Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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Sección IV
ORACIÓN PENITENCIAL

Lo que significaba para el P. Alberione la actitud penitencial, a parte ciertas expresiones verbales a veces inadecuadas, está atestiguado por su existencia cotidiana, particularmente por su experiencia de conversión después de la crisis a los deiciséis años. Se consideró siempre un convertido, en la situación de los pecadores penitentes que invocan misericordia. Un momento álgido de tal experiencia fue el del sueño (1923) cuando oyó las palabras del divino Maestro: «...Tened dolor de los pecados».1
Algunas oraciones personales suyas, registradas en los cuadernillos íntimos,
2 o en el Diario de su secretario, revelan este sentimiento con expresiones a veces dramáticas. Es particularmente significativa entre todas la siguiente oración del 13 de marzo de 1952, anotada en el contexto de una meditación sobre la caridad: «Jesús, repara tú, con tu sangre preciosísima, por mis pecados. En este momento quiero pedirte perdón, en nombre de todo el Instituto, por todas las faltas contra esta reina de las virtudes».3

ORACIÓN HUMILDE

«Nuestra oración sea humilde».
Señor, no castigues a los demás, privándoles de gracias. Soy yo el culpable; me arrepiento y, con dolor por haberte ofendido, propongo de ahora en adelante hacer cuanto me sea posible para reparar mi mal.
Confío en ti. Lo demás lo espero todo de tu gracia.4
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LA CONFESIÓN

«Es el sacramento en que el Padre celeste, por los méritos de Jesucristo, acoge nuevamente al hijo que vuelve arrepentido. La confesión borra los pecados de la vida pasada, y a la vez sirve como medio principal para preservarnos de recaídas y para corregir los defectos.
Confesaos habitualmente cada ocho días. Es sumamente útil frecuentar el mismo confesor y no cambiarlo sin una necesidad particular. Las condiciones para hacer una buena confesión son: oración, examen, dolor, propósito, acusación, satisfacción. La más necesaria, absolutamente indispensable para recibir el perdón, es el dolor unido al propósito».
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ANTES DE LA CONFESIÓN

Acto de dolor. Señor misericordioso, he pecado mucho, por mi culpa, por mi gran culpa. Soy un ingrato. ¿Qué sería de mí si en este momento me llamaras a tu presencia? Mi Jesús crucificado, espero el perdón por tu preciosísima sangre. María, refugio de los pecadores, alcánzame misericordia. Propongo no volver a pecar y huir de las ocasiones próximas de pecado. Renuevo especialmente mi propósito principal (expresarlo).
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DESPUÉS DE LA CONFESIÓN

¡Qué bueno has sido conmigo, Señor! No tengo palabras para darte gracias, pues en vez de castigarme por tantos pecados como he cometido, me has perdonado con infinita misericordia en esta santa celebración. Una vez más me arrepiento de todo corazón, y prometo, con la ayuda de tu gracia, no ofenderte nunca más y compensar con mucho amor y buenas obras las innumerables ofensas que te he infligido en mi vida.
Virgen santísima, ángeles y santos del cielo, os agradezco vuestra asistencia; dad gracias también al Señor por mí y obtenedme constancia y progreso en el bien.

El propósito debe ser completo, es decir, debe mirar a la propia santificación y al amor de Dios con toda la mente, todas las fuerzas, todo el corazón. Por ejemplo, en cuanto a la caridad hacia el prójimo: pensar bien, desear el bien, hacer el bien, hablar bien.
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EL VÍA CRUCIS

Introducido en el manual Las Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo de 1946, el vía crucis, en cuanto a estructura y lenguaje, era casi idéntico al actual. La formulación de 1971 reproduce el texto originario, con algunas variantes lingüísticas y una nota sobre las indulgencias, que recopiamos al final. Se notará que las estaciones son catorce, según el uso tradicional.6

[INTRODUCCIÓN]

V. Te adoramos, Cristo, y te bendecimos.
R. Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

Oremos. - Padre, mira a tu familia, por la que Jesucristo, nuestro Señor, no dudó en entregarse a sus enemigos y a sufrir el suplicio de la cruz. Él es Dios, y vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.7

Acto de contrición. - Clementísimo Jesús mío, postrado humildemente ante ti, de todo corazón te pido perdón de mis pecados; los lloro y detesto, especialmente porque son una ofensa a tu infinita bondad. Propongo antes morir que volver a ofenderte; más aún, prometo amarte sobre todas las cosas hasta la muerte.

Miserére nostri, Dómine...8
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Iª ESTACIÓN

El inocentísimo Jesús acepta, por la gloria de Dios y la paz de los hombres, la injusta sentencia de muerte pronunciada contra él por Pilato [cf. Mc 15,15; Lc 23,25].

Amorosísimo Jesús, por tu amor, y en penitencia de mis pecados, acepto la muerte con cuantos dolores, penas y afanes la acompañen.
Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya.
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IIª ESTACIÓN

Jesús carga la cruz sobre sus hombros. Jesús Maestro nos invita: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» [cf. Mt 16,24].

Sí, quiero seguirte, Maestro divino, dominando mis pasiones y aceptando mi cruz de cada día.
Atráeme a ti, Señor. El camino es angosto, pero conduce al cielo. Me apoyaré en ti, mi guía y mi consuelo.
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IIIª ESTACIÓN

Jesús abatido por la agonía de Getsemaní, martirizado por la flagelación y coronación de espinas, agotado por el ayuno, cae por primera vez bajo el enorme peso de la cruz [cf. Mt 26,38s; Mc 15,15; Jn 19,2.17].

Jesús cayó para sostener a los que caen. Muchas son las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne.
Señor, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos de todo mal pasado, presente y futuro.
~
IVª ESTACIÓN

Jesús, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre, cuya alma quedó traspasada por una espada de dolor. Unidos están en el mismo dolor el corazón de Jesús y el de María [cf. Lc 23,27].

Estos son los corazones que tanto han amado a los hombres y nada han escatimado por ellos.
Corazones sagrados de Jesús y de María, concedme la gracia de conoceros, amaros e imitaros cada vez mejor. Os ofrezco mi corazón, para que sea siempre vuestro.
~
Vª ESTACIÓN

Los judíos,9 con simulada compasión, «echaron mano de un cierto Simón de Cirene, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús» [cf. Mt 27,32].

También yo debo cooperar a la redención de los hombres, completando con mis sufrimientos la pasión de Jesucristo.
Acéptame, Maestro bueno, como pequeña víctima. Preserva a los hombres del pecado, salva a los pecadores del infierno y libra de sus penas a las almas del purgatorio.
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VIª ESTACIÓN

Movida a compasión, la Verónica enjuga el rostro de Jesús, y él la premia imprimiendo su imagen en el lienzo.10

Reconozco en esta pía discípula el modelo de las almas reparadoras. Comprendo mi deber de reparar mis pecados y las ofensas de los demás a tu divina majestad.
Jesús, imprime en mí y en todas las personas reparadoras, las virtudes de tu santísimo corazón.
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VIIª ESTACIÓN

Nuevamente flaquean las fuerzas de Jesús, y él, hecho «oprobio de los hombres» y «desecho de la plebe»,11 cae por segunda vez bajo la cruz.

Maestro bueno, así reparas nuestras recaídas en el pecado, por malicia o por habernos puesto en la ocasión.
Detesto, Señor, los pecados con que te he ofendido, que son causa de tu muerte y de mi perdición, y propongo no cometerlos más en adelante.
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VIIIª ESTACIÓN

Seguían a Jesús un gran gentío y muchas mujeres que lloraban por él. Volviéndose hacia ellas, les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino por vosotras y por vuestros hijos» (cf. Lc 23,28).

Me humillo por mis muchos pecados personales y por los que otros han cometido debido a mis malos ejemplos y la negligencia en mis deberes.
Jesús mío, concédeme la gracia de evitar en lo posible el pecado ajeno, con las obras, el ejemplo, la palabra y la oración.
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IXª ESTACIÓN

Jesús cae por tercera vez bajo la cruz, porque nuestra obstinación nos ha llevado a repetir los pecados.12

La obstinación ciega la mente, endurece el corazón y nos pone en peligro de la impenitencia final.
Señor, concédeme la gracia de mantenerme vigilante, de ser fiel al examen de conciencia y de confesarme a menudo con las debidas disposiciones.
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Xª ESTACIÓN

Llegado al Calvario, Jesús es despojado de sus vestidos y le dan a beber vino mezclado con hiel [cf. Mc 15,22-24].

¡Cuánto costaron a Jesús nuestros pecados de ambición y de gula!
Señor, concédeme la gracia de librarme progresivamente de toda vanidad y satisfacción pecaminosa, para buscarte únicamente a ti, mi suma y eterna felicidad.
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XIª ESTACIÓN

Los verdugos clavan en la cruz a Jesús, que sufre espasmos indecibles, ante la mirada de su afligidísima Madre [cf. Jn 19,25-30].

Pertenecen a Jesucristo los que crucifican su vieja condición, renunciando a sus vicios y pasiones.
Yo quiero ser de Jesucristo durante la vida, en el momento de la muerte y por toda la eternidad. No permitas, Jesús, que me separe de ti.
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XIIª ESTACIÓN

Durante tres horas, Jesús padece terribles dolores y muere al fin en la cruz por nuestros pecados (Mc 15,24-41).

La muerte de Jesús se actualiza diariamente en nuestros altares, con la santa misa.
Jesús amorosísimo, concédeme la devoción a la santa misa, y que participe en ella a menudo con las disposiciones que tuvo tu santa Madre al pie de la cruz.
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XIIIª ESTACIÓN

María, la madre dolorosa, recibe en sus brazos al Hijo bajado de la cruz.13

María contempla en las llagas de su Hijo las horribles consecuencias de nuestros pecados y el amor infinito que él nos tiene. La devoción a María es un signo de salvación.
Madre, acéptame como hijo, acompáñame durante la vida, asísteme costantemente y, en especial, a la hora de la muerte.
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XIVª ESTACIÓN

El cuerpo de Jesús, ungido con aromas, es colocado en el sepulcro. María aguarda con fe viva la resurrección del Hijo, según él lo había predicho [cf. Lc 23,53-56; Mc 8,31].

Creo firmemente, Dios mío, en la resurrección de Jesucristo, como creo en la resurrección de la carne.
Quiero resucitar diariamente a nueva vida, a fin de merecer resucitar a la gloria en el último día.

Oremos - Señor, Dios nuestro, que has querido santificar la enseña de la cruz vivificante con la sangre preciosa de tu Unigénito, concédenos, te rogamos, que quienes tienen a honor gozarse en la santa cruz, disfruten en todas partes de tu protección. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

Padrenuestro, avemaría y gloria, según las intenciones del papa; o bien la breve oración: «Señor, ampara con tu protección a nuestro santo padre, el papa: sé su luz, su fuerza y su consuelo».14
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1 Expresión que él entendió así: «El dolor de los pecados significa un reconocimiento habitual de nuestros pecados, de los defectos e insuficiencias. Hay que distinguir en nuestra vocación lo que es de Dios de lo que es nuestro: a Dios todo el honor y a nosotros el desprecio. De aquí nació la oración de la fe, el “pacto o secreto del éxito”» (AD 158). - «Hemos de considerarnos pecadores realmente, para no ensoberbecernos en los pequeños logros, pues como rezamos en la coronita a la Regina Apostolorum “siento las pasiones, el demonio, el mundo”; y para que podamos decir humildemente como san Pablo “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero”» (Diario, 14 de enero de 1959).

2 Cf. por ejemplo, SC 93-95; AP passim...

3 Cf. Diario, en la misma fecha.

4 De una meditación a los sacerdotes, 1° de julio de 1960, fiesta de la preciosísima Sangre.

5 Manual, ed. it. de 1946.

6 El P. Alberione era muy devoto de este piadoso ejercicio. Lo practicaba a menudo y lo inculcaba. Cf. una nota del Diario: «22 de marzo de 1953. Por la tarde a las 15,30 mandó hacer a toda la comunidad una hora de visita con el canto y la meditación del vía crucis; el Primer Maestro, revestido de roquete y estola y teniendo el libro de nuestras oraciones, se detiene algunos minutos ante cada estación. Al término del vía crucis se pasa al examen de conciencia y luego se da la bendición eucarística».

7 A estas fórmulas precedía la tradicional latina: «Adorámus te, Chríste, et benedícimus tibi. Quia per sanctam crucem et mortem tuam redemísti mundum. - Orémus. - Réspice, quæsumus, Dómine, super hanc famíliam tuam, pro qua Dóminus noster Jesus Christus non dubitávit mánibus tradi nocéntium et crucis subíre torméntum. Qui tecum vivit et regnat in sæcula sæculórum. Amen».

8 Son bien conocidas las tradicionales invocaciones litánicas, así como las antífonas marianas y las estrofas del Stábat máter, que ritman cada estación. Por razón de brevedad las omitimos.

9 Hay que notar que esta denominación, judíos o hebreos, (históricamente equivocada, pues el gesto es imputable a los soldados romanos), ha quedado rectificada en los textos de la liturgia posconciliar.

10 El lienzo es obviamente el velo o pañuelo con el que la mujer enjugó el rostro de Jesús. El episodio, no registrado en los evangelios, ha sido trasmitido por la devoción popular y por el culto de la sagrada imagen. En una capilla romana, construida por Juan VII en el 705, se conservaba el presunto velo de la Verónica, o como se decía en Roma, “la Verónica”. Desde el siglo XIII se veneró en San Pedro de Roma una imagen del rostro de Cristo, llamado “velo de la Verónica” (incluso Dante lo menciona en el canto del Paraíso). Un reciente libro sobre la Santa Faz, del historiador P. Heinrich Pfeiffer, trata de responder a esta cuestión: ¿está en Roma o en Manoppello (Abruzzo) el “Velo de la Verónica”? Y no faltan otras tradiciones en otros diversos lugares fuera de Italia.

11 Expresiones tomadas de los salmos, por ej.: «Soy la burla de todos mis enemigos, la irrisión de mis vecinos, el espanto de mis conocidos: me ven por la calle y escapan de mí» (Sal 30,12), atribuidas al Siervo fiel, símbolo del pueblo de Dios.

12 Tampoco la triple caída bajo la cruz está referida en los evangelios, pero ha quedado trasmitida por la piedad popular.

13 También el célebre episodio de la “piedad”, aunque no lo narren explícitamente los evangelios, forma parte de la tradición popular.

14 Esta invocación por el papa se atribuye al beato Timoteo Giaccardo.