Beato Santiago Alberione

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PARA UNA CONCIENCIA SOCIAL

Nota introductiva

Este opúsculo, aparecido en el San Paolo de noviembre de 1953, se publicó de nuevo con notables añadiduras en el librito A las Familias Paulinas (pp. 20-49). Adoptamos esta segunda redacción, pues la primera hay que considerarla como un borrador de ésta.
El desarrollo del pensamiento puede percibirse por los subtítulos más significativos: Principios; Estudio de la sociología; El fundamento natural; El fundamento sobrenatural; La sociabilidad en las comunidades religiosas y en la Iglesia; Entre las Familias Paulinas; Relaciones en la nación y relaciones internacionales...
Los cuatro principios dan la clave de lectura: 1) «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»; 2) La vida «es para todos una tarea en vista del propio perfeccionamiento y para utilidad del prójimo: de ahí la sociabilidad»; 3) «El hombre está naturalmente ordenado por Dios a vivir en sociedad»; 4) La sociedad es «un conjunto de individuos... unidos para un fin común que conseguir con la unión de las fuerzas, bajo el gobierno de una legítima autoridad». Esto pone de relieve la urgencia del estudio de la sociología, porque «es en la sociedad donde se debe ejercer el apostolado y santificar las relaciones».
La sociabilidad es una meta a la que se debe tender diariamente, «partiendo de las situaciones concretas de caracteres diversos y una indefinida diversidad de humores». Pero resulta difícil comprender el sentido verdadero de la sociabilidad sin considerar el alto fundamento: la doctrina del Cuerpo místico. De aquí la conciencia social, que debe hacerse activa sobre todo en los Institutos y unificar la Familia Paulina.
Es de extraordinaria lucidez y actualidad, en este opúsculo, la serie de indicaciones concernientes a las varias expresiones de la sociabilidad, las relaciones en la comunidad, la visión cristiana de los vínculos sociales, sea en los grupos sea a escala internacional.
El manuscrito autógrafo del opúsculo, conservado en el Fondo San Pablo de la Casa General, consta de 23 hojas en dos formatos (cm. 11x18,2 y cm. 15x19,3), diversamente elaboradas con cortes y añadiduras, correcciones e integraciones. Lleva el título del Autor,
Formación social; título desaparecido después, excepto en la portada del librito mencionado. Por mano del secretario está escrito el destino: «San Paolo», y la fecha: 28-31 octubre de 1953. Cuatro hojitas, con notas relativas a la función de la caridad, se insertaron con el título «Entre las Familias Paulinas», con la fecha del 19-IX-1953 y la anotación «Añadido al San Paolo ya publicado». Retoques y desplazamientos en ambas ediciones impresas, respecto al manuscrito autógrafo, harían muy complicado un cotejo crítico.
Este trabajo, como otros referidos a temas análogos, demuestra el relevante interés del P. Alberione por los temas sociológicos, a los que había ya dedicado el libro
Elementos de Sociología cristiana (1950), publicado en varias ediciones, la última de ellas titulada Catecismo social (1985), preparada por Lucina Bianchini FSP y Luigi Giovannini SSP, con notable aparato documental y bibliográfico.
Cabe señalar, como ulteriores fuentes usadas por el Autor para este opúsculo, dos volúmenes editados por los Paulinos.
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Es interesante por fin una noticia recogida en el mismo boletín, tras el texto presente: «ROMA. - El Sr. Pella [Giuseppe, Primer Ministro del Gobierno de la República italiana] ha visitado la Pía Sociedad de San Pablo. En primer lugar se detuvo en la cripta y en la iglesia Regina Apostolorum. Luego visitó la casa de las Hijas de San Pablo: tipografía, oficina de propaganda y taller del cine, como hizo también en nuestra casa, asistiendo incluso a la proyección de una parte del cortometraje tríptico María. - Con cordialidad y familiaridad compartió nuestra pobre mesa; y, respondiendo al agradecimiento del Primer Maestro, cerró su visita con un breve pero denso discurso de elogio y augurio, pidiendo también nuestras oraciones para su persona y para su elevado y difícil cometido» (SP, nov. 1953, p. 7).
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PARA UNA CONCIENCIA SOCIAL

1. PRINCIPIOS

1) Amar a Dios con toda la mente, las fuerzas, el corazón: es el primer y principal precepto. Pero hay un segundo, que es semejante al primero: «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y Jesús nos propuso, como verdadero amante del prójimo, un samaritano, que no era hebreo, sino un «alienígena».1
2) La educación es acostumbrar al joven a usar bien la propia libertad, y de este uso dará cuenta a Dios para recibir premio o castigo. Nuestra vida no está destinada a ser un peso para muchos, una fiesta para pocos; sino que es para todos un empleo, para el propio perfeccionamiento y para utilidad del prójimo: de ahí la sociabilidad.
3) El hombre está naturalmente ordenado por Dios a vivir en sociedad. De hecho, no podría vivir en el aislamiento, pues no se basta a sí solo para alcanzar su perfeccionamiento físico, moral e intelectual. Dios ha dado al hombre la inclinación a integrar su insuficiencia, asociándose a otros, en la vida doméstica o en la civil o en la religiosa. Y este es un derecho natural, que nadie puede violar.
4) La sociedad en general es un conjunto de individuos, considerados en su grado social, unidos para una finalidad común que conseguir con la unión de las fuerzas, bajo el gobierno de una legítima autoridad. Es una unidad orgánica (no mecánica) madurada por la razón y por la fe; crecida bajo el gobierno de la Providencia para el bien de cada uno.
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2. ESTUDIO DE LA SOCIOLOGÍA

Hoy, más que en el pasado, es necesario un estudio suficiente de la sociología. Nuestra vida se desarrolla en parte notabilísima en sociedad; y es en la sociedad donde debe ejercerse el apostolado y santificar las relaciones.
La sociabilidad supone una convivencia serena; pero a la vez requiere una convivencia beneficiosa y apostólica en la más amplia familia humana. «Hemos sido llamados por Dios no sólo de entre los judíos sino también de entre los paganos» (Rom 9,24).
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3. EN LAS SOCIEDADES RELIGIOSAS

Los Institutos religiosos, llámense Familias o Sociedades o Congregaciones, son siempre de naturaleza social, pues tienen los elementos constitutivos, a saber: fin, medios, autoridades, miembros. La erección de Institutos religiosos, correspondientes a las necesidades de los tiempos, y encaminados al perfeccionamiento de los miembros con medios sociales, es un derecho inviolable de la Iglesia, y por ella usado siempre.
El fin del perfeccionamiento es común a todos los Institutos; muchísimos tienen también un fin de apostolado en la Iglesia; y para conseguir dicho fin disponen de medios. Tienen además una autoridad, que dirige las personas y coordina sus fuerzas para ese fin común.
De aquí brotan dos necesidades absolutamente indispensables, a saber: la obediencia y la caridad. La primera es como fundamento del edificio, la segunda como medio de unión entre todos los miembros.
Vale también en este caso el dicho «La casa de Dios se funda creyendo, se levanta esperando, se perfecciona amando».2
Los dos fines de la Pía Sociedad de San Pablo están expresados en los dos primeros artículos de las Constituciones.3
Debiendo el hombre conseguir un doble perfeccionamiento, natural y sobrenatural, hay una doble categoría de sociedad: la de orden | natural y la de orden sobrenatural. A la primera pertenecen la sociedad doméstica, la sociedad civil, etc.; a la segunda, la Iglesia, los Institutos religiosos, etc.
Con el nacimiento el hombre adquiere el derecho de entrar a formar parte de las sociedades naturales; con el segundo nacimiento, que acaece en el bautismo, adquiere el derecho de entrar en sociedades sobrenaturales en cuanto al fin y a los medios.
La Iglesia es sociedad sobrenatural en el fin: la bienaventuranza eterna; y en los medios: la fe, los sacramentos, las virtudes cristianas; la obediencia a los Pastores, particularmente al Papa.

* * *

La sociabilidad, para el paulino, requiere:4
- respeto a la vida común, en la familia religiosa: hacia los hermanos, los superiores, los inferiores;
- respeto a las demás Familias religiosas;
- respeto a las otras Congregaciones paulinas;
- respeto a cada fiel o a la reunión de todos;
- respeto a los conciudadanos, súbditos y gobernantes;
- respeto a toda la familia humana;
- respeto a la Iglesia entera: militante, purgante, triunfante.
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4. SIGNO DE VOCACIÓN

La sociabilidad es cualidad esencial para quien quiere entrar en una sociedad, tanto más si es religiosa. Constituye un signo positivo de vocación, como la falta de sociabilidad es un impedimento fundamental e indicio claro de que no hay vocación. Se dice claramente que en un instituto religioso se tiende a la perfección, además de por los votos, «por la organización de su vida, dentro de la vida común, según la norma de los sagrados cánones y de las Constituciones». Es por tanto fuente de méritos y medio de santificación. Por eso todo es común: horario, estudio, apostolado, piedad, alimento, vestido, etc. (artt.: 1, 133-136).
Señalemos los artt. 169, 170: «Recuerden los religiosos que todo bien debe comenzar y perfeccionarse en la caridad. La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera». «Por estas razones, háganse todas las cosas con caridad, guardando con solicitud su orden, como conviene a los santos».
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5. EL FUNDAMENTO NATURAL

Quien quiere entrar en el Instituto debe tener un carácter sociable. Ya antes5 se decía que «la vida común supone:
- un carácter manso, sociable, optimista: parte por naturaleza, parte por educación;
- una mente amplia, solícita, comprensiva, inclinada a interpretar favorablemente las cosas;
- una disposición recta hacia los pobres, los atormentados, los superiores, los inferiores;
- la observancia de las reglas de cortesía, educación, sumisión, amabilidad; en todas partes, pero especialmente estando en compañía;
- la disposición a perdonar los desafueros y los males, y a recordar los beneficios recibidos; sin echar en cara las culpas, ni humillar al inferior, etc.;
- ser siempre ecuánimes y sencillos, sin orgullo en la suerte y en el honor; pero también sin abatirse en las contradicciones.

* * *

Hay que excluir por tanto:
- los caracteres raros, pedantes, apáticos, egoístas;
- los religiosos por desesperación, los excéntricos;
- los histéricos, muy nerviosos, desequilibrados;
- los psicópatas, los siempre descontentos, los obstinados;
- los violentos, sombríos, vengativos, peleones;
- los ineducables, irreductibles, despechados, inquietos;
- asimismo quienes tuvieron en la familia tales enfermedades de una cierta gravedad, o patologías hereditarias, por ej. atacados por la locura.
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6. EL FUNDAMENTO SOBRENATURAL

La sociabilidad, como toda verdadera virtud y toda verdadera piedad, se funda sobre la fe.
Por la fe vemos en todos los hombres a hijos de Dios y a hermanos en el «Padre nuestro».
Por la fe vemos en todos almas a las que somos deudores de la verdad, de edificación, de oración.
Por la fe vemos cómo Jesucristo amó a todos, tanto más a los necesitados, los pecadores, los atormentados. Él no tuvo peculiaridades de carácter puramente humano; sino sólo de carácter humano-divino.
Por la fe tendremos un nacionalismo justo, veremos siempre en la nación particularmente a las almas y su salvación; nunca nacionalismo de inspiración contraria al Evangelio, ni de carácter político o económico. Se desea que todo se avenga a las doctrinas pontificias: leyes, enseñanza, moral, práctica de la religión.
Por la fe veremos en los miembros del Instituto a hermanos, tales por el título nuevo de la profesión.
Por la fe se ve en los hombres a compañeros de viaje hacia la eternidad y se deducen los deberes de mutua ayuda.
Por la fe se comprenden: el Corazón del divino Maestro, que predica e invita a todos los hombres: «venid todos a mí»;6 san Pablo «doctor de las gentes»7 que en su dilatado corazón llevaba a todos los hombres; la Regina Apostolorum que [es] guía para todos los hijos del Padre celeste, misioneros, predicadores, apóstoles.
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7. SOCIABILIDAD EN LA INTIMIDAD RELIGIOSA

En el ambiente en que vivimos, tenemos hermanos que tienden a la misma meta, visten nuestra divisa, participan en la vida común, comparten gozos y dolores, están animados por los mismos propósitos y siguen nuestro camino, para ganarse la corona de gloria.
Esta comunión de intentos debe estrecharnos con vínculos de caridad y hacer de las casas religiosas suaves oasis de paz, en esta mísera tierra, incesantemente herida por las pasiones, intereses e intrigas humanas. El espíritu de hermandad y divina unión que unía a la primera comunidad, al colegio apostólico,8 debe aletear entre nosotros de modo que alegre nuestros corazones, haga resplandecer la serenidad en nuestros rostros y traiga a nuestras almas aquel sentido de calma, que tanto contribuye a favorecer nuestra unión con Dios, fin inmediato de la vida religiosa. Donde falta no puede darse recogimiento, oración, sincero amor al propio estado y fervor de vida espiritual.
Además el hombre, sociable por naturaleza, se encuentra bien sólo donde le sea fácil formarse un ambiente en el que ese su instinto pueda ser satisfecho. Cuando deja el hogar doméstico, cálido de puro afecto, en cualquier ambiente donde se instale nota una fuerte necesidad de crearse un ámbito de personas amigas, que le comprendan, le estimulen y le apoyen en las inevitables tempestades de la vida. A esta inocente debilidad humana no logran sustraerse ni siquiera los más grandes santos. Sus epistolarios íntimos lo prueban de modo lampante.
Por eso el religioso que pase sus días en una comunidad, encontrando en ella corazones abiertos, almas generosas y benévolas, espíritus nobles y delicados, vivirá feliz y sereno y podrá constatar que de veras «nada en este mundo representa tan bien la admirable asamblea de la Jerusalén celeste, como una sociedad religiosa perfectamente unida en la benevolencia. Nuestro Señor está en medio de ellos; el lugar que habitan es la puerta del cielo [cf. Gén 28,17]».
Pero el demonio, enemigo de las almas religiosas y, por excelencia, espíritu de desorden, halla mil caminos para entrar a turbar la paz y sembrar discordias. El maligno sabe que donde no florecen concorde armonía y fraterna comprensión, no pueden darse el amor de Dios, la delicadeza de conciencia, el espíritu de mortificación y el amor ilimitado al propio estado; y por eso se retuerce de mil modos para ejercer su obra disgregadora en las comunidades, cambiándolas en terreno de incomprensiones, desuniones y malentendidos de todo género. Se vale hábilmente de todas las debilidades humanas, inevitables incluso entre almas heroicas.
En la comunidad religiosa más perfecta que podáis imaginar, encontraréis seguramente los caracteres más opuestos, lo cual tiene fácil explicación: la variedad de las disposiciones de los padres que ofrecen a la religión9 los propios hijos, las características de las diversas regiones que dan a la índole matices peculiares, la indefinida variabilidad de humores..., hacen que confluyan juntos en la misma casa desde la mañana a la tarde, a todas las horas del día, siempre cerca unos de otros, temperamentos calmos e inquietos, reflexivos y ligeros, serenos y sombríos, equilibrados y fantasiosos, etc.
Si a un seglar le toca convivir con una persona de carácter inconciliable con el suyo, resolvería el problema cambiando residencia o empleo; pero un religioso no puede tener siempre abierta esta puerta. Podría, pues, encontrarse inevitablemente en el mismo oficio con un cohermano de índole o puntos de vista completamente opuestos a los suyos. Mientras estemos en esta pobre tierra hemos de resignarnos a vivir entre debilidades y miserias; sólo en el cielo encontraremos perfectos a todos.
Pero el demonio se vale astutamente de estas fragilidades humanas, las hace chocar unas con otras, logra muchas veces que salten chispas y hasta incendios de discordia. Trastorna fantasías, calienta pasiones, agita almas, crea sospechas, agranda naderías y tanto se revuelve y remueve que en muchos casos consigue quitar la paz, la fraterna armonía, la mutua confianza, y por tanto hacer pesado el dulce yugo de la vida religiosa por fruslerías y bagatelas de niños. Donde crece tal cizaña, la virtud queda sofocada, se debilita el empuje hacia el bien y reseca la vida espiritual.
Por eso exclama san Agustín: «¡Miserable el monasterio, en que prevalece el espíritu partidista!».10 Puede recordarse a este propósito la palabra de san Pablo apóstol: «Os ruego, pues, hermanos, por el mismo Señor nuestro, Jesucristo, que os pongáis de acuerdo y no haya bandos entre vosotros, sino que forméis bloque con la misma mentalidad y el mismo parecer» (1Cor 1,10).
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8. PECADOS CONTRA LA SOCIABILIDAD

1) Romper la unidad espiritual entre hermanos; máxime con la autoridad y quien la representa. La unidad es el «bonum sociale»; disgregar las fuerzas es contrario a la naturaleza misma de la sociedad, pues daña a todos y atenta a su propia existencia. Ello puede suceder también con la crítica áspera.
2) Sustraer las fuerzas, tomando oficios fuera de la Congregación o descuidando los propios deberes, como ministerios, apostolados, clases. Esto sucedería ocupándose de asuntos con hermanos o hermanas de la propia familia o parientes y amigos; entablando inútiles relaciones extrañas; o también mostrándose «tardus ad communia et ad singularia promptus».11
3) No unificar las fuerzas de todos hacia el fin; o no proveer a cada uno en sus necesidades espirituales y materiales.
4) Rehusar sin justos motivos los oficios asignados, o descuidarlos. Asimismo, aspirar a oficios para los que uno no es capaz, más aún si esto ya se ha demostrado.

* * *

Al contrario, se procura el «bien social» que es la unidad, cuando en los oficios y ocupaciones se concentran las energías de la inteligencia, de la voluntad, del corazón y del cuerpo para interpretar bien la voluntad de los superiores y cumplirla lo mejor posible.
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9. PELIGROS CONTRA LA SOCIABILIDAD

1) Ocupaciones extrañas a la Sociedad, afecto a personas peligrosas, la manía de salir y visitar; tener trato epistolar o personal fuera de la Congregación, ocultándolo a los superiores, quienes, ya se sabe, no lo permitirían.
2) Amistades particulares; simpatías o antipatías; tantos cumplidos reservados a los extraños, y dureza o grosería, indiferencia e indelicadeza con los hermanos incluso en momentos de aflicción o de alegría.
3) Faltas contra los secretos naturales, o de oficio.
4) El amor propio, que engendra envidias y celos, destruye o retarda la acción de los hermanos y de los superiores. La envidia es algo demasiado común y deletéreo; basta recordar a Caín y Abel o la historia de José y sus hermanos.
5) Hay un peligro proveniente de quienes fácilmente se entrometen donde no les llaman ni tienen encargo; de quien habla y no hace; de quien reparte siempre consejos, pero nunca los acepta.
6) Asimismo es fácil despegarse del espíritu cuando simplonamente se buscan pareceres de extraños y se pierden los méritos de la propia vocación, sin hacerse méritos para la otra vida. Que no se verifique lo lamentado por Jeremías en sus tiempos: «Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua» [cf. Jer 2,13]. La razón y la fe enseñan muy otros remedios a los males, de los que a menudo somos causa nosotros mismos.
7) Puede darse la tentación de recurrir a superiores lejanos, tratando de engañarles, para no obedecer a los superiores cercanos; o bien, sembrar la desconfianza hacia hermanos o superiores con sordas críticas hechas vilmente contra quien no puede defenderse. Haya siempre quien hace de abogado de los ausentes: ello es exquisita caridad. Quien trabaja intensamente y practica el attende tibi,12 difícilmente, y sólo por motivo de caridad, se dedica a observar a los demás, excepto si tiene ese cargo.
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10. SIGNO DE VOCACIÓN Y DE CORRESPONDENCIA13

Signo de vocación es el amor al Instituto; el hablar bien de su organización, de las Constituciones, de los superiores, de los hermanos, de las iniciativas, de las obras, de las casas, etc.; el rezar siempre por la santidad de todos, por las vocaciones, por el apostolado; el trabajar por las vocaciones, el contribuir con todas las fuerzas, según la posición de cada cual, al progreso espiritual e intelectual, así como al apostolado y al bien material; el actuar para quitar defectos y acrecer el bien.
Signo de falta de vocación: costumbre a una crítica destructiva o imprudente, la flojera en las obras del Instituto, contribuir a los inconvenientes y defectos. Basta que una rueda o engranaje se rompa para que toda la máquina sufra.
Apreciad todos los Institutos en el sentido y espíritu de la Iglesia; pero sobre todos amad al vuestro. Esquivad a quien falta en este amor, porque a menudo es más peligroso que quien da escándalo incluso en materias graves; en cambio aficionaos y frecuentad a quien muestra verdadero espíritu paulino. Gran mérito tiene el que siembra el bien, la verdad, la paz: «Dichosos los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios».
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11. MEDIOS DE SOCIABILIDAD

Es necesario, y obligatorio, organizar reuniones, convocando a los profesos, oírlos, estimularlos, darles directrices.
En los encuentros cada cual dice su pensamiento con sencillez, todos lo consideran, nadie se impone; luego el superior resume y determina, de modo que después vive un solo pensamiento, la unión generosa y gozosa de fuerzas e intentos, alimentada siempre por la piedad. «Juntados los consejos, unidas las fuerzas, multiplicados los intercesores...».14
Conviene considerar las palabras de san Pablo a los Filipenses: «Esto que siento de vosotros está justificado: os llevo muy dentro, pues tanto durante mi prisión como durante mi defensa y confirmación de la buena noticia (=Evangelio) todos tenéis parte conmigo en el privilegio que me ha tocado. Bien sabe Dios con qué cariño cristiano os echo de menos. Y esto pido en mi oración: que vuestro amor crezca todavía más y más en penetración y en sensibilidad para todo; así podréis vosotros acertar con lo mejor» (Flp 1,6-10).
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12. SOCIABILIDAD EN LA IGLESIA

Respecto a la Iglesia y a la cristiandad, el fundamento particular de la sociabilidad es la doctrina del Cuerpo místico. No se trata sólo de relaciones externas, pues entre los miembros vivos de la Iglesia circula la misma sangre de Jesús, o sea su propia vida, que a todos da alma, resultando así un solo cuerpo con muchos miembros, con el mismo Jesucristo como cabeza. Formamos la Iglesia.
Y esta Iglesia resulta de las tres partes: militante, purgante y triunfante,15 que constituyen la única Iglesia: o en viaje en la tierra, o ya llegada al puerto en la eternidad.
La sociabilidad nos hace ver en cada fiel (que al menos pertenezca al alma de la Iglesia) a un hermano de sangre (la sangre de Jesucristo).
La sociabilidad requiere: con el Papa relaciones de amor, obediencia, veneración; en proporción, igual con los obispos y con los demás superiores eclesiásticos.
Con los fieles vivos, sobre todo apostolado de las ediciones, mediante el cual vivimos con los lectores, los espectadores, los oyentes. A ellos les debemos llevar luz, consuelo, ánimo. El lector ha de ser tratado bien, con comprensión y bondad.
Las relaciones de amistad, para ser tales, deben ser claras. Claras las condiciones para aceptar jóvenes; claras las ofertas de suscripción o del precio en los libros; claros los descuentos. Sean puntuales los envíos y se exijan firmemente y a tiempo los pagos. Cuentas claras y amistad larga. Los deudores no aman a los acreedores, más bien se alejarán y el apostolado perderá. Dar y exigir con firmeza.
Tengamos delicadeza y tacto especialmente con los pequeños en la prensa, el cine, la radio y la televisión. En estos puntos se requiere mucha vigilancia. Vigilancia también en todo lo que se distribuye a los jóvenes para componer en las tipografías.16
Es este el momento de considerar las relaciones con los padres y parientes de los nuestros, con los alumnos, los aspirantes, los oyentes, los penitentes, etc. Pueden consultarse autores que hablan de ello sabiamente.
Sufrir con quien sufre, gozar con quien goza; especialmente sufrir cuando la Iglesia sufre; gozar cuando ella goza. Vivir en unión de mente, voluntad y corazón con el Papa significa participar en la universalidad de sus preocupaciones.
Nadie se hace paulino para una nación determinada, tanto menos para la propia, sino para ir donde uno sea destinado a procurar la gloria de Dios y el bien de las almas. Somos ciudadanos del reino de Cristo, que es la Iglesia, y en cualquier país estemos, pertenecemos siempre a ella, pues la Iglesia es católica. Y todos somos ciudadanos romanos, porque la Iglesia es romana.17

* * *

Esta18 conciencia social ha de hacerse operante también en el apostolado.
La Casa General obra y existe en función de la caridad, considera las necesidades de la Iglesia, de las almas, de la Congregación y de las Casas; da una orientación y empuje al servicio de todas; escoge y propone las iniciativas, no frena actividad alguna que entre en el espíritu de las Constituciones; las ediciones se pueden adaptar y reproducir en las demás naciones, para ser una fuerza viva y activa en la Iglesia y para la Iglesia.

«Del sabio educador esta es la ley: animar, dejar obrar, guiar y reprender».19

Jesucristo es el Maestro divino, quien mejor ha respetado a la persona humana: la desarrolla en sus facultades naturales y sobrenaturales, la eleva y dirige a participar [en la obra] de Dios en el tiempo y en la eternidad: «Concédenos... tener parte en la divinidad de quien se ha dignado hacerse partícipe de nuestra humanidad, Jesucristo...».20 Por eso mismo es totalitario, sin pactos con el error, con el mal, con los falsos cultos y supersticiones, con el falso celo.
Y así es también la Iglesia; y así debe actuar quien de algún modo representa al Instituto y a la Iglesia.
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13. ENTRE LAS FAMILIAS PAULINAS21

Quiso el Señor que nuestras Congregaciones fuesen cuatro; pero podemos decir: «Congregavit nos in unum Christi amor... Simul ergo cum in unum congregamur, ne nos mente dividamur, caveamus».22
Se da un estrecho parentesco entre ellas, pues todas han nacido del sagrario. Tienen un único espíritu: vivir la vida de Jesucristo y servir a la Iglesia. Hay quien representa a todos intercediendo ante el sagrario; hay quien difunde, como desde lo alto, la doctrina de Jesucristo; y hay quien entra en contacto directo con las personas.
Se da entre ellas una íntima colaboración espiritual, intelectual, moral, económica.
Existe separación en cuanto a gobierno y administración; pero la Pía Sociedad de San Pablo es nutricia23 de las otras tres.
Sí, hay separación, pero (existe) un vínculo íntimo de amor, más noble que el vínculo de la sangre.
Hay independencia entre ellas, pero se da un intercambio de oraciones y de ayudas, en diversas formas; la actividad va por separado, pero debe darse una coparticipación en las alegrías y en las penas.

Saber comprenderse: este es el primer paso hacia una convivencia que, más que de buenos vecinos, es de un parentesco sui generis: es comunión de pensamiento, de espíritu, de aspiraciones.

Saber respetarse: el [dicho] «la caridad no piensa mal» [1Cor 13,5] cae muy bien aquí; así que: «pensar bien, desear el bien, hablar para bien, hacer el bien». Saber ayudarse: cuando una familia está establecida en una nación, preparar la entrada a las otras.

Coordinarse: No haya concurrencia alguna entre las Congregaciones femeninas en la búsqueda de las vocaciones; saber suscitarlas, pero dejar libres a las jóvenes de entrar donde se sientan inclinadas y tengan aptitudes. Las que se van de una Congregación no sean aceptadas en otra. Cada Congregación haga el propio apostolado; las demás respeten su campo e iniciativas, dando incluso, si se presenta ocasión, una cooperación.

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La coordinación entre las cuatro Congregaciones la llevan a cabo los superiores; los súbditos seguirán las disposiciones de los respectivos superiores.
Las dificultades menudas que se encuentren por el camino, en lo posible, sean resueltas de modo paterno por el superior de la Pía Sociedad de San Pablo. Los corazones sean racionalmente dóciles; la caridad es una ventaja tan grande que bien merece algún sacrificio.
La caridad24 en la Iglesia regula su acción social.
La caridad es el principio, el moviente, el elemento determinante de los Cánones y de toda disposición dada por la Iglesia y por toda autoridad eclesiástica y religiosa. Pedro amó «más que éstos» [Jn 21,15], y por eso recibió el oficio de gobernar y disponer en toda la Iglesia. Y en la Iglesia no hay poder sino el que viene de Jesucristo, ejercido por su Vicario en la tierra.
Así la caridad conduce a una interpretación recta de todo lo que se dispone; e igualmente la caridad conduce a la ejecución santa, aplicando todo nuestro ser: mente, fuerzas y corazón.
Nuestras Congregaciones se distinguen bien por los fines y los medios; hay sin embargo siempre un terreno de confín que no puede precisarse al milímetro, justo porque las cuatro sirven y actúan en la Iglesia y para la Iglesia.
Supla, pues, la caridad lo que las Constituciones no pueden precisar. Por ejemplo: está claro que las Hermanas Pastorcitas se ocupan, en los límites de la parroquia donde están establecidas, del boletín, de la biblioteca, de la difusión de catecismos, etc., bajo la dirección del párroco. Así también, la caridad hallará el modo de convivencia y actividad de una librería paulina y de un centro de apostolado litúrgico.
Encontrarse, escucharse, considerarse mutuamente, y la recta intención, serán modos de acuerdo, de paz, de mayor fruto.
Hubo un buen párroco de la zona albesa que regaló a la San Pablo25 el que fue nuestro segundo cáliz; y al ofrecerlo, dijo: «Mira que he hecho grabar en el pie: Ut unum sint; son las palabras del Maestro divino, y será siempre esta unión entre vosotros lo que permitirá el desarrollo del Instituto, la paz y el fervor de cada uno». Y en efecto en la oración sacerdotal Jesús, por cuatro veces, pidió al Padre esta unidad entre los Apóstoles primero, luego de los fieles entre ellos y con la jerarquía eclesiástica:

«Padre santo... que sean uno, como lo somos nosotros».
«...Que sean todos uno, como tú, Padre, estás identificado conmigo y yo contigo; que también ellos lo estén con nosotros».
«...Que sean uno como nosotros somos uno».
«Yo identificado con ellos y tú conmigo, para que queden realizados alcanzando la unidad» (Jn 17,11.21.22.23).

Y de la situación presente en la Iglesia comprendemos la profunda razón de esta insistencia del divino Maestro: ¡cuántos miles de cismáticos, y cientos de miles de herejes, y cuántas discusiones desarregladas sobre verdades de fe y principios de moral!

* * *

La sociabilidad pide que se practique la hospitalidad. La hospitalidad, recomendada por san Pablo, implica, en quien hospeda, el deber de ser acogedor y atento; pero también el deber en el hospedado de ser respetuoso y edificante: «practicad la hospitalidad unos con otros sin refunfuñar» [1Pe 4,9]. No turbe el orden en la casa, capte el bien, no prolongue la estadía más de lo necesario.
Doquier reciban los nuestros hospitalidad y acogida fraterna; pero a la vez, dondequiera se vaya, evítese el gravar a los hermanos con excesivas pretensiones; evítese, en lo posible, acarrear molestias. ¡No se haga circular el mal de una casa a otra, sino el bien! Edifíquese, en cambio, con el ejemplo de observancia religiosa.

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La sociabilidad se ve muy favorecida por recreos alegres, en común, regulados por la prudencia.

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La Familia Paulina siempre se ha apoyado en la Unión Cooperadores del Apostolado Ediciones.26 Mucho ha recibido de ellos y mucho les ha dado también; con ellos se siente muy vinculada espiritualmente, y por medio del propio boletín. El don de reconocimiento más grande es la celebración de 2400 Misas cada año en favor de ellos; luego están las oraciones por los vivos y difuntos; la participación en el bien que cumplen nuestras Congregaciones; las indulgencias; y para los más insignes Cooperadores también las Misas gregorianas después de la muerte. La sociabilidad requiere por nuestra parte el más vivo reconocimiento.
Instruirlos para su santificación e iluminarlos para una cooperación siempre más eficaz, son dos de nuestros cometidos.

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Hay que ayudar a los vocacionarios, pues tienen un fuerte peso; tanto más si el vocacionario está en sus comienzos. Es obvio que una casa compuesta enteramente por profesos pueda fácilmente proveer a sí misma. Pero piense que recibe personas ya formadas; en cambio hay casas donde las construcciones, la maquinaria, las clases, la asistencia espiritual, etc., originan gastos diarios muy fuertes. En todo instituto las casas formadas sólo por profesos contribuyen para determinadas partidas de los vocacionarios. Entre nosotros todavía no se ha establecido, porque hasta ahora el espíritu de caridad recíproca ha suplido; hay que rezar para que todos sean comprensivos y de veras llenos de bondad. Pero no se trata sólo de un deber de caridad, sino de un deber natural de justicia en una sociedad. Ejemplo: en la sociedad doméstica (supongámosla compuesta de cinco personas) el padre provee para todos los miembros, aun colaborando éstos en lo posible.

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También en el apostolado será operante la conciencia social. En Italia se hace una redacción que puede servir de línea, o mejor, de orientación para las otras naciones; puede darse un intercambio de ediciones entre nación y nación, en el sentido ya explicado respecto al Centro internacional de Roma27 y de los centros de las otras naciones; todo quedará facilitado si se da la debida y necesaria precedencia en el pago de las deudas internas.
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14. RELACIONES EN LA NACIÓN

La sociología cristiana indica los deberes de los católicos frente a la nación y al gobierno: «Los deberes de los individuos son el respeto concienzudo y la obediencia razonable. Además de prestar las propias energías a la consecución del bien común material y moral». En los gobiernos de tipo democrático es grave deber concurrir según | las leyes a dar gobernantes sensatos, honrados, respetuosos de la Iglesia y de la persona humana, desinteresados de sí y comprometidos por el bien común. De la Santa Sede han venido enseñanzas claras, y las Familias Paulinas tienen que emplear al respecto los medios de que disponen.
Naturalmente es un deber amar más la propia nación que no la de al lado; pero el amor por la propia nación ha de ir encuadrado y coordinado en el amor y respeto a toda la familia de las naciones.
Gran enemigo de la Iglesia es el nacionalismo. Piensan muchos, especialmente en las naciones con gobierno totalitario, que depender de Roma28 sea una rebelión o sustraerse a la debida dependencia de los propios gobernantes, y una adhesión a una potencia extranjera. ¡Razonamiento extraño, error ruinoso! Sin embargo, hay aún quienes prácticamente anteponen la patria a la Iglesia; tienen un prejuicio o sospecha de que la Iglesia exagere, si no en la doctrina, al menos en la praxis, obstinándose en algunos derechos y prerrogativas; y se inclinan a culpar más a la Iglesia que al Estado en los roces entre ambos, en vez de dejarse guiar por la objetividad de los hechos, los principios del Derecho publico y el deseo del bien superior y eterno de las almas.
Es provechoso leer las encíclicas papales sobre tal materia, publicadas desde 1860 a hoy. El amor a la patria está subordinado al amor a la Iglesia; el propio Estado está subordinado a la Iglesia29 en lo que concierne a la naturaleza y misión de la Iglesia; los intereses materiales están subordinados a los espirituales, como el fin del Estado está subordinado al fin de la Iglesia; los partidos políticos, aun los sanos y católicos, no representan ni constituyen la Iglesia.
Los religiosos y los sacerdotes, viviendo de modo inteligente y totalitario el Evangelio, saben amar a los hombres de cualquier nación y juntos cumplir los deberes cívicos de modo ejemplar. Sacerdotes y religiosos incluso del mismo Instituto, pero súbditos de naciones enemigas, han cumplido su deber de soldados durante la guerra, granjeándose hasta menciones y honorificencias en buen número.
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15. RELACIONES INTERNACIONALES

Están esencialmente basadas en el origen común, la común redención, el común destino, el común bien de las naciones.
«El género humano, aunque por orden natural establecido por Dios se divida en grupos..., está sin embargo ligado por mutuos vínculos morales y jurídicos en una gran comunidad» (Pío XII).
Leyes naturales y convencionales establecen las relaciones.
El amor a la patria no excluye sino que refuerza el amor a la humanidad con el intercambio de bienes entre todos.
«Guardaos del exagerado nacionalismo; porque hay nacionalismo y nacionalismo» (Pío XI).
Es preciso tener sobre este punto: 1) ideas justas, o sea un concepto cristiano de la vida humana; 2) espíritu de fraternidad universal entre los hombres; 3) considerar que base de coherencia entre los hombres es la fe católica.
A Italia le toca un puesto especialísimo en el concierto de las naciones por sus valores humanos y religiosos, por su tradición histórica, por ser la sede del Vicario de Jesucristo, por su vocación civilizadora y misionera.30
El paulino hablará siempre bien de todas las naciones; preferirá las lenguas más ampliamente habladas para ensanchar su apostolado; en las naciones adonde llegue tendrá gran espíritu de adaptación en las cosas indiferentes; respetará a todos; comunicará las riquezas del Evangelio, de la Iglesia y de la civilización.
Nuestras predicaciones y meditaciones llamen a menudo [la atención hacia] los pueblos que aguardan aún la redención.
En las oraciones incluyamos a todos los pueblos y mantengamos el espíritu universal del Padrenuestro.
Suscribámonos al Osservatore Romano, el periódico que nos da mejor la visión de toda la humanidad.
Recuerden todos que las Constituciones nos inspiran universalidad y nos hacen mirar a las demás naciones. Acójanse con gozo a quienes provienen de otras naciones, ofreciéndoles hospitalidad fraterna y acogedora.

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Conocer a los hombres es un medio para amarlos. En la clase de geografía, historia, literatura y semejantes, es provechoso relevar los valores y necesidades de los varios continentes, el estado de civilización, las costumbres, doctrinas, condiciones religiosas, relaciones con Roma, etc. Para amar es preciso conocer.
Para el religioso, no hay ni rico ni pobre, ni salvaje ni civilizado, ni hombre ni mujer, sino sólo hijos de Dios y almas que salvar. Él no se cree nacido para las cosas materiales o políticas, sino dotado de una misión superior, que atañe al espíritu y la eternidad.
En nuestras casas se reciba igual al norteño que al meridional, al oriental como al occidental.
Evítense del modo más absoluto los discursos que puedan herir el ánimo de los hermanos de otras naciones, incluso enemigas. Para el paulino hay sólo amigos y hermanos.
Antes bien, téngase más caridad con los provenientes de «áreas deprimidas»: en el paraíso los negros podrán incluso preceder a los blancos.

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Si se realizasen las aspiraciones del mundo a una sociedad de naciones, hoy ONU (Organización Naciones Unidas), se realizarían también los designios de Dios Padre y Creador, de Jesucristo Maestro, de la Iglesia católica, de san Pablo apóstol: «venga tu reino»; un Maestro, una escuela, una enseñanza, un fruto que madurar. Para eso se compuso el librito «Principios de Sociología»,31 que debe estudiarse en todas nuestras casas, como se estudia el catecismo en cursos superiores.
Superadas por Jesucristo las barreras de un nacionalismo religioso-civil del pueblo hebreo, que tenía una misión especial y limitada, Cristo mismo ha mandado: «Id por el mundo entero proclamando la buena noticia a toda la humanidad» [cf. Mc 16,15]. El Padre celeste ha dicho a su Hijo: «te daré en herencia las naciones» [Sal 2,8], todas las naciones del mundo; y la Iglesia, su Cuerpo místico, tuvo esa herencia universal, con un derecho y un deber hacia la humanidad entera. Y san Pablo mostró este derecho y este deber; y el Concilio de Jerusalén -con hombres fuertes como nunca volverá a haberlos, los genuinos, los directos representantes del pensamiento de Jesucristo, los Apóstoles- fue el Concilio de la universalidad. Los paulinos han de recoger esta preciosísima herencia de su Padre, Maestro y Doctor: corazón, aspiraciones, apostolado ilimitado.

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Las particulares sociedades, cada nación, son torrentes de un gran río que es la humanidad; el Evangelio no es sólo sobrenatural sino supranacional, pues no tiene la limitación que se cierra con la venida de la plenitud de los tiempos sino que tiene por único confín el epílogo de la historia y de la eternidad. «Ya no hay distinción entre judío y griego, porque uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que le invocan» (Rom 10,12).
Pensamiento, sentimiento y aspiraciones de un verdadero paulino reflejan esta sobrenaturalidad y supra-temporalidad (sit venia verbis):32 no al acotado ambiente familiar, diocesano, o al terreno donde está establecida la jerarquía eclesiástica, o a los ya conquistados para Cristo: ¡más adelante! ¡siempre más adelante! Basados en el fundamento de los Apóstoles, y sobre la misma piedra angular Cristo Jesús, el salto será seguro. Hay que medir la altura y la profundidad, la largura y la anchura de la misión.
La santa Misa es la oración de la universalidad y a la vez de la unidad; es la oración colectiva y social. La unidad se forma en Cristo: una fe, una vida, una gracia, un rebaño, un Pastor, un paraíso. El vino que se consagra resulta de muchas uvas, y el pan que se transustancia resulta de muchos granos. Todos juntos ofrecemos, «per ipsum et cum ipso et in ipso»33 mediante el celebrante, el sacrificio de la cruz. Cada mañana, aun esparcidos en tantos puntos de la tierra, estamos unidos en la misma acción, la más grande: uno es el Sacerdote, una la víctima, los frutos son los mismos; uno el viático para la jornada, del que cada cual puede servirse: «para no desmayarse por el camino» [cf. Mt 15,32]. La universalidad: la Iglesia, antes de que se realice la acción sacrificial, recoge espiritualmente alrededor del altar a la multitud de hombres, «todos los circunstantes», y llama a todo el paraíso: «en comunión...».34 Es la inmolación de Cristo mediador, en quien se unen cielo y tierra y en quien viven todos los miembros del Cuerpo místico. Seguir la Misa con conciencia social es transformarla en el más vivo apostolado.

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La sociabilidad es, por tanto, virtud de todos y hacia todos. Resulta particularmente necesaria a quien vive en comunidad; pero tiene también un campo amplísimo, todo lo ancho que es nuestro apostolado, lo espacioso de la nación, lo extendida que está la Iglesia, lo numerosa que es la humanidad, calculada hoy en dos mil millones y medio de hombres.35
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1 GIULIO MONETTI S.J., La Cuestión social, Curso académico de Sociología particular y aplicada, Scuola Tipografica Editrice di Alba, 1921; NATALE BUSSI, La persona humana en la vida social, Pia Società San Paolo, Alba 1945.

1 Alienígena: a la letra, engendrado en otro sitio; extranjero.

2 En el original: «Domus Dei credendo fundatur, sperando erígitur, amando perfícitur» (S. AGUSTÍN, Sermo 27).

3 Se refiere obviamente a las Constituciones vigentes entonces, que centraban los dos fines respectivamente en la “gloria de Dios y santificación de los miembros” y en la “evangelización con los medios más rápidos y eficaces”.

4 En las ediciones precedentes leemos: «La sociabilidad para el paulino, se requiere», expresión sintácticamente errada y de todos modos ambigua. Si el verbo hay que entenderlo en forma pasiva (se requiere), entonces el “respeto” de los item sucesivos tiene sentido adverbial (con referencia a...). Si en cambio el verbo está en activa (requiere), entonces el “respeto” tiene valor de sustantivo (obsequio), haciendo de complemento directo. Preferimos adoptar esta segunda formulación.

5 Cf. Formación humana, n. 4, pág. 123.

6 En el original: «venite ad me omnes» (Mt 11,28).

7 En el original: «doctor gentium» (1Tim 2,7).

8 Cf. He 4,32-35.

9 Religión indica aquí Congregación, Instituto religioso, etc.

10 S. AGUSTÍN, Serm. 256, de temp.

11 Lento para cosas comunes y pronto para las propias (los intereses personales).

12 «Preocúpate de ti» (1Tim 4,16).

13 Este capitulito, y parte del siguiente (hasta “multiplicados los intercesores...”), no apareció en el San Paolo de noviembre 1953. Se añadió en el librito A las Familias Paulinas.

14 «Collatis consiliis, víribus unitis, multiplicatis intercessóribus...», expresiones frecuentes en los cánones del Derecho canónico sobre los modos de tomar decisiones las autoridades religiosas en los respectivos ámbitos de gobierno.

15 Militante...: términos tradicionales para indicar, respectivamente, la Iglesia peregrina (en lucha por el Reino), la Iglesia en fase de purificación, y la Iglesia entrada en la gloria.

16 Se refiere al uso entonces en boga de hacer participar a los jóvenes en la composición de los libros en las tipografías paulinas. Era bien conocida la insistencia del P. Alberione en desaconsejar la colaboración de los jóvenes en colecciones o volúmenes de contenido reservado a los adultos.

17 Para el sentido de “romanidad” véase Abundantes divitiæ, nn. 48-57.

18 También este trozo (hasta el título siguiente) fue añadido en el librito A las Familias Paulinas.

19 Dicho pedagógico ya citado (v. nota 52 de «Amarás...», pág. 49) y frecuente en el P. Alberione.

20 Del Misal Romano: «Da nobis... eius divinitatis esse consortes, qui humanitatis nostræ fíeri dignatus est párticeps, Jesus Christus...» (Oración del Ofertorio, cuando se mezcla el agua con el vino).

21 Hasta los primeros años 50 del 1900, la terminología del propio Fundador variaba a menudo del plural (Familias, cada uno de los Institutos) al singular (Familia Paulina, para entender el conjunto de ellos como organismo unitario). La expresión plural, que pronto dejará el sitio al singular, se precisa aquí con el término “congregaciones”. A finales de 1953 eran las cuatro enumeradas; todavía no habían nacido las Hermanas Apostolinas ni los Institutos agregados. - Sobre este tema, presente en el contemporáneo texto de Abundantes divitiæ (nn. 33-35, con idéntica formulación), el P. Alberione volvió en 1960 con tres intervenciones (cf. Ut perfectus sit homo Dei, I, 19-20; I, 375-382; III, 180-191).

22 De la secuencia Ubi cáritas et amor: «El amor de Cristo nos ha congregado en un solo ser..., así que cuando nos reunamos estemos atentos a no dividirnos espiritualmente» (Misal Romano, Jueves santo, Cena del Señor).

23 Sobre el significado de “nutricia” (altrice) véase la ponencia de F. PIERINI SSP, Rol de la Sociedad de San Pablo nutricia de la Familia Paulina, en El ministerio de la unidad en la F.P., V Encuentro de los Gobiernos generales, Ariccia, Septiembre 1987, Edic. Arch. Hist. Gen. F.P., pp. 135-160.

24 Este trozo (hasta el título “RELACIONES EN LA NACIÓN”) fue añadido en el librito A las Familias Paulinas.

25 Aquí “San Pablo” está por “Pía Sociedad de San Pablo”.

26 Esta era la denominación de los Cooperadores en aquel tiempo y hasta 1992, cuando fue aprobado el nuevo Estatuto. Ahora se denomina “Asociación Cooperadores Paulinos”, cuyo boletín propio es El Cooperador Paulino.

27 Cf. San Paolo, Nov. 1953, p.7: «Para la Dirección de las ediciones, va estableciéndose cada vez mejor la Oficina Ediciones, en la Casa General... Además de para Italia, trabajará también para una gradual coordinación con las casas de las otras naciones, en orden a la redacción y elección de las ediciones».

28 Obviamente, de las directrices de la Santa Sede.

29 Después del Vaticano II, el concepto de “subordinación” ha desaparecido de la doctrina social de la Iglesia, sustituido por los conceptos de integración y colaboración, en el respeto del propio orden de competencias (cf. la Constitución pastoral Gaudium et Spes).

30 Valoraciones que pueden parecer discutibles, pero que expresan el sentir del P. Alberione, crecido en un determinado tiempo histórico y orientado a una perspectiva no puramente terrena.

31 Se trata del libro ya citado: Elementos de Sociología (1950) o Catecismo social (1985).

32 Dicho actual: se nos perdone la expresión.

33 Versión oficial de la epíclesis eucarística: «Por Cristo, con él y en él».

34 Referencia al Canon romano, en el “Memento” de vivos: «En comunión con toda la Iglesia...».

35 Esta cifra de noviembre de 1953 hoy está más que duplicada.