Beato Santiago Alberione

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Segunda Sección
EL APOSTOLADO DEL CINEMATÓGRAFO

CAPÍTULO I
EL CINEMATÓGRAFO Y EL APOSTOLADO RELIGIOSO

El cinematógrafo1 ha abierto al apostolado religioso un nuevo e inmenso campo de actividad y de responsabilidad.
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La extensión de este campo apareció ya cuando el pueblo empezó a frecuentar las salas cinematográficas, impelido por la curiosidad de ver moverse en la pantalla algunas figuras en blanco y negro que antes todos estaban acostumbrados a ver fijas en el papel, en forma de fotografías normales.
Creció cuando el cinematógrafo, salido de la fase experimental, adquirió ante las masas un interés espectacular desde el punto de vista [de la] «diversión», y empezó la creación de películas con verdadera trama.
Cuando más tarde, elevada al grado de arte, la producción cinematográfica pasó de Europa a América, y con el filme sonoro y hablado alcanzó una de sus metas más altas, a saber, la de reproducir fielmente al vida real, la intervención de almas apostólicas pareció indispensable.
La necesidad se acentúa particularmente hoy, en que la fuerza del cine es superior a la de la escuela, el púlpito y la prensa y se encamina hacia logros cada vez mayores.
En efecto ya es conocida la extensión y eficacia de este invento del genio humano. Extensión que, puede decirse, abraza toda la vida: individual, familiar, social, intelectual, moral y religiosa, literaria y artística, económica y política...
Eficacia que supera a cualquier otro medio de
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divulgación de las ideas y de educación de la juventud y del pueblo.
El cine, en efecto, tiene sobre el espíritu humano un poder psicológico que podría calificarse de sugestivo, porque aferra a todo el hombre y afecta a todas las potencias sensibles y espirituales. No le pide al espectador ni siquiera el esfuerzo de pensar, reconstruir o imaginar las escenas, como lo requeriría incluso la novela más sencilla.
Eficacia que, unida a la extensión, puede reforzar y sacudir gravemente -según sea bueno o malo- los cuatro pilares de la convivencia humana: la juventud y la familia, el orden social y el orden religioso.
Dichas prerrogativas son por desdicha reconocidas y explotadas de modo impresionante por los «hijos de las tinieblas», que hacen del cine un incentivo de pasiones y de ganancia, un instrumento del mal en el sentido más amplio de la palabra.
«Todos saben -afirma Pío XI en la Vigilanti cura- cuánto daño producen las malas cinematografías en las almas. Ellas se convierten en ocasiones de pecado, inducen a los jóvenes al camino del mal porque son la glorificación de las pasiones; exponen bajo falsa luz la vida; ofuscan los ideales, destruyen el amor puro, el respeto al matrimonio y el afecto a la familia. Pueden crear asimismo fácilmente prejuicios
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entre los individuos y discordias entre las naciones, entre las clases sociales y entre razas enteras».
Y los hechos lo confirman.
Atendiendo a las cifras, aunque sean áridas, de una estadística2 se puede medir la profunda importancia que el problema del cine asume cada día más.
Ellas demuestran cuánto urge el deber de acelerar el paso y de recuperar el largo tiempo perdido, ya que es necesario arrebatar a Satanás un vasto terreno injustamente conquistado y devolver a Dios un gran don de su potencia. Es necesario recuperar en beneficio de las almas un instrumento ya usado ampliamente para su ruina.
«Las buenas representaciones -decía el papa Pío XI en la citada enciclica- pueden ejercer una influencia profundamente moralizadora sobre aquellos que las ven. Además de recrear, pueden suscitar nobles ideales de vida, difundir preciosas nociones, presentar la verdad y las virtudes en forma atrayente, crear o por lo menos favorecer una comprensión entre las naciones y las clases sociales, promover la causa de la justicia, renovar la llamada de la virtud y contribuir como ayuda positiva a la mejoría moral y social del mundo».
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Prácticamente el apóstol puede desplegar al respecto sus actividades, siguiendo las directrices de la legítima autoridad eclesiástica, proponiéndose colaborar, en cuanto le es posible, en la cristianización del cinematógrafo público ya existente y en la creación de una cinematografía católica.
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CAPÍTULO II
CRISTIANIZAR EL CINEMATÓGRAFO

Se trata de una actuación predominantemente negativa: impedir el mal que produce el cinematógrafo anticristiano ejercitando una acción persuasiva sobre los productores de películas, sobre las autoridades civiles, los padres, los educadores y el público.

Acción sobre los productores y autoridades civiles

Sobre los productores de películas (ideadores, distribuidores, alquiladores, directores, gestores de salas públicas, propagandistas...) se puede ejercer una acción directa y una acción indirecta.
La primera consiste en apelar a su responsabilidad frente a sí mismos, a las almas y
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a Dios. La segunda, en desviar los ánimos de las representaciones no conformes con la fe y la moralidad cristianas.
Con las autoridades civiles competentes es posible un apostolado de convicción y de colaboración para obtener que sean instituidas Comisiones de censura y de disciplina.
Censura que ejerza un control no sólo con respecto a la ciencia y al arte, sino también y especialmente respecto a la materia moral y religiosa.1 Disciplina que, además, oriente la producción por mejores caminos, tanto desde el aspecto artístico como desde el moral y religioso.

Acción sobre los padres y educadores

Formar educadores y padres que sepan mantenerse en el justo medio respecto a los niños, evitando dos excesos: permitir que los jóvenes vean las películas más dispares en las que aprenden a conocer todas las fealdades del mundo; impedirles asistir a cualquier cinematógrafo.
Aquí se podría aplicar el principio: «In medio stat virtus».2
En efecto, nos encontraremos con el cine
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siempre y en todas partes. Y no siempre se puede, en nombre de la fe y de la moral, impedir a los jóvenes tomar parte en esas manifestaciones de la vida corriente, que no hay que condenar "per se". Los padres y los educadores conscientes tienen el deber de elegir, dosificar, acompañar y corregir.
Elegir para sus hijos filmes buenos o por lo menos inocuos, y por consiguiente informarse con anterioridad.
Dosificar. Aunque los espectáculos sean decentes, ¡no deben ser demasiado frecuentes para los niños! Y esto por una razón moral e higiénica. Moral, porque la frecuentación puede imbuirles la fácil y perjudicial pasión por el cine. Higiénica, porque la fuerza sugestiva del cine influye a menudo dañosamente sobre el sistema nervioso del niño. A los muchachos el cine se les debe conceder como un premio o una excepción.
Acompañar a los niños al cine porque, aunque el espectáculo sea inocuo, no siempre lo es el ambiente.
Corregir las falsas impresiones que pueden haber producido a los chicos.

Acción sobre los espectadores

La acción que se puede y debe ejercer sobre el público de los espectadores es amplia y presenta mayores
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probabilidades de éxito, y por tanto es más imperiosa.
Se puede obtener con una propaganda oral y escrita que tienda a convencer los ánimos a querer, no la supresión de esta magnífica invención, sino la utilización para el bien individual y social.
Debería llevar al público de todos los lugares a:
- rehuir las películas impías y obscenas, contrarias a las buenas costumbres, a la doctrina católica y al orden social;
- tomar la determinación de no asistir, y procurar que otros tampoco asistan, a espectáculos cinematográficos donde sean proyectadas tales películas;
- contribuir, según la posibilidad de cada uno, a crear una conciencia pública sobre el peligro que estas proyecciones representan.
Para obtener esto es indispensable la formación de la conciencia cinematográfica en orden a los espectáculos.
«Es muy triste la constatación actual -afirma mons. Civardi-. Católicos, incluso cultores de la religión, entran inconsideradamente en cualquier cine, sin haber comprobado la moralidad de los mismos. Entran en el aula cinematográfica con la misma indiferente disposición de ánimo con que van al hotel a saciar la sed o a refrescarse. De aquí derivan dos peligros: el daño moral de los espectadores irreflexivos
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y la cooperación indirecta en los espectáculos pornográficos.
«Es, pues, necesario formar en los fieles obedientes a la voz de los pastores una conciencia cinematográfica tal, que engendre la obligación de la vigilancia y de la elección de los filmes según los juicios de una institución apropiada, no del arbitrio, sino de la religión».3
Entre los medios prácticos más eficaces para la formación de una recta conciencia cinematográfica figura al presente la promesa acerca de los espectáculos cinematográficos.
Fue recomendada por el mismo Pío XI en la Vigilanti cura con estas textuales palabras: «Todos los pastores de almas procurarán obtener de sus fieles que hagan cada año, como sus cohermanos americanos, la promesa de abstenerse de películas que agravien la verdad y la moral cristianas».4
«Este compromiso o promesa puede obtenerse de modo eficaz por medio de la iglesia parroquial o de la escuela, con la premurosa cooperación de los padres y de las madres de familia conscientes de su grave responsabilidad. Los obispos
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podrán asimismo servirse a este fin de la prensa católica, que ilustrará la belleza y la eficacia de la promesa de que se trata».
Esta promesa, que el papa de s. m.5 pide a todos los católicos conscientes, ya ha dado en algunos países resultados alentadores6 y hace concebir óptimas esperanzas para el porvenir.
«La promesa cinematográfica -publica La Civiltà Cattolica-, si se mantiene y extiende a más amplias capas del pueblo, supera evidentemente a cualquier otro trabajo de saneamiento moral. Incluso nos atreveríamos a decir que ella sola podría bastar en una nación donde no hay fuerzas opuestas que por principio pretendan subvertir
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el orden religioso y moral. Es más, añadimos que cualquier otra iniciativa estaría condenada al fracaso si faltara esta intervención individual y colectiva de personas decididas a desertar el espectáculo inmoral».7
Mas para que la promesa sea realmente fructuosa debe hacerse conscientemente y acompañarla con rectos propósitos.
«La experiencia ha demostrado -escribe el excmo. mons. Evasio Colli- que esta promesa aporta notables beneficios, cuando va preparada por una buena propaganda, orientada a formar la conciencia cristiana en orden a los espectáculos cinematográficos».8
Se necesita, pues, una preparación que haga comprender la naturaleza del cine, considerado en sí mismo y en sus repercusiones morales, la esencia de la promesa cinematográfica y las obligaciones que comporta, lógica consecuencia de la promesa bautismal de renunciar a las obras y a las pompas del demonio.9
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Esta preparación puede lograrse mediante congresos cinematográficos, prédicas, conferencias y sobre todo con la celebración de la jornada para el cine moral, como fue promovida y organizada en muchas diócesis de Italia.
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CAPÍTULO III
CREAR UNA CINEMATOGRAFÍA CATÓLICA

Por cinematografía católica se entiende aquella que se inspira en los principios de la doctrina católica en el tratamiento de cualquier tema: sagrado o profano, instructivo o recreativo.
Las actividades útiles y posibles en esta empresa se pueden reducir a dos esenciales: oración y acción.

Oración

Oración de alabanza y agradecimiento a Dios por el beneficio aportado a la humanidad con este don de su poder y sabiduría.
El cine es un don de la munificencia de Dios a la humanidad, inestimable medio de instrucción y
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de apostolado: «Un buen filme puede tener una eficacia más profunda que una prédica».
Oración de reparación por las ruinas que causa y ha causado en las almas.
Muchos filmes representan escenas y episodios que excitan los sentidos y provocan las pasiones o por lo menos insinúan falsos conceptos de la vida, de la familia y del matrimonio.
Pero ¡es ante todo en los chicos y los jóvenes es quienes el cine inmoral y antieducativo ejerce su nefasta influencia!
El papa Pío XI, casi aterrado por la visión de esta ruina moral, exclama: «Ante tanto estrago de almas de jóvenes y de niños, tantas inocencias que se pierden precisamente en las salas cinematográficas, viene a la mente la terrible condena de nuestro Señor contra los corruptores de menores: "Al que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar"».1
Impétrese, pues, la misericordia de Dios sobre aquellos que abusan del cine en perjuicio de las almas rescatadas por Jesucristo al precio de su Sangre: productores, actores y empresarios, espectadores inconscientes y padres negligentes.
Oración, en fin, de impetración para implorar que este progreso del arte y de la ciencia,
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reconocido como verdadero don de Dios, sea ordenado a su gloria y la salvación de las almas.
Para implorar la luz divina sobre aquellos que se proponen hacer el cine moral, moralizante y educativo, sobre los padres, educadores y todos los espectadores.
Plegaria unida al sacrificio, ya que, afirma Pío XI en su bula Umbrátilem: «Quienes se consagran a una continua actividad de oración y de penitencia, hacen por la expansión de la Iglesia y la salvación de la humanidad mucho más que los que con sus esfuerzos cultivan el campo del Señor».2

Acción

Entre las muchas posibilidades de acción tienen particular probabilidad de éxito la apertura y organización de salas católicas, el fomentar una producción católicamente inspirada; la asistencia y la formación religiosa del personal cinematográfico, la obra cinematográfica misionera.
La apertura y organización de salas católicas, en especial parroquiales, lograrán no sólo la finalidad negativa de preservar a los fieles de los daños y peligros de cinematografías malsanas, sino también la positiva de instruirlos y
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educarlos cristianamente por medio de las buenas. Más aún, se convertirán en un válido instrumento en las manos del clero para el ejercicio de su ministerio; aportarán beneficios materiales, como el alquiler de las películas, y sobre todo contribuirán a una mejoría moral de la producción.
La actividad orientada a obtener una producción cinematográfica inspirada en los principios de la fe y de la moral católica será más difícil, pero no imposible.
Habrá que convencer a los grandes empresarios de que es necesario poseer, junto a un arte, una literatura y una prensa católica, técnicamente perfecta y cristianamente inspirada, también una cinematografía católica, esto es, que trate católicamente cualquier asunto sagrado o profano, instructivo o recreativo.
La mayoría de las veces será necesario comprometer a católicos, individuos o colectividades, a asumir compromisos de carácter financiero.
Argumento convincente podrá ser también el que nos propone la experiencia: que las películas moralmente sanas y artísticamente válidas encuentran mucho más apoyo por parte del público que las dirigidas únicamente a estimular la sensualidad morbosa, porque el corazón humano, incluso el más depravado, tiene siempre en su fondo una secreta aspiración al bien.
Será muy útil promover y sostener una recíproca colaboración internacional
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para conseguir que, bajo la dirección de un órgano específico y competente, las películas inspiradas en principios católicos sean proyectadas en todos los países del mundo.
La asistencia y la formación religioso-moral de los autores, directores y actores del cinematógrafo son necesarias, porque ellos no pueden concebir, interpretar y defender el pensamiento religioso de modo genuino y eficaz si no lo conocen ni lo viven
La obra cinematográfica misionera es una de las obras más consoladoras, pero al mismo tiempo más preocupantes.
Es verdad, las vanguardias del apostolado cristiano han sabido y saben todavía -en proporción cada vez mayor- servirse del cinematógrafo para llevar la luz del Evangelio a los pueblos infieles. Pero, por desdicha, el incentivo de la pasión y del lucro han hecho llegar también a aquellas tierras vírgenes películas desaconsejables y escandalosas.
Son angustiosos los lamentos de los misioneros católicos y también protestantes, así como de las mismas personas de gobierno, contra la obra de desmoralización que el cine corrompido realiza entre las razas menos civilizadas. Él crea de este modo en la mente de los espectadores la convicción de que la raza blanca está compuesta sólo de malhechores y de mujeres de costumbres corrompidas.
Se trata de obtener que los católicos o los misioneros
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ocupen en primer lugar el campo y lo exploten con inmenso beneficio espiritual de los países de misión.
El tiempo, las circunstancias y la buena voluntad sugerirán otros medios de acción.
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CAPÍTULO IV
LA PRENSA Y EL CINEMATÓGRAFO

En lo que respecta al cinematógrafo, la prensa tiene responsabilidades y posibilidades de capital importancia.

Responsabilidad

La declaró Pío XI en el discurso del 21 de abril de 1936 dirigido a los Delegados del Congreso Internacional de la Prensa Cinematográfica.
«El cinematógrafo -decía- no sería lo que es si la prensa lo hubiera seguido siempre, desde el principio, de modo necesariamente circunspecto y rígido; si la prensa cinematográfica hubiera cumplido con su deber, siempre, según virtud, verdad y justicia, distribuyendo a tales presupuestos el elogio y la censura».
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Y tal responsabilidad para el pasado no disminuye, sino más bien aumenta para el futuro. Se asegura, en efecto, y justamente, que el cine de mañana será lo que quiera la prensa de hoy.

Posibilidad de colaboración

La obra de cristianización del cine público y la de formación de una cinematografía católica están en gran parte en poder de la prensa. Con ella, en efecto, se pueden potenciar las iniciativas de acción y de defensa.
Entre todas las iniciativas hay una reservada particularmente a la prensa; la de las indicaciones cinematográficas, dirigida a hacer conocer con anterioridad qué filmes pueden verse y cuáles han de excluirse.
La indicación va precedida de la revisión de las películas puestas en circulación y por la clasificación según el valor moral. La revisión y la clasificación no pertenecen, por regla general, a iniciativas privadas, porque hay organismos encargados directamente de ello por la autoridad eclesiástica.1
La indicación, en cambio, corresponde propiamente a la prensa, y en particular a la prensa de apostolado. En la citada carta del card. secretario de Estado
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Eugenio Pacelli al card. Brochée [= Can. Brohée] se dice: «Conviene que los periódicos católicos tengan todos una sección cinematográfica para elogiar las buenas [películas] y censurar las malas».
La prensa apostólica debería ponerse primero al servicio de las legítimas oficinas de revisión, para hacerse eco de los juicios de las susodichas oficinas ilustrándolos y corroborándolos. No nos permitamos nunca contradecirlos. Hacer, luego, trabajo de iniciativa propia. Clasificar como malos aquellos trabajos que son realmente malos, sin equívocos, sin reparar en miras humanas. No confundir los puntos de vista estéticos con los principios morales. Recomendar explícitamente la visión de los trabajos verdaderamente recomendables.
Actuando así, el público dejará de abrigar temores de ir al cine, preferirá los trabajos buenos y estos alcanzarán estima también entre los productores, los distribuidores y los propietarios de las salas.
No es aconsejable, en general, una reacción clamorosa y la abstención organizada contra las obras inmorales. Esto podría producir el efecto contrario al deseado.
En pocas palabras, la prensa puesta al servicio y en colaboración del apostolado cinematográfico potencia grandemente su obra, para gloria de Dios y provecho de las almas.
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1 Para este capítulo y los siguientes cf Discurso pontificio a los Párrocos de Roma (16-II-31); Discurso a los representantes del Consorcio Usuarios del Cinematógrafo Educativo (18-III-33); Carta de su Emcia. el card. Pacelli, Secretario de Estado de S.S. al can. Brochée [= Brohée] de Bruselas (24-4-34); Discurso pontificio a los representantes de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (2-8-34); Discurso pontificio a los Delegados del Congreso Internacional de la Prensa Cinematográfica (21 abril 1936); encíclica Vigilanti cura (Pío XI, 29 junio 1936); CIVARDI, I cattolici e il cinematografo; CIVARDI, Il cinema di fronte alla morale; Coscienza cinematografica (La giornata per il cinema morale. Norme e sussidi per la propaganda); Rivista del Cinematografo (años 1938-39-40-41-42-43); Segnalazioni cinematografiche; Indice cinematografico; La Civiltà Cattolica (febrero 1943); Pastor Bonus, Pia Società San Paolo (noviembre 1942); L'Osservatore Romano (años 1938-39-40-41-42-43).

2 Cf Il Ragguaglio dell'attività culturale, letteraria ed artistica dei cattolici in Italia, Istituto di Propaganda Libraria.

1 Para la parte religiosa es preferible que sea reservado el juicio a un perito en la materia, o sea, a un sacerdote católico, como ya se ha conseguido en algunos Estados.

2 * «La virtud está en medio».

3 CIVARDI, "Questione critica dell'arte cinematografica", en Pastor Bonus, Pia Società San Paolo, noviembre 1942.

4 En 1934 los obispos usamericanos convocaron una santa cruzada, llamada «Legión de la decencia», contra los abusos de las representaciones cinematográficas. Millones de católicos se suscribieron comprometiéndose a no asistir a ninguna representación cinematográfica que resultara ofensiva a la moral católica y a la correcta norma de vida (Encíclica Vigilanti cura).

5 * De santa memoria.

6 El santo Padre Pío XI, refiriéndose en la encíclica Vigilanti cura a los frutos logrados en los Estados Unidos por la «Legión de la decencia», escribe: «Nos produce suma satisfacción el comprobar el notable éxito de la cruzada, porque el cinematógrafo... ha ofrecido una mejoría desde el aspecto moral. Delitos y vicios fueron reproducidos con menos frecuencia; el pecado ya no fue aprobado y aclamado abiertamente; ya no se presentaron de manera tan perversa falsas normas de vida al ánimo tan inflamable de la juventud.
Aunque en algunos círculos se hubiera predicho que los méritos artísticos del cinematógrafo resultarían gravemente perjudicados por las insistencias de la "Legión de la decencia", parece sin embargo que sucede justamente lo contrario, de suerte que ella ha dado no pequeño impulso a los esfuerzos para encaminar cada vez más el cinematógrafo a nobles propósitos artísticos, orientando a la producción de obras clásicas y a originales creaciones de valor inusual.
Y tampoco las inversiones financieras de la industria cinematográfica sufrieron daño, como se había predicho gratuitamente, ya que muchos que habían permanecido alejados del cinematógrafo por las ofensas a la moral, volvieron a frecuentarlo cuando pudieron ver proyectadas historias honestas, no ofensivas para las rectas costumbres ni peligrosas para la vida cristiana».

7 La Civiltà Cattolica (febrero 1943): «La "promessa cinematografica" e la coscienza morale sugli spettacoli», F. PELLEGRINO S.J., 151.

8 Carta de la Comisión Cardenalicia para la alta dirección de la A.C.I., dirigida en julio de 1942 a los excmos. obispos italianos.

9 La fórmula de la promesa aprobada por la autoridad eclesiástica es la siguiente:
«En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Consciente de mi nobleza y de mis deberes de cristiano, repruebo las películas que representan escenas o sostienen principios contrarios a la moral purísima del Evangelio, constituyendo por ello un peligro para la virtud y la vida cristiana.
Prometo no asistir, y procurar que tampoco otros, especialmente si dependen de mí, asistan a espectáculos donde se proyecten estas películas, y en cualquier caso no frecuentar salas cinematográficas donde se den espectáculos de variedades.
Contribuiré además, con la oración y las obras, a formar en el público la conciencia del peligro moral y social que los susodichos espectáculos representan, a fin de obtener que no sean promovidos, o no sean frecuentados, por el respeto a Dios y la tutela de las almas redimidas por la Sangre de Cristo, y por la santidad material y espiritual del pueblo italiano.
Que Dios y la santísima Virgen me ayuden a mantener esta promesa».

1 Encíclica Vigilanti cura.

2 * El volumen original cita erróneamente en nota la encíclica Vigilanti cura. Se trata, en cambio, efectivamente de un texto extraído de la constitución apostólica Umbrátilem, emanada por Pío XI el 8 de julio de 1924. Cf AAS 16 (1924) 385-389.

1 En Italia está confiada al Centro Cattolico Cinematografico (CCC) con sede en Roma, actualmente en Corso Vittorio Emanuele, 337.