ella en la mística viña, bendecidos y guiados en su trabajo.
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CAPÍTULO XXXI
EL PROPAGANDISTA

Si por «propagandista» se entiende un mero «distribuidor», la propaganda se convierte para él en un trabajo relativamente simple y fácil.
Pero ¡el propagandista apóstol no es un mero distribuidor! Para él la propaganda es el medio práctico de llevar a las almas, a todas las almas, la palabra de verdad y de salud adecuada a las necesidades particulares de cada una.
Pero ¡qué dificultades conlleva esta adaptación! Unas son las necesidades del niño y otras las del adolescente, del joven o del hombre adulto. Una persona culta tiene exigencias diversas de las del pueblo. Al profesional no le gusta aquello que en cambio le satisface al obrero o al agricultor... E incluso la misma alma ¡no tiene siempre las mismas necesidades!
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No cabe duda de que la verdad es única para todos. También la naturaleza humana es única, y sin embargo ¡qué diversidad en las personas! Se puede afirmar que no hay en ella dos personas completamente iguales. Lo mismo sucede con las almas. Todas están creadas a imagen y semejanza de Dios, todas tienen el mismo principio, el mismo fin, los mismos medios de salvación, pero cada una tiene tendencias y necesidades particulares que varían con la edad y con las circunstancias.
El propagandista debería intuir estas necesidades y salir al encuentro de las mismas con el libro o el folleto adecuado. Esto requiere en él preparación específica, recta intención, tacto e intuición de las almas.

Preparación específica

Es la preparación próxima al ejercicio de la propaganda; en parte es teórica y en parte práctica. Aun variando con el cambio de los sujetos y de las circunstancias, tiene algunas partes esenciales que no deben faltar nunca. La primera y [más] necesaria dote del propagandista es un grande amor de Dios y una humilde adhesión a los Superiores eclesiásticos.
Vienen después:
Conocimiento de las vías de propaganda, al menos de las principales tratadas en este volumen.
Conocimiento de la prensa donde publicitarse, sea con estudios personales o mediante recensiones.
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Conocimiento de las leyes civiles y eclesiásticas que afectan directa o indirectamente al ejercicio de la propaganda.
Conocimiento del ambiente particular donde se debe desarrollar la propia actividad y de los medios prácticos sugeridos por la experiencia.
Adiestramiento práctico bajo la guía de propagandistas expertos.
Aptitud natural o adquirida que lleve a la completa dedicación con ánimo alegre, contento y desinteresado.
Docilidad que lleve a la confianza filial en los Superiores legítimos y a la máxima fidelidad a sus directrices.
Una buena preparación específica así entendida completará en el propagandista los dones naturales, que él deberá sobrenaturalizar porque le sirven de escalera para llegar al Creador y de medio fecundo de apostolado.
Alguna vez la preparación resultará imposible y en el ejercicio del apostolado se presentarán casos imprevistos. Entonces se pondrá ante todo la cosa en manos del Señor, pues él con su omnipotencia puede servirse de las cosas que no son para anular a las que son [cf 1Cor 1,27].
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Recta intención

Coherente y fiel a su alta misión, el apóstol no se servirá de la propaganda como medio para deshacerse de los fondos del almacén, acumular riquezas, satisfacer la ambición propia y ajena, contentar al público o bien para un fin más noble, como por ejemplo para adquirir nuevos medios para el apostolado.
Su fin primero y exclusivo debe ser la gloria de Dios y el bien de las almas. Los demás trabajos e iniciativas están orientados a este fin supremo.
Entre las publicaciones que conviene propagar, el primer lugar les corresponde a las ciencias sagradas: Sgda. Escritura, obras de los santos Padres, Doctores de la Iglesia y escritores eclesiásticos, sagrada teología, liturgia, vidas de los santos, cultura religiosa y todo aquello que habla directamente a las almas de Dios, su primer principio, conservador perpetuo y último fin. Las publicaciones profanas han de atenderse sólo en cuanto pueden servir al fin específico del apostolado. Y esto aunque sean más solicitadas, como sucede por ejemplo en el sector de las lecturas amenas.
Entre los lectores ha de preferirse la oveja descarriada, errante por los montes, a las noventa y nueve fieles encerradas en el redil; las almas alejadas de Dios, de la Iglesia y de los pastores, a aquellas que practican; los infieles a los fieles.
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Las dificultades, los fracasos, las fatigas han de afrontarse y superarse con ánimo apostólico, pronto siempre a afirmar con el Apóstol de las gentes: «¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo?».1
En una palabra, es necesaria esa recta intención que no confunde el apostolado con el comercio, que lo santifica con la caridad, con la oración, la confianza y el abandono en Dios.
El alma así dispuesta ¡ama y prefiere a tantos otros un apostolado tan amplio, tan escondido y carente de satisfacción!
Guía oportunamente a los lectores en la elección del libro, la revista o el folleto y lo hace con cuidado minucioso y vigilante, como si el efecto dependiese exclusivamente de esa elección, mientras [los] eleva con la confianza en Dios, el único que tiene el poder de cambiar la palabra en vida para las almas.
La recta intención, fortalecida por la confianza en Dios, lo sostiene cuando siente la tentación de pensar que el folleto difundido irá a parar a la papelera, que el libro acepto y recibido quizá por hacerle un favor apenas será hojeado y que su esfuerzo será, en la mayor parte de los casos, inútil. De cualquier modo, piensa que Dios ve, nota y premia todo y sabe, cuando no se le ponen impedimentos; que incluso puede hacer que pocas líneas revelen
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un alma a sí misma y sean el principio de su salvación y santificación.

Tacto e intuición de las almas

Para que el folleto o el libro sean palabra de vida deben corresponder a las necesidades particulares del alma a la cual se ofrecen. Para obtener esto, en línea general, el propagandista debe conocer el alma con sus necesidades, sus sufrimientos y deseos.
Es verdad: en el fondo las almas ni se pueden conocer ni se pueden ver. Sólo Dios puede hacerlo. Nosotros las desconocemos incluso cuando ellas nos hablan y se manifiestan. Más aún cuando solo un mudo impreso, puesto en sus manos, es el discurso indirecto que les hacemos.
Pero sabemos que muchas almas santas han tenido esta ciencia sobrenatural y la han aprendido en los coloquios íntimos con su Amigo.
«El propagandista pida a Dios, único Dueño de las almas, luz y gracia para ellas, y para sí el don del consejo y de la sabiduría. Así sabrá acercarse a ellas con ese trato y delicadeza sobrenatural que se aprenden a los pies del altar, con los años y el sufrimiento.
El que no ha sufrido, el que no ha entrado nunca en sí mismo, el que no está habituado con la
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meditación y la reflexión a examinar y tamizar sus sentimientos, difícilmente adquirirá estas dotes.
Las personas ligeras e irreflexivas, habituadas a juzgar las cosas en superficie, no serán nunca dignas de penetrar en el santuario de las almas».2
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CAPÍTULO XXXII
FORMAS DE PROPAGANDA

Dado que la caridad es rica en iniciativas, las formas de propaganda se multiplican según las iniciativas individuales de cada propagandista. No obstante, se pueden, al menos generalmente, agrupar en tres principales: propaganda de organización, de formación y de acción.

Propaganda de organización

Es la que se realiza generalmente desde los centros de dirección. Puede asumir dos aspectos principales: estudio del ambiente que forma la zona de apostolado e iniciativas de organización.
Estudio del ambiente, que abraza todas las noticias generales y particulares de tiempo, lugar, personas y circunstancias que pueden favorecer o
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no el apostolado, de modo que se puedan tomar basándose en ellas las líneas de acción. Estudio especialmente de las necesidades de las almas, del modo pedagógico de salirles al encuentro y del momento psicológico oportuno.
Iniciativas organizativas, que presentan las diversas obras de apostolado y abren a ellas la vía de las almas. Constituyen lo que generalmente suele denominarse «publicidad». Se pueden multiplicar sin número y adoptar gran cantidad de formas, que varían según las circunstancias.
Entre otras muchas recordamos: revistas bibliográficas; catálogos generales y particulares; recensiones en diarios católicos, en periódicos y revistas de gran tirada; recensiones en los mismos libros; anuncios para librerías, parroquias, colectividades y personas privadas; carteles e ilustraciones; correspondencia con parientes, amigos y conocidos; muestras gratis, etc., etc.

Propaganda de formación

Es el más vasto y más bello, pero también el modo más difícil de propaganda. Consiste en la búsqueda, formación, organización y dirección de los cooperadores del apostolado.
La búsqueda pretende un reclutamiento de personas que presten su cooperación de plegaria, sacrificio, obra y donativos. Todos pueden ofrecer plegarias
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y sacrificios. No obstante han de pedirse de modo particular a las almas que se dedican a la vida interior. La obra puede ser prestada a la parte redaccional mediante escritos; a la técnica, poniendo al servicio del apostolado industrias, máquinas, materiales diversos, conocimientos y trabajo tipográfico; a la propaganda, prestándose para la divulgación de la prensa apostólica. Esta última forma requiere mucho personal, que debería ser elegido en todos los centros (grandes y pequeños) y en todas las condiciones sociales.
La formación de los cooperadores debe ser, como la del apostolado, completa, o sea intelectual, moral y técnica.
La intelectual comprende, además del conocimiento de la religión y de las ciencias naturales, en cuanto necesarias o al menos útiles para el apostolado, también la del apostolado de la prensa en sí, en su fin, en su extensión y en su amplificación.
La moral tiende a formar en los cooperadores al cristiano apóstol. Por eso las almas sean realmente creyentes y practicantes, y por tanto sepan dar a Cristo el testimonio de su vida y de su obra.
La técnica adiestra al ejercicio del apostolado mismo con la mayor amplitud y eficacia posibles.
La organización y dirección de los cooperadores
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constituyen el secreto del éxito. Se trata de formar un ejército compacto y fuerte bajo las directrices de un solo mando. Ejército consagrado a un solo fin: la derrota de un enemigo (la mala prensa) y la conquista de un tesoro (las almas a Dios por medio de la prensa).
La dirección del apostolado debe ser, pues, la dirección de los cooperadores, aunque estén dispersos por todo el mundo. Haya reglas claras y precisas para todos, que mancomunen derechos y deberes. Sobre todos vele siempre el ojo vigilante del apóstol. A todos llegue su obra de guía y de apoyo y, cuando sea necesario, también su presencia.
Entre los diferentes modos de organización, el ideal parece el siguiente: cada parroquia debería tener el grupo «Buena Prensa», compuesto por cinco personas (un joven, una joven, un hombre, una mujer, un hombre dirigente) que se ocupen de su parroquia. Los grupos parroquiales deberían depender de los diocesanos, estos de un grupo nacional y los nacionales de una sola dirección general.
Los grupos parroquiales y diocesanos pueden tener colaboradores a sus dependencias.
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Propaganda de acción

Es la propaganda que hace directamente el apóstol. Tiene una actividad doble: atención a los pedidos directos y penetración.
La atención a los pedidos abraza el trabajo de expedición, correspondencia y contabilidad.
La expedición puede ser aislada y periódica (como para los suscritos a libros, revistas e impresos periódicos) y de muy diferentes formas: por ferrocarril de gran y pequeña velocidad, por bagaje, por paquetes postales, por suscripción postal, por correo...
La correspondencia debe mantener informados a los clientes de todo aquello que les puede interesar, como impresos agotados, el motivo de los eventuales retrasos, información sobre las novedades...
La contabilidad se ocupa de asentar regularmente las entradas y salidas, de compilar los ficheros, de los balances y de todo aquello que se suele denominar comúnmente administración.
La expedición, correspondencia y contabilidad sean exactas y regulares. Los errores, los contratiempos y los inconvenientes contrarían e indisponen los ánimos, cuando no dañan incluso la caridad y la justicia.
Por trabajo de penetración se entiende aquí no la propaganda de organización y de formación, sino el contacto directo del apóstol con las
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almas. Comprende, pues, la propaganda a domicilio, la visita a los cooperadores, la utilización del teléfono, de la radio y del cine, la apertura y organización de centros de difusión, la instalación y dirección de bibliotecas y todas aquellas obras de propaganda utilizadas directamente por el apóstol.
Dejándo [espacio] a la libre iniciativa y al celo particular, así como a las necesidades de las distintas circunstancias, en los capítulos siguientes se aludirá brevemente a las formas principales de este modo de propaganda, a saber: los centros de difusión, las bibliotecas, la propaganda a domicilio, la fiesta del divino Maestro.
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CAPÍTULO XXXIII
CENTROS DE DIFUSIÓN

Por «centros de difusión» se entiende las librerías abiertas al público como medio de apostolado. Se denominan así porque deben ser centros de apostolado, de los cuales parten rayos de luz que calientan a las almas.

Formación y organización

Los centros de difusión en el sentido expuesto arriba deben estar al servicio de las diócesis y de las parroquias. Debería, pues, haber uno en cada parroquia o al menos en cada diócesis.
Para la apertura se requiere la aprobación de la autoridad eclesiástica y el "nihil obstat" o la notificación de la autoridad civil.
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Su organización atañe a la dirección y el ordenamiento. La dirección es la del centro general. No obstante, pueden estar gestionados tanto por el apóstol como por sus cooperadores.
El ordenamiento se refiere al suministro del material para la difusión, a su distinción, cuidado y decoro del local.
Material para los centros de difusión son todas las obras e iniciativas y todas las publicaciones de las editoriales católicas que pueden contribuir directa o indirectamente al apostolado.
El suministro del material requiere competencia sobre el modo de llegar, apertura y verificación de los paquetes, anotación de los libros y de los precios-donativo. El mejor parece el de la división por materias. En este caso las publicaciones de contenido igual o parecido deben ponerse una junto a la otra de modo que estén al alcance de la mano. En los centros grandes puede haber divisiones en muchos grupos con sus subgrupos o secciones. En los centros pequeños, en cambio, pueden bastar las siguientes divisiones: Sagrada Escritura, Teología, Patrística, Predicación, Catequética, Ascética, Piedad, Hagiografía y Biografía, Formación, Cultura, libros para la juventud, lecturas amenas para hombres, mujeres, jóvenes, señoritas, niños, revistas e impresos varios.
El cuidado y decoro del local tienen mucha importancia. Los centros de difusión son lugares
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sagrados como la iglesia o la escuela, y por ello exigen orden, limpieza y estética.
Orden y limpieza del local, de las estanterías y de los libros. Bárrase, quítese el polvo y desinféctense a menudo los estantes, los escaparates, el mostrador y los libros.
Estética especialmente en los escaparates y en los artículos expuestos al público. Estarán colocados de modo que produzcan una sensación de placer en aquellos que los miran. El que entra debe poder abrazar de un vistazo las distintas clasificaciones de los libros, para dirigirse fácilmente a lo que más le interesa.
Cámbiense con frecuencia los libros del escaparate teniendo presentes las oportunidades de los tiempos y de las fiestas y dése precedencia a los libros sobre los objetos religiosos.
El orden, la limpieza y el decoro han de cuidarse de modo especial en el personal encargado de los centros de difusión: lo requiere la palabra de Dios que se administra, la dignidad del apóstol y el respeto y la caridad hacia las personas que lo frecuentan.

Funcionamiento

El buen funcionamiento de los centros de difusión requiere el conocimiento del ambiente y de las publicaciones, el modo de atraer a los fieles, la administración.
El conocimiento del ambiente es necesario para la provisión de las publicaciones oportunas. Se obtiene
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mediante el contacto con las autoridades eclesiásticas o a través de cooperadores. El conocimiento de los libros es necesario para saberlos colocar en su lugar y para aconsejarlos e indicárselos a los fieles. Puede ser directo, mediante la lectura de los mismos, o indirecto, sirviéndose de oportunas recensiones o revistas bibliográficas.
Para atraer a los fieles es preciso tener siempre el centro bien abastecido y se requiere, en quien lo dirige, competencia para aconsejar o guiar a los fieles en la elección, buen tacto, habilidad para llamar la atención sobre las obras y saber aprovechar las ocasiones de propaganda, como la disposición de los escaparates, los expositores, el envío de obras para "visionarlas", la visita a domicilio, el envío de impresos de propaganda, uso del teléfono, entrega directa...
El escaparate debe estar dispuesto de modo que impacte en el peatón y lo induzca a pararse.
En los expositores pónganse pocos libros, y colóquense de modo que el fiel pueda examinarlos.
El envío de las obras para su visión tiene por fin interesar a los fieles, los religiosos y el clero. Para poder llegar a todos es aconsejable tener registros con las direcciones de las personas a las que se quieren expedir y especialmente de todas aquellas que desean las novedades. Consúltense además los periódicos, las revistas, los catálogos, los impresos y los avisos para estar al corriente de todas las novedades.
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La visita a domicilio es utilísima y a veces necesaria. Préstese particular atención a los amigos, conocidos y cooperadores, a los párrocos y pastores de almas y por fin a las colectividades, escuelas, cuarteles, institutos, hermandades, hospitales, cárceles, oficinas, instituciones de educación y descanso, fábricas...
En ciertas localidades es asimismo útil visitar a los esposos y a los parientes de los recién nacidos. Es esta una ocasión óptima para abrir el camino a una provechosa propaganda.
En caso de necesidad sirvámonos del teléfono y de la colaboración del periodismo, del cine y de la radio.
El envío del material de propaganda puede hacerse también por correo. Al efecto se pueden tomar las direcciones de los listados profesionales, listas de socios, de asociaciones, sociedades, etc.
Las cartas de propaganda pueden ser reproducidas en serie. Es útil darles un tono personal, mantener el carácter de carta individual firmándolas a mano, y evitar el estilo comercial.
La entrega directa en el centro mismo requiere tacto y atención para que el que entra vea en el mostrador a una persona madura y de ánimo apostólico.
El arte de tratar a los fieles requiere una decorosa y modesta presentación, conocimiento de las personas y algunas reglas especiales para la difusión.
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La primera atención va dirigida, pues, a sí mismos, al modo de presentarse, al porte, a la irreprensibilidad de la propia higiene personal y de la limpieza del vestido, y sobre todo al delicado trato apostólico.
El conocimiento de las personas requiere arte. Cuando entra alguien es muy útil hacer un humilde y rápido análisis del mismo. No se trata de curiosidad o de un juicio cualquiera, sino de recabar una impresión que sirva para determinar la actitud hacia el que se presenta de modo que se le pueda ayudar lo mejor posible.
Las principales reglas para la difusión se pueden reducir a las siguientes:
- Cuando entra alguien, evitar las preguntas vacuas, como por ejemplo: «¿Qué desea? ¿Qué quiere?». Óptese por la conversación específica, adecuada a las personas particulares, empezando por el saludo cristiano: «Alabado sea Jesucristo».
- Cuando la persona ha expresado su deseo, procúrese satisfacerla plenamente y con premura. Si no se tiene lo que pide, comprometerse, cuando es posible, a proporcionárselo cuanto antes.
- Trátese siempre a todos con cortesía y religiosa caridad, incluso a los niños.
- Atenerse a los donativos-precio siempre fijos, sin permitirse fáciles excepciones. Las particularidades enajenan los ánimos.
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La administración requiere la anotación exacta de las entradas y salidas, el inventario y el balance.
Al respecto se requiere prudencia y competencia. No nos fiemos nunca sólo de la memoria, sino apúntese todo con orden, método y precisión; obsérvense todas las reglas exigidas por la autoridad religioso-civil y la propia dirección general.
La práctica y las circunstancias sugerirán al respecto normas particulares y guía práctica.
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CAPÍTULO XXXIV
BIBLIOTECAS

La obra de las bibliotecas es para el apóstol una maravillosa iniciativa de bien.
Por eso él, siempre pronto a dirigir la actividad en todos aquellos sectores en los que es mayor la necesidad y más grande la eficacia, déle el puesto que merece, estúdiela en su importancia y en sus formas, sosténgala con prudente criterio de constitución y de organización.

Importancia y eficacia

La influencia siempre notable, a veces decisiva, del libro en la obra de formación y de educación universal, demuestra suficientemente cuál es la importancia de las bibliotecas, importancia, más bien necesidad improrrogable entre la difusión continua de tanta prensa y en un tiempo en el que
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cada vez es mayor el deseo de leer. Hoy ya no es un lujo el buscar las últimas novedades en el campo de los libros. La lectura, reservada en un tiempo a poquísimos individuos de las clases cultas y pudientes, se ha hecho universal.
Es, pues, necesaria una vasta propaganda del libro bueno a fin de prevenir el mal libro o al menos indiferente.
Entre los medios de difusión la biblioteca ocupa sin duda un puesto importantísimo. En efecto, ella pone el libro en contacto con todas las categorías de personas, permite leerlo incluso al que no puede comprarlo, da al libro esa máxima utilidad derivada de la más rápida y numerosa circulación, ofreciendo a cada nuevo lector su preciosa utilidad.
La biblioteca, además, integra y desarrolla la formación religiosa, promueve la formación individual y la cultura social, completa la responsabilidad y el esfuerzo de educación e impide a los lectores buscar en otra parte libros de lectura y también de estudio que podrían resultar nocivos. Ejerce, pues, una obra no sólo de preservación, sino también de construcción y de apostolado.

Formas de bibliotecas

La biblioteca, aun siendo siempre una recopilación de libros y periódicos de lectura,
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puede asumir diversas formas según la categoría de las personas a las que va dirigida.
Hay, pues, bibliotecas familiares, escolares, profesionales, circulantes, parroquiales, municipales, cívicas y nacionales...
El apostolado de la prensa puede y debe ocuparse, en lo posible, de todas estas clases de bibliotecas, porque en cada una de ellas puede obtener su finalidad preservativa y constructiva. Dirigirá, no obstante, su actividad particularmente a las bibliotecas familiares, circulantes y parroquiales como a las más apropiadas para convertirse en centros de preservación, de irradiación de verdad y de vida cristiana.
Bibliotecas familiares no sólo en las familias distinguidas, sino también entre las del pueblo, porque ya es general la tendencia entre ellas a hacer estudiar a los hijos y a darles una formación intelectual más elevada.
Incluso donde no existe esta tendencia es útil incitar a las buenas lecturas de familia, particularmente para promover la lectura del Evangelio y de la Biblia.
Éntrese a tiempo en el santuario de la familia con la prensa apostólica. El mañana podría ser demasiado tarde.
Bibliotecas circulantes en las cárceles, institutos, hospitales, casas de cura, colegios, pensionados,
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hermandades, asociaciones religiosas, asociaciones de Acción Católica.
Para las colectividades la biblioteca es con frecuencia medio de unión, de sana recreación, centro de cultura, cenáculo de vida espiritual y de conquistas apostólicas: algo, en una palabra, indispensable.
Bibliotecas escolares para alumnos y docentes de todas las escuelas (desde las maternas hasta las universitarias), que integren la cultura y formen para la vida y la virtud.
Bibliotecas parroquiales, o pastorales, que ayuden y completen la obra del párroco en su ministerio pastoral.
Tendría que haber una biblioteca en todas las parroquias, incluso en las más pequeñas y remotas.

Constitución de las bibliotecas

La constitución de una biblioteca no es siempre fácil. Pero no por ello ha de inscribirse entre las obras más difíciles cuando no imposibles.
Hace falta buena voluntad, valor y a veces también audacia.
Para constituir bibliotecas familiares hace falta gracia y táctica, a fin de poder entrar en la intimidad de la familia, conocer las exigencias y las necesidades morales de cada uno de los miembros, vencer los
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contrastes, aconsejar y a veces imponerse en la elección de los libros.
Dígase otro proporcionalmente para la constitución de bibliotecas circulantes. Las colectividades son familias más grandes, compuestas a veces por miembros heterogéneos bajo los aspectos más variados. También aquí se trata de penetrar, conocer, aconsejar, convencer y guiar.
Por otra parte la constitución de bibliotecas escolares requiere competencia y habilidad muy particulares.
Las bibliotecas para los alumnos tienen la finalidad de integrar su instrucción y formación. Las bibliotecas para docentes deben completar la cultura y servir de subsidio para la enseñanza.
Hace falta, pues, competencia y habilidad para la elección y la adaptación de los libros, basándose en programas y de pleno acuerdo con las autoridades competentes.
Cada vez es más importante la constitución de las bibliotecas parroquiales.
Las normas particularizadas que se exponen al respecto, al par que pueden servir de guía para la formación de estas bibliotecas, podrán arrojar luz sobre el modo de constituir también las otras.
Para formar una biblioteca parroquial es necesario ante todo ponerse de acuerdo con el párroco, después proceder a la elección de libros y solucionar la cuestión del financiamiento.
Al clero, especialmente a los párrocos que no
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hubieran tenido aún ocasión de ocuparse de la biblioteca, se les deberá hacer comprender la finalidad y necesidad de ella con caridad y prudencia.
Nuestra indiferencia o indolencia, ¡dejaría amplio campo de acción los adversarios!
Es verdad, se trata de una nueva fatiga, de un nuevo trabajo, de una nueva preocupación... y los párrocos ya tienen muchas, ¡demasiadas! Sin embargo, si se descuida, se tendrá posteriormente una preocupación mucho más lancinante y un trabajo mucho más fatigoso e ingrato que cumplir.
La biblioteca parroquial, hágase comprender bien, debe figurar entre las iniciativas del párroco.
La elección de los libros es un problema no siempre fácil, que afecta regularmente al apóstol mismo.
Es un axioma indiscutible que hay que elegir libros buenos, que inciten a leer, de lo contrario no se alcanza el objetivo. Libros que den con el gusto de los lectores, se entiende el gusto sano, y que no permanezcan en las estanterías para adorno o en los catálogos para hacer más imponente el número de los volúmenes.
La elección podrá variar según el grado de cultura, las condiciones sociales y religiosas de la parroquia.
Podrá, pues, según los casos, ser:
Predominantemente ascética, si, por ejemplo, tiende ante todo a completar la obra del confesor,
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con lecturas adecuadas a las necesidades espirituales de los fieles.
Predominantemente ameno-educativa, si tiende de preferencia a desviar de las lecturas nocivas y excitar a las buenas.
Predominantemente cultural, cuando, tratándose de una clase media o estudiantil, quiere difundir la cultura literaria, científica, profesional...
Predominantemente religiosa o pastoral, si tiende a integrar la obra del párroco mediante libros de formación y de cultura religiosa. Este último tipo, el ideal, es en general el que ha de preferirse.
En él se dará el primer lugar a los libros santos: Sgda. Biblia, obras de los santos Padres, doctores y escritores eclesiásticos, teología para laicos, catecismo, ascética, liturgia, vidas de santos, biografías edificantes, lecturas misioneras, colecciones de revistas religiosas ilustradas...
No se piense que al pueblo no le gustan las obras espirituales. Las gusta, las desea y las comprende mucho más de lo que a veces se puede imaginar. Por otra parte es siempre verdad lo que decía el card. Mercier: «Hay que elevarse para elevar».
Con mucha frecuencia se constata que el gusto de los lectores es el del bibliotecario; cuando éste sabe recomendar un libro, puede estar seguro de que será gustado y producirá el bien. Naturalmente, no hay que arrojar las armas ante las primeras dificultades... Muchos libros de ascética y de cultura
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penetran de tal manera en el ánimo que se hacen leer con verdadera pasión. ¿Qué decir, por otra parte, de ciertas vidas de santos y biografías tan interesantes que superan en esto el atractivo de las mismas novelas?
Además de los libros predominantemente religiosos hacen falta lecturas amenas: novelas, novelas rosa, relatos de viajes. Lecturas ágiles, interesantes, pero, entiéndase, siempre sanas y morales.
A veces serán lecturas que tienen muy poco de constructivo y de pastoral, pero servirán, por así decir, de contraveneno y abrirán poco a poco el camino a otras más sustanciosas y educativas. Es más, conviene añadir pronto a los libros de lectura amena otros que eleven y hagan bien.
En la elección de novelas ha de usarse una cautela particular. A menudo el mal está oculto en pocas frases, pero bastan para arrebatar la paz a un alma.
Exclúyanse inexorablemente todas aquellas que llevan en algún modo al mal y a la corrupción. Exclúyanse, en lo posible, aquellas novelas demasiado fantásticas que dejan en el alma el vacío, el descontento, un anhelo insatisfecho de la vida agradable y divertida y las que prescinden de toda idea religiosa, que proponen ideales de felicidad solamente terrena, que sustituyen a Dios por el hado o el destino.
Resérvense para los adultos aquellas que fustigan los vicios todavía ignorados por los jóvenes. Obsérvense
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para la elección todos los criterios prácticos de juicio, como el Índice de los libros prohibidos, la aprobación de la Iglesia, la guía de las revistas y reseñas católicas, el sentido común, las condiciones de tiempo y de lugar, la categoría de los lectores.
La financiación es a menudo un escollo insuperable, ante el cual se bloquean y a veces se evaporan las más bellas iniciativas.
Un fondo es necesario, indispensable para la constitución e instalación de una biblioteca incluso mínima. Se puede obtener con una suscripción, una lotería, una tómbola de beneficencia, una academia, una pequeña feria, con donativos o alguna otra iniciativa.
Un poco de ayuda se puede sacar de la cuota para la distribución de los libros; aunque sea mínima en ciertos ambientes, no debe faltar. La experiencia enseña que si se hace todo gratuitamente, sin exigir ningún sacrificio, el beneficio será menos apreciado.
Donde es posible se podrá recurrir a un comité de padrinos o madrinas que versen anualmente una cuota.

La organización

Un error que ha de evitarse es el de creer que, una vez constituida una biblioteca con una buena elección de libros, se la pueda abandonar a sus propias fuerzas.
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La biblioteca es como una semilla, como un ser vivo: no basta plantarla o hacerla nacer. Hay que vigilar paso a paso su desarrollo. Moriría pronto si no se desarrollase en condiciones normales.
Una buena organización comprende la instalación técnica adecuada, la dirección para promover los medios de vida, el modo del funcionamiento, la formación del bibliotecario.
El local para la biblioteca es a veces indispensable... Sin embargo, al menos al principio, podrá bastar un armario o una estantería, a ser posible cerrados.
El procurar los medios de vida puede parecer a primera vista algo arduo. Pero en la práctica no será así si se sabe interesar a todos los parroquianos, autoridades, docentes, padres, jóvenes o asociaciones católicas.
La unión y el interés general solventarán todas las dificultades. Prácticamente se podrá invitar a individuos o grupos de personas a regalar libros nuevos, conferencias, días de propaganda... y todos los medios sugeridos para los gastos de fondo.
A fin de que la biblioteca sea un ser vivo y prospere, es preciso que no sea considerada como una obra desligada de las demás, independiente, sino como una obra que, de pleno derecho, recluta sus miembros y saca sus recursos en todas las obras parroquiales, tanto para los lectores como para los gastos.
La obra vive y prospera bajo el cuidado del párroco
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La obra vive y prospera bajo el cuidado del párroco a quien pertenece «ex iustitia» la responsabilidad de la dirección, así como de todas las obras parroquiales.
Muchas bibliotecas, ricas al principio, no han logrado su cometido por estar demasiado aisladas de las demás obras parroquiales e independientes del párroco.
Del funcionamiento de la biblioteca depende en gran parte su vida. En efecto, una biblioteca que no funciona es como una empresa en quiebra.
La organización del funcionamiento depende del género de biblioteca, del local, de las personas que la atienden, de los lectores y de muchos otros particulares.
Se puede, empero, sugerir un modo sencillo y práctico, que podrá ser extendido, modificado, mejorado o incluso cambiado según las diversas necesidades y circunstancias.
Ante todo habrá que contar con:
- un registro-catálogo para anotar los volúmenes que entran con su relativo precio: esto sirve para controlar el desarrollo de la biblioteca;
- un índice alfabético por autor y materia, en el cual constarán todos los argumentos de los libros y de las revistas;
- una apartado donde figuren los préstamos con las relativas cartas que entregar a los lectores;
- fichas para poner en el lugar del libro prestado, donde figure: la colocación, el nombre, el autor, el título
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de la obra y la dirección de la persona que tiene el libro prestado;
- papel resistente para forrar los volúmenes, de modo que estén siempre en orden y limpios;
- un cuaderno para apuntar los libros deseados, que sirva de guía para las nuevas adquisiciones;
- reglas fijas y taxativas para la distribución y devolución de los libros.
Un buen funcionamiento requiere además un bibliotecario fijo y competente que, tratándose de bibliotecas parroquiales, podrá ser el párroco o alguna persona de confianza y a su directa dependencia.
Para las bibliotecas familiares deberá ser el padre o la madre. Para las circulantes, una persona de confianza delegada por los superiores; para las escolares será el enseñante mismo.
El bibliotecario desempeña, entre otros, un oficio importante y delicado: la distribución de los libros.
Él, además del conocimiento exacto del contenido de todas las obras que hay en la biblioteca, debe conocer también a los lectores, a fin de hacer una sabia distribución para adaptar las lecturas a la edad, las condiciones de cultura y de estudio, las cualidades de temperamento y de carácter.
Cuanto más se ajuste el libro a las necesidades de los distintos individuos, tanto más eficaz será la lectura del mismo.
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Una vez instituida [la biblioteca] y dada la guía para una buena organización, se habrá dado un gran paso, pero la obra [del apóstol] no estará completa.
Se deberá asimismo poner en comunicación directa con las bibliotecas, visitarlas cuando se crea oportuno, comunicarles las nuevas iniciativas, sostenerlas y alentarlas para una nueva y más amplia propaganda.1
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CAPÍTULO XXXV
PROPAGANDA A DOMICILIO

La propaganda a domicilio consiste en visitar personalmente a los individuos, las familias y las colectividades para presentar las obras de apostolado.
Tal forma de propaganda puede considerarse prácticamente la más eficaz y muy a menudo la más meritoria.

Es medio eficaz

Este es un campo parecido al de las misiones. Si no va el mismo misionero en busca de las almas para llevarlas a Cristo, ellas generalmente no lo buscan. Así, si el apóstol no llevara directamente el buen libro o el buen periódico, muchísimos no lo recibirían porque no lo buscan.
Más aún, el apóstol en contacto directo con las almas puede adaptar la lectura a sus necesidades particulares, acompañarla con palabras de consejo y
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de guía y, cuando sea necesario, también de dulce presión.
No faltan hechos para confirmar lo antedicho. He aquí alguno, elegido entre muchísimos otros que sucedieron durante la propaganda efectuada por las Hijas de San Pablo.

Dos propagandistas acuden mensualmente a una farmacia para ofrecer un folleto religioso al propietario, protestante. Este las recibe sin pronunciar palabra, después lo arrebuja, hace una bola y la arroja contra los hombros de quien lo ha ofrecido. Tras recogerlo en silencio, las dos salen recomendando aquel alma a Dios.
La escena se repite varias veces, hasta que el protestante, vencido, lee y después se presenta a las dos religiosas para manifestar la voluntad de abrazar la religión católica. Algo más tarde recibe el bautismo y se hace practicante.
En un tugurio de una gran ciudad de Italia un pobre obrero, desesperado por falta de dinero y por la enfermedad de su único hijo, ha decidido acabar consigo y con los suyos. Ya está con el puñal en la manga espiando el momento en que se aleje la consorte de la cabecera del hijo para matar primero al pequeño, luego a la mujer y por último a sí mismo.
Mientras tanto llaman a la puerta. La mujer, que ignora la decisión del marido, va a abrir. Tras algunos instantes vuelve con un folleto, y dice:
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- Lo traen dos misioneras. Mira a ver de qué se trata.
El obrero lo mira, lee para distraerse, y poco más tarde se levanta transformado. La palabra de Dios le ha salvado la vida del cuerpo y devuelto la del alma.

Un joven ciego ha perdido con la vista también la gracia de Dios y la paz de la conciencia.
Una propagandista ruega a la hermana del joven que le compre algunos libros y se los lea en las horas bajas.
Aquella lectura desciende en el ánimo del joven como rocío benéfico. Vuelve muy pronto a la Iglesia y a los sacramentos, se resigna a la voluntad de Dios y por fin abraza el heroísmo del sufrimiento.

En un tren algunos jóvenes arman jaleo y blasfeman.
Una propagandista les distribuye folletos religiosos, rogándoles que los lean.
Algunos acceden. Un joven de veinte años lee atentamente, deja el folleto, reflexiona un poco y, dirigiéndose a los compañeros, dice: «Yo era un ángel y me he vuelto una bestia... Quiero rehabilitarme». Y es fiel a su propósito.

Una joven montañesa se siente atraída hacia lo alto, hacia ideales nobles y grandes, indefinibles. Pero está inquieta porque no hay quien la comprenda y la guíe. Un libro inesperado, que le traen las
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propagandistas de la prensa, le ha descubierto el horizonte y la ha guiado hacia cimas espirituales.

Son innumerables los ejemplos como estos. Personas que quizá no hubieran buscado nunca la palabra de Dios, tras algunos ruegos o simples presiones para recibirla, han encontrado en ella su salvación moral e incluso la material. Individuos y familias enteras han vuelto a Dios; hay encarcelados que han encontrado el camino de la conversión y de la rehabilitación, enfermos que han hallado consuelo y almas que han encontrado la luz que quizá no habrían hallado en otra parte.

Es obra meritoria

Se trata de recorrer pueblos y regiones, ir de casa en casa, a la ciudad y al campo, al llano y a la montaña, a los tugurios y a los palacios, sin preferencias, sin distinción: ir a las almas.
Pero ¡cuántas dificultades y renuncias! Las molestias del viaje y de la intemperie, el peso de los impresos, la necesidad de ayuda y de apoyo, el contacto con el mundo y con todas sus miserias morales y espirituales, la repugnancia de presentarse a las puertas en los lugares públicos, a personas desconocidas, la humillación de las desaprobaciones, de los rechazos, la responsabilidad de la adaptación de la lectura a las necesidades de las almas, la obligación del buen ejemplo, la insatisfacción, etc.
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Sí, también y sobre todo la insatisfacción. El que escribe, el que imprime, el que enseña, el que se dedica a atender a los enfermos tiene casi siempre la satisfacción de constatar el resultado de sus propias fatigas. Pero ¿quién revela al propagandista el fruto de sus esfuerzos? A veces, como en los casos citados arriba, es el alma beneficiada la que se manifiesta. Pero estos casos son raros. En general el propagandista siembra con sudor y después deja a los demás la consolación de cosechar. Él confía sólo en Dios, que lo ve todo, que recoge sus lágrimas, derramadas secretamente en las horas tempestuosas de sus viajes apostólicos.
A tantos sacrificios corresponde necesariamente el mérito proporcionado porque Dios, que ha prometido que no dejaría sin recompensa ni siquiera un vaso de agua dado a un pobre, recompensará mucho más los sacrificios hechos para llevar su divina palabra a las almas.
La propaganda a domicilio se puede considerar, pues, como un gran ejercicio de caridad y al mismo tiempo de sacrificio, de penitencia. Si se hace bien, reservará sin duda muchas sorpresas para el día del premio eterno. Se verificará entonces con los propagandistas el dicho del salmo: «Euntes autem ibant et flebant... venientes autem venient cum exultatione portantes manípulos suos».1
¡Dichosos, pues, los pies de aquellos que anuncian el Evangelio y llevan la paz!
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CAPÍTULO XXXVI
JORNADA DEL EVANGELIO

Entre los modos de propagar la divina palabra ocupa un puesto eminente la Jornada del Evangelio, del divino Maestro o de la Buena Prensa.
Introducida hace no mucho, ya ha encontrado adhesión en varias diócesis y muchísimas parroquias. En todas partes ha suscitado sentimientos de entusiasmo hacia Jesucristo y su Evangelio, reanimado la fe y producido frutos muy consoladores de vida cristiana.
Es la jornada de la doctrina de Jesucristo, divino Maestro: «Vosotros me llamáis Maestro y señor; y decís bien, porque lo soy».1 Con ella se honra al Verbo del Padre, la Sabiduría eterna, al Hijo amado a quien deben escuchar los hombres.
Hay una lucha entre la verdad, que es Jesucristo,
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y la mentira, que es el demonio. El mundo está dividido en dos escuelas: la escuela de Cristo y la escuela del demonio; Cristo envía a sus apóstoles, pero el diablo tiene numerosos emisarios.
Ahora bien, con la «Fiesta del divino Maestro» se entiende hacer una solemne asamblea en torno al Maestro divino y una decidida protesta de escucharlo porque él, sólo él, tiene palabras de vida: «Tú solo tienes palabras de vida eterna».2
Las enseñanzas de Jesús Maestro pueden ser divulgadas con la palabra y la prensa. Entrambas son medios poderosos y eficaces, pero entrambas fueron pervertidas por la malicia de los hombres y vueltas contra Dios, su Autor.
Es necesario que el apostolado de la prensa, como el apostolado de la palabra, sea reconducido en torno al altar y al tabernáculo, reenlazado a la Misa y a la Comunión. En la Misa el sacerdote lee y besa el Evangelio, después hace la comunión; la Iglesia quiere que en la Misa se predique y distribuya la Comunión. ¡Volvamos a las fuentes! Sólo así se tiene el culto completo, el cristiano perfecto, el hombre alimentado en la mente, la voluntad y el corazón. Sólo así se puede en realidad amar al Señor con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente.
¡Cuán útil es, pues, la fiesta del divino Maestro, que pretende hacer conocer a Jesús Verdad!
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Dicha fiesta consiste en uno o más días de oración, de estudio y de difusión del santo Evangelio a fin de honrar a Jesucristo, el Maestro divino. Con ella se quiere introducir el Evangelio en todas las familias a fin de que sea leído y vivido.
Prácticamente se desarrolla según el programa fijado por las autoridades eclesiásticas locales.
Sin embargo, para quien desea una guía detallada para la organización práctica, sugerimos la siguiente.

Preparación

Remota: que deberá ser oral, impresa, espiritual y organizativa.
Oral: avísese repetidamente al pueblo algunas semanas antes.
Impresa: difúndanse libros, opúsculos, carteles y folletos adecuados.
Espiritual: hágase una invitación particular a la oración por el éxito de la fiesta; pídase la colaboración de las almas piadosas, de los enfermos, de los que sufren, de los pequeños; sugiérase la frecuencia a los santos sacramentos.
Organizativa: se puede instituir un comité a las dependencias de la autoridad eclesiástica que trabaje por el éxito de la fiesta. En particular, dicho comité deberá proponerse introducir
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el Evangelio en todas las familias, recoger y destruir, en homenaje a la Verdad, libros, revistas, diarios y todo impreso nocivo. En los pequeños centros esto lo podrá hacer el párroco mismo.
Próxima: consiste en un triduo de predicación, que podrá desarrollarse de la siguiente manera:
- por la mañana: exposición solemne del Smo. Sacramento y del santo Evangelio (sobre el altar in cornu Evangelii), meditación sobre las verdades eternas;
- por la tarde: instrucción y bendición del Smo. Sacramento. La adoración sea continua y se alternarán hombres, mujeres, jóvenes y niños.
Los argumentos de la meditación pueden ser: la Eucaristía, viático para la eternidad; el juicio, la eternidad. O bien desarrollar el siguiente pensamiento: el hombre, creado para el cielo, ha perdido el camino. Jesucristo se hizo para los hombres Verdad - Camino - Vida, indicando nuevamente el camino del cielo, enseñando cómo recorrerlo y mereciendo la gracia que hace capaces de alcanzar la gloria eterna. Al fin del mundo Jesucristo volverá para juzgar a los buenos y a los malos, introducirá a los buenos en la gloria eterna y precipitará a los malos en el fuego eterno.
En las instrucciones de la tarde se podrá desarrollar este argumento: el deber de todo cristiano de escuchar la doctrina de Jesucristo, de seguir sus ejemplos y de vivir su vida.
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En lugar de los anteriores se podrían tratar los argumentos siguientes:
1. Jesucristo es el único Maestro: Maestro por naturaleza, por voluntad del Padre y porque en su vida terrena se mostró verdaderamente tal. La Iglesia perpetúa en el tiempo y extiende en el espacio la enseñanza de Jesucristo. Pero ella es obstaculizada por el «inimicus homo»,3 que siembra cizaña por medio de impresos, discursos, escuelas y tendencias contrarias al Evangelio. Los efectos de la enseñanza de Jesucristo y de la Iglesia se verifican en el mundo (conversión y civilización), en las almas (salvación y santidad), en la eternidad (Paraíso para el que escucha, Infierno para el que no escucha).
2. Los dos estandartes: los hombres, respecto a la enseñanza de Jesucristo, están divididos en dos grandes bandos: los discípulos de Jesucristo y los discípulos de Satanás. ¿Qué estandarte seguimos nosotros? Examen práctico sobre el amor a la doctrina de Jesucristo, el sentir de la Iglesia, la instrucción religiosa, las buenas lecturas. Necesidad de aborrecer la escuela de Satanás para abrazar fuertemente la de Jesucristo: «No se puede servir a dos amos al mismo tiempo».4
3. Cómo alistarse en la escuela de Jesucristo: Declina a malo:5 cómo conocer a los emisarios de Satanás, cómo reparar, para quien los ha seguido, y cómo rehuirlos en el porvenir. Fac bonum:6 conocer, amar, vivir el Evangelio. Hacer
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propósitos y elegir medios de perseverancia: vigilancia, oración (Misa, confesión, comunión).

La palabra sagrada, por otra parte, no estará reservada a ninguna categoría particular de personas, sino a todo el pueblo. No obstante, podrán hacerse reuniones distintas para miembros de la Acción Católica, para asociaciones piadosas o para categorías particulares de personas: hombres, mujeres, jóvenes, niños. Más aún, con estos últimos se deberá tener un cuidado especial.
A la palabra del sacerdote se puede unir la de los seglares debidamente preparados, que adopten no el tono de maestros, sino el de verdaderos discípulos del único Maestro, Jesucristo.
En las horas de adoración récese por el reconocimiento del magisterio de Jesucristo y de su vicario, el Papa; por el apostolado de la palabra y por el apostolado de la prensa.
Las funciones sean sugestivas; la iglesia y el altar estén preparados como en los días de fiesta y, sobre todo, los fieles tengan la comodidad de acercarse a los santos sacramentos de la confesión y de la Comunión.

Jornada

Dispuestos los ánimos con el triduo, será fácil organizar la fiesta.
Mañana: Misa con fervorín que preceda a
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la Comunión general; Misa solemne con discurso de ocasión; exposición del Smo. Sacramento y del Evangelio.
Tarde: Hora de adoración solemne, que se terminará con la sincera resolución de entrar en la escuela de Cristo, de unirse a sus discípulos más diligentes, de asirse estrechamente al Maestro divino mediante la veneración, la lectura y la difusión del Evangelio, la asistencia a la santa Misa y a la Comunión.
Se podrá cerrar la jornada con la bendición de tantos ejemplares del Evangelio como familias haya en la parroquia; con la distribución de los mismos a los jefes de familia; con el beso del Evangelio que se ha tenido expuesto durante el triduo y en la fiesta; con la protesta solemne:
- de querer reconocer, amar y seguir a Jesucristo y a la Iglesia, guardiana de su doctrina;
- de rechazar toda enseñanza contraria al Evangelio;
- de leer el Evangelio y mantenerlo en lugar de honor;
- de intervenir en la instrucción religiosa parroquial;
- de cuidar la instrucción religiosa de los hijos y de los familiares;
- de propagar por todos los medios la prensa católica;
- de abstenerse de las representaciones cinematográficas inmorales.
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Se terminará todo con la bendición del Smo. Sacramento.
Además de lo anterior, podrán tener lugar también las siguientes iniciativas:
- distribución del Evangelio a las familias que no lo hubieran recibido en la iglesia;
- inscripción de los participantes en la «Liga de la lectura cotidiana del santo Evangelio»;7
- formación del Grupo o Sección de Cooperadores del Apostolado de la Prensa, o sea, de un grupo organizado de laicos que se comprometen a cooperar con el propio párroco en la difusión de la buena prensa;
- colecta de donativos para el regalo del Evangelio a los pobres y para ayudar con ellos al apostolado de la prensa.
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CAPÍTULO XXXVII
PRÁCTICA DEL APOSTOLADO DE LA PRENSA EN LA PÍA SOCIEDAD DE SAN PABLO

A la exposición teórica referente al apostolado y al apóstol de la prensa permítasenos añadir las normas prácticas seguidas al respecto por la Congregación religiosa de la Pía Sociedad de San Pablo y, en consecuencia, por la Pía Sociedad de las Hijas de San Pablo.1

Formación de los miembros

La Pía Sociedad de San Pablo da a sus miembros una formación religioso-moral, intelectual y técnica.
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La formación religioso-moral es en orden a la vida cristiana, a la vida religiosa y al apostolado específico de la Congregación. Se cumple a través del período de probación, del noviciado y de los primeros años de vida religiosa. Tiende a establecer en los miembros una sólida vida interior, centrada en la caridad. Caridad hacia Dios, que lleve a la íntima y habitual unión con él por medio de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, hasta «vivere summe Deo in Christo Jesu».2 Caridad hacia el prójimo, que lleve a la inmolación de sí mismos a ejemplo del Maestro divino. «Jesús ha dado su vida por nosotros; y nosotros debemos dar también la vida por nuestros hermanos».3
La formación intelectual y técnica se realiza en cursos regulares de estudio de las materias sagradas y profanas en cuanto necesarias para el conveniente ejercicio del apostolado. El estudio de la religión, como disciplina del todo fundamental para la buena formación con vistas al apostolado, es cuidado de modo particular, tanto en extensión como en profundidad.
Las horas de estudio están convenientemente alternadas con las de apostolado. En estas últimas los sujetos aprenden principalmente la teoría y la práctica de la técnica tipográfica y de encuadernación.4
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Ejercicio del apostolado

Los miembros de la Pía Sociedad de San Pablo ejercen el apostolado de la prensa en todas sus partes: redacción, técnica y propaganda.

Redacción: Son promovidos al oficio de redactores solamente los miembros juzgados idóneos y que, después del tiempo establecido para la formación, han pasado con brillantez los exámenes establecidos. Se requiere sobre todo que unan a la ciencia un profundo espíritu de humildad, de fe y de gran docilidad.
Los religiosos escritores sampaulinos se proponen la divulgación de la doctrina cristiana, o sea, de las verdades concernientes a la fe, la moral y el culto cristiano como las enseña la Iglesia. Todo el contorno restante de noticias, narraciones, ejemplos... para ellos deben tender a disponer mejor los ánimos a la lectura misma, y por ello servirles de escala o irradiación.
Por regla general deben evitar las cuestiones ociosas, los argumentos elevados y profanos. Se atienen en cambio a las verdades fundamentales, comunes, y las exponen de forma clara, sencilla, modelándose sobre el ejemplo divino tal como aparece en los libros santos. Sus publicaciones pueden ser variadas: libros, revistas, opúsculos, folletos, ilustraciones..., las más útiles para las grandes masas, los niños
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y todos los más necesitados de la «Cáritas veritatis»,5 ya estén en los pueblos civiles o en tierra de misión. Por eso divulgan principalmente:
- la doctrina de la Iglesia expuesta en las actas pontificias, en los catecismos, en los libros litúrgicos y de oraciones, en los tratados de religión...;
- la sagrada Escritura y en particular el santo Evangelio;
- la Tradición, con las obras de los Padres, Doctores y escritores eclesiásticos, las vidas de los santos...
Para garantizar siempre al apostolado el carácter espiritual, ajeno a todo género de industria y de comercio, la dirección de la Pía Sociedad de San Pablo exige de sus miembros plena sumisión a los Superiores y se propone imprimir y difundir sólo lo escrito por los miembros de la Sociedad misma, y por los Cooperadores, o querido por las competentes autoridades eclesiásticas.
No permite que ningún manuscrito sea dado a la prensa si antes no es sometido a dos revisiones: la de la Pía Sociedad y la de la autoridad eclesiástica, cuyo «Imprimatur» debe llevar también.
La revisión de los escritos, que ha de realizarse en la Sociedad, está reservada a personas competentes y atañe a la doctrina dogmático-moral y la utilidad práctica de la publicación con respecto al espíritu de la Sociedad y a las circunstancias de tiempo,
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lugar y persona. Debe además juzgar si el escrito tiende a la mayor gloria de Dios y al mayor bien de las almas, excluyendo todo fin simplemente humano, artístico, industrial y comercial. Todo esto, siempre de conformidad con el Derecho Canónico6 y con las normas de la constitución Officiorum ac múnerum7 y las últimas instrucciones de la Congregación del Santo Oficio [=Doctrina de la Fe].
El juicio de la revisión hecho en la Sociedad debe ser breve y claro, entregado por escrito al Superior o a un delegado suyo a fin de que dispongan, según los casos, si ha de ser excluido, corregido o bien presentado a la revisión eclesiástica. Sólo esta es definitiva8 para entregarlo a la prensa.
Todos los manuscritos firmados por el autor y con la fecha de entrega se conservan en el archivo de la Sociedad y solo se restituyen las copias.

Técnica: En la Pía Sociedad de San Pablo la organización y los medios de impresión deben ser, en lo posible, los más simples y rápidos que el progreso pone al servicio de la prensa y de las almas.
El trabajo tipográfico y de encuadernación debe ser
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ejecutado según las buenas normas del arte, sin afectación, de modo que presente la verdad de la religión de forma decorosa y agradable.
El donativo (llamado comúnmente precio), que debe aparecer en todo impreso, incluye los gastos de redacción, de impresión, de confección y difusión. Se requiere para la vida de la Sociedad y para el desarrollo de sus obras.

Propaganda: En su propaganda la Pía Sociedad de San Pablo se propone hacer penetrar la palabra de Dios impresa en todos los lugares, incluso los más remotos, y especialmente allí donde no penetra la palabra del sacerdote.
Esto a través de los medios de propaganda más diversos, como los catálogos, los periódicos-anuncio, las recensiones, los centros de difusión, las bibliotecas y la propaganda a domicilio.
Los catálogos, los periódicos-anuncio y las recensiones de nuevas publicaciones deben mostrar las necesidades de las almas a quienes se quiere socorrer, cómo se subvencionan las publicaciones de que se trata, cómo se difunden prácticamente y a qué personas se deben hacer llegar.
Los centros de difusión son librerías abiertas al público para el servicio del clero y de los fieles, dirigidas por los miembros de la Pía Sociedad. Pequeños centros diocesanos y parroquiales que, bajo
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la dirección central de la Pía Sociedad, ejerciten prácticamente el apostolado negativo y positivo de la prensa mediante la obra y el consejo.
Para corresponder a su finalidad deben tener:
- un depósito completo de todas las publicaciones de la Pía Sociedad;
- un centro de actividad para bibliotecas y boletines parroquiales y religiosos;
- un centro de recaudación de las suscripciones a las revistas y publicaciones periódicas de la Sociedad, así como las mejores revistas y periódicos católicos;
- servicio de indicación y difusión de las publicaciones más útiles y seguras de las editoriales católicas;
- obra y consejo para señalar la mala prensa y para exhortar a los fieles a abstenerse de la misma;
- un depósito de estampas, estatuas y objetos religiosos.
Los centros de difusión son elegidos y establecidos de modo que resulte fácil su acceso a los fieles y pronto y satisfactorio el servicio. Los religiosos que los dirigen deben tener el ojo caritativo y vigilante de la Sociedad así como un seguimiento continuo de las personas extrañas que acceden a los mismos.
Las indicaciones para los externos, la disposición interna del mobiliario y de los objetos, la exposición particular de las imágenes y del Evangelio deben manifestar que no se trata de un negocio,
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sino de un lugar sagrado, destinado a la difusión de la palabra de Dios a través de la prensa.
El hablar de los religiosos debe ser moderado y serio; el comportamiento, recogido (como se exigiría en una clase de catecismo); los donativos-precios, fijos y claros.
La propaganda a domicilio que hace la Sociedad de San Pablo tiene la finalidad de hacer llegar las verdades principales de la religión al pueblo. Como norma, acostumbra ofrecer siempre gratuitamente a toda persona y familia que no la rechace, al menos una hojita de índole religioso-moral. Es realizada por los religiosos de la Pía Sociedad o por sus Cooperadores.
Cuando la realizan los religiosos, se deben observar las siguientes reglas:
1. A este oficio se destinan sólo religiosos profesos serios y de edad madura.
2. Es obligatorio observar las instrucciones que la Santa Sede ha dado o dará para casos, en cierto aspecto, análogos, como sería por ejemplo el de la cuestación.
3. Los propagandistas llevarán consigo documentos auténticos en los que conste el cargo recibido y el permiso del Ordinario. Si se los piden, deben presentar de buen grado tales documentos.
4. Deben ser siempre dos, sin separarse nunca.
5. Cuando están lejos de su casa religiosa no
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deben alojarse en albergues, sino pedir por caridad ser hospedados por otros religiosos o, en casos extraordinarios, por familias singularmente conocidas por su cristiana piedad y sólida virtud.
6. No deben permanecer fuera de la Congregación más de dos meses. Al volver, transcurrirán en la comunidad tantos días como estuvieron ausentes.
7. Cuando se encuentren en lugares próximos o de fácil comunicación, deben volver a la Congregación todas las tardes o al menos cada semana.
8. Siempre y en todas partes deben distinguirse por su humildad, modestia y limpieza. No les es lícito frecuentar lugares inconvenientes a su propia condición y, aunque estén fuera de la comunidad, deben practicar fielmente la regla y las prácticas religiosas.
9. No deben entrar en las casas9 ni aceptar bebidas fuera de algún cordial o agua en caso de necesidad.
10. Deben permanecer siempre bajo la vigilancia de los superiores, los cuales les darán, en cada caso, las advertencias oportunas.
Resumiendo: Redacción, técnica y propaganda constituyen las tres partes de un solo apostolado que la Congregación religiosa de la Pía Sociedad de San Pablo se propone ejercitar para gloria de Dios y bien de las almas.
Apostolado que, según las intenciones de la
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Pía Sociedad, debe ser completo, a saber: negativo y positivo, universal, adecuado a las circunstancias de tiempo y de personas.
Apostolado que tiene una impronta característica: la penetración, asimilación y expresión del trinomio evangélico: «Camino, Verdad y Vida».
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CAPÍTULO XXXVIII
LOS PECADOS CAUSADOS POR LA PRENSA

La consideración de la obra nefasta, verdadera destrucción de las almas, que la prensa realiza y multiplica cuando es puesta al servicio del mal, la Pía Sociedad de San Pablo la conceptúa como un potentísimo incentivo que enciende en el corazón del apóstol una intensa hoguera de celo. Por eso propone a sus miembros que reflexionen a menudo sobre la naturaleza y gravedad de estos pecados, y sugiere modos prácticos de conjurarlos y repararlos.
Este capítulo reproduce, brevemente, las instrucciones y directrices que al respecto se dan a los apóstoles de la Pía Sociedad.

La naturaleza y la gravedad

La mala prensa levanta una cátedra de mentira contra la cátedra de Verdad. O sea,
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contra el Padre, que «después de haber hablado muchas veces por medio de los profetas, en estos días... nos ha hablado por el Hijo».1 Contra el Hijo, que consumó los días de su vida terrena dando testimonio a la Verdad y manifestándonos a Dios. Contra el Espíritu Santo, que es el Espíritu de verdad.
La mala prensa busca la ruina espiritual del hombre en su raíz, porque envenena el pensamiento humano.
Los pecados causados por la mala prensa encierran, pues, una malicia gravísima, porque atentan contra la misma Verdad divina, y en consecuencia contra la salud espiritual del hombre, ya que envenenan su pensamiento.
Más aún, son pecados premeditados, causan grave escándalo, se multiplican fácilmente y por ello son castigados severamente por la Iglesia.
Son premeditados. El escrito no puede ser, en línea general, fruto de ímpetu pasional, sino que exige una larga preparación hecha con mente calma y sangre fría.
En efecto, hay un ejército de escritores que, impelidos ora por el lucro, ora por la ambición, ora por el odio o por una diabólica corrupción, pasan
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días y noches, meses y años enteros emponzoñando papeles, destinados a matar el mayor número posible de almas. Su obra es potenciada por grandes asociaciones de prensa pervertidora. Recuérdense las organizaciones o empresas periodísticas, las organizaciones editoriales... Añádanse a éstas todas las iniciativas privadas e individuales.
Causan grave escándalo público. Entre las personas escandalosas más frecuentes y dañosas, la Teología moral2 enumera quienes escriben, imprimen, venden, prestan o difunden libros e impresos nocivos. Añádanse a estos los pintores, escultores, fotógrafos, grabadores y cuantos en las casas privadas o, peor aún, en público, presentan figuras deshonestas.
Se multiplican fácilmente. Si los pecados de escándalo se multiplican según el número de las personas escandalizadas, ¿qué habrá que pensar de los pecados de la mala prensa? No se trata de un discurso dirigido a pocas personas, ni de una clase dada a un número limitado de alumnos o de una conferencia donde los oyentes pueden controlarse.
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Aquí puede decirse que el pecado se multiplica según el número de los ejemplares o, mejor, según el número incontrolable de las personas escandalizadas. Es, pues, un pecado mucho más grave que el del escándalo causado por un acto o un discurso. Pecado que encierra doble malicia porque injuria a la fe, la moral y la caridad.
Son castigados gravemente por la Iglesia. Algunas formas más graves de los pecados y escándalos de la prensa son contemplados por el mismo Código. Y precisamente, están sujetos a la excomunión «speciali modo» reservada a la Santa Sede los editores de las obras de apóstatas, de herejes y cismáticos, que propugnan la apostasía, la herejía y el cisma, desde que se ponen en el comercio ordinario; quienes defienden o a sabiendas, sin la debida licencia, leen, conservan los libros antedichos o los prohibidos determinadamente por la Santa Sede.
Están sujetos a la excomunión «némini reservata» los autores y editores que, sin la debida licencia, hacen imprimir libros de la Sagrada Escritura, anotaciones o comentarios de la misma.3

Cómo repararlos y conjurarlos

El mejor modo de reparar y conjurar los pecados cometidos por la prensa es realizar el apostolado de la prensa en su parte negativa y positiva.
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La parte negativa consiste en impedir tales pecados ejercitando una acción de convicción sobre los escritores, editores, libreros y propagandistas, sobre la gran masa de los lectores y, cuando sea necesario, sobre las autoridades.
Se trata de hacer comprender la tremenda responsabilidad que recae sobre los escritores y sobre todos aquellos que constituyen una cooperación próxima (accionistas, directores, compositores, impresores, correctores de pruebas...) o una cooperación remota (suministradores de tintas, papel, fuerza motriz y materias diversas, confeccionadores, expedidores, propagandistas...).
En efecto, cuántos no piensan:
- que es un pecado grave cooperar en la publicidad de libros malos, de medicinas dañosas, de diversiones peligrosas, de colegios no católicos, etc., etc.;
- que por ninguna causa es lícito cooperar en el trabajo de una imprenta que tenga por único fin la propagación del mal y del error y que las personas empleadas están obligadas a irse;
- que si (según la doctrina común de los teólogos) se puede excusar a los cooperadores remotos, no se puede decir lo mismo de los cooperadores próximos de una imprenta que, incluso rara y accidentalmente, imprime ex profeso algo errado o pernicioso;
- que pecan gravemente, de suyo, quienes
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se suscriben a periódicos malos, porque con su dinero cooperan eficazmente a mantenerlos;
- que el exponer en venta, vender, dar, imprimir y procurar al dueño impresos obscenos o perniciosos por doctrina, es cooperación próxima al mal, de la cual sólo puede excusar una necesidad urgente;
- que el proporcionar un libro prohibido a personas que no cuentan con el debido permiso, es pecado;
- que no se puede, sin el debido permiso, servir en un despacho común donde se venden toda clase de libros impresos, indistintamente a cualquier cliente...
La parte positiva consiste en el ejercicio directo del apostolado de la prensa mediante la acción, la oración y el sacrificio.
Prescindiendo de la parte positiva de acción, por estar ampliamente desarrollada en todo el volumen, nos limitaremos ahora a la oración y el sacrificio.
Hacen cosa ciertamente muy grata al Señor las almas que se consagran a la reparación de los pecados de la mala prensa, con una vida de plegaria y de sacrificio.
A estas almas y a todas las que sienten la necesidad de consolar al Corazón de Jesús por las ofensas que recibe a través de la prensa, se sugieran las siguientes prácticas, en espíritu de reparación:
1. La santa Misa y la santa Comunión cotidianas;
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2. obras privadas y públicas de adoración al Smo. Sacramento;
3. celebración del primer domingo de cada mes en honor del divino Maestro, con retiro mensual, confesión, Comunión reparadora y meditación de la palabra divina;
4. lectura cotidiana de un fragmento del santo Evangelio;
5. pequeños sacrificios y mortificaciones voluntarias;
6. rezo del «bendito sea Dios» en las oraciones de la mañana y de la tarde y después de la Misa;
7. rezo cotidiano de la oración «Para quien siente sed de almas como Jesús», tal como la reproducimos aquí:

«Señor, yo te ofrezco, en unión de todos los sacerdotes que hoy celebran la santa Misa, a la Víctima divina, Jesús Hostia, y a mí mismo, pequeña víctima:
1. En reparación de las innumerables blasfemias, errores e impiedades que las ediciones de radio y televisión, de cine y prensa propagan por el mundo entero.
2. Para invocar tu misericordia sobre tantas almas que, engañadas y seducidas por los modernos medios del mal, se alejan de tu corazón de Padre.
3. Por la conversión de tantos ministros de Satanás que, sirviéndose de la radio y de la televisión, del cine y de la prensa, han erigido cátedras contra el Divino
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Maestro, para envenenar la mente, el corazón y las actividades de los hombres.
4. Para seguir únicamente a Aquel a quien Tú, oh Padre celestial, en el exceso de tu amor, has dado al mundo, proclamando: "Este es mi Hijo predilecto; escuchadlo".
5. Para reconocer que sólo Jesús es perfecto Maestro, es decir, la Verdad que ilumina; el Camino o ejemplar de toda santidad; la Vida verdadera del alma, esto es, gracia santificante.
6. Para alcanzar que se multipliquen los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los apóstoles seglares que se dedican a la difusión de la doctrina y moral cristianas por medio de la oración y de los instrumentos de bien más rápidos y eficaces.
7. Para que los escritores, técnicos y propagandistas sean santos, llenos de sabiduría y fervor, para la mayor gloria tuya y salvación de las almas.
8. Para pedirte que todas las ediciones católicas progresen y se multipliquen, sofocando la voz del error y del mal.
9. Para que todos nosotros reconozcamos nuestra ignorancia y miseria y la necesidad que tenemos de estar siempre humildemente postrados ante tu santo Sagrario, oh Señor, pidiendo luz, aliento y misericordia».
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1 Is 8,1. * «Toma una tabla grande y escribe en ella en caracteres legibles».

2 Éx 17,14. * «Pon esto por escrito, para recuerdo, en un libro».

3 2Pe 1,21. * «Los profetas nunca hablaron por su propia cuenta, sino que hablaron por parte de Dios movidos por el Espíritu Santo».

4 * Estos cánones se refieren, naturalmente, al Código de Derecho Canónico (C.J.C.) de 1917, entonces en uso.

5 * Es la célebre Patrología, dividida en dos series: Patrología Griega (PG) y Patrología Latina (PL).

6 * No es preciso recordar que estas expresiones, igual que las que siguen, reflejan la mentalidad y la cultura de los decenios anteriores al concilio Vaticano II, a cuya luz han de interpretarse, integrarse y eventualmente rectificarse.

1 La materia de este capítulo fue extraída en gran parte del opúsculo apologético Perché non posso leggere tutto, de B. RE S.J. (I edición).

2 1Cor 3,6. * «Yo planté y Apolo regó, pero quien hizo crecer fue Dios».

1 Rom 1,20. * «Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, se pueden descubrir a través de las cosas creadas».

2 Sab 8,1. * «Se extiende poderosa de uno a otro extremo y todo lo gobierna convenientemente».

3 Is 66,22.

4 * Cf Rom 13,1: «Que cada uno se someta a las autoridades que están en el poder, porque no hay autoridad que no venga de Dios; y las que hay han sido puestas por Dios».

5 Ap 1,8. * «Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el todopoderoso».

6 Ap 21,5. * «Ahora hago nuevas todas las cosas».

7 Rom 8,23.

8 Sal 48,21. * (Sal 49,21): «El hombre en su riqueza no comprende que es igual a las bestias que perecen».

1 * Cf Lc 4,18: «Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres, [a anunciar la libertad a los presos, a dar la vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos]».

2 * Cf Sal 47[46],8: «[Porque el rey de toda la tierra es Dios,] cantadle un buen cántico». Cf también Col 3,16.

3 * Cf Jn 10,10: «[Yo he venido para que tengan vida y] la tengan abundante».

4 TERTULIANO, Apol. XVII. * «Testimonio del alma naturalmente cristiana».

1 * Cf 1Tim 2,3-4: «Dios... quiere que todos los hombres se salven [y lleguen al conocimiento de la verdad]».

2 Heb 4,12s.

3 Lc 8,11. * «La semilla es la palabra de Dios».

4 Cf Jn 17,3. * «Que te conozcan a ti... y al que tú has enviado, Jesucristo».

5 * Cf Sab 11,26: «Tú perdonas a todos, porque todo es tuyo, Señor, que amas cuanto existe».

6 2Cor 12,15.

1 Cf Grande Dizionario Enciclopedico, a cargo del Prof. Giovanni TRUCCO (Vol. II).

2 * Cf Lc 24,27.

3 Se acusa generalmente a la Iglesia católica de prohibir la lectura de la Biblia a los simples fieles. Esto no es verdad en absoluto. La Iglesia exige solamente que se lean versiones aprobadas y anotadas, ya que la Biblia es un libro dificilísimo y es fácil tergiversarlo. En los tiempos de la Reforma, que ponía sin otra garantía el texto sagrado en las manos de todos, tal vez se registrara, por reacción, un rigor mayor; pero la Iglesia ha inculcado y promovido siempre el estudio y la lectura de la Biblia.

4 * De 1893, sobre los estudios bíblicos.

5 * De 1920, para celebrar el decimoquinto centenario de san Jerónimo.

6 PEDUZZI, Alle fonti della vita.

7 * Según la constitución Dei Verbum, del concilio Vaticano II, las siguientes afirmaciones condenadas no merecen siempre la calificación de “errores”.

8 * Damos la traducción castellana de los cánones y decretos reproducidos. Los números que los acompañan son los de E. DENZINGER, El magisterio de la Iglesia, Barcelona 1963.
1429 - 79. Útil y necesario es en todo tiempo, en todo lugar y a todo género de personas estudiar y conocer el espíritu, la piedad y los misterios de la Sagrada Escritura. - 1Cor 14,15.
1430 - 80. La lectura de la Sagrada Escritura es para todos. - He 8,28.
1431 - 81. La oscuridad santa de la palabra de Dios no es para los laicos razón de dispensarse de su lectura. - He 8,31.
1432 - 82. El día del Señor debe ser santificado por los cristianos con piadosas lecturas y, sobre todo, de las Sagradas Escrituras. Es cosa dañosa querer retraer a los cristianos de esta lectura. - He 15,21.
1433 - 83. Es ilusión querer persuadirse de que el conocimiento de los misterios de la religión no debe comunicarse a las mujeres por la lectura de los libros sagrados. El abuso de las Escrituras se ha originado y las herejías han nacido no de la simplicidad de las mujeres, sino de la ciencia soberbia de los hombres. - Jn 4,26.
1434 - 84. Arrebatar de las manos de los cristianos el Nuevo Testamento o tenérselo cerrado, quitándoles el modo de entenderlo, es cerrarles la boca de Cristo. - Mt 5,2.
1435 - 85. Prohibir a los cristianos la lectura de la Sagrada Escritura, particularmente del Evangelio, es prohibir el uso de la luz y hacer que sufran una especie de excomunión. - Lc 11,13.
Pío VI ha censurado así la enseñanza pistoyense:
1567 - 67. La doctrina de que sólo la verdadera imposibilidad excusa de la lectura de las Sagradas Escrituras y de que por sí mismo se delata el oscurecimiento que del descuido de este precepto ha caído sobre las verdades primarias de la religión, es falsa, temeraria, perturbadora de la tranquilidad de las almas y ya condenada en Quesnel.
Pío VII enseña:
1604 - A la verdad, como en el lenguaje vernáculo advertimos frecuentísimas vicisitudes, variedades y cambios, no hay duda de que con la inmoderada licencia de las versiones bíblicas se destruiría aquella inmutabilidad que dice con los testimonios divinos, y la misma fe vacilaría, sobre todo cuando alguna vez se conoce la verdad de un dogma por razón de una sola sílaba. Por eso los herejes tuvieron por costumbre llevar sus malvadas y oscurísimas maquinaciones a ese campo, para meter violentamente por insidias cada uno de sus errores, envueltos en el aparato más santo de la divina palabra, editando Biblias vernáculas, de cuya maravillosa variedad y discrepancia, sin embargo, ellos mismos se acusan y se arañan. «Porque no han nacido las herejías, decía san Agustín, sino porque las Escrituras buenas son entendidas mal, y lo que en ellas mal se entiende, se afirma también temeraria y audazmente».
Ahora bien, si nos dolemos de que hombres muy conspicuos por su piedad y sabiduría han fallado no raras veces en la interpretación de las Escrituras, ¿qué no es de temer si estas son entregadas para ser libremente leídas, trasladadas a cualquier lengua vulgar, en manos del vulgo ignorante, que las más de las veces no juzga por discernimiento alguno, sino llevado de cierta temeridad?...
Gregorio XVI enseña asimismo:
1630 - Cosa averiguada es para vosotros que ya desde la edad primera del nombre cristiano, fue traza propia de los herejes, repudiada la palabra divina recibida y la autoridad de la Iglesia, interpolar por su propia mano las Escrituras o pervertir la interpretación de su sentido. Y no ignoráis, finalmente, cuánta diligencia y sabiduría son menester para trasladar fielmente a otra lengua las palabras del Señor; de suerte que nada por ello resulta más fácil que el que en esas versiones, multiplicadas por medio de las sociedades bíblicas, se mezclen gravísimos errores por inadvertencia o mala fe de tantos intérpretes; errores, por cierto, que la misma multitud y variedad de aquellas versiones oculta durante largo tiempo para perdición de muchos. Poco o nada, en absoluto, sin embargo, les importa a tales sociedades bíblicas que los hombres que han de leer aquellas Biblias interpretadas en lengua vulgar caigan en estos o aquellos errores, con tal de que poco a poco se acostumbren a reivindicar para sí mismos el libre juicio sobre el sentido de las Escrituras, a despreciar las tradiciones divinas que, tomadas de la doctrina de los Padres, son guardadas en la Iglesia católica y a repudiar en fin el magisterio mismo de la Iglesia.
Pero así defiende y concluye solemnemente:
1631 - A este fin, esos mismos socios bíblicos no cesan de calumniar a la Iglesia y a esta Santa Sede de Pedro, como si de muchos siglos acá estuviera empeñada en alejar al pueblo fiel del conocimiento de las Sagradas Escrituras; siendo así que existen muchísimos y clarísimos documentos del singular empeño que aun en los mismos tiempos modernos han mostrado los Sumos Pontífices y, siguiendo su guía, los demás prelados católicos porque los pueblos católicos fueran más intensamente instruidos en la palabra de Dios, ora escrita, ora llegada por tradición.

1 * Explicativos quiere indicar la acción divulgativa de la Biblia.

2 * Como se abrieran el camino a una justa comprensión.

3 Grande Dizionario Enciclopedico, a cargo del Prof. Giovanni TRUCCO, vol. II.

4 * «Nadie puede conocer el sentido de la Sagrada Escritura sin familiarizarse con ella leyéndola, según lo que está escrito: Tú ámala y ella te exaltará; te glorificará cuando te sientas envuelto por ella».

1 Mt 28,18-20.

2 * Cf 1Tim 3,15: «...la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad».

3 * León XIII (1878-1903) publicó 60 encíclicas.

4 * Pío X (1903-1914) publicó 16 encíclicas.

5 * Pío XI (1922-1939) publicó 28 encíclicas. Hasta 1944, Pío XII (1939-1958) ya había publicado 6, sobre un total de 41 encíclicas. El P. Alberione no menciona aquí a Benedicto XV (1914-1922), que había publicado 13 encíclicas.

6 * Cf Lc 1,33: «Reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin».

7 Ef 1,10. * «Recapitular todas las cosas en Cristo, las de los cielos y las de la tierra».

8 Jn 10,10. * «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

1 * Hemos reconstruido este párrafo basándonos en el sentido presunto y la corrección hecha en la edición de 1950, ya que en la primera faltaba una línea.

2 * Diversificado, ramificado.

3 * «De María nunca se dirá bastante».

1 Mal 2,7. * «Los labios del sacerdote deben guardar la ciencia, y de su boca se viene a buscar la enseñanza, porque él es el mensajero del Señor todopoderoso».

2 1Tim 4,16. * «Cuida de ti mismo y de lo que enseñas. Persevera en estas cosas. Si lo haces así, te salvarás a ti y a los que te escuchan».

3 Mt 4,4.

4 Jn 17,3.

5 1Cor 4,16. * «Os suplico que sigáis mi ejemplo». Cf con más exactitud 1Cor 11,1.

6 Gál 2,20. * «Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí».

7 Mt 16,26.

1 CAVASSA, Ascetismo cristiano e vita moderna.

2 * Miguel de Molinos (1628-1696), teólogo español condenado por su Guía Espiritual, acusada de quietismo.

3 * J.-M. Bouvier de Guyon (1648-1717), mística francesa, acusada también de quietismo.

4 Mt 11,30.

5 CAVASSA, Ascetismo cristiano e vita moderna.

6 La historia de los quietistas y de los pseudomísticos lo prueba hasta la saciedad.

7 * Obviamente la palabra ascesis (del griego áskesis = lucha moral) equivale en este caso a ascensiones.

1 * La ilustración atea y revolucionaria, por parte de la cultura secular, y el jansenismo, en el campo católico.

2 * Inter pastoralis officii sollicitudines (1903).

3 Cf Rivista Liturgica, de Finalpia, años 1935, 1938-1939.

4 He 2,42. * «Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en partir el pan y en las oraciones».

5 Jn 17,23. * Cf Jn 17,19-23: «Por ellos yo me consagro a ti, para que también ellos sean consagrados en la verdad... para que sean uno... para que sean perfectos en la unidad».

1 Cf La Civiltà Cattolica, octubre 1938. * A. FERRUA S.J., I Ss. Padri per tutti - Rassegna en La Civiltà Cattolica 89 (1938), vol. IV, cuad. 2119, 46-57.

* En español son encomiables las traducciones de Daniel Ruiz Bueno.

2 Cf La Civiltà Cattolica, octubre 1938.

1 Para este capítulo, cf TONOLO, Il manuale della Catechista, del que fue extraída parte de la materia.

2 Mt 28,19.

* En España descollaron Ripalda, Astete y muchos "doctrineros" en Hispanoamérica.

3 * Encíclica promulgada para afirmar la importancia fundamental de la enseñanza de la doctrina cristiana.

4 * Cf Mc 8,2: «Me da lástima de esta gente».

5 «No quisiéramos que algunos, en razón de esta misma sencillez que conviene observar -decía Pío X en su magnífica encíclica sobre la enseñanza del Catecismo-, imaginase que la enseñanza catequística no requiere trabajo ni meditación; al contrario, los pide mayores que cualquier otro asunto. Es más fácil hallar un orador que hable con abundancia y brillantez, que un catequista cuya explicación merezca plena alabanza. Por tanto todos han de tener en cuenta que, por grande que sea la facilidad de conceptos y de expresión de que se hallen naturalmente dotados, ninguno hablará de la doctrina cristiana con provecho espiritual de los adultos ni de los niños, si antes no se prepara con estudio y seria meditación.
Se engañan los que, confiados en la inexperiencia y rudeza intelectual del pueblo, creen que pueden proceder negligentemente en esta materia. Al contrario; cuanto más incultos los oyentes, mayor celo y cuidado se requiere para lograr que las verdades más sublimes, tan elevadas sobre el entendimiento de la generalidad de los hombres, penetren en la inteligencia de los ignorantes; los cuales, no menos que los sabios, necesitan conocerlas para alcanzar la eterna bienaventuranza».

6 El cerebro del niño -escribe Fénelon- es como una vela encendida en un lugar expuesto al viento; su llama tiembla siempre.

1 Cf He 1,1. * «En mi primer libro traté de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio».

2 Jn 14,6. * «Yo soy el camino».

3 Mt 10,28.

4 Mt 28,20.

5 Jn 20,21.

6 Jn 10,11.

7 Jn 10,16. * «Y habrá un solo rebaño y un solo pastor».

1 * 1Tes 4,3: «Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificación».

2 * «El ejemplo de los santos nos estimule, Señor, para que al celebrar sus fiestas les sepamos imitar en las obras».

3 Es verdad: «divisiones gratiarum sunt» [«hay diversidad de carismas»] (1Cor 12,4), pero no es menos verdad que «Deus vult omnes homines salvos fieri» [«Dios quiere que todos los hombres se salven»] (1Tim 2,4). Todos los hombres están llamados a la santidad y para llegar a ella deben corresponder a la libre acción de Dios. No se nace santos, sino que se llega a serlo.

4 * «Si estos y estas [lo han conseguido], ¿por qué yo no?».

5 A. TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística [n. 178].

1 Cf Grande Dizionario Enciclopedico, a cargo del Prof. Giovanni TRUCCO.

1 Gran parte de la materia de este capítulo y del siguiente es la reelaboración de artículos publicados en el fascículo Nero e bianco, Sales, Roma. - * Léase también al respecto el artículo de la Unione Cooperatori Buona Stampa de 1921, incluido en el Apéndice de este volumen.

2 Mt 7,17.

3 * Esta última recomendación ha de leerse a la luz de una experiencia vivida por el P. Alberione en 1942. Tras una intervención personal en el semanario La Domenica Illustrata -en la que sugería la "tregua de Dios" para una Navidad de paz durante la guerra entonces en curso-, el ministro de la Propaganda fascista le amenazó con detenerle, y al periódico se le intimó a no interferir en la política del régimen, bajo pena de suspensión.

1 Como es natural, no nos referimos a la revista científica, que casi siempre resulta de grandísima utilidad.

2 * Se trata obviamente de anuncios publicitarios.

1 Con estas formas el boletín parroquial también puede ser dactilografiado.

2 * Dulce peso.

1 Cf BORLA, La formazione religiosa del fanciullo.

1 * Guillermo Massaia (1809-1886), misionero capuchino piamontés, cardenal en 1884, fue muy admirado por el P. Alberione, que quiso dedicarle el filme Abuna Messías (1938).

2 * De 1926, sobre el desarrollo de las misiones entre los "infieles".

1 Gén 1,1. * «Al principio creó Dios el cielo y la tierra».

2 Prov 16,4. * «El Señor ha hecho todas las cosas para un fin».

3 Jn 10,10. * Cf, para más precisión, Jn 17,3; 10,16.

4 * Mc 16,15.

1 * Giovanni CASATI (1881-1957), sacerdote milanés, periodista y animador social, asumió en 1912 la Rivista di Letture, nacida en 1904 como Bollettino delle Biblioteche Cattoliche, órgano de la Federazione Italiana delle Biblioteche Cattoliche Circolanti. (Iniciativa que inspiró al P. Alberione la "Associazione Generale Biblioteche" fundada en 1921). En 1946 la revista fue cedida por el card. Schuster a los Jesuitas de San Fidel y asumió la nueva cabecera Letture. Desde junio de 1994 es editada por la San Paolo Periodici.

1 Cf Pane e tossico, la stampa U.D., de A.C.I., Roma.

2 * A.M.D.G. - Can. Leopoldo BEAUDENOM, Pratica progressiva... secondo il metodo di Sant'Ignazio di Loyola e lo spirito di San Francesco di Sales, vol. II, 3ª ed., Marietti, Turín-Roma 1931.

1 Mt 22,21.

2 Son los siguientes:
PÍO IX: Quanta cura (1864), Syllabus.
LEÓN XIII: Inscrutabili Dei consilio (1878). Quod Apostolici muneris (1878). Arcana divinæ Sapientiæ (1880). Diuturnum (1881). Immortale Dei (1885). Libertas (1888). Sapientiæ Christianæ (1890). Rerum novarum (1891). Inimica vis (1892). Graves de communi (1901).
PÍO X: Il fermo propósito (1905).
BENEDICTO XV: Pacem, Dei munus pulchérrimum (1920).
PÍO XI: Ubi arcano (1922). Divini illíus Magistri (1929). Casti connubii (1930). Quadragésimo anno (1931). Nova impendet (1931). Caritate Christi compulsi (1932). Vigilanti cura (1936). Divini Redemptoris promissio (1937).
PÍO XII: Summi Pontificatus (1939). Radiomensaje para el cincuentenario de la Rerum novarum (1941). Radiomensaje de Navidad (1941).
Cf GIORDANI, Le Encicliche sociali, Studium, Roma.

3 * La palabra original sonaba "provativa".

4 Cf La Civiltà Cattolica, enero 1935, cuaderno 2029.

1 Cf Psicologia dell'illustrato di S.T. SERINI, in Bianco e nero, Sales, Roma.

2 * O sea aprehensión.

3 Prov 15,30.

4 * «A través de la conversión en las imágenes que nos formamos de la realidad».

1 * Franqueador o distribuidor.

2 1Cor 4,1.

3 Lc 22,32. * «He rogado por ti (Pedro) para que no desfallezca tu fe».

4 Jn 10,16.

5 * En las ediciones sucesivas, en lugar de "talento" figura "tesoro".

1 Cf Rom 8,35.

2 Voce che diffonde il regno di Cristo, G.C.I.G.F., Milán.

1 La Pía Sociedad de San Pablo ha constituido una Asociación General de Biblioteche (A.G.B.) con la finalidad de:
«Unir los esfuerzos aislados para dar más amplio desarrollo a la instrucción religiosa, educativa, moral y científica entre el pueblo, mediante la difusión y la circulación de óptimos libros adecuados a las diversas capacidades y según las distintas necesidades de los lectores, fundando bibliotecas familiares, escolares y especialmente parroquiales.
Reabastecer las bibliotecas ya constituidas de las últimas novedades y de todas las publicaciones necesarias y deseadas.
Dar normas y consejos prácticos para la constitución, el desarrollo y el funcionamiento de la biblioteca: normas que, aunque basadas en principios generales, varían según el género y las necesidades de cada biblioteca.
Formular juicios seguros acerca del valor doctrinal, moral y artístico de las ediciones de la Pía Sociedad de San Pablo y de otras editoriales.
Acordar descuentos y facilidades especiales para adquirir libros y revistas de la Pía Sociedad de San Pablo y de otras editoriales».

1 Sal 125,6. * (Sal 126,6): «Van, sí, llorando van a llevar la semilla; mas volverán, cantando volverán trayendo sus gavillas».

1 Jn 13,13.

2 Jn 6,68.

3 * Cf Mt 13,28: «Un hombre enemigo hizo esto...».

4 * Cf Mt 6,24.

5 * Cf Sal 37[36],27: «Apártate del mal...».

6 * Cf ibíd.: «Haz el bien...».

7 Pedir informaciones a: Pía Sociedad de San Pablo, Roma.

1 Para la naturaleza y el fin de dichas Congregaciones, cf p. 56 y ss.

2 * «Vivir sumamente para Dios en Jesucristo».

3 1Jn 3,16.

4 * La encuadernación consiste en juntar, unir o coser varios pliegos o cuadernos y ponerles cubiertas.

5 * «Caridad de la verdad»: cf 1Cor 8,1; 1Jn 2,5.

6 Véanse cánones: 1345 (n. 1, 2, 3), 1386, 1389, 1390, 1391, 1392, 1393, 1394. * Se trata de artículos presentes en el Código de Derecho Canónico anterior al actual, reformado.

7 * Constitución de León XIII, del 25 de enero de 1897.

8 * La palabra original italiana era indefinitiva.

9 * Norma de aparente procedencia extraña, en contradicción con el concepto mismo de "propaganda a domicilio".

1 Heb 1,1.

2 Cf MARK, Institutiones morales alphonsianæ, t. I, par. 37.

3 * Obviamente tales sanciones, conminadas por el Código de Derecho Canónico de 1917, como toda la disciplina análoga recordada en las páginas precedentes, han sido ampliamente modificadas en el nuevo Código (cf cánones 1311-1322).