PRIMERA PARTE
EL APOSTOLADO Y EL APÓSTOL
Primera Sección
EL APOSTOLADO
CAPÍTULO I
LA EDICIÓN, MEDIO DE APOSTOLADO
Las modernas invenciones del cinematógrafo y de la radio no han disminuido en absoluto la intensidad y amplitud de influencia de la prensa; es más le han ampliado el campo de acción y forman con ella un todo único en el campo del apostolado de la edición.
Prensa, cine y radio proceden hoy de consuno: tres fuerzas que se complementan y refuerzan mutuamente, tres dominadores del pensamiento, del mundo.
Hoy, pues, más que nunca, ha de estudiarse el problema relativo a estos tres inventos del genio humano, no para suprimir su fuerza
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fundamental, sino para hacer de ellos maravillosos instrumentos de apostolado en el sentido de defensa y conquista. Defensa contra los asaltos de ediciones adversas, según el programa categórico: «oponer armas a armas». Conquista para hacer servir estos «progresos del arte, de la ciencia, de la misma perfección técnica e industria humana que, por ser verdaderos dones de Dios, estarán ordenados a la gloria de Dios y a la salvación de las almas».1
Para no incurrir en el peligro de desviarse de un ideal tan vasto y sublime conviene ante todo basarse en principios que ponen a la edición de apostolado en su verdadera luz.
En este capítulo se exponen tres principios esenciales: naturaleza, importancia y fin.
Naturaleza del apostolado de la edición
Por «apostolado de la edición» no se entiende aquí simplemente ese conjunto de iniciativas que rechazan cuanto ofende a la moral o la fe cristiana, o que se proponen algún ideal de bien particular, sino una verdadera misión, que se puede definir propiamente como predicación de la palabra divina por medio de la edición.
«Predicación de la palabra divina», o sea, anuncio, evangelización de la buena nueva, de la verdad que salva.
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Predicación que ha de hacerse en todo tiempo y lugar, según el precepto divino: «Euntes in mundum universum, prædicate Evangelium omni creaturæ»;2 a todo hombre porque, como todos tienen una ignorancia derivada del pecado original, asimismo todos poseen una inteligencia para comprender y elevarse a Dios, un alma que salvar.
«Predicación sin embargo original, hecha a través de la edición».
Como la predicación oral, la escrita o impresa divulga la palabra de Dios, multiplicándola, para hacerla llegar precisa a todas partes, incluso allí donde no puede llegar o no se puede conservar inalterada la palabra. Esto a ejemplo de Dios mismo, que nos dio su Palabra divina en los setenta y dos libros de la Sgda. Escritura, y a ejemplo de la Iglesia, que en todo tiempo unió a la predicación oral también la impresa.
Importancia
Durante algún tiempo la importancia del apostolado de la edición no fue suficientemente valorada en su positiva realidad. Los «hijos
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de las tinieblas» se aprovecharon de ello para subordinarla al incentivo de las malas pasiones y de la avidez de lucro, tanto que el papa Pío X, refiriéndose en particular a la prensa, llegó a exclamar: «¡Oh, la prensa!... Aún no se comprende su importancia. ¡Ni los fieles ni el clero se dedican a ella como deberían!».
Pero muy pronto y en todas partes se multiplicaron las más loables iniciativas en el apostolado de la edición.
Los católicos ya han trabajado y siguen trabajando en el arduo y devastado campo de la prensa, del cine y de la radio, pero hay todavía muchas posibilidades de acción positiva, de éxitos concretos. Y ahora se puede afirmar que, sin un uso más amplio de estos poderosísimos propagadores del pensamiento, inmensas zonas permanecerán siempre fuera del radio de la acción cristianizadora.
La razón se deduce fácilmente de la naturaleza del apostolado, en cuanto es predicación de la palabra divina, y del valor intrínseco de la edición. La prensa, el cine y la radio son las armas de influencia misteriosa que guían a los hombres a su albedrío ya que generalmente forman sus opiniones y regulan su vida sobre cuanto leen, ven y oyen. Y en esto no hay nada de absurdo, pues es sabido que la palabra y el escrito
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hablan al intelecto introduciendo en él ideas, mientras que la voluntad sigue al intelecto y su vida procede de las ideas.
«Buena o mala - afirma por ello justamente Béranger, refiriéndose a la prensa -, falaz o verídica, corruptora o virtuosa, en una nación libre es omnipotente. Crea la opinión pública, las costumbres; si es buena, fortifica la familia y la escuela; si es mala, las destruye; derriba o levanta los ministerios, tiene el derecho de la paz y de la guerra».
Y el papa Pío XI, el animador iluminado y constante de la Mostra internazionale della Stampa Cattolica, en el discurso dirigido en 1936 a los escritores y a los amigos de la Croix reunidos en congreso en Roma, tras haber destacado la «omnipotencia de la prensa», decía:
«Esta expresión tampoco basta para expresar la realidad. La misma palabra de por sí ya es una omnipotencia... Entonces, ¿qué decir de esta palabra, ya omnipotente por sí sola, cuando dispone de un organismo o de un medio de difusión como la prensa? Gracias a esta organización y a este medio de difusión, verdaderamente la omnipotencia se multiplica sobre toda medida».
Pruebas no menos autorizadas y convincentes se tienen al respecto del cine y de la radio. Irán en la segunda parte de este
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libro, donde, tras haber tratado ampliamente del apostolado de la prensa, se aludirá también al apostolado cinematográfico y radiofónico.
Por ahora basten las siguientes:
El papa Pío XI fue un animador entusiasta del cine, en el cual vio un admirable producto de la ciencia, casi un don que la bondad de Dios quiso dispensar a la humanidad, aunque convertido, por desdicha, en «fuente y vehículo primordialmente y casi siempre de mal enorme». Y este pensamiento le hacía exclamar con acento dolorido: «¡Cuánta ruina! Y se trata de almas. ¡Es terrible pensar en ello!».3
Un concepto no demasiado diverso lo tuvo el mismo Pío XI acerca de la moderna invención de la radio, cuyo nacimiento, rápidos progresos y maravillosas aplicaciones vio y de la que él mismo se sirvió para comunicar sus radiomensajes a la humanidad entera.
El papa reinante, Pío XII, como su predecesor, admira el poder de la prensa, del cine y de la radio y tiembla por ellos. Así lo atestiguan innumerables discursos, escritos y hechos. Entre ellos nos place recordar el «Decreto de alabanza y aprobación», emanado el 10 de mayo de 1941 en favor de la Pía Sociedad
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de San Pablo, Congregación religiosa moderna cuyos miembros se proponen como fin específico el apostolado de la edición.
Fin
La gloria de Dios y la salvación de las almas. Este es el fin específico del apostolado de la edición.
Es el mismo programa que los ángeles cantaron sobre la cueva de Belén: «Gloria Deo, pax hominibus».4 El programa de Jesucristo y de su vida perenne en la Iglesia.
Fin altísimo, por tanto, fin divino.
El apóstol de la edición tiene, pues, un solo ideal: hacer reinar a Dios en las almas. Es decir, someter a Dios las inteligencias, reavivando en ellas la fe, y, si es menester, instilándola en ellas; someter a Dios las voluntades, llevándolas a la observancia práctica de su ley; someter a él los corazones, inspirándoles el amor sobrenatural de Dios, la caridad.
Ambiciona un solo tesoro: el eterno, la felicidad celestial. Tesoro que el apóstol quiere esencial, firme e inexorablemente asegurarse a sí mismo y procurar a los hermanos, a todos los hombres.
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CAPÍTULO II
OBJETO DEL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN
El objeto del apostolado de la edición es el mismo de la predicación oral, o sea, la doctrina católica; doctrina que incluye necesariamente la fe, la moral y el culto. Con ella se rinde honor a todo el Maestro divino, proclamado a los pueblos «Camino, Verdad y Vida». Y se responde a las exigencias fundamentales del hombre, el cual posee una inteligencia que necesita ser iluminada, una voluntad que debe ser guiada y un corazón que debe ser santificado
Fe
Puesto que el hombre tiene como primer deber conocer y abrazar las verdades de la fe, «Hemos sido creados para conocer... a Dios»,1 estas verdades
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reveladas por Dios y que la Iglesia nos enseña y propone como objeto de nuestra fe deben ocupar el primer lugar en el objeto del apostolado de la edición.
Verdades expuestas por completo en la Teología, simplificadas en el catecismo y compendiadas en el Credo, el apostolado de la edición se propone darlas a conocer a todos los hombres para que profesen con la Iglesia el Credo católico, a saber:
Creo que hay un Creador, principio de todas las cosas; un Dios que gobierna el mundo con sabiduría, poder y bondad; un Dios que es también nuestro fin supremo, a quien tender con todas las potencias del alma;
creo en su Hijo divino, hecho hombre, nacido de María Virgen, que predicó su doctrina, instituyó la Iglesia, murió en la cruz para salvarnos, resucitó de entre los muertos, subió al cielo, de donde volverá para juzgar al mundo;
creo en el Espíritu Santo, que santifica las almas, ilumina y guía a la Iglesia;
creo en la comunión de los santos, la remisión de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna.
En efecto, el Maestro divino dijo: «Yo soy la Verdad».2
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Moral
Para alcanzar la salvación eterna no basta conocer y profesar las verdades de la fe, sino que hay que cumplir también la voluntad de Dios: «No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial».3
La voluntad de Dios está expresada en su Ley, dada al hombre, y se cumple con la observancia de los mandamientos, con la práctica de las virtudes y de los consejos evangélicos, según los deberes del propio estado.
Objeto del apostolado de la edición es, pues, en segundo lugar, la moral cristiana, o sea, el conjunto de las reglas que sirven para dirigir las costumbres y las acciones libres del hombre conforme a la voluntad de Dios. A saber, el servicio de Dios por medio de la voluntad: «Amarás al Señor, tu Dios... con toda tu alma».4
Y en particular:
Los mandamientos: el culto que se debe únicamente a Dios, con la prohibición de cualquier idolatría, superstición y vana observancia; el respeto al nombre de Dios, a los votos, a los juramentos y la prohibición de toda blasfemia o violación de cosas sagradas; la santificación de los días festivos, los deberes de los hijos,
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de los siervos, de los súbditos, de los obreros para con sus superiores y, viceversa, la condena de toda injusticia contra las personas, sus bienes, la fama del prójimo...
En una palabra, todos los deberes que cada hombre tiene para con Dios, consigo mismo y el prójimo.
Los preceptos de la Iglesia en su doble parte: negativa y positiva: la obligación del descanso festivo, de la oración y de las buenas obras.
Las virtudes, teologales: fe, esperanza y caridad; cardinales: prudencia, justicia, fortaleza, templanza; morales: obediencia, pureza, laboriosidad, humildad, etc.
Los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, en la vida común, donde el alma se eleva a las alturas más sublimes.
El estado religioso y el estado eclesiástico y toda la doctrina ascética referente a la perfección cristiana y religiosa.
Todo esto va ilustrado y confirmado con los ejemplos santos de la vida de Jesús, que dijo: «Yo soy el Camino».5
Culto
El culto, tercera parte de la predicación y de la instrucción religiosa, es también la tercera parte del objeto del apostolado de la edición.
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Además de dar a conocer las verdades que se han de creer y las leyes que se han de observar, debe dar también a conocer y llevar a la participación de los medios de gracia, con la cual se obtiene de Dios la ayuda necesaria para cumplir ambas cosas. Es decir, debe llevar a la práctica del culto, o sea, a todo ese conjunto de actos externos e internos, públicos y privados que honran a Dios y transforman nuestra vida en vida divina incorporándose a Jesucristo.
La parte más noble del culto católico está constituida por los sacramentos.
El apostolado de la edición explique el bautismo, la confirmación, la eucaristía, el orden, el matrimonio y la extremaunción. Particularmente explique la confesión, la Misa, la comunión y el culto eucarístico.
A los sacramentos se asociarán los sacramentales: las muchas consagraciones y bendiciones, los exorcismos, las oraciones por los moribundos, las exequias, la limosna...; la oración en su triple especie: vocal, mental y vital, tanto privada como pública. Sobre todo esta última, que, regulada y valorada por la Iglesia, a lo largo de todo el año litúrgico, es la oración más perfecta, por ser la oficial, y la más útil, porque tiende a esculpir en las almas la imagen misma de Jesucristo.
Todo esto «donec formetur Christus
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in vobis»,6 hasta el «vivo autem iam non ego: vivit vero in me Christus».7
Dijo Jesús: «Yo soy la... Vida».8
El objeto del apostolado de la edición, como ha sido expuesto aquí, ha de entenderse en toda su extensión: es decir, todo el depósito de la revelación directo e indirecto.
Directo: la exposición, defensa, ilustración y vulgarización de la doctrina teológica de la Iglesia.
Indirecto: la exposición, defensa e ilustración de los hechos, de los principios filosóficos, de los monumentos artísticos, de la obra literaria que contienen o conectan con la revelación y la enseñanza tradicional de la Iglesia.
A esto se añade todo aquello que en la literatura, en la historia, en el arte y en las ciencias sirve de escala a la fe y de irradiación a la misma, como por ejemplo -en el campo de la prensa- los textos escolares, los periódicos, revistas y lecturas amenas. Porque en la creación todo representa a Dios, lo desvela y lo canta, y porque en la vida la fe debe iluminar y santificar todas las cosas.
Todo esto se ha de entender no sólo como obra positiva de construcción del bien, sino también como obra negativa de impedimento a la propagación o destrucción del mal.
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CAPÍTULO III
ORDEN DEL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN
Objeto del apostolado de la edición es, pues, la doctrina de la Iglesia, tal como la saca de la Sgda. Escritura o de la Tradición e ilustra con argumentos de razón.
Pero, podemos preguntarnos, ¿no es lícito al apóstol proponer a las almas las fuentes genuinas de la Sgda. Escritura y de la Tradición?
Se responde que no sólo es lícito, sino necesario. No obstante, es menester un orden. A la doctrina de la Iglesia corresponde la precedencia porque constituye la regla próxima de nuestra fe. Siguen la Sgda. Escritura y la Tradición, que constituyen su regla remota.
Pero también aquí el apóstol debe seguir las directrices de la Iglesia porque a ella y sólo a
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ella le ha conferido Cristo la infalibilidad del magisterio.
Doctrina de la Iglesia
El apostolado de la edición tiene como primer y principal deber el comunicar a las almas la doctrina de la Iglesia, haciéndose como repetidor, voz y altavoz de la Iglesia, del Papa, de los obispos y del sacerdote católico. «Vosotros sois nuestra misma voz», decía el papa Pío XI de v.m.1 a los publicistas, acogidos paterna y familiarmente ante su trono de verdad.
La razón es evidente: la mayoría de los hombres no tienen la posibilidad de realizar estudios religiosos suficientes para conocer y profundizar la verdadera religión. Y Dios, que no falla nunca en las cosas necesarias para nuestro fin, proveyó a ello con la institución de la Iglesia infalible, indefectible y católica, para que todos los hombres de todos los tiempos y lugares se pudieran dirigir a ella con seguridad de conocer la verdad y el bien.
Los hombres, los pueblos todos, en toda ocasión y revolución doctrinal, volviéndose a ella, conocerán siempre la divina verdad y el camino seguro para llegar al cielo. Lo atestiguan las palabras de Cristo mismo: «El que os escucha a vosotros me
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escucha a mí; y el que os rechaza a vosotros me rechaza a mí; y el que me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado».2
Sagrada Escritura
El sacerdote y el fiel instruidos en la doctrina de la Iglesia están también preparados para seguir a la misma en su obra de confirmación y de investigación de la verdad, o sea, en el estudio de las fuentes de la revelación: la Sgda. Escritura, la Tradición, reglas remotas de nuestra fe, que contienen la verdad revelada. Precede la Sgda. Escritura, el gran libro o carta divina que dirigió Dios a los hombres, sus hijos, para invitarlos a ir al cielo, proponiéndoles las verdades que creer, las obras que cumplir y los medios de gracia para llegar a él.
Pero puesto que no es lícita la libre interpretación del Sagrado Texto porque Dios ha confiado a la Iglesia, y a ella sola, el depósito de la verdad, la Biblia debe ser leída y estudiada según sus directrices.
El apóstol de la edición, como hijo fiel de la santa madre Iglesia, propóngase dar a conocer el Libro divino a todos los hombres, pero ateniéndose siempre a sus normas y rechazando lo
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que no está conforme con sus principios y su genuina interpretación.
A los estudiosos les recuerde que, en general, para poder profundizar el Sagrado Texto, es necesario, además del estudio de la teología y de una segura introducción, también y especialmente la devoción a la Iglesia a la hora de aceptar los comentarios propuestos o al menos aprobados por ella.
Al pueblo y a los fieles propóngales la lectura piadosa de textos enriquecidos de comentarios no muy amplios, pero de índole popular, según las normas que se expondrán seguidamente.
Sagrada Tradición
Además de la doctrina de la Iglesia y la Sagrada Escritura, el apóstol de la edición vulgarice y difunda la sagrada Tradición. Es decir, esa parte de la divina revelación que completa la Sgda. Escritura, transmitiéndonos verdades que no están contenidas en ésta e interpretándolas de modo auténtico, como se manifiesta en el magisterio solemne y en el magisterio ordinario teórico y práctico.
Guiado por la Iglesia, el apóstol de la edición aclare, confirme, aplique y defienda con la Tradición la doctrina católica y sepa sacar de ella obras y frutos que redunden en gloria de Dios y salvación de las almas.
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CAPÍTULO IV
CARÁCTER DEL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN
El apostolado de la edición tiene un carácter distintivo propio, que se puede definir carácter pastoral, en la sustancia y en la forma.
Carácter pastoral
La pastoral es el arte divino de gobernar a las almas: apacentarlas, o sea, guiarlas a los pastos saludables de la verdad, por los senderos rectos de la santidad cristiana, y a las fuentes de la vida sobrenatural.
Éste ha sido el papel divino de Jesús, éste el cometido que el Maestro transmitió y confió a los Pastores: «Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros».1
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Éste, y no otro, es el gran trabajo del sacerdote, ya predique desde el púlpito o lo haga a través de una hoja, un libro, una película o el micrófono. Sírvase, pues, de la palabra de la edición: oficio único para el ministro de Dios, una sola doctrina, un solo programa: «Da mihi animas, cetera tolle».2
En la sustancia
El apostolado de la edición debe ser ante todo pastoral en la sustancia, o sea, en los conocimientos que presenta a través de sus obras.
En esto es maestra la Iglesia. Ella, depositaria de la doctrina sagrada, es también nutricia3 de todo el saber humano, ya que las ciencias y las artes humanas están todas de algún modo iluminadas por la revelación. Por eso la Iglesia tiene un mérito altísimo en el campo de la ciencia. Pero su cuidado, su oficio esencial, consiste en indicar el camino del cielo, y por ello amaestrar a los hombres en las verdades de la fe, de la moral y del culto cristiano.
Siguiendo las huellas y directrices de la Iglesia, el apóstol de la edición podrá, pues, ocuparse de las ciencias y de las artes sólo en cuanto ayudan a la consecución de su fin específico, esto es, del mismo modo que se ocupa de ellas el misionero
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para obtener más fácilmente la conversión de los infieles.
Su preocupación principal no es, pues, la de dar a los lectores las noticias más recientes, ni tratar cuestiones políticas, comerciales, industriales, agrícolas, literarias, etc., por sí mismas, sino sólo en cuanto con ellas se facilita el camino al pensamiento cristiano y se salva a las almas de los pastos venenosos, y en cuanto ellas también se pueden y deben santificar con el pensamiento cristiano.
En primer lugar procure en cambio comunicar la doctrina sagrada exponiéndola directamente con orden catequístico o científico, poniendo como base, fondo y sustancia de toda obra las verdades que con método se vienen aplicando a la vida cristiana, individual, familiar, social e internacional o la vida litúrgica que la Iglesia vive durante el año eclesiástico; por ende de las fiestas, de los Evangelios, de las epístolas, del desarrollo del culto deducir y vulgarizar las verdades, los preceptos, los medios de gracia que se deben proponer a los hombres.
O poniendo como base, fondo y sustancia la vida de la Iglesia a lo largo de los siglos y, así, aplicará las doctrinas que enseñan los papas, los obispos y los sacerdotes; acompañará y, con frecuencia, hará de centinela avanzado en la lucha que esta ciudad de Dios mantiene contra la ciudad del demonio; defenderá la moral, la doctrina y el culto de los ataques
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adversarios; divulgará por todos los rincones de la tierra los tesoros que la madre Iglesia tiene el oficio de distribuir a los hombres.
O aplicando la doctrina católica a los problemas políticos, económicos, sociales, científicos y morales que los tiempos van presentando.
En los dos primeros modos se tendrá un fondo doctrinal y una materialidad de hechos; en el tercero se seguirá un método histórico-doctrinal.
En la forma
También en la exposición de la materia el apóstol de la prensa debe ser pastoral. Dirigirse a todas las facultades del hombre: inteligencia, voluntad y sentimiento, a fin de que sean todas nutridas con los dones divinos, con Dios mismo, de modo que el hombre se transforme en Dios.
Todo el hombre debe dar convenientemente gloria a Dios: todas sus energías deben doblegarse ante él para rendirle total y docto homenaje, «obsequio racional».4
La inteligencia debe rendir a Dios el debido homenaje. El Maestro dijo: «hæc est vita æterna; ut cognoscant Te (Pater) et quem misisti Jesum Christum».5 Por eso él mismo, «Bonus Pastor», no cesó de amaestrar de
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todos los modos: «aperiens os suum docebat: beati pauperes spiritu...».6
La voluntad: «Si vis ad vitam ingredi serva mandata».7 La voluntad debe ser iluminada, espoleada al deber con los ejemplos del Maestro divino, ejemplar perfecto, con los buenos ejemplos de los santos y de cuantos han recorrido el camino del cielo: «Es ancha la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; y es estrecha la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y son pocos los que lo encuentran».8 Esforzaos.
¡A Dios hay que dar el sentimiento y el corazón! Que la vida divina, que es gracia, penetre y transforme todo en Jesucristo por obra del Espíritu Santo.
Tres pasiones agitan al hombre: «Omne quod est in mundo concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum, superbia vitæ».9 Deberán sustituirlas la pureza, el espíritu de pobreza y la humildad del corazón.
Tienda a esto el apóstol.
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CAPÍTULO V
LAS EXIGENCIAS DEL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN
La universalidad del apostolado de la edición exige, en quien lo ejerce, aspiraciones y dotes particulares que se pueden compendiar en tres frases: sentir con Jesucristo, sentir con la Iglesia, sentir con san Pablo.
Sentir con Jesucristo
Significa tener el corazón del divino Maestro para los hombres, como se manifiesta en el «Venite ad me omnes».1 Por eso no habrá que ocuparse sólo, por ejemplo, de las misiones o de la escuela, de la oración, de la frecuencia de los sacramentos o de la palabra de Dios, ni dirigirse sólo a la turba de los necesitados, a la mujer o a una determinada clase de personas.
Para estos apostolados particulares hay personas
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especializadas que pueden usar también la edición en sus santas y diferentes empresas.
El apostolado de la edición, "de suyo", se ocupa de todo: de todas las necesidades, de todas las obras e iniciativas.
Abraza, pues:
Las obras de instrucción religiosa: catecismos, cultura cristiana, escuelas.
Las obras de formación moral: todo lo que es educación juvenil (asilos, colegios, universidades), Acción católica, vocaciones, misiones, santidad del matrimonio, recta constitución de la familia, buena legislación y gobierno de los pueblos.
Las obras de vida espiritual: la práctica del culto, liturgia en general y en particular, como los sacramentos, el año litúrgico, la oración y las devociones.
Las obras de beneficencia: conferencias de san Vicente de Paúl, limosna diaria, orfanatos, asilos, casas de salud, hospitales, cárceles, enfermos, viudas, mutilados, esclavos y todo género de miserias.
A todas las obras puede contribuir eficazmente el apostolado de la edición con libros, periódicos y ediciones convenientes. Se propugnarán sobre todo el Evangelio, las obras eucarísticas, las obras de formación de la juventud y todas las demás obras culturales de las cuales, como de fuente, emanan los demás apostolados.
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Sentir con la Iglesia
El apostolado de la edición no sólo debe considerar a la Iglesia como la sociedad única, santa, católica, apostólica, romana, indefectible, infalible, visible e instituida por Cristo para la salvación de todos los hombres, sino que también exige, en quien lo ejerce, que, abandonando sus sentimientos privados, incline siempre la mente, la voluntad y el corazón a pensar, obrar y sentir, y por tanto a escribir de conformidad con la Iglesia. En una palabra, que tenga corazón de hijo con ella, que tiene corazón de madre para los hombres.
Por eso se debe formar con los autores que tienen la aprobación y recomendación de la Iglesia, especialmente si están condecorados con el título de Doctores. Deberá leerlos y meditarlos toda la vida. Pero sobre todo deberá leer las Actas del Papa, de las Congregaciones romanas y del Episcopado y rechazar prontamente todo libro, periódico o tendencia, partido, discurso o talante que no esté estrictamente conforme con lo que enseña o desea la Iglesia.
Corresponde después al apostolado de la edición iluminar, alabar y publicar lo que afecta a la Iglesia, el Papa, el Episcopado, los Concilios, las disposiciones canónicas, litúrgicas y disciplinares, las enseñanzas doctrinales y tradicionales; defenderlas y aplicarlas a la vida práctica; promover todas
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las instituciones que hay en la Iglesia y censurar cuanto se le opone.
A este apostolado se le confía particularmente el cometido de acompañar a la Santa Sede en sus iniciativas y recomendaciones para contribuir a realizarlas; al Episcopado para las iniciativas que atañen a las diócesis; al clero secular y regular en las cosas locales, de modo que se consiga armonía, unidad y eficacia.
En pocas palabras: el apostolado de la edición se convierte, como ya se ha dicho, en la voz de la Iglesia, del Papa, del Episcopado, del párroco, del sacerdote, en la misma voz que se multiplica y se refuerza como en un altavoz para llegar a todos y llevarles los beneficios de la verdad, de la santidad y de la vida de la Iglesia.
Sentir con san Pablo por las almas
San Pablo es el apóstol tipo. Amalgamó e hizo propios los elementos más dispares al servicio de una idea, de una Vida, de un Ser.
Fue el apóstol incansable que, «omnia omnibus factus»,2 estaba siempre y en todas partes con todos y con todos los medios. El Apóstol audaz que, a pesar de su precaria salud, de las distancias, de los montes, del mar, de la indiferencia de los intelectuales, de la fuerza de los poderosos, de la ironía de los satisfechos, de las cadenas y del martirio, recorrió el mundo
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para renovarlo en una luz nueva: Jesucristo.
Así y no de otro modo debe ser el apóstol de la edición. Siguiendo las huellas de su modelo y protector, el Apóstol de las gentes, debe tener un corazón grande que abrace a todo el mundo, una actividad incansable, heroica para guiar las almas a Dios y dar Dios a las almas.
Y dado que todas las almas no se acercan a Dios de la misma manera, y tienen por lo general necesidades individuales, el apóstol debe aprender de su modelo el arte de «hacerse todo para todos» y aquella elasticidad de adaptación que se aprecia en el Apóstol, en su modo diferente de tratar a los hombres según las condiciones físicas, intelectuales, morales, religiosas y civiles.
Ahora bien, tendrá que revestirse de las vísceras de caridad y de misericordia que el Apóstol de las gentes demuestra al acoger a Onésimo, en las dulcísimas elevaciones con la virgen Tecla o en las ardorosísimas exhortaciones hechas a los corintios, en la altura del sermón usado en el areópago o en la sencillez con la que habló a Filemón.
El apóstol de la edición no hallará gran dificultad en esto si sabe encontrar el secreto de la adaptación de san Pablo: la caridad: «in omnibus cáritas!».3
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CAPÍTULO VI
EL MÉTODO EN EL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN
También en el apostolado es útil seguir un método, o sea, un conjunto de principios, criterios y disposiciones que regulan el modo de actuar. El método dirige los pasos y asegura la consecución del fin.
En el apostolado de la edición se aconseja el método denominado «camino, verdad y vida», por el trinomio evangélico en que se apoya. El apóstol debe estudiarlo, profundizarlo, seguirlo en su formación y después traducirlo en su apostolado.
El modo de llevar a la práctica este método se encuentra [aplicado] en todo el libro. Aquí se exponen su esencia, fundamento y actuaciones y se dan algunas reglas prácticas.
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Esencia
El método «camino, verdad y vida» se basa en este principio fundamental: el hombre debe adherirse a Dios completamente, o sea, con todas sus facultades principales: voluntad, intelecto y sentimiento.
Y ¿cómo se adherirá en la práctica?
Siguiendo a Jesucristo, elegido por Dios Mediador nuestro de verdad, de santidad y de gracia: «Ego sum Via, Veritas et Vita».1 Y, precisamente, según este esquema:
1. Seguir a Jesucristo Camino - avanzando tras sus huellas (adhesión de la voluntad).
2. Seguir a Jesucristo Verdad - escuchando su doctrina (adhesión del intelecto).
3. Seguir a Jesucristo Vida - viviendo en su amor y en su gracia (adhesión del sentimiento y del espíritu).
Apoyándose en este principio y ateniéndose a este esquema, el apóstol encontrará el camino maestro para su formación y para el apostolado.
Fundamentos
El método expuesto se funda tanto en el orden natural de la naturaleza humana como en el orden sobrenatural, al que está elevada la naturaleza humana.
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En el orden natural - El hombre, ser compuesto de alma y cuerpo, actúa y obra mediante las facultades propias que especifican su naturaleza: las facultades espirituales y sensitivas. Estas potencias humanas, al estar arraigadas en un mismo tronco (la naturaleza humana), no pueden dejar de depender ni de influenciarse recíprocamente en el desarrollo de los actos propios.
Por tanto, para explicar las operaciones específicas del hombre no basta la simple actividad de la voluntad, del intelecto o del sentimiento ni la de los mismos sentidos.2 En él todas las potencias deben actuar en armonía de vida, tanto en el orden espiritual como en el sensitivo.
Y limitándonos únicamente a las facultades espirituales, voluntad, intelecto y sentimiento, se puede decir que la acción de estas tres facultades o principios inmediatos de operación está bien expresada en el trinomio evangélico «camino, verdad y vida». Valga un ejemplo: quiero ir por un derrotero determinado. Es la idea del fin que, primero en la intención, es apetecido por la voluntad. Pero antes debo conocer el camino para proporcionar conscientemente los medios. Es la reflexión del intelecto. Además, para caminar se requiere energía, fuerza, impulso, coraje: es el sentimiento.
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Todo esto es lógico y naturalmente progresivo. En efecto, en el hombre la facultad a la que corresponde el primado es la voluntad, la cual manda al intelecto, al sentimiento y a los sentidos. El intelecto, aplicado por la voluntad, examina las conveniencias, las proporciones, los nexos causales y la eficacia de los medios. El sentimiento, ordenado por la voluntad, se aplica, incita y atrae las operaciones, y los sentidos captan las cosas en el orden sensible.
Es verdad que en el primer acto (originario) de la voluntad no se puede prescindir de la luz intelectiva que muestra el fin, pero en el entendimiento del fin es la voluntad la que se manifiesta dueña, como tendencia incoercible e iluminada.
Es verdad asimismo que el sentimiento es inseparable de la actividad de la voluntad, del intelecto y también de la sensitividad y de la sensibilidad, pero se le puede considerar muy bien desarrollándose como actividad específica en orden a la actuación de cuanto la voluntad, iluminada por el intelecto y ayudada por los sentidos, quiere obtener.3
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En el orden sobrenatural - Aquí se encuentra un principio nuevo de operaciones y de vida, la gracia, que eleva toda la naturaleza humana. Y como en el orden natural el principio vital embarga la voluntad y el intelecto para sostenerlos en la existencia y en las operaciones, así en el sobrenatural la gracia informa la voluntad y el intelecto a fin de que puedan decidirse y operar según el fin sobrenatural.
No obstante, la gracia, informando y elevando toda la naturaleza humana, suscita energías eficaces que arrastran a la voluntad hacia el fin (aun respetando su libertad) y facilitan al intelecto la visión de la verdad natural y sobrenatural; ayudan al intelecto y a la voluntad en la emisión de actos de fe y en los propósitos, eliminando, casi por encanto, muchos impedimentos.
También en la naturaleza humana elevada al orden sobrenatural se encuentran los fundamentos del método «camino, verdad y vida» porque también aquí el hombre actúa con sus facultades esenciales (intelecto, voluntad, sentimiento)4 que, aun elevadas por la gracia, no cesan de influirse en la explicación de los actos propios.
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Actuaciones
En todo campo de la actividad humana (especulativa y práctica, doctrinal y artística...) y en toda ciencia (teológica, filosófica, histórica, biográfica...) se encuentran actuaciones del trinomio evangélico. Al respecto se podrían referir innumerables testimonios, pero nos limitaremos a algunos:
En las actividades del hombre - Es conocido el principio filosófico: «Primus in intentione est finis».5 Pero la intención o finalidad es esencialmente tendencia a un término (intelectivamente aprehendido), y la tendencia es propia de la voluntad, que sigue un camino para alcanzar este término.
Sigue el examen de los medios que proporcionar al fin: reflexión sobre los pasos que dar para hacerlos cada vez más conformes6 con el fin, examen sobre el nexo que existe entre un pensamiento y un acto, entre palabra y palabra, acción y acción; esto es, examen entre causa y efecto, de modo que la voluntad sepa evitar los obstáculos y resolver las dificultades y esté iluminada siempre en el camino que se le abre por delante. Este es el oficio del intelecto, luz de la voluntad por medio de la verdad.
Propuesto el fin de la voluntad, proporcionados los medios del intelecto, se requiere una fuerza para realizar el propósito: este es el sentimiento o corazón, símbolo de la vida y de cuanto tiene más semejanza inmediata con la vida.
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En las épocas de la vida del hombre - El niño en su actuar imita solamente aquello que ve, siente o le causa impresión. El joven que empieza a abrirse al razonamiento, busca el porqué de las cosas, pero también las proporciones entre efecto y causa.
La vida procede, hasta que en la senilidad se actúa especialmente por impulso del sentimiento.
Por eso, no teniendo en cuenta el breve período de la juventud, donde parecen prevalecer el corazón y el entusiasmo, permanecen los tres períodos graduales, marcados por la imitación (camino) en la niñez, la reflexión (verdad) en la virilidad y el sentimiento (vida) en la vejez.
En el estudio y en la actividad de timbre intelectual se verifica la actuación gradual del trinomio. Se lee una página: la primera mirada consiste en seguir (imitar) un camino intelectual del escritor. Después se examina el nexo causal que une los períodos y los razonamientos. Por fin se asimilan los conceptos, y el razonamiento se hace propio, vida propia, a la que se adhiere con el afecto.
En una meditación o prédica: leer o escuchar es simplemente seguir la vía trazada por alguien fuera de nosotros.
Sigue una reflexión: examen sobre el nexo proporcional de efectos (buenos o malos) en relación
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con las causas; se examinan los medios proporcionados para caminar efectivamente por la vía indicada. Viene por fin la asimilación interna, por la que, con un acto de fervor, se hacen propias, vivientes en nosotros, las cosas consideradas. Las convicciones se convierten entonces en realidad asimilada (vida), que después se desarrollarán en actos singulares, que son posibles porque han hecho vida propia la tendencia (fin) de la voluntad y las convicciones de la mente.
Así se explica también el valor que la doctrina cristiana atribuye a la intención prescindiendo de la actuación práctica: la intención crea porque es eficaz, porque se vuelve vida del alma.
En un silogismo la categórica enunciación de la mayor es como una vía fijada por la voluntad, un mandato. En la menor la mente reflexiona sobre el mandato de la voluntad, analiza el concepto del término denominado medio, examinando si abraza o no el sujeto de la menor. Cierra la asimilación total de los dos juicios en la síntesis de la conclusión, que deviene célula vital en el organismo de la ciencia.
Los ejemplos aducidos y otros innumerables que se podrían aportar demuestran que el método «camino, verdad y vida» es orgánico, lógico, claro, preciso; no sólo, sino que puede tener aplicaciones indefinidas porque toca la constitución específica del hombre.
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Conclusiones prácticas
Siguiendo el método expuesto, al apóstol le resultará fácil adherirse completamente a Dios y hacerse, como Jesucristo, camino, verdad y vida para las almas.
Pero en la práctica no debe hacerse esclavo de su método, sino ser elástico a la hora de adaptarse a las circunstancias y seguir a propio gusto tanto la opinión que concede a la voluntad la supremacía sobre las potencias humanas, como la que se le otorga al intelecto, ya que, si es verdad que la voluntad es la reina de las facultades humanas, es también verdad que el intelecto tiene una cierta preeminencia en orden al acto. En efecto, es la idea la que tiende al acto, el acto suscita después el sentimiento y el sentimiento confirma la idea y refuerza el acto.
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1 PÍO XI, Vigilanti cura. * Encíclica de 1936 sobre los espectáculos cinematográficos.
2 Mc 16,15. * «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura».
3 Discurso dirigido al Comité de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica en Castelgandolfo el 10 de agosto de 1934.
4 * Cf Lc 2,14: «Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que él ama».
1 Catecismo de Pío X.
2 Jn 14,6.
3 Mt 7,21.
4 Mt 22,37.
5 Jn 14,6.
6 Gál 4,19. * «Hasta que Cristo sea formado en vosotros». Existe también una obra del P. Alberione con este título: Donec formetur Christus in vobis. Meditazioni del Primo Maestro, Alba, Pia Società San Paolo, 1933, 110 pp., 16 cm. Una nueva edición crítica está en preparación.
7 Gál 2,20. * «Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí».
8 Jn 14,6.
1 * De veneranda o venerada memoria.
2 Lc 10,16.
1 Jn 20,21.
2 Gén 14,21. * El texto bíblico refiere: «El rey de Sodoma dijo a Abrán: "Devuélveme las personas, y toma para ti los bienes"». En la tradición ascética cristiana, la expresión ha pasado a significar: «Asegura la salvación de las almas, lo demás no cuenta».
3 El término italiano, "altrice", hoy desusado, tiene etimológicamente el significado de procurar el alimento a otra persona.
4 Rom 12,1.
5 Jn 17,3. * «La vida eterna es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo».
6 Mt 5,2-3. * «Se puso a enseñarles así: "Dichosos los pobres de espíritu..."».
7 Mt 19,17. * «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos».
8 Mt 7,13-14.
9 1Jn 2,16. * «Todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida».
1 Mt 11,28. * «Venid a mí todos».
2 * Cf 1Cor 9,22s: «Con los débiles en la fe me hago débil para ganar a los débiles; me hago todo para todos, para salvarlos a todos. Todo lo hago por el evangelio, para participar de sus bienes».
3 * Cf Col 3,14: «Por encima de todo tened amor, que es el lazo de la perfección».
1 Jn 14,6. * «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».
2 En la práctica se atribuye la acción a una u otra facultad porque toda actividad tiene un timbre particular que le da la facultad que prevalece en ella.
3 El sentimiento, llamado por otros el «pius affectus voluntatis», en su «afección», ordena las energías que intensifican, sostienen y hacen fuerte el amor espiritual. Considerado además como facultad no sólo en el sentido espiritual, sino asimismo sensitivo, se llama también corazón. Esto por conveniencia o, mejor, por un simbolismo legítimo, fundado en la función del corazón como centro del organismo que transmite la sangre (símbolo de la vida y del nutrimento). Justamente se le denomina igualmente vida ya que responde a los afectos, simboliza el amor y por el amor la vida, que es comunicación de bondad. Y esto no sólo en el orden natural, sino también sobrenatural, en el cual la comunicación de la bondad equivale a comunicación de la gracia, vida del alma.
4 El sentimiento, llamado también corazón (elevado por la gracia), no sólo simboliza el amor y la vida, sino que está informado por la gracia, nuevo principio vital que Dios comunica al hombre.
5 * «El fin es lo primero en la intención».
6 * Conformes, o sea correspondientes al fin