Beato Santiago Alberione

Opera Omnia

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una cohermana. La esquela estaba acompañada en efecto de un voluminoso expediente dactilografiado, con la colección completa de las oraciones alberionianas ya conocidas, más una serie de plegarias sacadas de las Breves meditaciones para cada día del año o recogidas de la viva voz del Fundador al final de sus meditaciones, dictadas a las mismas Hijas de San Pablo en época imprecisada.2
A partir del acopio de este expediente, entre otras fuentes, emprendemos el presente trabajo para la serie Ópera omnia del P. Alberione.

I. DE LA VIDA A LA DOCTRINA

Toda la existencia del P. Alberione fue una urdimbre entretejida de oración y de acción apostólica, según el lema benedictino que le era familiar, y que tradujo como norma para los suyos así: «La oración ante todo, sobre todo, vida de todo» (San Paolo, 20 de agosto de 1937).
Y así como Jesús a los doce, que pedían les enseñara a rezar, les propuso la fórmula del Padre nuestro, también el P. Alberione -viviendo intensamente él mismo la oración- la enseñó a los suyos, mediante fórmulas aptas para vehicular un espíritu, como contenedores de un depósito destinado a durar.
Sus oraciones son una muestra de su fe en Dios, de su devoción a la persona de Cristo, y de María, y de san Pablo; un testimonio del espíritu que ha informado toda su obra.
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El P. Alberione orante

Es sabido que el P. Alberione citaba a menudo, como norma prioritaria y criterio de acción, el versículo de los Hechos en que Lucas resume en dos verbos la vida terrena de Jesús: «hizo y enseñó» (He 1,1). La práctica vivida precede a la enseñanza. Ello vale también para la oración. Antes de enseñar la oración a sus discípulos, el P. Alberione rezó intensamente él mismo.
Que fuera hombre de oración está fuera de toda duda. Pero nos asombra siempre, como algo nuevo, la cualidad y la intensidad de su oración, puesta al origen de su obra, y gracias a la cual él enriqueció a la Iglesia.
Es célebre la prolongada adoración nocturna que marcó la vocación y el comienzo de su camino de maduración espiritual.3 A la luz de aquella experiencia eucarística, el P. Alberione planteó su vida personal, su piedad, sus iniciativas apostólicas y la temática fundamental de la formación dada por él a sus discípulos y discípulas.

1. Desde niño, en casa, estaba muy entrenado en la oración, como deja entrever su precoz intuición vocacional y el haber sido admitido a la primera comunión antes que sus compañeros (cf. AD 9.11). Es significativo al respecto un recuerdo de su hermano menor, Tomás: «Yo fui muchas veces a misa con Santiaguito, incluso los días de diario... La mamá decía las oraciones y el rosario en casa, y los demás respondían...
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En la pared, encima de la cama, teníamos el crucifijo, el cuadro de la Virgen y de san José; Santiaguito tenía también algunas estatuillas con las que hacía el pesebre por Navidad».
Y añade aún que tanto antes como después de entrar en el seminario «cuando estábamos en casa, Santiaguito estudiaba, rezaba, e iba a trabajar al campo...».4

2. Durante los años de la formación seminarística, Santiago Alberione cultivó, además de la práctica de la oración personal, una auténtica pasión por la liturgia. En Abundantes divitiæ gratiæ suæ enumera sobre tal argumento una decena de autores, de quienes leyó las obras, y dos revistas de historia y vida litúrgica regularmente consultadas, animado también por el nuevo clima que iba creándose con el movimiento litúrgico y con la obra pastoral de Pío X. Desde entonces el P. Alberione «gustó cada vez más la oración de la Iglesia y con la Iglesia...».5
No cabe tampoco ignorar el esfuerzo de maduración que precedió a la noche de luz de fin de siglo. En años sucesivos él plasmaba su dramática experiencia en las páginas de su diario juvenil, que podemos considerar como las Confesiones del joven Alberione.6 Ahí habla de un alma deprimida y tentada de suicidio, que no quiere morir pero acepta la muerte como sacrificio de expiación; habla de una terrible situación, de un entramado
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de calamidades y engaños, de infelicidad, de años turbios y fatales...7
En la cima de aquella crisis, el joven seminarista encontró por primera vez de modo personalísimo a la virgen María, invocada con expresiones que reflejan el grito de un náufrago a punto de ahogarse: «¡Sálvame, oh María, de tan terrible situación, de tan asqueroso fango!» (SC 11). «Oh María, intercede por mí; Máter misericordiæ [Madre de misericordia], socórreme, defiéndeme, protégeme. Muéstrame el camino... Salva me, fons pietatis» [Sálvame, fuente de piedad] (SC 101).

3. La oración de Alberione sacerdote, antes de la fundación paulina, está atestiguada directamente por dos consistentes fórmulas de oración dirigidas a Jesús salvador,8 y también indirectamente por su libro Apuntes de Teología Pastoral (ATP), editado en Turín en 1912. Ya en el primer capítulo, dedicado a los Fundamentos del celo, el autor pone como base de todo la piedad, pero precisando:

«Cuando se dice piedad se entiende vida. No es, como algunas almas superficiales entienden, un simple formalismo exterior, ni... una ilusión de espíritus víctimas del propio misticismo. Es una actividad interna que se manifiesta al exterior con la fecundidad de las obras. El espíritu iluminado por los esplendores de la fe es el primero en entrar en acción, fija su mirada en Dios y penetra cada día más en este Ser infinito. A continuación participa el corazón y, con la fascinación de la belleza y la verdad, se deja llevar al amor y a la unión con Dios. Y la voluntad, bajo el influjo de la gracia, toma decisiones más audaces, obra con más energía. Aparecen entonces los efectos externos: el carácter se dulcifica, las palabras reflejan la caridad sobrenatural,
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las manos están más dispuestas al celo y maduran los frutos de las obras. Nótese bien, sin embargo, que del mismo modo que la vida necesita nutrición, así la piedad necesita alimento. Las prácticas de piedad son los alimentos; y las virtudes, los frutos» (ATP 7).

Quien así se expresa no puede sino ser un hombre de piedad, es decir de oración auténtica. Y tal pareció el P. Alberione a los pioneros de la vida paulina, cuando -aún alumnos del seminario de Alba allá por los años de 1910- seguían las lecciones y meditaciones del joven cura, fascinados por su modo de rezar y de celebrar las acciones litúrgicas.9 Fascinados hasta el punto de afrontar obstáculos y oposiciones, por parte de los familiares y de los propios superiores del seminario, con tal de seguir al Señor Teólogo en la aventura de la nueva fundación.10
Volviendo al texto de los Apuntes, son iluminadores los títulos de los argumentos que explicitan la piedad: Meditación, Lectura espiritual, Breviario, Santa Misa, Visita al Smo. Sacramento, Examen de conciencia, Confesión, Devoción a María Sma., a San José, al Ángel Custodio, a las Almas del Purgatorio, Agregación de los Sacerdotes adoradores, Liga Sacerdotal reparadora... Temas nacidos de la vida de un joven presbítero, que los propone a sus jóvenes cohermanos como orientaciones vitales. Y de los que además hallamos confirmación en la vivencia del P. Alberione maduro, hasta el final de sus días.11
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Un testimonio más: en el registro de los sacerdotes monfortianos en Roma, con fecha 26 de abril de 1910, figura el nombre de Santiago Alberione, profesor del seminario de Alba, entre quienes aquel día se consagraron a María Reina de los corazones. Como veremos, la consagración a María será uno de los puntales de la oración y de la espiritualidad alberioniana.

4. Como fundador de la Familia Paulina, el P. Alberione se manifestó enseguida, además de hombre de oración, también un original maestro de oración.12 Entre sus escritos hay una obra en dos volúmenes, fruto de un curso de Ejercicios espirituales predicados a los sacerdotes de la Sociedad de San Pablo en 1934, que desarrolla el discurso sobre la vida de piedad, sobre la necesidad de la oración y sobre sus diversas expresiones.13 En un artículo del 20 de agosto de 1937, hablaba de esa obra y resumía el contenido en estos términos:

«La oración es para el hombre, el cristiano, el religioso y el sacerdote el primero y máximo deber.
No podemos darle a la Congregación un aporte mayor que la oración; ninguna obra es más útil para nosotros que la oración; ningún trabajo es más provechoso para la Iglesia, en un sacerdote, que la oración.
Por consiguiente, la oración es antes que todo, sobre todo, vida de todo.
Puede venir esta tentación: tengo mucho trabajo, demasiado. ¡Pero el primer trabajo para ti, el máximo mandato para un sacerdote, el principal aporte a la Congregación es la oración!
Se engaña quien trata de buscar excusas a la falta de oración, diciendo que está muy ocupado.
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¿Pero es ésta, de veras, la razón? ¿O más bien parece excesivo el trabajo porque no le precede la oración, con la que fácilmente se desempeñarían las otras ocupaciones?
Pero ¿qué ocupaciones? La Iglesia, la Congregación, nuestra misma alma nos están pidiendo la oración; después vendrá lo demás, en cuanto sea posible.
¿Qué ocupaciones? Generalmente las otras no apremian sino después de ésta.
¿Ocupaciones? Primero Dios, después los hombres.
¿Ocupaciones? ¡Pero si la vida de las demás obras es la gracia!; de modo que sin la oración haremos obras muertas.
Maledíctum studium, apostolátum etc. propter quod relínquitur oratio... [Maldito el estudio, el apostolado, etc. por el que se abandona la oración].
El trabajo sin la oración, para el sacerdote, se reduce al cýmbalum tínniens [una campana ruidosa] o sea cosas que quizás impresionan por fuera, pero no tienen vida ni mérito... No hay derecho a mandar si antes no se obsequia a Dios; no puede aconsejar o predicar quien no recibe la luz de Dios; no educa para la vida sobrenatural, en cuanto concierne a uno, quien no la vive verdaderamente...
No crea un sacerdote que reza lo suficiente porque dice la misa, porque recita el breviario o prepara homilías para los demás; ¡no! Tiene que hacer aún el examen de conciencia, la visita, la meditación, etc.
En las Casas, pues, este será el principio fundamental: Fundarlo todo en el espíritu de oración: primero la capilla, la oración, la visita al Smo. Sacramento, el examen de conciencia, fidelidad a la confesión semanal, rosario diario entero, etc. Por la mañana, antes de dar a las almas, nútramonos de Dios para nosotros y para ellas...».14

Que este principio fundamental funcionase en la praxis personal del P. Alberione, no hace falta repetirlo.
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Sabemos que su jornada comenzaba habitualmente con la celebración eucarística a las 4,30 de la madrugada, incluía tres horas de oración antes del trabajo matutino, y se concluía a menudo con la confesión sacramental y la oración de completas, por la tarde, tras haber santificado el comienzo del trabajo vespertino con una hora de adoración en la visita eucarística.15
Un testimonio autobiográfico de indudable valor llega de las invocaciones A Jesús Maestro que concluían cada examen de conciencia, registradas en su cuadernillo personal durante los Ejercicios solitarios de 1947: son ejemplos conmovedores de fe y de sinceridad.16
Pero no menos conmovedoras y significativas son las notas sobre la oración del Fundador durante los últimos dos años de vida, que el secretario P. Antonio Speciale registra en su Diario. He aquí algunos apuntes:

«2 junio de 1969: [El Primer Maestro] pasa la jornada rezando y leyendo, y dice a quienes le están cercanos: Ahora sólo puedo rezar y leer. Cuando se cansa de pasear rezando el rosario, se sienta en el escritorio y trascurre el tiempo rezando con el librito de nuestras oraciones...
2 noviembre de 1969: El Primer Maestro esta mañana celebra la misa en el altarcito a las 5,30; después se retira en su habitación para la oración de acción de gracias. A eso de las 7,30 empiezan a dejarse sentir los dolores, que le desarman... Dice a la Hna. que le asiste: ¡Rézame una oración!.
1° febrero de 1970: Hacia las 19, se prepara a la confesión con el libro de nuestras oraciones y con su cuadernillo.
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16 febrero de 1970: El Primer Maestro celebra la misa en su altarcito, como de costumbre, a eso de las 5,30; después se retira en la habitación para la acción de gracias. Los dolores le atormentan a intervalos... A determinada hora le encuentro, sentado en el escritorio con el librito de las oraciones, y repite: Allá arriba está nuestra patria.
14 marzo de 1971: Hacia las 19, como norma, se queda solo rezando con el librito de nuestras oraciones y revisando su cuadernillo con apuntes y propósitos, esperando al confesor.
10 noviembre de 1971: Por la tarde... reza el santo rosario con la Hna. Judit y el Hno. Silvano...; luego desea quedarse a solas para rezar con el librito Las oraciones de la Familia Paulina; prefiere recitar alguna oración a Jesús Maestro, otra a la Reina de los Apóstoles, otra a san Pablo. Se confiesa antes de cena...
26 noviembre de 1971 [último día de vida]: Hacia las 3,30 de la mañana, recibe la unción de los enfermos y asiste a la misa celebrada en el altarcito de su habitación, donde los últimos tres años ha celebrado todas las mañanas... - A eso de las 6 se logra captar algunas palabras, que son las últimas salidas de sus labios: Muero... Paraíso... Rezo por todos».

El horizonte teológico

1. El horizonte en el que se coloca el P. Alberione orante -y donde hemos de situarnos para comprender la riqueza de sus oraciones- es la gran visión bíblica de la salvación, que él quiso explicitar en una Invitación antepuesta al manual Oraciones de la Pía Sociedad de San Pablo, edición de 1946.17 Reproducimos enteramente la redacción, corregida y ampliada, de la edición de 1971.

«INVITACIÓN - El fin último de nuestra creación, redención y santificación, es la gloria de Dios. Hemos sido creados, redimidos y santificados para dar gloria a Dios en esta vida y
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en la eternidad. Dios ha dispuesto que las creaturas inteligentes (ángeles y hombres) encuentren su felicidad en darle gloria a él.
La preparación más directa para entrar en el cielo, consiste en vivir la enseñanza de san Pablo: Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres (Col 3,23). Esta ha de ser la primera y constante preocupación de quien tiende a la santidad. Es como anticipar la vida del cielo.

[Vivir en Cristo]. El medio general y necesario para conseguir la felicidad eterna es la santificación de todo nuestro ser. Y ésta se lleva a cabo viviendo en Jesucristo: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él (1Jn 4,9). Él es la vid, y el hombre, el sarmiento: si el sarmiento vive de la savia santificadora de Jesucristo, da frutos de vida eterna; separado de Cristo-vid, se seca y no sirve más que para el fuego (cf. Jn 15,1-8).
Esta unión con Cristo debe ser plena: mediante la fe en su palabra, la imitación y la participación en su vida por la gracia.

[Camino hacia la santidad]. La vida presente es preparación de todo nuestro ser -mente, voluntad, corazón y cuerpo- para el cielo. Nuestra morada definitiva es la eternidad: o salvados para siempre con Dios, o condenados para siempre alejados de él.
Nuestra tarea, absolutamente necesaria y esencial, es la salvación. En este mundo estamos sometidos a una prueba; y dichoso el hombre que, superada la prueba, recibe el premio. Para superar esta prueba, hemos de conocer, servir y unirnos al Señor, amándole con todo el corazón y sobre todas las cosas, porque él es nuestro bien supremo y nuestra eterna felicidad. Todos los dones naturales y sobrenaturales de que disponemos en la tierra, son medios para conseguir la salvación. El Maestro divino dice: ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? (Mt 16,26).
El vocacionado a la vida religiosa, y todo el que quiera asegurarse el cielo, debe trabajar con ahínco en su propia santificación.
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Y quien ha emitido la profesión, ha asumido la obligación estricta de tender a la santidad, no sólo por los compromisos contraídos, sino también por la abundancia de medios que la divina Bondad pone a su alcance.
Se requiere un trabajo intenso y constante que, aunque fatigoso, es el más noble y consolador. En el estado actual del hombre, debilitado por el pecado, ese trabajo tiene dos vertientes: 1ª. Eliminar el mal, fruto de las malas inclinaciones internas y de la acción del maligno y del mundo, mediante el combate espiritual, la abnegación y la huida de los peligros y del pecado: Evita el mal; 2ª. Conducir a la unión sobrenatural con Dios. Todo el hombre debe orientarse y unirse a Dios: la mente con una vida de fe; la voluntad con una vida virtuosa; el corazón con sentimientos sobrenaturales: Haz el bien.

[Jesucristo, Camino, Verdad y Vida]. En Dios reside todo bien para la vida presente y para la eterna.
Nuestra unión con Dios se realiza por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Jesús es el mediador entre Dios y el hombre. Él realizó su misión mediante sus tres principales ministerios: de maestro y doctor, como Verdad; de rey y pastor, como Camino; de sacerdote y víctima, como Vida.
Dijo el Maestro divino: Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Es decir: Yo soy el camino que has de recorrer, la verdad que debes creer y la vida que tienes que esperar (Imit. 3,56). Él vive en la persona que está en gracia, y la persona en gracia vive en él, para gloria de Dios y paz de los hombres.
Jesucristo realiza esta obra, en cada persona concreta, por medio de la Iglesia. Ella proclama las mismas verdades, guía a los fieles con amoroso gobierno, y comunica la gracia, santificando a los hombres con los sacramentos. Así podemos vivir en Cristo aquí en la tierra, para vivir luego eternamente felices en el cielo.

[El buen combate de la fe]. Se pierde quien se aleja de Dios con el pecado, que es distanciamiento de Dios y apego a las criaturas: al pecado le sigue la ruina espiritual. Se salva, en cambio, quien busca a Dios: desapego de las criaturas y acercamiento a Dios.
Nuestros propósitos y el verdadero trabajo espiritual han de tener un aspecto negativo y otro positivo. Por ejemplo: lucha contra
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la soberbia, y esfuerzo para sustituirla por la humildad; lucha contra la concupiscencia de la carne para sustituirla por la renuncia y la castidad; lucha contra la avaricia y la comodidad para sustituirla por el amor y la pobreza. Se trata de despojarse del viejo Adán para revestirse del hombre nuevo, Jesucristo (cf. Ef 4,24).
En el hombre, aunque sujeto a muchas pasiones y malas inclinaciones, hay siempre una que predomina. El trabajo espiritual consiste en conocerla, dominarla y ponerla al servicio de Dios, practicando la virtud contraria.
Dividir el campo de acción y tomar un punto en particular, es un método sabio, que hace más fácil y eficaz el trabajo.
Este trabajo se programará: 1º. En los ejercicios espirituales y en el retiro mensual. Cada uno hace su revisión de vida y, con el consejo del confesor, formula el propósito principal. 2º. En las revisiones de vida o exámenes de conciencia preventivos, particulares y generales que se hacen todos los días; luego, en los semanales, mensuales y anuales. 3º. Durante la jornada, ejerciendo una vigilancia constante sobre los pensamientos, sentimientos y acciones, para hacer lo contrario de lo que nos pide la mala inclinación: Age contra [Actúa en contra]. 4º. En la meditación diaria, como también en la celebración y adoración eucarística y en el rosario de cada día, renovando el propósito y orando incesantemente para conseguir la victoria.
La revisión de vida produce, como fruto principal, el conocimiento de nosotros mismos.
La meditación tiende especialmente a reforzar la voluntad y mantener los propósitos.
La comunión aumenta en nosotros la gracia y realiza la unión con Cristo.
La lectura espiritual, lo mismo que las pláticas y conferencias, tienen, sobre todo, la finalidad de instruir la mente.
La adoración y la celebración eucarística abarcan los tres frutos: instruir la mente, reforzar la voluntad, dar la vida de la gracia al corazón. Pero, en la práctica, estos tres frutos no están nunca aislados. Y no conviene preocuparse por distinguirlos, ya que el hombre es siempre uno y la perfección consiste en unirse a Jesucristo.
Todo propósito, para que sea completo y nos una a Dios en Cristo, debe involucrar la mente, la voluntad, y el corazón.
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Por ejemplo, si se pretende sustituir la soberbia por la humildad, conviene cultivar en la mente, a partir de la fe, pensamientos humildes; imitar a Cristo en su vida humilde, con la voluntad; y cultivar sentimientos de humildad con el corazón, pidiendo esta gracia sublime con la oración. Esto vale para cualquier otra virtud.
De este modo, el individuo irá alejando del mal su mente, su voluntad y su corazón, y en Jesucristo se unirá totalmente a Dios, que es el bien supremo y la eterna felicidad.

[Incorporados a Cristo]. En realidad, todas las devociones están ordenadas a la única y auténtica devoción: la adhesión a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Las diversas prácticas y devociones son medios para vivir en Jesucristo; y por él, con él y en él, dar gloria a Dios. En esto consiste la vida eterna, anticipada ya en la tierra y plenamente dichosa en el cielo.
Incorporados a Jesucristo, viviremos con él en el cielo. La gloria es el premio total: para la mente por la visión; para la voluntad por el amor beatífico; para el corazón por el gozo eterno; para el cuerpo, por la glorificación. Yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí (Lc 22,29), dice el divino Maestro.
Escribe san Pablo: Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados (Rom 8,16s). Y añade: Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá (Rom 8,18). - SAC. S. ALBERIONE».

Así es la Invitación a las Oraciones.

2. Focalizando ulteriormente la perspectiva sobre la centralidad de Cristo, el P. Alberione nos ofrece dos parámetros para verificar y vivir plenamente la oración en Cristo y en la Iglesia. Los encontramos en dos célebres pasos de su catequesis más madura.
En Abundantes divitiæ gratiæ suæ (1953) propone el criterio de la totalidad, o integralidad:
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«Todo el hombre en Cristo Jesús, para un total amor a Dios: inteligencia, voluntad, corazón y fuerzas físicas. Todo, naturaleza y gracia y vocación, para el apostolado. Carro que camina apoyado en las cuatro ruedas: santidad, estudio, apostolado y pobreza» (AD 100).

Dicho en otros términos: activando en Cristo todas las facultades, se realiza la oración de la vida.
Sucesivamente, en el volumen Ut perfectus sit (1960), el P. Alberione nos brinda el hilo conductor: ese hilo rojo que ha guiado la revelación del Verbo y su entrega a nosotros como Camino y Verdad y Vida, consintiéndonos de tal manera subir al Padre con todo nuestro ser, aguardando la dicha que esperamos (Tit 2,13).

«Hay una línea recta entre In principio erat Verbum; et Verbum erat apud Deum [Al principio ya existía la Palabra y la Palabra se dirigía a Dios: Jn 1,1] y la consumación de los tiempos y nuestra eternidad en Dios por Jesucristo. Esta línea (o senda) es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.
Dios es uno en naturaleza, trino en personas; se atribuye el poder al Padre, la sabiduría al Hijo y el amor al Espíritu Santo… Así como Dios es uno, también el hombre es uno; pero hay en él tres facultades: la voluntad, reflejo de la omnipotencia del Padre; la inteligencia, reflejo de la sabiduría del Hijo; el sentimiento, reflejo del amor del Espíritu Santo...
Adán pecó. Perdió la gracia que le hacía amigo de Dios, y quedó in deterius commutatus,18 también en lo tocante a la mente, el sentimiento y la voluntad. Necesitaba ser rehabilitado en su estado original mediante la gracia y los bienes anejos a ella. El Hijo de Dios vino a reparar el edificio antiguo, a restaurar al hombre y sus facultades. Así fue como restauró la mente (él es Verdad), la voluntad (él es Camino), el sentimiento (él es Vida).
Jesucristo vive en el cristiano, rehecho a imagen y semejanza de Dios uno y trino; en el cielo…, por Jesucristo, se abismará en Dios; cada una de las personas divinas concurre a la felicidad del hombre… Para que la felicidad sea plena, cada facultad se verá
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2 El trabajo, muy esmerado aunque hecho con medios limitados (una vieja máquina de escribir “olivetti”, papel de portadas sobrantes), es obra de la recordada Hna. Ágata Bernardini FSP, que lo comenzó en seguida, pero tuvo que suspenderlo en julio de 1953, cuando la mandaron a Japón. La obra incompleta permaneció hasta hoy en el archivo. La Hna. Mercedes Mastrostéfano, archivera FSP de Vía Antonino Pío, Roma, nos ha procurado gentilmente la esquela y el expediente antes aludidos.

3 «La noche que dividió el siglo pasado del corriente fue decisiva para la misión específica y el espíritu particular con que habría de nacer y vivir su futuro apostolado. Después de la misa solemne de medianoche en la catedral (de Alba), se hizo la adoración solemne y prolongada ante el Santísimo expuesto... De la Hostia vino una luz especial: mayor comprensión de la invitación de Jesús “venid a mí todos”... La oración duró cuatro horas después de la misa solemne...» (AD 13-19).

4 Testimonio recogido por G. BARBERO, Il sacerdote Giacomo Alberione..., 2

a ed., Roma 1991, pp. 63-64.

5 «Gran utilidad [le proporcionó] la lectura de las obras de Guillermo Durando... Particular impresión [le causó] la obra de Pío X en favor del canto sagrado, el breviario y la enseñanza de la liturgia. Nombrado posteriormente maestro de ceremonias, sacristán del seminario y ceremoniero del obispo... gustó cada vez más la oración de la Iglesia y con la Iglesia...» (AD 71-72).

6 Es una pequeña colección de notas íntimas, redactadas en 1901-1903 y publicadas póstumas con el título “Sono creato per amare Dio” (SC) [He sido creado para amar a Dios], preparada por G. Barbero, Edizioni Paoline, Roma 1980.

7 Para este tema, como para otros datos biográficos y el contexto en que Santiago Alberione vivió y actuó, remitimos a las biografías publicadas hasta ahora, en particular Luigi ROLFO, Don Alberione. Appunti per una biografia, San Paolo, Cinisello Bálsamo 1998

3 [trad. esp. P. Alberione, apóstol de la c.s., Madrid 1974

2 ] y G. BARBERO, o.c.

8 Se publican más adelante, en la respectiva sección.

9 Léanse a este propósito las entrevistas de los referidos “pioneros” concedidas al P. Juan Roatta para el boletín Novità di Vita, en los años 1974-1976.

10 Este fue el caso de Pablo Marcellino, Javier Borrano, Juan Chiavarino, Francisco Fenoglio y otros. Refiere el P. Marcellino: «Vi por primera vez al P. Alberione en la iglesia, cuando vino a decir misa: me causó tal impresión que me conquistó, ¡y basta! Me parecía propiamente un ángel que pasara, un hombre de Dios...».

11 De ello da testimonio explícito el Secretario personal del Fundador, P. Antonio Speciale SSP, en su Diario (inédito), que de ahora en adelante citaremos simplemente con Diario.

12 He aquí una ratificación: «17 de enero de 1919. El Señor Teólogo había ya explicado a los jóvenes El gran medio de la oración [de san Alfonso]; ahora está explicando El alma de todo apostolado [del abad Chautard]» (G. Barbero, “Momentos del espíritu”, dactiloescrito).

13 Oportet orare (vol. I, preparado por T. Giaccardo, Tip. Pía Sociedad de San Pablo, Alba, julio 1937) y Es necesario orar siempre (vol. II, Tip. Hijas de San Pablo, Alba, octubre 1940).

14 San Paolo, Roma, San Bernardo [20 agosto] de 1937. - Es significativa una nota del secretario: «El 16 de mayo de 1955, en Homebush, N.S.W. [Australia], el Primer Maestro tiene una meditación a los nuestros y a las Hijas [de S. Pablo] sobre el tema “la oración” y dice que hay que “rezar bien, hasta sentir gusto, deseo, inteligencia...”. Al día siguiente (17) tiene otra meditación sobre el “estado de oración”» (Diario).

15 Un caso entre tantos: «2 diciembre de 1951. Partió hacia las tres de la mañana, con la Hna. Rosaria (FSP) conduciendo el coche, en dirección a Bari. Lo primero que hace durante el viaje: rezo de las oraciones con la coronita del día - un pensamiento de meditación - breviario, etc.» (Diario).

16 Cf. El Apóstol Pablo modelo de vida espiritual, ed. preparada por S. Lamera, EP, Roma 1972; 2ª ed.: Pablo Apóstol, preparada por G. Di Corrado, E.P., Roma 1981 [trad. esp. Madrid 1984].

17 Semejante visión la expuso ulteriormente en el opúsculo Vía humanitatis: per Maríam in Christo et in Ecclesia, “Obsequio navideño” 1947.

18 “Cambiado a peor”.