Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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Segunda Sección
EL APÓSTOL

CAPÍTULO I
EL MINISTRO ORDINARIO

El ministro del apostolado de la edición es doble: ordinario y extraordinario. Ordinario es aquel que tiene el mandato y oficio principales. Es el sacerdote. Extraordinario es quien coopera en unión y dependencia del ordinario. Son todos los católicos, y lo pueden ser también los mismos cismáticos, herejes e infieles.1
Limitándonos ahora al ministro ordinario, digamos que es el sacerdote, y por dos motivos principalmente: por elección divina y por oficio.
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Por elección divina

El apostolado de la edición, como se ha dicho, es la predicación escrita de la verdad divina. Pero puesto que Jesucristo se la ha confiado a la Iglesia docente, a ella sola, o sea, al Papa y a los obispos unidos con él y, por comunicación, a los sagrados ministros constituidos por ellos o, para expresarnos con un término genérico, al «sacerdote», corresponde la predicación tanto oral como escrita.
Es al sacerdote a quien vienen encomendadas las almas para generarlas en el Evangelio y con la gracia a Cristo. Incumbe, pues, al sacerdote instruir con autoridad en la verdad, en la moral, en el culto divino y en los medios de salvación. El medio, por otra parte, a saber la palabra o la edición, es cuestión accidental y se impone por las circunstancias.
Así, pues, cuanto más se siente la necesidad de la edición, mayor es para el sacerdote el deber y la oportunidad de desarrollar este apostolado.

Por oficio

El sacerdote en la Iglesia tiene principalmente dos oficios: el de ofrecer al Cristo a la Trinidad y el de donar a Cristo al mundo.
Ofrece al Cristo a la Trinidad en el sacrificio de la Misa. Dona el Cristo al mundo de dos
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modos: el Cristo Vida en la administración de la Eucaristía y de todos los sacramentos y sacramentales.
El Cristo Camino y Verdad mediante la evangelización; enseñando, popularizando, aplicando y defendiendo su divina palabra, su ley, sus divinos ejemplos, y guiando las almas a la práctica de sus preceptos. Ahora bien, el apóstol puede hacer todas estas cosas tanto con el apostolado de la edición como con el de la palabra. Es más, en muchos casos el apostolado de la edición se presta mejor que el de la palabra.
Por tanto, si el sacerdote es ministro ordinario del apostolado de la palabra, lo es asimismo del de la edición; y si ambos apostolados o misiones tienen en común el objeto y el fin, deben tener también el ministro.
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CAPÍTULO II
LOS RELIGIOSOS EN EL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN

Los religiosos en el apostolado de la edición tienen oficios comunes con el clero secular y posibilidades especiales que dependen de su estado particular. Posibilidades y oficios que pueden reducirse a los siguientes: mayor amplitud, mayor continuidad y mayor intensidad.

Mayor amplitud

De predicación, de influencia y de gracia.
De predicación: no se limitan a una parroquia o a una diócesis particular sino que extienden su obra a la Iglesia universal.
De influencia: estando al servicio particular de la Santa Sede, pueden tener mayor ascendiente
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sobre todos los fieles de los diversos estados sociales y de las distintas condiciones.
De gracia: estando destinados a muchos, por vocación, son muchas las gracias de oficio que se les otorgan. En efecto, Dios otorga a cada uno las gracias según las tareas que desempeña.

Mayor continuidad

La congregación religiosa tiene una vida más larga que el sacerdote aislado.
En efecto, cuando un religioso no pueda seguir ejerciendo su apostolado, le suplirá otro. Y cuando un religioso entre en el descanso y la posesión de la corona, la congregación procurará que otros continúen las mismas iniciativas.
Cuando una iniciativa promete buenos frutos y el trabajo multiplicado o nuevas dificultades lo requieran, la congregación proporcionará personal y ayudas.

Mayor intensidad

En el apostolado los religiosos ponen, por fin, mayor intensidad, sea porque el que se dedica a él, al no tener que atender a las necesidades personales, tiene más tiempo a su disposición, sea porque los votos religiosos comportan y producen mayor concentración
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de fuerzas naturales y sobrenaturales en el apostolado.
Los mismos fieles reponen una confianza particular en el religioso y lo secundan, pues saben que no tiene ningún interés en la tierra. La congregación, por fin, puede convertirse en una escuela de especialización en materia y forma, por así decir, para la formación de los especialistas, prácticos en todas las ramas del apostolado.
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CAPÍTULO III
LAS NECESIDADES DE LOS TIEMPOS

Si en otros tiempos el apostolado de la edición podía ser ejercitado fructuosamente mediante iniciativas privadas, hoy estas iniciativas, aun teniendo gran mérito, no serían suficientes para hacer frente al adversario.
En efecto, es sabido que nuestros tiempos se caracterizan por una organización inmensa de ediciones contrarias a la Iglesia, sea porque todos los adversarios se sirven de la edición, sea porque los hebreos, masones, protestantes, comunistas... les proporcionan medios económicos fortísimos.
Es, pues, necesario contraponer una organización amplia, poderosa, de espíritu antiguo y de formas modernas, o sea, el apostolado de la edición realizado
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no por iniciativas particulares, sino por iniciativas de carácter universal que dispongan de un ejército de sujetos preparados y que multipliquen sus frutos en el tiempo y en el espacio, adaptándolo a las necesidades de las almas.
Un apostolado así concebido requiere amplitud de doctrina, de influencia y de gracia, continuidad de trabajo, intensidad de celo y de sacrificio y espíritu de oración ferviente.
Requiere, en suma, un ejército de personas que tengan una vocación, una formación especial, que actúen en dependencia de la Iglesia y que pongan toda su confianza en la fuerza divina, la única que puede vencer a las fuerzas colosales de los adversarios.
Un ejército así formado no puede ser más que un ejército de religiosos que se propongan como fin especial ejercer el apostolado de la edición.
La idea no parece nueva, sino más bien completamente conforme a la economía divina y a la tradición de la Iglesia.
En efecto, Dios suscitó en todos los tiempos hombres e instituciones según las necesidades. Esto es, suscitó religiosos de vida contemplativa cuando los cristianos se perdían en una vida de exterioridad demasiado superficial, religiosos dedicados al cuidado de los enfermos cuando arreciaban las pestilencias, religiosos misioneros cuando
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el impulso hacia las misiones extranjeras se hizo universal y se le abrieron caminos.
Y la Iglesia, fiel intérprete de los designios de Dios, a lo largo de los siglos confió a los religiosos las obras generales, como por ejemplo las misiones para los infieles, la organización de la beneficencia en las carestías y pestilencias, la atención a las cruzadas, los grandes estudios que prepararon los acontecimientos y los momentos históricos más decisivos, la redención de los esclavos, las grandes reformas y la educación de la juventud.
Así, pues, también hoy debe haber familias religiosas para las necesidades actuales. Dios y la Iglesia no cambian de estilo.
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CAPÍTULO IV
LA PÍA SOCIEDAD DE SAN PABLO

Una congregación religiosa que ha surgido en nuestros tiempos y que se ocupa específicamente del apostolado de la edición, es la Sociedad de San Pablo.

Su doble fin

Como todos los institutos religiosos, la Pía Sociedad de San Pablo tiene un fin general y un fin especial.
Fin general de dicha congregación es la santificación de sus miembros mediante la práctica fiel de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, en la vida común, a norma de los sagrados cánones y de sus particulares constituciones.
Fin especial es el ejercicio del apostolado de la edición.
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Sus miembros

La Pía Sociedad de San Pablo consta de religiosos sacerdotes y laicos. Tiene, como los institutos afines, la probación, el noviciado, el período de los votos temporales y por fin la profesión de los votos perpetuos.
A su lado está la Pía Sociedad de las Hijas de San Pablo, la rama femenina. Es congregación paralela; pero habiendo sido instituida como ayuda del apostolado, tiene con la Sociedad de San Pablo unidad de espíritu, de propósitos y de métodos. Consta de religiosas que se dedican, como fin universal de la institución, a la difusión de la doctrina cristiana, con diversos medios, como obras de colaboración pastoral, devoción al divino Maestro eucarístico y principalmente el apostolado de la edición.
Conforme y en consonancia con los oficios y los deberes es la preparación espiritual, intelectual y técnica.

Cooperadores

La Familia Sampaulina cuenta también con Cooperadores1 propios en el apostolado, es decir, con [laicos] que imitan en el mundo, en cuanto pueden, su vida religiosa y de apostolado. Por eso abrazan en lo posible la pobreza, la castidad y la obediencia evangélica, al par que con las oraciones, ofrendas y obras dan al apostolado una potentísima y necesaria colaboración.
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CAPÍTULO V
LOS CATÓLICOS LAICOS EN EL APOSTOLADO DE LA EDICIÓN

En la Iglesia pueden y deben ser apóstoles, dentro de ciertos límites, también los fieles laicos. Su puesto es el de colaboradores del clero.
En el apostolado de la edición, en particular, la cooperación de los fieles laicos puede ser negativa y positiva.

Cooperación negativa

Es obligatoria, y consiste en negar la cooperación eficaz a las ediciones nocivas e irreligiosas, tanto en la parte de dirección como en la técnica y propaganda.
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En la parte de dirección: no sólo deben abstenerse de las ediciones contrarias al Evangelio y a la Iglesia, sino también negar toda aportación intelectual y moral a las ediciones adversarias, indiferentes en materia religiosa.
En la parte técnica: negar el propio trabajo o la maquinaria, local, medios, etc., cuando el trabajo está dirigido contra la fe y las costumbres.
En la parte de propaganda: abstenerse de promover y difundir en cualquier caso las ediciones contrarias a la fe y a la vida cristiana.
En efecto, los católicos -para ceñirnos al campo de la prensa- tienen la obligación de abstenerse (salvo casos especialísimos que deberá reconocer y examinar la autoridad eclesiástica) de lecturas contrarias a la fe y a la moral cristiana. Es más, deben abstenerse de esa literatura vana, sentimental y místico-sensual, de esos impresos que adormecen la verdadera conciencia católica, queriendo conciliar las doctrinas acatólicas y la moral mundana con la doctrina y la moral del santo Evangelio.
En cambio deben leer, usar para sus estudios y seguir en su formación los libros que cuentan con la más amplia alabanza de la Iglesia. Además deben contribuir, según las posibilidades, a remover el escándalo y los pecados gravísimos de la mala prensa, con todos los medios lícitos, como
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el impedir ciertas publicaciones, denunciarlas, si es preciso quemarlas, sustituirlas cuando es posible y prohibirlas si se goza de autoridad.

Cooperación positiva

Es importante, incluso necesario, que todos los católicos se ocupen de la edición como de la obra de acción católica que está a la cabeza de las demás por ser formadora del pensamiento, de la vida y del corazón, y como obra de fe que está directamente encomendada al clero e indirectamente, o sea en cooperación, a todos los católicos.
En la práctica se pueden ocupar directamente de ella extendiendo, potenciando y defendiendo el apostolado de la jerarquía católica, e indirectamente prestando su cooperación al apostolado de la edición con la oración, el sacrificio y las obras.
La cooperación directa está en su mayoría reservada a los laicos que gozan de autoridad de gobierno o de enseñanza y también a quienes por motivos diversos tienen cierta influencia sobre los demás.
La indirecta, en cambio, es posible para todos los católicos, pero en proporción y calidad diversas.
Todos, sin excepción, pueden prestar la colaboración de oración y de sacrificio para reparar las ofensas inferidas a Dios con las ediciones
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y para implorar luz, fuerza y gracia para los apostolados de la edición y para el incremento del apostolado.
La oración y el sacrificio constituyen la gran fuerza del apostolado. En efecto, suscitan apóstoles, los sostienen en las virtudes necesarias a su estado, obtienen luz, consuelo y salvación de las almas.
Muchos católicos pueden además dar a este apostolado lo que, tras la divina gracia, más importa: las vocaciones.
Los padres pueden dar a los hijos y las hijas, y estar santamente orgullosos de ello ya que, si la tinta vale tanto como la sangre de los mártires, ellos dan a la Iglesia apóstoles y, en cierto sentido, mártires.
Los maestros pueden iluminar a los escolares, los fieles tomar iniciativas o ayudar a las ya constituidas.
Todos, según su estado, pueden iluminar a los hermanos mediante conferencias, escritos y conversaciones sobre el gran peligro constituido por la propaganda múltiple de las ediciones nocivas y acerca de las muchas esperanzas que se pueden depositar en el apostolado de las ediciones católicas.
Para muchísimos, por otra parte, es posible la cooperación de obra contribuyendo, si no a todas, ora a una ora a la otra de las tres partes del apostolado: la dirección, la técnica y la propaganda.
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En cuanto a la dirección, todos los católicos laicos deben promover las ediciones católicas. Esto para cualquier argumento: sociología, política, historia, literatura, arte, ciencias diversas, filosofía, derecho...
Es más, a ellos les corresponde el ilimitado campo de la aplicación de los principios evangélicos a la ciencia y a la literatura en el sentido más amplio, esto es, a las ciencias históricas y civiles; a las ciencias sociales éticas y demográficas; al arte de la música, de la pintura y de la arquitectura; a las disciplinas jurídicas privadas y públicas; a las ciencias filosóficas y morales, etc., etc.
A ellos la inmensa misión de aplicar las enseñanzas del divino Maestro a las leyes, a la vida política, social y doméstica.
Muchos católicos laicos pueden tratar también de religión, pero precisan una preparación doctrinal proporcionada. Sus obras además deben tener la aprobación de la autoridad eclesiástica y depender de la jerarquía católica.
Todos los católicos, según sus posibilidades, deben cooperar al apostolado de la edición con ofrendas y contribuciones materiales, como dan, debidamente, para la obra catequística, para la predicación y para las misiones. Las obras y los operarios evangélicos deben nacer, vivir y producir frutos saludables.
Podrán ofrecer colaboración moral
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de aliento, de defensa y propaganda, cada uno según su posición social: el magistrado como magistrado, el padre como padre, el industrial como industrial y el obrero como obrero.
Corresponde, por fin -generalmente hablando-, al católico, en dependencia y unión del clero, una parte amplísima de redacción, trabajo técnico, crónica, administración y difusión en el inmenso campo de la prensa, del cine y de la radio.
En cuanto a la técnica, los católicos laicos pueden proporcionar al apostolado los medios materiales y prestar su trabajo.
Para ediciones técnicamente perfectas se requieren máquinas, material y medios sin cuento.1
Los católicos de buena voluntad saben a tiempo y lugar conocer y secundar las necesidades del apostolado, convencidos de la noble obra que cumplen; obra grandemente meritoria ante Dios, ante sí mismos, las almas y la sociedad.
En el apostolado de la edición por fin el problema más grande es el relativo a la propaganda, y su solución depende en gran parte de la colaboración de los laicos. Colaboración que puede darse en infinitos medios, que varían con las circunstancias y se multiplican con el espíritu de iniciativa animado por el celo.
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CAPÍTULO VI
LA FORMACIÓN DEL APÓSTOL

La nobleza y responsabilidad del apostolado de la edición requieren evidentemente en el apóstol, además de una vocación especial, también una preparación o, mejor, una formación particular, que es específica y genérica. La específica prepara para el ejercicio directo del apostolado en sus partes, y varía según los sujetos y las tareas. De esta se hablará después, tratando, sucesivamente, del apostolado de la prensa, del cine y de la radio. La genérica, en cambio, es principalmente moral y única para todos aquellos que se dedican a alguna iniciativa del apostolado de la edición. De esta queremos hablar ahora, y se la considera bajo tres aspectos: formación de la mente, de la voluntad y del corazón.
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Formación de la mente1

Consiste en el estudio de la religión, del apostolado y de las ciencias profanas.
El estudio de la religión debe ser exacto, completo y sólido. Exacto, o sea, sin errores; completo, a saber, debe abrazar el dogma, la moral y el culto católico; sólido, o sea, establecerse sobre las verdades centrales.
El estudio del apostolado, y en particular del apostolado de la edición, debe ser teórico-práctico y abrazar el apostolado en general, el apóstol, las partes del apostolado y la práctica del mismo.
El estudio de las ciencias profanas debe hacerse en relación con la religión y el apostolado en la medida exigida por el ejercicio del mismo.
Si se trata por ejemplo de sacerdotes escritores (y proporcionalmente también de religiosos y laicos), la preparación de la mente es, en general, la misma que se requiere para el sacerdote predicador y pastor, ya que se trata de una sola misión. Predominan empero en uno y otro oficios de la única misión algunas materias complementarias, que se pueden denominar especializaciones. Por ej., la elocuencia del púlpito, la habilidad para escribir, imprimir, difundir, etc.
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La necesidad de la preparación intelectual para el apóstol de la edición es evidente. Él, en cuanto tal, es maestro por naturaleza, por elección y posición. Es el maestro que ocupa la cátedra más sublime, que difunde la doctrina con mayor precisión y amplitud, que tiene variedad imponderable de discípulos.
Todo esto muestra y evidencia que su ciencia debe ser amplia, profunda y práctica.
Los frutos serán proporcionados a la preparación. Por eso el período de los estudios es delicadísimo. Hacen falta inteligencia más que mediocre o, mejor, distinguida, tiempo suficiente, escuela y métodos buenos, ejercitaciones prácticas, aplicaciones ejemplares, abstención de cuanto puede impedir o alejar del estudio o impedir la aplicación y el progreso.
Antes de acceder al apostolado se deberán sufrir pruebas, exámenes y tener las debidas autorizaciones, como para el apostolado de la palabra.

Formación de la voluntad

Consiste en el adiestramiento para el trabajo espiritual mediante la lucha contra las malas inclinaciones propias y el ejercicio de las virtudes.
La lucha espiritual será muy provechosa si se hace con método. Entre los muchos que existen se aconseja el sugerido por san Ignacio, o sea, concentrarla
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sobre la pasión dominante. Se la estudia, se la individualiza en todas sus manifestaciones y caracteres, después se le declara una guerra decidida con todas las fuerzas espirituales, morales y físicas, hasta vencerla y sojuzgarla, convirtiéndola en humilde esclava del bien bajo el dominio de la razón y de la fe. Se recurrirá para ello al examen de conciencia general y particular, preventivo, cotidiano, semanal, mensual y anual.
Al ejercicio de las virtudes nos adiestraremos poco a poco mediante un trabajo sistemático y constante. Se empieza por la más necesaria, según el propio temperamento, se la cultiva con fervor y se la ejercita hasta que el alma logre practicarla «prompte, faciliter et delectabiliter».2
Se deberá dar importancia primordial a las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad y, además, proporcionalmente, a las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza; después a las morales: obediencia, pureza, pobreza, humildad...
No se olvidará que la esencia de la perfección consiste en la caridad y por tanto se concentrará todo en el estudio y adquisición de la misma.
Si para todos los cristianos es necesario luchar, se comprende fácilmente cuánto más lo es para el apóstol. En efecto, él necesita no sólo una vida ejemplar, sino también la posesión de virtudes sociales corroboradas por la humildad,
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el espíritu de sacrificio, la constancia, el amor a Dios y a las almas.
En efecto, no debe contentarse con la simple práctica de la vida cristiana, sino que debe aspirar a la cima de la perfección: la unión con Dios en el máximo grado posible.
En la práctica, el trabajo espiritual para la adquisición de la virtud y la formación moral del apóstol dura el mismo tiempo que la formación intelectual y prosigue con igual constancia toda la vida, ya que el paso de los años aportará nuevas obras, nuevas necesidades y requerirá mayor virtud y nuevos sacrificios. El fruto será proporcionado a la formación intelectual y a la formación de la voluntad.

Formación del corazón

Consiste en encaminarlo a un trabajo negativo y positivo que lleve el sentimiento a adherirse completamente a Dios.
El trabajo negativo será el primero que llevar a cabo. Tiende a no dejar disipar el corazón en los desalientos, en las melancolías, en los esfuerzos exagerados y dañosos a la razón.
El positivo supone el negativo, y tiene tres grados. Primero: hace gustar lo verdadero, lo bello y lo bueno, más aún, la suavidad y la belleza de la verdad. Segundo: orienta y estimula a amar sobrenaturalmente
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a Dios y su ley. Tercero, y este es el más importante: cultiva con los más fuertes motivos el fervor de la caridad.
Con este tercer grado se entra en la educación del espíritu, que se realiza con la práctica de los sacramentos, de los sacramentales y de la oración, de modo que se obtenga que estos medios sean verdaderos canales a través de los cuales pasa la vida de la gracia del corazón de Jesús al corazón del apóstol, a fin de que pueda dirigir a Dios todos los afectos y la vida con vistas a efectuar en sí el «Mihi vivere Christus est».3
Entre los sacramentos se da mayor importancia a los de la Penitencia y la Eucaristía, inculcándose su frecuencia asidua. Debe tenerse particular devoción a la santa Misa, pues el apóstol ha de satisfacer harto por sí mismo y mucho por las almas.
De la práctica de los sacramentos no se desligue la de los sacramentales, al menos de los más comunes.
Por lo que atañe a la oración, el apóstol debe tomar a la letra la exhortación del Maestro divino: «Oportet semper orare et non defícere».4 Oración mental, oral y vital, que lo nutra de Dios a fin de poder comunicar a Dios a las almas.
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Para la oración mental se aconseja la lectura meditada de la Sgda. Escritura y en particular del santo Evangelio, de las obras de los santos Padres y las vidas de los santos.
A esta únanse la meditación cotidiana de media hora al menos, el retiro mensual y los ejercicios anuales.
La oración oral sea inculcada de modo directo: no prácticas excesivas, sino pocas y buenas.
El apóstol, por otra parte, sea encaminado temprano a la oración vital, o sea, al modo práctico de transformar todas las acciones en oración, ofreciéndolas a Dios por medio de Jesucristo con sentimientos de fe y de amor.
La necesidad de la formación del corazón, en el sentido incluido aquí, es indudable para el apóstol, puesto que es siempre verdad que el predicar a los demás no convierte a uno mismo, como lo es también que cuanto más el alma apóstol se recoge en sí misma, tanto más se extenderá su eficacia: «Attende tibi et doctrinæ... - ya exhortaba san Pablo a su fiel discípulo -5 hoc enim faciens et te ipsum salvum facies et eos, qui te audiunt».6 Nunca somos tan útiles a los demás como cuando cuidamos de nosotros mismos. El lugar retirado, «elige tibi remotum locum»,7 es seguramente
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más útil para las almas que el púlpito y la misma pluma.
En la práctica se inculquen las devociones que más nutren el espíritu: la devoción al divino Maestro, Camino, Verdad y Vida; la devoción a la Sma. Virgen Reina de los Apóstoles y a san José, protector de la Iglesia universal; a los santos apóstoles Pedro y Pablo, para que nos mantengan unidos a la Iglesia; a los santos ángeles custodios, a las almas del purgatorio. Se encamine especialmente a la participación intensa de la vida de Jesús Maestro como es presentada por la Iglesia en el año litúrgico. Aquí el apostolado adquiere celo, ya que en la Iglesia y en Jesucristo está todo apostolado y fuera de ellos sólo apariencia y el vacío.
Entre las prácticas de piedad de las cuales depende mayormente la formación del apóstol y el éxito del apostolado, destacan la santa Misa, la comunión, la meditación, la visita al Smo. Sacramento y el examen de conciencia. En los capítulos que siguen se le da una guía práctica al apóstol acerca del modo de cumplir dichas prácticas.
Y puesto que, al menos para los principiantes, es útil seguir en ellas un método, se propone el que debería ser característico para el apostolado de la edición: el método que se apoya en el trinomio evangélico «camino, verdad y vida».
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CAPÍTULO VII
LA SANTA MISA DEL APÓSTOL DE LA EDICIÓN

Entre los diversos métodos propuestos para seguir con devoción y fruto la santa Misa, al apóstol de la edición se le aconseja el método en honor de Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Según este método la santa Misa se divide en tres partes: desde el principio al ofertorio, desde el ofertorio al Pater noster incluido, desde el Pater noster al final.

Primera parte

La primera parte, desde el principio hasta el ofertorio excluido, se dedica a honor de Jesús Verdad, «scientiarum Dominus».1 Consiste en un ejercicio de amor de Dios hecho con la mente, adhiriéndose
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a las verdades expuestas. Esto en conformidad con el espíritu de la Iglesia, la cual, en homenaje al divino Maestro, que hizo preceder a la pasión y muerte la predicación, quiere que la celebración del divino Sacrificio vaya precedida por una instrucción acerca de las verdades de la fe.
Antiguamente, en esta parte de la Misa, eran instruidos los catecúmenos y los fieles. A los primeros se les explicaban e inculcaban las verdades que después deberían profesar y a los segundos se les recordaban los misterios de la fe ya recibida.
En su sustancia este uso se ha conservado siempre, y es sabido que en todos los tiempos la Iglesia ha recomendado a los pastores de almas que explicaran a los fieles el sentido de las lecturas que se hacen en la Misa, particularmente el del santo Evangelio.
Las lecturas de la Misa varían cada día. Y, al par que reflejan el pensamiento litúrgico propio del día, contienen, por así decir, una instrucción completa.
La verdad principal de ordinario se enuncia en el Introito [antífona de entrada] y en el Oremus [colecta], para significar en algún modo que cuanto se debe creer es ley para la oración y norma para la vida. Se expone y desarrolla en la Epístola y particularmente en el Evangelio y es confirmada en las demás partes.
Si se quiere seguir la Misa con el método «camino,
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verdad y vida», se tratará de substanciar y completar estas verdades para hacerlas regla de la propia vida.
Modo práctico - Durante las oraciones preparatorias que el sacerdote recita al pie del altar, se pide perdón a Dios por cuanto nos impide acercarnos a él, Santo de los santos. Una vez escuchada la enunciación de la enseñanza principal en el Introito, se pide, en el Kyrie y en el Oremus, la gracia de poderla comprender y penetrar; se leen después la Epístola y el Evangelio y se meditan a la luz que proyectan sobre la fiesta o la liturgia del día. Siguen actos de fe y protestas de querer rechazar toda doctrina contraria al santo Evangelio. Se impetra después el aumento de fe, la ciencia y, para el apóstol, la gracia comunicativa.
Se termina con el rezo del Credo, como protesta de adhesión a la verdad que ha sido propuesta y como solemne profesión de todas las verdades de la doctrina cristiana.

Segunda parte

La segunda parte, desde el ofertorio al Pater noster incluido, comprende la preparación, la celebración y la aplicación del Sacrificio.
Consiste en un ejercicio de amor de Dios hecho con la voluntad, porque se protesta el practicar los mandamientos y los ejemplos propuestos.
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Tiende a honrar a Jesucristo Camino. En esta parte, en efecto, Jesús se demuestra nuestro Camino especialmente bajo un triple aspecto: Camino porque sólo en Él, merced al sacrificio de la cruz, del que la Misa es renovación, podemos adorar y tributar a Dios el honor que merece, darle las debidas gracias por sus innumerables beneficios, aplacar su justicia ofendida por nuestros muchos pecados y darle digna satisfacción, suplicarlo por nosotros, por la Iglesia entera, por el mundo y por las almas del purgatorio.
Además Jesucristo, en su mística inmolación, se muestra nuestro Camino, o sea modelo, en el cumplimiento de la voluntad del Padre hasta la completa inmolación de sí mismo, hasta la muerte: modelo de santidad, mejor, la santidad misma. El que pone el pie en sus huellas camina rectamente, se perfecciona y santifica.
Y no se trata aquí de símbolos, de memorias o de reclamaciones, sino de la más genuina realidad; se trata de aquello que constituye el centro de todo el culto cristiano, de la fuente única y esencial de la gracia, de la inmolación más perfecta: es obra del Hombre-Dios.
En la segunda parte de la Misa, Jesucristo se sigue mostrando Camino del apóstol; enseña a amar al prójimo, incluso a los enemigos, hasta
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la inmolación de uno mismo: «Ego vadam immolari pro vobis».2
Modo práctico - Consiste en seguir y meditar, paso a paso, la acción litúrgica, como pretende la Iglesia.
En el ofertorio, en el que se prepara la ofrenda de la Víctima por la salvación de todo el género humano: «pro nostra et totius mundi salute»,3 se protesta a Dios que estamos dispuestos a entregarnos totalmente a Él. Se depositan en el altar, con el pan y el vino, todos los bienes externos, el cuerpo y el alma con sus facultades, mente, voluntad y corazón, las penas y las necesidades: la ofrenda del propio ser y de la propia vida.
En el prefacio, solemne plegaria de bendición y acción de gracias, «sacrificium laudis»,4 se hace a Dios, en unión de los ángeles, de los santos y particularmente del Verbo encarnado, la renovación de la ofrenda de sí mismos, se alaba la majestad de Dios y se proclama su santidad.
En la consagración -mientras Jesucristo, transformadas nuestras ofrendas en su Cuerpo y en su Sangre, se ofrece al Padre- se sacrifica a Cristo para ser incluidos en su sacrificio y participar en el mismo con él y por él. Tras haber rogado al Padre que acepte la ofrenda de sí mismos, cúmplanse actos de adoración, de acción de gracias y de satisfacción por los pecados propios y de todos los hombres. Formúlense peticiones de nuevas
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gracias y misericordias para sí, para el mundo y para las almas del purgatorio, se prometa imitar a Jesucristo en su camino de obediencia al Padre hasta la muerte y se impetre la fuerza y la capacidad de saberse inmolar por las almas.

Tercera parte

Va desde el Pater noster hasta el final de la Misa y tiende a honrar a Jesucristo Vida de las almas, porque se pide particularmente vivir en Cristo.
Tiene por centro la comunión, en la cual, como consumación del Sacrificio, el Padre nos da a su Hijo. También nosotros estamos en Dios y Dios en nosotros para comunicarnos su vida: «Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant».5
Esta es la unión más estrecha posible entre el Creador y la criatura. Unión física y moral, unión mística y real, transformante y por su naturaleza permanente. Unión que, en virtud de la circumincesión, produce una unión especial con las tres personas divinas de la Sma. Trinidad.
Esta parte de la Misa es especialmente oración de petición y de santificación del corazón y del espíritu.
A la comunión, que es el acto esencial, precede
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la preparación y sigue la acción de gracias.
La preparación comienza con las oraciones que impetran el dolor de los pecados, el desapego de las criaturas y el amor de unión a Dios.
La acción de gracias consiste en actos de adoración que, al par que expresan a Dios el reconocimiento, le suplican, a fin de que nos conceda que, como hijos suyos, podamos pasar nuestra vida con Él y por Él.
Modo práctico - Hay que cumplir dos actos: la comunión y la presentación a Dios de las peticiones.
La comunión (si no sacramental al menos espiritual) sea la más santa y completa: adhesión de mente, de voluntad y de corazón a Jesucristo, para que uniéndose a nosotros nos transforme en Él. Preceda una fervorosa preparación y siga, en lo posible, una digna acción de gracias.
La presentación a Dios de las peticiones brote de un corazón apostólico, rebosante de amor a Dios y a los hombres. Pídase a Dios su gloria y el bien de las almas y encomiéndensele las necesidades propias individuales y sociales. Se rece por la Iglesia militante y purgante, por sí mismos y por todos los hombres, como nos enseña el divino Maestro en el Padrenuestro.
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CAPÍTULO VIII
LA COMUNIÓN

En la comunión Jesucristo se une a nosotros para transformarnos en Él. Esta unión sobrenatural es al mismo tiempo física y moral. Física, puesto que después de la comunión «existe entre Jesús y nosotros una unión parecida a la que existe entre el alimento y el que lo asimila; con la diferencia de que no somos nosotros los que transformamos a Jesús en nuestra sustancia, sino que es Jesús el que nos transforma a nosotros en Él. En efecto, el ser superior es el que asimila al inferior».1
De esta unión física depende una unión moral, intimísima y transformadora. Jesús se une a nosotros para transformarnos y formar entre Él y nosotros «cor unum et anima una».2
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Teniendo, pues, la comunión por fin unirnos a Jesucristo y por Él a Dios, el apóstol tratará de intensificar sus efectos con una preparación previa y una acción de gracias posterior que fomente esta unión. Una preparación que sea una especie de unión anticipada con Jesucristo y una acción de gracias que ponga en práctica esta unión. Unión completa de mente, voluntad y corazón.

Unión de mente

La inteligencia humana debería adherirse totalmente a la de Dios, de suerte que sea iluminada por los resplandores de la fe y pueda ver y juzgar todo a la luz divina.
Esto, tras el pecado original, resulta sumamente difícil, más aún imposible, sin una gracia especial porque, con el pecado de nuestros progenitores, la naturaleza humana se deterioró. Y la historia puede demostrar que antes de la venida de Jesucristo, el hombre fue de error en error y que en todos los tiempos y convivencias humanas se ha verificado y se verifica la dificultad para percibir la verdad, para razonar teológicamente y para pensar cristianamente.
En la redención del espíritu maligno, que es falsedad y engaño, Jesucristo, que es verdad,
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nos predicó las verdades divinas. Después dejó a la Iglesia como depositaria y dispensadora de las mismas.
Todos los hombres, en virtud de la redención, están llamados a conocer y abrazar esta verdad. Los cristianos, en virtud de la infusión de la gracia y de la fe recibida en el santo Bautismo, poseen tal disposición particular para creer. Pero para profesar esta fe y perseverar en ella se requiere otra gracia. Esta es precisamente la que buscamos en la oración, en los sacramentos y en la Comunión. Gracia habitual y actual que rehabilita poco a poco nuestra inteligencia, curándola de las enfermedades (irreflexión, ignorancia, olvido, dureza, prejuicios, error, perversión...) y elevándola a lo sobrenatural, para unirla a la de Jesús.
Estos beneficios se obtienen infaliblemente si a la obra de Dios en el sacramento se une un mínimo de la cooperación requerida en la preparación y en la acción de gracias.

Modo práctico - Preparación y acción de gracias se reparten respectivamente en tres actos: ejercicio de la mente, de la voluntad y del corazón. El primero, el ejercicio de la mente, se realiza del modo siguiente:
Preparación: Confrontar las propias ideas, convicciones y juicios con
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los de Jesucristo. Pedir perdón por el mal uso de la inteligencia y por las faltas de fe, y protestar que nos queremos enmendar, invocando para ello la gracia al Maestro divino.
Acción de gracias: Profundo acto de adoración a Jesús Verdad. Rendir a Dios, con y por Jesucristo, el homenaje de la propia inteligencia. Implorar al Maestro divino que queremos instaurar en Él, nuestra cabeza, la mente, de modo que aprenda, abrace, retenga y profese las verdades divinas. Pedir que santifique y sobrenaturalice los juicios, los consejos, las decisiones y la memoria. Rezar a fin de que todos los hombres conozcan la Verdad y sometan a Dios su inteligencia.

Unión de la voluntad

La unión de la voluntad humana con la de Dios significa uniformidad plena con la voluntad divina: esto es la perfección, porque uniformidad significa amor y la perfección está justamente en el amor de Dios. Cuanto más intensa y perfecta sea esta unión, más vivo será nuestro amor a Dios y más alta nuestra perfección.
La voluntad de Dios respecto al hombre se manifiesta por medio de los mandamientos y de los preceptos de la Iglesia, de los acontecimientos y en Jesucristo. En los mandamientos y en los acontecimientos
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es teórica. En Jesucristo es concreta, vivida, viva y vivificante. En efecto, él es la santidad y la voluntad viviente del Padre. La santidad, porque ha vivido los mandamientos, los consejos evangélicos y tuvo la más alta perfección en toda virtud. La voluntad, porque sus ejemplos son para nosotros ley y porque sus palabras han confirmado, aplicado y explicado los mandamientos con consejos y preceptos sobrenaturales. Adhiriéndonos, pues, a Jesucristo, a su voluntad y a sus ejemplos nos adheriremos, en él, a la voluntad del Padre y alcanzaremos la perfección.
En Jesucristo, por otra parte, la voluntad del Padre resulta fácil porque somos sostenidos por Él como el sarmiento por la vid, y se participa por tanto de su fortaleza moral y de su vigor sobrenatural. Con él se camina expeditamente por el camino de la perfección y, en las fragosidades, no sólo sostiene sino que incluso nos lleva.
Entre los medios que nos ayudan a abrazar la voluntad de Jesucristo, el principal es la oración. Y, entre las oraciones, la Comunión es sin duda la más excelente porque es el sacramento que nos da al mismo Autor de la gracia. En ella, nosotros, como olivos silvestres, somos injertados en Jesucristo, el buen olivo.
En la Comunión nuestra voluntad consigue tres ventajas: es sanada, elevada y robustecida. El «salutis humanæ Sator»3 sana la voluntad
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de sus enfermedades, como la abulia, la inconstancia, la flojera, la obstinación o las malas costumbres; la eleva y la robustece mediante la comunicación de las gracias divinas: «qui manet in me et ego in eo, multum fructum affert».4

Modo práctico - Preparación: Cotejo de las propias intenciones y deseos con los de Jesús. Examen preventivo sobre el día que tenemos delante, terminando con el acto de contrición y el propósito sobre el punto central del trabajo espiritual. Acto de sincera humildad, que brota de la consideración de la santidad de Dios y de la propia indignidad. Pedir al divino Maestro la gracia para el trabajo espiritual.
Acción de gracias: Acto de silenciosa adoración, de anonadamiento y de donación completa de nosotros mismos a Jesucristo Santidad, y con él y por él a la Sma. Trinidad. Súplicas a Jesús Camino para que se haga nuestra guía y nuestra fuerza en el cumplimiento de los propios deberes, según la voluntad de Dios. Oraciones para que se cumpla siempre y por todas las criaturas la voluntad divina: «fiat voluntas tua sicut in cælo et in terra».5
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Unión del corazón

La unión de nuestro corazón con el corazón de Dios consiste en sentir y vivir con Jesucristo una vida divina en todos sus ejercicios: la fe, la esperanza y la caridad, en los bienes y en los frutos espirituales que de ella derivan, en el ejercicio de las obras de misericordia corporales y espirituales, en la práctica de las bienaventuranzas, en la posesión activa de los dones del Espíritu Santo. Pero puesto que esta vida divina nos es comunicada por el Espíritu Santo por medio de Jesucristo, es necesario que nos incorporemos a Jesucristo para ser con él y en él del Padre en el Espíritu Santo.
La incorporación con Jesucristo empieza en el bautismo, se mantiene con el estado de gracia, se acrecienta y perfecciona con los sacramentos, el primero de los cuales es el sacramento de la Eucaristía. En la Comunión, en efecto, nos alimentamos de Jesús para que su divino Corazón absorba el nuestro de modo que lo haga una sola cosa con el suyo. Entonces el Corazón de Jesús curará el nuestro de sus enfermedades (indiferencia, desconfianza, malas inclinaciones, pasiones morbosas, sentimientos vanos, aspiraciones humanas...) y lo hará latir al unísono con el suyo por la gloria de Dios y la paz de los hombres. Nos hará comprender el abismo de nuestra nada y la imponente elevación en Jesucristo.

Modo práctico - Preparación: Cotejar
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los sentimientos del propio corazón con los de Jesucristo. Pedir perdón por nuestro egoísmo y por las inclinaciones meramente naturales y sensibles. Proponer querer amar ardiente, generosa y apasionadamente a Dios y a las almas en Él. Se le pide al divino Maestro esta gracia y ¡se va a beber la vida, a comer a Jesús! Se reemprenderá el camino llevando ante sí mismos a Jesucristo a todas partes: dejando que viva Él solo y actúe permaneciendo, en la obra, ocultos y perdidos en Él, ya que «vivo autem, iam non ego: vivit vero in me Christus».6
Acción de gracias: Glorificar a Jesucristo, nuestra resurrección y vida. Ofrecer a Dios, por medio de Jesucristo, el homenaje del propio corazón. Desahogar el alma en dulces coloquios con el divino Huésped. Pedir una mayor infusión de la vida divina. Impetrar gracias particulares para sí, para aquellos con quienes se está obligados, para la Iglesia militante y purgante, para todo el mundo.
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CAPÍTULO IX
LA MEDITACIÓN

Por meditación se entiende aquí no sólo el recuerdo de los novísimos y de la voluntad de Dios como regla de vida, sino la elevación del alma a Dios como la practicó Jesucristo y, a ejemplo suyo, los santos.
El tiempo dado a la meditación no se roba a las obras de celo, ya que la oración es más necesaria que la acción. No sólo, el apóstol es fecundo en la medida en que está animado por la vida interior, la cual se alimenta por la meditación.

Varios métodos de meditación

Los santos buscaron siempre y diversamente el modo de imponerse en este difícil arte, tanto que se
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puede decir que cada uno le ha dado un timbre particular, fruto del estudio, de la oración y de la experiencia personal.
Métodos óptimos se encuentran en Casiano, san Juan Clímaco y en los principales escritores espirituales. Pero sólo hacia el siglo XVI fueron elaborados los métodos propiamente dichos que guiaron, desde entonces en adelante, a las almas por las vías de la oración. Recordemos, por ejemplo, los de san Ignacio, san Francisco de Sales, de los Oratorianos y de san Sulpicio.
Todos los métodos propuestos por los santos y los maestros de espíritu tienen ciertos puntos en común que constituyen lo esencial de la meditación. Son: la preparación, el cuerpo de la meditación y la conclusión.
La preparación es triple: remota, próxima e inmediata.
La remota es el esfuerzo para poner la propia vida en armonía con la meditación. Es preparación de la mente, que exige el conocimiento de las verdades dogmáticas de las que se puedan sacar los principios morales, ascéticos y místicos; preparación de la voluntad, en cuanto dispone a la práctica de la ley de Dios y de los deberes del propio estado; preparación del corazón, que consiste en el deseo de mejorar y en la disposición del alma para la oración.
La preparación próxima abraza los actos
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preparatorios, a saber: leer la noche anterior un paso sobre el argumento de la meditación, recordarlo por la mañana al despertarnos y ordenar la mente, la voluntad y el corazón a ella, de modo que podamos recibir más fruto.
La preparación inmediata comprende los actos con los que se inicia la meditación, o sea: ponerse en la presencia de Dios, reconocer la propia miseria e incapacidad y pedir la ayuda de la gracia divina.
El cuerpo de la meditación es lo que mayor variedad presenta en los diversos métodos. Sin embargo todos parecen estar de acuerdo en lo que es sustancial: rendimiento a Dios de los deberes de religión que se le deben, consideración sobre lo que es argumento de la meditación, examen o reflexión sobre sí mismos para conocer lo que hay que quitar o mejorar, resoluciones prácticas para la jornada y oración para impetrar las gracias necesarias.
La conclusión cierra la meditación con el agradecimiento a Dios por la gracia de la meditación, un breve examen sobre cómo se ha hecho y elección del ramillete espiritual.
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El método del apóstol de la edición

La meditación a la que debe tender el apóstol es sin duda la unitiva,1 en la cual el alma se une íntima y habitualmente con Dios en el amor. Pero como ello depende de Dios, y es, en vía ordinaria, fruto de la meditación purgativa e iluminativa, el apóstol se ejercitará en ellas siguiendo uno de los muchos métodos, ya que, si en la unitiva tiene mucho campo el trabajo de la gracia, en las otras es de suma importancia la industria personal.
En la práctica podrá seguir indiferentemente cualquier método bueno que juzgue útil para su alma. No obstante, se preferirá por el método «camino, verdad y vida».
También este método, como los demás, comprende preparación, cuerpo y conclusión.
La preparación remota es el estudio de la religión en sus tres partes: fe, moral y culto; la próxima (como para los demás métodos) consiste en la previsión de la noche y de la mañana sobre lo que será el argumento de la meditación; la inmediata comprende los actos preparatorios: preludio y oraciones, o sea: recuerdo de la verdad que meditar, composición de lugar por medio de la imaginación, propósito general de sacar
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provecho, petición de gracia especial conforme al sujeto.
Los actos preparatorios serán muy útiles si se recurre a episodios evangélicos adecuados al argumento. Por ejemplo, trayendo a la memoria el fragmento que nos presenta a María Magdalena como modelo del alma meditativa: nos imaginaremos que estamos en su lugar y vemos que el Maestro Jesús llama al castillo (símbolo del alma). Nos esforzaremos en imitar a la piadosa mujer en su atención, en atesorar todas las palabras del Maestro, en el interés por interrogarlo, en su dolor y en su buena voluntad.
A veces podremos imaginarnos que estamos solos con Jesús, que le hablamos íntimamente, que le entregamos la mente, el corazón, la voluntad y todo nuestro ser para que haga de ellos lo que crea oportuno. Así nos dispondremos a mantenernos en dulcísima conversación con Él a lo largo de la meditación. Podrán ayudarnos asimismo los ejemplos de la vida de la Virgen y de los santos y el representarse que estamos en algún lugar o circunstancia particular, como en el lecho de muerte, a la puerta del cementerio, al borde del infierno, etc.
El cuerpo de la meditación se divide en tres partes: verdad, camino y vida, o también camino, verdad y vida; las dos primeras deberán ocupar cada una la mitad del tiempo de la tercera (ej. si la
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tercera dura 12 minutos, la primera y segunda durarán seis cada una).

I PARTE - Verdad - En ella predomina el ejercicio de la mente.
Después de leer el fragmento que se quiere meditar, se hará un esfuerzo para convencerse acerca de lo que se ha leído a fin de que la verdad refulja a los ojos del intelecto.
II PARTE - Camino - Es el ejercicio de la voluntad. Comprende tres partes. La primera es una consideración viva y muy particular sobre la enseñanza del divino Maestro con relación a la verdad meditada.
Sigue el cotejo de la propia conducta sobre el ejemplo de Jesús; se hará, pues, el examen de conciencia, que debe ser particular y sincero, contemplar el pasado, prometer para el presente y proveer para el porvenir.
El examen termina en la tercera parte, el propósito para la jornada. Propósito práctico, personal, en relación con el de los últimos ejercicios espirituales o del último retiro mensual, a saber, el que forma el objeto del examen particular.
III PARTE - Vida - Es la más larga. El alma se ejercita en afectos y en fervientes coloquios con Dios y con la Sma. Virgen; reza para obtener luz a fin de profundizar cuanto ha meditado, para
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obtener fuerza de voluntad y la ayuda sobrenatural necesaria para la práctica de los propósitos formulados.
Esta oración será muy libre y conforme con las disposiciones particulares del alma. En caso de aridez o de distracción se podrá recitar alguna oración común, algún misterio del rosario, las letanías de la Sma. Virgen, el Miserere, etc.2
A las tres partes del cuerpo sigue la conclusión, que es un breve examen sobre la meditación hecha. Examen seguido de tres actos: pedir perdón a Dios por las negligencias cometidas durante la meditación, agradecer por las gracias y buenas inspiraciones recibidas, recoger un ramillete de pensamientos espirituales que recordar durante la jornada, en el examen particular del mediodía y en el de la visita al Smo. Sacramento.
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CAPÍTULO X
VISITA AL SMO. SACRAMENTO

La visita al Smo. Sacramento para el apóstol es como una audiencia, una escuela, adonde el discípulo o el ministro va a entretenerse con el divino Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Muchos son los métodos propuestos para sacar de esta práctica los mayores frutos. Para el apóstol de la edición es indicadísimo el método en honor de Jesús Maestro, Camino, Verdad y Vida.
Según este método, la visita se divide en tres partes de igual duración.

Primera parte

Es un ejercicio de amor de Dios hecho con toda la mente, y tiene una triple finalidad:
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1. Honrar y considerar, en y con Jesucristo, a Dios, suma y esencial Verdad.
2. Resumir, aclarar y unificar al servicio de Dios, todos los conocimientos naturales y sobrenaturales que se han adquirido en la formación intelectual, espiritual y pastoral.
3. Impetrar que todos los hombres lleguen a la luz de la verdad, según lo que dice el Evangelio: «Hæc est autem vita æterna: ut cognoscant te, solum Deum verum, et quem misisti Jesum Christum».1
En esta primera parte la mente se las ingenia para alejar el error y profundizar las divinas verdades.
Modo práctico - Para ser eficaz debe ser muy sencillo y abrazar tres ejercicios: a) Ponerse en la presencia de Dios y pedir perdón de las propias culpas.
b) Resumir en la propia mente los conocimientos adquiridos en el día o en la semana, o bien leer algún fragmento de la Sgda. Escritura o de la sagrada teología, reflexionar después sobre ello y ejercitarse en actos de fe.
c) Pedirle a Dios, para sí mismos y para las almas, los dones naturales y sobrenaturales de la «luz intelectual, llena de amor». Y en particular:
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pedir la fe (el principio de la justificación), los dones de la ciencia, de la sabiduría y del intelecto; el conocimiento del propio oficio y del propio estado, el conocimiento de Dios y de las almas, la gracia de preparar la mente para la visión beatífica.
Estas peticiones se pueden hacer con oraciones privadas, espontáneas, o bien con el rezo del Credo, del acto de fe, de los misterios gloriosos, de los Salmos o del Veni Creator Spiritus...

Segunda parte

Es un ejercicio de amor de Dios hecho con la voluntad.
La finalidad es:
1. Honrar y considerar, en y con Jesucristo, a Dios, suma y esencial Bondad.
2. Seria reflexión y profundo examen de conciencia que lleven a:
a) reconocer el dominio absoluto que Dios tiene sobre nosotros y por tanto rendirle el homenaje de la voluntad, aceptando libremente los mandamientos, los consejos evangélicos y los deberes del propio estado;
b) reflexionar que Jesucristo, el Hijo de Dios, se ha hecho nuestro camino a fin de que, siguiéndole a Él, podamos llegar al Padre y a la gloria celestial, y por fin prometer estudiar estos
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divinos ejemplos para reproducirlos en la propia vida.
3. Pedir la gracia de poder uniformar la propia voluntad y todos sus actos a Dios, a ejemplo de Jesucristo, que agradó siempre al Padre.
En esta segunda parte se aspira a convertirse realmente en hombres cristianos, apóstoles, siguiendo las huellas de Aquel en el cual está la general y suma perfección de las virtudes más verdaderas, sublimes y profundas.
Modo práctico - a) contemplar algún rasgo de la vida del divino Maestro;
b) examen, propósitos y oraciones para vivir la nueva vida en Jesucristo. Ambos ejercicios deben llevar a la propia enmienda y a la propia mejoría y por ello converger sobre el objeto del examen particular.
Si, por ej., el trabajo espiritual se concentra sobre la paciencia, es útil proceder de este modo: contemplar ora el pesebre, ora el Getsemaní, ora el camino del calvario; después, descender a los particulares, cotejar la propia paciencia con la del Hombre de dolores, pedir perdón, hacer propósitos, suplicar para que Jesús nos atraiga a sí en su santo camino.
Se podrá concluir con una de las siguientes oraciones: Miserere, De profundis, acto de contrición, misterios dolorosos.
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Tercera parte

Es un ejercicio de amor de Dios hecho con todo el corazón y toda el alma.
La finalidad es:
1. Honrar y considerar, con y en Jesucristo, a Dios, Vida suprema y esencial.
2. Reconocer que Jesucristo es la Vida divina y que ha venido a comunicarnos esta vida: «in ipso vita erat, et vita erat lux hominum».2
3.Considerar que Él nos comunica la vida sobrenatural incorporándonos a sí, como miembros a la cabeza, como sarmientos a la vid: «Ego sum vitis, vos pálmites: qui manet in me et ego in eo, hic fert fructum multum: quia sine me nihil potestis fácere».3
4. Impetrar el don, el crecimiento, los frutos de esta vida y todas las gracias necesarias para la propia alma.
Todo esto es utilísimo para el apóstol, porque el ejercicio del apostolado supone vida cristiana y vida santa.
Se pide a Dios todo esto para que el alma tienda únicamente a su gloria y a la paz de los hombres, en y con Cristo: «Cáritas enim Christi urget nos».4 Esta es la vida
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completa: «Vivo autem, iam non ego: vivit vero in me Christus».5 Por los méritos del Crucificado, por los gemidos eucarísticos de Jesús y por una cooperación sincera del corazón humano deja de vivir el hombre viejo y se encarna, por obra del Espíritu Santo en la caridad de María, el hombre nuevo «ex Deo factus est»,6 es decir, Jesucristo. Esta gracia, esta vida interior y sobrenatural, vida del alma, es mérito para el paraíso y será gloria en la eternidad: doble gloria para el apóstol.

Modo práctico - a) reflexionar sobre todos los argumentos que constituyen la finalidad de esta tercera parte;
b) coloquio íntimo con el Maestro divino para tratar con Él los intereses de Dios, de sí mismos y de todas las criaturas;
c) impetrar gracias particulares, como las virtudes teologales, particularmente la caridad hacia Dios, hacia sí mismos y hacia el prójimo; las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza, templanza; los dones del Espíritu Santo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios; las ocho bienaventuranzas evangélicas y los doce frutos del Espíritu Santo; la gracia de poder defender siempre la propia vida espiritual de los tres enemigos: el mundo, la carne y el demonio, huyendo
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de los peligros y con la oración; además, la vocación a la perfección y el celo por el apostolado.
Entre las oraciones que pueden servir al efecto podrían usarse: el acto de caridad, las bienaventuranzas, la tercera parte del Rosario con los misterios gozosos, etc.
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CAPÍTULO XI
EXAMEN DE CONCIENCIA

Para fomentar en el alma la íntima y afectuosa unión con Dios, fuente de todo apostolado, son necesarias dos cosas: el conocimiento de Dios y el conocimiento de sí mismos, o sea, los dos términos de la unión: Dios y el alma.
El conocimiento de Dios abraza todo aquello que puede hacérnoslo admirar y amar, y por tanto su existencia, su naturaleza, sus atributos, sus obras, especialmente su vida íntima y sus relaciones con los hombres.
Se conoce a Dios a través del estudio de la filosofía y de la teología, a través de la meditación y la oración y con la costumbre de ver a Dios en todas las cosas.
El conocimiento de sí mismos abraza todo
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aquello que se encuentra en el propio ánimo: dotes y defectos, dones naturales y sobrenaturales, inclinaciones y repugnancias, la íntima historia de la propia vida, las propias culpas, los propios esfuerzos, los progresos. Todo ello, estudiado sin pesimismo, sino con imparcialidad, con recta conciencia iluminada por la fe.
El apóstol de la edición, si quiere santificarse verdaderamente a sí mismo y a las almas, debe, pues, unir al estudio de Dios también el de sí mismo. Es decir, debe ejercitarse y entrar en su interior para examinar su pequeño mundo invisible al objeto de conocer aquello que hay en él que viene de Dios y [aquello que viene] de la naturaleza corrompida, para favorecer lo uno y rechazar lo otro, porque el examen es conocimiento práctico que reforma la vida.
Atenderá a este estudio de sí mismo mediante la práctica cotidiana del examen de conciencia, general y particular, según el método «camino, verdad y vida».1

Examen general

Es el examen que todo buen cristiano debe hacer cada día para conocerse y corregirse.
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Se refiere a todos los pensamientos, acciones y sentimientos de la jornada, y comprende cinco partes.
1. Adorar a Dios Uno y Trino, Bondad infinita, y darle gracias por todos los beneficios generales y particulares que nos ha concedido. Este primer punto tiene un triple fin: rendir a Dios los actos de religión que se le deben, alimentar la confianza en Él y disponer el ánimo para la contrición, haciendo resaltar la propia ingratitud.
2. Pedir la gracia de conocer los propios pecados y liberarse de ellos. Esta petición debe dirigirse particularmente al Espíritu Santo para que comunique al alma el don de la ciencia, don que tiene entre sus funciones la de ayudar al alma a conocerse bien a sí misma para conducirla a Dios.
3. Pedirse cuentas exactas de la propia conducta desde los primeros instantes de la mañana hasta el momento del examen, recorriendo una tras otra las horas del día o espacios de tiempo determinados por el orden de las propias acciones.
Para este acto se dan tres reglas: a) seguir un orden -pensamientos, acciones, sentimientos-, extendiendo también la búsqueda a cuanto sigue: estima y fe en la palabra de Dios; sumisión y fidelidad a la Iglesia; práctica del celo pastoral en el apostolado según los propios oficios y ministerios; conducta con respecto a sí y a las almas acerca de las ediciones malvadas y mundanas; empleo del
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tiempo y sobre todo práctica de la vida interior; b) reparar en el carácter moral y la responsabilidad de cada acto interno y externo, examinándolo con imparcialidad de juicio, en sí mismo, en sus causas remotas y próximas y en sus efectos; c) cotejar la propia conducta con la de Jesús. Por el contraste que se nota entre sí mismos y este divino modelo, los propios defectos y las propias imperfecciones aparecerán mucho más claramente, mientras que la voluntad será impelida a quererlo seguir cada vez más de cerca.
4. Hacer a Jesús, con humildad y confianza, la llamada «confesión espiritual», pedirle después perdón por las propias culpas y darle gracias por las victorias conseguidas. Este cuarto punto es el principal porque contiene la contrición, elemento esencial del examen de conciencia.
5. Formular propósitos claros y prácticos de corregirse y mejorar, impetrar al efecto la gracia divina. Los propósitos, para ser eficaces, deben apoyarse en la humildad, ser explícitos y particulares y abrazar los pensamientos, las acciones y los sentimientos. Entre las oraciones aconsejables para impetrar la gracia de observar los propósitos, es óptima la del Pater noster. En efecto, potencia y hace infalible nuestra petición de perdón y de ayuda, que presentamos a Dios por medio de Jesucristo.
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Examen particular

Es la gran arma de una verdadera lucha emprendida al objeto de vencerse a sí mismos en un punto bien determinado. Tiene por objeto un defecto que corregir o a una virtud que cultivar. Para que sea útil es preciso atenerse a algunas reglas acerca de la elección del sujeto y el modo de hacerlo.

Elección del sujeto - En línea ordinaria conviene atender al defecto dominante (uno de los siete vicios capitales o una manifestación del mismo) esforzándose por vencerlo y sustituirlo poco a poco con la virtud opuesta.
Para hacer más completo el trabajo y más fácil y seguro el progreso, es necesario formularse un programa práctico que involucre todas las facultades principales: inteligencia, voluntad y sentimiento. Por ejemplo, si queremos fijar el examen particular sobre la caridad hacia Dios, el programa comprenderá las tres partes siguientes:
1. Ejercicio de la mente. Persuadirse íntimamente de los principios en los cuales se basa la caridad hacia Dios, o sea: Dios es principio, regidor y fin de todas las criaturas, a las cuales él, Bien supremo y esencial, ha comunicado todo el bien que poseen. Por ello el amor de las criaturas, nuestro amor, debe ser dirigido a Dios. Todas las demás cosas se deben amar en él y por él.
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2. Ejercicio de la voluntad. Proponerse adquirir, a ejemplo de Jesucristo, la constante y gozosa uniformidad con la voluntad divina. Uniformidad con la voluntad de Dios significativa, o sea, obediencia a los mandamientos y a los preceptos de la Iglesia, a los consejos evangélicos, a las inspiraciones de la gracia y, para los religiosos, a las Constituciones y a las Reglas. Uniformidad con la voluntad de Dios de beneplácito, esto es, sumisión a todos los providenciales acontecimientos queridos o permitidos por Dios para el mayor bien y principalmente para la propia salvación.
3. Ejercicio del corazón. Proponerse adquirir el máximo grado posible de unión con Dios a través de los siguientes medios: ver en todo lo creado sólo y siempre el reflejo de la bondad divina y por ende servirse de ello como de un medio para subir a Dios; desprenderse de sí y de todo afecto natural y construir en sí mismos una especie de celda en la cual se encuentre, ame y se hable de corazón a corazón con Dios, en espera del abrazo eterno del cielo.

Modo de hacerlo. El examen particular comprende tres tiempos: por la mañana, durante la visita al Smo. Sacramento y por la tarde-noche.
Por la mañana (apenas nos despertamos) se hace el llamado «examen preventivo», que comprende cuatro actos esenciales: precisar claramente el sujeto de la lucha para toda la mañana; prever
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las ocasiones; resolver vencerse en cada una de ellas, invocar la luz y la fuerza divinas. Es cosa breve: bastan dos o tres minutos.
Durante la visita al Smo. Sacramento se hace el examen particular propiamente dicho, que debe durar veinte minutos. Se divide en cinco puntos, como el examen general, a saber: acción de gracias, oración para conocer y detestar las propias culpas, búsqueda de las faltas y verificación del progreso, arrepentimiento y propósito. Preceden dos actos preparatorios y sigue un acto conclusivo.
Los actos preparatorios tienden a excitar al recogimiento y a fijar la atención en el propio examen. Comprenden el ejercicio de la presencia de Dios y una oración inicial. El ejercicio de la presencia de Dios consiste en ponerse bajo la mirada de Dios y excitarse a un vivo sentimiento de humildad y de confusión.
La oración inicial consiste en pedir brevemente a Dios la gracia de poder hacer bien el examen actual. Debe ser una plegaria ferviente.
Acción de gracias. Dar gracias a Dios en particular y detalladamente por todas las gracias recibidas tras el último examen. Darle gracias en especial por la bondad con que nos las ha dado.
Oración. Concentrar toda la atención sobre el sujeto del examen particular e implorar
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la ayuda divina para recordar cuántas veces se ha faltado y tener la fuerza de corregirse.
Examen. Consiste en buscar las faltas, anotar el número y confrontarlo con el de los exámenes precedentes. Para buscar las faltas hay que pedirse a sí mismo cuenta exacta del punto especial sobre el cual nos hemos propuesto corregirnos y mejorarnos.
En la práctica es aconsejable el uso de un cuestionario práctico que haga preguntas explícitas y particulares sobre el programa de trabajo tal como ha sido expuesto arriba. Para no incurrir en el error de generalizar es útil recorrer hora por hora o acción por acción, siempre en el mismo orden, y hacer un cálculo claro, exacto, procurando evitar excesos de optimismo y de pesimismo.
El resultado se escribirá en una libreta apropiada. Esto sirve para recordar más fácilmente y poder hacer los cotejos del siguiente modo: la relación del examen de mediodía se confronta con la de la tarde y la de un día con el de otro. Se confrontarán los resultados semanales y se manifestarán al propio director espiritual. Los cotejos estimulan el ardor, las relaciones nos mantienen constantes en la lucha y nos permiten tener una guía segura.
Arrepentimiento. Detestar con toda el alma las
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propias faltas y excitarse al dolor como se hace para la confesión. Terminar con el rezo del acto de contrición, de un salmo penitencial o con la meditación de alguna estación del Vía Crucis.
Propósito. Tiene dos fines: expiar y enmendarse. Expiar con obras de penitencia, procurando imponerse alguna por las propias faltas al objeto de amortiguar el amor al placer, fuente de pecado.
Enmendarse precisando el sujeto de la lucha, previendo las ocasiones y tomando decisiones particulares de vencerse en cada una de ellas. Se estará atentos a remover solícitamente la presunción, que, induciendo a contar con la buena voluntad personal y la propia energía, privaría de muchas gracias y expondría a nuevas imprudencias y caídas. Nos apoyaremos, en cambio, confiadamente en la todopoderosa bondad de Dios, siempre pronto a venir en ayuda de quien tiene conciencia de su incapacidad. Para implorar esta divina ayuda se termina con el acto final, que consiste en una oración tanto [más] humilde y apremiante cuanto más desconfiados nos ha hecho la vista de nuestros pecados.
Además del modo expuesto, que es más conforme con el método sugerido por san Ignacio, se
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pueden exponer otros más correspondientes al método «camino, verdad y vida», como:
1. Después del acto de fe en la presencia de Dios y las oraciones preparatorias:
a) reconocer los beneficios del Señor, practicar actos de gratitud y de agradecimiento, pedir gracias para conocerse a sí mismos y sentir el horror de los propios defectos y de las propias faltas.
Es la parte de la «verdad» (5 minutos).
b) Examen propiamente dicho con búsqueda, arrepentimiento y propósito.
Es la parte del «camino» (10 minutos).
c) Oración abundante.
Es la parte de la «vida» (4 minutos).
Terminar con el Pater y con la oración Querida y tierna2 (1 minuto).
2. Tras el acto de fe en la presencia de Dios y la oración preparatoria (1 minuto):
a) Reconocer los beneficios de Dios y dar gracias, pedir a Dios conocernos y reformarnos, buscar las caídas, los propios defectos y reconocerlos humildemente.
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Es la parte de la «verdad» (7 minutos).
b) Acto de arrepentimiento y propósito.
Es la parte del «camino» (8 minutos).
c) Oración abundante.
Es la parte de la «vida» (4 minutos).
Pater, Querida y tierna... (1 minuto).
3. Con el acto de fe en la divina presencia y la oración preparatoria, dar gracias a Dios y pedirle el don de conocernos, arrepentirnos y hacer propósitos (4 minutos).
Después dedicarse al examen propiamente dicho:
a) Búsqueda de las faltas (8 minutos).
b) Arrepentimiento y propósitos (8 minutos).
c) Oración (4 minutos).
Terminar con el Pater y Querida y tierna... (1 minuto).

Además del tiempo de la mañana y de la visita al Smo. Sacramento (que se aconseja aproximadamente a mitad del día), el examen particular cuenta también con el tiempo de la tarde.
No se trata aquí de un examen independiente, sino de un punto importante del examen general, punto que sin embargo debe resumir en breve todos los actos del examen particular de la visita al Smo. Sacramento.
Además de los tiempos expuestos para el examen particular hay otros secundarios, como el mediodía,
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el toque del Ave María, el toque de las horas, el cambio de ocupación... Son muchos los puntos de referencia para un rápido examen sobre el propósito que ayuden a mantener siempre el alma en las propias manos y aseguren un verdadero progreso espiritual.
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CAPÍTULO XII
CÓMO DEBE CONSIDERAR EL APÓSTOL A MARÍA SANTÍSIMA

El aspecto particular bajo el cual más le conviene al apóstol de la edición considerar a María Sma. es sin duda el de «Reina de la historia». O sea, María Sma. en quanto presidió la creación en su causa, la preside en su desarrollo y la presidirá en su consumación.

María Sma. presidió la creación en su causa

María Sma. comparte con Jesucristo la realeza del mundo porque con Él es causa final y causa ejemplar de la creación. Causa final porque debía ser la Madre de Jesucristo y
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con Él la causa de nuestra redención y de todo el orden de la gracia. Pero puesto que el orden de la naturaleza (la creación) fue instituido para el orden de la gracia, ella en Jesucristo, aun formando parte de la creación, la ha precedido no en su ser físico, sino en el pensamiento de Dios como causa final.
Dios la predestinó «ab æterno» a ser, con Cristo, el principio de todas sus obras y, al crear el cielo y la tierra, el alma y el cuerpo de Jesús, tuvo en cuenta ante todo a María. Hizo todo para ella, Madre y Dueña de su propio Hijo y por consiguiente Reina de todo lo creado.
Por eso la Iglesia, los Padres y los Doctores aplican tanto a la Sma. Virgen como a la Sabiduría encarnada, Jesucristo, las palabras de la Sgda. Escritura: «El Señor me creó en el comienzo de sus obras, antes que empezara a crearlo todo. Desde la eternidad fui constituida; desde el comienzo, antes del origen de la tierra. Cuando el abismo no existía, fui yo engendrada; cuando no había fuentes, ricas en aguas. Antes que los montes fueran fundados, antes de las colinas fui yo engendrada; cuando aún no había hecho la tierra y los campos, ni los elementos del polvo del mundo. Cuando estableció los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo, cuando condensó las nubes en lo alto, cuando fijó las fuentes del abismo, cuando
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asignó su límite al mar para que las aguas no salieran de sus límites, cuando echó los cimientos de la tierra, yo estaba a su lado como arquitecto».1
María Sma. es también, con Jesucristo, la causa formal o, mejor, ejemplar de la creación, o sea, su idea y su modelo. En efecto, el orden de la gracia, en el cual Jesús y María ocupan el primer lugar, es el modelo sobre el cual Dios plasmó y dispuso el orden de la naturaleza.
El Verbo de Dios, aun teniendo por la encarnación un alma y un cuerpo creados, no deviene en la divina persona una criatura, sino que sigue siendo la segunda persona de la Sma. Trinidad, «Dios con el Padre y con el Espíritu Santo», el único Dios, Creador del universo y de María Sma. a imagen y semejanza suya. Sobre este perfecto modelo, presente en su mente desde la eternidad, y en el cual pone todas sus complacencias, nuestro Señor da forma a toda la creación tanto del mundo espiritual como del mundo material.
«La gracia de María -afirma mons. De Ségur- es el tipo, la imagen, la fuente y el canal de todas las gracias derramadas en la creación, en los ángeles, en los hombres y desde ellos en las demás criaturas. El alma de María, creada por Jesús, el Verbo de Dios, a imagen de su adorable alma,
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es el tipo y el perfectísimo modelo de todos los espíritus, y particularmente de nuestras almas. Su santo cuerpo es el tipo de nuestros cuerpos, así como de todo el mundo material».2
María Sma. encierra, pues, en sí misma todas las cualidades de la creación y otras más sublimes aún, ya que a ella, que había sido elegida para ser la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo, Dios le comunicó todo lo que hay de comunicable en sus perfecciones.

María Sma. preside el desarrollo de la creación

En la ejecución y en desarrollo del plan creador y redentor de Dios, María Sma. aparece verdaderamente Reina, como Dios la había predestinado. En el Antiguo Testamento, en figura y en profecía; en el Nuevo Testamento, en la realidad. Por el misterio de la encarnación que debía operarse en ella, es ese punto central, ese «medium terræ» de que habla el profeta Isaías. Dios la profetiza y representa bajo mil símbolos, refiriendo a ella todas las cosas, como «a la obra de todos los siglos».
Por eso la creación de los primeros hombres,
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el paraíso terrenal, el arca del diluvio, el arco iris de Noé, los tres grandes patriarcas, Moisés, la columna de nube en el desierto, el tabernáculo y el arca de la alianza, el vaso de oro del maná, la vara de Aarón, la tierra santa, Jerusalén y el templo, la nube de Elías, Judit, Ester, las profecías de Moisés, Isaías, Jeremías, Daniel, David y muchas figuras proféticas nos dicen, de los modos más diferentes y cada vez más detalladamente, cuáles son las virtudes, las funciones y los privilegios de la Virgen María. Más aún, el misterio de María se encuentra, si bien alterado, en las mismas falsas religiones de la antigüedad.
Llegada finalmente la plenitud de los tiempos, [ella] se presenta al mundo como aurora de la nueva alianza y en todo el esplendor de su inmaculada concepción.
El Redentor desciende del cielo y María lo acoge, lo sostiene, lo ayuda. Con él, ella es centro del mundo, de la historia: Jesucristo es el Rey; María, la Reina: «Adstitit Regina a dextris tuis».3
Es un subseguirse de misterios maravillosos. En la anunciación Dios le envía un Ángel a pedirle el consentimiento para la encarnación. A su «fiat» el Verbo de Dios desciende en ella y ella, después de haberle ofrecido el tabernáculo de su seno virginal, lo ofrece al mundo (a
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José, a los pastores, a los magos, a los gentiles de Egipto...) y a Dios en el templo. Le manda durante treinta años, y al comienzo de su predicación obtiene su primer milagro. Por fin, lo ofrece al Padre por los hombres, víctima en el Calvario.
Lo recibe y lo adora resucitado, se lo devuelve al Padre en la ascensión. Es siempre la Madre y la Reina que sostiene y acompaña al Rey, su Dios y su Hijo.
Después de la ascensión, María colabora con el Espíritu Santo, enviado por el Hijo a cumplir y aplicar la obra de la redención para la santificación de los hombres.
Hela, pues, Madre de la Iglesia en pentecostés, Reina de los Apóstoles, Madre, Reina y Maestra de todos los hombres en todos los tiempos, Reina del cielo y de la tierra, dispensadora de todas las gracias.
Y la Iglesia la reza: «Salve, Regina, Mater misericordiæ», «Ave, Regina cœlorum; ave, Dómina angelorum», «Regina cœli, lætare, alleluia!».

María Sma. presidirá la consumación de la creación

María Sma. seguirá siendo Reina en la consumación de la obra creadora de Dios.
En efecto, en la asunción fue coronada Reina
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tras haber sido ascendida al cielo también con el cuerpo, exaltada sobre los nueve coros angélicos, dotada de nuevos dones, queriendo enriquecerla Dios de ciencia, de virtud y de gracia para que las criaturas le rindieran el homenaje de la inteligencia, de la voluntad y del corazón.
María, pues, reina sobre las mentes, que ilumina con la luz de Dios, como la luna ilumina la tierra por la luz que recibe del sol. María reina sobre las voluntades, a las que confiere la fuerza que recibe de la omnipotencia de Dios.
María reina sobre los corazones, que atrae, plasma y enriquece por la gracia del Espíritu Santo: «Quod Deus imperio, tu prece, Virgo, potes».4
Cumplido el juicio universal, María entrará la primera, tras su divino Hijo, en el reino eterno. Por encima de su trono sólo estará el trono de Dios. A través de ella Dios dará la visión, el gozo y la felicidad plena a todas las criaturas fieles.
«Una gran señal apareció en el cielo -dice el apóstol san Juan en el Apocalipsis-: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en la cabeza».5 La luna es símbolo de la creación entera; las estrellas, figura de los apóstoles; el sol que la reviste, figura de la indumentaria interior de la gracia; representan la realeza eterna de María.
Un estudio profundo y completo sobre María
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Sma. Reina de la historia así como otro más íntimo acerca de María Sma. causa secundaria y ejemplar de nuestra vida y causa distribuidora de las gracias, infundirá en el alma del apóstol una devoción filial hacia esta nuestra gran Madre, Maestra y Reina. Devoción que empieza por una verdadera dedicación, o sea, por un completo don de sí a ella y por ella a Dios. Le dará por tanto la inteligencia con la veneración más profunda, la voluntad con una confianza absoluta, el corazón con el amor más filial, todo su ser con la imitación más perfecta posible de sus virtudes.
Se hará, en una palabra, hijo de María como se hicieran el Maestro divino y sus santos.6
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CAPÍTULO XIII
UNA CARACTERÍSTICA DEL APÓSTOL

El apóstol de la edición debe distinguirse por una característica propia: el culto a la Sgda. Escritura.
Como luz y guía se proponen aquí las nociones fundamentales acerca del culto católico de la Sgda. Escritura según aparece en la doctrina de la Iglesia, en la misma Sgda. Escritura, en la Tradición y en la razón. Siguen normas prácticas.

Culto a la Sgda. Escritura1

A la Sgda. Escritura, como a las imágenes, se debe un culto de latría relativo. Esto se desprende de la
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Doctrina de la Iglesia, de la Sgda. Escritura, de la Tradición y de la misma razón.

Doctrina de la Iglesia - El concilio II de Nicea (7a ses., 13 oct. 787) decreta: «Definimos con toda exactitud y cuidado que de modo semejante a la imagen de la preciosa y vivificante cruz han de exponerse las sagradas y santas imágenes, tanto las pintadas como las de mosaico y de otra materia conveniente, en las santas iglesias de Dios, en los sagrados vasos y ornamentos, en las paredes y cuadros, en las casas y caminos, las de nuestro Señor y Dios y Salvador Jesucristo, de la Inmaculada Señora nuestra la santa Madre de Dios, de los preciosos ángeles y de todos los varones santos y venerables.
«Porque cuanto con más frecuencia son contemplados por medio de su representación en la imagen, tanto más se mueven los que estas miran al recuerdo y deseo de los originales y a tributarles el saludo y adoración de honor (proskúnesis), no ciertamente la latría verdadera que según nuestra fe sólo conviene a la naturaleza divina; sino que como se hace con la figura de la preciosa y vivificante cruz, con los Evangelios y los demás objetos sagrados de culto, se las honre con la ofrenda de incienso y de luces, como fue piadosa costumbre de los antiguos».2
Y el concilio Constantinopolitano IV, en el can. III, dice: «Decretamos que la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo, liberador y salvador de todos, sea adorada con honor igual al del libro de los sagrados Evangelios. Porque así como por el sentido
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de las sílabas que en el libro se ponen, todos conseguiremos la salvación; así por la operación de los colores de la imagen, sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delante, pues lo que predica y recomienda el lenguaje con sus sílabas, eso mismo predica y recomienda la obra que consta de colores; y es digno de que, según la conveniencia de la razón y la antiquísima tradición, puesto que el honor se refiere a los originales mismos, también derivadamente se honren y adoren las imágenes mismas, del mismo modo que el sagrado libro de los santos Evangelios, y la figura de la preciosa cruz».3

Sgda. Escritura - Dios en el Antiguo Testamento hizo depositar las tablas de la Ley en el arca santa, donde estaba también el maná. En efecto, dice Moisés: «Yo bajé del monte, coloqué las tablas en el arca que había hecho, y allí quedaron depositadas, como el Señor me había ordenado».4
El libro de la Ley estaba situado al lado del arca, en el Santo de los Santos, como se infiere de la orden dada por Moisés a los sacerdotes: «Tomad este libro de la Ley y ponedlo al lado del arca de la alianza del Señor, vuestro Dios; que esté allí como testimonio contra ti».5
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Como se desprende de los textos citados, Dios ya en el Antiguo Testamento une en el honor y en el culto el maná, figura de la Eucaristía, Cristo-Vida, con las tablas y el libro de la Ley, parte de la Biblia, figura y fundación del Evangelio, Cristo-Verdad y Camino.
Ahora bien, si Dios dispone así para las figuras, tanto más debía verificarse con la realidad.
Por consiguiente el libro de los Evangelios se debe honrar con culto semejante al que se rinde al mismo Jesucristo, esto es, culto de latría relativa.

La Tradición - Los cánones de los citados concilios, el II de Nicea y el IV de Constantinopla, aluden el uno a una tradición antigua y el otro a una tradición antiquísima. Más aún, en ellos el culto dado al Evangelio está tomado como motivo para confirmar el culto a las imágenes del Salvador, signo evidente de que ya existía.
Además, el concilio de Constantinopla en el can. 1 contra Focio escribe: «Queriendo caminar sin tropiezo por el recto y real camino de la justicia divina, debemos mantener, como lámparas siempre lucientes y que iluminan nuestros pasos según Dios, las definiciones y sentencias de los santos Padres».
Por tanto, al profesar el culto al libro del santo Evangelio, se camina por las huellas de los Padres y de la Tradición cristiana.
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En la Liturgia actual se honra a la Sgda. Escritura:
a) Redactando con ella la mayor parte del Breviario y gran parte de la Santa Misa, tanto que el armazón de la Misa puede decirse que está constituido por fragmentos de la Sgda. Escritura.
b) Con el beso del Evangelio.
c) Encendiendo luces e incensándolo antes de que sea cantado por el diácono en las Misas solemnes.

La razón - También la razón tiene sus pruebas.
A iguales motivos de excelencia corresponde el deber de igual culto.
Ahora bien, el concilio Constantinopolitano IV, al decretar la adoración para la imagen del Salvador, se basa en la Tradición y también en la semejanza de los motivos entre el Crucifijo, el libro de los santos Evangelios y la imagen del Redentor. Así, pues, la adoración del libro de los Evangelios, y por extensión de la Sgda. Escritura, es santa y venerable.
Por consiguiente, si se puede adorar una imagen del Salvador, con un motivo igual de fuerte se puede adorar la Sgda. Escritura, que contiene la palabra de Dios.
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Práctica del culto a la Sgda. Escritura

El culto a la Sgda. Escritura, como el culto a Dios, debe ser completo, o sea, según nuestra naturaleza de seres humanos y sociables. Un culto interno, por tanto, que se manifieste al exterior, privado y, cuando haga falta, público.
Todo ello de modo que el ejercicio interno dé al externo su valor y significado, y el externo repercuta sobre el interno intensificándolo. El público completará y perfeccionará al privado.
Y prácticamente:
Sujeción de la inteligencia con actos de fe sinceramente católica, sencilla y fuerte.6
«Fe católica», esto es, basada en el principio de que el Espíritu Santo ilumina infaliblemente a la Iglesia al interpretar las divinas Escrituras según la mente del divino Maestro, y dirige en la fe a todo el que cree a la Iglesia. Fe que se prepara [con la adquisición] de una instrucción religiosa suficiente y se atiene a los comentarios aprobados por la Iglesia; que lee la Sgda. Escritura y en particular el Evangelio con ese amor y espíritu con el que Jesucristo lo predicó a los hombres.
«Fe sencilla», ya que comprenden la palabra divina los sencillos y humildes de corazón. A la Sgda. Escritura hay que acercarse con un corazón parecido
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al de los apóstoles o al de la Sma. Virgen.
«Fe fuerte». La palabra divina convierte, pero hace falta coraje para proponerla a los descarriados y a los extraviados, para sacrificar las pasiones y seguir sus enseñanzas.
Sujeción de la voluntad con la adhesión total a las leyes divinas morales en los Libros santos y particularmente en el Evangelio. «Éste -dice Cornelio a Lápide- es el libro de Cristo, la filosofía y la teología de Jesucristo, el jubilosísimo anuncio de la redención, de la gracia y de la salud del género humano, traído del cielo por medio de él y conferido a los mismos creyentes. Por eso, leer u oír el Evangelio es leer u oír la misma voz del Hijo de Dios. Así, pues, el Evangelio se debe escuchar con la misma reverencia que se escucharía a Jesucristo».7
Sujeción del corazón y de todo nuestro ser como nos enseña la Iglesia y nos dieron ejemplo muchos santos, entre quienes nos place recordar a san Antonio, san Basilio, san Agustín y santa Cecilia.
Sujeción del corazón, grato a Dios que nos revela las verdades, nos comunica su voluntad y nos manifiesta su amor; grato y abierto para abrazar
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con entusiasmo y gozo el divino beneplácito y alabar la divina grandeza.
Sujeción reverente, como la entendía el papa Anastasio cuando escribía a los obispos de Alemania y Borgoña: «Nos habéis hecho saber que algunos cuando se lee el Evangelio están sentados». Y algo más adelante: «Con la autoridad apostólica mandamos que esto no vuelva a repetirse en modo alguno; sino que, cuando se leen en la Iglesia los santos Evangelios, los sacerdotes y todos los demás asistentes, no sentados, sino de pie e inclinados por reverencia en presencia del santo Evangelio, escuchen atentamente la palabra del Señor y la adoren con fidelidad».8

Actos externos de culto a la Sgda. Escritura

Entre los actos externos de culto a la Sgda. Escritura los hay laudabilísimos, como procesiones, novenas y triduos, oraciones, la exposición, el beso y el juramento sobre el Evangelio.
Procesiones. Es una práctica óptima llevar los libros sagrados en procesión, en cuanto, se entiende, está permitido por las leyes litúrgicas.
A este propósito, L'Osservatore Romano del 19-2-1933 publicó: «Por Cencio Camerario sabemos del rito de llevar en procesión,
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a hombros de los diáconos, entre palmas, incensarios, candeleros encendidos y estandartes de las escuelas de las ciudades, un elegante y vistoso atril llamado "Portatorium", a fin de rendir al Evangelio un honor semejante al que recibe el mismo Jesucristo».
Esta costumbre es santa, veneranda y digna de continuarse.
Novenas y triduos consistentes en la lectura diaria de un capítulo del libro sagrado. Esta piadosa práctica, difundida entre los particulares de muchos lugares, ha obtenido ventajas y gracias particulares.
Las oraciones pueden ser muy distintas. Narra por ej. san Gregorio de Tours en las Vidas de los Padres, c. IV, que, mientras devastaba un incendio la ciudad de Alvernia, san Gal entró en la iglesia y rezó largo tiempo ante el santo altar. Al levantarse, tomó el libro del Evangelio y con él avanzó contra el incendio. Este se apagó, no quedando ni siquiera una pavesa.
Otros hechos y milagros semejantes refieren san Marciano y Nicéforo. Una forma de plegaria es también la de llevar consigo todo o una parte del libro santo para impetrar la liberación de las tentaciones y de las desgracias y la protección divina, porque los demonios sienten miedo ante el códice del santo Evangelio. Al respecto san Juan Crisóstomo afirma que los demonios no osan entrar en el lugar
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donde hay una copia del Evangelio.9
Exposiciones para la veneración. Nicéforo refiere que en dos concilios de Nicea, en los de Calcedonia y de Éfeso, se puso en medio de las salas de reunión el texto del Evangelio, a fin de que los Padres se dirigieran a él como a la persona de Jesucristo, como si Jesucristo dijera: Haced un juicio justo.10
En el centro de la sala donde se celebró el concilio de Trento estaba colocada en lugar de honor la Sagrada Escritura.
L'Osservatore Romano promueve la piadosa práctica de exponer en las iglesias el Evangelio ante la balaustrada y el altar para que los fieles lo besen y lean. En muchas familias de Italia está extendida la loable práctica de exponer en lugar de honor el libro santo, de hacer una inclinación cuando se pasa por delante de él y de besarlo.
Juramento sobre el Evangelio: es acto solemnísimo que consiste en apelarse a Dios Verdad en confirmación de cuanto se afirma o niega y al mismo tiempo en impetrar la gracia de confesar la verdad o mantener fielmente cuanto se promete.
Es esta una práctica recomendada por el mismo Derecho Canónico, el cual establece que en el acto del juramento solemne se ponga la mano sobre el Evangelio.
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1 En el curso del libro (valga de un vez para siempre) se denominarán con el único término «apóstol» tanto el ministro ordinario como el extraordinario.

1 * Cf el Apéndice, pp. 357ss.

1 Es decir, innumerables.

1 El término «mente» es usado aquí, y en todo el resto del libro, como sinónimo del intelecto.

2 * «Con prontitud, facilidad y gusto».

3 Flp 1,21. * «Mi vida es Cristo».

4 Lc 18,1. * «Orar siempre, sin desfallecer jamás».

5 * Timoteo.

6 1Tim 4,16. * «Cuida de ti mismo y de lo que enseñas. Persevera en estas cosas. Si lo haces así, te salvarás a ti y a los que escuchan».

7 * Cf Mc 6,31: «Elígete un lugar retirado».

1 * «Señor de las ciencias».

2 * «Yo iré a inmolarme por vosotros» refleja algunos versículos de Jn (cf 8,21-22).

3 * «Por nuestra salvación y la de todo el mundo».

4 * «Sacrificio de alabanza».

5 Jn 10,10. * «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

1 A. TANQUEREY, Compendio de teología ascética y mística [n. 278].

2 * Cf He 4,32: «Un solo corazón y una sola alma».

3 * «Autor de la salvación humana»: 1Tim 4,10; cf Jn 4,42.

4 Jn 15,5. * «El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto».

5 * «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo»: cf Mt 6,9 y Lc 11,2.

6 Gál 2,20. * «Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí».

1 Se dan generalmente tres clases de meditación: purgativa, iluminativa y unitiva, según los tres grados homónimos de la vida espiritual.

2 Si se quiere invertir el orden, esto es, hacer preceder el «camino» a la «verdad», según la expresión evangélica «Camino, Verdad y Vida», se considerará primero el ejemplo de Jesucristo y de los santos respecto a la verdad propuesta para la meditación. Este ejemplo aparece como una vía trazada fuera de nosotros, abierta ante nosotros para que la recorramos paso a paso.
A este primer ejercicio (llamado camino) seguirá el segundo (verdad), que es reflexión, examen sobre el nexo proporcional de efectos (buenos y malos) en relación con determinadas causas.
En el tercer ejercicio (vida) viene la asimilación interna, mediante la cual esas verdades seguidas y consideradas se hacen propias y vivientes en nosotros. Las convicciones se vuelven como realidades asimiladas que después se desarrollan en actos particulares, o sea, en relación con los propósitos.

1 Jn 17,3. * «La vida eterna es que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo».

2 Jn 1,4. * «En él estaba la vida, y esa vida era la luz de los hombres».

3 Jn 15,5. * «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada».

4 2Cor 5,14. * «Porque el amor de Cristo nos apremia».

5 Gál 2,20. * «Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí».

6 * Cf Jn 1,13: «Ha sido engendrado por Dios».

1 Es el método de san Ignacio visto a la luz especial del trinomio evangélico y dividido según su orden lógico y progresivo.

2 Querida y tierna madre mía, María, ampárame; cuida de mi inteligencia, de mi corazón, de mis sentidos, para que nunca cometa el pecado. Santifica mis pensamientos, afectos, palabras y acciones, para que pueda agradar a ti y a tu Jesús y Dios mío, y contigo llegue al paraíso. Jesús y María, dadme vuestra santa bendición: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.

1 Prov 8,22-30.

2 MONS. DE SEGUR, La Sma. Virgen en los comentarios de los santos Padres.

3 Sal 44,10. * (Sal 45,9): «A tu derecha [está] la reina adornada con el oro más fino».

4 * «Lo que Dios puede mandando, tú, oh Virgen, lo puedes rogando».

5 Ap 12,1.

6 Los doctores aprendieron de ella (recuerda: san Anselmo y santo Tomás); los santos se hicieron tales con su ayuda (recuerda: san Francisco de Sales y san Alfonso); los escritores le consagraron sus plumas (recuerda: san Juan Damasceno y san Bernardo).

1 Nos referimos a los libros de la Sagrada Escritura y del Evangelio, ya que no se cuestiona la palabra de Dios como tal, en sí misma.

2 Denzinger 302.

3 Denzinger 337.

4 Dt 10,5.

5 Dt 31,26.

6 CORNELJ, Introducción a la Sgda. Escritura.

7 Cf Vol. III, 3-4.

8 Can. Apost. de Consecrat. dist. 1.

9 Cf Disc. 51 sobre san Juan Evangelista.

10 Cf libro XIV, cap. III.